El que pierde su vida por mí, la encontrará
- 21 Febrero 2020
- 21 Febrero 2020
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Pedro Damián, Santo
Memoria Litúrgica, 21 de febrero
Cardenal y Doctor de la Iglesia
Martirologio Romano: Memoria de san Pedro Damián, cardenal obispo de Ostia y doctor de la Iglesia. Habiendo entrado en el eremo de Fonte Avellana, promovió denodadamente la vida religiosa y en los tiempos difíciles de la reforma de la Iglesia trabajó para que los monjes se dedicasen a la santidad de la contemplación, los clérigos a la integridad de vida y para que el pueblo mantuviese la comunión con la Sede Apostólica. Falleció el día veintidós de febrero en Favencia, de la Romagna (1072).
Fecha de canonización: En el año 1828 por el Papa León XII.
Breve Biografía
San Pedro Damián fue un hombre austero y rígido que Dios envió a la Iglesia Católica en un tiempo en el que la relajación de costumbres era muy grande y se necesitaban predicadores que tuvieran el valor de corregir los vicios con sus palabras y con sus buenos ejemplos. Nació en Ravena (Italia) el año 1007.
Quedó huérfano muy pequeñito y un hermano suyo lo humilló terriblemente y lo dedicó a cuidar cerdos y lo trataba como al más vil de los esclavos. Pero de pronto un sacerdote, el Padre Damián, se compadeció de él y se lo llevó a la ciudad y le costeó los estudios. En honor a su protector, en adelante nuestro santo se llamó siempre Pedro Damián.
El antiguo cuidador de cerdos resultó tener una inteligencia privilegiada y obtuvo las mejores calificaciones en los estudios y a los 25 años ya era profesor de universidad. Pero no se sentía satisfecho de vivir en un ambiente tan mundano y corrompido, y dispuso hacerse religioso.
Estaba meditando cómo entrarse a un convento, cuando recibió la visita de dos monjes benedictinos, de la comunidad fundada por el austero San Romualdo, y al oírles narrar lo seriamente que en su convento se vivía la vida religiosa, se fue con ellos. Y pronto resultó ser el más exacto cumplidor de los severísimos reglamentos de su convento.
Pedro, para lograr dominar sus pasiones sensuales, se colocó debajo de su camisa correas con espinas (cilicio, se llama esa penitencia) y se daba azotes, y se dedicó a ayunar a pan y agua. Pero sucedió que su cuerpo, que no estaba acostumbrado a tan duras penitencias, empezó a debilitarse y le llegó el insomnio, y pasaba las noches sin dormir, y le afectó una debilidad general que no le dejaba hacer nada. Entonces comprendió que las penitencias no deben ser tan exageradas, y que la mejor penitencia es tener paciencia con las penas que Dios permite que nos lleguen, y que una muy buena penitencia es dedicarse a cumplir exactamente los deberes de cada día y a estudiar y trabajar con todo empeño.
Esta experiencia personal le fue de gran utilidad después al dirigir espiritualmente a otros, pues a muchos les fue enseñando que en vez de hacer enfermar al cuerpo con penitencias exageradas, lo que hay que hacer es hacerlo trabajar fuertemente en favor del reino de Dios y de la salvación de las almas.
En sus años de monje, Pedro Damián aprovechó aquel ambiente de silencio y soledad para dedicarse a estudiar muy profundamente la Sagrada Biblia y los escritos de los santos antiguos. Esto le servirá después enormemente para redactar sus propios libros y sus cartas que se hicieron famosas por la gran sabiduría con la que fueron compuestas.
En los ratos en que no estaba rezando o estudiando, se dedicaba a labores de carpintería, y con los pequeños muebles que construía ayudaba a la economía del convento.
