¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre que está en los cielos!
- 22 Febrero 2020
- 22 Febrero 2020
- 22 Febrero 2020
La Cátedra del Apóstol San Pedro
Fiesta Litúrgica, 22 de febrero
Martirologio Romano: Fiesta de la cátedra de san Pedro, apóstol, al que el Señor dijo: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. En el día en que los romanos acostumbraban a recordar a sus difuntos, se celebra la sede de aquel apóstol, cuyo sepulcro de conserva en el campo Vaticano y ha sido llamado a presidir en la caridad a toda la Iglesia.
Hoy se celebra la festividad de la Cátedra de San Pedro, una ocasión solemne que se remonta al cuarto siglo y con la que se rinde homenaje y se celebra el primado y la autoridad de San Pedro.
La palabra "cátedra" significa asiento o trono y es la raíz de la palabra catedral, la iglesia donde un obispo tiene el trono desde el que predica. Sinónimo de cátedra es también "sede" (asiento o sitial): la "sede" es el lugar desde donde un obispo gobierna su diócesis. Por ejemplo, la Santa Sede es la sede del obispo de Roma, el Papa.
Hace no muchos años, antes de rezar el Ángelus en este día, el Papa Juan Pablo II recordó que "la festividad litúrgica de la Cátedra de San Pedro subraya el singular ministerio que el Señor confió al jefe de los apóstoles, de confirmar y guiar a la Iglesia en la unidad de la fe. En esto consiste el ´ministerium petrinum´, ese servicio peculiar que el obispo de Roma está llamado a rendir a todo el pueblo cristiano. Misión indispensable, que no se basa en prerrogativas humanas, sino en Cristo mismo como piedra angular de la comunidad eclesial". "Recemos -dijo- para que la Iglesia, en la variedad de culturas, lenguas y tradiciones, sea unánime en creer y profesar las verdades de fe y de moral transmitidas por los apóstoles".
La cátedra es en realidad el trono que Carlos el Calvo regaló al papa Juan VIII y en el que fue coronado emperador el día de Navidad del año 875. Carlos el Calvo era nieto de Carlomagno. Durante muchos años la silla fue utilizada por el papa y sus sucesores durante las ceremonias litúrgicas, hasta que fue incorporada al Altar de la Cátedra de Bernini en 1666.
Tradiciones, leyendas y creencias afirmaron durante muchos años que la silla era doble y que algunas partes se remontaban a los primeros días de la era cristiana e incluso que la utilizó San Pedro en persona. La silla ha sido objeto de numerosos estudios a lo largo de los siglos y la última vez que fue extraída del nicho que ocupa en el altar de Bernini fue durante un período de seis años, entre 1968 y 1974. Los análisis efectuados en aquella ocasión apuntaban a que se trataba de una sola silla cuyas partes mas antiguas eran del siglo VI. Lo que se había tomado por una segunda silla era en realidad una cubierta que servía tanto para proteger el trono como para llevarlo en procesión.
Todos los años en esta fecha, el altar monumental que acoge la Cátedra de San Pedro permanece iluminado todo el día con docenas de velas y se celebran numerosas misas desde la mañana hasta el atardecer, concluyendo con la misa del Capítulo de San Pedro.
El llamado y la pregunta de Cristo
Santo Evangelio según san Mateo 16, 13-19. La Cátedra de san Pedro, apóstol
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Que pueda amarte, Señor, para que mi vida sea un constate sí a tu voluntad. Dame la sabiduría que necesito para saber lo que Tú me pides, cómo debo actuar, qué debo decir, etc.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 16, 13-19
En aquel tiempo, cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: “¿Quien dice la gente que es el Hijo del hombre?” Ellos le respondieron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas”. Luego les preguntó: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Jesús le dijo entonces: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Cuando tenía doce años, uno de mis primos fue a mi casa para invitarme a un centro vocacional; en ese momento no sabía exactamente qué era eso, pero, de todas formas, acepté y fuimos un fin de semana. Lo que más me gustó fue cuando jugamos el sábado y teníamos que buscar en el lugar pistas para armar un mapa y encontrar el «tesoro»; había varios grupos de niños y todos buscábamos las mismas cosas. Después de eso, en el verano, me invita a ir por un mes y también acepté. Al final de este mes me quedé en el centro y estuve allí por seis años; después fui a Estados Unidos para seguir estudiando por cuatro años y ahora estoy en Roma en mi segundo año.
