Hijo del hombre también es dueño del sábado
- 21 Enero 2020
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Inés, Santa
Memoria Litúrgica, 21 de enero
Virgen y Mártir
Martirologio Romano: Memoria de santa Inés, virgen y mártir, que siendo aún adolescente, ofreció en Roma el supremo testimonio de la fe, consagrando con el martirio el título de la castidad. Obtuvo victoria sobre su edad y sobre el tirano, suscitó una gran admiración ante el pueblo y adquirió una mayor gloria ante el Señor. Hoy se celebra el día de su sepultura (s. III/IV). Etimología: Inés = aquella que se mantiene pura, es de origen griego.
Breve Biografía
Hay muy buenos documentos sobre la existencia de esta mártir que vivió a comienzos del siglo IV y que fue martirizada a los doce años, durante la feroz persecución de Diocleciano.
Su popularidad y su devoción hacen pensar que no son improbables las leyendas que se nos han transmitido de boca en boca y también con escritos. Basado en una tradición griega, el Papa Dámaso habla del martirio de Santa Inés sobre una hoguera.
Pero parece más cierto lo que afirma el poeta Prudencio y toda la tradición latina, es decir, que la jovencita, después de haber sido expuesta a la ignominia de un lugar de mala fama por haberse negado a sacrificar a la diosa Vesta, fue decapitada.
Así comenta el hecho San Ambrosio, al que se le atribuye el himno en honor de Agnes heatae virginis: “¿En un cuerpo tan pequeño había lugar para más heridas? Las niñas de su edad no resisten la mirada airada de sus padres, y las hace llorar el piquete de una aguja: pero Inés ofrece todo su cuerpo al golpe de la espada que el verdugo descarga sobre ella”.
Alrededor de su imagen de pureza y de constancia en la fe, la leyenda ha tejido un acontecimiento que tiene el mismo origen de la historia de otras jóvenes mártires: Agata, Lucia, Cecilia, que también encuentran lugar en el Canon Romano de la Misa. Según la leyenda popular, fue el mismo hijo del prefecto de Roma el que atentó contra la pureza de Inés. Al ser rechazado, él la denunció como cristiana, y el prefecto Sinfronio la hizo exponer en una casa de mala vida por haberse negado a rendirle culto a la diosa Vesta. Pero Inés salió prodigiosamente intacta de esa difamante condena, porque el único hombre que se atrevió a acercarse a ella cayó muerto a sus pies.
Pero el prefecto no se rindió ante el prodigio y la condenó a muerte. Un antiguo rito perpetúa el recuerdo de este ejemplo heroico de pureza. En la mañana del 21 de enero se bendicen dos corderitos, que después ofrecen al Papa para que con su lana sean tejidos los palios destinados a los Arzobispos. La antiquísima ceremonia tiene lugar en la iglesia de Santa Inés, construida por Constantina, hija de Constantino, hacia el 345.
Corre presuroso(a) a Jesús
Santo Evangelio según san Marcos 2, 23-28. Martes II del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Dame, Jesús, la gracia de abrirte mi corazón para escuchar tu voz y querer y abrazar aquello que Tú quieras para mí.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 2, 23-28
Un sábado Jesús iba caminando entre los sembrados, y sus discípulos comenzaron a arrancar espigas al pasar. Entonces los fariseos le preguntaron: “¿Por qué hacen tus discípulos algo que no está permitido hacer en sábado?”. Él les respondió: “¿No han leído acaso lo que hizo David una vez que tuvo necesidad y padecían hambre él y sus compañeros? Entró en la casa de Dios, en tiempos del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes sagrados, que sólo podían comer los sacerdotes, y les dio también a sus compañeros”. Luego añadió Jesús: “El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado. Y el Hijo del hombre también es dueño del sábado”.