Al morir el superior del convento, los monjes nombraron como su abad a Pedro Damián. Este se oponía porque se creía indigno pero entre todos lo lograron convencer de que debía aceptar. Era el más humilde de todos, y pedía perdón en público por cualquier falta que cometía. Y su superiorato produjo tan buenos resultados que de su convento se formaron otros cinco conventos, y dos de sus dirigidos fueron declarados santos por el Sumo Pontífice (Santo Domingo Loricato y San Juan de Lodi. Este último escribió la vida de San Pedro Damián).
Muchísimas personas pedían la dirección espiritual de San Pedro Damián.
A cuatro Sumos Pontífices les dirigió cartas muy serias recomendándoles que hicieran todo lo posible para que la relajación y las malas costumbres no se apoderaran de la Iglesia y de los sacerdotes. Criticaba fuertemente a los que son muy amigos de pasear mucho, pues decía que el que mucho pasea, muy difícilmente llega a la santidad.
A un obispo que en vez de dedicarse a enseñar catecismo y a preparar sermones pasaba las tardes jugando ajedrez, le puso como penitencia rezar tres veces todos los salmos de la Biblia (que son 150), lavarles los pies a doce pobres y regalarles a cada uno una moneda de oro. La penitencia era fuerte, pero el obispo se dio cuenta de que sí se la merecía, y la cumplió y se enmendó.
Los dos peores vicios de la Iglesia en aquellos años mil, eran la impureza y la simonía. Muchos sacerdotes eran descuidados en cumplir su celibato, o sea ese juramento solemne que han hecho de esforzarse por ser puros, y además la simonía era muy frecuente en todas partes. Y contra estos dos defectos se propuso luchar Pedro Damián.
Varios Sumos Pontífices, sabiendo la gran sabiduría y la admirable santidad del Padre Pedro Damián, le confiaron misiones delicadísimas. El Papa Esteban IX lo nombró Cardenal y Obispo de Ostia (que es el puerto de Roma). El humilde sacerdote no quería aceptar estos cargos, pero el Papa lo amenazó con graves castigos si no lo aceptaba. Y allí, con esos oficios, obró con admirable prudencia. Porque al que es obediente consigue victorias.
Resultó que el joven emperador Enrique IV quería divorciarse, y su arzobispo, por temor, se lo iba a permitir. Entonces el Papa envió a Pedro Damián a Alemania, el cual reunió a todos los obispos alemanes, y valientemente, delante de ellos le pidió al emperador que no fuera a dar ese mal ejemplo tan dañoso a todos sus súbditos, y Enrique desistió de su idea de divorciarse.
Sus sermones eran escuchados con mucha emoción y sabiduría, y sus libros eran leídos con gran provecho espiritual. Así, por ejemplo, uno que se llama "Libro Gomorriano", en contra de las costumbres de su tiempo. (Gomorriano, en recuerdo de Gomorra, una de las cinco ciudades que Dios destruyó con una lluvia de fuego porque allí se cometían muchos pecados de impureza). A los Pontífices y a muchos personajes les dirigió frecuentes cartas pidiéndoles que trataran de acabar con la Simonía, o sea con aquel vicio que consiste en llegar a los altos puestos de la Iglesia comprando el cargo con dinero (y no mereciéndolo con el buen comportamiento). Este vicio tomó el nombre de Simón el Mago, un tipo que le propuso a San Pedro apóstol que le vendiera el poder de hacer milagros. En aquel siglo del año mil era muy frecuente que un hombre nada santo llegara a ser sacerdote y hasta obispo, porque compraba su nombramiento dando mucho dinero a los que lo elegían para ese cargo. Y esto traía terribles males a la Iglesia Católica porque llegaban a altos puestos unos hombres totalmente indignos que no iban a hacer nada bien sino mucho mal. Afortunadamente, el Papa que fue nombrado al año siguiente de la muerte de San Pedro Damián, y que era su gran amigo, el Papa Gregorio VII, se propuso luchar fuertemente contra ese vicio y tratar de acabarlo.
La gente decía: el Padre Damián es fuerte en el hablar, pero es santo en el obrar, y eso hace que le hagamos caso con gusto a sus llamadas de atención.