En la pequeña historia de mi vocación descubro cómo ha sido un madurar la respuesta que le he dado a Cristo en mi vida. ¿Quién eres tú? Es la incógnita que Jesús nos lanza a todos de diversas maneras y, a lo largo de nuestra vida, intentamos responderle. La respuesta no es la misma cada vez porque vamos madurando y aprendiendo más cosas.
Hoy que celebramos la cátedra de san Pedro recordamos, de manera especial, al papa Francisco quien, en su propia vida ha hecho una experiencia de Cristo que le ha llevado a responderle a su invitación de seguirlo hasta el día de hoy. En el camino que ha recorrido ha habido momentos gozosos y momentos difíciles, pero confiando en el Señor de todo corazón, ha seguido adelante diciendo con san Pedro «Tú eres el Hijo de Dios». Y es gracias a Dios que él puede seguir su camino porque ha aceptado en su vida al Espíritu que vivifica todas las cosas.
«“¿Renuevo mi encuentro con Jesús todos los días?”. Es posible que seamos personas que tienen curiosidad por Jesús, que nos interesemos por las cosas de la Iglesia o por las noticias religiosas; que abramos páginas de internet y periódicos, y hablemos de cuestiones sagradas. Pero de esta forma, nos quedamos sólo al nivel de lo que la gente dice, de las encuestas, del pasado, de las estadísticas. A Jesús esto le interesa poco. Él no quiere “reporteros” del espíritu, mucho menos cristianos de fachada o de estadística. Él busca testigos, que le digan cada día: “Señor, tú eres mi vida”. Encontrando a Jesús, experimentando su perdón, los apóstoles fueron testigos de una nueva vida. No pensaron más en sí mismos, sino que se entregaron completamente». (Homilía de S.S. Francisco, 29 de junio de 2019).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Leer o escuchar por quince minutos un documento, homilía o discurso del papa Francisco.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿Qué celebramos en la fiesta de la La Catedra de San Pedro?
Expresa la misión que Cristo le confió a Pedro y a sus sucesores. Es darle un significado espiritual y reconocer en ella un signo privilegiado del amor de Dios, Pastor bueno y eterno, que reune a toda su Iglesia y la guía por el camino de la salvación.
Por: SS Benedicto XVI | Fuente: Catholic.net
La fiesta de la Cátedra de San Pedro, expresa la misión que Cristo le confió a él y a sus sucesores: apacentar su rebaño con la predicación del Evangelio. Después del Cenáculo de Jerusalén y de Antioquía, Pedro se estableció en Roma, donde culminó su vida con el martirio. Por esto, la sede de Roma no está sólo al servicio de la comunidad romana, sino también de las demás Iglesias. Así lo afirma el Padre de la Iglesia San Jerónimo: «Yo no sigo más primado que el de Cristo; por eso estoy en comunión con tu beatitud, esto es, con la cátedra de Pedro. Yo sé que sobre esta piedra ha sido edificada la Iglesia».
Esta celebración de hoy significa reconocer un signo privilegiado del amor de Dios, Pastor bueno, que quiere reunir a su Iglesia y guiarla a la salvación. Por esto, os invito a rezar de modo particular por el ministerio que Dios me ha confiado, pidiendo al Espíritu Santo que, con su luz y su fuerza, me sostenga en el servicio cotidiano a toda la Iglesia.
La «cátedra», literalmente, quiere decir la sede fija del obispo, colocada en la iglesia madre de una diócesis, que por este motivo es llamada «catedral», y es el símbolo de la autoridad del obispo y, en particular, de su «magisterio», es decir, de la enseñanza evangélica que él, en cuanto sucesor de los apóstoles, está llamado a custodiar y transmitir a la comunidad cristiana. Cuando el obispo toma posesión de la Iglesia particular que le ha sido confiada, con la mitra y el báculo, se sienta en su cátedra. Desde esa sede guiará, como maestro y pastor, el camino de los fieles, en la fe, en la esperanza y en la caridad.
