Él nos llama a predicar el Evangelio

La conversión de San Pablo

Fiesta litúrgica, 25 de enero

Martirologio Romano: Fiesta de la Conversión de san Pablo, apóstol. Viajando hacia Damasco, cuando aún maquinaba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, el mismo Jesús glorioso se le reveló en el camino, eligiéndole para que, lleno del Espíritu Santo, anunciase el Evangelio de la salvación a los gentiles. Sufrió muchas dificultades a causa del nombre de Cristo.

Breve Reseña

No es segura la fecha en que Pablo se convirtió, pero está relacionada con el martirio de Esteban, cuando los testigos depositaron sus vestiduras a los pies de Saulo (Hch 7, 58; cf. 22, 20) para que las guardara. Este martirio y la subsiguiente persecución de la Iglesia, encaja bien en el cambio de Prefectos Romanos que se produjo en el año 36. Esta fecha corresponde bien a los catorce años que median entre la conversión de Pablo y su visita a Jerusalén con ocasión del “concilio” (Gál 2, 1; año 49). Sin embargo, algunos comentaristas prefieren fechar la conversión el año 33 (cf. J. Finegan, Biblical Chronology, 321).

El mismo Pablo y Lucas en los Hechos de los Apóstoles describen la experiencia vivida en el camino de Damasco y el giro que significó en la vida del Apóstol. Fue un encuentro con el Señor (Kyrios) resucitado, que obligó a Pablo a adoptar un nuevo estilo de vida; fue la experiencia que convirtió al fariseo Pablo en el apóstol Pablo.

Pablo relata el acontecimiento en Gálatas 1, 13-17 desde su propio punto de vista apologético y polémico. En Hechos (9, 3-19; 22, 6-16; 26, 12-18) hay otros tres relatos: todos subrayan el carácter arrollador e inesperado de esta experiencia, que tuvo lugar en medio de la persecución que Pablo dirigía contra los cristianos.

Si bien hay variantes en cuanto a los detalles en los tres relatos (si los acompañantes quedaron en pie sin poder hablar o si cayeron por tierra; si oyeron o no la voz; asimismo, el hecho de que Jesús hablara a Pablo “en idioma hebreo”, pero citando un proverbio griego…), el mensaje esencial transmitido a Pablo es el mismo.

Los tres relatos están de acuerdo en este punto: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”, “¿Quién eres tú, Señor?”, “Yo soy Jesús (de Nazaret), a quien tú persigues”. Las variantes pueden ser debidas a las diferentes fuentes de información utilizadas por Lucas.

Pablo mismo escribió, acerca de esta experiencia, que Dios tuvo a bien revelarle a su Hijo, para que predicara a los gentiles la buena noticia referente a Jesús (Gál 1, 15-16). Fue una experiencia que nunca olvidó, a la que asociaba frecuentemente su misión apostólica.

“¿Acaso no soy apóstol? ¿Es que no he visto a Jesús, Nuestro Señor?” (1 Cor 9,1; cf. 15, 8).

Esta revelación de Jesús el Señor en el camino de Damasco habría de ser el factor decisivo que dominara en adelante toda su vida.

Por amor a Cristo se hizo “todo para todos” (1 Cor 9, 22). En consecuencia se convirtió en “siervo de Cristo” (Gál 1, 10; Rom 1, 1; etc.), como los grandes siervos de Dios del AT (Moisés: 2 Re 18, 12; Josué: Jue 2, 8; David: Sal 78, 70), y puede que incluso como el mismo Siervo de Yahvé (Is 49, 1; cf. Gál 1, 15).

LA REVELACIÓN DE PABLO

La teología de Pablo se vio influida, sobre todo, por la experiencia que tuvo en el camino de Damasco y por la fe en Cristo resucitado, como Hijo de Dios, que creció a partir de esa experiencia.

Los actuales investigadores del NT son menos propensos que los de las generaciones pasadas a considerar aquella experiencia como una “conversión” explicable de acuerdo con los antecedentes judíos de Pablo o con Rom 7 (entendido como relato biográfico). El mismo Pablo habla de esta experiencia como de una revelación del Hijo que le ha concedido el Padre (Gál 1, 16). En ella “vio a Jesús, el Señor” (1 Cor 9, 1; cf. 1Cor 15, 8; 2 Cor 4, 6; 9, 5).

Aquella revelación del “Señor de la gloria” crucificado (1 Cor 2, 8) fue un acontecimiento que hizo de Pablo, el fariseo, no sólo apóstol, sino también el primer teólogo cristiano.

La única diferencia entre aquella experiencia, en que Jesús se le apareció (1 Cor 15, 8), y la experiencia que tuvieron los testigos oficiales de la Resurrección (Hch 1, 22) consistía en que la de Pablo fue una aparición ocurrida después de Pentecostés. Esta visión le situó en plano de igualdad con los Doce que habían visto al Kyrios.

Más tarde Pablo hablaba, refiriéndose a esta experiencia, del momento en que había sido “tomado” por Cristo Jesús (Flp 3, 12) y una especie de “necesidad” le impulsó a predicar el evangelio (1 Cor 9, 15-18). Él comparó esa experiencia con la creación de la luz por Dios: “Porque el Dios que dijo: “De la tiniebla, brille la luz”, es el que brilló en nuestros corazones para resplandor del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Cristo” (2 Cor 4-6).

