En el cielo habrá más alegría por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos

Prosdócimo de Padua, Santo

Obispo, 7 Noviembre

Primer Obispo de Padua

Martirologio Romano: En Padua, de la región de Venecia, san Prosdócimo, a quien se tiene por el primer obispo de esta Iglesia.

Breve Biografía

Según una piadosa tradición, san Prosdócimo, primer obispo de Padua, fue enviado por el apóstol san Pedro a anunciar la buena nueva en tierras euganeas.

Santo patrón de la ciudad de Euganean, y también, según la opinión de muchos estudiosos, probable evangelizador de la Venecia occidental entera.

Santa Justina, Virgen y Mártir, fue convertida y bautizada por San Prosdocimo, siendo este un claro ejemplo de la labor apostólica del santo Obispo de Padua

La clave de la santidad

Santo Evangelio según san Lucas 15, 1-10. Jueves XXXI del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Dame la gracia, Señor, de hacer una experiencia…, una experiencia real de tu amor.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Lucas 15, 1-10

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: "Este recibe a los pecadores y come con ellos".

Jesús les dijo entonces esta parábola: "¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y se le pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se le perdió hasta encontrarla? Y una vez que la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría y al llegar a su casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: “Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido”. Yo les aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos, que no necesitan convertirse.

¿Y qué mujer hay, que, si tiene diez monedas de plata y pierde una, no enciende luego una lámpara y barre la casa y la busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas y les dice: 'Alégrense conmigo, porque ya encontré la moneda que se me había perdido'. Yo les aseguro que así también se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte".

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

En este pasaje, Jesús nos muestra un rasgo muy característico de su Corazón: la Misericordia. La parábola de la oveja perdida nos enseña que Jesús nos perdona siempre, es más, está ansioso de que le pidamos perdón, de que acudamos a Él en busca de su amor. Nuestro Señor Jesús jamás se va a cansar de bajar hasta nosotros, por muy sucios y llenos de barro que estemos, para limpiarnos, levantarnos y ayudarnos a seguir adelante.

A veces nos sentimos mal, porque caemos mucho, porque nos ensuciamos mucho del barro del pecado. Pero, realmente, a Jesús le da igual cuántas veces caigamos, lo importante es que cada vez acudamos a Él para que nos levante.

Los santos no son los que no se ensucian, ni los que no caen. La única diferencia entre uno que es santo y otro que no, es que el santo siempre se dejó ayudar por Jesús cada vez que cayó y siempre siguió adelante, nunca se cansó de caer ni se quedó sumido en su miseria, sino que confió siempre en la Misericordia del Corazón del Padre.

«¿Cómo podemos derrotar el mal? Aceptando el perdón de Dios y el perdón de nuestros hermanos. Pasa cada vez que nos confesamos: allí recibimos el amor del Padre que vence nuestro pecado: desaparece, Dios se olvida de él. Dios, cuando perdona, pierde la memoria, olvida nuestros pecados, olvida. ¡Dios es tan bueno con nosotros! No como nosotros, que después de decir “no pasa nada”, a la primera oportunidad recordamos con intereses el mal que nos han hecho. No, Dios borra el mal, nos renueva en nosotros y así renace en nosotros la alegría, no la tristeza, no la oscuridad en el corazón, no la sospecha, sino la alegría. Hermanos y hermanas, ánimo, con Dios, ningún pecado tiene la última palabra. La Virgen, que desata los nudos de la vida, nos libera de la pretensión de creernos justos y nos hace sentir la necesidad de ir al Señor, que siempre nos espera para abrazarnos, para perdonarnos».

(Homilía de S.S. Francisco, 15 de septiembre de 2019).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Haré un examen de conciencia al final del día y dedicaré un tiempo para agradecer a Jesús por la misericordia que ha tenido conmigo.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Jesús es callejero

¿Quién no recuerda la invitación del Papa a salir a las periferias?

