Él quiere empezar a amar a través de mí
- 14 Diciembre 2019
- 14 Diciembre 2019
- 14 Diciembre 2019
Memoria Litúrgica, 14 de diciembre
Presbítero y Doctor de la Iglesia
Martirologio Romano: Memoria de san Juan de la Cruz, presbítero de la Orden de los Carmelitas y doctor de la Iglesia, el cual, por consejo de santa Teresa, fue el primero de los hermanos que emprendió la reforma de la Orden, empeño que sostuvo con muchos trabajos, obras y ásperas tribulaciones, y, como demuestran sus escritos, buscando una vida escondida en Cristo y quemado por la llama de su amor, subió al monte de Dios por la noche oscura, descansando finalmente en el Señor, en Úbeda, de la provincia de Jaén (1591).
Fecha de beatificación: 25 de enero de 1675 por el Papa Clemente X Fecha de canonización: 27 de diciembre de 1726 por el Papa Benedicto XIII
Etimológicamente: Juan = Dios es misericordioso, es de origen hebreo.
Breve Biografía
Ávila y concretamente Fontiveros fue su patria chica. Luego lo será Castilla y de modo principal Andalucía la tierra de sus amores. Se llamó Juan Yepes. Nació en 1542 del matrimonio que formaban Gonzalo y Catalina; eran pañeros y vivían pobres. Su padre muere pronto y la viuda se ve obligada a grandes esfuerzos para sacar adelante a sus tres hijos: Francisco, Luis y Juan. Fue inevitable el éxodo cuando se vio que no llegaba la esperada ayuda de los parientes toledanos; Catalina y sus tres hijos marcharon primero a Arévalo y luego a Medina del Campo que es el centro comercial de Castilla. Allí malviven con muchos problemas económicos, arrimando todos el hombro; pero a Juan no le van las manualidades y muestra afición al estudio. Entra en el Colegio de la Doctrina, siendo acólito de las Agustinas de la Magdalena, donde le conoció don Alonso Álvarez de Toledo quien lo colocó en el hospital de la Concepción y le costea los estudios para sacerdote. Los jesuitas fundan en 1551 su colegio y allí estudió Humanidades. Se distinguió como un discípulo agudo. Juan eligió la Orden del Carmen; tomó su hábito en 1563 y desde entonces se llamó Juan de Santo Matía; estudia Artes y Teología en la universidad de Salamanca como alumno del colegio que su Orden tiene en la ciudad. El esplendor del claustro es notorio: Mancio, Guevara, Gallo, Luis de León enseñan en ese momento.
En 1567 lo ordenaron sacerdote. Entonces tiene lugar el encuentro fortuito con la madre Teresa en las casas de Blas Medina. Ella ha venido a fundar su segundo "palomarcico", como le gustaba de llamar a sus conventos carmelitas reformados; trae también con ella facultades del General para fundar dos monasterios de frailes reformados y llegó a convencer a Juan para unirlo a la reforma que intentaba salvar el espíritu del Carmelo amenazado por los hombres y por los tiempos. Llegó a exclamar con gozo Teresa ante sus monjas que para empezar la reforma de los frailes ya contaba con "fraile y medio" haciendo con gracia referencia a la corta estatura de Juan; el otro fraile, o fraile entero, era el prior de los carmelitas de Medina, fray Antonio de Heredia.
Inicia su vida de carmelita descalzo en Duruelo y ahora cambia de nombre, adoptando el de Juan de la Cruz. Pasa año y medio de austeridad, alegría, oración y silencio en casa pobre entre las encinas. Luego, la expansión es inevitable; reclaman su presencia en Mancera, Pastrana y el colegio de estudios de Alcalá; ha comenzado la siembra del espíritu carmelitano.
La monja Teresa quiere y busca confesores doctos para sus monjas; ahora dispone de confesores descalzos que entienden -porque lo viven- el mismo espíritu. Por cinco años es Juan el confesor del convento de la Encarnación de Ávila. La confianza que la reformadora tiene en el reformador -aunque posiblemente no llegó a conocer toda la hondura de su alma- se verá de manifiesto en las expresiones que emplea para referirse a él; le llamará "senequita" para referirse a su ciencia, "santico de fray Juan" al hablar de su santidad, previendo que "sus huesecicos harán milagros".
No podía faltar la cruz; llegó del costado que menos cabía esperarla. Fueron los hermanos calzados los que lo tomaron preso, lo llevan preso a Toledo donde vivió nueve meses de durísima prisión. Es la hora de Getsemaní, la noche del alma, un periodo de madurez espiritual del hombre de Dios expresado en sus poemas. Logra escapar en 1578 del encierro de forma dramática, poniendo audacia y ganando confianza en Dios, con una cuerdecilla hecha con pedazos de su hábito y saliendo por el tragaluz.
En los oficios de dirección siempre aparece Juan de la Cruz como un segundón; serán los padres Gracián y Doria quienes se encarguen de la organización, Juan llevará la doctrina y cuidará del espíritu.
