¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?
- 15 Diciembre 2019
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María de la Rosa, Santa
Virgen y Fundadora, 15 de diciembre
Martirologio Romano: En Brescia, de la Lombardía, Italia, santa María Crucificada de Rosa, virgen, que gastó sus riquezas, y se entregó ella misma, por la salud de las almas y de los cuerpos del prójimo, para lo cual también fundó el Instituto de Esclavas de la Caridad († 1855).
Fecha de beatifricación: 26 de mayo de 1940 por el Papa Pío XII
Fecha de canonización: 12 de junio de 1954 por el Papa Pío XII
Breve Biografía
Nació en Brescia (Italia) en 1813. Quedó huérfana de madre cuando apenas tenía 11 años.
Cuando ella tenía 17 años, su padre le presentó un joven diciéndole que había decidido que él fuera su esposo. La muchacha se asustó y corrió donde el párroco, que era un santo varón de Dios, a comunicarle que se había propuesto permanecer siempre soltera y dedicarse totalmente a obras de caridad. El sacerdote fue donde el papá de la joven y le contó la determinación de su hija. El señor De la Rosa aceptó casi inmediatamente la decisión de María, y la apoyó más tarde en la realización de sus obras de caridad, aunque muchas veces le parecían exageradas o demasiado atrevidas.
El padre de María tenía unas fábricas de tejidos y la joven organizó a las obreras que allí trabajaban y con ellas fundó una asociación destinada a ayudarse unas a otras y a ejercitarse en obras de piedad y de caridad.
En la finca de sus padres fundó también con las campesinas de los alrededores una asociación religiosa que las enfervorizó muchísimo.
En su parroquia organizó retiros y misiones especiales para las mujeres, y el cambio y la transformación entre ellas fue tan admirable que al párroco le parecía que esas mujeres se habían transformado en otras. ¡Así de cambiadas estaban en lo espiritual!.
En 1836 llegó la peste del cólera a Brescia, y María con permiso de su padre (que se lo concedió con gran temor) se fue a los hospitales a atender a los millares de contagiados. Luego se asoció con una viuda que tenía mucha experiencia en esas labores de enfermería, y entre las dos dieron tales muestras de heroísmo en atender a los apestados, que la gente de la ciudad se quedó admirada.
Después de la peste, como habían quedado tantas niñas huérfanas, el municipio formó unos talleres artesanales y los confió a la dirección de María de la Rosa que apenas tenía 24 años, pero ya era estimada en toda la ciudad. Ella desempeñó ese cargo con gran eficacia durante dos años, pero luego viendo que en las obras oficiales se tropieza con muchas trabas que quitan la libertad de acción, dispuso organizar su propia obra y abrió por su cuenta un internado para las niñas huérfanas o muy pobres. Poco después abrió también un instituto para niñas sordomudas. Todo esto es admirable en una joven que todavía no cumplía los 30 años y que era de salud sumamente débil. Pero la gracia de Dios concede inmensa fortaleza.
La gente se admiraba al ver en esta joven apóstol unas cualidades excepcionales. Así por ejemplo un día en que unos caballos se desbocaron y amenazaban con enviar a un precipicio a los pasajeros de una carroza, ella se lanzó hacia el puesto del conductor y logró dominar los enloquecidos caballos y detenerlos. En ciertos casos muy difíciles se escuchaban de sus labios unas respuestas tan llenas de inteligencia que proporcionaban la solución a los problemas que parecían imposibles de arreglar. En los ratos libres se dedicaba a leer libros de religión y llegó a poseer tan fuertes conocimientos teológicos que los sacerdotes se admiraban al escucharla. Poseía una memoria feliz que le permitía recordar con pasmosa precisión los nombres de las personas que habían hablado con ella, y los problemas que le habían consultado; y esto le fue muy útil en su apostolado.
En 1840 fue fundada en Brescia por Monseñor Pinzoni una asociación piadosa de mujeres para atender a los enfermos de los hospitales. Como superiora fue nombrada María de la Rosa. Las socias se llamaban Esclavas de la Caridad. Al principio sólo eran cuatro jóvenes, pero a los tres meses ya eran 32.
Muchas personas admiraban la obra que las Esclavas de la Caridad hacían en los hospitales, atendiendo a los más abandonados y repugnantes enfermos, pero otros se dedicaron a criticarlas y a tratar de echarlas de allí para que no lograran llevar el mensaje de la religión a los moribundos. La santa comentando esto, escribía: "Espero que no sea esta la última contradicción. Francamente me habría dado pena que no hubiéramos sido perseguidas".
Fueron luego llamadas a ayudar en el hospital militar pero los médicos y algunos militares empezaron a pedir que las echaran de allí porque con estas religiosas no podían tener los atrevimientos que tenían con las otras enfermeras. Pero las gentes pedían que se quedaran porque su caridad era admirable con todos los enfermos.
Un día unos soldados atrevidos quisieron entrar al sitio donde estaban las religiosas y las enfermeras a irrespetarlas. Santa María de la Rosa tomó un crucifijo en sus manos y acompañada por seis religiosas que llevaban cirios encendidos se les enfrentó prohibiéndoles en nombre de Dios penetrar en aquellas habitaciones. Los 12 soldados vacilaron un momento, se detuvieron y se alejaron rápidamente. El crucifijo fue guardado después con gran respeto como una reliquia, y muchos enfermos lo besaban con gran devoción.