Las Provincias

El Papa Francisco, con esa forma tan sencilla de expresarse, está explicando el aspecto misional, apostólico, de la Iglesia, que es parte integrante importantísima de su tarea: “Id por todo el mundo y predicad a todas las gentes”

Escribo recién concluida la JMJ de Río de Janeiro. Antes vi un vídeo de casi cincuenta minutos hecho para esta ocasión, porque lleva el título en portugués aunque se puede escuchar en castellano:
Quem é o Papa Francisco. Recoge distintos aspectos de la vida del Obispo de Roma, muchos retazos de homilías. En una de ellas, he encontrado una especie de clave de muchas de las cosas que va haciendo: «Jesús es callejero», dice.

En esa forma tan sencilla de expresarse está explicando ese aspecto misional, apostólico, de la Iglesia que es parte integrante importantísima de su tarea: «Id por todo el mundo y predicad a todas las gentes», dice el encargo final de Jesús. Se ve que al Papa le preocupa la posibilidad de una Iglesia replegada sobre sí misma y nos quiere en la calle. ¿Quién no recuerda su invitación a salir a las periferias? O su empuje para que nos movamos aun a riesgo de equivocarnos. O el olor a oveja requerido a los pastores. ¿Cómo olvidar su natural parada del lugar de hospedaje antes del cónclave, con el fin de pagar? Eso se le ocurre al que está en la calle.

Pero antes de continuar, demos un rápido visionado al callejeo de Cristo. Lo podemos ver en una boda popular donde, a instancias de su Madre, convertirá el agua en vino. En otros momentos, por los caminos polvorientos de su tierra, predica la buena noticia a multitudes o a sus apóstoles; ante el asombro de todos, perdona los pecados al paralítico que curó inmediatamente después; se para fatigado en el pozo de Jacob y no se permite el descanso porque llega la mujer samaritana a la que había de convertir; en el monte, lanza esa especie de discurso programático e incomprensible de las Bienaventuranzas, incomprensible con la lógica humana, como incomprensible será la promesa de la Eucaristía hecha en la sinagoga de Cafarnaúm, tan poco inteligible y tan clara −promete su cuerpo y sangre como comida y bebida− que muchos se marchan.

Cristo callejea apretujado por las gentes, predica en el Mar de Galilea, habla con los gentiles, con los escribas y fariseos, se compadece especialmente de los necesitados en el alma o en el cuerpo: dos veces repite que tiene compasión de la muchedumbre, en una de ellas porque andan como ovejas sin pastor, mientras que en la otra es porque tienen hambre de pan. Jesús callejea por Naín para devolver vivo el hijo único muerto de una pobre viuda. Y cura ciegos, cojos, leprosos. Y cita entre los grandes milagros que los pobres son evangelizados. Callejea camino de la Cruz.

Jesús quiere en la calle a la inmensa mayoría de los cristianos, incluso a los que se recluyen en un convento, porque su oración es una fuerte inyección para la sociedad. Desde la calle, el Papa habla de inclusión en lugar de exclusión, de cultura del encuentro en vez de su contrario, de ternura que no considera a nadie un desecho: «No se dejen robar la esperanza», decía a quienes tratan de salir de la drogodependencia. El Papa no quiere cristianos buenecitos, pero escondidos por vergüenza o comodidad.

«Quiero lío en las diócesis, quiero que se salgan fuera... Quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos». Lo pedía a un numeroso grupo de argentinos. No se puede decir más claro. Me recuerda gozosamente al fundador del Opus Dei que repitió en multitud de ocasiones esta idea, puesto que llamaba a las gentes a santificar el mundo: «En medio del trabajo, sí; en plena casa, o en mitad de la calle, con todos los problemas que cada día surgen, unos más importantes que otros. Allí, no fuera de allí, pero con el corazón en Dios».

Ha insistido Francisco: «Poné a Cristo» en tu vida. En estos días, Él te espera: Escúchalo con atención y su presencia entusiasmará tu corazón. «Poné a Cristo»: Él te acoge en el Sacramento del perdón, con su misericordia cura todas las heridas del pecado. No le tengas miedo a pedirle perdón, porque Él en su tanto amor nunca se cansa de perdonarnos, como un padre que nos ama. ¡Dios es pura misericordia! «Poné a Cristo». «Queridos jóvenes, por favor, no balconeen la vida, métanse en ella, Jesús no se quedó en el balcón, se metió, no balconeen la vida, métanse en ella como hizo Jesús».

