Reconocer desde ahora la puerta abierta

Ángel de Acri, Santo

Sacerdote, 30 de Octubre

Presbítero

Martirologio Romano: En Acri, Calabria, Italia, San Ángel de Acri, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, que viajó por todo el reino de Nápoles predicando la Palabra de Dios en un estilo adaptado a la gente sencilla. ( 1739)

Etimológicamente: Ángel = quien lleva el mensaje, viene de la lengua griega

Fecha de beatificación: 18 de diciembre de 1825 por el Papa León XII.
Fecha de canonización: 15 de octubre de 2017 por S.S. el Papa Francisco

Breve Biografía

Lucas Antonio Falcone nació en Acri, Cosenza, Italia, el 19 de octubre de 1669. Sus padres, el campesino Francisco Falcone, y Diana Enrico, panadera, le educaron en la fe. Diana era devota de la Virgen de los Dolores y de san Francisco de Asís, lo cual influyó en el pequeño Lucas que creció en un hogar de mínimos recursos, pero amasando una fortaleza que sería su mayor legado. Travieso, como son la mayoría de los niños, hallándose en la iglesia con su madre intentó descolgar la imagen de la Virgen, pero algo percibió en su mirada y desistió. Se hincó de rodillas colocando debajo unos granos de trigo y en un momento dado vio que la imagen resplandecía ante él «ceñida de rayos», hecho que le causó gran conmoción.

En 1689, mientras escuchaba el sermón del capuchino P. Antonio de Olivadi, creyó que tenía vocación para integrarse en su comunidad y fue admitido en ella ese mismo año. Contra el parecer de su madre, y de un tío sacerdote, ingresó en Dipignano. Al no hallar conformidad con la vida que se encontró, regresó con su familia. Pero íntimamente le parecía percibir una voz haciéndole ver que su lugar era otro. Volvió a las puertas del convento de los frailes, solo que en este caso eran las de Acri, confiando en que sería acogido y perdonado, como así fue. Por segunda vez reinició el noviciado en 1689, en esta ocasión en Belvedere. Le atenazaron las dudas, se dejó llevar de pensamientos mundanos, y nuevamente se marchó.

Parecía como si su reticencia para huir atrajese sobre él más gracia divina. A mediados de noviembre de 1690 por tercera vez se planteó la posibilidad de ser capuchino. Según confesó después, fue el diablo bajo una poderosa apariencia física, quien lo transportó permitiéndole atravesar de ese modo una peligrosa corriente; interpretó el hecho como un castigo divino impuesto al maligno que había influido en su voluntad en las dos ocasiones anteriores. Ángel llegó al convento de Belvedere tembloroso, cargado de humildad, pertrechado por su fe y el espíritu de un neófito. Los religiosos volvieron a dar pruebas de bondad y de caridad, acogiéndole. Y él, decidido a todo por Cristo, en esta ocasión perseveró en la vivencia de las enseñanzas que fue recibiendo, entregado a la oración y a la penitencia. No obstante, tuvo que luchar contra las tentaciones de abandono que pugnaban por abrirse paso dentro de sí con inusitada fuerza. Por algo advierte Cristo que se debe ser fiel en las cosas pequeñas. Los resquicios que dejan las dudas no hacen más que aventar la indecisión. Si se le dan alas una vez, la vida espiritual comienza a derrapar por un peligroso desfiladero porque la debilidad se asienta cómodamente en el interior. En cambio, toda negativa a volver la vista atrás fortalece.

Ángel se había dejado llevar de sus temores en tres ocasiones, y la lucha se le presentaba más enconada. Así que, conocer la vida de fray Corleone y su combate contra las tendencias humanas, le ayudó muchísimo. Casi desfallecido por la batalla que mantenía contra el envite del maligno, suplicó: «¡Ayúdame, Señor! No resisto más». Y escuchó esta respuesta: «Compórtate como fray Bernardo de Corleone». Entonces, tomó al fraile como modelo y, con la ayuda de su formador Juan de Orsomarso, que le animó en todo momento, profesóen 1691, habiendo encomendado su vocación a María. Lo encaminaron a la vida sacerdotal, cursó estudios teológicos y en 1700 fue ordenado sacerdote en la catedral de Cassano Jonio.

Destinado a predicar, supo llegar al corazón de las pobres gentes, campesinos y pastores en su mayoría, que malvivían trabajando de sol a sol, mientras los beneficios iban a parar a los señores. Les hablaba del amor de Dios con un mensaje sencillo, comprensible, despojado de retóricas y artificios, en conformidad con el espíritu franciscano. Obtuvo muchas conversiones. Fueron treinta y ocho años los que pasó predicando cuaresmas, ejercicios espirituales, misiones populares, etc., por muchas regiones de Italia, pasando por encima de penalidades y contratiempos. No se amilanaba a la hora de defender a los débiles. Denunciaba con pasión los abusos que cometían contra ellos lesionando sus derechos esenciales, y reclamaba a las autoridades civiles y a miembros de la nobleza el trato justo que merecían. Fue un gran confesor y pacificador. En el púlpito no le temblaba el pulso a la hora de condenar la gravedad de la conducta de los pecadores, aunque en el confesionario acogía a los penitentes con misericordia y piedad.