El impulso de la gracia de Dios le urgía a trabajar al servicio de Cristo; no podía “cocear” (dar coces) contra este aguijón (Hch 26, 14). Su respuesta fue la de una fe viva, con la que confesó, juntamente con la primitiva Iglesia, que “Jesús es el Señor” (1 Cor 12, 12; CF. Rom 10, 9; Flp 2, 11). Pero esta experiencia iluminó, en un acto creador, la mente de Pablo y le dio una extraordinaria penetración de lo que él llamó más tarde “el misterio de Cristo” (Ef 3, 4).

Somos apóstoles enviados

Santo Evangelio según Marcos 16, 15-18. Sábado II del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, permite que esta meditación me marque el camino para seguir el gran ejemplo de la vida del apóstol san Pablo que, una vez que experimentó tu amor, ya no hubo nada ni nadie que lo apartará de su misión. En este nuevo año quiero sepultar a ese hombre viejo que hay en mí para dejarme conquistar por tu amor.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según Marcos 16, 15-18

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado. Estos son los milagros que acompañarán a los que hayan creído: arrojarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y éstos quedarán sanos”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Nos encontramos en el Monte de los olivos, en el mismo lugar donde cuarenta días antes, Jesús era entregado por uno de sus discípulos y donde todos los demás le abandonaron. Pero las cosas han cambiado y ya no son los mismos apóstoles de antes, la Resurrección los ha cambiado. Y Jesús se da cuenta de esto, por eso, les da una nueva misión: predicar el Evangelio a todos los hombres, suscitar la fe, transmitir la salvación mediante el bautismo: he aquí la misión de los apóstoles después de la Resurrección. Y nosotros, católicos, somos hoy en día esos apóstoles resucitados.

Es verdad que en nuestras vidas hemos abandonado a Cristo muchas veces, pero eso a Jesús no le importa. Él nos llama a predicar el Evangelio como volvió a llamar a los apóstoles y como un día llamó a san Pablo, cuya conversión celebramos hoy. San Pablo persiguió a los apóstoles y quería borrar el nombre de Jesús de Nazareth de la faz de Israel. Pero Jesús resucitado le convierte de un perseguidor a un precursor de la Buena Nueva y en un apóstol apasionado de este Cristo a quien perseguía. Jesús nos manda a predicar el Evangelio y es el primero que nos da ejemplo convirtiendo al más «temido» de todos los judíos.

La conversión infunde en Saulo una fe que lo hace ser misionero incansable; enciende en su alma un ardor de caridad que le obliga a transmitir a los demás la verdad que ha encontrado; le da la fuerza para ser, tanto de palabra como de obra, un ferviente testigo del Evangelio. Ahora bien, ¿qué nos diferencia a nosotros de san Pablo? Tenemos la misma fe, la misma caridad, la misma doctrina, el mismo Dios... Pero nos falta su amor apasionado a Cristo, que le llevó a considerar todo basura y estiércol comparado con Cristo.

«Jesús los envía a todas las naciones. A todas las gentes. Y en ese “todos” de hace dos mil años estábamos también nosotros. Jesús no da una lista selectiva de quién sí y quién no, de quiénes son dignos o no de recibir su mensaje y su presencia. Por el contrario, abrazó siempre la vida tal cual se le presentaba. Con rostro de dolor, hambre, enfermedad, pecado. Con rostro de heridas, de sed, de cansancio. Con rostro de dudas y de piedad. Lejos de esperar una vida maquillada, decorada, trucada, la abrazó como venía a su encuentro. Aunque fuera una vida que muchas veces se presenta derrotada, sucia, destruida. A "todos" dijo Jesús, a todos, vayan y anuncien; a toda esa vida como es y no como nos gustaría que fuese, vayan y abracen en mi nombre. Vayan al cruce de los caminos, vayan… a anunciar sin miedo, sin prejuicios, sin superioridad, sin purismos a todo aquel que ha perdido la alegría de vivir, vayan a anunciar el abrazo misericordioso del Padre. Vayan a aquellos que viven con el peso del dolor, del fracaso, del sentir una vida truncada y anuncien la locura de un Padre que busca ungirlos con el óleo de la esperanza, de la salvación. Vayan a anunciar que el error, las ilusiones engañosas, las equivocaciones, no tienen la última palabra en la vida de una persona. Vayan con el óleo que calma las heridas y restaura el corazón». (Homilía de S.S. Francisco, 23 de septiembre de 2015).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Poner especial atención a los signos de amor de Dios en este día.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

7 razones para ir de misiones.

No dejes pasar esta oportunidad de participar en las Megamisiones de este año, te aseguro que no te arrepentirás.

¿Aún no te decides a ir de Misiones en esta Semana Santa? Puede ser que estés dudoso y necesites de poderosas razones para tomar la maleta junto con el Evangelio y atender al llamado que hace la Iglesia de llevar a los rincones del mundo el mensaje de Jesucristo.

Dentro de mi vida como Misionero, he tenido la oportunidad de experimentar los beneficios de participar activamente en las Misiones de Semana Santa. En este año, estaré viviendo una nueva aventura, pero ahora en familia, con mi esposa y mi hija. Por lo cual, estoy muy emocionado y deseoso de compartirte algunas de las razones principales por las que debes decidirte a ir de Misiones.

1. Se refuerza la fe. No hay mejor manera de conocer y fortalecer tu fe que compartiéndola con los demás. La experiencia Misionera genera un conocimiento más profundo de Dios, de las almas y del llamado a dar a conocer el Evangelio a todo el mundo.

2. Unión familiar. Se practica de una manera muy especial. Es un apostolado donde padres e hijos trabajan juntos, desde la organización y durante las actividades de la Semana Santa. Una excelente oportunidad de convivencia fuera de la rutina y con el objetivo de que, juntos como familia, participen en la Misión de la Iglesia.

