La luz que me conduce de la mano
- 09 Diciembre 2019
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Juan Diego Cuauhtlatoatzin, Santo
Memoria Litúrgica, 9 de Diciembre
Vidente de la Virgen de Guadalupe
Martirologio Romano: San Juan Diego Cuauhtlatoatzain, de la estirpe indígena nativa, varón provisto de una fe purísima, de humildad y de fervor, que logró que se construyera un santuario en honor de la Bienaventurada María Virgen de Guadalupe en la colina de Tepeyac, en la ciudad de México, lugar donde se le había aparecido la Madre de Dios. († 1548)
Fecha de canonización: 31 de julio de 2002 por el Papa Juan Pablo II.
Breve Biografía
Juan Diego Cuauhtlatoatzin (que significa: Águila que habla o El que habla como águila), un indio humilde, de la etnia indígena de los chichimecas, nació en torno al año 1474, en Cuauhtitlán, que en ese tiempo pertenecía al reino de Texcoco. Juan Diego fue bautizado por los primeros franciscanos, aproximadamente en 1524. En 1531, Juan Diego era un hombre maduro, como de unos 57 años de edad; edificó a los demás con su testimonio y su palabra; de hecho, se acercaban a él para que intercediera por las necesidades, peticiones y súplicas de su pueblo; ya “que cuanto pedía y rogaba la Señora del cielo, todo se le concedía”.
Juan Diego fue un hombre virtuoso, las semillas de estas virtudes habían sido inculcadas, cuidadas y protegidas por su ancestral cultura y educación, pero recibieron plenitud cuando Juan Diego tuvo el gran privilegio de encontrarse con la Madre de Dios, María Santísima de Guadalupe, siendo encomendado a portar a la cabeza de la Iglesia y al mundo entero el mensaje de unidad, de paz y de amor para todos los hombres; fue precisamente este encuentro y esta maravillosa misión lo que dio plenitud a cada una de las hermosas virtudes que estaban en el corazón de este humilde hombre y fueron convertidas en modelo de virtudes cristianas; Juan Diego fue un hombre humilde y sencillo, obediente y paciente, cimentado en la fe, de firme esperanza y de gran caridad.
Poco después de haber vivido el importante momento de las Apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe, Juan Diego se entregó plenamente al servicio de Dios y de su Madre, transmitía lo que había visto y oído, y oraba con gran devoción; aunque le apenaba mucho que su casa y pueblo quedaran distantes de la Ermita. Él quería estar cerca del Santuario para atenderlo todos los días, especialmente barriéndolo, que para los indígenas era un verdadero honor; como recordaba fray Gerónimo de Mendieta: “A los templos y a todas las cosas consagradas a Dios tienen mucha reverencia, y se precian los viejos, por muy principales que sean, de barrer las iglesias, guardando la costumbre de sus pasados en tiempos de su gentilidad, que en barrer los templos mostraban su devoción (aun los mismos señores).”
Juan Diego se acercó a suplicarle al señor Obispo que lo dejara estar en cualquier parte que fuera, junto a las paredes de la Ermita para poder así servir todo el tiempo posible a la Señora del Cielo. El Obispo, que estimaba mucho a Juan Diego, accedió a su petición y permitió que se le construyera una casita junto a la Ermita. Viendo su tío Juan Bernardino que su sobrino servía muy bien a Nuestro Señor y a su preciosa Madre, quería seguirle, para estar juntos; “pero Juan Diego no accedió. Le dijo que convenía que se estuviera en su casa, para conservar las casas y tierras que sus padres y abuelos les dejaron”.
Juan Diego manifestó la gran nobleza de corazón y su ferviente caridad cuando su tío estuvo gravemente enfermo; asimismo Juan Diego manifestó su fe al estar con el corazón alegre, ante las palabras que le dirigió Santa María de Guadalupe, quien le aseguró que su tío estaba completamente sano; fue un indio de una fuerza religiosa que envolvía toda su vida; que dejó sus casas y tierras para ir a vivir a una pobre choza, a un lado de la Ermita; a dedicarse completamente al servicio del templo de su amada Niña del Cielo, la Virgen Santa María de Guadalupe, quien había pedido ese templo para en él ofrecer su consuelo y su amor maternal a todos lo hombres y mujeres. Juan Diego tenía “sus ratos de oración en aquel modo que sabe Dios dar a entender a los que le aman y conforme a la capacidad de cada uno, ejercitándose en obras de virtud y mortificación.” También se nos refiriere en el Nican motecpana: “A diario se ocupaba en cosas espirituales y barría el templo. Se postraba delante de la Señora del Cielo y la invocaba con fervor; frecuentemente se confesaba, comulgaba, ayunaba, hacía penitencia, se disciplinaba, se ceñía cilicio de malla y escondía en la sombra para poder entregarse a solas a la oración y estar invocando a la Señora del cielo.” oda persona que se acercaba a Juan Diego tuvo la oportunidad de conocer de viva voz los pormenores del Acontecimiento Guadalupano, la manera en que había ocurrido este encuentro maravilloso y el privilegio de haber sido el mensajero de la Virgen de Guadalupe; como lo indicó el indio Martín de San Luis cuando rindió su testimonio en 1666: “Todo lo cual lo contó el dicho Diego de Torres Bullón a este testigo con mucha distinción y claridad, que se lo había dicho y contado el mismo Indio Juan Diego, porque lo comunicaba.” Juan Diego se constituyó en un verdadero misionero.
Cuando Juan Diego se casó con María Lucía, quien había muerto dos años antes de las Apariciones, habían escuchado un sermón a fray Toribio de Benavente en donde se exaltaba la castidad, que era agradable a Dios y a la Virgen Santísima, por lo que los dos decidieron vivirla; se nos refiere: “Era viudo: dos años antes de que se le apareciera la Inmaculada, murió su mujer, que se llamaba María Lucía. Ambos vivían castamente.” Como también lo testificó el P. Luis Becerra Tanco: “el indio Juan Diego y su mujer María Lucía, guardaron castidad desde que recibieron el agua del Bautismo Santo, por haber oído a uno de los primeros ministros evangélicos muchos encomios de la pureza y castidad y lo que ama nuestro Señor a las vírgenes, y esta fama fue constante a los que conocieron y comunicaron mucho tiempo estos dos casados”. Aunque esto no obsta de que Juan Diego haya tenido descendencia, sea antes del bautismo, sea por la línea de algún otro familiar; ya que, por fuentes históricas sabemos que Juan Diego efectivamente tuvo descendencia; sobre esto, uno de los principales documentos se conserva en el Archivo del Convento de Corpus Christi en la Ciudad de México, en el cual se declara: “Sor Gertrudis del Señor San José, sus padres caciques [indios nobles] Dn. Diego de Torres Vázquez y Da. María del la Ascención de la región di Xochiatlan […] y tenida por descendiente del dichoso Juan Diego.” Lo importante también es el hecho de que Juan Diego inspiró la búsqueda de la santidad y de la perfección de vida, incluso en medio de los miembros de su propia familia, ya que su tío, como ya veíamos, al constatar como Juan Diego se había entregado muy bien al servicio de la Virgen María de Guadalupe y de Dios, quiso seguirlo, aunque Juan Diego le convino que era preferible que se quedara en su casa; y ahora tenemos también este ejemplo de Sor Gertrudis del Señor San José, descendiente de Juan Diego, quien ingresó a un monasterio, a consagrar su vida al servicio de Dios, buscando esa perfección de vida, buscando la Santidad.
Es un hecho que Juan Diego siempre edificó a los demás con su testimonio y su palabra; constantemente se acercaban a él para que intercediera por las necesidades, peticiones y súplicas de su pueblo; ya “que cuanto pedía y rogaba la Señora del cielo, todo se le concedía”.
El indio Gabriel Xuárez, quien tenía entre 112 y 115 años cuando dio su testimonio en las Informaciones Jurídicas de 1666; declaró cómo Juan Diego era un verdadero intercesor de su pueblo, decía: “que la dicha Santa Imagen le dijo al dicho Juan Diego la parte y lugar, donde se le había de hacer la dicha Ermita que fue donde se le apareció, que la ha visto hecha y la vio empezar este testigo, como lleva dicho donde son muchos los hombres y mujeres que van a verla y visitarla como este testigo ha ido una y muchas veces a pedirle remedio, y del dicho indio Juan para que como su pueblo, interceda por él.” El anciano indio Gabriel Xuárez también señaló detalles importantes sobre la personalidad de Juan Diego y la gran confianza que le tenía el pueblo para que intercediera en sus necesidades: “el dicho Juan Diego, –decía Gabriel Xuárez– respecto de ser natural de él y del barrio de Tlayacac, era un Indio buen cristiano, temeroso de Dios, y de su conciencia, y que siempre le vieron vivir quieta y honestamente, sin dar nota, ni escándalo de su persona, que siempre le veían ocupado en ministerios del servicio de Dios Nuestro Señor, acudiendo muy puntualmente a la doctrina y divinos oficios, ejercitándose en ello muy ordinariamente porque a todos los Indios de aquel tiempo oía este testigo, decirles era varón santo, y que le llamaban el peregrino, porque siempre lo veían andar solo y solo se iba a la doctrina de la iglesia de Tlatelulco, y después que se le apareció al dicho Juan Diego la Virgen de Guadalupe, y dejó su pueblo, casas y tierras, dejándolas a su tío suyo, porque ya su mujer era muerta; se fue a vivir a una casa Juan Diego que se le hizo pegada a la dicha Ermita, y allá iban muy de ordinario los naturales de este dicho pueblo a verlo a dicho paraje y a pedirle intercediese con la Virgen Santísima les diese buenos temporales en sus milpas, porque en dicho tiempo todos lo tenían por Varón Santo.”
La india doña Juana de la Concepción que también dio su testimonio en estas Informaciones, confirmó que Juan Diego, efectivamente, era un hombre santo, pues había visto a la Virgen: “todos los Indios e Indias –declaraba– de este dicho pueblo le iban a ver a la dicha Ermita, teniéndole siempre por un santo varón, y esta testigo no sólo lo oía decir a los dichos sus padres, sino a otras muchas personas”. Mientras que el indio Pablo Xuárez recordaba lo que había escuchado sobre el humilde indio mensajero de Nuestra Señora de Guadalupe, decía que para el pueblo, Juan Diego era tan virtuoso y santo que era un verdadero modelo a seguir, declaraba el testigo que Juan Diego era “amigo de que todos viviesen bien, porque como lleva referido decía la dicha su abuela que era un varón santo, y que pluguiese a Dios, que sus hijos y nietos fuesen como él, pues fue tan venturoso que hablaba con la Virgen, por cuya causa le tuvo siempre esta opinión y todos los de este pueblo.” El indio don Martín de San Luis incluso declaró que la gente del pueblo: “le veía hacer al dicho Juan Diego grandes penitencias y que en aquel tiempo le decían varón santísimo.”
Como decíamos, Juan Diego murió en 1548, un poco después de su tío Juan Bernardino, el cual falleció el 15 de mayo de 1544; ambos fueron enterrados en el Santuario que tanto amaron. Se nos refiere en el Nican motecpana: “Después de diez y seis años de servir allí Juan Diego a la Señora del cielo, murió en el año de mil y quinientos y cuarenta y ocho, a la sazón que murió el señor obispo. A su tiempo le consoló mucho la Señora del cielo, quien le vio y le dijo que ya era hora de que fuese a conseguir y gozar en el cielo, cuanto le había prometido. También fue sepultado en el templo. Andaba en los setenta y cuatro años.” En el Nican motecpana se exaltó su santidad ejemplar: “¡Ojalá que así nosotros le sirvamos y que nos apartemos de todas las cosas perturbadoras de este mundo, para que también podamos alcanzar los eternos gozos del cielo!”
Consulta también:
Juan Diego, el fenómeno guadalupano
¡Alégrate, el Señor está contigo!
Santo Evangelio según san Lucas 1, 26-38. Lunes II de Adviento
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, que abra mi corazón a tus inspiraciones y pueda, así, cumplir siempre tu santa voluntad.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 1, 26-38
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo." Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo: "No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin".
María dijo al ángel: "¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?" El ángel le contestó: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible." María contestó: "Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra." Y la dejó el ángel.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.». Con estas palabras comienza el diálogo del ángel Gabriel con María. Podemos pensar e imaginarnos la situación, contemplemos en nuestros corazones la escena y, pongamos atención principalmente, a las palabras del ángel, «alégrate». Pero tomémoslas como propias hoy. Gabriel también nos dice a nosotros que nos alegremos; es esa la esencia del adviento, la alegría de sabernos salvados, de saber que está por llegar el redentor, el Emmanuel. Es claro, y por demás sabido, que tenemos situaciones en nuestras vidas que opacan esa alegría, quizás una enfermedad, una situación económica, sentimental o afectiva, o alguna otra que no nos deja ser realmente alegres. Pero Dios, por medio de la gracia, nos la puede dar. Es la alegría de la misericordia, la que se vive y respira cada vez que nos sentimos abrazados por su amor, por su paz y libertad que solo Él puede dar y es la que sintió María en el pasaje que acabamos de leer.
«Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» En estas palabras encontramos cuál es el papel de María en todo el Evangelio y la labor de toda su vida, ser esclava del Señor. Pero no es una esclava que fue tomada presa y coartada de su libertad, ella es quien, en su libertad de hija de Dios, escoge hacer de su vida un servicio, una entrega total y absoluta a su Dios y redentor. Ahora bien, pensemos en las ocasiones en las que Dios nos pide un poquito, nos los dice muy despacio en nuestro corazón, «dame un poco de tu amor». ¿Cuál es nuestra reacción? ¿Es como la de María? Cuando tenemos momentos que son de contradicción que requieren de un esfuerzo mayor, o cuando las cosas no son como las pensábamos o queríamos, ¿decimos como María, hágase en mí según tu palabra? Pensemos y pidamos al Señor que nos enseñe a decir sí como nuestra Madre del cielo, que nos muestre cómo poner nuestro corazón en sus manos y ser dóciles a sus inspiraciones.
Pidamos hoy en especial a María santísima que nos guíe con su amor maternal a ser disponibles y dóciles a la voluntad de Dios en nuestras vidas.
«La alegría de la salvación comienza en la vida diaria de la casa de una joven de Nazaret. Dios mismo es el que toma la iniciativa y elige insertarse, como hizo con María, en nuestros hogares, en nuestras luchas diarias, llenas de ansias y al mismo tiempo de deseos. Y es precisamente dentro de nuestras ciudades, de nuestras escuelas y universidades, de las plazas y los hospitales que se escucha el anuncio más bello que podemos oír: «¡Alégrate, el Señor está contigo!».
(Homilía de S.S. Francisco, Solemnidad de la Anunciación del Señor, 25 de marzo de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Buscaré hacer una visita eucarística para acompañar a Jesús en los sagrarios en los que hoy nadie lo haya visitado.
Despedida Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo
La Inmaculada Concepción de La Virgen María.
La Inmaculada Concepción de La Virgen María.
Génesis 3, 9-15. 20: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, entres tu descendencia y la suya”
Salmo 97: “Cantemos al Señor un canto nuevo pues ha hecho maravillas”
Efesios 1, 3-6. 11-12: “Dios nos eligió en Cristo antes de crear el mundo”
San Lucas 1, 26-38: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”
Es difícil enfrentar nuestras realidades tan mezcladas de bien y de mal. Es difícil sostenerse en el camino cuando parece que la maldad y la violencia van triunfando. La fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María se asienta en esta realidad de presencia de mal, pero de una prevalencia del bien. No podemos ocultar que el mal invade los ámbitos humanos, no podemos negar su presencia en nuestras vidas, pero esta fiesta nos da esperanza y certeza de que el verdadero discípulo de Jesús es capaz de vencer todo mal. Desde la primera lectura encontramos como Eva nos vistió de luto y nos privó de Dios, pero en María, por virtud de la resurrección de Jesús, encontramos nuevos caminos que nos llevan a la paz y que nos ayudan a superar tantos males.
Me gusta imaginar a María de una forma sencilla, con todas las ilusiones y limitaciones que pudiera tener una muchachita de su tiempo y de su ambiente. Sencilla, sin los ropajes y los altísimos epítetos que la devoción y la fe cristiana le han puesto. Pero así, en su sencillez, la imagino con una limpieza de corazón y con una paz interior que se manifiestan en las actitudes con que asume sus responsabilidades de madre, de discípula atenta a la Palabra, de testigo de la Vida y de sostén de la incipiente comunidad. Tal como entendemos el misterio de la Inmaculada Concepción, la Iglesia recoge el pensamiento que se ha mantenido a lo largo de los siglos de que María, “llena de gracia” por Dios, había sido redimida desde su concepción. Este regalo para María es en virtud, como dice San Pablo, de que Dios en Cristo la eligió y nos eligió para que fuéramos santos e irreprochables a sus ojos, por el amor.