Hizo de su celda un centro de consulta para los que demandaban su consejo, que eran de todas las clases y condiciones sociales: la nobleza y el clero también acudía a él. Dirigió espiritualmente a religiosos y religiosas. Notable fue la atención que tuvo con el VIII príncipe de Bisignano,Giuseppe Leopoldo Sanseverino, siendo autorizado por Benedicto XIII para que residiera en el palacio a efecto de poder confortarle espiritualmente. Contando con la ayuda deSanseverino, Ángelimpulsó la construcción del convento de capuchinas en Acri, donde ingresaría la hija de este noble,sor María Ángela del Crucificado.

El santo aceptó por obediencia las misiones que se leencomendaron: maestro de novicios, guardián, visitador, definidor, ministro provincial y pro-visitador general. Fue un gran humanista y poeta, un excelso religioso agraciado con dones extraordinarios: milagros, profecía, bilocación, dirección y penetración de conciencias, éxtasis y curaciones. Murió en Acri el 30 de octubre 

¿Por cuál puerta quiero entrar?

Santo Evangelio según san Lucas 13, 22-30. Miércoles XXX del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, dame las fuerzas suficientes para entrar por las puertas que me vas poniendo en mi camino.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 13, 22-30

En aquel tiempo, Jesús iba enseñando por ciudades y pueblos, mientras se encaminaba a Jerusalén. Alguien le preguntó: “Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?”.

Jesús le respondió” “Esfuércense por entrar por la puerta, que es angosta, pues yo les aseguro que muchos tratarán de entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante de la mesa y cierre la puerta, ustedes se quedarán afuera y se pondrán a tocar la puerta, diciendo: ‘Señor, ábrenos’. Pero él les responderá: ‘No sé quiénes son ustedes’. Entonces le dirán con insistencia: ‘Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas’. Pero él replicará: ‘Yo les aseguro que no sé quiénes son ustedes. Apártense de mí, todos ustedes los que hacen el mal’. Entonces llorarán ustedes y se desesperarán, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes se vean echados fuera. Vendrán muchos del oriente y del poniente, del norte y del sur, y participarán en el banquete del Reino de Dios.

Pues los que ahora son los últimos, serán los primeros; y los que ahora son los primeros, serán los últimos”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Centremos nuestra mirada en la puerta angosta y preguntémonos si realmente queremos entrar por ella. Quién ha dicho que ser cristiano es fácil, quién ha dicho que el cristianismo se vive de una manera light. Los bautizados no estamos llamados a entrar por la puerta ancha, aquella que es mucho más fácil y asequible pero que, al fin y al cabo, lleva a la entrada de la perdición. Decía un santo: «trabajemos como si todo dependiera de nosotros con la conciencia de que todo depende de Dios».

El Señor jamás nos dejará solos, pues sabe muy bien por cuál puerta hemos de entrar; sabe perfectamente el tamaño por la cual cabemos nosotros, pues es Él quien nos da esa puerta. Tengamos claro que siempre estará allí para darnos la mano si fuera necesario.

Preguntémonos cada uno, ¿qué clase de puerta estoy buscando yo en mi vida? El mundo nos presentará muchas puertas, pero depende de nosotros cuál de ellas escogemos, si aquellas que son con marcos dorados, enchapados con oro y plata, o aquellas con marcos de madera vieja y pequeñas, que muchas veces son las que nos llevan a la salvación eterna.

«Pero Jesús invierte la pregunta, que se centra más en la cantidad, es decir, “¿son pocos?” y en su lugar coloca la respuesta en el nivel de responsabilidad, invitándonos a usar bien el tiempo presente. En efecto, dice: “Esforzaos por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán”. Con estas palabras, Jesús deja claro que no se trata de una cuestión de número, ¡no hay “un número cerrado” en el Paraíso! Sino que se trata de cruzar el paso correcto desde ahora, y este paso correcto es para todos, pero es estrecho. Este es el problema. Jesús no quiere engañarnos diciendo: “Sí, tranquilos, la cosa es fácil, hay una hermosa carretera y en el fondo una gran puerta”. No nos dice esto: nos habla de la puerta estrecha. Nos dice las cosas como son: el paso es estrecho. ¿En qué sentido? En el sentido de que para salvarse uno debe amar a Dios y al prójimo, ¡y esto no es cómodo! Es una “puerta estrecha” porque es exigente, el amor es siempre exigente, requiere compromiso, más aún, “esfuerzo”, es decir, voluntad firme y perseverante de vivir según el Evangelio».

(Ángelus de S.S. Francisco, 25 de agosto de 2019).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy me esforzaré por entrar por aquella puerta que no quiero pero que Dios me pide, pues ella será para mí una gran bendición.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

La puerta angosta

La lucha para entrar por la puerta angosta, la única que conduce al cielo.

"Y recorría ciudades y aldeas enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén. Y uno le dijo: Señor, ¿son pocos los que se salvan?". La pregunta parece fácil, pero no lo es, pues si dice que Dios es tan bueno que todos se salvan ¿para qué molestarse en vivir una vida exigente de amor y evitar el pecado? si, en cambio, son poquísimos y nadie prácticamente se salva, ¡vivamos aprovechando los placeres del momento, olvidados del futuro! Jesús va al centro del problema y les contestó: "Esforzaos para entrar por la puerta angosta, porque muchos, os digo, intentarán entrar y no podrán".