¿Cuál fue, entonces, la «cátedra» de san Pedro? Él, escogido por Cristo como «roca» sobre la cual edificar la Iglesia (Cf. Mateo 16,18), comenzó su ministerio en Jerusalén, después de la Ascensión del Señor y de Pentecostés. La primera «sede» de la Iglesia fue el Cenáculo, y es probable que en aquella sala, donde también María, la Madre de Jesús, rezó junto a los discípulos, se reservara un puesto especial a Simón Pedro. Sucesivamente, la sede de Pedro fue Antioquía, ciudad situada en el río Oronte, en Siria, hoy en Turquía, en aquellos tiempos la tercera ciudad del imperio romano después de Roma y de Alejandría de Egipto. De aquella ciudad, evangelizada por Bernabé y Pablo, en la que «por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de "cristianos"» (Hechos 11, 26), Pedro fue el primer obispo. De hecho, el Martirologio Romano, antes de la reforma del calendario, preveía también una celebración específica de la Cátedra de Pedro en Antioquía.
Desde allí la Providencia llevó a Pedro a Roma. Por tanto, nos encontramos con el camino que va de Jerusalén, Iglesia naciente, a Antioquía, primer centro de la Iglesia, que agrupaba a paganos, y todavía unida también a la Iglesia proveniente de los judíos. Después, Pedro se dirigió a Roma, centro del Imperio, símbolo del «Orbis» --la «Urbs» que expresa el «Orbis», la tierra-- donde concluyó con el martirio su carrera al servicio del Evangelio. Por este motivo, la sede de Roma, que había recibido el mayor honor, recibió también la tarea confiada por Cristo a Pedro de estar al servicio de todas las Iglesias particulares para la edificación y la unidad de todo el Pueblo de Dios.
La sede de Roma, después de estas migraciones de san Pedro, fue reconocida como la del sucesor de Pedro, y la «cátedra» de su obispo representó la del apóstol encargado por Cristo de apacentar a todo su rebaño. Lo atestiguan los más antiguos Padres de la Iglesia, como por ejemplo, san Ireneo, obispo de Lyón, pero que era originario de Asia Menor, quien en su tratado «Contra las herejías» describe a la Iglesia de Roma como la «más grande y más antigua conocida por todos;… fundada y constituida en Roma por los dos gloriosos apóstoles Pedro y Pablo» y añade: «Con esta Iglesia, por su eximia superioridad, debe estar en acuerdo la Iglesia universal, es decir, los fieles que están por doquier» (III, 3, 2-3). Poco después, Tertuliano, por su parte, afirma: «¡Esta Iglesia de Roma es bienaventurada! Los apóstoles le derramaron, con su sangre, toda la doctrina» («Prescripciones contra todas las herejías», 36). La cátedra del obispo de Roma representa, por tanto, no sólo su servicio a la comunidad romana, sino también su misión de guía de todo el Pueblo de Dios.
Celebrar la «cátedra» de Pedro, como hoy lo hacemos, significa, por tanto, atribuir a ésta un fuerte significado espiritual y reconocer en ella un signo privilegiado del amor de Dios, Pastor bueno y eterno, que quiere reunir a toda su Iglesia y guiarla por el camino de la salvación.
Entre los numerosos testimonios de los Padres, quisiera ofrecer el de san Jerónimo, tomado de una carta suya escrita al obispo de Roma, particularmente interesante porque menciona explícitamente la «cátedra» de Pedro, presentándola como puerto seguro de verdad y de paz. Así escribe Jerónimo: «He decidido consultar a la cátedra de Pedro, donde se encuentra esa fe que la boca de un apóstol ha ensalzado; vengo ahora a pedir alimento para mi alma allí, donde recibí el vestido de Cristo. No sigo otro primado sino el de Cristo; por esto me pongo en comunión con tu beatitud, es decir, con la cátedra de Pedro. Sé que sobre esta piedra está edificada la Iglesia» («Las cartas» I, 15,1-2).