En María se realizó de una manera muy bella y nos da gusto recordarlo. Pero al mismo tiempo que le cantamos y la alabamos, adquirimos conciencia de nuestra lucha diaria contra todo el mal, asumimos su ejemplo de apertura y disposición a la palabra y nos comprometemos en la construcción de la comunidad. Sólo en Cristo y su Palabra podremos vencer el pecado. Que esta fiesta reanime nuestra esperanza y nuestros deseos de alcanzar la victoria, no por nuestros méritos, sino gracias a la Resurrección de Jesús.
Refleja en los oprimidos por el pecado el rayo de luz de Cristo
Hoy en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen, El Papa rindió un homenaje a la estatua de la Virgen María en la Piazza España
Por: Patricia Ynestroza | Fuente: Vatican News
El Papa Francisco, hoy Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen, le rindió un homenaje a la estatua de la Virgen María en la Piazza España. Como es tradición, rezó frente al monumento y dejó un ramo de flores en la base de la columna.
Su preciosa oración dedicada a Nuestra Madre, es una imploración a que nos proteja. El Papa en su oración nos dice que no es lo mismo ser pecadores y corruptos.
Un pecador, es quien cae, se arrepiente, confiesa su pecado y se levanta de nuevo, con la ayuda de la misericordia de Dios. En cambio, dijo el Papa, un corrupto, lleva la connivencia hipócrita con el mal. “La corrupción del corazón, que se muestra impecable por fuera, pero por dentro está lleno de malas intenciones y mezquinos egoísmos”.
El Papa le confía a la Virgen a todos aquellos, que están oprimidos por la desconfianza del desánimo por el pecado, que piensan que ya no tienen esperanza, por sus tantos pecados, y que Dios no tiene tiempo para ellos. En cambio, le pide que refleje dentro de la “oscuridad más profunda un rayo de luz de Cristo resucitado”.
A continuación la oración del Papa, que le hizo a nuestra Madre María:
Oh María Inmaculada
nos reunimos a tu alrededor una vez más.
Cuanto más seguimos en la vida
más nuestra gratitud a Dios aumenta
por habernos dado como madre, a nosotros, que somos pecadores,
Tú, que eres la Inmaculada.
Entre todos los seres humanos, eres el única
preservada del pecado, como la madre de Jesús,
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Pero tu privilegio único,
te fue dado por el bien de todos nosotros, tus hijos.
De hecho, mirándote, vemos la victoria de Cristo,
La victoria del amor de Dios sobre el mal:
donde abundaba el pecado, es decir, en el corazón humano,
la gracia se desbordó,
por el suave poder de la Sangre de Jesús.
Tú, Madre, nos recuerdas que sí, somos pecadores,
¡pero ya no somos esclavos del pecado!
Tu hijo, con su sacrificio,
rompió el dominio del mal, ganó el mundo.
Esto le dice tu corazón a todas las generaciones
Tan claro como el cielo donde el viento ha disuelto cada nube.
Y entonces nos recuerdas que no es lo mismo
ser pecadores y ser corruptos: es muy diferente.
Una cosa es caer, pero luego arrepentirse, confesarlo
y levantarse de nuevo con la ayuda de la misericordia de Dios.
Otra cosa es la connivencia hipócrita con el mal,
la corrupción del corazón, que se muestra impecable por fuera,
pero por dentro está lleno de malas intenciones y mezquinos egoísmos.
Tu pureza clara nos recuerda la sinceridad,
a la transparencia, a la simplicidad.
¡Cuánto necesitamos ser liberados de
la corrupción del corazón, que es el peligro más grave!
Esto nos parece imposible, porque somos tan adictos,
y en cambio está al alcance de la mano. ¡Basta con mirar hacia arriba
a tu sonrisa de madre, a tu belleza virgen, incontaminada,
para volver a sentir que no estamos hechos para el mal,
sino para el bien, para el amor, para Dios!
Por esto, oh Virgen María,
hoy te confío a todos aquellos que, en esta ciudad
y en todo el mundo están oprimidos por la desconfianza
del desánimo por el pecado;
aquellos que piensan que para ellos no hay más esperanza,
que sus faltas son demasiadas y demasiado grandes
y que Dios no tiene tiempo que perder con ellos.
Te los confío porque no eres solo una madre
y como tal nunca dejas de amar a tus hijos,
sino también eres la Inmaculada, llena de gracia,
y puedes reflejar desde adentro de la oscuridad más profunda
un rayo de luz de Cristo resucitado.
Él, y solo Él, rompe las cadenas del mal,
libera de las adicciones más implacables,
se disuelve de los lazos más criminales,
suaviza los corazones más endurecidos.
Y si esto sucede dentro de las personas,
¡Cómo cambia la faz de la ciudad!
En pequeños gestos y en grandes elecciones,
los círculos viciosos se vuelven virtuosos poco a poco,
la calidad de vida mejora
y el clima social es más transpirable.
Te damos gracias, Madre Inmaculada,
Por recordarnos que, por el amor de Jesucristo,
ya no somos esclavos del pecado,
sino libres, libres de amar, de amarnos,
para ayudarnos como hermanos, aunque si sean diferentes de nosotros
y gracias por ser diversos entre nosotros.
Gracias porque, con tu sinceridad, nos animas a
no avergonzarnos del bien, sino del mal;
ayúdanos a mantener alejado al maligno,
que con el engaño nos atrae hacia él, en agujas de muerte;
danos el dulce recuerdo de que somos hijos de Dios,
Padre de inmensa bondad,
fuente eterna de vida, belleza y amor. Amén.
¿Cuándo poner y quitar el árbol de Navidad?
Vivamos bien esta Navidad, preparémonos para ella
Hay muchas tradiciones respecto a este tema, pues una tradición que en sus inicios fue eminentemente cristiana (fue san Francisco de Asís quien puso el primer pesebre viviente, en la Navidad de 1223), se ha ido comercializando. De esto tenemos que muchos empiezan a decorar para la Navidad incluso desde septiembre. Hoy me quiero concentrar en el árbol de Navidad: ¿cuándo se debe colocar? ¿cuándo se debe quitar?
Primero, debemos notar que se llama “árbol de Navidad”, no “árbol de Adviento”, es decir que lo propio sería que éste se coloque durante dicho tiempo litúrgico (que estrictamente hablando comienza en las primeras vísperas de Navidad -24 de diciembre en la tarde- y termina con la Fiesta del Bautismo del Señor, el domingo posterior al 06 de enero).
Ahora bien, hay que aclarar que precisamente el Tiempo de Adviento (que inicia 4 semanas antes de Navidad) es una preparación para esa magna celebración. Por lo que, como sacerdote, y siguiendo la tradición cristiana, veo muy apropiado que se coloque el árbol de Navidad desde el primer domingo de Adviento, y así poco a poco irnos preparando hacia el nacimiento de Jesús. Esto en el caso que dicho árbol sea artificial, porque de ser natural, lo más probable es que no permanecería verde todo el tiempo debido.
Algunos sugieren, cosa que me parece muy adecuada -sobretodo si es un árbol natural-, que se coloque una semana antes de Navidad. De hecho, el Adviento se divide en dos grandes partes: las primeras dos semanas se enfocan en los profetas que anuncian la llegada del Mesías, mientras que del 17 de diciembre en adelante se concentra más en los personajes cercanos al nacimiento de Jesús. Por lo que una buena opción también puede ser colocarlo del 17 de diciembre en adelante.
Respecto a la fecha en la que se debe quitar el árbol de Navidad, no hay mucho que discutir, pues es claro que cuando termina el tiempo de Navidad, es el momento para quitarlo. La Navidad -como ya esbozamos arriba- comienza el 24 de diciembre en la tarde (primeras vísperas) y concluye el domingo siguiente al 06 de enero, esto es el domingo posterior a la Epifanía (dicho domingo se celebra la Fiesta del Bautismo del Señor). El lunes que sigue al domingo en el que se ha celebrado dicha Fiesta, se continúa con el Tiempo Ordinario, por lo que ya no tiene sentido tener elementos de Navidad, entre ellos, el árbol, pues cada Tiempo Litúrgico tiene sus propios elementos, colores, etc.
Debemos resaltar que esta fiesta es eminentemente cristiana, pues recordamos el acontecimiento en el cual Dios se hizo carne (lo que conocemos como Encarnación y/o Navidad), por lo que animo con ahínco a que no nos la dejemos robar, no permitamos que se comercialice, que se paganice. Es la fiesta del cumpleaños de Jesús, por lo que no tendría sentido celebrar un cumpleaños si olvidamos al cumpleañero. El centro debe ser Cristo, en la humildad de un niño.
Un detalle que también debemos recalcar es que el árbol de Navidad es sólo uno de los elementos de todo el pesebre, éste no tendría sentido si no se coloca el nacimiento (María, José, el niño Dios, los reyes Magos, la estrella, los pastores, la mula y el buey, etc), todo debe estar centrado en el evento central: el Nacimiento de Jesús; todos los elementos apuntan a ello.
En síntesis, es correcto colocar el árbol de Navidad a partir del primer Domingo de Adviento (4 semanas antes del 24 de diciembre), pero no tendría mucho sentido colocarlo antes de esa fecha. Y se quita el domingo posterior al 06 de enero.
Vivamos bien esta Navidad, preparémonos para ella. Y que el color verde del árbol nos recuerde la esperanza, nos recuerde que nos estamos preparando para la Venida de Jesús. Celebremos la Navidad, pero no la celebremos sin Jesús.
Revelaciones de la Comisión que estudia la historicidad de Guadalupe
La canonización de Juan Diego, el indio a quien se apareció la Virgen de Guadalupe, hubiese sido un disparate si su existencia no estuviese comprobada. Esta afirmación, realizada en varias ocasiones por el ex abad de la Basílica de Guadalupe, Guillermo Schulenburg, ha sido pronunciada desde lustros por otros personajes.
Y tal afirmación se ha hecho porque ya el 18 de abril de 1794, el académico español, Juan Bautista Muñoz, sostuvo por primera vez que el acontecimiento guadalupano carecía de fundamento histórico. Si se hace caso a estas tesis, Juan Pablo II canonizó el 31 de julio de 2002 a una especie de fantasma creado por la imaginación religiosa mexicana. Ni que decir tiene que las apariciones de Guadalupe perderían -sin Juan Diego- toda veracidad.
Ante estas afirmaciones, y en el marco del proceso de canonización del beato indio, la Congregación vaticana para las Causas de los Santos, decidió crear en 1998 una Comisión histórica para analizar su fundamento. Nombró como presidente de la Comisión histórica al profesor de Historia eclesiástica en las Universidades Pontificias Urbaniana y Gregoriana, Fidel González Fernández, reconocido como uno de los máximos expertos en la materia.
La Comisión solicitó la cooperación de unos 30 investigadores de diversas nacionalidades que ofrecieron una contribución decisiva no sólo para justificar la historicidad de Juan Diego, sino incluso para aportar nueva luz a la historia de México. El padre González expuso los resultados de este trabajo en un Congreso extraordinario celebrado en la Congregación Vaticana para las Causas de los Santos el 28 de octubre de 1998, obteniendo un éxito positivo en la resolución de las dudas presentadas sobre la problemática histórica.
Quizá fue uno de los trabajos más originales del padre González, quien ha sido asistido en esta labor por otros miembros de la comisión, Eduardo Chávez Sánchez y José Luis Guerrero Rosado (cf. «El encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego», Editorial Porrúa, México 1999, 564 pp.) es la presentación de 27 documentos o testimonios indígenas guadalupanos y 8 de procedencia mixta indo-española. Entre todos ellos, destaca el «El Nican Mopohua» y el llamado Códice «Escalada».
«El Nican Mopohua», del escritor indio Antonio Valeriano, constituye un testimonio privilegiado del proceso de transculturación del cristianismo de la Nueva España. Sin embargo, la cuestión acerca de la historicidad de su contenido y de cuanto en él es revestimiento literario o parte de un entorno cultural sigue siendo discutido con vehemencia. Cada palabra de los 218 versos del «Nican Mopohua» tiene sus significados dentro de la filosofía y mitología nahuas así como cristianas respectivamente. Al ser un texto literario, no tiene un valor histórico, sin embargo, ofrece el testimonio de la cosmovisión india del momento, algo mucho más importante para esa cultura que lo que podría haber sido una crónica fechada.
Por otra parte, su autor un indígena de raza tecpaneca pura, fue un testigo, pues vivió entre 1520 y 1606. Los historiadores afirman que era sobrino del emperador Moctezuma. A los trece años --en 1533, testimonio de la impresionante labor que realizaron los misioneros-- ya entró a estudiar en el colegio de San Cruz de Tlatelolco, fundado por el obispo Juan de Zumárraga. Fue, por tanto, uno de los primeros indios en hablar latín y gobernador de Azcapotzalco durante 35 años. Tenía 11 años en 1531, año de las apariciones, y 28 en 1548, cuando murió Juan Diego.
Por otra parte, el Códice «Escalada», firmado por el indio Antonio Valeriano y el español fray Bernardino de Sahagún, recién descubierto, constituye un testimonio directo de la historicidad de Juan Diego, pues contiene una especie de «acta de defunción» del indígena.
Dado que todavía no se han encontrado documentos históricos relativos a los veinte años que siguieron a las apariciones de Guadalupe, quienes se oponen a ellas aseguran que este «silencio» documental es prueba de que no existieran. Se olvida, sin embargo, que muchas fuentes indígenas fueron destruidas, como dos autoridades indiscutibles de la primera hora, fray Bernardino de Sahagún y Gerónimo de Mendieta declaran. Además, no hay que olvidar otros elementos históricos como los incendios (el del Archivo del Cabildo de México de 1692) o la llamada «crisis del papel» que invistió a la Nueva España durante mucho tiempo y que obligó como algo normal a la reutilización del papel ya usado, incluso de documentos de archivo, para nuevos usos sea en el comercio como en la escritura.
Preguntas sin responder
Los antiaparicionistas, sin embargo, no pueden explicar con elementos históricos algunos aspectos decisivos de la historia de México sin tener en cuenta el milagro de Guadalupe. Como, por ejemplo, el que, después una conquista dramática y tras dolorosas divisiones y contraposiciones en el seno del mundo político nahuatl, en un lugar significativo para el mundo indígena, en el cerro del Tepeyac, se levantara en seguida una ermita dedicada a la Virgen María bajo el nombre de Guadalupe, que con la Guadalupe de España coincide sólo en el nombre.
No explican tampoco cómo Guadalupe se convirtió en señal de una nueva historia religiosa y de encuentro entre dos mundos hasta ese momento en dramática contraposición.
La historicidad del beato ha quedado tan fundamentada que el presidente de la Comisión creada por la Congregación romana para las Causas de los Santos, Fidel González, está estudiando los orígenes sociales de Juan Diego. No se sabe si era un noble indio o un «pobre» indio. Se trata de una confusión provocada por las traducciones del «Nican Mopohua» al castellano.
Existen otras muchas pruebas históricas sobre la existencia de Juan Diego, como, por ejemplo, la tradición oral, fuente decisiva al estudiar a los pueblos mexicanos, cuya cultura era principalmente oral. Esta tradición, en esos casos suele obedecer a cánones bien precisos y, en el caso de Guadalupe, siempre confirma la figura histórica y espiritual de Juan Diego.
Quien quiera profundizar en el aspecto histórico del vidente de Guadalupe, puede leer a continuación el artículo inédito escrito por una de las personalidades más competentes en la materia, Fidel González, presidente de la Comisión histórica sobre Juan Diego constituida por la Santa Sede.
ZS99121909
LA DOCUMENTACION HISTÓRICA SOBRE LA VIRGEN DE GUADALUPE Y JUAN DIEGO
Estudio inédito de uno de los máximos expertos en la materia (1)
Por Fidel González, mccj
Presidente de la Comisión Histórica sobre Juan Diego nombrada por la Congregación romana para las Causas de los Santos.
Profesor de Historia eclesiástica en las Universidades Pontificias Urbaniana y Gregoriana.
ROMA, 19 (ZENIT).- En los comienzos de la presencia misionera cristiana en México y en otros lugares del Nuevo Mundo, se constata un choque entre el mundo religioso y cultural precortesiano y el cristiano llegado de Europa. Sin embargo vemos que se va a dar un encuentro no exento de dolor. Ahora bien, Guadalupe es la expresión más lograda de este encuentro y el indio neo-cristiano Juan Diego Cuauhtlatoatzin un eslabón que lo representa, o como es llamado por el "Nican Mopohua", el más importante documento de indígena sobre el hecho guadalupano, su "mensajero"(2). Así lo han percibido tanto la "traditio" india como la española, la criolla y la mestiza. En este sentido el hecho guadalupano y la misión del indio Juan Diego Cuauhtlatoatzin tienen un marcado sentido eclesial y misionero.