El final ha sido idéntico: Llevar el evangelio es llevar la fuerza de Dios para arrancar y arrasar el mal y la violencia; para destruir y demoler las barreras del egoísmo, la intolerancia y el odio; para edificar un mundo nuevo. Jesucristo cuenta con ustedes. La Iglesia cuenta con ustedes. El Papa cuenta con ustedes. Que María, Madre de Jesús y Madre nuestra, les acompañe siempre con su ternura: «Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos». Callejeando con Cristo.

Inculturar con delicadeza el mensaje de la fe

El Papa en la catequesis del 6 de noviembre.

Prosiguiendo con el “viaje” por el libro de los Hechos de los Apóstoles, el Papa Francisco se detuvo este miércoles 6 de noviembre en la vivencia de Pablo en Atenas, “la gran ciudad de la cultura griega”. Al llegar a Atenas, dijo el Papa, el espíritu del Apóstol “se enardeció al ver que la ciudad estaba entregada a la idolatría”.  Sin embargo, eligió "familiarizarse”, con ella, comenzando a frecuentar "los lugares y las personas más significativas”.

El apóstol frecuenta la sinagoga, símbolo de la fe en Dios; la plaza, centro de la vida ciudadana, y el Areópago, corazón de la vida cultural y política. El contacto con el paganismo no le asusta, sino que lo empuja a crear un puente para dialogar con aquella cultura. Con mirada contemplativa, Pablo descubre que Dios habita en las casas de los atenienses, en sus calles, en sus plazas; no mira el paganismo con hostilidad, sino que, en un ejemplo extraordinario de inculturación, anuncia a Cristo partiendo de su fe en un “Dios desconocido”, al que han construido un ídolo.

El Apóstol Pablo, constructor de puentes

La mirada de Pablo, que observa la ciudad de Atenas “con los ojos de la fe”, nos hace interrogar sobre “nuestra forma de ver nuestras ciudades”, planteó Francisco. "¿Las observamos con indiferencia? ¿Con desprecio? ¿O con la fe que reconoce a los hijos de Dios en medio de las multitudes anónimas?, cuestionó. Y señaló la estela dejada por el Apóstol al elegir "la mirada que lo lleva a abrir una brecha entre el Evangelio y el mundo pagano”.

En el corazón de una de las instituciones más famosas del mundo antiguo, el Areópago, realiza un ejemplo extraordinario de inculturación del mensaje de la fe: proclama a Jesucristo a los adoradores de ídolos, y no los hace agrediéndolos, sino haciéndose "pontífice, constructor de puentes".

Dios no se esconde de los que lo buscan con corazón sincero

Después de captar su benevolencia desde este puente, prosiguió el Papa, Pablo "comienza a explicar paso a paso la revelación, desde la creación hasta la resurrección de Cristo". Comienza por el altar de la ciudad, dedicado a “un dios desconocido”. A partir de esa “devoción”, y para entrar en empatía con sus oyentes, proclama que Dios “vive entre los ciudadanos” y “no se esconde de los que lo buscan con corazón sincero, aunque lo hagan a tientas”:

Es precisamente esta presencia la que Pablo quiere revelar: “yo vengo a anunciarles a Aquel que ustedes adoran sin conocer”.

La semilla del Evangelio arraiga, aun cuando no lo esperamos

Francisco añadió que Pablo, “para revelar la identidad del dios” que adoraban los atenienses, muestra la desproporción “entre la grandeza del Creador y los templos construidos por el hombre”. Anuncia a Cristo, a “aquel a quien los hombres ignoran, pero que sin embargo conocen”. Y alude a Cristo, definiéndolo como “el hombre a quien Dios ha designado, dando a todos una prueba segura al resucitarlo de entre los muertos”. Es allí cuando se presenta "el problema", dijo el Pontífice

Aparentemente este camino no dio el resultado esperado, por un tiempo escucharon con simpatía, pero la muerte y resurrección de Cristo se reveló como un escándalo para los judíos y necedad para los paganos, suscitando desprecio y burlas. Pero no es así, algunos se convirtieron y quedaron como semilla de la fe también en Atenas.