Palabra del Señor
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Hace algunos días leí una historia de una señora que vivía en Estados Unidos quien, como regalo para su mamá, tenía que comprar tres libros. Ella sabía que lo más fácil era entrar a internet y comprarlos en línea. En cuestión de días, incluso si quisiera al día siguiente, los libros estarían en la puerta de su casa con tan solo un clic. Pero ella en cambio, decidió ir, como hacía mucho tiempo no lo hacía, a comprar los libros a una librería. Y cuál fue su sorpresa pues de los tres no encontró los primeros dos donde deberían estar y, para colmo, una señora le decía: mejor ve a tu casa, así gastas menos, pídelos en línea y te llegarán, es mucho más fácil. Después de un largo buscar, encontró el tercer libro y cuando estaba por pagar, vio que estaban en un estante de dos por uno, los primeros dos libros que buscó. Luego, cuando iba a casa, se dio cuenta que, en efecto, quizás hubiera sido más fácil comprar los libros en línea, pero nada le devolvía las sonrisas que vio en aquel lugar, la amabilidad de algunas personas con las que se encontró y tantos otros detalles que le pasaron al salir a la librería. ¿Por qué les cuento esto? Porque creo que nuestros días a veces pueden irse así. Podemos preferir hacer muchas compras en línea con nuestra vida, y así pasar un día y otro día, y uno más, hasta que, cuando acordemos, hayan pasado ya varios años. Dios nos regala cada día para que lo disfrutemos, lo vivamos y seamos plenos. Lejos de compras en línea, Dios quiere que nos detengamos a ver todos los detalles con los que Él nos habla, detalles con los que Él nos ama. Encontremos en nuestro día esos dos por uno; dejemos que Dios nos amé a través de los que están a nuestro lado, para que así, al final de la vida, podamos decir: preferí ir a la librería de la vida y disfrutar de ella, en lugar de las compras en línea; que podamos decir: verdaderamente vivimos cada día que Dios nos regala.
«Toda la escena y las discusiones revelan lo difícil que resulta comprender las acciones y prioridades de Jesús, capaz de poner en el centro a aquel que estaba en la periferia, especialmente cuando se piensa que el primado lo tiene “el sábado” y no el amor del Padre que busca que todos los hombres se salven; el ciego tenía que convivir no sólo con su ceguera sino también con la de aquellos que lo rodeaban. Así son las resistencias y hostilidades que surgen en el corazón humano cuando, al centro, en vez de encontrar personas se ponen intereses particulares, rótulos, teorías, abstracciones e ideologías, que lo único que logran es enceguecer todo a su paso. En cambio, la lógica del Señor es diferente, lejos de esconderse en la inacción o la abstracción ideológica, busca a la persona con su rostro, con sus heridas e historia. Va a su encuentro y no se deja embaucar por discursos incapaces de priorizar y poner en el centro lo realmente importante». (Homilía de S.S. Francisco, 2 de junio de 2019).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación. Visitar o escribir a una persona especial que tenga un poco olvidada y compartirle cuánto Dios le ama.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
El tesoro de los problemas
Te abruman tantos problemas, parece que no hay salida. Oras y oras y parece que tu oración no es escuchada...
Seguramente la noche anterior no has podido dormir pensando en cómo solucionar el problema que tienes ahora mismo. Das vuelta de un lado al otro y no sabes cómo salir de el y menos cuándo acabará.
De la misma manera están tus compañeros de clase, de trabajo o familiares. Todos tenemos problemas en la casa, con los amigos, en el trabajo, en fin… Si los problemas se convirtieran en un tesoro, pronto serías rico.
Oras y oras y parece que tu oración no es escuchada por Dios, pues los problemas empeoran y día a día se te suman más. Y la fe pronto se va debilitando hasta que te alejas de Dios.
A lo mejor estás leyendo este artículo desde una cama de enfermo, o desde tu oficina en medio de miles de actividades y regaños de tu jefe o quizá desde la universidad y ya no puedes con la carga académica. O tal vez en tu casa en medio de los problemas económicos de la familia y por qué no en medio de los conflictos en tu noviazgo.
¿Por qué a mi? es la pregunta que frecuentemente repites. Ahora te pregunto: ¿Acaso no has deseado alguna vez ser rico? ¿Recuerdas cuando arriba escribí “si los problemas se convirtieran en un tesoro, pronto serías rico?
Hoy te propongo una buena idea, a lo mejor no la perfecta, pero sí la que te ayudará a sobrellevar los problemas. En cada problema, identifica lo positivo. Cada problema trae consigo un tesoro, ese que aún no has descubierto porque sigues empeñado en quejarte.
Tómate un par de minutos. Piensa. Reflexiona. Pregúntate: ¿Cuál es el tesoro de mi problema? ¿Cuál es el lado positivo? ¿De qué me está salvando Dios? Muchas veces nosotros queremos que las cosas ya sucedan, que los problemas se solucionen o que simplemente no existan. Dios sí existe y sus pensamientos no son iguales a los tuyos, ni tampoco a los míos. Su pensamiento y amor es divino, todo tiene un propósito, un tesoro.