3. Santas amistades. La convivencia con otras familias que comparten intereses provoca extraordinarias amistades para el matrimonio y para los hijos. Los equipos misioneros están formados por personas que están en la misma sintonía. Esto porpicia amistades en un ambiente sano y por lo regular son amistades para toda la vida.

4. Vives una gran aventura. Llevar el Evangelio es una gran aventura, ahora imagina cargar con toda tu familia y unirte a esta Misión. Los niños y los adolescentes suelen ser los mas emocionados por el reto que representa llegar y establecerse (aunque sea sólo por una semana) en alguna comunidad con limitaciones. Lejos de causar desagrado, se produce un efecto de motivación por superar las incomodidades a las que se enfrentan.

5. Se refuerza la vocación. Cualquiera que sea, las Misiones provocan la práctica continua de la donación. Desde la organización, donde se tienen que dejar cosas a un lado por asistir a las sesiones de formación, invertir en los gastos de transportación, material, etc. El ir casa por casa para escuchar a las personas que ven en el Misionero la figura de Jesucristo que va a su encuentro, donando su tiempo para atenderlos. Cualquier vocación, ya sea al matrimonio o a la vida religiosa, es una práctica constante de donación y en las Misiones se vive esta actitud cada día.

6. Conoces la Misión de la Iglesia. Estoy seguro que aquellos que hablan y critican acerca de las “riquezas” de la Iglesia nunca se han dado la oportunidad de experimentar las Misiones. Al ser Misionero y convivir con la Iglesia del pueblo, te darás cuenta de las limitaciones que tienen, pero que a pesar de eso, la Misión de la Iglesia está muy alejada y es más grande que cualquier bien económico. Es simplemente llevar a Jesucristo y su Evangelio a las personas que más lo necesitan, sin ningún tipo de interés personal.

7. Llevar la paz. En esta cultura del descarte y de la violencia, llevas la palabra de Dios a personas que prácticamente han sido olvidadas por la sociedad, que las han arrinconado y privado incluso de servicios básicos. Tienes la oportunidad de ser un embajador de paz para aquellos a quienes las dificultades han atrapado en la desesperación y el dolor. Además, de que un Misionero puede llevar la paz a una comunidad dañada por el rencor, la pobreza y los vicios.

Tanto familias y jóvenes de todas las edades pueden hacer una gran contribución a la Misión de la Iglesia, pero más que nada, a las personas que con mucha alegría y esperanza desean que llegue el tiempo de Semana Santa para recibir a los Misioneros. Y aunque pareciera contradictorio, estas comunidades dan ejemplo y testimonio de lo que es la donación y la alegría de vivir el Evangelio. No dejes pasar esta oportunidad de participar en las Megamisiones de este año, te aseguro que no te arrepentirás.

«Toda historia humana es, de alguna manera, historia divina»

Mensaje del Papa para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales.

El Papa Francisco dedica su Mensaje de este año con motivo de la LIV Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales al tema de la narración, puesto que – como él mismo explica – “para no perdernos necesitamos respirar la verdad de las buenas historias: historias que construyan, no que destruyan; historias que ayuden a reencontrar las raíces y la fuerza para avanzar juntos”.

A lo largo de cinco puntos el Pontífice explica la importancia de los relatos que deben estar a la altura de la humanidad a la que Jesús la elevó, puesto que “toda historia humana tiene una dignidad que no puede suprimirse”.  Y añade que “no hay historias humanas insignificantes o pequeñas”, porque “después de que Dios se hizo historia, toda historia humana es, de alguna manera, historia divina”.

Tejer historias

Teniendo en cuenta que “el hombre es un ser narrador”, el Papa recuerda que “los relatos nos enseñan; plasman nuestras convicciones y nuestros comportamientos; nos pueden ayudar a entender y a decir quiénes somos”. Sí, porque como escribe: “El hombre no es solamente el único ser que necesita vestirse para cubrir su vulnerabilidad, sino que también es el único ser que necesita ‘revestirse’ de historias para custodiar su propia vida”. Y, de hecho, “sumergiéndonos en las historias” – escribe Francisco – “podemos encontrar motivaciones heroicas para enfrentar los retos de la vida”. A lo que añade:

“El hombre es un ser narrador porque es un ser en realización, que se descubre y se enriquece en las tramas de sus días. Pero, desde el principio, nuestro relato se ve amenazado: en la historia serpentea el mal”.

No todas las historias son buenas

Naturalmente Francisco sabe que no todas las historias son buenas. De hecho muchas “nos narcotizan” – escribe – “convenciéndonos de que necesitamos continuamente tener, poseer, consumir para ser felices”. Y añade que “casi no nos damos cuenta de cómo nos volvemos ávidos de chismes y de habladurías, de cuánta violencia y falsedad consumimos”. A lo que pone de manifiesto que “en lugar de relatos constructivos, que son un aglutinante de los lazos sociales y del tejido cultural, se fabrican historias destructivas y provocadoras, que desgastan y rompen los hilos frágiles de la convivencia”.

“Recopilando información no contrastada, repitiendo discursos triviales y falsamente persuasivos, hostigando con proclamas de odio, no se teje la historia humana, sino que se despoja al hombre de la dignidad”.

Por otra parte, el Pontífice al referir que en nuestra época, “en la que la falsificación es cada vez más sofisticada y alcanza niveles exponenciales” (el deepfake), “necesitamos sabiduría para recibir y crear relatos bellos, verdaderos y buenos”.

“Necesitamos valor para rechazar los que son falsos y malvados. Necesitamos paciencia y discernimiento para redescubrir historias que nos ayuden a no perder el hilo entre las muchas laceraciones de hoy; historias que saquen a la luz la verdad de lo que somos, incluso en la heroicidad ignorada de la vida cotidiana”.