Lo que más le agradaba era retirarse a la soledad a rezar y a meditar. Y sentía una santa envidia por los religiosos que tienen todo su tiempo para dedicarse a la oración y a la meditación. Otra labor que le agradaba muchísimo era el ayudar a los pobres. Todo el dinero que le llegaba lo repartía entre la gente más necesitada. Era mortificadísimo en comer y dormir, pero sumamente generosos en repartir limosnas y ayudas a cuantos más podía.
El Sumo Pontífice lo envió a Ravena a tratar de lograr que esa ciudad hiciera las paces con el Papa. Lo consiguió, y al volver de su importante misión, al llegar al convento sintió una gran fiebre y murió santamente. Era el 21 de febrero del año 1072. Inmediatamente la gente empezó a considerarlo como un gran santo y a conseguir favores de Dios por su intercesión.
El Papa León XII lo canonizó (1823) y, por los elocuentes sermones que compuso y por los libros tan sabios que escribió, lo declaró Doctor de la Iglesia (1828) .
San Pedro Damián: consíguenos de Dios la gracia de que nuestros sacerdotes y obispos sean verdaderamente santos y sepan cumplir fielmente su celibato.
Santo Evangelio según san Marcos 8, 34-9,1. Viernes VI del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Dame, Jesús, la gracia de abrirte mi corazón para escuchar tu voz y querer abrazar aquello que Tú quieras para mí.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 8, 34-9,1
En aquel tiempo, Jesús llamó a la multitud y a sus discípulos, y les dijo: "El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará.
¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Y que podrá dar uno a cambio para recobrarla? Si alguien se avergonzará de mí y de mis palabras ante esta gente, idólatra y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él, cuando venga con la gloria de su Padre entre los santos ángeles".
Y añadió: "Yo les aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto primero que el Reino de Dios ha llegado ya con todo su poder".
Palabra del Señor
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
¿Te gusta recibir? ¿Te gusta que las personas hablen bien de ti? ¿Qué pasen tiempo contigo? Aún recuerdo hace algunos años cuando, sentado en la cama de mi cuarto, leí este Evangelio.
Al leerlo me llene de temor, porque sabía que Jesús me hablaba literalmente a mí, me pedía que lo dejara todo y que lo siguiera a Él. En aquel momento veía solo lo que tenía que dejar y no veía todo lo demás que Él me quería dar. Hoy, después de varios años, puedo mirar hacia atrás y ver todo lo que Jesús me ha dado… y todo lo que falta.
Hoy te pregunto a ti, ¿qué es lo que Jesús te pide que dejes para seguirle a Él? Quizás no te pide que le entregues tu vida como a mí, pero quizás hay un vicio, demasiado trabajo, alguna mala costumbre. Entrégaselo y no veas solo lo que te va a costar, sino lo muchísimo más que te va a regalar. Y si Él te pide que le entregues tu vida, ¡no tengas miedo! ¡Él te dará la gracia!
«El corazón humano, muchas veces engañado, concibe el insensato proyecto de hacer de la vida un continuo aumento de espacios para depositar lo que acumula. Es un engaño. Precisamente aquí es necesario que resuene la pregunta: ¿De qué sirve ganar el mundo entero si queda el vacío en el alma? […] Queridos hermanos y hermanas, vivimos en un mundo preso del frenesí de poseer y al que le cuesta caminar como comunidad. El egoísmo es siempre fuerte».
(Homilía de S.S. Francisco, 7 de septiembre de 2017 y Discurso 16 de marzo de 2019)).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Pensar en aquello que le puedo entregar a Jesús y, si es momento, entregárselo.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿La salvación está asegurada tan sólo por "aceptar a Cristo"?
Cristo dijo: "no todo el que me diga señor, señor, entrará en el reino de los cielos"
Sobre la base de Romanos 10,9 que dice:
“Porque, si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo”.
Muchos cristianos no católicos, creen que su salvación ya está asegurada, con el solo hecho de creer en Cristo, no hace falta nada más porque ya Él pagó por tus pecados en la cruz.