¿Y María? Ella te ama diciéndote: “No se entristezca tu corazón ni te llenes de angustia. ¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿Acaso no soy tu ayuda y protección?”.
¡Ánimo! ¡Dios tiene un gran tesoro para ti!
Sembrar la paz donde hay odio
Discurso del Papa una delegación del centro “Simon Wiesenthal", 20 de enero de 2020.
"Recordemos también el pasado y tomemos a pecho las condiciones de los que sufren: así cultivaremos el terreno de la fraternidad. Os animo a intensificar nuestra colaboración en defensa de los más débiles”.
En el mundo ha aumentado la indiferencia egoísta, que sólo “preocupa lo que conviene: la vida está bien si me conviene y cuando algo está mal se desata la ira y la maldad”, el Papa expresó su preocupación a la delegación del centro “Simon Wiesenthal". Esta actitud es terreno fértil para los “particularismos y populismos”, el odio crece rápidamente en estos suelos, al respecto el Papa advierte que han vuelto a surgir brotes bárbaros de antisemitismo.
“No me canso de condenar enérgicamente todas las formas de antisemitismo. Sin embargo, para abordar la raíz del problema, también debemos comprometernos a arar la tierra en la que crece el odio, sembrando en ella la paz”.
Ayudar a los más débiles
Francisco recordó que es a través de la integración, la búsqueda y la comprensión del otro que nos protegemos más. Para ello dijo que es urgente “reintegrar a los marginados, dar una mano a los que están lejos, apoyar a los que están descartados porque no tienen medios ni dinero, ayudar a los que son víctimas de la intolerancia y la discriminación”, afirmó.
El centro “Simon Wiesenthal” es un Centro, activo en todo el mundo, Y tiene como objetivo combatir todas las formas de antisemitismo, racismo y odio a las minorías. Este centro contribuye en manera especial a mantener vivo el recuerdo del Holocausto, a que no desaparezca la memoria histórica. Y desde hace decenios existen contactos con la Santa Sede. Como les dijo el Pontífice, comparten el “deseo común de hacer del mundo un lugar mejor en el que se respete la dignidad humana, una dignidad que pertenece a todos por igual, independientemente del origen, la religión o la condición social”.
Para ello el Papa aseveró que es muy importante educar en la tolerancia y la comprensión mutua, la libertad de religión y la promoción de la paz social.
Detenerse y mirar dentro de nosotros
Tras mencionar el 75 aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwitz-Birkenau, que se conmemorará el 27 de enero, el Papa recordó su visita a este campo en el 2016. Allí, dijo, me detuve para interiorizarme, para rezar en silencio. Una vez más el Papa señaló que hoy en día, absorbidos por el torbellino de las cosas, nos resulta difícil detenernos, mirar dentro de nosotros mismos, callarnos para escuchar el grito de la humanidad que sufre. El aniversario de la “indecible crueldad” que la humanidad descubrió hace setenta y cinco años es un llamado a detenerse, a permanecer en silencio y a recordar. Lo necesitamos, dijo, para no quedar indiferentes.
“El consumismo de hoy también es verbal: cuántas palabras inútiles, cuánto tiempo perdido en impugnar y acusar, cuántas ofensas gritadas, independientemente de lo que se diga. El silencio, por otro lado, ayuda a preservar la memoria. Si perdemos la memoria, aniquilamos el futuro”.
Por último, el Papa mencionó la Declaración Nostra Aetate, que subraya que nosotros, judíos y cristianos, tenemos un rico patrimonio espiritual común que debemos descubrir cada vez más para ponerlo al servicio de todos. Siento que, especialmente hoy, recordó, estamos llamados, ante todo, a este servicio: no a distanciarnos y excluirnos, sino a hacernos cercanos e incluirnos; no a favorecer soluciones de fuerza, sino a iniciar caminos de proximidad.
Martirio de San Fructuoso, obispo, y de Augurio y Eulogio, diáconos (año 259 d.C.)