En la comunidad se cambió su nombre de María de la Rosa por el de María del Crucificado. Y a sus religiosas les insistía frecuentemente en que no se dejaran llevar por el "activismo", que consiste en dedicarse todo el día a trabajar y atender a las gentes, sin consagrarle el tiempo suficiente a la oración, al silencio y a la meditación. En 1850 se fue a Roma y obtuvo que el Sumo Pontífice Pío Nono aprobara su consagración. La gente se admiraba de que hubiera logrado en tan poco tiempo lo que otras comunidades no consiguen sino en bastantes años. Pero ella era sumamente ágil en buscar soluciones.
Solía decir: "No puedo ir a acostarme con la conciencia tranquila los días en que he perdido la oportunidad, por pequeña que esta sea, de impedir algún mal o de hacer el bien". Esta era su especialidad: día y noche estaba pronta a acudir en auxilio de los enfermos, a asistir a algún pecador moribundo, a intervenir para poner paz entre los que peleaban, a consolar a quien sufría alguna pena.
Por eso Monseñor Pinzoni exclamaba: "La vida de esta mujer es un milagro que asombra a todos. Con una salud tan débil hace labores como de tres personas robustas".
Aunque apenas tenía 42 años, sus fuerzas ya estaban totalmente agotadas de tanto trabajar por pobres y enfermos. El viernes santo de 1855 recobró su salud como por milagro y pudo trabajar varios meses más.
Pero al final del año sufrió un ataque y el 15 de diciembre de ese año de 1855 pasó a la eternidad a recibir el premio de sus buenas obras.
Si Cristo prometió que quien obsequie aunque sea un vaso de agua a un discípulo suyo, no quedará sin recompensa, ¿qué tan grande será el premio que habrá recibido quien dedicó su vida entera a ayudar a los discípulos más pobres de Jesús?
Santo Evangelio según san Mateo 11, 2-11. Domingo III de Adviento
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, ayúdame a no acostumbrarme a lo que Tú me das.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 11, 2-11
En aquel tiempo, Juan se encontraba en la cárcel, y habiendo oído hablar de las obras de Cristo, le mandó preguntar por medio de dos discípulos: "¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?".
Jesús les respondió: "Vayan a contar a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de la lepra, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí".
Cuando se fueron los discípulos, Jesús se puso a hablar a la gente acerca de Juan: "¿Qué fueron ustedes a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? No. Pues entonces, ¿qué fueron a ver? ¿A un hombre lujosamente vestido? No, ya que los que visten con lujo habitan en los palacios. ¿A qué fueron, pues? ¿A ver a un profeta? Sí, yo se lo aseguro; y a uno que es todavía más que profeta. Porque de él está escrito: He aquí que yo envío a mi mensajero para que vaya delante de ti y te prepare el camino. Yo les aseguro que no ha surgido entre los hijos de una mujer ninguno más grande que Juan el Bautista. Sin embargo, el más pequeño en el Reino de los cielos, es todavía más grande que él".
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
En nuestra vida como personas, nacemos y, conforme vamos creciendo, vamos necesitando menos de los demás. Es claro que un adulto sano, no depende de sus padres para subsistir, pues se vuelve autónomo e independiente. En la vida espiritual sucede lo contario: cada vez dependemos más de Dios; sabemos que existimos gracias al amor que nos tiene desde antes de que lo conociéramos, y queremos responder a su amor incondicional, el cual no cesa de donarse a nosotros y de concedernos sus dones.
Jesús nos invita hoy a ser simples. Nuestra amistad con Él ha de ser la amistad más auténtica que hemos de tener, puesto que nos conoce (incluso mejor que nosotros mismos), y no sirve de nada el aparentar ser algo que no somos. Jesús nos invita a permanecer pequeños como niños, a ser capaces de conservar ese espíritu de maravillarse y agradecer por todo lo que recibimos.
No merecemos nada. Permanecer como niños, nos ayuda a vivir en el momento presente y estar atento a los regalos que Dios nos da. No hay cosa más triste que ser indiferente y acostumbrarnos al amor que nos tiene. No hay tragedia más grande que caer en la rutina y mediocridad, cáncer para nuestra alma, que nos frenan a gozar y progresar en nuestra vocación y nos impiden poder ser luces para los demás. Renovemos nuestro amor y gratitud a Dios por nuestra existencia, recordando que nuestra plenitud no se encuentra en el mundo sino solo en Él.
«Al no separar la gloria de la cruz, Jesús quiere rescatar a sus discípulos, a su Iglesia, de triunfalismos vacíos: vacíos de amor, vacíos de servicio, vacíos de compasión, vacíos de pueblo. La quiere rescatar de una imaginación sin límites que no sabe poner raíces en la vida del Pueblo fiel o, lo que sería peor, cree que el servicio a su Señor le pide desembarazarse de los caminos polvorientos de la historia. Contemplar y seguir a Cristo exige dejar que el corazón se abra al Padre y a todos aquellos con los que él mismo se quiso identificar, y esto con la certeza de saber que no abandona a su pueblo. Queridos hermanos, sigue latiendo en millones de rostros la pregunta: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”. Confesemos con nuestros labios y con nuestro corazón: “Jesucristo es Señor”».
(Homilía de S.S. Francisco, 29 de junio de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Agradecerle a Dios por algo específico que haya vivido durante el día.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
¿Es Jesús el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?