Pero esta enseñanza no es más que doctrina de hombres. No basta leer un solo texto de la Biblia y pretender que se ha llegado a la verdad, hay que ver qué dice toda la Escritura sobre ese tema.
En primer lugar Romanos 10,9 nunca dice “ya eres salvo” o “ya estás salvado”, sino que está en futuro (serás salvo), y si creer en Cristo es suficiente para salvarse, entonces Satanás y sus demonios están salvados, según la falsa doctrina “cristiana evangélica” pues el Apóstol Santiago dice:
“¿Tú crees que hay un solo Dios? Haces bien. También los demonios lo creen y tiemblan”. Santiago 2, 19.
Tiemblan de miedo porque saben que no serán salvados aunque creen en Dios, pues lo conocen PERO NO LE OBEDECEN.
Todo Católico que celebra la Sagrada Eucaristía los domingos, al realizar su profesión de fe o credo, proclama a Jesucristo como su Señor y Salvador:
“Creo en un solo Señor Jesucristo...que por nuestra Salvación se hizo hombre…”
Así que también los Católicos según la doctrina “evangélica” somos salvos. Fácil puede verse la mentira de que aceptar a Cristo como tu Señor y Salvador te hará salvo en ese instante y para siempre.
La salvación es un proceso de toda la vida:
“Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará”. Mateo 10,22.
No importan tu fe ni tus obras, si no nos mantenemos fieles hasta el fin no nos salvaremos.
“Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os prediqué, que habéis recibido y en el cual permanecéis firmes, por el cual también sois salvados, si lo guardáis tal como os lo prediqué... Si no, ¡habríais creído en vano!”. 1 de Corintios 15,1-2.
El Apóstol San Pablo exhortaba a su discípulo Timoteo a luchar por su salvación. ¿Por qué si Timoteo ya había “aceptado a Cristo” muchos años atrás?
“Vela por ti mismo y por la enseñanza; persevera en estas disposiciones, pues obrando así te salvarás a ti mismo y a los que te escuchen”. 1 de Timoteo 40,16.
No basta con creer, para salvarse se requiere:
AMOR - Mateo 25,1-46; 1 de Corintios 13,2.
SER JUSTOS - Mateo 5,20.
REALIZAR OBRAS - Mateo 16,27; Santiago 2,17.26; Apocalipsis 22,12.
LOS SACRAMENTOS - Juan 3,3-5; 6,53-55.
OBEDIENCIA - Mateo 28, 19-20; Juan 14,15.
No basta con aceptar a Cristo como Señor y creer en Él o realizar supuestos milagros en su Nombre, pues Él mismo nos dice:
“¿Por qué me llamáis: "Señor, Señor", y no hacéis lo que digo?” Lucas 6,46.
“«No todo el que me diga: "Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel Día: "Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?" Y entonces les declararé: "¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!". Mateo 7, 21-23.
Ser cristiano significa aceptar el camino de Jesús, hasta la cruz
Homilía del Papa Francisco en Santa Marta. 20 de febrero de 2020
"¿Quién dice la gente que soy?", "¿Ustedes qué dicen?" Son las preguntas contenidas en el pasaje del Evangelio de la liturgia del día a partir de las cuales el Santo Padre reflexionó. Y afirmó que el Evangelio nos enseña las etapas que recorrieron los apóstoles, para saber quién es Jesús. Son tres: conocer, confesar y aceptar el camino que Dios eligió para Él.
Confesar a Jesús gracias al Espíritu Santo
Conocer a Jesús es lo que todos hacemos nosotros cuando – observó Francisco – tomamos el Evangelio, y tratamos de conocer a Jesús, o cuando llevamos a los niños al catecismo (...) al igual que cuando los llevamos a la misa. Sin embargo dijo que se trata sólo del primer paso. El segundo es confesar a Jesús.