En el Acontecimiento guadalupano se muestra los comienzos dramáticos de la historia del continente americano. La reciente publicación en México por la prestigiosa editorial Porrúa del libro en colaboración de F. González Fernández, E. Chávez Sánchez, J. L. Guerrero Rosado señala esta problemática al investigar documentalmente el tema guadalupano. El argumento guadalupano ha sido objeto de apasionados debates históricos desde que a finales del s. XVIII un académico español, Juan Bautista Muñoz (3), seguido luego por dos mexicanos, el extravagante fraile dominico fray Servando Teresa de Mier y a finales del siglo XIX el erudito Joaquín García Icazbalceta pusieron en duda desde posiciones y por motivos muy diversos la historicidad del hecho guadalupano. Desde entonces la polémica va a predominar en la historiografía guadalupana sobre la investigación documental.
I. TESIS CONTRAPUESTAS
En la historia de la controversia guadalupana se encuentran tesis contrapuestas. Algunas quieren vaciar el Acontecimiento guadalupano de su historicidad reduciéndolo a un mero símbolo de valor variable. Sintetizamos algunas de estas tesis.
a) Para algunos "Guadalupe" es un mito religioso que representaría las antiguas tradiciones religiosas mexicanas sincretísticamente asumidas por el catolicismo. La Virgen de Guadalupe sería la transposición católica de una "divinidad" pagana y Juan Diego uno de los personajes del mito.
b) Otros antiaparicionistas creen que "Guadalupe" es un instrumento catequético usado por los misioneros en la evangelización de los indígenas; habrían aplicado al caso mexicano la tradición española que usaba el teatro, las escenificaciones y los pasos procesionales con tal fin dando lugar a una rica tradición escultórica e iconográfica.
c) Otros ven "Guadalupe" como una creación del naciente "Criollismo" a partir del siglo XVII, una afirmación de poder frente a los peninsulares españoles. Habría nacido así el nacionalismo mexicano con raíces criollas y la Virgen de Guadalupe como su símbolo. Solamente en un segundo tiempo se daría espacio al "indio Juan Diego" y a los indios, que no habrían sido recordados como protagonistas en el hecho hasta entrado el siglo XVIII. La misma Independencia mexicana habría sido proclamada bajo este símbolo (4).
d) Para otros antiaparicionistas la duda nace de la falta de fuentes exhaustivas en los primeros veinte años; pesa mucho sobre ellos el llamado "silencio documental franciscano", especialmente el de fray Juan de Zumárraga, primer obispo de la diócesis de México, y el de otros cronistas de la época, sumamente fieles en la transmisión de los hechos más importantes de la conquista y de la evangelización (5).
e) Algunos no niegan la historicidad de "Guadalupe". Sin embargo para ellos lo fundamental sería el simbolismo guadalupano (6).
f) Para algunos lo interesante en el hecho guadalupano es el drama de la conquista y las diversas actitudes de los misioneros y del mundo indígena en los primeros momentos de la evangelización. También, y por motivos opuestos, algunos seguidores del idealismo filosófico leen bajo este prisma el hecho guadalupano interpretándolo dialécticamente y como una creación del sujeto.
g) Existen numerosas publicaciones de carácter divulgativo donde prevalece el aspecto devocional sin ninguna preocupación de carácter histórico.
h) Algunas de estas visiones, aplicadas al hecho guadalupano, pueden llevar a un fideísmo y en algunos casos incluso a soslayar el problema de la racionalidad de la fe y de su nexo con la historia, y en otros a la reducción de "Guadalupe" a puro símbolo o a mero sentimiento sin ninguna relación con los hechos históricos.
II. PROBLEMÁTICA SOBRE LA HISTORICIDAD DE JUAN DIEGO
La Causa de beatificación de Juan Diego: ocasión de nuevos estudios y debates
Juan Diego Cuauhtlatoatzin, el indio "vidente" de Santa María de Guadalupe, nació al parecer hacia el 1474 y murió en 1548. Algunas fuentes primitivas indígenas guadalupanas, y más tarde las "españolas", lo llaman explícitamente "embajador-mensajero" de Santa María de Guadalupe. Fue beatificado en la basílica de Guadalupe de la ciudad de México el 6 de mayo de 1990 por Juan Pablo II durante su segundo viaje apostólico a México.
La historia de su Causa está estrechamente unida al de del hecho guadalupano. Desde un punto de vista jurídico se abrió un proceso en 1666 para reconocer el hecho. La petición fue firmada por el Obispo de Puebla, Gobernador de la Arquidiócesis de México, sede vacante, y por el virrey de la Nueva España (7). Las «Informaciones» fueron solamente leídas en 1667 por la Sagrada Congregación de Ritos sin dar, que conozcamos, una respuesta (8)
En el siglo XVIII, en 1739 el erudito Lorenzo Boturini Benalluci recogió muchos documentos sobre el hecho guadalupano durante su viaje a la Nueva España con el objetivo de publicar su historia; muchos de estos documentos se perdieron cuando Boturini fue expulsado de la Nueva España. Algunos de estos documentos de Boturini aparecerán más tarde en archivos y colecciones privadas
Benedicto XIV acogió las peticiones de las autoridades eclesiásticas y civiles de la Nueva España y declaró la Virgen de Guadalupe en 1754 como patrona principal de la Nueva España y de los Dominios de la Corona de España. Por su parte la Sagrada Congregación de Ritos concedió misa y oficio especiales para el 12 de diciembre, solemnidad de Nuestra Señora de Guadalupe (10). En 1894 los obispos mexicanos obtuvieron la concesión por parte de la Sagrada Congregación de Ritos de la coronación canónica de la Virgen de Guadalupe (11) entonces fueron presentadas de nuevo las «Informaciones Jurídicas de 1666» y otros nuevos datos como respuestas a las "animadversiones, (12). En las primeras décadas del siglo XX los obispos de México y de muchas otras partes del mundo solicitaron a Pío X y luego a Pío XI la declaración de la Virgen de Guadalupe como Patrona del Continente Americano y de las Filipinas (13). A partir de 1974, V Centenario de la hipotética fecha del nacimiento de Juan Diego, los obispos mexicanos y más tarde los latinoamericanos pidieron su canonización ~ Durante su primera Visita pastoral a México en 1979 Juan Pablo II presentó también a Juan Diego como un personaje histórico, importante en la historia de la evangelización de México. Se llegó así a su beatificación en la basílica de Guadalupe en México por Juan Pablo II el 6 de mayo de 1990.
Sin embargo la beatificación, llevada a cabo con el método de las llamadas beatificaciones "equivalentes" ("equipolenti"), suscitó una polémica sobre la historicidad del acontecimiento guadalupano y sobre la misma figura de Juan Diego. Dado que muchos obispos pedían su canonización, a principios de 1998 la Congregación para la Causa de los Santos nombró una comisión histórica encargada de investigar más a fondo la problemática histórica (15).
Parte de los resultados de tal estudio han sido recogidos en el volumen de F. González Fernández, E. Chávez Sánchez, J. L. Guerrero Rosado. Las dudas y objeciones han constituido un estímulo positivo para esta investigación. La obra presenta una serie de documentos de procedencia diversa, que a nuestro entender, afirman de manera convergente el hecho guadalupano. Ha sido preocupación de los autores examinar críticamente esta documentación. Ofrecen también algunas hipótesis razonables para explicar algunos vacíos, como el llamado "silencio guadalupano" de algunos personajes eclesiásticos y civiles del siglo XVI.
III. METODOLOGÍA USADA
La investigación tenía como objetivo inmediato llegar a un dictamen histórico sobre la historicidad de Juan Diego en vistas de su proceso de canonización. Dadas las características peculiares del tiempo, del ambiente y de la naturaleza de la documentación se tenían que estudiar los distintos problemas históricos respetando la índole de tal documentación.
Para alcanzar tal propósito se siguieron los criterios del método usado en la Congregación vaticana para las Causas de los Santos: investigar el asunto "plene ac rite", es decir, con los criterios de la metodología crítico-histórica en archivos y bibliotecas; averiguar si las fuentes eran dignas de fe, total o parcial, y en qué medida; y ver si en tales fuentes se podían encontrar aquellos elementos que pudiesen ofrecer un fundamento histórico para llegar a un juicio sobre la historicidad del acontecimiento guadalupano de México y de su nexo con el indio Juan Diego. En este orden de cosas había que tener presente la naturaleza y la diversa tipología de las fuentes históricas y literarias, y por lo tanto, la metodología adecuada que debía aplicarse a cada caso.
Las fuentes históricas y literarias proceden fundamentalmente de tres matrices culturales distintas: las "estrictamente indias e indígenas"; las "españolas y europeas"; y las "mestizas" donde se dan cita los dos elementos anteriores en manera diversa. El tratamiento de cada fuente lo impone la fuente misma y su naturaleza, es decir, el objeto debe prevalecer sobre los "a priori" del investigador; hay que ver también los datos según la totalidad de sus factores, sin eliminar o descuidar alguno, y, finalmente, hay que tener en cuenta también el influjo de la moralidad en la dinámica del conocimiento de los hechos. Por todo ello hay que tener en cuenta la historia y la cultura mexicana prehispánica. la de los conquistadores y misioneros españoles y el proceso evolutivo histórico que se da en la Nueva España o México desde el siglo XVI en adelante. Además, para dar un justo valor a las fuentes históricas hay que tener en cuenta los hechos de interculturación de los dos mundos: su lenguaje cultural, el valor de sus tradiciones y el método de su transmisión (16).
Las fuentes indígenas
El momento histórico en el que se desenvuelven los hechos guadalupanos mexicanos explica la escasez relativa de documentos guadalupanos directos de la primera hora. Sin embargo, tenemos el recurso de noticias e informes fidedignos tempranos, tanto indígenas como españoles, pertenecientes a los primeros veinte años tras los hechos, o de otros, que a partir de mediados del siglo XVI, abordaron el tema recurriendo a documentos o testigos antiguos, como es el caso de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl y, sobre todo, las «Informaciones Jurídicas de 1666», que recogieron muchos de estos testimonios, entre ellos de gente contemporánea que conoció a testigos de los hechos y a sus protagonistas.
En la historia de la documentación cobran especial relieve los códices indígenas, por lo que es necesario su interpretación adecuada. En una carta, recientemente descubierta, del erudito italiano del siglo XVIII Lorenzo Boturini, el autor enumera los documentos que pretende recuperar, y busca la intervención de personas competentes para que le sean entregados (17). Muchas fuentes indígenas fueron destruidas, como dos autoridades indiscutibles de la primera hora, fray Bernardino de Sahagún y Gerónimo de Mendieta declaran (18).
Hay una fuente documental, no siempre debidamente valorada, y que en el caso guadalupano mexicano tiene una capital importancia: la transmisión oral o la tradición. Ya en el siglo XVI un observador atento como el jesuita p. José de Acosta, conocedor de las realidades de México y de Perú, se preguntaba sobre el valor de las tradiciones y de la transmisión oral en su correspondencia con el padre jesuita mexicano p. Juan de Tovar (19). Un siglo más tarde el lingüista y catedrático mexicano, Luis Becerra Tanco, volvía sobre el mismo argumento (20). Ambos testimonios subrayan el valor positivo de tal tradición y método. En 1578, el misionero dominico fray Diego Durán reconocía el error de haber destruido los códices indígenas. La validez y fiabilidad de este tipo de transmisión han sido confirmadas por los modernos investigadores nahuatlacos como Miguel León Portilla (22). Por ello es necesario tener presente la importancia de la tradición oral como fuente histórica entre los pueblos de cultura principalmente oral, como lo eran los pueblos mexicanos. La tradición oral en esos casos suele obedecer a cánones bien precisos.
Observaciones sobre las fuentes indígenas y sobre las fuentes "mestizas" o mixtas
En la obra de F. González Fernández, E. Chávez Sánchez, J. L. Guerrero Rosado (23) se presentan 27 documentos o testimonios indígenas guadalupanos de diversa procedencia, valor e interpretación, entre los que destaca el "El Nican Mopohua"; y 8 de procedencia mixta indo-española o mestiza, entre los que destacan los pertenecientes a don Femando de Alva Itlilxóchitl y el llamado Códice "Escalada", recientemente descubierto. Ante todo hay que establecer su procedencia, su cronología, y su finalidad. Entre las fuentes indígenas la principal es sin duda "El Nican Mopohua", atribuido al escritor indio Antonio Valeriano, de cuya paternidad hoy día los mejores investigadores ya no dudan (24). El Documento tiene una estructura poética y se trata "de un testimonio privilegiado del proceso de transculturación del cristianismo de Nueva España, el cual sigue manteniendo un valor y una actualidad ejemplar para la introducción a filosofías y teologías mexicanas, así como para la praxis teológico y social y para la pastoral eclesiástica en el México actual y en otros países de América" (25). Sin embargo, la cuestión acerca de la historicidad de su contenido y de cuanto en él es revestimiento literario o parte de un entorno cultural sigue siendo discutido con vehemencia.
El documento de Antonio Valeriano fue dado a conocer en su texto náhuatl por Lasso de la Vega en 1649. "Es un texto complejo y simple a la vez que se convirtió en el paradigma para otros relatos posteriores y que influye decisivamente en el proceso religioso de México. En este texto en náhuatl lo que más destaca, como ya lo había expresado el historiador y nahuatlaco A. María Garibay es el extraordinario mensaje de la maternidad espiritual de María, principalmente hacia lo pobres y los desamparados" (26).
Por todo ello, el documento va estudiado en su contexto cultural, en "la configuración literaria del acontecimiento guadalupano" (27) "teniendo presente las reflexiones filosóficas y recensiones teológicas del acontecimiento guadalupano" (28), y la "cosmovisión náhuatl (tolteca-azteca) y cristiana. Cada palabra de los 218 versos del "Nican Mopohua" tiene sus significados dentro de la filosofía y mitología nahuas así como cristianas respectivamente" (29). La complejidad y la amplitud de la cosmovisión náhuatl y del profundo intento de inculturación cristiana por obra de los misioneros son temas que necesitan un conocimiento y un estudio atento. Para entenderlo hay que tener presente todos los datos que nos ofrecen las fuentes históricas y literarias de los siglos XVI y XVII en la Nueva España (30).
En la interpretación de las fuentes indígenas guadalupanas hay que tener en cuenta también que estas no son "puras" en el sentido cultural y lingüístico sino que proceden ya de indígenas cristianos o que han entrado en contacto con el mundo cultural español y misionero. Estos contactos se reflejan en las fuentes, sea en el contenido como en el lenguaje. Por ello, para entender estas fuentes se debe tener presente el rico mundo literario náhuatl de temas religiosos, filosóficos y de ciencias naturales producido por indígenas y por españoles después de 1521. No hay que olvidar la procedencia humanista de muchos frailes misioneros y de muchos conquistadores. Tal humanismo cristiano se encontró con la sabiduría tradicional india. Antonio Valeriano es un ejemplo (31). Frailes misioneros, conquistadores y sabios indígenas nos han legado numerosas investigaciones lingüísticas y filológicas: "artes o gramáticas, vocabularios, doctrinas cristianas, catecismos, sermonarios, devocionarios, confesionarios, traducciones de la Biblia, anales y relatos orales, compilaciones de cartas, poemas e himnos sagrados, textos sobre agricultura, medicina, conjuros y hechizos, fiestas y bailes, educación y sociedad y economía y otras obras a través de los siglos de la Colonia y de la Independencia hasta los tiempos actuales en los que nuevo textos en náhuatl incluyen vocablos e ideas especialmente diseñadas para significar conceptos hebraico-cristianos. Esta rica literatura, largo tiempo desdeñada por los investigadores, es pródiga en implicaciones en el contexto de la historia de las ideas y de procesos de aculturación a nivel de las creencias y prácticas religiosas así como en ideas modernas y filosóficas" (32). Estos principios y experiencias deben tenerse presentes no solamente en el caso especifico del "Nican Mopohua", sino también en la rica literatura escrita en lengua náhuatl acerca del acontecimiento guadalupano (33).