Queridos hermanos y hermanas, en el ábside de la basílica de san Pedro, como sabéis, se encuentra el monumento a la cátedra del apóstol, obra de Bernini en su madurez, realizada en forma de gran trono de bronce, sostenida por las estatuas de cuatro doctores de la Iglesia, dos de occidente, san Agustín y san Ambrosio, y dos de oriente, san Juan Crisóstomo y san Atanasio. Os invito a deteneros ante esta obra sugerente, que hoy es posible admirar, adornada con velas, y a rezar particularmente por el ministerio que Dios me ha confiado. Al elevar la mirada ante el vitral de alabastro que se encuentra precisamente ante la cátedra, invocad al Espíritu Santo para que sostenga siempre con su luz y su fuerza mi servicio cotidiano a toda la Iglesia.
Febrero 22, 2006 Audiencia General Benedicto XVI
Aplicar las leyes de la Iglesia garantiza soluciones justas y pastorales
El Papa a la Sesión plenaria del Pontificio Consejo de los Textos Legislativos.
El Papa Francisco recibió a los participantes en la Sesión plenaria del Pontificio Consejo de los Textos Legislativos. En esta Asamblea plenaria revisaron el borrador del Libro VI del Código de Derecho Canónico, De sanctionibus in Ecclesia.
Francisco les dijo que el trabajo de revisión del Libro VI del Código Latino, que les ha ocupado durante algunos años y con el que esta Asamblea Plenaria llega a su conclusión, busca actualizar la legislación penal para hacerla más orgánica y acorde con las nuevas situaciones y problemas del actual contexto sociocultural, y al mismo tiempo ofrecer instrumentos adecuados para facilitar su aplicación.
La colaboración específica del dicasterio es la asistencia a la función legislativa del Sumo Pontífice, Legislador universal, en la correcta interpretación de las leyes promulgadas por él, en la asistencia a otros Dicasterios en materia de derecho canónico y en la supervisión de la legitimidad de los textos normativos promulgados por los legisladores bajo la suprema autoridad.
El Consejo Pontificio para los Textos Legislativos, a través de diversas iniciativas, se compromete también a ofrecer su ayuda a los Pastores de las Iglesias particulares y a las Conferencias Episcopales para la correcta interpretación y aplicación del derecho; más en general, para la difusión de su conocimiento y atención.
Alcanzar una verdadera formación jurídica en la Iglesia
A ellos el Papa les dijo que es necesario volver a adquirir y profundizar el verdadero significado del derecho en la Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo, “donde la preeminencia es de la Palabra de Dios y los Sacramentos, mientras que la norma jurídica tiene un papel necesario pero subordinado al servicio de la comunión”.
Al respecto, el Pontífice aconsejó que el Dicasterio ayude a hacer reflexionar a las personas sobre una verdadera formación jurídica en la Iglesia, que les haga comprender la naturaleza pastoral del derecho canónico, su instrumentalidad respecto a la salus animarum, su necesidad en la obediencia a la virtud de la justicia, que debe ser siempre afirmada y garantizada.
En esta perspectiva, Francisco recordó la invitación de Benedicto XVI en su Carta a los Seminaristas, “válida para todos los fieles: "Aprended también a comprender y -me atrevo a decir- a amar el derecho canónico en su necesidad intrínseca y en las formas de su aplicación práctica: una sociedad sin derechos sería una sociedad privada de sus derechos. La ley es una condición del amor". Dar a conocer y aplicar las leyes de la Iglesia no es un obstáculo para la presunta "eficacia" pastoral de quienes quieren resolver los problemas sin ley, sino una garantía de la búsqueda de soluciones no arbitrarias, sino verdaderamente justas y, por tanto, verdaderamente pastorales”.
Evitando soluciones arbitrarias, la ley se convierte en un baluarte válido en defensa de los últimos y de los pobres, un escudo protector para aquellos que corren el riesgo de ser víctimas de los poderosos del momento.
El derecho penal es un instrumento pastoral
El tema de la Plenaria señala que el derecho penal es también un instrumento pastoral y como tal debe ser considerado y aceptado. El Obispo, señaló el Santo Padre, debe ser cada vez más consciente de que en su Iglesia, de la que se hace pastor y cabeza, es también juez entre los fieles que le han sido confiados. Pero el papel de juez siempre tiene una huella pastoral en el sentido de que se dirige a la comunión entre los miembros del Pueblo de Dios.