Construyamos puentes con quienes no creen, sin agresividad

El Papa Francisco concluyó su catequesis llamando a “construir puentes”, tanto con la cultura, con los que no creen o con quienes tienen un credo distinto al nuestro, y a hacerlo “sin agresividad”:

Pidamos hoy al Espíritu Santo de enseñarnos a construir puentes con quienes no creen o tienen otra fe distinta a la nuestra. Pidamos la capacidad de inculturar con delicadeza el mensaje de la fe. Que el fuego de su amor que es capaz de inflamar el corazón más endurecido abra los ojos de los que todavía no conocen a Cristo.

¿Qué son las indulgencias?

La indulgencia consiste en una forma de perdón que el fiel obtiene en relación con sus pecados por la mediación de la Iglesia.

Seguramente hemos oído la palabra “indulgencias”, entendiendo por tal una especie de gracia o favor que se vincula al cumplimiento de una acción piadosa: el rezo de alguna oración, la visita a un santuario o a otro lugar sagrado, etc. También al oír la palabra “indulgencias” vienen a nuestra memoria las disputas entre Lutero y la Iglesia de Roma, y las críticas subsiguientes de los otros reformadores del siglo XVI.

Pero, ¿qué son las indulgencias? La etimología latina de la palabra puede ayudarnos a situarnos en una pista correcta. El verbo “indulgeo” significa “ser indulgente” y también “conceder”. La indulgencia es, pues, algo que se nos concede, benignamente, en nuestro favor.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos proporciona, con palabras de Pablo VI, una definición más precisa: “La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados, en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos” (Catecismo, 1471).

La definición, exacta y densa, relaciona tres realidades: la remisión o el perdón, el pecado, y la Iglesia. La indulgencia consiste en una forma de perdón que el fiel obtiene en relación con sus pecados por la mediación de la Iglesia.

¿Qué es lo que se perdona con la indulgencia? No se perdonan los pecados, ya que el medio ordinario mediante el cual el fiel recibe de Dios el perdón de sus pecados es el sacramento de la penitencia (cf Catecismo, 1486). Pero, según la doctrina católica, el pecado entraña una doble consecuencia: lleva consigo una “pena eterna” y una “pena temporal”. ¿Qué es la pena eterna? Es la privación de la comunión con Dios. El que peca mortalmente pierde la amistad con Dios, privándose, si no se arrepiente y acude al sacramento de la penitencia, de la unión con Él para siempre.

Pero aunque el perdón del pecado por el sacramento de la Penitencia entraña la remisión de la pena eterna, subsiste aún la llamada “pena temporal”. La pena temporal es el sufrimiento que comporta la purificación del desorden introducido en el hombre por el pecado. Esta pena ha de purgarse en esta vida o en la otra (en el purgatorio), para que el fiel cristiano quede libre de los rastros que el pecado ha dejado en su vida.

Podemos poner una comparación. Imaginemos una intervención quirúrgica: un trasplante de corazón, por ejemplo. El nuevo corazón salva la vida del paciente. Se ve así liberado el enfermo de una muerte segura. Pero, cuando ya la operación ha concluido exitosamente, e incluso cuando está ya fuera de peligro, subsiste la necesidad de una total recuperación. Es preciso sanar las heridas que el mal funcionamiento del corazón anterior y la misma intervención han causado en el organismo. Pues de igual modo, el pecador que ha sido perdonado de sus culpas, aunque está salvado; es decir, liberado de la pena eterna merecida por sus pecados, tiene aún que reestablecerse por completo, sanando las consecuencias del pecado; es decir, purificando las penas temporales merecidas por él.

La indulgencia es como un indulto, un perdón gratuito, de estas penas temporales. Es como si, tras la intervención quirúrgica y el trasplante del nuevo corazón, se cerrasen de pronto todas las heridas y el paciente se recuperase de una manera rápida y sencilla, ayudado por el cariño de quienes lo cuidan, la atención esmerada que recibe y la eficacia curativa de las medicinas.