Hay que notar también que la lengua náhuatl es rica en expresiones literarias para hablar poéticamente de la cosmovisión mesoamerícana y narrar hechos de su historia. Esta lengua además era la lengua "franca" de Mesoamérica usada por numerosos poetas, cronistas y literatos en tiempos antiguos y en los tiempos inmediatamente posteriores al acontecimiento guadalupano. Los hechos y el mensaje de la doctrina cristiana fueron también expresados en ella con la misma metodología, los mismos acentos y el mismo desarrollo del pensamiento filosófico de los antiguos "tlamatinime", los sabios mexicanos creadores de cantos, crónicas y poesía. Este aspecto de la inculturación náhuatl cristiana explica el estilo y el contenido de estos documentos indígenas.
Llamamos fuentes "mixtas indo-españolas o mestizas" a aquellas fuentes, donde encontramos la presencia de un elemento mestizo determinante o una mezcla cultural por razón de su autor, como en el caso de don Fernando de Alva Ixtlilxóchitl (descendiente de español y de indígena); o porque los autores firmantes del mismo documento son un indígena y un español, como en el Códice "Escalada" (firmas del indio Antonio Valeriano y del español fray Bernardino de Sahagún); por la lengua usada (nahuatl, como en el Códice "Escalada", o por otros elementos como autor, composición o lengua que indican la presencia de un mestizaje cultural, que ya no es ni el puramente indígena prehispánico, ni el español importado. Entre estas fuentes hemos catalogado algunas de capital importancia, pero donde ya encontramos presente un nuevo tipo de acercamiento y de juicio cultural, fruto de la nueva situación. Entre ellos recordamos el "Nican Motecpana" de don Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, el "Inim Huey Tlamahuizoltica", el mapa de Alva Ixtlixóchitl, el "Inim Huey Tlatnahuizoltzin" [atribuido a Juna González], el testamento de Francisco Verdugo Quetzalmamalitzin, el llamado Códice "Florentino" [de fray Bernardino de Sahagún], el testimonio de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl respecto a favores a los habitantes de Teotihuacán, y el importante Códice "Escalada" con un testimonio guadalupano directo y una especie de "acta de defunción" de Juan Diego, el vidente guadalupano (34).
En relación a las fuentes españolas y europeas en general
Los documentos del siglo XVI de "procedencia española" a favor de Guadalupe son numerosos; pero también aquí nos encontramos con la misma problemática de lectura de los documentos de procedencia india o mestiza escritos en náhuatl o en castellano.
La mayor parte de los documentos presentados en apoyo del acontecimiento guadalupano pertenecen a la segunda parte del siglo XVI y crecen cada vez más hasta nuestros días. Frecuentemente estos documentos se refieren directa o indirectamente al culto dado a la Virgen de Guadalupe en la capilla a Ella dedicada en las faldas del cerro de Tepeyac a las afueras de la Ciudad de México. Tales fuentes no siempre se refieren al hecho directo de las apariciones; a veces se trata de documentos circunstanciales en los que se recuerda "Guadalupe" de paso; otras veces estos documentos tienen como objeto donaciones o actos de devoción guadalupana; otras se refieren a cuestiones juridícas relativas al santuario de Guadalupe o a controversias relacionadas con las apariciones y con el culto. En algunas no siempre aparece con claridad una referencia a las apariciones o al vidente Juan Diego. También aquí hay que estudiar el origen, el destinatario, el contexto y la finalidad del documento para entender su propósito y alcance. De hecho algunos de estos documentos no tienen como finalidad el tema guadalupano directo sino más bien otras cuestiones; pero el hecho de una afirmación "guadalupana" en un documento, que no tiene por objeto directo "Guadalupe", "Juan Diego" o las apariciones, les da un mayor valor. En la citada obra "El encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego" han sido presentados y analizados documentos "guadalupanos", todos pertenecientes a la época que va a partir de la mitad del siglo XVI (hacia 1555 en adelante) y llegan hasta 1630: 9 testamentos, 2 documentos relativos a donaciones, 2 de carácter jurídico (controversias), 11 referencias guadalupanas en crónicas de la época, algunas de especial valor (35), las Actas de Cabildo entre 1568 y 1569, el llamado mapa de Uppsala, algunos testimonios iconográficos primitivos (36), peticiones de indulgencias y privilegios, concesiones de gracias por parte de la Santa Sede a partir de Gregorio XIII; documentos que muestran la importancia del santuario de Guadalupe en el virreinato de la Nueva España; y los testimonios de los jesuitas relativos a Santa María de Guadalupe.
Nuevos documentos, fruto de una investigación de archivo, están enriqueciendo los estudios sobre la historicidad guadalupana y juandieguina. Entre ellos habría que destacar los documentos hallados en el archivo del antiguo "Convento del Corpus Christi" de la Ciudad de México y que se refieren a unas pruebas legales de "pureza de sangre" y descendencia de caciques de dos candidatas a la vida monacal. Tales documentos, aún inéditos en su totalidad han sido el punto de partida para la investigación de la genealogía de Juan Diego (37). La investigación en otro archivo desconocido hasta hace poco a los investigadores, el del antiguo convento dominico de Chimalhuacán (fundado 1529), ha dado como resultado el hallazgo de un importante material relativo a los primeros años de la conquista y a algunos protagonistas de la misma, tanto indios como españoles. En este material aparece el entorno cultural y familiar de Juan Diego, con estrechos vínculos con el lugar del convento y con la fundación del mismo convento . La documentación "española" crece a partir de finales del siglo XVI en documentos de índole muy diversa.
Esta riqueza de fuentes no nos impide plantearnos algunos problemas como la falta de documentos conocidos, anteriores a 1548, es decir pertenecientes a las dos primeras décadas inmediatamente sucesivas a 1531, fecha que la tradición y el resto de los documentos dan al acontecimiento guadalupano: ¿existen documentos de estos primeros 20 años aún perdidos en archivos o bibliotecas? Los antiaparicionistas esgrimen este "silencio" documental como su argumento más fuerte; mientras que los aparicionistas ofrecen varias hipótesis para explicarlo. De todas maneras habría que aplicar aquí el principio jurídico de que el "silencio" no afirma ni niega nada. La cuestión está abierta (39).
Las fuentes "españolas o europeas" crecen a partir del segundo arzobispo de México, el dominico Alonso de Montúfar (desde 1554 a 1573). El guadalupanismo de los arzobispos mexicanos desde Montúfar es indiscutible. A lo largo del siglo XVII "Guadalupe" se une cada vez más con la conciencia católica mexicana. La experiencia religiosa católica constituye sin duda la base más fuerte de la identidad católica nacional mexicana. En este juicio coinciden la mayor parte de los autores guadalupanos sea aparicionistas como antiaparicíonistas. Como escribe un autor: "En términos socioculturales, la veneración de la Virgen de Guadalupe permite a los indígenas, gracias a las circunstancias particulares de su aparición a un pobre indio; la reivindicación de sus reclamos de respeto y de reconocimiento dentro de la sociedad colonial y de su participación de la esperanza de la salvación [...] La Virgen de Guadalupe no fue propiedad de los conquistadores ni de los indios; se tornó en elemento decisivo en el largo proceso de formación de una cultura mexicana mestiza, con un marcado distanciamiento del mundo hispano de donde provino. Su doble origen hispano-indio reflejaba la disposición sociocultural de los mestizos, incluso de los criollos en la Nueva España..." (40).
En la segunda mitad del siglo XVI, y con mayor fuerza a lo largo del siglo XVII, la Guadalupe mexicana es llevada por los frailes misioneros y por los pobladores españoles a lo largo de la geografía de la actual Latinoamérica: desde el norte de México hasta Santa Fe de Argentina (de donde es patrona), pasando por Guatemala, Perú, etc.
Unas conclusiones y una reflexión a partir de los datos de esta historia
Los resultados del examen de las fuentes muestran una convergencia en lo esencial:
1. Que en los comienzos de la presencia española en México, y precisamente en el valle del Anáhuac, después una conquista dramática y tras dolorosas divisiones y contraposiciones en el seno del mundo político "nahuatl", en un lugar significativo para el mundo indígena, en el cerro del Tepeyac, se levanta en seguida una ermita dedicada a la Virgen María bajo el nombre de Guadalupe, que con la Guadalupe de España coincide sólo en el nombre (41).
2. Que con una fuerza increíble la ermita de Guadalupe se convierte en punto de atracción devocional, en señal de una nueva historia religiosa y de encuentro entre dos mundos hasta ese momento en dramática contraposición (42).
3. En tomo a la primitiva ermita se desarrolla una "devotio" creciente, ya sea de parte de los indios como de los españoles, criollos y mestizos, y que ninguno --tampoco los influyentes frailes misioneros mendicantes-- pudieron frenar. Esta "devotio" se convierte en el punto de convergencia de los diferentes grupos, "la casa común de todos" que reconocen en María, la "madre de Aquel por el que se vive" (como la llama el "Nican Mopohua"), la Madre de todos.
4. Esto viene progresivamente señalado por las fuentes: con más fuerza por las indígenas y progresivamente por las españolas. Las indígenas hablan muy pronto de las apariciones e indican con claridad al indio Juan Diego; las españolas son más lentas al principio en las referencias juandieguinas y subrayan más el centro del evento que es la mediación de la Virgen María.
5. Entre las fuentes, la tradición oral entre los indígenas ocupa un lugar privilegiado (43).
6. Las fuentes: orales, escritas, representaciones (pinturas, esculturas...) y arqueológicas muestran como en tomo al hecho guadalupano se desarrolla una creciente atención y "devoto", a la cual va íntimamente ligada la veneración popular del vidente Beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin, considerado como "embajador de la Virgen María". Las representaciones iconográficas de las apariciones y de Juan Diego siguen cánones precisos que encontramos en los primeros códices indígenas de la segunda mitad del 1500 y en algunas estampas de los comienzos del 1600. Vemos a menudo a Juan Diego representado con la aureola de santo; en los códices indígenas es presentado con los signos reservados para lo sagrado; entre estas pinturas destaca el fresco del convento franciscano de "Ozumba" (Estado de México) de los primeros años del siglo XVII, donde se representa la historia de la primera evangelización de México; en él se puede ver la aparición de la Virgen de Juan Diego en el Tepeyac. Queda la duda si la parte referente a Guadalupe sea un añadido posterior al resto. Sin embargo ello no le resta valor al testimonio. Hay que subrayar también el hecho de que el mural se halla en el pórtico exterior de uno de los más antiguos conventos franciscanos y que en su iglesia conventual uno de sus altares fue dedicado en el s. XVII a la Virgen de Guadalupe.
7. En los lugares vinculados a la vida de Juan Diego se conserva una memoria viva entre los indígenas, ya a partir del siglo XVI, con signos crecientes de veneración. Sobre el lugar donde la tradición decía que surgía su casa natal se levantó una iglesia en honor de la Virgen. Las excavaciones arqueológicas han confirmado la existencia de una casa indígena de finales del s. XV o principios del XVI debajo y en los aledaños del templo. Otro hecho significativo ya constatado en el siglo XVII por un documento de la época es que era muy común entre los indios del lugar bautizar a sus hijos con aquel nombre compuesto (no muy común en otros lugares). El hecho que su tumba no haya sido aun encontrada no despierta asombro, en cuanto que frecuentemente muchos sepulcros, también de personajes importantes, tanto indígenas como españoles (conquistadores, obispos y misioneros) permanecen anónimas (44). Actualmente se están realizando excavaciones arqueológicas junto a la antigua "capilla" de indios en Guadalupe; tal capilla fue construida en los primeros años del 1600 y es diferente de la "ermita" o iglesia de la Virgen de Guadalupe; en aquel lugar fueron encontradas algunas sepulturas. Parece ser también que una "capilla" haya sido erigida sobre el lugar donde se levantaba la casita de Juan Diego en el Tepeyac, no lejos de la ermita de la Virgen. La tradición, que ya se recoge por escrito a mediados del siglo XVII, habla de que Juan Diego se retiró a la "ermita". El hecho es normal en la tradición cristiana, pero también lo era entre la indígena mexicana. Muchos príncipes mexicanos y gente del pueblo cuando envejecían y no tenían fuerzas para luchar en las guerras estimaban como un gran honor retirarse para servir en los templos de su religión cumpliendo también los servicios más humildes. Algunos continúan tal tradición después del bautismo retirándose a servir iglesias y conventos. Muchas veces se llaman a sí mismos "pobres", "mazehualtzin"; Juan Diego se llama a sí mismo de esta manera en algunos documentos indígenas. Un caso típico conocido es el de don Femando Cortés Ixtlixóchitl, cacique de Texcoco, que ayudó Cortés en la conquista y que se retiró a vivir sirviendo en la iglesia de un convento. Se retira después a Toluca. Parece también fundado el hecho que haya estado en el convento de San Vicente Ferrer Chimalhuacán; según consta por algunos documentos de archivo. En un inventario de la última década del s. XVIII o de la primera del XIX conservado en dicho archivo se dice que hasta hacía poco se conservaba un fresco o mural pintado en el lado del evangelio del presbiterio de la iglesia conventual narrando su conversión cristiana; tal mural fue borrado en una lamentable reestructuración del templo llevada a cabo bajo uno de los párrocos de finales del s. XVIII y comienzos del XIX. Para algunos técnicos del INAH el fresco se encontraría aún bajo el yeso blanco.
8. Está todavía abierta la cuestión de los orígenes sociales de Juan Diego. Sí se trata de un pobre indio en el sentido sociológico. La confusión arranca de la interpretación de la traducción de Becerra Tanco (siglo XVII) del "Nican Mopohua". En él se presenta a Juan Diego como "macehualtzintli icnotlapatzintli", que Becerra Tanco traduce como "un indio plebeyo y pobre, humilde y cándido". Por otra parte, la expresión enuncia un lenguaje cortés y casi "protocolario" en el uso lingüístico de notables indios, como se ve a través de otros documentos indígenas. La expresión se podría por consiguiente traducir: "un indito, un pobre hombre del pueblo" o "un indio, un noble pobrecito" (45).
9. Los franciscanos al principio permanecieron más bien hostiles ante la aceptación del culto de la Virgen de Guadalupe; hay que leer los motivos de tal hostilidad a la luz de su conocida metodología misionera frente al mundo cultural y religioso indígena y al miedo de un comprensible sincretismo (46).
10. Las "Informaciones de 1666" es uno de los documentos más seguros, por su naturaleza jurídica, por su objetivo, por su destinatario y por la calidad de los testigos, sobre todo indios, que nos dan abundantes noticias transmitidas por su tradición oral relativas al acontecimiento guadalupano y a su paisano Juan Diego (47).
Es innegable el profundo sentido mariano de la espiritualidad española que llega a México a través de conquistadores y misioneros españoles. También es innegable la devoción de muchos de ellos a la Virgen de Guadalupe de Extremadura, en España. Muchos de los conquistadores y misioneros de la primera hora procedían de aquella región española. Tal devoción los acompaña. La Virgen "pertenece" a la historia épica de la reconquista española; con frecuencia en la conquista militar del Nuevo Mundo y en la "conquista espiritual" del mismo, para usar el titulo del conocido libro de Robert Ricard (48), les acompaña esta mentalidad que se muestra en devociones e iconografías. En este sentido cabe el juicio de Richard Nebel de que la Virgen: "era garante de sus victorias, tal como lo había sido en España" (49). El mismo autor citado se pregunta: "¿por qué entonces la Virgen deviene también en una figura central del cosmos religioso de los conquistados?". ¿Fue sólo una función "compensatoria" o "sustitutoria", como sugiere el autor citado? Nebel afirma que "en términos socioculturales, la veneración de la Virgen de Guadalupe permite a los indígenas, gracias a las circunstancias particulares de su aparición a un pobre indio la reivindicación de sus reclamos de respeto y de reconocimiento dentro de la sociedad colonial y de su participación de la esperanza de la salvación" (50). A nuestro parecer, y a la luz de la documentación histórica y de la antropología religiosa, los indios neobautizados veneran bajo la advocación de Virgen de Guadalupe la persona histórica de María de Nazaret, Madre de Jesús, Verbo Encamado en su seno (como lo indica claramente la iconografia del "ayate" guadalupano y las indicaciones precisas de los documentos indígenas), y no simplemente la transposición de un símbolo que podía tener ya desde sus comienzos un significado ambiguo (51).
Para los más antiguos documentos guadalupanos a nuestra disposición Guadalupe no es una simple sustitución; fue un acontecimiento histórico, percibido como tal. Tal historicidad llena de contenido un símbolo que hace razonable una práctica y una devoción mariana de la envergadura de Guadalupe. El acontecimiento guadalupano, por ello, afirma sin duda la catolicidad del anuncio cristiano y la capacidad inculturadora del mismo llevada a cabo por los misioneros.