Juan Bautista mandó a discípulos suyos a hacerle tal pregunta a Jesús
Un día aprendieron a Juan Bautista. Sin más ni más, llegaron los guardias de palacio y se lo llevaron delante de muchas gentes que se quedaron desde entonces sin ser bautizados por él. A nadie se le dio explicación, simplemente se lo llevaron. Y se lo llevaron por hablador. Le había buscado mucho ruido al chicharrón. No se contentó con hablar con una palabra despiadada a las gentes que no acababan de arrepentirse en su corazón, todo para preparar el camino al Mesías, al Enviado, al ungido, a quien él había bautizado hacía poco tiempo. Pero su atrevimiento fue demasiado al mandarle decir al rey Herodes que su actitud no era bien vista por haberse metido con su cuñada. Esto colmó el plato y de pronto, se vio incomunicado en el fondo de un calabozo. Sin embargo, esto no le impedía escuchar las noticias que llegaban de Cristo y sus andanzas y sus correrías por tierras de la fecunda Galilea. Se dio cuenta de que el número de sus seguidores crecía de día en día, de que las gentes no se daban descanso, siguiéndole por todas partes, pero también oía como la ola de opositores a su mensaje crecía de día en día, pretendiendo hacerlo desaparecer.
Pero algo que desconcertaba a Juan era que él no veía ninguno de los signos con que él anunciaba de la venida del Salvador. Como que de nada habían servido sus gritos y el desgañitarse de día y de noche pidiendo una conversión radical al Señor. Él hablaba con rudeza al pueblo y veía que Cristo no hacía distingos entre justos y pecadores, entre buenos y malos, sino que los aceptaba a todos. Él pedía un cambio radical en las gentes y Cristo en cambio hablaba con dulzura, con bondad y a nadie excluía de su corazón. A él que vivía en total pobreza, le hablaban de que Jesús se metía en todas las casas y comía de lo que le daban, que le gustaban mucho las fiestas y los banquetes y que incluso se hospedaba en casas de los ricos, de los pecadores e incluso de los mismísimos escribas o recaudadores de impuestos, traidores a su patria. Y se daba cuenta que Cristo no hacía nada por sacarle de la cárcel.
Por eso mandó una embajada de discípulos suyos a preguntarle directamente a Cristo Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”
Por supuesto que Cristo no dio una respuesta directa, tajante. Más bien les pidió a los discípulos que Juan les enviaba como embajadores que se quedaran con él ese día y que en la marcha contemplaran con sus propios ojos lo que él estaba realizando, que no era nada nuevo, ni nada que él se hubiera inventado, pues todo lo que hacía ya lo había anticipado el profeta Isaías, que a un pueblo que vivía sometido a duras pruebas, le anunciaba que el Señor mismo vendría en su ayuda, y Cristo consideró que el Dios vengador, justiciero, eternamente enojado, más bien había sido invención de los hombres y no de la Escritura que tiene palabras infinitas de consolación. Cristo venía a hablarnos de Dios como el Padre que no quiere el castigo y que si espera con profunda paciencia es por el grande amor que nos tiene.
Y lo que vieron los enviados de Jesús, él mismo se los remarcó cuando acaban su estancia con él: “Vayan a contar a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de la lepra, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí”. Sin duda que ellos quedaron convencidos de la bondad, la gracia, la acogida y el perdón que Cristo daba a todos los que se le acercaban, y que a nosotros nos da pie para pensar que ¡Jesús es el Señor!, que ¡Él es el Salvador!, y que no tenemos que esperar a otro. Y de ahí la alegría que nosotros deberíamos sentir por su presencia, por su venida y por su gracia.
Y de aquí el grito de la humanidad hacia la Iglesia de Jesucristo y hacia los cristianos: “¿Son verdaderamente ustedes los enviados a ayudar, a colaborar, a servir a los hombres, o tendremos que esperar a otros más leales, más generosos y más entregados a la causa de la evangelización de los pobres, o han venido a ser la causa de nuevos pobres y de nuevas pobrezas entre los hombres?”
Es un grito que no podemos acallar sobre todo si consideramos una página de los obispos de Latinoamérica reunidos en Aparecida, Brasil, en años pasados: “Esto nos debería llevar a contemplar los rostros de quienes sufren. Entre ellos, están las comunidades indígenas y afroamericanas, que, en muchas ocasiones, no son tratadas con dignidad e igualdad de condiciones; muchas mujeres, que son excluidas en razón de su sexo, raza o situación socioeconómica; jóvenes, que reciben una educación de baja calidad y no tienen oportunidades de progresar en sus estudios ni de entrar en el mercado del trabajo para desarrollarse y constituir una familia; muchos pobres, desempleados, migrantes, desplazados, campesinos sin tierra, quienes buscan sobrevivir en la economía informal; niños y niñas sometidos a la prostitución infantil, ligada muchas veces al turismo sexual; también los niños víctimas del aborto. Millones de personas y familias viven en la miseria e incluso pasan hambre. Nos preocupan también quienes dependen de las drogas, las personas con capacidades diferentes, los portadores y víctima de enfermedades graves como la malaria, la tuberculosis y VIH - SIDA, que sufren de soledad y se ven excluidos de la convivencia familiar y social. No olvidamos tampoco a los secuestrados y a los que son víctimas de la violencia, del terrorismo, de conflictos armados y de la inseguridad ciudadana. También los ancianos, que además de sentirse excluidos del sistema productivo, se ven muchas veces rechazados por su familia como personas incómodas e inútiles. Nos duele, en fin, la situación inhumana en que vive la gran mayoría de los presos, que también necesitan de nuestra presencia solidaria y de nuestra ayuda fraterna. Con la exclusión social queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está abajo, en la periferia o sin poder, sino que se está afuera. LOS EXCLUIDOS NO SON SOLAMENTE “EXPLOTADOS” SINO “SOBRANTES” Y “DESECHABLES”.