La Historia de las historias

Tras reafirmar que la Sagrada Escritura “es una Historia de historias”. Francisco escribe que “a través de su narración Dios llama a las cosas a la vida y, como colofón, crea al hombre y a la mujer como sus interlocutores libres, generadores de historia junto a Él”. Y recuerda que “no nacemos realizados, sino que necesitamos constantemente ser ‘tejidos’ y ‘bordados’”; porque “la vida nos fue dada para invitarnos a seguir tejiendo esa ‘obra admirable’ que somos”.

Y en este sentido, el Pontífice destaca que la Biblia “es la gran historia de amor entre Dios y la humanidad”, en cuyo centro está Jesús, dado que “su historia lleva al cumplimiento el amor de Dios por el hombre y, al mismo tiempo, la historia de amor del hombre por Dios”. Por otra parte, al recordar que el título de este Mensaje está tomado del libro del Éxodo, que constituye un relato fundamental, en el que Dios interviene en la historia de su pueblo, el Santo Padre agrega textualmente:

“De hecho, cuando los hijos de Israel estaban esclavizados clamaron a Dios, Él los escuchó y rememoró: ‘Dios se acordó de su alianza con Abrahán, Isaac y Jacob’ (…). De la memoria de Dios brota la liberación de la opresión, que tiene lugar a través de signos y prodigios”.

El Dios de la vida se comunica contando la vida

El Papa Francisco no deja de recordar que Jesús hablaba de Dios no con razonamientos abstractos, sino con parábolas y narraciones breves, tomadas de la vida cotidiana. Y explica que de este modo “para el que la escucha, la historia se hace vida: esa narración entra en la vida de quien la escucha y la transforma”. Por esta razón no es causal que “también los Evangelios sean relatos”, dado que mientras nos informan sobre Jesús, nos “performan” y conforman a Él:

“El Evangelio de Juan nos dice que el Narrador por excelencia – el Verbo, la Palabra – se hizo narración: ‘El Hijo único, que está en el seno del Padre, Él lo ha contado’”.

En punto de su Mensaje el Santo Padre escribe que ha querido utilizar el término “contado” porque en lengua original puede traducirse como “revelado” o “contado”.

“Dios se ha entretejido personalmente en nuestra humanidad, dándonos así una nueva forma de tejer nuestras historias”.

Una historia que se renueva

El Papa Francisco recuerda que “la historia de Cristo no es patrimonio del pasado”, sino que “es nuestra historia, siempre actual”. Además “nos dice que no hay historias humanas insignificantes o pequeñas”, porque “después de que Dios se hizo historia, toda historia humana es, de alguna manera, historia divina”.

“En la historia de cada hombre, el Padre vuelve a ver la historia de su Hijo que bajó a la tierra. Toda historia humana tiene una dignidad que no puede suprimirse”.

El Pontífice escribe que “re-cordar significa efectivamente llevar al corazón, ‘escribir’ en el corazón. Por obra del Espíritu Santo cada historia, incluso la más olvidada, incluso la que parece estar escrita con los renglones más torcidos, puede volverse inspirada, puede renacer como una obra maestra, convirtiéndose en un apéndice del Evangelio”.

Como las Confesiones de Agustín. Como El Relato del Peregrino de Ignacio. Como la Historia de un alma de Teresita del Niño Jesús. Como Los Novios, como Los Hermanos Karamazov. Como tantas innumerables historias que han escenificado admirablemente el encuentro entre la libertad de Dios y la del hombre. Cada uno de nosotros conoce diferentes historias que huelen a Evangelio, que han dado testimonio del Amor que transforma la vida. Estas historias requieren que se las comparta, se las cuente y se las haga vivir en todas las épocas, con todos los lenguajes y por todos los medios.

Una historia que nos renueva

Hacia el final de su Mensaje el Papa escribe que “en todo gran relato entra en juego el nuestro”, dado que al leer la Escritura, las historias de los santos, y también otros textos que han sabido leer el alma del hombre y sacar a la luz su belleza, el “Espíritu Santo es libre de escribir en nuestro corazón, renovando en nosotros la memoria de lo que somos a los ojos de Dios”.

Cuando rememoramos el amor que nos creó y nos salvó, cuando ponemos amor en nuestras historias diarias, cuando tejemos de misericordia las tramas de nuestros días, entonces pasamos página. Ya no estamos anudados a los recuerdos y a las tristezas, enlazados a una memoria enferma que nos aprisiona el corazón, sino que abriéndonos a los demás, nos abrimos a la visión misma del Narrador.

Contarle a Dios nuestra historia nunca es inútil; aunque la crónica de los acontecimientos permanezca inalterada, cambian el sentido y la perspectiva. Contarse al Señor es entrar en su mirada de amor compasivo hacia nosotros y hacia los demás. A Él podemos narrarle las historias que vivimos, llevarle a las personas, confiarle las situaciones. Con Él podemos anudar el tejido de la vida, remendando los rotos y los jirones. ¡Cuánto lo necesitamos todos!

“Nadie es un extra en el escenario del mundo y la historia de cada uno está abierta a la posibilidad de cambiar. Incluso cuando contamos el mal podemos aprender a dejar espacio a la redención, podemos reconocer en medio del mal el dinamismo del bien y hacerle sitio”.

No se trata, pues, de seguir la lógica del storytelling, ni de hacer o hacerse publicidad, sino de rememorar lo que somos a los ojos de Dios, de dar testimonio de lo que el Espíritu escribe en los corazones, de revelar a cada uno que su historia contiene obras maravillosas.