Se le ve presente en la serranía de Jaén, confesor de las monjas en Beas de Segura, donde se encuentra la religiosa Ana de Jesús. Después en Baeza; funda el colegio para la formación intelectual de sus frailes junto a la principal universidad andaluza. Y en Granada, en el convento de los Mártires, continuará su trabajo de escritor. En 1586 funda los descalzos de Córdoba, como los de Mancha Real.
Consiliario del padre Doria, en Segovia, por tres años. ¡Cómo no recordar su deseo-exponente de amor rendido- ante la contemplación de un Cristo doliente! "Padecer, Señor, y ser menospreciado por Vos".
En 1591 la presencia de fray Juan de la Cruz empieza a ser non grata ante el padre Doria. La realidad es que está quedando arrinconado y hasta llega a tramarse su expulsión del Carmelo.
Marcha a la serranía de Jaén, en la Peñuela, para no estorbar y se plantea la posibilidad de marchar a las Indias; allí estará más lejos. Es otro tiempo de oración solitaria y sabrosa. La reforma carmelitana vive agitada por el modo de proceder de Doria; a Juan le toca orar, sufrir y callar. Quizá tenga Dios otros planes sobre él y está preparándolo para una etapa mejor.
Aquella inapetencia tan grande provocada por las calenturas persistentes provocó un mimo de Dios haciendo que aparecieran espárragos cuando no era su tiempo para calmar el antojadizo deseo de aquel fraile que iba de camino, sin fuerzas y medio muerto de cansancio, buscando un médico.
Pasó dos meses en Úbeda. No acertó el galeno. Se presentó la erisipela en una pierna; luego vino la septicemia. Y en medio andaban los frailes con frialdad y era notoria la falta de consideración por parte del superior de la casa. Hasta que llegó el 13 de diciembre, cuando era de noche, que marchó al cielo desde el "estercolero del desprecio". Llovía.
Al final de este resumen-recuerdo de un fraile místico que supo y quiso aprovechar el mal para sacar bien, el desprecio de los hombres para hacerse más apreciado de Dios, y el mismo lenguaje para expresar lo inefable de la misteriosa intimidad con Dios con lírica palabra estremecida, pienso que será buen momento para hacer mención de algunas de las obras que le han hecho figura de la cultura hispana del siglo XVI. Subida al Monte Carmelo y Noche oscura del alma que bien pueden considerarse tanto una obra como dos; el Cántico espiritual, Llama de amor viva y algunos poemas y avisos.
Lo canonizaron en 1726. Pío XI lo hizo doctor de la Iglesia en 1926. Su gran conocedor y admirador Juan Pablo II, lo nombró patrono de los poetas
Elías debe venir
Santo Evangelio según san Mateo 17, 10-13. Viernes II de Adviento
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios) Señor, dame la gracia de descubrir el regalo del carisma que ha puesto en mí, y que no tenga miedo de compartirlo. Quiero descubrirte en mi corazón y que renazcas en él en esta Navidad.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 17, 10-13
En aquel tiempo, los discípulos le preguntaron a Jesús: "¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?". Él les respondió: "Ciertamente Elías ha de venir y lo pondrá todo en orden. Es más, yo les aseguro que Elías ha venido ya, pero no lo reconocieron e hicieron con él cuanto les vino en gana. Del mismo modo, el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos". Entonces entendieron los discípulos que se les hablaba de Juan el Bautista.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
«Tiene que venir Elías antes que el Salvador» dicen los escribas. ¡Qué paciencia la de Jesús! Constantemente los sabios le rechazaban como Mesías, no creían que Jesús fuera el Salvador.
Imaginémonos como un escriba que está de pie delante de Jesús y le repetimos esas palabras: Yo, escriba pecador, veo mucho desorden en mi vida: pasiones, miedos, rencores… «Alguien debe venir a poner orden antes de que llegue el Salvador.» Yo, como los pobres escribas, no me doy cuenta de que tengo a mi Salvador delante de mí. ¿Realmente Dios vive en mi corazón, en medio de esta porquería de mi alma? ¿De verdad que Jesús puede amar a través de mi corazón sucio?
«Elías ya ha venido» responde el Señor, «y han hecho con él lo que les vino en gana.» ¡Cuántos padres y padrecitos, cuántos amigos no han venido antes que Jesús para anunciármelo! Y yo, ¿qué hice con ellos? ¿Ignoré estos Elías que el Señor envió? Pero no importa, el caso es que Jesús ya vino a mi alma, estuviera como estuviera. Jesús no tuvo miedo del desorden y ahora está en mí. Jesús no dudó en subir las montañas que yo no aplané, no temió cruzar los bosques obscuros de las perezas y orgullos que debía talar. Mateo 17, 10-13. Él quiere empezar a amar a través de mí y, al mismo tiempo, poner orden.