21 de enero, en Tarraco (hoy Tarragona), ciudad de la Hispania Citerior (hoy España), pasión de estos santos mártires
En Tarragona, año 259
Siendo emperadores Valeriano y Galieno, y Emiliano y Baso cónsules, el diecisiete de las calendas de febrero (el 16 de ene-ro), un domingo, fueron prendidos Fructuoso, obispo, Augurio y Eulogio, diáconos. Cuando el obispo Fructuoso estaba ya acostado, se dirigieron a su casa un pelotón de soldados de los llamados beneficiarios, cuyos nombres son: Aurelio, Festucio, Elio, Polencio, Donato y Máximo. Cuando el obispo oyó sus pisadas, se levantó apresuradamente y salió a su encuentro en chinelas. Los soldados le dijeron:
- Ven con nosotros, pues el presidente te manda llamar junto con tus diáconos.
Respondióles el obispo Fructuoso:
- Vamos, pues; o si me lo permitís, me calzaré antes. Replicaron los soldados:
- Cálzate tranquilamente.
Apenas llegaron, los metieron en la cárcel. Allí, Fructuoso, cierto y alegre de la corona del Señor a que era llamado, oraba sin interrupción. La comunidad de hermanos estaba también con él, asistiéndole y rogándole que se acordara de ellos.
Otro día bautizó en la cárcel a un hermano nuestro, por nombre Rogaciano.
En la cárcel pasaron seis días, y el viernes, el doce de las calendas de febrero (21 de enero), fueron llevados ante el tribunal y se celebró el juicio.
El presidente Emiliano dijo:
- Que pasen Fructuoso, obispo, Augurio y Eulogio. Los oficiales del tribunal contestaron:
- Aquí están.
El presidente Emiliano dijo al obispo Fructuoso:
- ¿Te has enterado de lo que han mandado los emperadores?
FRUCTUOSO — Ignoro qué hayan mandado; pero, en todo caso, yo soy cristiano.
EMILIANO — Han mandado que se adore a los dioses.
FRUCTUOSO— Yo adoro a un solo Dios, el que hizo el cielo y la tierra, el mar y cuanto en ellos se contiene.
EMILIANO — ¿Es que no sabes que hay dioses?
FRUCTUOSO — No lo sé.
EMILIANO — Pues pronto lo vas a saber.
El obispo Fructuoso recogió su mirada en el Señor y se puso a orar dentro de sí.
El presidente Emiliano concluyó:
— ¿Quiénes son obedecidos, quiénes temidos, quiénes adorados, si no se da culto a los dioses ni se adoran las estatuas de los emperadores?
El presidente Emiliano se volvió al diácono Augurio y le dijo: - No hagas caso de las palabras de Fructuoso.
Augurio, diácono repuso:
- Yo doy culto al Dios omnipotente.
El presidente Emiliano dijo al diácono Eulogio:
- ¿También tú adoras a Fructuoso?
Eulogio, diácono, dijo:
- Yo no adoro a Fructuoso, sino que adoro al mismo a quien adora Fructuoso.
El presidente Emiliano dijo al obispo Fructuoso:
- ¿Eres obispo?
FRUCTUOSO — Lo soy.
EMILIANO — Pues has terminado de serlo.
Y dio sentencia de que fueran quemados vivos.
Cuando el obispo Fructuoso, acompañado de sus diáconos, era conducido al anfiteatro, el pueblo se condolía del obispo Fructuoso, pues se había captado el cariño, no sólo de parte de los hermanos, sino hasta de los gentiles. En efecto, él era tal como el Espíritu Santo declaró debe ser el obispo por boca de aquel vaso de elección, el bienaventurado Pablo, doctor de las naciones. De ahí que los hermanos que sabían caminaba su obispo a tan grande gloria, más bien se alegraban que se dolían.
De camino, muchos, movidos de fraterna caridad, ofrecían a los mártires que tomaran un vaso de una mixtura expresamente preparada; mas el obispo lo rechazó, diciendo:
- Todavía no es hora de romper el ayuno. Era, en efecto, la hora cuarta del día; es decir, las diez de la mañana. Por cierto que ya el miércoles, en la cárcel, habían solemnemente celebrado la estación. Y ahora, el viernes, se apresuraba, alegre y seguro, a romper el ayuno con los mártires y profetas en el paraíso, que el Señor tiene preparado para los que le aman.
Llegados que fueron al anfiteatro, acercósele al obispo un lector suyo, por nombre Augustal, y, entre lágrimas, le suplicó le permitiera descalzarle. El bienaventurado mártir contestó:
- Déjalo, hijo; yo me descalzaré por mí mismo, pues me siento fuerte y me inunda la alegría por la certeza de la promesa del Señor.