Si queremos ser de los seguidores de Cristo, tendremos que comenzar a caminar nosotros mismos para ayudar a los demás, comenzar a abrir los ojos para ver las necesidades de los otros, abrir nuestros oídos a los clamores de los que sufren y a ponernos a tiro de gracia del Señor para que nos limpie de pecado y nos resucite a una vida de verdaderos cristianos.
El Papa agradece a las colaboradoras de Milán, Padua y Treviso
El Papa ha entregado a las participantes en el encuentro el discurso que había preparado para la ocasión y ha improvisado unas palabras dirigidas a las presentes
El sábado 14 de diciembre al mediodía, el Papa Francisco recibió en audiencia en la sala Clementina del Vaticano a las auxiliares diocesanas de Milán y a las colaboradoras apostólicas diocesanas de Padua y Treviso, unas 120 mujeres aproximadamente.
Tras agradecer al Obispo de Milán, Monseñor Mario Delpini, por sus palabras de presentación del encuentro; el Santo Padre ha entregado a las participantes en el encuentro el discurso que había preparado para la ocasión y ha improvisado unas palabras espontáneas desde el corazón.
Por su parte, en el discurso entregado Francisco destaca el aspecto central de la identidad de estas fieles colaboradoras, "que es significativa como forma de presencia de la mujer en la Iglesia", y cuya misión nace -asegura Francisco- de la experiencia de apostolado asociado especialmente a la Acción Católica, "en colaboración con los sacerdotes en la pastoral parroquial y diocesana".
Las mujeres y su papel como discípulas de Jesús
Haciendo alusión al papel especial que desde un principio Jesús otorgó a la mujer, el Pontífice explica que cuando el Maestro acogía a algunas mujeres entre sus discípulos, incluso en estrecha colaboración con los Doce, "no lo hacía por un feminismo ante litteram, sino porque el Padre le hacía salir al encuentro de estas hermanas, a veces necesitadas de curación, como los hombres (cf. Lc 8,2)".
"Entre ellas está María Magdalena -asevera el Papa- subrayando que "tenía un carisma particular de fe y de amor al Señor, y Él se manifestó a ella por primera vez en la mañana de Pascua encargándole que fuera a llevar el mensaje a sus hermanos y hermanas: apóstola de los apóstoles".
En este sentido, el Obispo de Roma recuerda a las auxiliares diocesanas y a las colaboradoras apostólicas que también las otras mujeres del Evangelio tuvieron una presencia decisiva en las historias de la Resurrección. «Por eso es muy justo, además de hermoso, este nombre vuestro de "mujeres de la Resurrección", que les atribuyó a ustedes el Arzobispo Montini, posteriormente Papa Pablo VI», añade Francisco.
El trabajo duro siembra dones especiales
Y en cuanto la experiencia de colaborar directamente con los párrocos en el servicio del pueblo de Dios, en las parroquias, en los oratorios, con los pobres, en las cárceles; el Santo Padre señala que en los que viven este "trabajo", a veces duro y fatigoso (cf. Rm 16, 6), "el Espíritu Santo siembra dones especiales de entrega, que pueden llegar a ser también de consagración en la Iglesia".
En este punto Francisco destaca que es importante que el Obispo y los sacerdotes designados por él hagan el discernimiento: "Esto es lo que os ha sucedido en las diferentes realidades diocesanas: Milán, Treviso, Padua y Vicenza. Hay algunas constantes entre las diferentes experiencias, y lo esencial es que el obispo está atento a un don que se encuentra en la comunidad, un don que corresponde a una necesidad pastoral -pero no sólo a una función, no es un funcionalismo- y luego hace un discernimiento. De este modo, el carisma es examinado, aceptado y reconocido, y recibe su propia forma en esa comunidad diocesana. Por lo tanto, el elemento de estrecha colaboración con el Obispo surge como calificativo", indica Francisco en su discurso haciendo hincapié en que por supuesto que hay otras formas de cooperación de las mujeres en la Iglesia, ya sean laicas, religiosas o seglares consagradas, "pero la vuestra tiene esta especificidad".
Gracias por su testimonio y sigan adelante
Finalmente, el Papa agradece a las auxiliares diocesanas de Milán y a las colaboradoras apostólicas diocesanas de Padua y Treviso por su testimonio, así como por su fidelidad "no a un pueblo genérico, sino a este pueblo, con su historia, sus riquezas y sus pobrezas, que es un rasgo esencial de la misión de Jesucristo, enviado por el Padre a las ovejas perdidas de la casa de Israel" (Mt 15,24); y concluye animándolas a seguir adelante, "con la alegría de la Resurrección y la pasión por vuestro pueblo", e impartiéndoles su bendición apostólica.
Los orígenes de la celebración de la Navidad
Es bastante difundida la versión de que ese día se celebraba en Roma la victoria de la luz sobre la oscuridad
Los cristianos de la primera generación, es decir, aquellos que escucharon directamente la predicación de los Apóstoles, conocían bien y meditaban con frecuencia la vida de Jesús. Especialmente los momentos decisivos: su pasión, muerte redentora y resurrección gloriosa.