La Iglesia no es la autora, pero sí la mediadora del perdón. Del perdón de los pecados y del perdón de las penas temporales que entrañan los pecados. Por el sacramento de la Penitencia, la Iglesia sirve de mediadora a Cristo el Señor que dice al penitente: “Yo te absuelvo de tus pecados”. Con la concesión de indulgencias, la Iglesia reparte entre los fieles la medicina eficaz de los méritos de Cristo nuestro Señor, ofrecidos por la humanidad. Y en ese tesoro precioso de los méritos de Cristo están incluidos también, porque el Señor los posibilita y hace suyos, las buenas obras de la Virgen Santísima y de los santos. Ellos, los santos, son los enfermeros que vuelcan sus cuidados en el hombre dañado por el pecado, para que pueda recuperarse pronto de las marcas dejadas por las heridas.

¿Tiene sentido hablar hoy de las indulgencias? Claro que sí, porque tiene sentido proclamar las maravillas del amor de Dios manifestado en Cristo que acoge a cada hombre, por el ministerio de la Iglesia, para decirle, como le dijo al paralítico: “Tus pecados están perdonados, coge tu camilla y echa a andar”. Él no sólo perdona nuestras culpas, sino que también, a través de su Iglesia, difunde sobre nuestras heridas el bálsamo curativo de sus méritos infinitos y la desbordante caridad de los santos.

¿Qué es una indulgencia?

• Un poco de historia

• Errores más frecuentes sobre las indulgencias

• Condiciones para ganar la Indulgencia

• Indulgencia plenaria

• Condiciones para la indulgencia plenaria

• Indulgencia parcial

• Condiciones generales para la indulgencia parcial

¿Cómo seguir dando gloria a Dios cuando todo en mi vida sale mal?

Hay ciertos momentos en nuestras vidas donde todas las puertas parecen cerrarse al mismo tiempo ¿Qué hacer en esos momentos.

«Sé bien en quién he puesto mi confianza» (2 Tim 1, 12). Poderosa frase de san Pablo que aparece en la segunda carta que le envía a su amigo Timoteo desde la prisión. Por supuesto, esta no es una afirmación ligera, sino que tiene todo el peso y autoridad de un cristiano que está atravesando uno de los peores momentos de su vida, pues cuando escribe esto, Pablo está en Roma, aguardando su condena a muerte. Se encuentra solo, abandonado hasta por los creyentes. Aún así, le escribe a Timoteo para comunicarle su ánimo y total confianza en el Señor.   

¡Qué testimonio! ¡Qué fe! Cuánta razón tenía Pablo en señalar en esa misma carta: «He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado la fe» (2 Tim 4, 7). Tal vez nosotros no estemos en prisión, esperando nuestra condena a muerte, pero solo Dios sabe de nuestros problemas y nuestro dolor, de su profundidad y complejidad, de la carga que cada uno lleva sobre los hombros… Probablemente (ojalá) la mayor parte del tiempo sea un dolor quieto, presente pero apenas perceptible. Sin embargo, hay ciertos momentos en nuestras vidas donde todas las puertas parecen cerrarse al mismo tiempo, donde distintas situaciones sofocan nuestra vida y parece que literalmente TODO sale mal y no hay salida. ¿Qué hacer en esos momentos?

Como sabemos, los santos no fueron extraños a este escenario. Su amor a Dios y su fe no los eximieron del sufrimiento, ni ellos tampoco pretendieron que así fuera. La diferencia entre ellos y nosotros es que los santos, a pesar de atravesar semejantes o peores vicisitudes, conocían a su Señor y confiaban en Él. Es por eso que, basados en ese testimonio, les ofrecemos 5 puntos de reflexión que pueden ayudarnos cuando nos sintamos abatidos o defraudados por la vida:

1. Un día a la vez

«No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le bastan sus propias preocupaciones» (Mateo 6,34). De esta forma, nuestro Señor nos alienta a no vivir en el pasado (resentimientos) ni mortificarnos por cosas que todavía no suceden (preocupaciones). Como verdadero hombre, conoce nuestra naturaleza y sabe de qué pie cojeamos. Él nos insta a vivir en el presente, a enfocarnos en las herramientas que tenemos hoy para que con cabeza clara podamos trabajar en lo que nos compete. De lo contrario, seremos presa fácil de preocupaciones abrumadoras que nos llenan de desaliento y que en el peor de los casos pueden llevarnos a la desesperación.