Apenas se hubo descalzado, un camarada de milicia, hermano nuestro, por nombre Félix, se le acercó también y, tomándole la mano derecha, le rogó que se acordara de él. El santo varón Fructuoso, con clara voz que todos oyeron, le contestó:
- Yo tengo que acordarme de la Iglesia católica, extendida de Oriente a Occidente.
Puesto, pues, en el centro del anfiteatro, como se llegara ya el momento, digamos más bien de alcanzar la corona inmarcesible que de sufrir la pena, a pesar de que le estaban observando los soldados beneficiarios de la guardia del pretorio, cuyos nombres antes recordamos, el obispo Fructuoso, por aviso juntamente e inspiración del Espíritu Santo, dijo de manera que lo pudieron oír nuestros hermanos:
- No os ha de faltar pastor ni es posible falte la caridad y promesa del Señor, aquí lo mismo que en lo por venir. Esto que estáis viendo, no es sino sufrimiento de un momento.
Habiendo así consolado a los hermanos, entraron en su salvación, dignos y dichosos en su mismo martirio, pues merecieron sentir, según la promesa, el fruto de las Santas Escrituras. Y, en efecto, fueron semejantes a Ananías, Azarías y Misael, a fin de que también en ellos se pudiera contemplar una imagen de la Trinidad divina. Y fue así que, puestos los tres en medio de la hoguera, no les faltó la asistencia del Padre ni la ayuda del Hijo ni la compañía del Espíritu Santo, que andaba en medio del fuego.
Apenas las llamas quemaron los lazos con que les habían atado las manos, acordándose ellos de la oración divina y de su ordinaria costumbre, llenos de gozo, dobladas las rodillas, seguros de la resurrección, puestos en la figura del trofeo del Señor, estuvieron suplicando al Señor hasta el momento en que juntos exhalaron sus almas.
Después de esto, no faltaron los acostumbrados prodigios del Señor, y dos de nuestros hermanos, Babilán y Migdonio, que pertenecían a la casa del presidente Emiliano, vieron cómo se abría el cielo y mostraron a la propia hija de Emiliano cómo subían coronados al cielo Fructuoso y sus diáconos, cuando aún estaban clavadas en tierra las estacas a que los habían atado. Llamaron también a Emiliano diciéndole:
—Ven y ve a los que hoy condenaste, cómo son restituidos a su cielo y a su esperanza. Acudió, efectivamente, Emiliano, pero no fue digno de verlos.
Los hermanos, por su parte, abandonados como ovejas sin pastor, se sentían angustiados, no porque hicieran duelo de Fructuoso, sino porque le echaban de menos, recordando la fe y combate de cada uno de los mártires.
Venida la noche, se apresuraron a volver al anfiteatro, llevando vino consigo para apagar los huesos medio encendidos. Después de esto, reuniendo las cenizas de los mártires, cada cual tomaba para sí lo que podía haber a las manos […]
¡Oh bienaventurados mártires, que fueron probados por el fuego, como oro precioso, vestidos de la loriga de la fe y del yelmo de la salvación; que fueron coronados con diadema y corona inmarcesible, porque pisotearon la cabeza del diablo! ¡Oh bienaventurados mártires, que merecieron morada digna en el cielo, de pie a la derecha de Cristo, bendiciendo a Dios Padre omnipotente y a nuestro Señor Jesucristo, hijo suyo!
Recibió el Señor a sus mártires en paz por su buena confesión, a quien es honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.
(BAC 75, 788-794)
¿Por qué la Iglesia dice que NO a tantas cosas?
Veamos el porqué esos NO es en los que se obstina nuestra Iglesia no deben avergonzarnos Por: Fray Nelson Medina, OP
Pregunta:
Fray Nelson, soy un joven que trata de vivir su fe y que a veces se siente confundido aunque no derribado. El otro día tuve una conversación con dos amigas. Y la verdad sentí que no tenía muchas respuestas aunque había otras cosas que sí podía decirles. El “disparo” que me apreció más difícil de responder fue lo que dijo una de ellas, más o menos hablando de memoria lo repito yo así: “¿Por qué la Iglesia siempre es diciendo que NO a todo? No a los gays, no al aborto, no a la eutanasia, no a la fecundación in vitro…
¿Cómo quieren llegar a nosotros los jóvenes con esa cantidad de negativismo?” Usted, ¿qué diría, fray? — G.B.M.