También recordaban sus milagros, sus parábolas y muchos detalles de su predicación. Era lo que habían oído contar a aquellos que habían seguido al Maestro durante su vida pública, que habían sido testigos directos de todos aquellos acontecimientos.
Acerca de su infancia sólo conocían algunos detalles que tal vez narrara el propio Jesús o su Madre, aunque la mayor parte de ellos María los conservaba en su corazón
Cuando se escriben los evangelios sólo se deja constancia en ellos de lo más significativo acerca del nacimiento de Jesús. Desde perspectivas diferentes, Mateo y Lucas recuerdan los mismos hechos esenciales: que Jesús nació en Belén de Judá, de la Virgen María, desposada con José, pero sin que Ella hubiese conocido varón. Además, hacia el final de los relatos sobre la infancia de Jesús, ambos señalan que después fueron a vivir a Nazaret.
Mateo subraya que Jesús es el Mesías descendiente de David, el Salvador en el que se han cumplido las promesas de Dios al antiguo pueblo de Israel. Por eso, como la pertenencia de Jesús al linaje de David viene dada por ser hijo legal de José, Mateo narra los hechos fijándose especialmente en el cometido del Santo Patriarca.
Por su parte, Lucas, centrándose en la Virgen -que representa también a la humanidad fiel a Dios-, enseña que el Niño que nace en Belén es el Salvador prometido, el Mesías y Señor, que ha venido al mundo para salvar a todos los hombres.
En el siglo II el deseo de saber más sobre el nacimiento de Jesús y su infancia hizo que algunas personas piadosas, pero sin una información histórica precisa, inventaran relatos fantásticos y llenos de imaginación. Se conocen algunos a través de los evangelios apócrifos. Uno de los relatos más desarrollados sobre el nacimiento de Jesús contenido en los apócrifos es el que se presenta en el llamado Protoevangelio de Santiago, según otros manuscritos, Natividad de María, escrito a mediados del siglo II.
En las primeras generaciones de cristianos la fiesta por excelencia era la Pascua, conmemoración de la Resurrección del Señor. Todos sabían bien en qué fechas había sido crucificado Jesús y cuándo había resucitado: en los días centrales de la celebración de la fiesta judía de la Pascua, en torno al día 15 de Nisán, es decir, el día de luna llena del primer mes de primavera.
Sin embargo, posiblemente no conocían con la misma certeza el momento de su nacimiento. No formaba parte de las costumbres de los primeros cristianos la celebración del cumpleaños, y no se había instituido una fiesta particular para conmemorar el cumpleaños de Jesús.
¿Por qué se celebra el 25 de diciembre?
Hasta el siglo III no tenemos noticias sobre el día del nacimiento de Jesús. Los primeros testimonios de Padres y escritores eclesiásticos señalan diversas fechas. El primer testimonio indirecto de que la natividad de Cristo fuese el 25 de diciembre lo ofrece Sexto Julio Africano el año 221. La primera referencia directa de su celebración es la del calendario litúrgico filocaliano del año 354 (MGH, IX,I, 13-196): VIII kal. Ian. natus Christus in Betleem Iudeae ("el 25 de diciembre nació Cristo en Belén de Judea"). A partir del siglo IV los testimonios de este día como fecha del nacimiento de Cristo son comunes en la tradición occidental, mientras que en la oriental prevalece la fecha del 6 de enero.
Una explicación bastante difundida es que los cristianos optaron por ese día porque, a partir del año 274, el 25 de diciembre se celebraba en Roma el dies natalis Solis invicti, el día del nacimiento del Sol invicto, la victoria de la luz sobre la noche más larga del año.
Esta explicación se apoya en que la liturgia de Navidad y los Padres de la época establecen un paralelismo entre el nacimiento de Jesucristo y expresiones bíblicas como "sol de justicia" (Ma 4,2) y "luz del mundo" (Jn 1,4ss.).
Sin embargo, no hay pruebas de que esto fuera así y parece difícil imaginarse que los cristianos de aquel entonces quisieran adaptar fiestas paganas al calendario litúrgico, especialmente cuando acababan de experimentar la persecución.
Otra explicación más plausible hace depender la fecha del nacimiento de Jesús de la fecha de su encarnación, que a su vez se relacionaba con la fecha de su muerte. En un tratado anónimo sobre solsticios y equinoccios se afirma que "nuestro Señor fue concebido el 8 de las kalendas de Abril en el mes de marzo (25 de marzo), que es el día de la pasión del Señor y de su concepción, pues fue concebido el mismo día que murió" (B. Botte, Les Origenes de la Noël et de l’Epiphanie, Louvain 1932, l. 230-33). En la tradición oriental, apoyándose en otro calendario, la pasión y la encarnación del Señor se celebraban el 6 de abril, fecha que concuerda con la celebración de la Navidad el 6 de enero.
La relación entre pasión y encarnación es una idea que está en consonancia con la mentalidad antigua y medieval, que admiraba la perfección del universo como un todo, donde las grandes intervenciones de Dios estaban vinculadas entre sí.
Se trata de una concepción que también encuentra sus raíces en el judaísmo, donde creación y salvación se relacionaban con el mes de Nisán.
El arte cristiano ha reflejado esta misma idea a lo largo de la historia al pintar en la Anunciación de la Virgen al niño Jesús descendiendo del cielo con una cruz.