Y esto nosotros, solos, no podemos hacerlo. En la versión de Mateo, Jesús le dice a Pedro: "Esto no viene de ti. El Padre te lo ha revelado". Sólo podemos confesar a Jesús con el poder de Dios, con el poder del Espíritu Santo.
Nadie puede decir que Jesús es el Señor y confesarlo sin el Espíritu Santo, dice Pablo. No podemos confesar a Jesús sin el Espíritu. Por lo tanto, la comunidad cristiana debe buscar siempre el poder del Espíritu Santo para confesar a Jesús, para decir que es Dios, que es el Hijo de Dios.
Aceptar el camino de Jesús, hasta la cruz
Pero, ¿cuál es el propósito de la vida de Jesús, por qué vino? Responder a esta pregunta significa realizar la tercera etapa en el camino del conocimiento de Él. Y Francisco recordó que Jesús comenzó a enseñar a sus apóstoles que debía sufrir y que lo matarían para luego resucitar.
Confesar a Jesús significa aceptar el camino que el Padre eligió para Él: la humillación. Pablo, escribiendo a los filipenses, [dice]: "Dios envió a su Hijo, quien se anonadó a sí mismo, se hizo siervo, se humilló a sí mismo, hasta la muerte, muerte de cruz”. Si no aceptamos el camino de Jesús, el camino de la humillación que Él eligió para la redención, no sólo no somos cristianos, sino que merecemos lo que Jesús le dijo a Pedro: "¡Aléjate de mí, Satanás!
Quien no sigue el camino de la humillación no es cristiano
El Papa Francisco señaló que Satanás sabe muy bien que Jesús es el Hijo de Dios, pero Jesús rechaza su "confesión" como alejó de sí mismo a Pedro cuando había rechazado el camino que Jesús había elegido. "Confesar a Jesús – dijo en efecto el Papa Francisco – es aceptar el camino de la humildad y de la humillación. Y cuando la Iglesia no va por este camino, se equivoca, se vuelve mundana".
Y cuando nosotros vemos a tantos buenos cristianos, con buena voluntad, pero que confunden la religión con un concepto social de bondad, de amistad, cuando vemos a tantos clérigos que dicen que siguen a Jesús, pero que buscan los honores, los caminos suntuosos, los caminos de la mundanidad, no buscan a Jesús: se buscan a sí mismos. No son cristianos; dicen que son cristianos, pero de nombre, porque no aceptan el camino de Jesús, de la humillación. Y cuando leemos en la historia de la Iglesia acerca de muchos obispos que han vivido así y también de muchos papas mundanos que no conocieron el camino de la humillación, no lo aceptaron, debemos aprender que ese no es el camino.
La coherencia cristiana en la vida y en el ministerio
Francisco concluyó invitando a pedir “la gracia de la coherencia cristiana” para “no usar el cristianismo para escalar", es decir la gracia de seguir a Jesús en su mismo camino, hasta la humillación.
Ser católico siempre y en todo momento, no solamente los domingos
La conversión personal es cuestión de un instante, pero la santidad a la que estamos llamados es tarea que nos ocupa toda la vida
Es cierto que vivimos en un mundo globalizado, en donde a veces es difícil encontrar unos espacios de tiempo en los que podamos encontrar calma y tranquilidad.
También es cierto que los avances tecnológicos junto con el dinamismo que trae consigo la vida misma han transformado, de alguna forma, nuestra manera de actuar e incluso nos atreveríamos a decir que nuestra forma de pensar, pues evidentemente estamos sometidos a ese vaivén que, en mayor o menor medida, agita nuestro entorno.
No obstante, para quienes libre y conscientemente hemos abrazado la fe en Cristo Jesús, tenemos que esforzarnos por gozar en todo momento y lugar del beneficio de su paz.
Necesitamos abrazar esa paz para ponderar y meditar las cosas que nos acaecen en lo más hondo de nuestro corazón, mirando a Santa María, la madre de Dios, como hijos pequeños y tan necesitados que buscan su auxilio y su protección, por ser ella el modelo más excelso de la gracia.