Respuesta:
Tal vez lo primero que hay que decir es que la mayor parte de la gente, y especialmente de la gente joven, depende de los grandes medios de comunicación para informarse. Eso significa que su opinión sobre la Iglesia no proviene de la liturgia ni de la predicación ni de las grandes y buenas obras sino de lo que salga en las noticias de la televisión, en las películas de Netflix o en las redes sociales. Y sucede que todas estas fuentes tienen elementos en común que hacen muy difícil lograr una visión equilibrada y completa sobre lo que es, enseña y hace la Iglesia.
Un ejemplo. En esta ciudad hay un hogar de ancianos desamparados que es sostenido y dirigido desde hace muchos años por unas religiosas. Todos los días, absolutamente todos los días, están llenos de obras de caridad hacia esas personas mayores. Muestras de ternura, paciencia, cuidado y generosidad suceden todos los días, por parte de esas religiosas y de sus colaboradores. Cada una de esas obras buenas es un SÍ gigantesco. es un SÍ a la vida, a la compasión, al amor en su más pura expresión. ¿Se puede esperar que algo así salga, siquiera con una mínima frecuencia en las redes sociales? No saldrá. En cambio, un escándalo de un sacerdote da material para muchas semanas de fotos, reportajes, protestas y por supuesto… #hashtags.
Pero el corazón de la respuesta a tu pregunta es todavía más profundo. Detrás de lo que parece un NO muchas veces lo que hay es un inmenso SÍ. Se nota bien en el caso del aborto. Lo que parece un NO a la mujer que está siendo presionada para que aborte, o que quiere por sí misma abortar, es un SÍ gigantesco a la vida del que va a nacer. Por el contrario darle un SÍ fácil a la que va a abortar es pronunciar un NO que es sentencia de muerte para el bebé.
De modo que esos NO es en los que se obstina nuestra Iglesia no deben avergonzarnos. Es nuestra tarea ver cuántos SÍes están detrás de cada uno de esos NO. Decirle NO al sexo irresponsable y adúltero es decirle SÍ a la estabilidad y felicidad de la familia.
Decirle NO a la eutanasia es decirle SÍ a la generosidad que debemos tener como sociedad y decirle SÍ al sentido y propósito que todo ha de tener en nuestra vida humana. Y así sucesivamente.
Convertido, pero no me confieso
Si conocemos el sacramento de la reconciliación, sabemos que es Cristo quien perdona, eso es lo que importa, el sacerdote únicamente eso intermediario. Así que no importa que sea otro hombre, ni en qué condiciones se encuentre, en pecado o no.
Convertido, pero no me confieso
Razones para confesarse
Dios quiere que todos los hombres se salven, por lo tanto está pendiente de nosotros, llamándolos a la conversión constantemente.
Nosotros somos los que no escuchamos el llamado, ya sea porque estamos pensando en nosotros mismos, ya sea porque estamos sumergidos en el ruido, tanto exterior como interior, nos cuesta mucho trabajo estar en silencio, lo cual dificulta poder escuchar a Dios. Pero, a pesar de ello, Él insiste y quizá, un día escuchamos, con la ayuda del Espíritu Santo, esa llamada que nos lleva a optar por un cambio radical de la vida.
A partir de ese momento, como el hijo pródigo de la parábola, comenzamos a deliberar en la conveniencia de emprender el camino hacia la Casa del Padre. Después de mucha reflexión recordamos lo bien que nos encontrábamos a su lado, disfrutando de todos sus bienes, sobre su amor.
De los pretextos
Al fin nos decidimos a tomar el camino de vuelta. Mientras vamos de regreso, nos asalta la duda sobre si obtendremos el perdón, o no. Muchas veces sentimos que no somos merecedores del perdón de Dios, nos invade la desesperanza, es decir, pecamos contra la virtud de la esperanza, tal como lo hizo Judas.
Esta actitud negativa en los lleva en ocasiones a ver el Perdón como algo imposible. Ya hemos dicho que Dios no se rinde, que quiere que todos gocemos de su amistad, que alcancemos la vida eterna. Por consiguiente, nos va llevando de la mano durante el camino y con el fin de poder descubrir su misericordia, siempre y cuando tengamos la determinación de dejarnos llevar. Él siempre está dispuesto a perdonarnos cuando estamos arrepentidos.
Ahora bien, resulta que ya estamos decididos a emprender la vuelta hacia la Casa del Padre, que ya nuestros temores sobre si seremos perdonados se nos han disipado.