«Vivir más “dentro” que “fuera” de nosotros mismos, y a ir hacia “el más profundo centro” como dice San Juan de la Cruz, porque Dios vive allí, y allí nos invita a buscarlo. El verdadero profeta en la Iglesia es el y la que viene del “desierto”, como Elías, rico de Espíritu Santo, y con la autoridad que tienen los que han escuchado en silencio la sutil voz de Dios. Os animo a que acompañéis a las personas a “hacer amistad” con Dios. Santa Teresa decía: “Casi nunca me cansaba de hablar o escuchar de Dios”. Nuestro mundo tiene sed de Dios». (Homilía de S.S. Francisco, 21 de septiembre de 2019).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación. No esperaré a ser perfecto para amar: hoy diré unas palabras agradables y convincentes a aquella persona con la que no me llevo bien.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Del sujeto de las pasiones del alma
Completado lo anterior, debe tratarse ahora de las pasiones del alma
Por: Santo tomás de Aquino | Fuente: http://www.almudi.org/Recursospredicacion/STh.zip/b/c22.asp
CUESTIÓN 22
Del sujeto de las pasiones del alma
Completado lo anterior, debe tratarse ahora de las pasiones del alma (cf. q.6 introd.), primero en general y luego en particular (q.26). Consideradas en general, las pasiones ofrecen cuatro temas de estudio: primero, su sujeto (q.22); segundo, la diferencia entre ellas (q.23); tercero, su relación mutua (q.25); cuarto, la malicia y bondad de las mismas (q 24).
La primera cuestión plantea y exige respuesta a tres problemas:
1._¿Existe alguna pasión en el alma?
2._¿Se halla más bien en la parte apetitiva que en la parte aprehensiva?
3._¿Reside más bien en el apetito sensitivo que en el intelectivo, llamado voluntad?
ARTíCULO 1
¿Existe alguna pasión en el alma?
Objeciones por las que parece que no existe ninguna pasión en el alma.
1. En efecto, padecer es propio de la materia. Pero el alma no está compuesta de materia y forma, como ya se ha expuesto (1 q.75 a.5). Luego no hay ninguna pasión en el alma.
2. La pasión es un movimiento, como dice III Physic. Pero el alma no es movida, como prueba I De anima. Luego no hay pasión en el alma.
3. La pasión es el camino para la corrupción, porque toda pasión acrecentada altera la sustancia, como dice el libro Topicorum. Pero el alma es incorruptible. Luego no hay ninguna pasión en el alma.
Contra esto: está lo que dice el Apóstol en Rm 7, 5: Mientras estábamos en la carne, las pasiones de los pecados, que eran por la ley, obraban en nuestros miembros. Ahora bien, los pecados están propiamente en el alma. Luego también las pasiones, dichas de los pecados, están en el alma.
Respondo: La palabra padecer se emplea de tres modos. Uno, en sentido general, en cuanto que todo recibir es padecer, aunque nada se sustraiga de la cosa, como si se dijera que el aire padece cuando es iluminado. Pero esto más propiamente es ser perfeccionado que padecer.
Según otro modo se dice padecer propiamente, cuando se recibe alguna cosa con pérdida de otra. Mas esto sucede de dos maneras. Algunas veces se quita a la cosa lo que no le es conveniente, como, cuando el cuerpo de un animal es sanado, se dice padecer, porque recibe la salud, siendo eliminada la enfermedad.
Otras veces ocurre lo contrario, y así enfermar se dice padecer porque se recibe la enfermedad, con pérdida de la salud. Y éste es el modo que se aplica con mayor propiedad a la pasión. Pues se dice padecer por cuanto una cosa es atraída hacia el agente; y lo que se aparta de lo que le es conveniente parece ser lo que más es atraído hacia otro. E igualmente dice I De generat. que, cuando de lo que es menos noble se engendra algo más noble, hay generación en sentido absoluto y corrupción en sentido relativo; y, viceversa, cuando de lo que es más noble se engendra algo menos noble.
Y sucede que la pasión se da en el alma de estos tres modos. Efectivamente, según la mera recepción se dice que sentir y entender son un cierto padecer. Mas la pasión acompañada de sustracción no existe sino por transmutación corporal. De ahí que la pasión propiamente dicha no pueda convenir al alma sino accidentalmente, es decir, en cuanto el compuesto padece. Pero también en esto hay diferencia, porque cuando semejante transmutación se hace a peor, posee más propiamente la razón de pasión que cuando se hace a mejor. Por eso la tristeza es pasión más propiamente que la alegría.
A las objeciones:
1. Padecer, en cuanto conlleva pérdida y transmutación, es propio de la materia. De ahí que no se halle más que en los compuestos de materia y forma. Pero padecer, en cuanto implica mera recepción, no es necesariamente propio de la materia, sino que puede darse en cualquier ser existente en potencia. Y el alma, aunque no esté compuesta de materia y forma, tiene, no obstante, algo de potencialidad, según la cual le conviene recibir y padecer en el sentido en que entender es padecer, como dice III De anima.
2. Aunque padecer y ser movida no convenga al alma esencialmente, le conviene, sin embargo, accidentalmente, como dice I De anima.
3. La razón aducida vale respecto de la pasión que tiene lugar con transmutación hacia lo que es peor, y tal pasión no puede convenir al alma, a no ser accidentalmente, pues por su propia naturaleza conviene al compuesto, que es corruptible.