La salvación es un don y una tarea. Sin la gracia de Dios nadie puede salvarse, pero sin el ejercicio de la propia libertad para el bien, tampoco. Aquí reside el drama de la existencia humana; saber vivir de acuerdo con una libertad amante y rechazar la libertad esclava del pecado. Esta es, en resumen, la lucha para entrar por la puerta angosta, la única que conduce al cielo- "Una vez que el dueño de la casa haya entrado y cerrado la puerta, os quedaréis fuera y empezaréis a golpear la puerta, diciendo: Señor, ábrenos. Y os responderá: No sé de dónde sois. Entonces empezaréis a decir: Hemos comido y hemos bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas. Y os dirá: No sé de dónde sois; apartaos de mí todos los que obráis la iniquidad. Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham y a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras que vosotros sois arrojados fuera. Y vendrán de Oriente y de Occidente y del Norte y del Sur y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios. Pues hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos"(Lc)

La velada alusión a los fariseos y a los escribas queda reforzada por la apertura del reino a todos los hombres de todos lo pueblos. El amor a la patria de los padres, y la conciencia de ser un pueblo elegido por Dios, no puede llevar a la exclusión de otros pueblos del Dios, creador y redentor de todos los hombres, sea cual sea su raza y condición.

La esperanza es como el aire que respira el cristiano

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta. 29 de octubre de 2019

La esperanza es como echar el ancla a la otra orilla. El Papa Francisco utilizó esta imagen en su reflexión para exhortar a la gente a vivir "en tensión" hacia el encuentro con el Señor, puesto que de lo contrario se termina siendo corruptos y la vida cristiana corre el riesgo de convertirse en una "doctrina filosófica". El Santo Padre comenzó a partir de la Primera Lectura propuesta por la liturgia del día que corresponde a la Carta de San Pablo a los Romanos (Rm 8, 18-25), en la que el Apóstol "canta un himno a la esperanza".

Vivir en tensión hacia la revelación del Señor
Seguramente, "algunos de los Romanos" habrán ido a quejarse y Pablo los exhorta a mirar hacia adelante: "Tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse", dijo y después también habla de la Creación que "tiende" hacia la revelación. De ahí que el Papa haya subrayado que "ésta es la esperanza: vivir en tensión hacia la revelación del Señor, hacia el encuentro con el Señor".

Asimismo Francisco destacó que puede que haya sufrimientos y problemas, pero "esto es mañana", mientras que hoy "tú tienes el anticipo" de esa promesa que es el Espíritu Santo que "nos espera" y "trabaja" ya desde este momento. En efecto, la esperanza es "como echar el ancla a la otra orilla" y pegarse a la cuerda. Y "no sólo nosotros", sino que toda la Creación "en la esperanza será liberada", entrará en la gloria de los hijos de Dios. De modo que también nosotros, que poseemos las "primicias del Espíritu", el anticipo, "gemimos interiormente en espera de la adopción".

Sin esperanza no hay fe
La esperanza es vivir en tensión, siempre, sabiendo que no podemos hacer el nido aquí: la vida del cristiano está "en tensión hacia". Si un cristiano pierde esta perspectiva, su vida se vuelve estática y las cosas que no se mueven se corrompen. Pensemos en el agua: cuando el agua está quieta, no corre, no se mueve, se corrompe. Al cristiano que no es capaz de estar en tensión hacia la otra orilla, le falta algo: terminará corrupto. Para él, la vida cristiana será una doctrina filosófica, la vivirá así, dirá que es fe pero sin esperanza no lo es.

La más humilde de las virtudes
El Papa Francisco observó después cuán "difícil es comprender la esperanza". Si hablamos de la fe, nos referimos a "la fe en Dios que nos creó y en Jesús que nos redimió y rezamos el Credo y sabemos cosas concretas sobre la fe". Si hablamos de caridad, se trata de "hacer el bien al prójimo, a los demás, muchas obras de caridad que se hacen al otro". Pero es difícil comprender la esperanza: es "la más humilde de las virtudes" que "sólo los pobres pueden tener".

Si queremos ser hombres y mujeres de esperanza, debemos ser pobres, pobres, no apegados a nada. Pobres. Y abiertos hacia la otra orilla. La esperanza es humilde, y es una virtud que se trabaja – por decirlo así – todos los días: todos los días es necesario volver a tomarla, todos los días debemos tomar la cuerda y ver que el ancla está fija allí y que yo la tengo en la mano; todos los días es necesario recordar que tenemos el anticipo, que es el Espíritu que trabaja en nosotros con las cosas pequeñas.

La esperanza tiene necesidad de paciencia
Para hacer comprender cómo vivir la esperanza, el Papa se refirió después a la enseñanza de Jesús en el pasaje del Evangelio de hoy (Lc 13, 18-21) cuando compara el Reino de Dios con el grano de mostaza arrojado al campo. "Esperemos que crezca", no vamos todos los días a ver cómo va, porque de lo contrario "nunca crecerá", señaló Francisco refiriéndose a la "paciencia" porque, como dice Pablo, "la esperanza tiene necesidad de paciencia". Es "la paciencia de saber que nosotros sembramos, pero es Dios quien hace crecer". "La esperanza es artesanal, pequeña" – prosiguió – "es sembrar un grano y dejar que la tierra la haga crecer.