Esto es lo que prescribe el Código vigente: cuando el Ordinario ha comprobado que por otros medios dictados por la preocupación pastoral no ha sido posible obtener una reparación suficiente del escándalo, la restauración de la justicia, la enmienda del infractor, sólo entonces debe iniciar el procedimiento judicial o administrativo para infligir o declarar las penas adecuadas para conseguir estos fines. De ello se deduce que la sanción penal es siempre la relación extrema, el remedio extremo que debe utilizarse, cuando todas las demás formas posibles de lograr el cumplimiento de la reglamentación han resultado ineficaces.
A diferencia de lo que prevé el legislador del Estado, señaló por último el Papa, la pena canónica tiene siempre un significado pastoral y persigue no sólo una función de respeto de la orden, sino también de reparación y sobre todo de bien del propio culpable. El objetivo de la reparación es restablecer, en la medida de lo posible, las condiciones que precedieron a la violación que perturbaron la comunión. Cada crimen, de hecho, afecta a toda la Iglesia, cuya comunión ha sido violada por aquellos que la atacaron deliberadamente con su propio comportamiento. El objetivo de la recuperación del individuo pone de relieve que el castigo canónico no es un instrumento meramente coercitivo, sino que tiene un carácter netamente medicinal. En última instancia, representa un medio positivo para la realización del Reino, para reconstruir la justicia en la comunidad de los fieles, llamados a la santificación personal y común.
10 sencillas maneras de acercar a tus hijos a Dios
Quiero compartir con ustedes 10 sencillas formas de acercar a nuestros hijos a Dios inclusive desde el momento en que nos enteramos de que vamos a ser padres.
Ser padres nos hace responsables no solo del cuidado de nuestros hijos sino también de la educación espiritual que les brindamos desde el momento en que los concebimos. Por eso quiero compartir con ustedes 10 sencillas formas de acercar a nuestros hijos a Dios inclusive desde el momento en que nos enteramos de que vamos a ser padres.
«¿Buscamos entender ‘dónde’ los hijos verdaderamente están en su camino? ¿Dónde está realmente su alma? ¿Lo sabemos? Y sobre todo: ¿Lo queremos saber? ¿Estamos convencidos de eso, en realidad, no esperan algo más?» (Papa Francisco).
1. Ora en voz alta durante el embarazo
Nuestros pequeños escuchan nuestra voz todo el tiempo, es importante que el momento que le dediques a la oración esté lleno de tranquilidad. Elije un espacio cómodo en donde no te interrumpan o donde nada te distraiga. Puedes construir un pequeño altar o hacerlo mientras ves una estampita de la Virgen o de Jesús para que tus pensamientos no divaguen en otras cosas. Haz que tú bebe sienta que ese momento es único y especial para los dos, puedes elegir una hora del día para que se vuelva una rutina diaria. Mientras oras puedes sobar tu pancita para que tu bebe sienta que la oración va dedicada a él también
2. Llévalo a misa
Algunas personas piensan que es muy molesto llevar a los chiquitines a misa porque lloran muy fuerte, hacen ruido, incomodan a la gente o no se quedan quietos. Mi recomendación es que lo lleves a misa cada domingo, tal como tú y tu familia lo solían hacer antes de su nacimiento. Si llora y es aún muy bebe lo podrás calmar con el pecho o el biberón; si es un poco más grande y ya gatea o camina suele hacer berrinches más a menudo, sal de la iglesia, dale un pequeño paseo hasta que se calme y vuelve a entrar. Si tu niño ya es 100% consciente de que va a misa los domingos y no se queda quieto, grita a todo pulmón o incluso se tira al piso, sal de nuevo, ponte a su altura y háblale de manera pausada y en tono suave, explícale porque están allí y porque es importante portarse bien durante la Eucaristía. Si pellizcas a tu hijo mientras hace el berrinche, lo halas bruscamente para sacarlo, lo matas con la mirada o le gritas afuera de la iglesia, detestara cada domingo. Son niños y hay que ponernos en sus zapatos, no están en edad de quedarse quietos y mucho menos de poner atención más de 20 minutos seguidos. Cada vez que yo voy a misa, salgo a calmar a mi hijo unas 10 veces pero lo vuelvo a entrar; no hay que darse por vencido pues aunque son pequeños saben muy bien como manipularnos, lo importante es que ellos se den cuenta que no importa cuántas veces salgamos de la iglesia siempre volveremos a entrar hasta que la celebración culmine.