Por experiencia sabemos sobradamente que la conversión personal es cuestión de un instante, pero la santidad a la que estamos llamados es tarea que nos ocupa toda la vida.
Así las cosas, debemos emplearnos a fondo con todos los medios y en todas las jornadas de nuestra existencia para dar cumplimiento a este mandato evangélico:
"Sean, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre Dios que está en los cielos es perfecto" (Mt. 5, 48)
Dado que de él se desprende que nuestro obrar debe ser autentico, de una pieza, sin doblez, coherente con nuestras creencias y convicciones, sin temer al qué dirán, e incluso remando contra corriente si fuera necesario.
Tengamos en cuenta que el Evangelio (que es palabra de Dios) y la doctrina que nos proporciona el Magisterio de la Santa Madre Iglesia son la savia que nutre nuestra vida espiritual, la cual va inseparablemente unida a nuestra vida humanamente cotidiana, sea en el trabajo, en la familia, en el ocio adecuado y, cómo no, en la vida de piedad.
Desde esta perspectiva, como católicos responsables que un día decidimos voluntariamente seguir a Cristo, no podemos conformarnos con una entrega minimalista y rutinaria, un tanto superficial, como quienes quieren cubrir su expediente justificando así el contenido de sus actos.
A tal efecto, sabido es que la vida espiritual es como un plano inclinado en el que o se avanza o irremediablemente se desciende, y a veces hasta tal punto que el alma se enfría tanto que deja de amar.
Por tal motivo, en la lucha ascética no sirven las medias tintas, ni los razonamientos vagos, ni las especulaciones baratas.
Desde que nacimos a la vida de la gracia por medio del bautismo, nos jugamos mucho en esta efímera vida terrenal llena de oportunidades para merecer día a día y a cada instante los bienes necesarios para alcanzar el cielo.
Nuestra misión y nuestro compromiso consisten en identificarnos con Cristo, ser otros Cristos, los mismos Cristos, una laboriosa y heroica tarea a la que todos estamos llamados sin excepción.
Y para amar a Cristo no hay otro camino que tratarle para llegar a conocerle, y de esta forma cobijarle en nuestro interior para que presida nuestro obrar. Por ello tenemos la oportunidad de participar de los medios que pone a nuestro alcance la Iglesia como remedio para nuestra salvación eterna.
Con todo, debemos ser almas de oración continua, en medio del trabajo, hablando con nuestras amistades, al lado de nuestra familia, haciendo de la vida cotidiana aparentemente sin brillo una sinfonía espiritual exultante.
Desde hace dos mil años Jesús nos espera en el Sagrario, para contarle nuestras cosas, lo que va y lo que no funciona. También nos espera en la Eucaristía, para que comulguemos frecuentemente y mantener el latido contemplativo saludable.
Asimismo lo encontramos en el sacramento de la reconciliación, pidiéndole perdón por nuestras faltas, animados por su infinita misericordia.
Por consiguiente, no podemos seguir a Jesús unos instantes únicamente los domingos, quizá buscando la misa más corta y orquestada para que nos sea más "amena", sin caer en la cuenta de que el Sacrificio del Altar es el centro y razón de nuestra vida cristiana.
Y porque Jesucristo habita en nosotros le debemos la más alta consideración, pues sin Él nada podemos hacer.
Meditemos por un instante cuántos minutos dedicamos al día en leer el Evangelio, en leer algún libro de lectura espiritual, en leer documentos provenientes del Vaticano, o en estar informados de las últimas noticias acerca del Santo Padre. Examinemos también cuánto tiempo empleamos en nuestro apostolado, o en hacer obras de caridad.
No podemos excusarnos diciendo que no tenemos tiempo, aunque esa sea la verdad, porque el Señor sí que tuvo tiempo para redimirnos en la Cruz, obedeciendo en todo al Padre.
Seamos consecuentes al sabernos hijos de Dios, pues Él se desvela por todos nosotros en quienes desde la eternidad piensa el momento justo en que debemos aparecer en escena.