Además, para hablar de la esperanza, Jesús en el Evangelio de hoy utiliza también la imagen de la "levadura" que una mujer tomó y mezcló en tres medidas de harina. Una levadura que no se guarda en la nevera, sino que “se amasa en la vida", de la misma manera que el grano va bajo tierra.

El aire de la esperanza
Por eso, la esperanza es una virtud que no se ve: trabaja desde abajo; nos hace ir y mirar desde abajo. No es fácil vivir en la esperanza, pero yo diría que debería ser el aire que respira un cristiano, el aire de la esperanza; de lo contrario, no podrá caminar, no podrá seguir adelante porque no sabe adónde ir. La esperanza – esto sí es verdad – nos da seguridad: la esperanza no defrauda. Jamás. Si tú esperas, no te decepcionarás. Debemos abrirnos a esa promesa del Señor, inclinándonos hacia esa promesa, pero sabiendo que hay un Espíritu que trabaja en nosotros.

¿Por qué es tan difícil perdonar?

Para perdonar tenemos que elevar nuestra memoria a un nivel superior, reemplazando el recuerdo doloroso por las palabras de Jesús

Una de las pruebas más difíciles que se enfrentan en la vida es la constatación de que se es incapaz de perdonar a alguien que nos lastimó. Jesús nos dio un ejemplo de esa actitud cuando relató la parábola del hijo pródigo que malgastó su herencia.

Cuando a este jóven se le acabó todo el dinero y empezó a pasar necesidad en una tierra donde había sobrevenido un hambre extrema, decidió volver a su padre, pedir perdón y solicitar ser tratado como a uno de sus jornaleros. El padre misericordioso, que nunca dejó de amar a su hijo, lo perdonó en el acto y le devolvió su lugar en la casa, como su hijo.

Pero el hermano mayor, que había permanecido fiel a su padre, se quejó. Estaba celoso de la fiesta que se había organizado en honor de su hermano pródigo.

Al hermano mayor le pareció completamente injusto que su padre honrara a ese hermano descarriado, mientras que a él nunca lo había recompensado por su lealtad y su trabajo. En lugar de alegrarse por la conversión y el regreso de su hermano, el mayor se irritó y se entristeció, y se negó a entrar en el banquete.

El padre le explicó por qué debía alegrarse: porque el hijo que estaba perdido había vuelto. En ese momento, el hermano mayor tuvo que elegir. ¿Haría caso a la súplica de su padre y se uniría a su alegría, o se encerraría en sí mismo y en su tristeza autocompasiva? ¿Iba a aceptar reconciliarse con su hermano, aunque no fuera más que por amor a su padre, o se retiraría amargado y con el corazón endurecido?

Jesús no nos contó cuál fue la reacción del hermano mayor. Tal vez quería que reflexionáramos sobre cuál sería nuestra reacción, ya que es una opción que todos, tarde o temprano, vamos a tener que hacer.

Sea porque tenemos a un alcohólico en la familia, o un ser querido se hace adicto a las drogas, o un cónyuge nos es infiel o un amigo nos traiciona, todos, en algún momento, nos enfrentaremos con la opción de perdonar a quien nos hirió, incluso si esa persona no nos pide perdón.

El único remedio veraz para curar ese tipo de sufrimiento es perdonar a quien nos hirió. Por eso es que Jesús nos regaló el “Padrenuestro”.

Si nosotros no perdonamos a los demás, cada vez que rezamos el Padrenuestro, ¡estamos pidiendo a Dios que no nos perdone las ofensas que hacemos contra Él! Jesús también nos dio Su propio ejemplo en la Cruz cuando dijo: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”.

¿Por qué es tan difícil perdonar y olvidar?

Yo lo llamo “vivir en el recuerdo”. Cuando nuestra Fe y nuestra Esperanza son débiles, podemos vivir inmersos en un recuerdo triste.

Durante años revivimos y reavivamos ese momento de dolor y enojo, hasta que se nos deforma el alma y se nos endurece el corazón.

En ese estado, empezamos a justificar todas nuestras debilidades por esa experiencia dolorosa que recordamos una y otra vez.

A esa altura, es imposible ver las propias faltas con humildad y tratar de cambiar nuestra conducta indeseable para bien. Al final, un día nos percatamos de que estamos atrapados en un ciclo sin fin de frustración, enojo y tristeza.

Esa es una situación peligrosa ya que, a menos que rompamos ese patrón, todo lo que nos suceda cada día será un recuerdo de ese incidente que nos lastimó tanto.

La tensión va a ir en aumento hasta que la vida entera se va a ver destruida por frustraciones que no existen. Es fácil imaginarse al hermano mayor cargado de amargura contra su hermano descarriado durante mucho tiempo.

Si eligiera rechazar la alegría de la reconciliación y el sacrificio, cosecharía solamente tristeza y tormentos. Se estaría cargando sobre las espaldas ese rencor cada vez que viera a su hermano. Pero sería la opción que él mismo escogió la que le causaría tristeza.

¿Cuál es la solución? ¿Cómo logro perdonar?

Sin duda, perdonar no es hacer de cuenta que no tenemos problemas ni sentimientos, ni que nunca hubo ofensa. No se pueden enterrar los sentimientos ni los recuerdos a costa de una gran fuerza de voluntad. Eso no sirve.