La cultura de un pueblo, es decir la balanza de su historia, es la expresión vivida de lo que ha construido el pueblo. Muchos documentos eclesiásticos de los papas, a partir de León XIII, y de los obispos latinoamericanos (a partir del Concilio Plenario Latinoamericano de 1899 y a lo largo del siglo XX) hablan del "catolicismo" como un rasgo característico del pueblo latinoamericano: "En nuestros pueblos, el Evangelio ha sido anunciado, presentando a la Virgen María como su realización más alta [de la Iglesia como instrumento de comunión, Puebla n. 280-281].Desde los orígenes --en su aparición y advocación de Guadalupe-- María constituyó el gran signo, de rostro maternal y misericordioso, de la cercanía del Padre y de Cristo con quienes ella nos invita a entrar en comunión. María fue también la voz que impulsó a la unión entre los hombres y los pueblos. Como el de Guadalupe, los otros santuarios marianos del continente son signos del encuentro de la fe de la Iglesia con la historia latinoamericana,(52). "Madre y educadora del naciente pueblo latinoamericano, en Santa María de Guadalupe, a través del Beato Juan Diego, se ofrece un gran ejemplo de Evangelización perfectamente inculturada" (Juan Pablo II, Discurso inaugural, 24) (53).
NOTAS
(1) Cf. los resultados de la reciente investigación histórica sobre el argumento en: Fidel González Fernández, Eduardo Chávez Sánchez, José Luis Guerrero Rosado, "El encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego", Editorial Porrúa, México 1999, 564 pp. ISBN 970-07-1886-7.
(2) III CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO, "Documentos de Puebla", n. 282; n. 446; "simboliza luminosamente el Evangelio encamado en nuestros pueblos": IV CONFERENCIA GENERAL. I)EL EPISCOPADO LATINOAMERICANO, "Documentos de Santo Domingo", n. 15.
(3) JUAN BAUTISTA MUÑOZ, "Memoria sobre las Apariciones y el Culto de Muestra Señora de Guadalupe de México", en ERNESTO DE LA TORRE VILLAS Y RAMIRO NAVARRO DE ANDA, "Testimonios Históricos Guadalupanos", Ed. FCE México 1982, p. 692: disertación ante la Academia de la Historia que lo recibió como miembro el 18 de abril de 1794; en ella se sostenía por primera vez, que el Acontecimiento guadalupano carecía de fundamento histórico por el argumento que desde entonces siempre se ha repetido: el silencio de quienes deberían haber hablado. Muñoz ignoraba la mayor parte de los documentos guadalupanos. Fray Servando Teresa de Mier se hallaba por entonces recluido en un convento de Burgos. Este extravagante fraile dominico había predicado en México un sermón guadalupano lleno de absurdos, como la identificación por parte de la antigua mitología mexica de personajes míticos o dioses como divinizado Quetzalcóatl con Santo Tomás o la de Jesucristo con Huitziopochtli, o que en la capa de Santo Tomás se había pintado la imagen de la Virgen María y otras lindezas por el estilo. Todo ello le había merecido un juicio por la Inquisición y su destierro a España. El fraile entrará en contacto con Muñoz y se mostrará antiguadalupano, mezclándose en la vida política de la insurgencia mexicana y cambiando de opinión según como soplaban los vientos: sobre la compleja, confusa y enredada personalidad del fraile con frecuentes mentiras en sus escritos (llegó a escribir que había sido creado Nuncio del Papa en los nuevos Estados de México y América y Arzobispo): cf. ALFONSO JUNCO, "El increible fray Servando. Psicología y Epistolario", Ed. Jus (=Col. Figuras y episodios de la historia de México, N. 66). México 1959. Joaquín García Icazbalceta fíe un gran erudito, pero también profesaba una gran antipatía por los indios: en 1883 el arzobispo de México Pelagio Labastida le pide su opinión sobre Guadalupe y así escribe una famosa carta en la que se muestra dudoso sobre Guadalupe: JOAQUIN GARCIA ICAZBALCETA, "Carta acerca del origen de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe de México", publicada por orden del arzobispo de México, Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, México 1896. Sobre la historia de la historiografía antiaparícionista cf. F. GONZALEZ FERNANDEZ, E. CHAVEZ SANCHEZ, J. L. GUERRERO ROSADO, "El encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego", pp. 3-2 5. Citaremos a continuación como: "El encuentro...".
(4) En 1995 apareció la obra de STAFFORD POO1, "Our Lady of Guadalupe. The Origins and Sources of a Mexican Natioanal Symbol 1531-1797", The University of Arizona Press, Tucson & London 1995. El autor sostiene, como ya el título indica, el origen simbólico, religioso y nacional de Guadalupe como instrumento del "criollismo", a partir de mediados del siglo XVII para imponer su propia afirmación de poder de frente a los peninsulares españoles y dar un fundamento religioso en el contexto católico del tiempo a una "mexicanidad" que con el tiempo desembocaría en la Independencia. Por lo tanto para ni las apariciones ni Juan Diego tendrían una base histórica; serían simples símbolos fabricados que con el pasar del tiempo se impondrían en la devoción y opinión pública mexicana como un hecho histórico. La obra que contiene sin duda muchos elementos válidos. Sin embargo la tesis del autor parte de una serie de tesis enunciadas a priori y que intenta demostrar de manera forzada excluyendo todo documento contrario o interpretándolo de manera parcial.
(5) Entre estos autores se encuentra Joaquín García Icazlbalceta, el conocido erudito mexicano del s. XIX, el cual no se cerrada al hecho en sí mismo: "Carta acerca del origen de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe de México, publicada por orden del arzobispo de México, Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos", México 1896. Son conocidos sus sentimientos poco favorables al mundo indígena y las polémicas suscitadas por su carta así como las dudas y contradicciones sobre algunos aspectos de su publicación. Cf. en "El encuentro", pp. 10-12.
(6) Cf. RICHARD NEBEL, "Santa María Tonantzin Virgen de Guadalupe. Continuidad y transformación religiosa en México", Traducción del alemán por el Pbro. Dr. Carlos Wamholtz Bustillos, arcipreste de la Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe, con la colaboración de la señora Irma Ochoa de Nebel, Fondo de Cultura Económica, Primera edición en español 1995; primera reimpresión 1996; titulo original: "Santa María Tonantzin de Guadalupe -Religiose Kontinuittit und Trassformation in Mexiko", Neue Zeitschrifi fu Missionswissenschaft, 1992. La obra apareció en alemán en 1992; cf. también: RICHARD NEBEL "Nican Mopahua. Casmovisión Indígena e Inculturación cristiana", en HANS - JUROEN PRIEN (ed), "Religiosidad e Historiografía. La irrupción del pluralismo religioso en América y su elaboración metódica en la historiografía", Frankfurt am Main: Vervuert, - Madrid: Iberoamericana, 1998.
(7) Pero el asunto llevaba años de preparación con algunas investigaciones de la autoridad eclesiástica mexicana enviadas a la Santa Sede; lo demuestra un documento fechado en 1658 y conservado en la Biblioteca Apostólica Vaticana, fondo Chigiano: F IV 96 ff 16, titulado: "Historica narratia... imaginis SS Virginis Mariae vulgo de Guadalupe in Indiis nuncupate quae Mexici, mirabili modo... anno 1531 apparuit DD fr Joanni de Zumarraga". Sobre el iter de aquellas Informaciones Cf. CONCGREGATIO PRO CAUSIS SANCTORUM, 184, "Mexicana Canonizationis Seria Dei Ionnis Didaci Cuauhtlatoatzin Viri Laici (14 74-1548), Positio superfamae santictatis virtutibus, et cultu ab immemorabili praestito ex officio concinata", Romae 1989, Doc. IX.
¿Por qué canonizaron a Juan Diego?
Juan Diego fue el mensajero de una devoción que trasciende fronteras y tiempos
Introducción
La historia de la Causa de la Canonización del Juan Diego está estrechamente unida al gran Acontecimiento Guadalupano; es decir, el encuentro de Santa María de Guadalupe y el humilde indio Juan Diego en diciembre de 1531.
Si bien, no es posible encerrar un fenómeno sobrenatural, como es la Aparición de la Virgen María, en la historia temporal, sí lo es el evidenciar las manifestaciones de un suceso semejante; además, de la posibilidad de conocer a las personas que vivieron ese momento, su vida, su quehacer, sus costumbres, su educación, su comportamiento, su relación social, etc.; ya que esto va dejando huella y marcando la historia. Así como, no es posible conocer o medir la fe o el grado de conversión desde el corazón y el alma del ser humano, sí es posible conocer y comprobar en la historia algunas de sus expresiones.
Para acercarnos a la vida de un hombre humilde y del pueblo como lo era Juan Diego, uno de los principales protagonistas del Acontecimiento Guadalupano, ha sido necesario profundizar en las distintas investigaciones que se han dado por siglos; buscar en Bibliotecas y Archivos de varias partes del mundo; analizar comentarios y estudios que han tomado diversos ángulos de este Acontecimiento; investigar desde la tradición oral continua e ininterrumpida que se ha mantenido en la memoria del pueblo, hasta fuentes documentales históricas de gran importancia como mapas, códices, testamentos, cantares, narraciones antiguas, los llamados Nican mopohua y Nican motecpana, la Información de 1556, las Informaciones Jurídicas de 1666, los importantes escritos de los primeros frailes misioneros y otros muchos documentos que nos aportan noticias e información muy valiosa de este gran Acontecimiento. Todo esto desarrollarlo por medio del método científico histórico, que propone el análisis y valoración de cada una de las fuentes históricas, el estudio de cada una de ellas desde su naturaleza y la convergencia de las mismas.
La Santidad de un indio humilde
Juan Diego Cuauhtlatoatzin (que significa: Águila que habla o El que habla como águila),[1] un indio humilde, de la etnia indígena de los chichimecas, nació en torno al año 1474, en Cuauhtitlán, que en ese tiempo pertenecía al reino de Texcoco. Juan Diego fue bautizado por los primeros franciscanos, aproximadamente en 1524.[2] En 1531, Juan Diego era un hombre maduro, como de unos 57 años de edad; edificó a los demás con su testimonio y su palabra; de hecho, se acercaban a él para que intercediera por las necesidades, peticiones y súplicas de su pueblo; ya “que cuanto pedía y rogaba la Señora del cielo, todo se le concedía”.[3]
Juan Diego fue un hombre virtuoso, las semillas de estas virtudes habían sido inculcadas, cuidadas y protegidas por su ancestral cultura y educación, pero recibieron plenitud cuando Juan Diego tuvo el gran privilegio de encontrarse con la Madre de Dios, María Santísima de Guadalupe, siendo encomendado a portar a la cabeza de la Iglesia y al mundo entero el mensaje de unidad, de paz y de amor para todos los hombres; fue precisamente este encuentro y esta maravillosa misión lo que dio plenitud a cada una de las hermosas virtudes que estaban en el corazón de este humilde hombre y fueron convertidas en modelo de virtudes cristianas; Juan Diego fue un hombre humilde y sencillo, obediente y paciente, cimentado en la fe, de firme esperanza y de gran caridad.
Poco después de haber vivido el importante momento de las Apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe, Juan Diego se entregó plenamente al servicio de Dios y de su Madre, transmitía lo que había visto y oído, y oraba con gran devoción; aunque le apenaba mucho que su casa y pueblo quedaran distantes de la Ermita. Él quería estar cerca del Santuario para atenderlo todos los días, especialmente barriéndolo, que para los indígenas era un verdadero honor; como recordaba fray Gerónimo de Mendieta: “A los templos y a todas las cosas consagradas a Dios tienen mucha reverencia, y se precian los viejos, por muy principales que sean, de barrer las iglesias, guardando la costumbre de sus pasados en tiempos de su gentilidad, que en barrer los templos mostraban su devoción (aun los mismos señores).”[4]
Juan Diego se acercó a suplicarle al señor Obispo que lo dejara estar en cualquier parte que fuera, junto a las paredes de la Ermita para poder así servir todo el tiempo posible a la Señora del Cielo. El Obispo, que estimaba mucho a Juan Diego, accedió a su petición y permitió que se le construyera una casita junto a la Ermita. Viendo su tío Juan Bernardino que su sobrino servía muy bien a Nuestro Señor y a su preciosa Madre, quería seguirle, para estar juntos; “pero Juan Diego no accedió. Le dijo que convenía que se estuviera en su casa, para conservar las casas y tierras que sus padres y abuelos les dejaron”.[5]
Juan Diego manifestó la gran nobleza de corazón y su ferviente caridad cuando su tío estuvo gravemente enfermo; asimismo Juan Diego manifestó su fe al estar con el corazón alegre, ante las palabras que le dirigió Santa María de Guadalupe, quien le aseguró que su tío estaba completamente sano; fue un indio de una fuerza religiosa que envolvía toda su vida; que dejó sus casas y tierras para ir a vivir a una pobre choza, a un lado de la Ermita; a dedicarse completamente al servicio del templo de su amada Niña del Cielo, la Virgen Santa María de Guadalupe, quien había pedido ese templo para en él ofrecer su consuelo y su amor maternal a todos lo hombres y mujeres. Juan Diego tenía “sus ratos de oración en aquel modo que sabe Dios dar a entender a los que le aman y conforme a la capacidad de cada uno, ejercitándose en obras de virtud y mortificación.”[6] También se nos refiriere en el Nican motecpana: “A diario se ocupaba en cosas espirituales y barría el templo. Se postraba delante de la Señora del Cielo y la invocaba con fervor; frecuentemente se confesaba, comulgaba, ayunaba, hacía penitencia, se disciplinaba, se ceñía cilicio de malla y escondía en la sombra para poder entregarse a solas a la oración y estar invocando a la Señora del cielo.”[7]
Toda persona que se acercaba a Juan Diego tuvo la oportunidad de conocer de viva voz los pormenores del Acontecimiento Guadalupano, la manera en que había ocurrido este encuentro maravilloso y el privilegio de haber sido el mensajero de la Virgen de Guadalupe; como lo indicó el indio Martín de San Luis cuando rindió su testimonio en 1666: “Todo lo cual lo contó el dicho Diego de Torres Bullón a este testigo con mucha distinción y claridad, que se lo había dicho y contado el mismo Indio Juan Diego, porque lo comunicaba.”[8] Juan Diego se constituyó en un verdadero misionero.
Cuando Juan Diego se casó con María Lucía, quien había muerto dos años antes de las Apariciones, habían escuchado un sermón a fray Toribio de Benavente en donde se exaltaba la castidad, que era agradable a Dios y a la Virgen Santísima, por lo que los dos decidieron vivirla; se nos refiere: “Era viudo: dos años antes de que se le apareciera la Inmaculada, murió su mujer, que se llamaba María Lucía. Ambos vivían castamente.”[9] Como también lo testificó el P. Luis Becerra Tanco: “el indio Juan Diego y su mujer María Lucía, guardaron castidad desde que recibieron el agua del Bautismo Santo, por haber oído a uno de los primeros ministros evangélicos muchos encomios de la pureza y castidad y lo que ama nuestro Señor a las vírgenes, y esta fama fue constante a los que conocieron y comunicaron mucho tiempo estos dos casados”.[10] Aunque esto no obsta de que Juan Diego haya tenido descendencia, sea antes del bautismo, sea por la línea de algún otro familiar; ya que, por fuentes históricas sabemos que Juan Diego efectivamente tuvo descendencia; sobre esto, uno de los principales documentos se conserva en el Archivo del Convento de Corpus Christi en la Ciudad de México, en el cual se declara: “Sor Gertrudis del Señor San José, sus padres caciques [indios nobles] Dn. Diego de Torres Vázquez y Da. María del la Ascención de la región di Xochiatlan […] y tenida por descendiente del dichoso Juan Diego.”[11] Lo importante también es el hecho de que Juan Diego inspiró la búsqueda de la santidad y de la perfección de vida, incluso en medio de los miembros de su propia familia, ya que su tío, como ya veíamos, al constatar como Juan Diego se había entregado muy bien al servicio de la Virgen María de Guadalupe y de Dios, quiso seguirlo, aunque Juan Diego le convino que era preferible que se quedara en su casa; y ahora tenemos también este ejemplo de Sor Gertrudis del Señor San José, descendiente de Juan Diego, quien ingresó a un monasterio, a consagrar su vida al servicio de Dios, buscando esa perfección de vida, buscando la Santidad.