Nuestra gratitud por todo lo que recibimos y por aquello que no poseemos, debe reflejarse permanentemente a lo largo de nuestro recorrido, y una forma tangible de llevarlo a cabo, no solamente los domingos, es demostrando que somos verdaderos hijos de un mismo Padre en cada momento de nuestras vidas.
Para alcanzar la paz, se debe buscar la justicia con coherencia de vida.
Paz, se escucha mucho esta palabra, es pronunciada desde las iglesias, lo pronuncian los políticos y la gente del campo, pero la pregunta es: ¿Entendemos lo que es la paz?
Hemos visto que hay otra virtud junto a la paz, en muchos eslóganes la encontramos. Es la virtud de la justicia, pues incluso en la misma Biblia aparecen de la mano: “justicia y paz se abrazan” (Salmo 85,11). ¿Por qué van de la mano? Vemos a lo largo de la Sagrada Escritura cómo el hombre justo va luchando por alcanzar la paz y vemos que siempre Dios le responde cómo puede alcanzarla. Dios dice que tiene que existir la coherencia de vida para que se pueda vivir en paz y por lo tanto que exista su equivalente: justicia. Pero volvemos a la misma pregunta ¿por qué?
Las respuestas a estos interrogantes las podemos ir contestando con lo que vamos viviendo en la actualidad en la sociedad, considerando que al igual que el significado del amor, hemos desvirtuado también el significado de la palabra paz. Hoy en día los medios de comunicación ponen el concepto de paz como la persona o sociedad que “no se mete con nadie”; “quien vive su vida y deja vivir”. Puede haber algo de verdad en esto, pero son sumamente peligrosas estas frases, si las aplicamos mal en este mundo totalmente relativizado.
Si lo vemos bajo la concepción de este mundo es sumamente peligroso pues podemos caer en el error de decir que: “si no nos metemos con Dios, estaremos en paz con Él” y hoy no es extraño escuchar: “no voy a la Iglesia pero estoy en paz con Dios y eso me basta porque me siento tranquilo”. Hoy en día, hay que tener mucho cuidado pues el mundo relativiza todo, con tal de que las personas no se acuerden de Dios.
Dios mismo en la Sagrada Escritura nos dice que para que haya paz tiene que haber coherencia de vida y para ser coherentes tiene que existir la justicia en nuestra vida. Aquí respondemos el porqué la justicia va de la mano con la paz, pues si vivimos como realmente tenemos que vivir, hacemos lo que tenemos que hacer y si somos justos con nuestro prójimo, habrá paz.
Hay que trabajar por alcanzar la paz, pero para eso hay que luchar contra corriente. Si nos dejamos llevar por la corriente no significa que haya paz, sino que nos dirigimos hacia una enorme caída. Los que han alcanzado la paz a través de la historia han sido las personas que han luchado contra corriente, los que buscan ser “sal de la tierra” y brillar con todo su potencial en este mundo nublado de tinieblas.
“Dichoso el hombre que trabaja por la paz”. El hombre que posee este tesoro de la paz busca transmitirlo a los demás. Ese fue el caso de Juan Pablo II, un hombre que vivía la paz y buscaba transmitirla a los demás. Era el principal precursor de la paz y trabajaba por llevar justicia a todas las naciones y por eso fue un exitoso emisario de estas virtudes.
“Sean artesanos de la Paz”. Debemos trabajarla con mucho amor y cariño y no en serie pues no podemos generar la paz en serie, tiene que ser construida con nuestras manos, manos que Dios ha querido que sean para llevar paz y no la guerra, que lleven la rama del olivo y no la de un cuchillo. Trabajemos en la paz desde nuestro entorno, transmitamos la paz con nuestra sonrisa, pidámosle la gracia a Dios que: “donde haya odio lleve yo amor”. Veremos cómo todo cambia si empezamos a llevar paz y si somos justos con los demás, en especial con Dios. Esto no es nada extraordinario sino ser lo que se tiene que ser y “darle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.