No, la respuesta requiere de un enfoque completamente distinto. Debemos usar esos sentimientos que nos provocan dolor como una oportunidad para imitar al Padre, nuestro Dios Compasivo, Misericordioso y Amante, que hace salir el sol sobre justos e injustos.

Tenemos que empezar a ver lo sucedido como algo que Él permitió que pasara para nuestra santificación, para hacernos santos según nuestra reacción ante ese acontecimiento doloroso.

En lugar de tratar de hacer de cuenta que no nos sentimos heridos, tenemos que elevar nuestra memoria a un nivel superior, reemplazando el recuerdo doloroso por las palabras de Jesús o por algún incidente de Su vida.

La memoria, una de nuestras facultades mentales, es un regalo precioso que nos dio Dios. Pero debe ser usada correctamente. La memoria debe considerarse un depósito tremendo donde podemos guardar todo lo que nos relatan los Evangelios acerca de Jesús y Su vida, llenando el lugar con Oración, Escrituras y los Sacramentos.

Cada vez que recordamos una ofensa pasada, debemos reemplazar el recuerdo con palabras de Jesús, trayendo a la memoria los episodios en que Él perdonó, y cómo utilizó cada oportunidad para dar Honor y Gloria a Su Padre.

Entonces, cuando aparezca un recuerdo inquietante, podemos “cambiar de carril” hacia un pensamiento diferente: uno centrado en Jesús. Esto va a lograr que nuestra memoria se eleve por sobre las cosas de este mundo, y empiece a vivir en la Palabra de Dios.

Sin embargo, este proceso de sustituir un mal recuerdo por buenos pensamientos puede utilizarse incorrectamente. Si se realiza en una esfera completamente natural, puede ayudar a cambiar el pensamiento, pero nunca nos va a provocar un cambio de vida que nos acerque a la unión con Dios.

Por ejemplo: un colega nos ofende con un comentario antipático. Uno permanece callado, pero las palabras que dijo nos queman por dentro como el fuego. Hay quienes nos aconsejarán salvar esta situación a través del “pensamiento positivo”, o mediante alguna técnica como la formación de una imagen mental de una flor que flota en un lago espejado.

Esto puede cambiar el patrón de pensamiento y calmar los ánimos, pero no nos va a hacer semejantes a Jesús. No, no es esa la manera de proceder.

Jesús es el centro del perdón

Es Jesús quien debe ocupar el centro de nuestras facultades mentales. Jesús es el Camino a seguir para controlar nuestra memoria y nuestra imaginación. Es Jesús la Verdad que nos ayuda a elevar nuestro entendimiento por encima de nuestra limitada capacidad para ver los Misterios de Dios. Y Jesús es la Vida a través de la cual se fortalece nuestra voluntad para superar los más grandes obstáculos.

Como cristianos, debemos luchar por vivir una vida santa, la vida de un hijo de Dios –no simplemente una “buena” vida como meras criaturas de Dios-.

Es solamente a través de Jesús que podemos elevarnos de una vida de imperfección o tristeza o amargura a una vida de santidad y esperanza y alegría.

Dios siempre saca cosas buenas de toda situación para quienes lo aman, si no en esta vida, en la otra.

Cuando ponemos nuestra confianza en nuestro Dios Amor, todas nuestras penurias pueden convertirse en escalones que nos lleven al Cielo.

¿Cómo superar la muerte de un ser querido?

Dios se llevó mi tesoro más preciado ¿Cómo afronto esto?

Eran las 5.30 de la madrugada, de ese 08 de septiembre del 2016. La noche anterior, había visitado un pueblo (Ataco, Ahuachapán, El Salvador), en el que tradicionalmente se celebra una fiesta llamada “Los Farolitos”: una fiesta colorida, alegre y en la que el tiempo se va volando… en efecto, regresé a la parroquia a las 02:00 am.

Normalmente dejo mi celular en silencio, para que ningún mensaje o llamada me despierten. Pero esa madrugada no me despertó el ruido de un celular… sino el ruido DE LA PUERTA DE MI CUARTO ABRIÉNDOSE ESCANDALOSAMENTE. Era el párroco con quien trabajo, P. David (Catedral de Santa Ana, El Salvador), que literalmente irrumpió  en mi cuarto ante mi sorpresa y asombro.

La noche anterior había recibido una llamada de mi hermana: “Jorge, mi mami está un poco delicada. Vamos a ingresarla a la clínica. Reza por ella”. Entonces, cuando el párroco entró a mi cuarto, me miró y me dijo: “Vengo a darte una mala noticia”. Yo sabía perfectamente de qué (o más bien de quién) se trataba. Le quité la palabra y le dije: “¿Mi mamá verdad?”; él dijo, “si”.