El Papa concluye su mensaje invitando a encomendarse a esa mujer “que tejió la humanidad de Dios en su seno” y, tal como dice el Evangelio, “entretejió todo lo que le sucedía”. Y lo hace con una oración en la que pide ayuda “a aquella que supo deshacer los nudos de la vida con la fuerza suave del amor”:

Oh María, mujer y madre, tú tejiste en tu seno la Palabra divina, tú narraste con tu vida las obras magníficas de Dios. Escucha nuestras historias, guárdalas en tu corazón y haz tuyas esas historias que nadie quiere escuchar. Enséñanos a reconocer el hilo bueno que guía la historia. Mira el cúmulo de nudos en que se ha enredado nuestra vida, paralizando nuestra memoria. Tus manos delicadas pueden deshacer cualquier nudo. Mujer del Espíritu, madre de la confianza, inspíranos también a nosotros. Ayúdanos a construir historias de paz, historias de futuro. Y muéstranos el camino para recorrerlas juntos.

¿Cómo puedo forjar una relación con mi ángel de la guarda?

Nuestros protectores espirituales no desaparecen de nuestro lado cuando alcanzamos la edad adulta; de hecho, ahí es cuando los necesitamos más que nunca

Pregunta:

¿Cómo puedo forjar una relación con mi ángel de la guarda? Este mediador tan poderoso se encuentra tan cerca de nosotros que es un desperdicio no entablar una relación. ¿Qué me recomienda?

Respuesta:

Nuestros ángeles de la guarda son fantásticos. Es una pena que hayan pasado a considerarse una devoción infantil. Muy difícilmente se podrá encontrar un símbolo o iconografía de estos ayudantes donde no aparezca también un niño pequeño. Pero nuestros protectores individuales no desaparecen de nuestro lado una vez alcanzamos la edad adulta, así que es muy inteligente por tu parte querer forjar una relación con los tuyos.

¡Y son muy poderosos! Los ángeles de la guarda son criaturas divinas feroces. Recuerda que cuando en la Biblia se hace referencia a estos ángeles, se menciona que su apariencia produjo una reacción de miedo y terror entre la gente.

Los niños se encuentran casi de forma inherente llenos de fe y nacen con la capacidad de creer. Los adultos luchan con la creencia cuando su percepción se ha enturbiado por el cinismo y la duda. Es normal pensar que es en nuestras vidas adultas cuando más necesitamos la ayuda divina de nuestros ángeles de la guarda, para protegernos de nosotros mismos.

Establece una relación con tu ángel de la guarda como lo harías con cualquier otra persona. Esto significa que debes comunicarte.

Cuando le decimos a las personas que desean crecer en santidad y acercarse a Dios que recen, esto supone una forma de comunicación sobrenatural. Tu ángel está simultáneamente contigo y ante Dios, así que, sí, busca oraciones angelicales para que te ayuden a crecer en santidad.

Pero no necesitas oraciones formales: simplemente habla con tu ángel. A menudo entro en una reunión pidiéndole al mío que me dé un codazo si estoy a punto de decir alguna tontería, o le pido que hable con el ángel de algún compañero de trabajo si hemos tenido un desacuerdo, para que nos ayuden a trabajar juntos en paz.

Muchas personas creen que los ángeles de la guarda son solo (¡solo!) los seres que nos protegen del daño físico y nos alejan de los problemas, pero también son los guardianes de nuestra espiritualidad y pueden ayudarnos a luchar contra las tentaciones. Cuando pienso en las palabras “ángel” y “guarda”, debo recordar que hay fuerza y resistencia en sus definiciones.

Para comprender en mayor medida la capacidad de su fuerza y el abanico de capacidades sobrenaturales, repasa la   al Ángel de la Guarda. Ellos nos reconfortan, nos protegen del mal, nos consuelan en el Purgatorio y llevan nuestras plegarias ante el trono de Dios.

Mi abuelita solía decir que las madres envían a menudo a sus propios ángeles de la guarda al ángel de sus hijos para que lleven oraciones y mensajes. Ella creía que los ángeles hablaban entre ellos también y, ¿por qué no? Algunas personas incluso dirán que, si lo pedimos, terminarán nuestras oraciones y rosarios por nosotros si nos quedamos dormidos a mitad.

A mí me gusta pedirle ayuda a mi ángel antes de la confesión mientras hago un examen. Cuando siento una tentación particular hacia un pecado, le pido ayuda. Además, a menudo le pido que cuide de mi hijo o que le dé las gracias al ángel de la guarda de mi hijo por cuidar de él. En el pequeño altar que tengo en casa se encuentran María, Jesús, José, mi santo patrón, el santo patrón de mi hijo y un símbolo de un ángel de la guarda.

No siempre recuerdo las oraciones exactas dedicadas a ellos ni busco en el teléfono móvil la letanía o novena completas, pero puedo recordar que debo reconocer su función en mi vida física y espiritual y agradecerles la ayuda. Es en estos pequeños detalles cuando las relaciones con mis ángeles de la guarda se vuelven más íntimas.

¿Todos los jovenes son inmaduros?

Ser joven no es lo mismo que ser inmaduro. 6 razones que lo comprueban

Me imagino que todos tenemos claro que la madurez no es directamente proporcional a la edad, se puede ser muy chico en cuanto a edad y ser profundamente maduro; y al mismo tiempo una persona adulta en cuanto a edad, pero tremendamente inmaduro.