ARTíCULO 2
¿Se halla la pasión más bien en la parte apetitiva que en la aprehensiva?
Objeciones por las que parece que la pasión se halla más bien en la parte apetitiva que en la aprehensiva.
1. Lo que es primero en cada género parece ser lo máximo de cuanto está en ese género y su causa, como dice II Metaphys. Pero la pasión se encuentra en la parte aprehensiva antes que en la parte apetitiva, pues la parte apetitiva no padece a no ser que preceda pasión en la parte aprehensiva. Luego la pasión se halla más bien en la parte aprehensiva que en la parte apetitiva.
2. Lo que es más activo parece ser menos pasivo, pues la acción se opone a la pasión. Pero la parte apetitiva es más activa que la aprehensiva. Luego parece que la pasión se halla más bien en la parte aprehensiva.
3. Así como el apetito sensitivo es una potencia en órgano corporal, así también lo es la potencia aprehensiva sensitiva. Pero la pasión del alma tiene lugar, propiamente hablando, por una transmutación corporal. Luego no se halla la pasión en la parte apetitiva sensitiva más bien que en la aprehensiva sensitiva.
Contra esto: está lo que dice San Agustín en IX De civ. Dei , que los movimientos del ánimo a los que los griegos llaman "pathe" y algunos de los nuestros, como Cicerón, perturbaciones, otros los llaman afecciones o afectos, pero otros más expresivamente los denominan pasiones, como en griego. Lo cual evidencia que las pasiones del alma son lo mismo que las afecciones. Ahora bien, las afecciones pertenecen claramente a la parte apetitiva y no a la aprehensiva. Luego también las pasiones se hallan más bien en la parte apetitiva que en la aprehensiva.
Respondo: Como ya se ha indicado (a.1), el nombre de pasión implica que el paciente sea atraído hacia el agente. Ahora bien, el alma es más atraída hacia una cosa por la potencia apetitiva que por la aprehensiva, pues por la potencia apetitiva el alma dice orden a las cosas como son en sí mismas. Por eso dice el Filósofo en VI Metaphys. que el bien y el mal, que son los objetos de la potencia apetitiva, existen en las cosas mismas. Por otra parte, la potencia aprehensiva no es atraída hacia una cosa en cuanto es en sí misma, sino que la conoce según la intención que de la cosa tiene en sí o recibe según su modo propio. Por eso se dice también en el mismo lugar que lo verdadero y lo falso, que pertenecen al conocimiento, no están en las cosas, sino en la mente. Luego es evidente que la razón de pasión se halla más bien en la parte apetitiva que en la aprehensiva.
A las objeciones:
1. Sucede a la inversa en lo concerniente a la perfección y en lo concerniente al defecto. Porque en lo que se refiere a la perfección, la intensidad se determina por la aproximación a un primer principio único, de manera que cuanto más cercana a él se halla una cosa, tanto es más intensa. Como la intensidad de lo lúcido se determina por su aproximación a lo sumamente luminoso, de manera que cuanto más se acerca a ello una cosa, tanto es más lúcida. Pero en lo que se refiere al defecto, la intensidad se determina no por la aproximación a lo sumo, sino por el alejamiento de lo perfecto, pues en esto consiste la razón de privación y defecto. Y, por tanto, cuanto menos se aparta de lo que es primero, tanto es menos intenso. Por eso, al principio siempre es pequeño el defecto, que, después, al ir avanzando, se acrecienta más. Ahora bien, la pasión pertenece al orden de lo defectuoso, porque corresponde a un ser en cuanto está en potencia. De ahí que en los seres que se aproximan a lo que es primero en la perfección, es decir, a Dios, se encuentre menos la razón de potencia y pasión; mientras en los otros, consiguientemente, más. Y así también en la primera potencia del alma, esto es, en la aprehensiva se da menos la razón de pasión.
2. La potencia apetitiva se considera más activa, porque es más principio del acto exterior. Esto le compete por la misma razón por la que es más pasiva, o sea, por cuanto dice orden a las cosas como son en sí mismas, pues por la acción exterior llegamos a conseguirlas.
3. El órgano del alma, como ya se ha indicado (1 q.78 a.8), puede sufrir alteración de dos maneras. Una, por transmutación espiritual, en cuanto recibe la intención de la cosa. Y esto se da esencialmente en el acto de la potencia aprehensiva sensitiva. Así, el ojo es inmutado por las cosas visibles, no de modo que sea coloreado, sino de modo que reciba la intención del color. Hay también otra transmutación natural del órgano que se da en él en cuanto a su disposición natural; por ejemplo, que se calienta o se enfría, o sufre otros cambios similares. Esta transmutación es accidental al acto de la potencia aprehensiva sensitiva, como cuando el ojo se fatiga por la intensidad de la mirada, o se inutiliza por el exceso de luz. Pero tal transmutación se ordena esencialmente al acto del apetito sensitivo. Por eso en la definición de los movimientos de la parte apetitiva se pone como elemento material alguna transmutación natural del órgano. Así se dice que la ira es el ardor de la sangre junto al corazón. Es evidente, por lo tanto, que la razón de pasión se halla más bien en el acto de la potencia apetitiva sensitiva que en el acto de la potencia aprehensiva sensitiva, aunque una y otra son actos de un órgano corporal.