Estamos convencidos de la misericordia del padre. Hacemos una recapitulación de nuestra vida y nos damos cuenta de que hemos fallado, que tenemos que corregir.
Nos encontramos verdaderamente arrepentidos, tenemos un verdadero dolor de corazón.
Puede ser que este dolor sea perfecto o de contrición, es decir, el dolor que sentimos por haber ofendido a Dios que nos ama tanto y a quienes amamos sobre todas las cosas. También es imposible, que ese dolor de corazón sea imperfecto o de atrición, que es un impulso del espíritu Santo, es decir es igualmente un don de Dios, pero que nace, no del amor de Dios, sino de un rechazo al pecado o del miedo a la condenación eterna.
No importa cuál sea el tipo de dolor, lo importante es que deseamos regresar a la Casa del Padre. Hasta aquí vamos muy bien, estamos convencidos de la misericordia de Dios, reconocemos la necesidad de la conversión, además estamos sinceramente arrepentidos. Quizás hasta estamos dispuestos hacer algún acto de reparación.
Ha llegado el gran momento de dar el paso definitivo para volver a la casa del padre. Acercarse al sacramento de la reconciliación para que todos los pecados no sean perdonados. En teoría todo está claro, se conoce lo que hay que hacer. Pero, por algún motivo, surgen las complicaciones, para algunas personas dar ese paso resulta muy difícil, inclusive se declaran pases de darlo.
Habría que meditar profundamente sobre la propia conversión. Si verdaderamente deseo cambiar mi actitud de vida, ¿por qué no estoy dispuesto hacer todo, cueste lo que cueste para lograr la amistad perdida con Dios? ¿Qué impedimento existe? ¿Y cómo lo voy a eliminar? ¿Estoy dispuesta ayudarlo o lo eliminaré siempre y cuando no represente un esfuerzo demasiado duro para mí?
Las respuestas a estas preguntas pueden ser muy diferentes. Puede que falte humildad, que todavía esté muy presente la soberbia, pensando que soy bueno, pues no mato, no robo, voy a misa, etc. No se piensa en lo que nos dice el Evangelio, que no basta con ser bueno, hay que ser santos.
No vamos a negar que el confesar los pecados al sacerdote, humanamente hablando nos cuesta mucho. Eso de hincarse ante otro ser humano y decirle todo lo malo que hay dentro de uno, no es agradable.
Por ese motivo hay que crear y fomentar una actitud interior de humildad, dejando un lado todos los prejuicios humanos y pidiéndole misericordia de Dios. Recordemos la parábola del fariseo y el publicano.
El fariseo se consideraba superior a los demás, es decir, él ya estaba por encima de los otros, él si actuaba de maravilla, cumplía con todo, en otras palabras, era un soberbio.
Por otro lado, el publicano se consideraba débil, indigno del amor de Dios, y le pedí a Dios que tuviera misericordia de él porque sabía que solamente él podía darle la gracia del perdón, era modelo de humildad.
Se puede pensar que el sacramento no es necesario, no se cree en él, se dice: yo me confieso con Dios directamente, no tengo necesidad de que nadie me perdone, o bien, yo tengo una línea directa con Dios, él y yo nos entendemos, para que me complicó metiendo a otra persona. Olvidando que Cristo instituyó este sacramento como el único medio para el perdón de los pecados de todos aquellos bautizados que hayan pecado después de haber recibido el bautismo.
Aunque se haga una oración perfecta de arrepentimiento, no sería suficiente porque Cristo entregó a los apóstoles y a sus sucesores el poder y la responsabilidad de juzgar la sinceridad del arrepentimiento y por tanto, la iglesia es la que tiene este poder, como cabeza visible de Cristo.
En otras ocasiones no se confía en el sacerdote, o se cuestiona su autoridad, o sencillamente, se le considera como un igual, y por lo tanto igual de pecador.
Hay personas que piensan que ellas solas obtienen el perdón. Además, existe la posibilidad de que el confesor nos conozca y peor todavía, pues ¿qué va pensar de mí? A veces nuestra soberbia es tal, que hasta nos atrevemos a pensar, que nuestros pecados van hacer recordados eternamente por el confesor y por lo tanto, nuestra imagen va hacer dañada. Por lo tanto, es mejor no descubrirse, no sea que nos convirtamos en personas vulnerables, es más conveniente que nadie se entere de todo lo malo que hemos hecho o pensado, o de aquello que pudiendo haber hecho y no hicimos.