El madurar no es algo que ocurra de forma biológica, como sí lo hacen muchos de los demás cambios corporales que experimentamos, por lo tanto, no se trata solo de darle tiempo al tiempo, muchas veces tenemos que dar una mano, echar un empujoncito e incluso pedir una ayuda para seguir dando pasos de madurez. No es necesario que hagas apostolado en la pastoral de adolescentes y jóvenes para saber de estas cosas, tampoco que hayas tenido hijos… basta con ser persona humana para comprender que muchas veces, nos “quedamos pegados” en algunas etapas y esto, en sinceridad, no nos hace nada bien.

En cuanto a los adolescentes, me gustaría hacer una acepción. Adolecer es literalmente padecer un dolor, por ende, es como si esos chiquillos (que salen de la niñez y aún no alcanzan la juventud) les doliera algo. Como si el proceso los dañase, sabiendo que es una de las etapas más ricas de la vida y en donde se forja el carácter y la identidad. Por eso los invito a cambiar el concepto y dejar de referirnos a ellos como los “adoloridos” y más bien llamarles “pre juveniles”, expresión que se ha ido popularizando en la pastoral de jóvenes de muchos países de latinoamérica, siendo esta forma, mucho mejor, pues nos ayuda a comprenderlos en lugar de criticarlos. Hasta aquí con ellos.

Los que nos interesan hoy son los jóvenes, esos que (al menos en referencia de edad) ya tienen más de 18 años, terminaron la secundaria y comienzan a vivir como grandes, a tomar decisiones y a hacerse cargo de ellas, pero que aún no son del todo adultos. En cuanto a referencias pastorales, la Iglesia habla de personas entre 18 y 29 años… pero, seamos sinceros, muchos pasan de largo (yo el primero en la fila) y extienden un poquito los márgenes. Esos a los que la palabra “vocación” se les viene encima como un tsunami y que prefieren seguir por los caminos inmaduros de la mal llamada adolescencia, en lugar de hacerse cargo de la etapa que les toca vivir.

Entonces, aquí les dejamos algunas unas ideas para acompañarlos, y si tu eres uno de estos, pues acoger estas líneas con amor y en la medida de lo posible, llevarlas a la vida.
 
1. Asumir las consecuencias de las decisiones

Saliendo de la secundaria, por primera vez en la vida, las decisiones tomadas son 100% nuestras y por ende sus consecuencias también, (sean positivas o negativas). Ya no se puede culpar a mamá por no llegar con los materiales a clase o por llegar tarde al trabajo. Pero no solo las decisiones ocupacionales. De hecho las decisiones más trascendentes en este período son las personales, las que tienen que ver con la vocación, con las relaciones con los demás, con la fe, con las opciones de vida. Aunque no lo queramos y aunque la psicología pop nos quiera enseñar que “todo lo podemos si creemos”, no lo podemos todo y muchas veces una metida de pata cuesta carísimo y marca para toda la vida, así como un acierto puede convertir un camino desafortunado en uno próspero.

Es tiempo de comenzar a decidir en serio y no según como está la luna, cómo cae la moneda o preguntarle a mamá si nos da o no permiso.

2. Hacerse cargo por la administración de los recursos

Nosotros pedíamos y nuestros padres (según sus posibilidades) nos daban lo que podían. Ellos ordenaban nuestra agenda, horarios de estudio, comida y juego; nos daban dinero para la semana, ropa para vestir y hasta juguetes (o videojuegos para los más afortunados).

Ya de joven, se hace necesario hacerse cargo de administrar todo, horarios, dieta, amistades, dinero, tiempo de recreación, fiestas. Todo está bajo el control propio y muchas veces esa mediocridad o falta de minuciosidad en el control, pasa la cuenta. Es buena idea proponerse objetivos administrativos, dedicar tiempo a todo de forma sana y proporcionada, aprender a ahorrar, responder responsablemente a las obligaciones, y así, ir educando nuestras habilidades administrativas y descubriendo en qué somos más frágiles.
 
3. Ubicar tu rol en la dinámica familiar

De chico tus papás definían quién eras en la familia. Ya sea por ser el hermano mayor o menor, por ser el hábil con las tareas de la casa, el “buen compañero” de papá o mamá en sus cosas. Ahora, tú defines tu rol y lamentablemente muchos optan por no tener un rol, por desentenderse de casa, por comer solos, no hablar con nadie, dejar de expresar afecto y se convertirse en residentes de una hostal más que en miembros de una familia.

Es una expresión de madurez descubrir el propio rol en la familia, tanto como hijo, como hermano, nieto, etc. Y habiendo descubierto tu rol, hacer el esfuerzo por vivir conforme a eso. Mi experiencia personal es que me costó mucho seguir comportándose como hijo una vez que salí de casa. Sin querer viví un tiempo como si fuera un amigo de mi papá y no me puse bajo su cuidado y protección, pues se hace difícil seguir mostrándote vulnerable, cuando uno quiere demostrar independencia y autosuficiencia.

4. Comenzar a mirar más a largo plazo

No se trata solo de organizar la fiesta del fin de semana (o el retiro en el caso de los que somos de Iglesia) o de dejar días marcados en el calendario para estudiar para el examen de un mes más. Un joven que da pasos de madurez, lo primero que hace es enderezar el cuello y mirar más allá del corto plazo. Comienza a soñar, a tener visión, a proyectarse y en el camino; busca compañeros para el viaje, socios, pareja. Como un pajarito que busca ramas para afianzar el nido para el invierno, un joven que madura, no solo estudia para pasar las asignaturas o trabaja para pagar las cuentas: sus acciones tienden a ir más allá.

A quienes siguen pensando únicamente en lo que viene el viernes, sin siquiera pensar cómo se van a levantar el sábado, hace falta darles una zamarreada y ayudarles a elevar su mirada.