Es un hecho que Juan Diego siempre edificó a los demás con su testimonio y su palabra; constantemente se acercaban a él para que intercediera por las necesidades, peticiones y súplicas de su pueblo; ya “que cuanto pedía y rogaba la Señora del cielo, todo se le concedía”.[12]
El indio Gabriel Xuárez, quien tenía entre 112 y 115 años cuando dio su testimonio en las Informaciones Jurídicas de 1666; declaró cómo Juan Diego era un verdadero intercesor de su pueblo, decía: “que la dicha Santa Imagen le dijo al dicho Juan Diego la parte y lugar, donde se le había de hacer la dicha Ermita que fue donde se le apareció, que la ha visto hecha y la vio empezar este testigo, como lleva dicho donde son muchos los hombres y mujeres que van a verla y visitarla como este testigo ha ido una y muchas veces a pedirle remedio, y del dicho indio Juan para que como su pueblo, interceda por él.”[13] El anciano indio Gabriel Xuárez también señaló detalles importantes sobre la personalidad de Juan Diego y la gran confianza que le tenía el pueblo para que intercediera en sus necesidades: “el dicho Juan Diego, –decía Gabriel Xuárez– respecto de ser natural de él y del barrio de Tlayacac, era un Indio buen cristiano, temeroso de Dios, y de su conciencia, y que siempre le vieron vivir quieta y honestamente, sin dar nota, ni escándalo de su persona, que siempre le veían ocupado en ministerios del servicio de Dios Nuestro Señor, acudiendo muy puntualmente a la doctrina y divinos oficios, ejercitándose en ello muy ordinariamente porque a todos los Indios de aquel tiempo oía este testigo, decirles era varón santo, y que le llamaban el peregrino, porque siempre lo veían andar solo y solo se iba a la doctrina de la iglesia de Tlatelulco, y después que se le apareció al dicho Juan Diego la Virgen de Guadalupe, y dejó su pueblo, casas y tierras, dejándolas a su tío suyo, porque ya su mujer era muerta; se fue a vivir a una casa Juan Diego que se le hizo pegada a la dicha Ermita, y allá iban muy de ordinario los naturales de este dicho pueblo a verlo a dicho paraje y a pedirle intercediese con la Virgen Santísima les diese buenos temporales en sus milpas, porque en dicho tiempo todos lo tenían por Varón Santo.”[14]
La india doña Juana de la Concepción que también dio su testimonio en estas Informaciones, confirmó que Juan Diego, efectivamente, era un hombre santo, pues había visto a la Virgen: “todos los Indios e Indias –declaraba– de este dicho pueblo le iban a ver a la dicha Ermita, teniéndole siempre por un santo varón, y esta testigo no sólo lo oía decir a los dichos sus padres, sino a otras muchas personas”.[15] Mientras que el indio Pablo Xuárez recordaba lo que había escuchado sobre el humilde indio mensajero de Nuestra Señora de Guadalupe, decía que para el pueblo, Juan Diego era tan virtuoso y santo que era un verdadero modelo a seguir, declaraba el testigo que Juan Diego era “amigo de que todos viviesen bien, porque como lleva referido decía la dicha su abuela que era un varón santo, y que pluguiese a Dios, que sus hijos y nietos fuesen como él, pues fue tan venturoso que hablaba con la Virgen, por cuya causa le tuvo siempre esta opinión y todos los de este pueblo.”[16] El indio don Martín de San Luis incluso declaró que la gente del pueblo: “le veía hacer al dicho Juan Diego grandes penitencias y que en aquel tiempo le decían varón santísimo.”[17]
Como decíamos, Juan Diego murió en 1548, un poco después de su tío Juan Bernardino, el cual falleció el 15 de mayo de 1544; ambos fueron enterrados en el Santuario que tanto amaron. Se nos refiere en el Nican motecpana: “Después de diez y seis años de servir allí Juan Diego a la Señora del cielo, murió en el año de mil y quinientos y cuarenta y ocho, a la sazón que murió el señor obispo. A su tiempo le consoló mucho la Señora del cielo, quien le vio y le dijo que ya era hora de que fuese a conseguir y gozar en el cielo, cuanto le había prometido. También fue sepultado en el templo. Andaba en los setenta y cuatro años.”[18] En el Nican motecpana se exaltó su santidad ejemplar: “¡Ojalá que así nosotros le sirvamos y que nos apartemos de todas las cosas perturbadoras de este mundo, para que también podamos alcanzar los eternos gozos del cielo!”[19]
Una devoción inmemorial
Pasaron los siglos y la devoción a Juan Diego se mantuvo constante y sin interrupción, D. Cayetano de Cabrera y Quintero, en su libro Escudo de Armas, publicado en 1746, expresaba la continuidad de esta gran devoción a Juan Diego, y el anhelo de que fuera venerado en los altares: “Aún los mismos indios que frecuentaban el Santuario –decía Cabrera– se valían de las oraciones de su compatriota viviendo y, ya muerto y sepultado allí, lo ponían como intercesor ante María Santísima, para lograr sus peticiones. Esperamos en Dios que un día lo veamos en el honor de los altares.”[20]
Mientras en Cuauhtitlán, lugar natal de Juan Diego, así como en Tulpetlac, lugar en donde habitaba en el tiempo de las Apariciones, la gente inició a construir eremitas[21] pegadas a las construcciones que sabía, pertenecían a Juan Diego, y se inició una especial devoción a este indio con fama de santo, ya que las ofrendas, los enseres e incluso las tumbas, que se tenían en estas ermitas estaban dispuestos de tal manera, que se quería estar lo más cerca posible a las paredes de las casas del vidente Juan Diego, posteriormente sobre las ruinas de las casas de Juan Diego así como de estas primeras ermitas se levantaron iglesias, lugares de culto que expresaban la ininterrumpida tradición que el pueblo tenía en gran estima; y a donde hasta nuestros días continúa el culto.[22]
La figura de Juan Diego, así como su personalidad, sus virtudes y santidad han sido representadas de múltiples formas: en dibujos, en diseños, en pinturas, en grabados, en medallas, en esculturas, en relieves, etc.; como peregrino evangelizador, como el ángel a los pies de Santa María de Guadalupe, como franciscano, como santo con aureola, entre las nubes del cielo, o en los momentos claves y significativos que tuvo en su encuentro con Santa María de Guadalupe; en diferentes tipos de documentos como en testamentos, en códices, en narraciones como el Nican mopohua y el Nican motecpana, en las Informaciones Jurídicas de 1666, de las que el especialista en la cultura náhuatl, Dr. Miguel León-Portilla dice: “arrojan ciertamente luz en torno a la persona de Juan Diego. Las muchas noticias particulares que aportan acerca de éste, coincidentes entre sí, son dignas de tomarse en cuenta”;[23] y así tantos documentos más.
Como nos dicen los testimonios de los indígenas de Cuauhtitlán, el pueblo conoció el gran Acontecimiento Guadalupano por boca del mismo Juan Diego, Posteriormente, fue el mismo pueblo quien se encargó de transmitir este gran Acontecimiento de padres a hijos, de abuelos a nietos; entre vecinos y pobladores de lejanas tierras. La devoción desde sus primeros pasos, no fue exclusiva de los indios sino que se fue extendiendo también entre los españoles, quienes se unieron a los indígenas a realizar impresionantes peregrinaciones al Santuario de Guadalupe, como lo declaró Juan de Masseguer, más de cien años antes, en la llamada Información de 1556: “todo el pueblo –decía– a una tiene gran devoción en la dicha imagen de Nuestra Señora de todo género de gente, nobles ciudadanos e indios”.[24] En la misma Información, Juan de Salazar señaló que los españoles también edificaban a los indígenas en su devoción a Santa María de Guadalupe: “van descalzas señoras principales y muy regaladas, y a pie con sus bordones en las manos, a visitar y a encomendar a Nuestra Señora, y de esto los naturales han recibido grande ejemplo, y siguen lo mismo.”[25] Esta devoción a Santa María de Guadalupe y a su fiel mensajero el humilde indio Juan Diego nunca se ha interrumpido, y sigue viva, no sólo en nuestro pueblo, sino que ha ido más allá de fronteras inimaginables.
Juan Diego fue el mensajero de una devoción que trasciende fronteras y tiempos
Fueron pocos años los que transcurrieron para que la noticia de este Acontecimiento fuera más allá de las fronteras de México; y fuera valorado por el mismo Santo Padre; quien concedido gracias, privilegios e indulgencias. Uno de los más antiguos ejemplos documentados es el de 1573, cuando el Papa Gregorio III,[26] concedió gracias e indulgencia plenaria a los fieles que visitaran la iglesia de la Bienaventurada Virgen María de Guadalupe y ahí recitaran piadosas preces;[27] y en 1576, las revalidó y prorrogó.[28] El arzobispo de México de aquel entonces, Pedro Moya de Contreras, agradeció de manera explícita estos privilegios que ni la misma catedral Metropolitana poseía, por lo que también aprovechó para pedirle al Santo Padre que concediera otros tantos para la Sede Metropolitana.[29]
Desde 1663, se pidió a la Santa Sede la aprobación de Misa y Oficio de fiesta para celebrar a Nuestra Señora de Guadalupe los días 12 de Diciembre. La petición fue firmada por el Obispo de Puebla, quien, en ese momento, era el Gobernador de la Arquidiócesis de México, en sede vacante, y Virrey de la Nueva España.[30]
La Santa Sede pidió que se realizara un proceso, según la costumbre y la forma del Derecho de ese entonces, para corroborar la historicidad y la esencia de este Evento; de aquí surge lo que se ha llamado las Informaciones Jurídicas de 1666; este importante Proceso Canónico[31] fue aprobado después por la Santa Sede que le dio el rango de Proceso Apostólico.
Estas Informaciones están constituidas por testimonios de diez sacerdotes y dos laicos de descendencia española; los cuales tenían cargos importantes de grandes responsabilidades; además, hubo un supernumerario, el P. Luis Becerra Tanco, quien era uno de los más grandes conocedores del Evento Guadalupano en su tiempo, el cual ofreció su testimonio por escrito. Asimismo, se tomó testimonio a varios ancianos vecinos de Cuauhtitlán; entre ellos había un mestizo y siete indígenas, cuyas edades oscilaban entre 78 y 115 años. Todos los testigos, apegados al derecho y jurando decir la verdad aportaron sus testimonios, los cuales convergen al narrar la historicidad de Acontecimiento Guadalupano, confirmando la vida ejemplar de Juan Diego, quien había nacido y crecido en Cuauhtitlán. Uno de estos testigos, Marcos Pacheco, sintetizó la personalidad y la fama de santidad de Juan Diego: “Era un indio que vivía honesta y recogidamente y que era muy buen cristiano y temeroso de Dios y de su conciencia, de muy buenas costumbres y modo de proceder, en tanta manera que, en muchas ocasiones, le decía a este testigo su tía: «Dios os haga como Juan Diego y su tío», porque los tenía por muy buenos indios y muy buenos cristianos”[32]. Otro testimonio es el de Andrés Juan quien decía que Juan Diego era un “Varón Santo”[33]; en estos conceptos concuerdan, unánimes, los otros testigos indígenas en estas Informaciones Jurídicas, como por ejemplo: Gabriel Xuárez, Juana de la Concepción, Pablo Xuárez, Martín de San Luis, Juan Xuárez, Catarina Mónica.
Además, se realizaron dos importantes Inspecciones, una fue de los Maestros en el arte de la Pintura quienes estaban sorprendidos e intrigados de la manera en que se había estampado la Imagen de la Virgen de Guadalupe; y otra de los llamados Protomédicos que analizaron el ambiente húmedo y salitroso del Tepeyac y confirmaron que era imposible para la ciencia explicar el por qué la Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe se conservara intacta.
Fueron muchos y exhaustivos estudios, inspecciones e investigaciones científicas que se continuaron realizando para lograr la Misa y el Oficio propios para la Virgen de Guadalupe; mientras, los Papas continuaron dando privilegios y gracias al Santuario del Tepeyac. Fue el Papa Benedicto XIV quien concedió, en 1754, Misa y Oficio propio para festejar a Santa María de Guadalupe los días doce de diciembre, extendiendo este privilegio, el 2 de julio de 1757, a los demás dominios de España.[34]
A finales del siglo XIX, a pesar de las agitaciones y contrastes en México, los Obispos mexicanos obtuvieron en 1894 la concesión de parte de la Sagrada Congregación de Ritos la Coronación Canónica de la Virgen de Guadalupe[35]; además, el Santo Padre León XIII, el 12 de agosto de 1894, les dirigió una declaración y que mantiene una asombrosa vigencia y actualidad: “Con esto venerables hermanos hay que confesarlo, quisimos que constase por especial manera cuánto nos complace la estrecha unión que existe así entre vosotros como entre el clero y el pueblo; de lo que resulta que sean más firmes los vínculos con esta Sede Apostólica. Como quiera vosotros mismos reconocéis que la autora y mejor conservadora de esta unión es la misma bondadosa Madre de Dios, que se venera bajo la advocación de Guadalupe, por eso, con gran amor y por medio de vosotros, exhortamos a la Nación mexicana a que conserve su devoción y su amor como la más pura de sus glorias, y el manantial de los más preciosos bienes. Ante todo la fe católica, sobre la que en verdad nada hay más excelente, pero en estos tiempos nada más combatido, tened por cierto y seguro que vivirá inquebrantable y firme en vosotros mientras dure constantemente esa misma piedad, digna de vuestros antepasados.”
El 12 de octubre de 1895, en una solemne ceremonia la Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe fue coronada, este evento fue de una gran importancia “por su carácter plenamente nacional y aún internacional: a ella asistieron, en medio de enorme venida de todos los ámbitos de la República, 11 arzobispos, unos 100 sacerdotes: 18 de los 39 prelados venían del extranjero (15 de los Estados Unidos, 1 de Canadá, 1 de Cuba, 1 de Panamá)”.[36]
Los Obispos Latinoamericanos que participaron en el Concilio Plenario de la América Latina, que tuvo lugar en Roma en 1899, invocaron a Nuestra Señora de Guadalupe y por lo tanto todo el Acontecimiento Guadalupano como un punto de referencia fundamental para comprender el catolicismo en América Latina y lanzar una nueva etapa de evangelización en todo el Continente.
A petición de setenta Obispos Latinoamericanos, el 24 de agosto de 1910, Pío X proclamó a Santa María de Guadalupe “Patrona de América Latina”. El 16 de julio de 1935, el Pío XI la proclama “Patrona de Filipinas”. [37]
Hasta nuestros días los Pontífices han reconocido que el Acontecimiento Guadalupano ha señalado de una manera patente un hecho que se ha dado en la historia manifestando frutos de evangelización; como por ejemplo el Papa Pío XII, quien el 12 de octubre de 1945 ofreció una Alocución por el cincuentenario de la coronación pontificia de la Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, que se transmitió por Radio: “Y así sucedió –decía el Santo Padre–, al sonar la hora de Dios para las dilatadas regiones del Anáhuac. Acaban apenas de abrirse al mundo, cuando a las orillas del lago de Texcoco floreció el milagro. En la tilma del pobrecito Juan Diego –como refiere la tradición– pinceles que no eran de acá abajo dejaban pintada una imagen dulcísima, que la labor corrosiva de los siglos maravillosamente respetaría.”[38] También el Papa, Juan XXIII, el 12 octubre de 1961, en la celebración del cincuentenario del Patronato de la Virgen de Guadalupe sobre toda América Latina, declaró: “«la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios, por quien se vive», derrama su ternura y delicadeza maternal en la colina del Tepeyac, confiando al indio Juan Diego con su mensaje unas rosas que de su tilma caen, mientras en ésta queda aquel retrato suyo dulcísimo que manos humanas no pintan. Así quería Nuestra Señora continuar mostrando su oficio de Madre: Ella, con cara de mestiza entre el indio Juan Diego y el Obispo Zumárraga, como para simbolizar el beso de dos razas [...] Primero Madre y Patrona de México, luego de América y de Filipinas; el sentido histórico de su mensaje iba cobrando así plenitud, mientras abría sus brazos a todos los horizontes en un anhelo universal de amor.”[39] El Papa Pablo VI, en otro 12 de octubre pero del año 1970, en el 75º. Aniversario de la coronación pontificia de la Imagen, exclamó “La devoción a la Virgen Santísima de Guadalupe, tan profundamente enraizada en el alma de cada mexicano y tan íntimamente unida a más de cuatro siglos de vuestra historia patria, sigue conservando entre vosotros su vitalidad y su valor, y debe ser para todos una constante y particular exigencia de auténtica renovación cristiana”.[40]
El Papa Juan Pablo II, siempre ha declarado la gran importancia del Acontecimiento Guadalupano, como el hecho histórico que ha dado estos frutos de salvación. Desde su primera visita pastoral a México, en 1979, fue directo y preciso al hablar sobre Santa María de Guadalupe como la que iluminó el camino de la evangelización; dijo el Santo Padre en aquella ocasión: “Nuestra Señora de Guadalupe, venerada en México y en todos los países como Madre de la Iglesia en América Latina, es para mí un motivo de alegría y una fuente de esperanza. «Estrella de la Evangelización», sea ella vuestra guía.”[41] Asimismo, para el Santo Padre, Juan Diego cumplió con una misión importante en la entrada de este Acontecimiento; dijo el Santo Padre: “Desde que el indio Juan Diego hablara de la dulce Señora del Tepeyac, Tú, Madre de Guadalupe, entras de modo determinante en la vida cristiana del pueblo de México.”[42]
Algunos momentos importantes en el Proceso de Beatificación y Canonización de Juan Diego
Desde hace mucho tiempo se ha deseado la canonización de Juan Diego, como lo expresaba Cayetano Cabrera en 1746: “Esperamos en Dios que un día lo veamos en el honor de los altares.”[43]
En los últimos años esto se expresó con mayor fuerza. En 1974, tanto los Obispos de México como los de América Latina habían pedido la canonización de Juan Diego, se propuso la canonización de Juan Diego como modelo de laico cristiano.[44] En 1979, durante su primer viaje pastoral en México, el Santo Padre, Juan Pablo II, habló de Juan Diego como ese personaje histórico fundamental en la historia de la Evangelización de México. Los Obispos mexicanos insistieron en que la canonización de Juan Diego es un hecho profundamente querido por la gran parte del pueblo de México; se dieron los primeros pasos y el 15 de junio de 1981 durante la Décima Asamblea, la Conferencia Episcopal Mexicana pide formalmente la canonización de Juan Diego.