Fue un tanto gracioso, ahora que lo veo en retrospectiva… porque no estoy seguro qué sentí en ese momento. No eran ganas de llorar… no era tristeza… tampoco era alegría, obviamente. Era una especie de “estado de suspensión”. Me levanté, me bañé, me fui a rezar a la iglesia, y al volver a mi cuarto le llamé por teléfono a Karlita Estrada, mi mejor amiga. Le comenté lo que había pasado y al escucharla a ella sí lloré un poco. Quizá era más por escucharla a ella, que por mi mamá. Y es que… desde que Dios me regaló a mis dos mejores amigos, todos los días en la Santa Misa le pedí a Dios una gracia: Señor, cuando mi mamá o mi papá se vayan de este mundo, te pido QUE MIS HERMANOS (Samuel y Karlita, es decir, mis dos mejores amigos) O UNO DE ELLOS, ESTÉ CONMIGO. Dios me concedió esa gracia. Karla estaba cerca. Les explico lo increíble. Ambos están en el extranjero: Samuel (el Padre Sam) está en México, y Karla estaba en ese momento en Francia, pero había venido de vacaciones e increíblemente se iba el sábado 10. Un detallazo de Dios.

Me puse en camino hacia mi casa, me acompañaba un hermano sacerdote, que ha sido y sigue siendo un modelo y un maestro para mí. En el camino, rezamos el rosario, pedimos por mi mamá, y nos encaminamos a mi casa, donde sería el velorio, para preparar todos los detalles.

Cuando vi el cuerpo sin vida de mi madre… sentí un poco de nostalgia… fue increíble. Esa mujer, todo el tiempo llena de vida, que me esperaba cada semana en casa, que me hacía sentir su calor de madre cuando me abrazaba… ahora yacía ahí, en esa cama, fría, pálida… ya no estaba. Le di un beso en su frente y después la colocamos en la caja donde la tendríamos.

Es muy difícil, emocionalmente, controlarse en situaciones como esa. Yo soy el menor de mis hermanos (somos 12) y soy el único religioso. En ese momento, típicamente de ser “el niño de la casa, el chimpe (decimos en mi país, El Salvador) el menor, pues, pasé a ser el hermano mayor. El hermano que tenía que dar palabras de consuelo, el hermano que tenía que fortalecer –como le tocó a san Pedro después que Jesús murió– a los demás. Sin embargo, a pesar del desconsuelo, del desánimo, todos mis hermanos y mi papá tenían algo muy claro en su mente: Dios había querido llevársela, y sabíamos que estaba (y nosotros también lo estábamos) en manos de Él.

Algunos días después, le pregunté a mi papá cómo se sentía… ¡llevaban 52 años de casados! Me respondió, sereno, y con mucha seguridad: “La extraño. Pero llevaba varios días enferma… y no podía soportar verla sufrir. Ahora ella descansa en Dios”. Definitivamente, SOLO DIOS DA ESA PAZ.

Dios nunca me dejó solo. Muchísimos amigos, amigas, familiares, me acompañaron en la vela. Me acompañaron alrededor de 87 sacerdotes en el transcurso del velorio y el funeral, e incluso en el momento del entierro de mi madre, habíamos 4 sacerdotes acompañando.

Quisiera compartir 3 detalles en torno a la muerte de mi mamá y el por qué yo no tuve razón para llorar en su velorio y su funeral. 

1. Mi madre me contó alguna vez que ella siempre le había pedido dos gracias al Señor antes de morir: la primera, no morir sin antes verme ordenado sacerdote. La segunda, morir en una fiesta de la Virgen. ¿Adivinen qué? Dios le concedió ambas. Ella perteneció toda su vida a la Legión de María, y fue premiada con ello. Me vio y (me) disfrutó dos años como sacerdote, y Dios la llamó un 08 de septiembre, fiesta de la Natividad de Nuestra Madre María. En resumen, Dios tenía ya todo planeado para ella. ¿Por qué sentirme triste ante esto?

2. Dios de algún modo me preparó espiritualmente para la muerte de mi madre. Desde el 16 de agosto, en el clero de mi diócesis se dio un fenómeno un tanto inusual… comenzaron a morirse los familiares de algunos sacerdotes… en dos semanas, fallecieron familiares de 5 sacerdotes (en orden: mamá, papá, hermana, hermano) antes de la muerte de mi mamá. Cuando falleció el 4to, en ese orden, un día mientras rezaba sentí que Dios me dijo: prepárate porque seguís vos. Dos días antes de su muerte, le dije a mi mamá: “Mami, me da miedo que Dios se la quiera llevar, se están muriendo los familiares de los curas”.A lo que ella tranquilamente me respondió: “Si eso es lo que Dios quiere, vos y yo tenemos que ser felices”. Por tanto, cuando supe la noticia de su partida, no sentí, como ya dije, tristeza, ni dolor… Dios ya había preparado mi corazón.

3. Mi mamá fue una fiel devota del rezo del santo Rosario toda su vida. Una mujer de oración, y no lo digo porque sea mi madre, lo digo porque es la verdad. Y ¿cuál fue el premio por esto? Mi mamá tuvo el auxilio de los sacramentos en sus últimos días (¡Faltaba más, tiene un hijo sacerdote!), en su velorio aparte de muchísima gente que acompañó, -como ya he mencionado- nos visitaron alrededor de 87 sacerdotes. Tuvimos 3 eucaristías dentro del velorio, aparte del funeral, en el que participamos alrededor de 30 sacerdotes… y así podría mencionar cientos de regalos y gracias que Dios nos dio tanto a ella, como a la familia… en resumidas cuentas… recemos, amemos y hagámonos devotos del santo Rosario.