ARTíCULO 3
¿Reside la pasión más bien en el apetito sensitivo que en el intelectivo, llamado voluntad?
Objeciones por las que parece que la pasión no reside en el apetito sensitivo más bien que en el intelectivo.
1. En efecto, dice Dionisio en el c.2 De div. nom. que Hieroteo fue instruido por una inspiración más divina, no sólo aprendiendo, sino también padeciendo las cosas divinas. Pero la pasión de las cosas divinas no puede pertenecer al apetito sensitivo, cuyo objeto es el bien sensible. Luego la pasión reside en el apetito intelectivo lo mismo que en el sensitivo.
2. Además, cuanto más potente es lo activo, tanto más fuerte es la pasión. Pero el objeto del apetito intelectivo, que es el bien universal, es un principio activo más potente que el objeto del apetito sensitivo, que es el bien particular. Luego la razón de pasión se halla más bien en el apetito intelectivo que en el apetito sensitivo.
3. El gozo y el amor se dice que son pasiones. Pero éstas se hallan en el apetito intelectivo y no sólo en el sensitivo, pues de lo contrario no se atribuirían en las Sagradas Escrituras a Dios y a los ángeles. Luego las pasiones no residen más en el apetito sensitivo que en el intelectivo.
Contra esto: está lo que dice el Damasceno en el libro 11 describiendo las pasiones animales: La pasión es un movimiento de la potencia apetitiva sensible en la imaginación del bien o del mal. Y de otro modo: La pasión es un movimiento irracional del alma por la conjetura de un bien o un mal.
Respondo: La pasión, como ya se ha expuesto (a.1), se halla propiamente donde hay transmutación corporal, la cual ciertamente se encuentra en los actos del apetito sensitivo, y no sólo espiritual, como sucede en la aprehensión sensitiva, sino también natural. Ahora bien, en el acto del apetito intelectivo no se requiere transmutación alguna corporal, porque semejante apetito no es potencia de ningún órgano. Por lo cual es evidente que la razón de pasión se halla más propiamente en el acto del apetito sensitivo que del intelectivo, como también es claro por las definiciones citadas del Damasceno.
A las objeciones:
1. Pasión de las cosas divinas se llama allí a la afección a las cosas divinas y a la unión a las mismas por el amor, lo cual, sin embargo, tiene lugar sin transmutación corporal.
2. La magnitud de la pasión no sólo depende de la fuerza del agente, sino también de la pasividad del paciente, porque los seres muy pasibles padecen mucho aun de parte de activos débiles. Por consiguiente, aunque el objeto del apetito intelectivo sea más activo que el objeto del apetito sensitivo, sin embargo, el apetito sensitivo es más pasivo.
3. El amor, el gozo y otras cosas similares, cuando se atribuyen a Dios o a los ángeles, o a los hombres respecto del apetito intelectivo, significan el simple acto de la voluntad con un efecto semejante, pero sin pasión. Por eso dice San Agustín en IX De civ. Dei : Los ángeles no sólo castigan sin ira, sino que también socorren sin compasión de la miseria; y, sin embargo, siguiendo el uso del lenguaje humano, también a ellos se les aplican los nombres de esas pasiones por cierta semejanza de operación, no por debilidad en sus afectos.
Hay verdadera alegría en el proclamar la misericordia del Señor
El Papa a Asociaciones y movimientos eclesiales de Francia dedicados a la misericordia.
“La misericordia es el acto último y supremo con el que Dios viene a nuestro encuentro y que abre nuestro corazón a la esperanza de ser amados para siempre, sea cual sea nuestra pobreza, sea cual sea nuestro pecado”: fueron palabras del Papa Francisco, en la mañana del 13 de diciembre, encontrando a asociaciones, congregaciones y movimientos eclesiales dedicados a la misericordia en Francia.
La Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios
El Pontífice aseguró que “no hay pobreza humana que Dios no quiera alcanzar, tocar y socorrer”, y recordó la misión de la Iglesia:
“La Iglesia – dijo citando la Bula de convocación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia – tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, que por su medio debe alcanzar la mente y el corazón de toda persona”.
El amor de Dios por nosotros no es una palabra abstracta
El amor de Dios por nosotros “no es una palabra abstracta”, recordó el Papa, sino que “se ha hecho visible y tangible en Jesucristo”. Y para la Iglesia y la credibilidad de su anuncio "es determinante" "que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia":
"Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre”.
Hay verdadera alegría en el proclamar la misericordia del Señor
Anunciando con certeza que “hay una verdadera alegría en el proclamar la misericordia del Señor”, Francisco deseó a los peregrinos que “puedan encontrar la manera de dar testimonio a su alrededor de esta alegría de evangelizar anunciando la misericordia de Dios, para transmitir a los demás su pasión y difundir en el mundo la cultura de la misericordia que necesita con urgencia”. Y los animó a que el cumplimiento de las actividades caritativas, “a veces exigente y cansador”, “no ahogue nunca el respiro de ternura y compasión del que deben ser animados, ni la mirada que lo expresa”. Y una vez más reiteró:
“Sólo hay una forma en la que se permite mirar a una persona desde arriba hacia abajo, sólo hay una: para ayudarla a levantarse. De lo contrario, nunca se puede mirar a una persona de arriba a abajo”.