Así pues, es posible que los cristianos vincularan la redención obrada por Cristo con su concepción, y ésta determinara la fecha del nacimiento. "Lo más decisivo fue la relación existente entre la creación y la cruz, entre la creación y la concepción de Cristo" (J. Ratzinger, El espíritu de la liturgia, 131).
La difusión de la celebración litúrgica de la Navidad fue rápida. En la segunda mitad del siglo IV se va extendiendo por todo el mundo cristiano: por el norte de Africa (año 360), por Constantinopla (año 380), por España (año 384) o por Antioquía (año 386). En el siglo V la Navidad es una fiesta casi universal.
10 hábitos que harán que tu oración sea poderosa
La oración es nuestra fortaleza en todo momento y en todo lugarLa oración es la clave para la salvación. Uno de nuestros grandes Santos de la Iglesia, el famoso San Agustín de Hipona dijo algo muy impresionante sobre la oración:
"El que ora bien, vive bien; el que vive bien, muere bien; y el que muere bien, está completamente bien".
San Alfonso reitera el mismo principio:
"El que ora mucho será salvado; el que no ora será condenado; el que ora poco pone en riesgo su salvación eterna".
El mismo santo afirmó que no hay ni personas fuertes ni personas débiles en el mundo, sino aquellos que saben cómo orar y aquellos que no. En otras palabras, la oración es nuestra fortaleza en todo momento y en todo lugar.
Nos gustaría ofrecer diez palabras de ánimo para ayudarnos en la carrera hacia el cielo a través del esfuerzo de crecer en la vida de oración.
1.- Convicción o determinación
No existe una persona exitosa en este mundo en cualquier empresa que no haya sido animado por la firme determinación de alcanzar su meta.
Súper atletas, músicos exitosos, maestros expertos y escritores nunca alcanzaron la perfección solamente por un deseo, sino por la firme y tenaz convicción de alcanzar su meta - ¡pase lo que pase!
Por esa razón, la Doctora de la oración, Santa Teresa de Ávila dijo:
"Debemos tener una firme determinación para nunca dejar de orar".
Si realmente creemos desde las profundidades de nuestros corazones en los tesoros invaluables que fluyen de la oración, ¡deberíamos fijarnos como meta en esta vida el crecer constantemente en la oración!
2.- El Espíritu Santo como maestro
San Pablo dice que nosotros no sabemos en realidad orar como deberíamos, pero que es el Espíritu Santo que intercede por nosotros como Maestro Interior.
Con María, los Apóstoles pasaron nueve días y noches orando y haciendo ayuno y se vieron empapados del poder que viene de lo alto – el Espíritu Santo.
Antes de iniciar cualquier período de oración formal, ¿por qué no invocar a la Persona del Espíritu Santo para ayudarte en tus debilidades?
Durante el transcurso de tu tiempo de oración, ¿por qué no pedir la presencia del Espíritu Santo para iluminar tu mente y encender tu corazón? Él está más cerca de lo que tú estás consciente. Si estás en estado de gracia, Él habita en tu corazón.
3.- Tiempo, lugar, voluntad y silencio
Como en cualquier arte, nosotros aprendemos con la práctica. ¡Esto también aplica a la oración!
Para aprender a orar debemos tener un tiempo fijo, un buen lugar, voluntad de nuestra parte y silencio. El dicho es tan cierto para los deportes como para la oración:
"La práctica hace la perfección".
4.- Hacer penitencias
Puede suceder que nuestra oración se vuelve insípida, aburrida, sin vida, anémica y estancada por muchas razones. Una posible razón puede ser una vida de sensualidad, indulgencia, glotonería y simplemente vivir más de acuerdo a la carne que al espíritu. Como San Pablo nos recuerda, la carne y el espíritu se oponen mutuamente.
Jesús pasó cuarenta días y cuarenta noches orando y haciendo ayuno. Los apóstoles pasaron nueve días y nueve noches orando y haciendo ayuno.
Uno no puede alcanzar una vida mística seria guiada por el espíritu, si no ha pasado por la vida ascética que implica negarse a sí mismo, mortificación y penitencia.
Un ave necesita dos alas para volar; de igual manera los seguidores de Cristo. Para volar alto en la vida mística las dos alas necesarias son la oración y la penitencia.
Si no tienes experiencia en la vida penitencial, consulta a un buen director espiritual y ¡comienza con pequeños actos de penitencia para acumular la fuerza de voluntad necesaria para los actos más heroicos de penitencia!
Si nunca antes has corrido, ¡comienza con una calle y continúa hasta alcanzar un kilómetro!
5.- Dirección espiritual
Los atletas necesitan entrenadores; los estudiantes necesitan maestros; los maestros necesitan mentores para aprender el arte.
De igual forma, los guerreros de la oración deben tener una forma de guía y esto se llama dirección espiritual.
San Ignacio de Loyola insistió en ver la vida espiritual como un viaje de acompañamiento. Santa Teresa de Ávila tuvo a varios santos dirigiéndola en su largo y doloroso viaje hacia la perfección – San Juan de la Cruz, San Pedro de Alcántara y San Francisco Borgia.
Hay muchos obstáculos en el viaje espiritual, especialmente cuando uno busca una vida de oración más profunda; por esta razón tener un director espiritual con experiencia, que conozca las trampas del demonio, los riesgos que están siempre presentes, y los peligros puede ayudarnos a crecer continuamente en santidad a través de una vida de oración más profunda y auténtica.