¿Tenía alguna razón para llorar? Humanamente sí dolió, siempre hay un duelo; pero de la mano de Dios todo adquiere sentido y se vive en paz. Es lógico, perder a un ser querido, y más a tu madre, es algo sumamente duro. Es una pérdida irreparable. Bien dice el dicho “madre, solo hay una”. Y los católicos tenemos dos: la terrenal y la del cielo, nuestra Madre Santísima. Por tanto, humanamente, sí había razón.

Pero ¿Por qué no me sentí triste? En primer lugar porque NUNCA ESTUVE SOLO. Dios no me dejó solo, porque Dios me mando uno de mis dos ángeles en la vida, Karlita, que me apoyó y estuvo ahí. Además de muchísimos amigos, hermanos, compañeros que estuvieron pendientes. Y no me sentí triste por una sencilla razón: Dios la quería a ella allá. Para que desde allá, ella realice dos tareas: Rezar e interceder por mí; y prepararme un lugar a donde  llegar. Solo puedo decir: “Señor, Gracias infinitas por regalarme una madre santa”.

Si usted ha perdido a un ser querido, en verdad lo lamento, y lo entiendo. Pero TENGA FE. ESE SER QUERIDO, ESTÁ GOZANDO DE DIOS. Dios les bendiga

¿Por qué el culto a los Santos?

¿Por qué la iglesia venera tantos santos?

¿Por qué el culto a los santos?

Esta objeción completa la anterior. Muchos protestantes objetan no sólo el hacer imágenes sino el rendir cualquier tipo de culto a los santos. Hemos separado las respuestas para que quede más claro. He aquí algunas cartas que he recibido sobre este tema:

A pesar de haber leído las explicaciones referentes al culto a los Santos, siempre tengo algunas dudas al respecto. La primera es que, a través de este tipo de culto, podemos perder la atención de nuestro centro que es Cristo. Fácilmente, mucha gente cae en la petición de favores a los Santos como en una especie de acto supersticioso (...) Además, siempre me ha parecido que el culto a los Santos no es otra cosa que una especie de “sincretismo” que se ha producido luego de siglos de historia, en que la propagación del Evangelio se ha ido topando con pueblos cuyas mitologías estaban plagadas de deidades menores, a las cuales se le erigían templos en donde sus fieles realizaban sacrificios a fin de tenerlos propicios. ¿No es esto lo que se produce con los Santos hoy en día? J. C. (Chile)

Otra:
Quiero preguntarle por qué la iglesia venera tantos santos. ¿No se supone que a Dios es al único que hay que adorar?

Otra:

Hermano: si usted le reza a una virgen, le reza a una virgen muda. El único mediador entre Dios y los hombres es Jesucristo.

Estas objeciones repiten algo que ya hemos respondido en el punto anterior, añadiendo otros pormenores. Tratemos de responder.

Al hermano que nos enseña que sólo hay un mediador entre Dios y los hombres, no sólo le doy la razón sino que lo felicito porque está afirmando exactamente lo que enseña la Iglesia católica: sólo hay un mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo. Los santos que la Iglesia católica venera (venerar es honrar, y supongo que la persona que me escribe me entenderá, pues ella misma, si es buena cristiana, debe honrar a sus padres y abuelos) no son considerados como mediadores alternativos o independientes de Jesucristo, sino como buenos amigos e incluso en algún caso (la Virgen María) como familiar de Jesucristo (no creo que se anime a negar esto, al menos con la Biblia en la mano, puesto que allí Ella es llamada “la madre de Jesús”, “toma al niño –Jesús– y a su madre”, como le dice el ángel a José); y por tanto se les pide que intercedan ante él. Creemos que Ella sigue haciendo lo que hizo en Caná: enviar a los hombres a su Hijo y decirles que hagan lo que él les dice (cf. Jn 2,5).

Los santos que están en el Cielo, a quienes verdaderamente rezamos y honramos (sus imágenes, como ya dije antes, son un simple recordatorio como las fotos de nuestros abuelos –no creo que alguien crea tener a su abuelo encerrado en un álbum–) no son mudos, pues el libro del Apocalipsis, cuando habla de los santos que asisten al trono del Cordero, dice que ellos cantan un cántico nuevo delante del trono (cf. Ap 14,3). Y se puede leer su hermoso cántico en Ap 19,6-8.

Respecto a la veneración de María Santísima, hemos de suponer que Jesús cumplió más que ningún otro el mandamiento de “honrar a los padres”, por tanto, honró a su Madre, la cual es María. Nosotros simplemente intentamos imitarlo en esta honra.

En cuanto a los demás santos, sus imágenes, no cumplen otra función que recordarnos que esas personas fueron capaces de imitar a Jesús y que nos vamos a salvar si hacemos lo que hicieron ellos (imitar a Jesús); y como sabemos que están en el Cielo (lo dice el Apocalipsis cuando habla de la multitud de santos que asisten al trono del Cordero) y que sus oraciones suben a Dios como incienso (lo que también dice el Apocalipsis 5,8; 8,3-4) les pedimos que en esas oraciones nos tengan presentes a nosotros.

Si la idea de nuestros interlocutores protestantes acerca del “culto católico a los santos” es otra, debemos aclararles que lo que acabo de exponer es lo que pueden encontrar leyendo los documentos de la Iglesia, como por ejemplo, el Catecismo de la Iglesia católica.