El Arzobispo Primado de México, D. Ernesto Corripio Ahumada, escuchó estas súplicas y peticiones y con gran empeño inició los trabajos.
El 8 de junio de 1982, la Congregación para la Causa de los Santos informó al Arzobispo de México, Corripio, los pasos necesarios que se tenían que dar para que todo el Proceso fuera conforme al Derecho Eclesiástico.[45]
El 7 de enero de 1984, en la Insigne Basílica de Guadalupe, presidió la ceremonia donde se daba inicio al Proceso Canónico del Siervo de Dios, Juan Diego, el indio humilde mensajero de la Virgen de Guadalupe. El 19 de enero de 1984 se nominó para Roma como Postulador al P. Antonio Cairoli, OFM, el 11 de febrero se completó jurídicamente el Tribunal con la sesión de apertura y se llevó adelante el Proceso Canónico Ordinario que se piden en estos casos; en total fueron 98 sesiones. También se nombró, en ese entonces, una comisión histórica, presidiéndola el Prof. Joel Romero Salinas, miembro de la Academia Nacional de Historia y Geografía de México, perito en Historia y Archivística para la Causa en cuestión; esta comisión histórica preparó el material necesario en estos casos. Más de dos años de estudio y trabajo fueron necesarios para concluir la primera etapa del Proceso, el 23 de marzo de 1986, en solemne ceremonia se concluyeron estos trabajos. y toda la documentación y la investigación fue enviada a Roma. La Congregación para la Causa de los Santos aprobó el camino realizado el 7 de abril de 1986.
Todavía el Arzobispo de México Ernesto Corripio quiso congregar, el 9 de octubre de 1989, en la Sala de Acuerdos de la Curia de la Arquidiócesis de México, a 21 especialistas en historia, investigadores y estudiosos del Acontecimiento Guadalupano, con la presencia también del exabad Mons. Guillermo Schulenburg, para que ahí se pronunciaran los comentarios, reflexiones y opiniones a favor o en contra de la Causa de Juan Diego; era importante conocer todos los puntos de vistas y analizar no sólo la personalidad de Juan Diego, sino también la oportunidad de la continuación de la Causa; con toda libertad se podía exponer cualquier opinión en contra o a favor: “Ninguna opinión se vertió en contra de la existencia física del Siervo de Dios y se ahondó positivamente en su fama, virtudes y culto.”[46]
En ese año de 1989, después de la muerte del Rev. P. Antonio Cairoli, OFM, el Cardenal Ernesto Corripio designó como Postulador para la Causa de Juan Diego al Rev. P. Paolo Molinari, SJ.
El Episcopado Mexicano actuaba en gran unidad y conciencia pastoral. El 3 de diciembre de 1989, Mons. Adolfo Suárez Rivera, Arzobispo de Monterrey y Presidente de la CEM, escribía al Cardenal Felici, Prefecto de la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos:
“Saludamos a Vuestra Eminencia con respeto y afecto en el Señor:
“Con fecha 17 de noviembre del presente año, los Obispos de México enviamos a Vuestra Eminencia una carta con la cual implorábamos que el Siervo de Dios Juan Diego sea proclamado Santo en virtud de la continuación del culto a él dirigido.
“Para complementar nuestra mencionada carta, nos permitimos por las presentes letras, asentar las siguientes aclaraciones y declaraciones:
“Cuando fueron emitidos los Decretos de S. S. URBANO VIII (1625-1634), la Jerarquía de México, en debido acatamiento a las disposiciones pontificias, prohibió toda manifestación de culto público y litúrgico de Juan Diego.
“Sin embargo, la fama de santidad del Siervo de Dios y la auténtica devoción religiosa que se le guardaba, eran tales que, pese a la observancia de la Norma referente al culto público y litúrgico, el culto popular privado continuó y ha venido a ser más vivo y creciente en nuestros días.
“Las diversas disposiciones de la Jerarquía Eclesiástica local, referentes tanto a la veneración de la Imagen de la Sma. Virgen de Guadalupe como al respeto a la casa de Juan Diego, testifican la continuidad de la auténtica devoción hacia el Siervo de Dios. Todo esto está ampliamente ilustrado en los diversos Estudios hechos para la elaboración de la "POSITIO", en correlación con los documentos respectivos.
“La existencia de la auténtica fama de santidad del Siervo de Dios Juan Diego está sólidamente confirmada por el hecho de que, desde el año de 1666, las Autoridades Eclesiásticas de México se preocuparon por llevar a cabo un proceso formal, con la finalidad de solicitar la aprobación de un Oficio Propio en honor de la B. Virgen María de Guadalupe, para la celebración del día de la aparición preternatural de la Santísima Virgen al Obispo Fray Juan de Zumárraga, y esto como comprobación de la veracidad de Juan Diego.
“En las actas de tales investigaciones figuran las disposiciones acerca de la vida, las virtudes, la fama de santidad y el culto a Siervo de Dios Juan Diego.
“Las actas de estos dos Procesos han sido debidamente insertadas en la mencionada "POSITIO".
“Además, ha de tenerse presente que la Jerarquía Eclesiástica de México instruyó un proceso específicamente sobre la vida, las virtudes, la fama de santidad y el culto del Siervo de Dios en los años 1984-1986.
“Teniendo en cuenta todo esto, se debe afirmar que el período de tiempo en el cual el culto se manifestó y fue vivido en la Iglesia de México, es suficiente por sí mismo para corresponder a la categoría de "A TEMPORE INMEMORABILI".
“Por lo expuesto, nosotros, los Obispos de México, declaramos que la ininterrumpida fama de santidad atribuida al Siervo de Dios JUAN DIEGO y la continua devoción religiosa que se le guarda constituye en seguro fundamento para declarar que ha existido un verdadero culto religioso, pero con la limitación ordenada por la Santa Sede Apostólica.
“Esta declaración es firmada por el suscrito, Presidente de la Conferencia Episcopal de México, en nombre de todos los Excmos. Sres. Arzobispos y Obispos de nuestra Nación.
“Nosotros esperamos que esta declaración constituya un documento válido para la "Positio Super Cultu ab Inmemoriabili Praestito" del Siervo de Dios Juan Diego, elaborada por la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos que Vuestra Eminencia dignamente preside como Cardenal Prefecto.
“Los Obispos de México, junto con nuestro pueblo cristiano, abrigamos la dichosa esperanza de que el Santo Padre Juan Pablo II, en uso de la autoridad que le asiste, se digne declarar Santo al Siervo de Dios Juan Diego, el laico que fue siervo de la Sma. Virgen de Guadalupe, en su próxima visita pastoral a México, en el mes de mayo del próximo año.
“Este asentimiento eclesial será de notoria importancia para la Iglesia en México y constituirá un gran impulso para la pastoral y la vitalidad del laicado católico de México y de América Latina.
“Reiteramos a Vuestra Eminencia nuestros sentimientos de aprecio y estima en el Señor.
“Ciudad de México, D. F., a 3 días del mes de Diciembre del año de 1989.”
Bajo las normas y directrices de la Congregación para la Causa de los Santos, se elaboró la Positio, bajo las directrices del Relator General Mons. Giovanni Papa. La Positio fue presentada a los Peritos en Historia, así como a los Teólogos Consultores y al Congreso de Cardenales y Obispos de la Congregación, y se obtuvo el voto afirmativo sobre el culto inmemorial y la fama de santidad del Servo di Dio Juan Diego. De esta manera se llega a la aprobación de la Positio en 1990;[47] se confirmó, pues, que a Juan Diego se le daba un culto desde tiempos inmemoriales; manifestado por objetos de todas clases como son imágenes y diseños de Juan Diego en donde se le representó con aureola; su figura se esculpió en cálices, en púlpitos, en altares, en exvotos, en ofrendas; son varios los documentos en donde se declara que Juan Diego fue un indio buen cristiano y santo, como vimos en los testimonios de los ancianos indios de Cuauhtitlán que fueron vertidos en las Informaciones Jurídicas de 1666. Una fama que no se interrumpió, como también ya vimos que expresaba, en 1746, D. Cayetano de Cabrera y Quintero: “Aún los mismos indios que frecuentaban el Santuario se valían de las oraciones de su compatriota viviendo y, ya muerto y sepultado allí, lo ponían como intercesor ante María Santísima, para lograr sus peticiones. Esperamos en Dios que un día lo veamos en el honor de los altares.”[48]
El 9 de abril de 1990, el Santo Padre Juan Pablo II, por medio del Decreto de Beatificación, reconoció la santidad de vida y culto tributado, de tiempo inmemorial, a Juan Diego. Y el 6 de mayo sucesivo, el mismo Santo Padre, durante su segundo viaje apostólico a México, presidió en la Basílica de Guadalupe la solemne celebración en honor de Juan Diego, inaugurando la modalidad del culto litúrgico que se le debía rendir al humilde y obediente indio, mensajero de la Virgen de Guadalupe.
El Santo Padre afirmó: “Juan Diego es un ejemplo para todos los fieles: pues nos enseña que todos los seguidores de Cristo, de cualquier condición y estado, son llamados por el Señor a la perfección de la santidad por la que el Padre es perfecto, cada quien en su camino. Conc. Vat. II, Const. Dogm. Lumen Gentium, No 11. Juan Diego, obedeciendo cuidadosamente los impulsos de la gracia, siguió fiel a su vocación y se entregó totalmente a cumplir la Voluntad de Dios, según aquel modo en el que había sido llamado por el Señor, destacando por su amor tierno a la Santísima Virgen María, a la que tuvo constantemente presente y veneró como Madre y dedicándose con ánimo humilde y filial a cuidar su casa. No es extraño, por eso, que estando aún con vida, muchas personas le considerasen santo y le pidieran la ayuda de su oración. Esta fama de santidad ha perdurado después de su muerte, y no son pocos los testimonios del culto que se le daba, los cuales muestran, suficientemente, que delante del pueblo cristiano se le nombraba con el título de santo, y tenía hacia él aquellas manifestaciones de veneración que suelen reservarse a los Beatos y a los Santos, como queda patente por las obras artísticas llegadas hasta nosotros, en las que la imagen del Siervo de Dios aparece representada con una aureola o con otros signos de santidad. Es cierto que esas manifestaciones de culto se dieron sobre todo en la época más cercana a la muerte de Juan Diego, pero es asimismo innegable que han permanecido hasta nuestros días, de manera que puede afirmarse con seguridad que testifican un culto peculiar e ininterrumpido tributado al Siervo de Dios. A petición de gran número de Obispos y de muchos otros fieles sobre todo de México, la Congregación para las Causas de los Santos procuró que se recogieran los documentos que ilustran la vida, las virtudes y la fama de santidad de Juan Diego y ponen también de manifiesto el culto que se le ha tributado. Después de realizar las oportunas investigaciones y de estudiar el material reunido, se elaboró una amplia relación acerca de la fama de santidad del Siervo de Dios, sus virtudes y el culto que se le a tributado desde tiempo inmemorial.”[49]
La labor de la Congregación para la Causa de los Santos es sumamente profesional, trabajan ahí los más grandes especialistas en la materia; quienes llevan todo proceso de una manera meticulosa y detallada, no dejan ninguna duda por aclarar, ninguna pregunta por responder. Todos sabemos de las dudas y especulaciones que Mons. Schulenburg y un grupo de personas han transmitido, si bien, no por la vía normal como se debe proceder en estos casos; aún así, la Congregación no desatendió ninguna de las objeciones que le presentaron. Por lo que dispuso que junto con la Arquidiócesis de México se formara una Comisión Histórica, que encabezara una investigación apegada al método histórico científico. Esta Comisión fue encabezada por el P. Dr. Fidel González Fernández, Doctor en Historia de la Iglesia, Consultor de la Congregación para las Causas de los Santos, catedrático de la Pontificia Universidad Gregoriana y de la Pontificia Universidad Urbaniana, especialista en Historia de la Iglesia en América Latina; P. Dr. Eduardo Chávez Sánchez, Doctor en Historia de la Iglesia, Prefecto de Estudios del Pontificio Colegio Mexicano, Miembro de la Sociedad Mexicana de Histórica Eclesiástica, Investigador especializado de la Arquidiócesis de México; y Mons. José Luis Guerrero Rosado, canónigo de la Basílica de Guadalupe, licenciado en Derecho Canónico, investigador y catedrático, hombre de una vastísima cultura y gran especialista en el Acontecimiento Guadalupano.
Dicha Comisión retomó todo lo realizado por siglos, investigó nuevamente en Archivos y Bibliotecas de varias partes del mundo, analizó no sólo las dudas u objeciones; sino que estudió y analizó desde la tradición oral continua e ininterrumpida que se ha mantenido hasta el día de hoy en la memoria del pueblo, hasta fuentes documentales como mapas, códices, anales, testamentos, cantares, narraciones antiguas, los llamados Nican mopohua y Nican motecpana, la Información de 1556, las Informaciones Jurídicas de 1666, los importantes escritos de los primeros frailes misioneros y otros muchos documentos más. Así como se tomaron en cuenta las dudas y objeciones, también se tomaron en cuenta las nuevas aportaciones y afirmaciones a favor del hecho histórico, provenientes de los más variados investigadores, científicos y estudiosos del Acontecimiento Guadalupano.
El trabajo revistió un esfuerzo de varios años, analizando, estudiando e investigando bajo el método histórico científico, ubicando cada fuente histórica en su justo valor y naturaleza y en su convergencia; asimismo, se sometió a las normas precisas de la Congregación de la Causa de los Santos. El 28 de octubre de 1998, la Congregación aprobó los resultados de la investigación científica, constatando y confirmando la verdad del Acontecimiento Guadalupano, y la misión del indio humilde Juan Diego, modelo de santidad, quien a partir de 1531 difundió el mensaje de Nuestra Señora de Guadalupe, por medio de su palabra y de su ejemplar testimonio de vida. Se dio un paso más al pedir la Congregación que se publicara lo esencial y más importante de los resultados de la investigación de la Comisión Histórica; gracias a esto, en 1999, se publicó un libro bajo el título: El Encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego;[50] el cual fue analizado por diversos especialistas. Más adelante, la Congregación encomendó a algunos doctores y catedráticos de Historia de la Iglesia de las más prestigiosas Universidades Pontificias, especialistas en el tema de México y América Latina, para que analizaran este Libro de manera detenida y meticulosamente; y todos, de forma unánime, dieron su confirmación positiva y laudatoria, tanto de la esencia de la historia del Acontecimiento Guadalupano, especialmente de Juan Diego, como de la metodología científica usada en la investigación.
En ese año de 1999, nuevamente el Papa Juan Pablo II afirmó con gran fuerza la importancia del Mensaje Guadalupano comunicado por Juan Diego y confirmó la perfecta evangelización que nos ha sido donada por Nuestra Madre, María de Guadalupe: “Y América, –declaró el Papa– que históricamente ha sido y es crisol de pueblos, ha reconocido «en el rostro mestizo de la Virgen del Tepeyac, [...] en Santa María de Guadalupe, [...] un gran ejemplo de evangelización perfectamente inculturada». Por eso, no sólo en el Centro y en el Sur, sino también en el Norte del Continente, la Virgen de Guadalupe es venerada como Reina de toda América.”[51] El Papa confirmó la fuerza y la ternura del mensaje de Dios por medio de la Estrella de la evangelización, María de Guadalupe, y su fiel, humilde y verdadero mensajero Juan Diego, en donde Ella depositó toda su confianza; momento histórico para la evangelización de los pueblos, “La aparición de María al indio Juan Diego –reafirmó el Santo Padre– en la colina del Tepeyac, el año de 1531, tuvo una repercusión decisiva para la evangelización. Este influjo va más allá de los confines de la nación mexicana, alcanzando todo el Continente. [...] María Santísima de Guadalupe es invocada como «Patrona de toda América y Estrella de la primera y de la nueva evangelización».”[52]
El 24 de junio de 1999, el Cardenal Norberto Rivera Carrera, en ocasión de la institución en México de la Postulación General Mexicana para las Causas de los Santos, nombró como Postulador de la Causa de Juan Diego a Mons. Oscar Sánchez Barba.