6.- Oración y acción
Santa Teresa de Ávila indica que el auténtico crecimiento en la oración se comprueba con el crecimiento en la santidad y esto significa por medio de la práctica de la virtud.
Jesús dijo que por medio de los frutos conoceremos al árbol. De igual manera, una auténtica vida de oración florece en la práctica de virtudes: fe, esperanza, caridad, puridad, amabilidad, servicio, humildad y un constante amor por el prójimo y la salvación de su alma inmortal.
Nuestra Señora es un modelo en todo momento, pero especialmente en la conexión íntima entre la contemplación y la acción. En la Anunciación, admiramos a María absorta en oración; luego en el siguiente misterio (la Visitación) ella sigue la inspiración del Espíritu Santo de servir a su prima en una misión de amor. En verdad podemos llamar a María “Contemplativa en acción”.
7.- El estudio: leer en la oración
Santa Teresa de Ávila no permitía, en el convento de las Carmelitas, mujeres que no pudieran leer. ¿Por qué? La sencilla razón era que ella sabía lo mucho que uno puede aprender sobre diversos temas, pero especialmente sobre la oración a través de una sólida lectura espiritual.
¡Encuentra buena literatura sobre la oración y lee! ¡Cuántas ideas de gran utilidad nacen a través de una buena lectura espiritual!
Una sugerencia: lee Parte Cuatro del Catecismo de la Iglesia Católica. ¡Ésta es una obra maestra espiritual sobre la oración!
8.- Los retiros
Una forma más propicia para realmente profundizar en la oración es destinar algún tiempo para un período prolongado de oración; a esto se le llama un retiro espiritual.
Uno de los estilos de retiros más eficaces son los retiros ignacianos. Puede durar hasta un mes, u ocho días, o incluso un retiro de un fin de semana puede probar ser extremadamente valioso.
Viendo a los Apóstoles sobrecogidos con el trabajo, Jesús les exhortó: "Retírense un tiempo y descansen..." Este descanso que Jesús menciona ha sido interpretado como una llamada a un retiro espiritual.
Mira el calendario para este año y fija un tiempo aparte. ¡Más períodos extendidos de tiempo para oración permitirán una mayor profundización en la oración!
9.- Confesión y oración
A veces, la oración puede resultar extremadamente difícil debido a una consciencia sucia. Jesús dijo:
"Felices los de corazón limpio, porque verán a Dios". (Mt, 5,8)
Luego de una buena confesión, en la que la Preciosa Sangre de Jesús lava nuestras almas y limpia nuestras consciencias, el ojo interior del alma puede ver y contemplar la cara de Dios con mayor claridad.
10.- Nuestra Señora y la oración
Como hemos mencionado, es de mucha importancia el Espíritu Santo como nuestro Maestro Interior, y de igual manera deberíamos rogar a María que ore por nosotros y con nosotros cada vez que dedicamos tiempo y esfuerzo a la oración. Ella nunca nos fallará.
Como Jesús convirtió el agua en vino en Caná a través de la intercesión de María, así ella puede ayudarnos a convertir nuestra oración insípida y sin sabor en una dulce devoción. ¡María nunca te fallará! ¡Llámala!
¿Listo para navidad?
¿Seguro? Aquí un examen de conciencia para averiguarlo
Cuando nos confesamos buscamos encontrar nuevamente la gracia para estar en amistad con nuestro Dios que nos ama y quiere lo mejor para nosotros. Para hacer una buena confesión el primer paso es hacer un buen examen de conciencia.
El examen de conciencia consiste en revisar detenidamente toda nuestra vida y descubrir cómo estamos viviendo, para saber si lo estamos haciendo de acuerdo al estilo de vida que Jesús nos propone. Que mejor oportunidad que hacerlo en esta época de adviento, mientras nos preparamos para la llegada del niño Jesús al pesebre de nuestro corazón.
Te invito a que con honestidad hagas este examen de conciencia y descubras que tan preparado estas para navidad, ¿Listo?… Comencemos
En mi Relación con Dios…
¿Estoy confesado o planeo ir a confesarme pronto?
¿Planeo asistir a misa todos los domingos previos a la navidad y Comulgar?
¿Estoy procurando orar más para esta navidad?
¿Hago presente a Dios en mi día al bendecir los alimentos, visitar al Santísimo?
¿Cuándo fue la última vez que leí la Biblia o Rece el rosario?
¿Estoy preparando un regalo para Dios en esta navidad?
En mi relación conmigo mismo
¿Hago mi mayor esfuerzo por sacar adelante mi escuela o mis estudios?
¿Me preocupo y me doy tiempo para mi crecimiento espiritual?
¿Busco pertenecer a algún grupo parroquial o servir en algún ministerio?
¿Procuro hacer mis obligaciones o responsabilidades bien y a tiempo?
¿La flojera o pereza son constantes en mi vida?
¿Estoy viviendo la castidad?
¿Trato de vivir la humildad y la sencillez de corazón?
En mi relación con los demás
¿Tengo algún rencor o resentimiento que tenga que dejar ir?
¿Hay alguna relación que haya sido dañada y que tenga que tratar de reparar?
¿Soy amable y respetuoso con las personas con las que convivo diariamente?
¿Procuro acercar a las personas a mi alrededor a Jesús y a su buena nueva?