Si conocemos el sacramento de la reconciliación, sabemos que es Cristo quien perdona, eso es lo que importa, el sacerdote únicamente eso intermediario. Así que no importa que sea otro hombre, ni en qué condiciones se encuentre, en pecado o no.
Hay que saber que los sacerdotes pueden tener fallas humanas, pero eso es lo de menos, hay que buscar la reconciliación con Dios. Cristo dio el poder de perdonar los pecados a los apóstoles de sus sucesores, no se lo otorgó a cualquier persona, por buena o santa que fuese.
Con frecuencia escuchamos a alguien que nos dice que no se confiesa porque de niños tuvo una mala experiencia. Esta actitud resulta algo infantil ¡cuántas veces hemos tenido malas experiencias! Esto no obsta para experimentarlas de nuevo.
A veces pensamos que el pecado es tan grave que no nos atrevemos a confesarlo. Sin pensar que el sacerdote conoce nuestra debilidad y probablemente ha oído cosas mucho peores.
No importa qué tan grave sea nuestro pecado, no nos debe dar vergüenza. El sacerdote es un hombre común y corriente, por lo tanto conoce perfectamente nuestra debilidad y no se va asustar. Un sacerdote se alegra por el pecador que se arrepiente y se entristece cuando una persona se niega a pedir perdón.
Con todas estas disculpas o motivos, lo único que se logra es que Cristo, que quiere perdonarnos, no lo puede hacer. Sería bueno que reflexionáramos en la tristeza de Jesús al vernos tan alejados de Él.
Los motivos para no acercarse al sacramento de la reconciliación puede ser muchos, tantos como individuos hayan, pero éstos no van a cambiar el hecho de que si verdaderamente deseamos retornar a la Casa del Padre, hay que confesar los pecados.
Confesar los pecados mortales cometidos después del bautismo es condición indispensable para la salvación, excepción de cuando una persona muere después de haber hecho un acto de contrición perfecto, sin haber tenido la oportunidad de confesarse.
De las motivaciones
Dios ama al hombre infinitamente. Pero para los hombres no es muy difícil ver este amor, porque tanto Dios, como su amor son invisibles y como el hombre es cuerpo y espíritu necesita de medios visibles para comunicarse. No basta con pensar yo quiero a mi hijo, hay que demostrarlo con un beso, con un te quiero. Por ello, Cristo instituyo los sacramentos como signos visibles que manifiestan algo invisible, que es la gracia. Únicamente por medio de los sacramentos recibimos la gracia. ¿Cómo vamos a tener la certeza de haber sido perdonados, si no es a través del signo visible del sacramento de la reconciliación?
Sólo habiendo acudido a este sacramento, podemos tener la seguridad, que si cumplimos con los requisitos, hemos sido perdonados y hemos recibido la gracia santificante perdida por el pecado.
Ahora bien, lo más importante de este sacramento es que nos reconcilia con Dios y con la Iglesia. Dios, el que nos dio la vida, a quien le debemos todo lo que tenemos, de quien hemos estado apartados, ¿no se merece, ni siquiera un gesto de amor de nuestra parte? No confesarse sería como hacer todo un difícil viaje para regresar a la casa del padre y después de muchos esfuerzos, fatigas, dificultades, nos quedáramos en la puerta, sin poder comer del cordero, ni participar en la fiesta porque no haber dado el último paso. Sería ilógico, pero eso exactamente es lo que sucede cuando nos negamos el sacramento de la confesión.
Conclusión
Cristo, que tanto nos amó hasta dar la vida por nosotros, quiso quedarse entre nosotros, no deseaba que nos quedásemos solos. Para ello instituye el sacramento de la Eucaristía, el sacramento por excelencia, donde nos encontramos de la manera más íntima con él. Nos invita al banquete, pero para poder participar hay que estar libre de pecado.
Negándonos a la confesión, no nos podemos acudir al banquete, no podemos disfrutarlo. El despreciar la invitación, por el motivo que sea, significa quedarnos sin el alimento vital del alma. Además, no hay relación más maravillosa de amor que la relación que se establece entre el hombre y Cristo en la eucaristía.
No valdría la pena quitar los prejuicios que tenemos y dar el último paso en nuestra conversión? Vivir en amistad con Dios, bien vale la pena. Sólo entonces viviremos en paz