Un buen antídoto frente a esto es la oración de santa Teresa de Ávila, Doctora de la Iglesia. Ella misma fue atribulada por enfermedades, problemas, persecución y calumnias. Sin embargo, su fe, aplomo y sabiduría hizo que esta mujer revolucionara la sociedad de su tiempo y fuera un verdadero regalo de Dios a su Iglesia. Esta es pues una oración escrita en medio de esas contradicciones:

«Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta: Solo Dios basta. Eleva tu pensamiento, al cielo sube, por nada te acongojes, nada te turbe. A Jesucristo sigue con pecho grande, y, venga lo que venga, nada te espante. ¿Ves la gloria del mundo? Es gloria vana; nada tiene de estable, todo se pasa. Aspira a lo celeste, que siempre dura; fiel y rico en promesas, Dios no se muda. Ámala cual merece bondad inmensa; pero no hay amor fino sin la paciencia. Confianza y fe viva mantenga el alma, que quien cree y espera todo lo alcanza. Del infierno, acosado, aunque se viere, burlará sus furores quien a Dios tiene. Vénganle desamparos, cruces, desgracias; siendo Dios tu tesoro nada te falta. Id, pues, bienes del mundo; id dichas vanas; aunque todo lo pierda, solo Dios basta» (Santa Teresa de Ávila, 1515-1582).

2. El sufrimiento/los problemas también son una oportunidad

«Bendita la crisis que te hizo crecer, la caída que te hizo mirar al cielo, el problema que te hizo buscar a Dios» (san Pío de Pietrelcina). Con esta corta frase, este gran santo italiano encapsula la sabiduría profunda de saber reconocer a Dios y su amor en medio de los problemas.

Podemos estar de acuerdo en que a veces nuestra propia terquedad, egoísmo, soberbia o incluso ignorancia hace que vivamos de espaldas a Dios, llevando vidas no malas necesariamente, pero bastante lejanas de ser santas. Es así que, sin darnos cuenta, podemos volvernos indiferentes con respecto a Dios, los sacramentos, el servicio a los demás o cualquier aspecto de la fe. Vivir así pone en peligro nuestra eternidad y Dios, como Buen Padre, intenta de todos los modos llamar nuestra atención, romper el estado zombi y catatónico de nuestra existencia para al fin abrirnos a Él.

El gran santo español, Juan de Ávila, también Doctor de la Iglesia, se refería a la sensación de ausencia de Dios como “noche del alma”. En el caso de los santos, la noche del alma no se refiere a momentos de crisis para que vuelvan a Dios, sino al tiempo prolongado de sequedad espiritual por el cual las almas devotas purifican su amor a Dios, de tal forma que lo amen no por lo que obtienen de Él sino por Él mismo. Ya sea que, nuestro caso sea uno u otro, creo que podemos identificarnos con la oración que San Juan de Ávila escribió estando injustamente preso acusado por sus propios hermanos. Edifica mucho que él celebre esta “noche oscura” pues sabe que es a partir de ella que el alma (la amada) y Dios (el Amado) se encuentran con redoblado amor:

«En una noche oscura, con ansias de amores inflamada, ¡oh dichosa ventura! salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada, sin otra luz ni guía sino la que en el corazón ardía. Aquella me guiaba, más cierta que la luz del mediodía, adonde me esperaba quien yo bien me sabía, en parte donde nadie parecía. ¡Oh noche que guiaste! ¡Oh noche más amable que la alborada, Oh noche que juntaste amado con amada, amada en el Amado transformada

En medio de las dificultades y el desconcierto no hay otra luz que guíe sino la fe. Felices de nosotros si esa fe es como la que describe san Juan de Ávila: más cierta que la luz del mediodía.

3. Amar a Dios es confiar en Él

«Nos vienen pruebas de toda clase, pero no nos desanimamos. Andamos con graves preocupaciones, pero no desesperados: perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aplastados» (2 Cor 4, 8).