3. Reza con ellos en las noches
Puede ser junto a su cama o cuna, ponte de rodillas y ora. Cuando los niños son pequeños todo les asombra y les causa curiosidad, tienen el don de imitar tanto lo bueno como lo malo, y muy probablemente mientras estés orando querrán llamar tu atención, empezaran a hablar como si les dieran cuerda, cantaran, sacaran sus juguetes o te halaran de la camisa. Aprovecha esta oportunidad para explicarle lo que estás haciendo e invítalo a unirse a tu oración. Dile que repita después de ti o pregúntale: ¿por qué le darías gracias a Dios hoy? ¿Quieres enviarle un mensaje a la Virgen conmigo? Notarás que este tipo de preguntas les causa sorpresa, enséñales cómo deben persignarse y procura que ese momento dedicado a la oración no sea tan largo, pues querrá empezar a hacer otra cosa. Si tu niño o niña es un bebe, persígnalo con su manita y ora en voz baja junto a él.
4. Familiarízalo con imágenes de Jesús y de María Santísima
Tener un altar en el hogar debe ser tarea de todo católico, no tiene que ocupar una habitación completa, pero si debes destinarle un lugar especial, de visibilidad y alcance para todos los miembros de la familia. Es importante que nuestros pequeños encuentren imágenes de Jesús, de María y de los Santos. Mi hijo tiene un año y cinco meses y le hemos enseñado a mandarle besitos a la Virgen. Cada vez que la ve, sin importar el lugar en el que estemos le manda un beso y yo me derrito de amor, los niños aprenden muy rápido las cosas, aprovechar la edad entre los 0 y 5 años es primordial para ensañerles lo que más podamos. Un día Juan José (mi hijo) encontró el llavero de mi mamá en un bolso, vio que de el estaba colgada la imagen de la Virgen de Guadalupe, y sin que nadie le dijera nada, hizo cara de sorpresa, nos miró a todos por unos segundos y la beso. Puedes poner un Cristo en su habitación, la imagen de María Santísima en su mesita de noche o un cuadro con el ángel de la guarda.
5. Déjalo elegir películas y libros que hablen de Dios
Aprovecha el gusto que tienen tus hijos por las películas o los cuentos. Compra películas como «El Arca de Noe», «David y Goliat», «El Buen Samaritano», «El Hijo Prodigo», «La Historia de José y sus hermanos», «Los Milagros de Jesús», «El Príncipe de Egipto», «Joseph: Rey de los Sueños», etc. Existen también muchos libros que le cuentan a los niños las historias de la biblia de manera divertida e ilustrada, puedes comprar libros para colorear o la llamada «Biblia de los niños» que está en las principales librerías. De esta manera podrás darle varias opciones a tu hijo para que sea él quien escoja qué historia quiere conocer. Nunca los obligues o los amenaces con castigos si no quieren realizar esta actividad. Cada fin de semana le puedes dar una opción distinta o proponerle a él o ella que te acompañe a comprar el libro o la película que prefiera. Es una manera fácil y divertida para que nuestros hijos conozcan la vida de Jesús, de María Santísima o los santos desde que son chiquitines.
6. Déjalos participar en actividades relacionadas con la Iglesia
Si en el colegio de tu hijo hay infancia misionera, déjalo ser miembro del grupo. Si le gusta actuar o cantar, déjalo participar en las ceremonias religiosas en las que se hacen dramatizaciones o inscríbelo al coro de la Iglesia. Si el colegio realiza campañas en las que se recolecta ropa o víveres para los más necesitados, explícale porque debemos ayudarle a los demás. Nunca le prohíbas a tu hijo actividades como estas, si muestra algún interés, déjalo experimentar y mantén una actitud siempre positiva frente a sus logros y hazañas. Hazle saber cuánto le agrada a Dios su buen comportamiento y solidaridad, permitiéndole sentir que te sientes orgulloso de ser su madre o su padre.