Esto no quita que algunas personas, católicas de nombre, tengan una actitud confusa respecto de la veneración que merecen las imágenes y los santos en general. Ignorancia de la propia religión siempre ha habido y los mismos apóstoles en los Evangelios discutían de cosas que fastidiaban al Señor. Pero no es ésa la doctrina de la Iglesia . Si algún católico venera una imagen de manera supersticiosa, no lo hace por ser católico sino a pesar de lo que enseña la Iglesia. También entre los protestantes hay quienes confunden cosas elementales de su fe; pero no podemos juzgar el luteranismo, o el calvinismo o el anglicanismo por lo que erróneamente piensa algún luterano o calvinista singular.

El culto de veneración a los santos se remonta a los comienzos de nuestra fe. En los más antiguos documentos de la literatura cristiana aparece que ya en los primeros tiempos de la Iglesia se tributaba un culto a los mártires y a sus reliquias. En el s. IV se añadió el culto a los Obispos que sobresalieron por la santidad de su vida, y muy pronto también el de los anacoretas y otros fieles que con su vida de grande austeridad imitaron de algún modo a los mártires. La Iglesia al canonizarlos (o sea, al ponerlos de modelo, de canon) da testimonio y sanciona que estos hombres y mujeres ejercitaron las virtudes de un modo heroico, y que actualmente gozan de Dios en el cielo. De esta forma ellos se convierten para los creyentes en un modelo de santidad y en intercesores en favor nuestro.

Alguno me ha dicho que no necesitamos otro modelo de santidad que el modelo perfectísimo que nos da Jesús. Sería una afirmación que equivale a lo que dice quien nos escribe que Cristo es el único camino. Esto es verdad, pero no significa que no haya habido hombres y mujeres que, transitando el único camino que es Cristo, puedan a su vez transformarse para nosotros en ejemplo del seguimiento de Jesús. Así lo afirma San Pablo: Para mí la vida es Cristo, y la muerte es una ganancia... Hermanos, seguid mi ejemplo y fijaos también en los que viven según el ejemplo que nosotros les hemos dado a ustedes (Fil 1,21 y 3,17). Y a Timoteo le escribe: Seguid mi ejemplo como yo sigo el ejemplo de Cristo Jesús (1Tim 1,16). En estos textos vemos claramente que Pablo se pone a sí mismo y a otros como ejemplos de seguidores de Cristo, e incita a los creyentes a ser sus imitadores, como ellos lo son de Cristo.

La veneración singular a María (veneración que, para distinguirla de la que reciben los demás santos se denomina “de hiperdulía”, mientras que la veneración u honra que se tributa a aquéllos se denomina “dulía”, y el culto propio de Dios “latría”) está profetizada por el mismo Evangelio; San Lucas pone en boca de María en casa de Isabel: en adelante todos los hombres me llamarán bienaventurada (Lc 1,48). No podemos entender, entonces, por qué algunos protestantes nos condenan cuando la llamamos “bienaventurada”, pues no es otra cosa el honrarla o venerarla.

Pablo en Filipos: “La entrada del Evangelio en Europa”

Palabras del Papa en español

OCTUBRE 30, 2019 10:29 LARISSA I. LÓPEZAUDIENCIA GENERAL

(ZENIT – 30 oct. 2019).- El Santo Padre ha meditado sobre los tres acontecimientos que caracterizan el episodio de la llegada de Pablo a la ciudad de Filipos, colonia romana de Macedonia y, por tanto, “la entrada del Evangelio a Europa”.

Hoy, 30 de octubre de 2019, en la audiencia general, el Papa Francisco ha retomado el ciclo de catequesis en torno al Libro de los Hechos de los Apóstoles.

Hospitalidad de Lidia

El primero de ellos es el Bautismo de Lidia, una mujer creyente a la que Dios por obra del Espíritu abrió su corazón “para que aceptara la enseñanza de Pablo”. Esta apertura le permitió acoger a Cristo “mediante el Bautismo, junto a toda su familia, y abrió su casa a los demás Apóstoles”.

Así, señala el Papa, esta hospitalidad de Lidia “nos recuerda la acogida y el servicio que caracterizaban a las mujeres que acompañaban a Jesús y a los Apóstoles” y “gracias a esta acogida femenina florecieron las domus ecclesiae, las iglesias domésticas, entre los primeros cristianos”.

Pablo y Sila en la cárcel

En segundo lugar, Francisco se refirió al momento en el que Pablo y Silas fueron denunciados por los dueños de una esclava que podía adivinar lo que pasaba, a la que los Apóstoles exorcizaron.

Durante su estancia en la cárcel, en lugar de lamentarse alababan a Dios y “Él los salvó mediante un terremoto que sacudió la prisión y rompió las cadenas que los ataban”.

Conversión del carcelero

Finalmente, el Pontífice se refirió a la conversión y el Bautismo del carcelero y de toda su familia. “Él creyó en el Señor Jesús, junto a toda su familia, acogió a los apóstoles en su casa, les lavó las heridas y recibió el Bautismo. Después, lleno de alegría por haber creído en Dios preparó la mesa y celebraron una fiesta”, relató.

Y concluyó diciendo “en medio de la noche, para el carcelero y su familia brilló la luz de Cristo, se rompieron las cadenas del corazón y experimentaron una alegría indescriptible”.

OCTUBRE 30, 2019 10:29 AUDIENCIA GENERAL

PAXTV.ORG