Debemos purificar continuamente nuestras acciones e intenciones
Citando la Encíclica Dives in Misericordia de San Juan Pablo II, cuando habla del deber de purificar continuamente todas nuestras acciones y todas nuestras intenciones, el Pontífice quiso grabar en el corazón de las personas el hecho de que se puede practicar la misericordia "solo" cuando “se es profundamente consciente de que se ha sido objeto de misericordia por parte del Padre”. La misericordia, de hecho, es bilateral:
“Es realmente un acto de amor misericordioso cuando, practicándola, nos convencemos profundamente de que al mismo tiempo la experimentamos por parte de quienes la aceptan de nosotros. Si falta esta bilateralidad, esta reciprocidad, entonces nuestras acciones no son aún auténticos actos de misericordia” (Dives in Misericordia, 14).
Servir a Jesús en los hermanos y hermanas más necesitados
En el final del discurso el Papa propuso a los peregrinos a que en este tiempo de preparación para la Navidad contemplen el pesebre, y para ello se apoyó en su reciente Carta Apostólica Admirabile signum:
“Es una invitación a sentir, a tocar la pobreza que el Hijo de Dios eligió para sí mismo en su encarnación. Y así, es implícitamente una llamada a seguirlo en el camino de la humildad, de la pobreza, del despojo, que desde la gruta de Belén conduce hasta la Cruz. Es una llamada a encontrarlo y servirlo con misericordia en los hermanos y hermanas más necesitados”.
La Guadalupana en tiempos difíciles
La devoción religiosa a la Virgen de Guadalupe lleva a buscar primero la transformación personal como base para la reforma social
¿Es la enorme devoción guadalupana, una fuga colectiva para evadir la dura realidad social y económica? ¿o hay en ella una esperanza verdadera?
Por la fiesta de la Virgen de Guadalupe, millones de peregrinos abarrotan cada año su Basílica, mientras que en muchos países también la celebran con fervor.
Crisis social global
Si nos limitamos sólo a contemplar la situación de los países latinoamericanos, donde la devoción a la Guadalupana es muy grande, observamos: severos problemas políticos en países como Venezuela o Nicaragua; con una gran crisis humanitaria por la llegada de migrantes a las fronteras sur y norte de México; una inseguridad generalizada causada por la violencia (especialmente en Brasil, Venezuela, El Salvador y México). Además, de la recesión económica que afronta casi toda esta enorme región.
Avistando la esperanza
La historia reciente, con el caso del marxismo, nos muestra que, ante las crisis sociales y económicas, los seres humanos tenemos necesidad de una promesa de que será posible salir superar esos malos momentos.
Sin importar si un sujeto es creyente o no, es un hecho que éste necesita un motivo grande para esforzarse en el presente, con el fin de mejorar su situación en un futuro no tan cercano. El comunismo marxista prometía aquí en la tierra un paraíso que nunca llegó; en cambio, el cristianismo lleva dos milenios ofreciendo una esperanza sobrenatural, que ha ayudado a sobrellevar el dolor físico y moral, y ha transformado poco a poco las condiciones sociales.
Una esperanza muy especial
Ante una crisis social y económica, parece que todos los esfuerzos deberían enfocarse sólo al trabajo y a la justicia social. Sin negar esto, la devoción religiosa a la Virgen de Guadalupe lleva a buscar primero la transformación personal como base para la reforma social.
Así nos lo recordaba el papa Francisco en su viaje a México, en febrero de 2016. Él explicaba que “la ‘Virgen Morenita’ nos enseña que la única fuerza capaz de conquistar el corazón de los hombres es la ternura de Dios”.
Aunque esto suene poco práctico, en realidad, “aquello que encanta y atrae, aquello que doblega y vence, aquello que abre y desencadena, no es la fuerza de los instrumentos o la dureza de la ley, sino la debilidad omnipotente del amor divino, que es la fuerza irresistible de su dulzura y la promesa irreversible de la misericordia de Dios”. (Discurso en la Catedral, 13 feb. 2016)
Necesitamos consuelo
Desafortunadamente, las injusticias sociales y la pobreza conllevan mucho dolor: migración forzada, gente desplazada, trata de personas, homicidios, secuestros, pérdida de bienes, etc. Este dolor necesita ser consolado, pues las meras promesas de justicia o de venganza no confortan un corazón herido. Y es precisamente la devoción a la Virgen de Guadalupe un gran consuelo, justo el que buscan esos millones de personas que no lo han encontrado en este mundo. Eso mismo lo señaló también el papa Francisco en aquella visita apostólica:
“En aquel amanecer de diciembre de 1531… Dios despertó la esperanza de su hijo Juan, la esperanza de un pueblo… de los pequeños, de los sufrientes, de los desplazados y descartados, de todos aquellos que sienten que no tienen un lugar digno en estas tierras”.