5. Cada cual es responsable de su propia madurez espiritual

Es lamentable ver que muchos adultos viven una fe cuya madurez espiritual es la misma que tenían cuando terminaron la catequesis para su primera comunión. Esto se ve reflejado en que responsabilizan a todo y a todos por su camino de fe y compromiso como cristianos. Que el sacerdote predica aburrido, que el encargado del grupo prepara mal las reuniones, que el coro canta canciones muy antiguas, que las riquezas del Vaticano, que no hay espacios pastorales para ellos…  y así, pretextos no faltan.

Ya de jóvenes (y aún más) de adultos, difícilmente habrá un equipo pastoral en la universidad o en el trabajo preocupado de rezar a diario en el Mes de María o de organizar una Misa mensual como sí nos ocurría a los que estudiamos en colegio católico. Cada cual es responsable por su relación personal con Jesús (por algo es personal), de la vida sacramental, de ir avanzando en la fe y de no quedarse en una fe infantil, de angelitos de la guarda y medallitas protectoras; que más bien se acercan a una espiritualidad supersticiosa que a una verdadera relación de amor con el Creador.
 
6. Infantilizar la pastoral de jóvenes

Esta es nuestra, de los que hacemos apostolado con jóvenes. Aunque les hagamos retiros de discernimiento vocacional, retiros para novios, retiros para universitarios y así retiros, jornadas, encuentros, seminarios y cuando evento se nos venga a la cabeza (y el párroco nos autorice) sirven de poco, si el contenido (aunque tenga un lindo cartel) es infantil. No hablo de volver todo a algo de una profundidad mística digna de un monje de claustro, o de tratar los temas desde una mirada intelectual a un nivel académico; hablo de tratarlos conforme a su edad y procesos.

Invertir al comienzo de cada encuentro 40 minutos en bailes, saltos, juegos y gritos, está lindo de vez en cuando y a todos nos hace bien para recordar que nos bautizaron con agua bendita y no con jugo de limón; adornar con coloridos globos, papeles de colores y esas cosas, está lindo como una expresión de cariño y dedicación por ellos; intentar emocionarlos hasta las lágrimas dándoles una carta de mamá y papá al final del retiro y que luego aparezcan ellos de sorpresa en el salón, está bien para afianzar los lazos fraternos y sanar las heridas, pero de vez en cuando. Ya es momento de dejar de tratarlos como niños, de buscar que todo sea una montaña rusa de emotividad y sentimientos. Ese es el camino fácil, y al mismo tiempo, el menos provechoso.

Sería mejor ayudarles a hacer todo lo que acabamos de describir. Discernir, decidir, administrar, ser responsables, relacionarse con los demás sanamente y no solo saltar de un lado al otro con una fe del tamaño de un grano de mostaza, que mueve montañas pero que no es capaz de ordenar la cama y levantar la ropa sucia.
 
6 consejos para los que no son llamados a una vida consagrada

¿Querías ser sacerdote pero el Señor te puso en la “friendzone"?

Para los que no entienden del tema, la friendzone es un lugar simbólico al que envían a aquellos que, luego de haber cortejado a alguien (y aunque hubiera indicios de “algo más”), ven de pronto cómo se les cierran todas las posibilidades, pues la otra persona los quiere “solo como amigos”. Se hacen bromas en Internet al respecto, e incluso aquellos varones que logran sortear ese primer portazo en las narices son considerados casi héroes, por haber conquistado y ganado el corazón de la enamorada. En ambientes de Iglesia nos reímos cuando esa muchacha que se mostró abierta a la galantería y la conquista nos dice: “te quiero en el amor de Jesús” o “te amo en Cristo”; una frase mortal para todo enamorado al que le queda claro que al único afecto al que podría aspirar es a una relación fraterna de hermanos, como cristianos y como Jesús nos enseña a hacerlo.

Pero también ocurre en el plano de lo espiritual, sobre todo de lo vocacional. Lo digo desde primera fila, pero también como testigo de muchos amigos míos, que habiendo hecho un proceso de discernimiento a la vida consagrada, jornadas vocacionales e incluso han comenzado su formación en seminarios, conventos y casas de formación para la vida consagrada… luego de algunos meses e incluso años se dan cuenta que Dios los ama, los busca, los desea, pero como laicos, no como esposos consagrados a la manera de sacerdotes y religiosas.

Es duro el tema, sobre todo porque muchas veces no hacemos bien el trabajo de acoger a aquellos que regresan, los que no siempre encuentran cabida en las comunidades. Muchas veces, avergonzados por la situación y la pomposa despedida de sus grupos y parroquias, deben regresar a la rutina y replantearse la vocación, ahora como laicos. A ellos, los que el Señor mismo ha enviado a la friendzone, y también a nosotros que somos parte de comunidades de donde nacen vocaciones y a donde regresan algunos que tuvieron mala puntería, les dedicamos estas líneas, no como manual sino como orientaciones pastorales y acogida amorosa a esta realidad.

1. Siempre serás un elegido

Todos, laicos y consagrados, somos elegidos. Todos tenemos una vocación y todos somos amados por Dios, pero muchas veces la voz de Dios se confunde entre las palabras de impulso y ánimo que nacen de nuestro propio corazón y nuestros deseos, de los anhelos de las comunidades de que de entre sus filas salgan vocaciones y de aquellos que acompañan los procesos de discernimiento vocacional, que muchas veces ven sus casas de formación vacías y la presión institucional los empuja a captar nuevas vocaciones cada año.