7. Permítele ver que hay niños que no lo tienen todo
Llevar a nuestros hijos a fundaciones o instituciones que ayuden a los demás es una experiencia hermosa para todos los involucrados, tanto como para los niños a los que visitamos, como para nuestros hijos y para nosotros mismos. Hacerles ver que el mundo no es color de rosa y que no todos los niños gozan de un hogar con papá y mamá abrirá sus corazones. Puedes ir a una fundación que acoja a niños huérfanos, niños maltratados, con cáncer, o alguna enfermedad como síndrome de down. Todos los niños merecen ser amados y escuchados. Haz que tu hijo comparta al menos dos veces al año una experiencia como ésta. Organiza un partido de fútbol, una tarde de película o un compartir con la organización que escojas. De esta manera tu hijo comprenderá que no todos los niños gozan de los privilegios que él tiene; aprenderá a compartir y a ver a todos como iguales, no hará distinciones en la hora del juego y se convertirá en un niño consciente y dispuesto a ayudar a los demás en cualquier lugar.
8. Enséñale a apreciar la naturaleza
No es necesario que viajes a Irlanda para que tu hijo sea testigo de impresionantes paisajes: una flor basta para que le cuentes a tu pequeño que Dios está presente en cada una de sus creaciones, hasta en la más pequeña. El cielo, el mar, las estrellas, la luna, los árboles, las montañas. Puedes intentar preguntarle a tu hijo cuanto cree que le ama a Dios (tal vez alguna de sus ocurrencias te haga derretir de amor) pero es válido que tú le des una manita: puedes retarlo a contar las estrellas o a adivinar qué tan profundo es el mar y decirle que así es el amor de Dios: infinito como las estrellas que adornan el firmamento o los granos de arena en la playa. Es importante que nuestros hijos sean conscientes que todo cuanto nos rodea ha sido creado de la mano de Dios, los viajes a otras ciudades o países pueden ser la oportunidad perfecta para que le hables de Dios a tus hijos.
9. Hazle saber que hay más satisfacción en dar que en recibir
La época de Navidad es perfecta para realizar esta actividad. Hay dos formas de hacerlo: la primera es comprar juguetes o ropa para que niños de escasos recursos, huérfanos o desamparados reciban un detalle en esta fecha. La otra opción que tenemos es pedirles a nuestros pequeños que decidan qué juguetes ya no utilizan y están en buen estado para donarlos. En todo el proceso debemos incluir a nuestros pequeños, desde ir a comprar o escoger los juguetes, hasta empacarlos e ir a entregarlos personalmente. De esta manera ellos entenderán que las cosas no son tan fáciles de obtener y que no todos los niños tienen los privilegios que nosotros como padres les otorgamos. Este acto de generosidad y entrega puede practicarse en cualquier época del año, lo importante es transmitirles a nuestros hijos el amor por el que más lo necesita. Cuando hayan culminado la tarea puedes preguntarle cómo se sintió al entregarle a otro niño un regalo o que fue lo que más le gustó de estar allí. Podemos encontrar a Dios de muchas maneras, hazle comprender cuanta felicidad hay en dar.
10. Enséñale a bendecir los alimentos
El desayuno, el almuerzo o la cena pueden ser escenarios perfectos en los que le enseñes a tus hijos que hay que dar gracias por todo lo que Dios nos permite tener, incluyendo la comida que llega a nuestra mesa. Yo acostumbro hacer la siguiente oración para bendecir los alimentos: «Bendice Señor estos alimentos que por tu infinita misericordia tenemos hoy en esta mesa, dale Señor pan a los que no tienen y danos hambre de ti a los que tenemos pan. Ámen». Recuerda que tu ejemplo es la mejor herramienta, conviértete en el modelo a seguir de tus hijos y bendice los alimentos sin importar el lugar en el que te encuentres, pídele a tus hijos que repitan después de ti y veras como con el tiempo ellos lo harán solitos.