Y explicó el por qué: “En ese amanecer, Dios se acercó y se acerca al corazón sufriente pero resistente de tantas madres, padres, abuelos que han visto partir, perder o incluso arrebatarles criminalmente a sus hijos”. (Homilía en la Basílica, 13 feb. 2016)
Reflexionemos…
Las palabras de Santa María a Juan Dieguito, “no estoy yo aquí que soy tu Madre”, no son una evasión para nuestro compromiso social. Son más bien, palabras de consuelo y misericordia, que nos permiten sanar nuestro interior lastimado por el dolor y la injusticia, para recuperar la ilusión en trabajar por una sociedad justa y solidaria.
6 regalos espirituales que todos podemos pedirle a Dios esta Navidad
Reservemos un momento de oración para pedirle a Dios estos seis regalos espirituales
Todos sabemos que los regalos indudablemente hacen parte de esta época navideña. Empezamos a pensar qué regalarle a nuestros amigos o familiares, realizamos dolorosas caminatas por los centros comerciales y aguantamos filas eternas para pagar y empacar regalos.
Recuerdo que cuando era pequeña le escuché decir a mis padres que a ellos nos les importaba no recibir nada, ningún regalo. Que lo importante era tener a la familia reunida, gozar de buena salud y contar con la dicha de compartir con los que más queríamos. Lo que decían me parecía inconcebible, absurdo y doloroso. ¿Cómo alguien podía decir semejante cosa? Como diría mi abuelo, «semejante barbaridad».
¿De qué se trataba entonces la Navidad si no era de regalos? La angustia por ese comentario fue tal, que lloré a escondidas (solo un poquito), al pensar que un día ninguno de los regalos que estaría debajo del árbol, llevaría mi nombre. Pero entonces pasaron los años y comprendí que mis padres tenían razón. Las experiencias de la vida me enseñaron que los regalos materiales no se comparan con los regalos espirituales, o más bien, con aquellos que no son tangibles, los que no puede comprar ni el hombre más multimillonario del planeta.
Estos son algunos regalos que el dinero no compra, y que todos deberíamos pedir esta y todas las Navidades que Dios nos conceda:
1. Amor
¿Amor? ¡Ay Nory pero que cursi eres! Resulta que últimamente he pensado mucho en esa frase que dice «Dios es amor». Hace unos años no la entendía muy bien, me parecía un argumento pobre o una respuesta floja que la gente daba cuando no sabía qué más responder. Pero lo que sucede es que he comprobado, que efectivamente el amor lo transforma todo.
Es increíble ser testigo de lo que puede llegar a hacer el amor, cuando amamos a otros y nos dejamos amar ¡cómo nos cambia la vida! Pidámosle esta Navidad a Dios, que nos regale amor, toneladas de amor. Amor propio, amor en nuestra familia, amor para nuestros hijos, amor por nuestra pareja y también, para los que nos hacen la vida un poco difícil.
2. Alegría
Qué pereza estar con alguien que no tira ni media sonrisa, que se vive quejando de todo o que para rematar, lo único que hace es estar de mal genio. Es cierto que la vida nos da golpes duros y que no todo puede ser felicidad. Per no dejemos que los problemas o los obstáculos nos arrebaten la alegría.
Irradiarla nos permite construir hermosos recuerdos con los demás, nos permite también contigiarla y permitirle saber a los que nos rodean, que vale la pena esforzarse por no dejársela quitar. Si la hemos perdido, pidámosle a Dios la gracia de tenerla de vuelta, y si nos caracterizamos por ser personas alegres, que el don se nos multiplique por 100.
3. Esperanza
Este sí que podría llegar a ser un regalazo. Porque nos hace falta y por montones, la esperanza nos permite ser como esa vela caprichosa del pastel a la que soplan, y tras unos breves segundos, se vuelve a prender. Nos permite ver la vida con ilusión y optimismo, aunque el panorama sea desalentador y oscuro. «Si ayudo a una sola persona a tener esperanza, no habré vivido en vano» (Martin Luther King).
4. Fe
Creo que la fe, aunque muchas veces flaquee, está dentro todos los seres humanos. Sin importar la religión. La fe es esa fuerza sobrenatural a la que nos aferramos cuando todo parece ir en contra. Brota desde lo más profundo de nuestro ser sin que podamos controlarla o detenerla, y ha sido plantada como una pequeña semilla en el corazón de todos, desde el vientre materno.
La fe es íntima amiga de la esperanza y es la que nos permite esperar, esperar en el amor de Dios. Es la que nos hace desear que las cosas salgan bien. Pidámosle a Dios que nunca se nos agote la fe, sin importar el dolor o lo terrible que puedan llegar a ser las circunstancias.
5. Caridad
Este regalo puede cambiarnos la vida. La caridad va de la mano con el servicio y la entrega desinteresada hacia los demás. En ocasiones se tiende a pensar que la caridad está únicamente relacionada con las personas necesitadas, pero resulta que la pobreza no solamente puede ser material, sino espiritual.