Más adelante, el 17 de mayo de 2001, el Cardenal Rivera nombró al actual Postulador para la Causa de Canonización del entonces aún Beato Juan Diego al P. Dr. Eduardo Chávez Sánchez, quien continúa investigando y trabajando en la Postulación.
Juan Diego sigue intercediendo por su pueblo
Desde el 20 de noviembre de 1990, en la Curia del Arzobispado de México, se abrió el proceso canónico para recoger las pruebas sobre el milagro realizado por el Beato Juan Diego, concluyendo el 31 de marzo de 1994. El caso en cuestión, del 3 de mayo de 1990, fue la sobrevivencia de un joven de 20 años de edad, llamado Juan José Barragán Silva, quien cayó de una altura de 10 metro aproximadamente sobre terreno sólido, con un fuerte impacto valorado en 2,000 kgs., con fractura múltiple del hueso craneal, y fuertes hematomas. Según la valoración de los médicos, la mortalidad superaba el 80%. La Congregación encontró el proceso muy bien llevado, con textos que resultan bien informados y dignos de fe. En el conjunto, el caso disponía de una sólida base probatoria. El decreto de Validez de los actos del proceso es del 11 de noviembre de 1994. En la misma Congregación, el 26 de febrero de 1998, los médicos especialistas lo aprobaron por unanimidad (cinco sobre cinco), sorprendidos de encontrar la fractura soldada y sin manifestar ningún signo de complicación, con una altísima probabilidad de muerte y con una modalidad de curación rápida, completa y duradera; era una inexplicable curación según el conocimiento de la ciencia médica. La madre del joven fue la que, con gran fe, invocó al Beato Juan Diego por la salvación de su hijo. El 11 de mayo de 2001, en Congressus Peculiaris super Miro, los Consultores Teólogos, presididos por el Promotor de la Fe, aprobaron el milagro hecho por intercesión del Beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin, con voto afirmativo por unanimidad.[53] Sin duda alguna, el humilde Juan Diego es una ejemplo de santidad y un fuerte intercesor de su pueblo.
Un deseo constante y ferviente, el que Juan Diego sea canonizado
Nuestro pueblo humilde y sencillo siempre a guardado en la memoria de la tradición y en el recinto de su corazón un profundo respeto y veneración por este gran hombre, elegido por Nuestra Señora de Guadalupe para ser su mensajero, y nunca ha dudado de su santidad.
Después de tantos siglos de intenso, honesto y profundo trabajo, especialmente en estos últimos años; y, además, de la sincera oración, sacrificios y ofrendas de miles de personas que con la sencillez del corazón han elevado sus peticiones a Dios Nuestro Señor y a María Santísima de Guadalupe, para que nos regalaran el don maravilloso de tener a Juan Diego en los altares, canonizado y reconocido como uno de los personajes claves en la historia de la evangelización de América. Juan Diego que ha sido el portador de un mensaje que trasciende fronteras y tiempos, el mensaje de Nuestra Señora de Guadalupe para que, con la aprobación de la Iglesia, se le construyera un templo, donde Ella reconstruiría la vida del ser humano, aquel que con sincero corazón se acercara y se confiara a Ella, ahí escucharía todas las tristezas, dolores, sufrimientos y penas, y lo conduciría por el camino seguro del amor para llevarlo ante “«el verdadero Dios por quien se vive, el Creador de las personas, el Dueño de la cercanía y de la inmediación, el Dueño del cielo, el Dueño de la tierra»;”[54] poniéndolo de manifiesto con todo su amor. María Santísima de Guadalupe es la que le aseguró a su humilde mensajero: “«ten por seguro que mucho lo agradeceré y lo pagaré, que por ello te enriqueceré, te glorificaré»”.[55]
Todos los sucesores de fray Juan de Zumárraga han promovido ininterrumpidamente el gran Acontecimiento Guadalupano, el cardenal Norberto Rivera, con un gran esfuerzo y una ferviente oración, ha impulsado de manera decisiva la Canonización del Beato Juan Diego. Asimismo, el Rector y todos los Canónigos de la Nacional e Insigne Basílica de Guadalupe, han dirigido peticiones al Santo Padre, por ejemplo el 21 de agosto de 2000, en una de varias cartas, dicen: “estamos plenamente convencidos de la historicidad de Juan Diego [...] Por lo tanto, nuestra voz se dirige ahora a Su Santidad, para pedirle, humildemente, la pronta canonización del Beato Juan Diego”.[56]
El Episcopado Mexicano en pleno ha sido de los más fuertes promotores motivando tanto la investigación científica, así como la evangelización y devoción popular en una pastoral integral. El Episcopado Mexicano declaró el 12 de octubre de 2001: “La verdad de las Apariciones de la Santísima Virgen María a Juan Diego en la colina del Tepeyac ha sido, desde los albores de la evangelización hasta el presente, una constante tradición y una arraigada convicción entre nosotros los católicos mexicanos, y no gratuita, sino fundada en documentos del tiempo, rigurosas investigaciones oficiales verificadas el siglo siguiente, con personas que habían convivido con quienes fueron testigos y protagonistas de la construcción de la primera ermita”;[57] y más adelante señala: “Consideramos también deber nuestro manifestar que la historicidad de las apariciones, necesariamente lleva consigo reconocer la del privilegiado vidente interlocutor de la Virgen María.”[58] Todos los Obispos Mexicanos se unen en una misma oración: “expresamos nuestra confianza en que no tardará su canonización y por ello elevamos nuestra plegaria”.[59]
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Imagen: Blessed Juan Diego and the Miracle of Guadalupe. USC Catholic Community
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[1] “Cuauhtlatoatzin”, nombre indígena de Juan Diego, Cfr. Carlos de Sigüenza y Góngora, Piedad Heroica de D. Fernando Cortés, Talleres de la Librería Religiosa, segunda edición de “La Semana Católica”, México 1898, p. 31. También: Xavier Escalada, S. J., Ed. Enciclopedia Guadalupana, México 1997, T. V.
[2] «Testimonio del P. Luis Berrera Tanco», en Informaciones Jurídicas de 1666, AHBG, Ramo Histórica, f. 158r: “y habiéndose Bautizado [Juan Diego] en el año de mil y quinientos veinte y cuatro, que fue cuando vinieron los religiosos del Señor San Francisco (de cuya feligresía era) es constante haberse Bautizado de cuarenta y ocho años de edad.”
[3] Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Nican Motecpana, en Ernesto de la Torre Villar y Ramiro Navarro de Anda, Testimonios Históricos Guadalupanos, Ed. FCE, México 1982, p. 305.
[4] Fray Gerónimo de Mendieta, Historia Eclesiástica, p. 429.
[5] Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Nican Motecpana, p. 305.
[6] «Testimonio del P. Luis Berrera Tanco», en Informaciones Jurídicas de 1666, ff. 157v-158r
[7] Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Nican Motecpana, p. 305.
[8] «Testimonio de Martín de San Luis», en Informaciones Jurídicas de 1666, ff. 43v-44r.
[9] Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Nican Motecpana, p. 305. Coincide con lo que testifica el P. Luis Becerra Tanco: “el Indio Juan Diego y su mujer María Lucía, guardaron castidad desde que recibieron el agua del Bautismo Santo, por haber oído a uno de los primeros Ministros Evangélicos muchos encomios de la pureza y castidad y lo que ama nuestro Señor a las Vírgenes, y esta fama fue constante a los que conocieron y comunicaron mucho tiempo estos dos casados.” «Testimonio del P. Luis Berrera Tanco», en Informaciones Jurídicas de 1666, f. 157v.
[10] «Testimonio del P. Luis Berrera Tanco», en Informaciones Jurídicas de 1666, f. 157v.
[11] «Gertrudis del Señor San José», en Apuntes de algunas Vidas de Ntras. Hermanas Difuntas, Archivo del Convento di Corpus Christi para las Indias Caciques, Monasterio Autónomo de Clarisas de Corpus Christi, in México, s. n. f.
[12] Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Nican Motecpana, p. 305.
[13] «Testimonio de Gabriel Xuárez», en Informaciones Jurídicas de 1666, ff. 20r-20v.
[14] «Testimonio de Gabriel Xuárez», en Informaciones Jurídicas de 1666, ff. 21v-22r.
[15] «Testimonio de Juana de la Concepción», en Informaciones Jurídicas de 1666, f. 35r.
[16] «Testimonio de Pablo Xuárez», en Informaciones Jurídicas de 1666, f. 40r.
[17] «Testimonio de Martín de San Luis», en Informaciones Jurídicas de 1666, f. 46v.
[18] Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Nican Motecpana, p. 305.
[19] Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Nican Motecpana, p. 305.
[20] Cayetano de Cabrera y Quintero, Escudo de Armas, Imp. del Real, México 1746, p. 345, No. 682.
[21] Descubrimientos en Cuauhtitlán confirmados por el Lic. Manuel García de la Torre, Secretaría del Patrimonio Nacional, 3 de dic. 1963, INAH y Dep. Monumentos Prehispánicos.
[22] Carta del P. Luis Medina Ascencio, Director del Centro de Estudios Guadalupanos, dirigida al director de la Revista «Río de Luz», Cura Enrique Amescua Medina, 26 de julio de 1976, en Enrique Amezcua Medina, Notas históricas del Santuario de la Quinta Aparición Guadalupana de Tulpetlac, Imp. Litográfica México, México [1978], p. 58. Luis Medina Ascencio alaba por la nueva construcción del Santuario de la Quinta Aparición de Guadalupe, en Tulpetlac, y añade: “No hay ninguna dificultad histórica en admitir a Cuauhtitlán como lugar de origen de Juan Diego, y a Tulpetlac como pueblo donde estaba viviendo el vidente del Tepeyac en el tiempo de las Apariciones.”
[23] Miguel León-Portilla, Tonantzin Guadalupe. Pensamiento náhuatl y mensaje cristiano en el “Nican mopohua”, Eds. El Colegio Nacional y FCE, México 2000, p. 45.
[24] «Testimonio de Juan de Masseguer», en Información de 1556. Actas del proceso incoado contra el Provincial franciscano Fr. Francisco de Bustamante por sus acusaciones públicas contra el Arzobispo de México, Fr. Alonso de Montúfar OP, en Ernesto de la Torre Villar y Ramiro Navarro de Anda, Testimonios Históricos, p. 71.
[25] «Testimonio de Juan de Salazar», en Información de 1556, p. 51.
[26] Gregorio XIII (1572-1585).
[27] Gregorio XIII, Ut Deiparae semper virginis, Archivo Secreto Vaticano, Sec. Brev. 69, ff. 537v-538v; 70, ff. 532v-533v.
[28] Everardus Mercurianus, Gen., «Carta al arzobispo de México, Pedro Moya de Contreras», Roma 12 de marzo de 1576, en Félix Zubillaga (editor), Monumenta Mexicana. Monumenta Historica Societatis Iesu, Roma 1956, T. I: 1570-1580, pp. 192-193.
[29] Carta del arzobispo de México, Pedro Moya de Contreras, al Papa Gregorio XIII, Archivo Secreto Vaticano, AA-Arm. I. XVIII, s. f.
[30] Cfr. CONGREGATIO PRO CAUSIS SANCTORUM, 184, Mexicana Canonizationis Servi Dei Ionnis Didaci Cuauhtlatoatzin Viri Laici (1474-1548), Positio super famae sanctitatis virtibus, et cultu ab immemorabili praestito ex officio concinata, Romae 1989, Doc. IX. El P. Francisco de Siles entregó la narración del Acontecimiento Guadalupano del P. Miguel Sánchez, realizada en latín y con grabados de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego realizados en 1658, se conserva en la Biblioteca Apostólica Vaticana, fondo Chigiano: F IV 96, 16 ff., intitolato Historica narratio. . . imaginis SS Virginis Mariae vulgo de Gudalupe in Indiis nuncupate quae Mexici, mirabili modo. . . anno 1531 apparuit DD fr Jaonni de Zumarraga.
[31] Cfr. Informaciones Jurídicas de 1666, Archivo Histórico de la Basílica de Guadalupe (AHBG), Ramo Historia.
[32] «Testimonio de Marcos Pacheco», en Informaciones Jurídicas de 1666, f. 12v.
[33] «Testimonio de Andrés Juan», en Informaciones Jurídicas de 1666, f. 28v.
[34] Positio, Doc. XI, 9
[35] Positio, Doc. XII,8
[36] J. Bravo Ugarte, Historia de México, III/2, México 1959, 428.
[37] Cfr. Pío XI, Carta Apostólica «B. V. Maria sub titulo de Guadalupa Insularum Philippinarum Coelestis Patrona Declaratur», en AAS, XXVIII (1936) 2, pp. 63-64.
[38] Pío XII, «Alocución Radiomensaje», 12 de octubre de 1945, AAS, XXXVII (1945) 10, pp. 265-266.
[39] Juan XXIII, «Ad christifideles qui ex ómnibus Americae nationibus Conventui Mariali secundo Mexici interfuerunt», por el 50° aniversario del, Roma a 12 de octubre de 1961, en AAS, LIII (1961) 12, pp. 685-687.
[40] Pablo VI, «Nuntius Radiotelevisificus», 12 de octubre de 1970, en AAS, LXII (1970) 10, p. 681.
[41] Juan Pablo II, «Alocución por la III Conferencia General del Episcopado Latino Americano», 28 de enero de 1979, en AAS, LXXI (1979) 3, p. 205.
[42] Juan Pablo II, «Alocución a los Obispos de América Latina» Primer viaje Apostólico a México», México, D. F., a 27 de enero de 1979, en AAS, LXXI (1979) 3, p. 173.
[43] Cayetano de Cabrera y Quintero, Escudo de Armas, Imp. del Real, México 1746, p. 345, No. 682.
[44] Positio, Doc XIII, 119
[45] Carta de la Sagrada Congregación para la Causa de los Santos al Cardenal, Don Ernesto Corripio Ahumada, 8 junio 1982, Prot. N. 14 08-3 /1982.
[46] Joel Romero Salinas, Juan Diego, su peregrinar a los altares, Ed. Paulinas, México 1992, p. 54.
[47] Cfr. Relatio et Vota del Consultores Históricos del 30 enero 1990, y de los Consultores Teólogos del 30 marzo 1990.
[48] Cayetano de Cabrera y Quintero, Escudo de Armas, Imp. del Real, México 1746, p. 345, No. 682.
[49] AAS, LXXXII (1990), pp. 853-855.
[50] Fidel González Fernández, Eduardo Chávez Sánchez y José Luis Guerrero Rosado, El Encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego, Ed. Porrúa, México 1999, XXXVIII, 564 pp. [42001].
[51] Juan Pablo II, Ecclesia in America, México 22 de enero de 1999, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 1999, No 11, p. 20. El Santo Padre cita literalmente la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Santo Domingo a 12 de Octubre de 1992, 24. Véase también en AAS, 85 (1993) p. 826.
[52] Juan Pablo II, Ecclesia in America, p. 20, No. 11.
[53] Congregatio de Causis Sanctorum, Canonizationis Beati Ionnis Didaci Cuautlatoatzin, viri laici (1474-1548) Relatio et Vota, Congressus Peculiaris super Miro, 11 de mayo de 2001, Mexicana, P. N. 1408, Tip. Guerra, Roma 2001.
[54] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, vv. 26-27.
[55] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, vv. 34-35.
[56] Carta del Rector y Cabildo de la Insigne y Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe al Cardenal Angelo Sodano, México, D. F., a 21 de agosto de 2001, en Archivo de la Causa de Canonización del Beato Juan Diego, s. f.
[57] Episcopado Mexicano, El Acontecimiento Guadalupano hoy En el XXV Aniversario de la Dedicación de la actual Basílica de Guadalupe y el traslado de la Sagrada Imagen, México, D. F., 12 de octubre de 2001, No. 3.
[58] Episcopado Mexicano, El Acontecimiento Guadalupano hoy, No. 9.
[59] Episcopado Mexicano, El Acontecimiento Guadalupano hoy. No. 11.