Una vez más citamos al gran apóstol san Pablo. Por medio de sus escritos y enseñanzas, no nos queda duda que conocía a nuestro Señor, que había experimentado Su amor y que, por eso, confiaba en Él. Como señalaba el Padre Bernardo Hurault: «Con la firme esperanza de la fe, el testigo de Cristo ha de mostrarse valiente y fuerte como mensajero de Cristo Vencedor. Convencerá por su propia convicción». Esa convicción será verdadera si nosotros, en medio de los problemas, no nos alejamos de Dios, sino que recurrimos más fervientemente a los sacramentos y a su Palabra que salva. En ese momento, experimentaremos la certeza de sabernos hijos amados de Dios y aunque andemos con graves preocupaciones, no caeremos en la desesperación, pues mientras estemos en gracia de Dios, nuestras vidas estarán en Sus manos.

4. ¿Voluntad de Dios?

Aunque veces en el lenguaje cotidiano se suela atribuir cualquier cosa buena o mala a la voluntad de Dios, se puede caer en el error de creer que asesinatos, robos o cualquier tragedia sean algo que Él haya deseado. Como explicaba Madre Angélica, dentro de la voluntad de Dios, hay cosas que Él ordena, es decir cosas que desea para nosotros, y otras cosas que permite. Dentro de esta última categoría estarían los males ocasionados no por el bien, sino por la ausencia de Dios en la vida de las personas que los cometen. Sabemos que Dios respeta nuestra libertad, pues no somos robots que Él controla a su antojo (así de grande es su amor). Por lo tanto, a pesar de que Él no desee la muerte de alguien a causa de un conductor ebrio, por ejemplo, puede permitirlo sabiendo que en su omnipotencia «todas las cosas obran para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito» (Romanos 8, 28). La frecuencia de los sacramentos nos dará esta paz y certeza.

Más aún, en el evangelio, nuestro mismo Señor nos conforta y nos pide que no tengamos miedo. Nos habla una y otra vez del amor del Padre y de cuánto le importamos. Esto debería bastarnos para no dejarnos abatir por el peso de los problemas, pues Dios está en control de la historia: «¿Acaso un par de pajaritos no se venden por unos centavos? Pero ni uno de ellos cae en tierra sin que lo permita vuestro Padre. En cuanto a ustedes, hasta sus cabellos están todos contados. ¿No valen ustedes más que muchos pajaritos? Por lo tanto, no tengan miedo» (Mt 10, 29-31).

5. Mirar la Cruz

¿Quién puede reclamar genuinamente acerca de las injusticias de la vida si fue el propio Jesucristo que experimentó la injusticia más grande de la historia? ¿Cómo ese Dios no va a entender nuestro padecimiento? ¿Cómo no hallaremos en Sus brazos consuelo? Mirar a Cristo crucificado en medio de nuestro dolor, llorar con Él frente al Santísimo, puede darnos el más dulce de los consuelos y la gracia de entender un poquito más el sentido salvífico del dolor. Mientras tanto, comparto con ustedes un extracto de «La Imitación de Cristo» de Thomas de Kempis:

«Tengo ahora muchos amantes de mi reino; pero pocos se preocupan por mi cruz. Muchos desean mis consuelos, pocos mis tribulaciones. Encuentro muchos compañeros de mi mesa, pocos de mi abstinencia. Todos quieren alegrarse conmigo, pocos quieren sufrir algo por mí. Muchos me siguen hasta la fracción del pan; pocos hasta beber el cáliz de mi Pasión. Muchos reverencian mis milagros, pocos se apegan a la ignominia de mi cruz. Muchos me aman mientras la prueba no les llega. Muchos me alaban y me bendicen mientras reciben algunos favores. Pero si me escondo y los dejo un instante, se quejan y caen en el más completo abatimiento. Al contrario, los que me aman por mí mismo y no en vista de algún interés particular, me bendicen en las pruebas y en las angustias del corazón, como en medio de las grandes alegrías».

Que nuestro Señor nos dé la gracia de los santos y aprendamos a amarlo, ofrecer nuestro sufrimiento por el bien de las almas y finalmente descansar nuestros corazones en el de Él. Así sea.                                  

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