Me atrevería a decir que los niveles de pobreza espiritual superan los de la material. La caridad no debería estar disfrazada de superficialidad, debe surgir del corazón de forma genuina. Pidámosle a Dios que esta Navidad, nos otorgue el regalo de la caridad.
«La fe, la esperanza y la caridad son como tres estrellas que se encienden en el cielo de nuestra vida espiritual para guiarnos hacia Dios. Son las virtudes «teologales» por excelencia: nos ponen en comunión con Dios y nos conducen a Él». (San Juan Pablo II)
6. Perdón
Este si que nos cuesta. Tal vez llevamos años lastimados, guardando rencor, arañando recuerdos que nos hieren el alma. El perdón es uno de los regalos más maravillosos que podemos experimentar, perdonarnos a nosotros mismos, aceptar el perdón de otros y tener la valentía de perdonar al que nos ha causado tanto dolor, es un acto divino de misericordia. Que además nos quita un peso enorme de encima, nos deja livianos, nos permite respirar profundo y elimina ese horrible sentimiento que nos oscurece de a poco.
Pidámosle a Dios el regalo del perdón, para esta Navidad.
Los regalos espirituales que podemos pedirle esta Navidad a Dios, pueden llegar a convertirse en una enorme lista, incluso más grande que la de los regalos que esperamos debajo del árbol. Cada uno sabe qué necesita más en esta época.
Y aunque los regalos físicos forman parte de la tradición, nos hacen sentir queridos y especiales, y nos permiten demostrarle de cierto modo a nuestros familiares cuánto los amamos. Reservemos un momento de oración para pedirle a Dios estos seis regalos espirituales, que sin duda nos serán otorgados si los pedimos con la firme convicción, de que con ellos seremos mejores hijos de Dios.
Los 5 lamentos antes de morir
El video que cambió mi visión sobre la muerte
En esta ocasión el Padre Mike de Ascension Press nos habla sobre la realidad que viven las personas que se encuentra en la etapa final de sus vidas: la muerte. Si bien es un video que como verán está diseñado para reflexionar en el tiempo cuaresmal, pensar sobre los asuntos al final de la vida no nos es algo ajeno, es un asunto del cual podemos ocuparnos hoy.
Me llama la atención la experiencia que menciona de una enfermera que trabaja en Cuidados Paliativos, es decir que atiende a personas que están en los últimos momentos de su vida. En mis años de experiencia médica también he tenido la oportunidad de acompañar a varios enfermos que se acercan a esta etapa, que poco a poco van asimilando que la muerte es una realidad, que es un paso que tendrán que vivir. Y ciertamente coincido con lo que expresa este sacerdote: no estamos preparados para la muerte. No nos es fácil aceptar lo más real y cierto que existe: Todos en algún momento dejaremos de existir en esta vida. Las personas en momentos de enfermedad se resisten a pensarlo, lo evitan y lo niegan, pues piensan en la muerte como algo muy malo. Sus familiares tampoco esperan con gusto ni desean que esto suceda. Ni siquiera los médicos o los profesionales de la salud sabemos asumir la muerte, nos parece un fracaso de nuestros esfuerzos, nos parece frustrante y un enemigo que debemos enfrentar.
Por lo anterior es comprensible que ante la muerte se expresen distintos “lamentos” como menciona esta enfermera, especialmente si ves que el fin de tu vida se acerca y no has hecho o has dejado de hacer aquello que es fundamental. Se experimenta la limitación, la pérdida de control, el no poder dar vuelta atrás y cambiar de lo que se está arrepentido. Puede ser que la experiencia sea que en la vida no se haya encontrado un sentido, que no se haya encontrado la verdadera felicidad. Es entonces comprensible que morir cause miedo y rechazo.
Creo que para acompañar a una persona en estos momentos lo principal no es decir o hacer ver que la muerte no es tan mala, no se trata de evitar que no se sienta miedo o tristeza. De lo que se trata es que ayudemos a que entiendan en este momento lo valiosas que son, que a pesar de lo que hayan hecho o dejado de hacer, su vida no ha perdido su valor y dignidad. Que encuentren la oportunidad de acogerse a la Misericordia de Dios, que experimenten el perdón, que se reconcilien consigo mismas y con los demás, que sientan que no es demasiado tarde para encontrar lo esencial de su existencia, para encontrar a Dios que los consuela y alienta y que se vean fortalecidos en la esperanza de que luego del dolor y del sufrimiento, tenemos la confianza del gozo de la resurrección: camino que Cristo ha trazado para nosotros, para el cual estamos llamados.
Me parece oportuno que lo que acabo de mencionar no es solo aplicable a quienes están en lecho de enfermedad, a puertas de partir de este mundo; es una invitación para todos para acoger las palabras de Jesús de «estar preparados porque no sabemos el día ni la hora».
«A través de la muerte se abre también, para cada uno de nosotros, más allá del tiempo, la vida plena y definitiva. El Señor de la vida está presente al lado del enfermo como quien vive y da la vida, pues él mismo dijo: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10)» (Benedicto XVI).