2. No hay preguntas tontas, hay tontos que no preguntan

No quiero sonar autorreferente, pero muchos jóvenes se me acercan con esta inquietud, la de comenzar o no un proceso de discernimiento vocacional. Seguro que a varios les causa temor, pues para muchos sería una “lata” si el Señor les dice que los quiere para Él a tiempo completo, como consagrados. Para evitar el riesgo de ser llamados realmente por Dios, evitan mirar al cielo y hacer la pregunta vocacional al Creador. Yo siempre animo a todos a darse un tiempo y un espacio serio de preguntas vocacionales directas con el “Jefe”, pues muchos dan por asumido que fueron creados para ser esposos, esposas y tener hijos; ser profesionales y formar una linda familia. De hecho, muchos se abren a la posibilidad de que alguno de sus hijos sea llamado por Dios para la vida consagrada (aun cuando ni siquiera tienen novia y obviamente no piensan en casarse todavía), pero para ellos el asunto parece completamente descartado.

Es sano preguntar, pues siendo realistas, estadísticamente hablando, Dios llama a la mayoría de sus hijos a ser laicos y no consagrados; si fuera de otra forma, estaríamos extintos como raza humana. Y eso ocurre a en ambas caras de la moneda: hay consagrados que evidentemente tenían vocación al matrimonio, y esposos y esposas que evidentemente tenían vocación a la vida consagrada. No es emitir un juicio respecto a sus opciones personales, pero por eso, para prevenir posibles “errores de puntería” al momento de tomar decisiones importantes como la de casarse, es buena idea discernir bien, hacerse la pregunta vocacional en serio y no evitarla por temor a recibir un “sí” de parte de Dios. Quizá ellos nunca hicieron la pregunta vocacional en serio y a estas alturas ya es tarde; por lo que son padres y madres mediocres y agentes pastorales con un gran sentimiento de culpa por dejar a sus familias abandonadas mientras hacen sus apostolados.

3. La fe es un espacio para el error

Es distinto discernir mal que cometer un error. Cuando uno yerra, lo que hace es elegir el mal en lugar del bien. En cambio, cuando uno está realizando un discernimiento es más complicado, porque entre las opciones sobre la mesa no hay cosas malas, sino que hay cosas buenas y cosas mejores.  Discernir bien no es elegir entre lo bueno y lo malo, solo un tonto elegiría lo malo. Discernir es elegir entre lo bueno y lo mejor; por eso no siempre es tan claro como nos gustaría. Por lo tanto, si tuviste mala puntería, debes saber que vas en buena dirección, apuntando hacia el sentido correcto, solo que no diste de lleno en el blanco. No es saludable caer en la tentación de sentirse fracasado, equivocado o sin sentido.

Nuestras comunidades de fe deben ser espacios que nos ayuden a discernir y que nos acojan cuando no hemos acertado al cien por cien; pues de eso trata la vida espiritual, de correr riesgos siguiendo al Divino Maestro.

4. La vergüenza es natural, pero que no te detenga

Es lógico que quienes han pasado algunos meses o años en su formación como religiosos, después se sientan abrumados por la situación de tener que regresar. Sobre todo cuando en todas las misas se rezaba por tu vocación y hasta la última viejita de tu parroquia sabía de ti y esperaba con ansias el momento de tu ordenación o de tus votos. Sin dudas esa presión que, sin quererlo y con amor, nos endosan nuestras comunidades, es muchas veces la razón que hace que algunos den la pelea durante más tiempo, postergando lo inevitable. Es de valientes reconocer cuándo no se ha discernido bien, cuando a la luz de la oración y de los consejos de los más grandes uno decide volver a casa, rearmar la vida y replantearse la vocación. Por lo tanto, aunque la vergüenza sea un sentimiento que aflore descontroladamente, intenta que no se apodere de ti y te mantenga aislado, alejado de todos y haciéndote vivir tu fe en solitario.

5. El llamado universal a la santidad

Todos estamos llamados a ser santos. Ahora bien, la forma en que esa santidad se vive es otra cosa. Quizá la confusión se da porque la mayoría de los santos que conocemos son consagrados: sacerdotes y religiosas que fundaron reconocidas congregaciones y órdenes presentes en todo el mundo y cuyo legado espiritual ha sido de gran bendición para la Iglesia. En cambio es menos frecuente encontrar estampitas de santos en cuya impresión esté la cara de un profesor, de una mamá o de un mecánico automotríz (¡aunque los hay!). Que estadísticamente no sea tan común, no quiere decir que no existan. Desde nuestro camino espiritual de laicos comprometidos con la Iglesia tenemos las mismas e incluso más posibilidades de alcanzar la santidad, haciendo lo que nos toca, eso que el Señor nos ha confiado, siempre que lo hagamos con amor, con fe, de la mano de la Iglesia y buscando la voluntad de Dios.

 

6. Todas las vocaciones se disciernen

Me ha tocado ver que algunos amigos míos, que incluso tenían novia o novio según corresponda, en medio de esa relación se sienten llamados por Dios y hoy en día están en sus caminos de formación a la vida consagrada. Haber encontrado a la que según tú es la indicada o indicado, no necesariamente es un signo inequívoco de una vocación al matrimonio y la familia. Seguro que es complicado tener que decirle a tu novia: «mi amor, este fin de semana no nos veremos porque iré a jornadas vocacionales». Suena casi como ir a verte con otra (aunque en este caso es otro, Jesús).  

Por eso es importante discernir todo, no dar nada por asumido, pues la vocación de ser laico, no es por descarte o porque no saliste elegido para algo mejor, es una vocación como todas, en la que uno se siente llamado a una misión en particular y en la cual el Señor también nos pide entregar la vida de forma total, renunciando todo y abrazándolo a él como el centro de la propia vida.

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