¿Suelo criticar o hablar mal de las personas, o usar palabras ofensivas con ellos?
¿Siento envidia de las otras personas por sus logros, cualidades o por alguna cosa?
Cuando me molesto ¿Exploto lleno de ira o se manejar mi reacción y mis palabras?
¿Procuro ser paciente con las personas o situaciones que me molestan?
¿Soy honesto al hablar y procuro nunca mentir?
¿Les hago saber a las personas importantes, que los quiero y estimo?
¿Suelo ver en la otra persona a Jesús y entregarle lo mejor de mí?
En mi relación con las cosas del mundo
¿Me preocupo demasiado por las cosas materiales, regalos, ropa y cena?
¿Paso más tiempo en el internet, celular, televisión que con mis seres queridos?
¿Es común que me exceda al comer o al beber?
¿Puedo ser desprendido con mis bienes materiales para compartirlos con los demás?
Finalmente
¿Busco preparar de la mejor forma mi corazón, para que sea Cristo quien nazca en mí?
¡Ánimo! ¡Aún estas a tiempo!
Lo más importante no es cuales hayan sido tus respuestas a este examen de conciencia, sino cual sea tu respuesta en estos días que faltan para que llegue la Navidad.
El Señor desea que nos preparemos para recibirlo, que sepamos escuchar su voz que toca la puerta de nuestros corazones, como dice su Palabra en Apocalipsis 3,20:
“Mira que estoy a la puerta y llamo, si alguno escucha mi voz y abre la puerta, entrare a él y cenare Yo con él y el conmigo”
Hace dos mil años nos cuenta la Biblia que no había lugar para José y María cuando ya estaba por nacer el niño Jesús (Lc. 2,7). Ojalá y en esta navidad, cuando toquen a la puerta de nuestro corazón, les hagamos saber que aquí les tenemos un lugar preparado especialmente para ellos y para ese hermoso niño Jesús, quien es el festejado, y la razón verdadera de la Navidad.
Papa Francisco: no es suficiente creer en Dios, hay que purificar la fe todos los días
Antoine Mekary | ALETEIA
A la hora del rezo mariano del Ángelus el Santo Padre Francisco reflexionó sobre el Evangelio dominical y pidió por intercesión de la Virgen María, que vivamos el Adviento, tiempo de gracia, “sin dejarnos distraer por cosas externas”, sino que “hagamos espacio en el corazón para Jesús, que quiere volver para sanar nuestras enfermedades y darnos su alegría”; ya que “no es suficiente creer en Dios, sino que hay que purificar nuestra fe todos los días”. El 15 de diciembre, tercer domingo de Adviento, también conocido como “domingo de la alegría”, el Papa Francisco rezó la oración mariana del Ángelus asomado desde la ventana del Palacio Apostólico del Vaticano, acompañado de miles de fieles y peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro.En alusión al Evangelio del día que narra la duda planteada por Juan el Bautista desde la cárcel al haber oído las obras del Mesías, quien manda a preguntar a Jesús “si es Él quien ha de venir o si en su lugar tenemos que esperar a otro”; el Papa destaca la respuesta del Maestro: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí».
Esta descripción nos muestra -dice Francisco- que la salvación envuelve al hombre por completo y lo regenera. Se trata en definitiva de que para salvarnos y nacer a la vida eterna, es necesario que muera nuestro pecado.
“Pero este nuevo nacimiento, con la alegría que lo acompaña-continúa argumentando el Papa- siempre presupone una muerte para nosotros y para el pecado que está en nosotros. De ahí el llamado a la conversión, que es la base de la predicación tanto del Bautista como de Jesús; en particular, se trata de convertir la idea que tenemos de Dios”.
Y en este sentido, el Pontífice afirma que el tiempo de Adviento nos anima a volver a nacer, precisamente con la pregunta que Juan el Bautista le hace a Jesús: “¿Eres tú quien tiene que venir o debemos esperar a otro?” (Mt 11,3).
Una pregunta totalmente natural teniendo en cuenta- explica el Papa- que durante toda la vida, “Juan ha estado esperando al Mesías; su estilo de vida, su propio cuerpo está plasmado por esta espera”.
“Esta es también la razón por la cual Jesús lo alaba con estas palabras: nadie es más grande que el que nació de una mujer (ver Mt 11,11). Y sin embargo, él también tuvo que convertirse a Jesús. Al igual que Juan, nosotros también estamos llamados a reconocer el rostro que Dios ha elegido asumir en Jesucristo, humilde y misericordioso”, añade Francisco en su reflexión.
Asimismo, el Santo Padre recuerda que el Adviento, “tiempo de gracia”, nos dice que no basta solo con creer en Dios: “es necesario purificar nuestra fe todos los días. Se trata de prepararnos para dar la bienvenida no a un personaje de cuento de hadas, sino al Dios que nos llama, nos involucra y ante quien se impone una elección: el Niño que yace en el Pesebre tiene el rostro de nuestros hermanos y hermanas más necesitados, de los pobres que “son los privilegiados de este misterio y, a menudo, los que son más capaces de reconocer la presencia de Dios en medio de nosotros” (Carta a Admirabile signum, 6).
El Papa concluyó pidiendo que la Virgen María nos ayude, para que “a medida que nos acercamos a la Navidad, no nos dejemos distraer por cosas externas, sino que hagamos espacio en el corazón para Aquel que ya ha venido y quiere volver para sanar nuestras enfermedades y darnos su alegría”