¿De dónde sacan los católicos que Pedro fue el primer Papa?
Fundamento bíblico del primado de Pedro.
Algunas de las consultas/objeciones que he recibido sobre este tema son las siguientes:
Jesucristo le dijo a Pedro: Sobre esta piedra edificaré mi iglesia, queriendo decir que sobre el fundamento de que Jesucristo era el Mesías, el salvador del mundo, se basaría la doctrina cristiana; y más adelante Jesús le dice a Pedro que nadie era mayor ni menor que los otros... entonces ¿por qué se le considera a Pedro el primer “Papa”?
Las Sagradas Escrituras afirman que nadie puede poner otro fundamento al que ya está puesto, el cual es Jesucristo; el mismo apóstol Pedro en una de sus cartas proclama que Cristo ha venido a ser piedra angular de la Iglesia. Por otra parte, en Mateo 16,18,
Cristo habla con Pedro y le dice: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. En la versión de la Biblia en griego, Pedro se traduce como pequeña piedra, y a la piedra donde se edificará la Iglesia se traduce de manera diferente. ¿Es entonces Pedro la base de la Iglesia?
Quisiera saber... acerca de la veracidad de que San Pedro estuvo en Roma y fue el primer Papa y cómo podría yo decirles o demostrar que esto es cierto a quienes lo cuestionan.
Son varias preguntas muy relacionadas entre sí, y que encierran cuestiones que afectan no sólo a la exégesis de los textos bíblicos, sino también a la historia (por ejemplo, la última sobre si Pedro estuvo en Roma) y a la interpretación tradicional. Antes de responder este tipo de cuestionamientos, ha de tenerse presente la Nota Introductoria con la que empezamos cada una de nuestras respuestas, y también que en el primer capítulo hemos indicado cómo la Biblia misma nos dice que ella no es la única fuente de autoridad y revelación, enviándonos a la Tradición (con mayúsculas); por tanto, no necesariamente todo lo que creemos ha de contenerse exclusivamente en la Biblia. Pretender esto no es bíblico y sería ir contra la Biblia misma. De todos modos, podemos adelantar que las objeciones principales pueden responderse adecuadamente con la Biblia bien interpretada.
El Primado de Pedro
Para los católicos es una verdad de fe que Cristo constituyó al apóstol San Pedro como primero entre los apóstoles y como cabeza visible de toda la Iglesia, confiriéndole inmediata y personalmente el primado de jurisdicción.
El Concilio Vaticano I definió y lo repitió con fuerza el Concilio Vaticano II1; sin embargo, esta verdad fue reconocida desde los primeros tiempos, como podemos constatar apelando a la historia y a los textos de los primeros escritores cristianos (algunos de ellos llamados Padres de la Iglesia). Éstos, de acuerdo con la promesa bíblica del primado, dan testimonio de que la Iglesia está edificada sobre Pedro y reconocen la primacía de éste sobre todos los demás apóstoles. Tertuliano (fines del siglo II y comienzos del III) dice de la Iglesia: “Fue edificada sobre él”2. San Cipriano dice, refiriéndose a Mt 16,18s: “Sobre uno edifica la Iglesia”3. Clemente de Alejandría llama a San Pedro “el elegido, el escogido, el primero entre los discípulos, el único por el cual, además de por sí mismo, pagó tributo el Señor”4. San Cirilo de Jerusalén le llama “el sumo y príncipe de los apóstoles”5. Según San León Magno, “Pedro fue el único escogido entre todo el mundo para ser la cabeza de todos los pueblos llamados, de todos los apóstoles y de todos los padres de la Iglesia”6.
En su lucha contra el arrianismo, muchos padres interpretaron que la roca sobre la cual el Señor edificó su Iglesia era la fe en la divinidad de Cristo, confesada por San Pedro, pero sin excluir por eso la relación de esa fe con la persona de Pedro, relación que se indica claramente en el texto sagrado. La fe de Pedro fue la razón de que Cristo le destinara para ser fundamento sobre el cual habría de edificar su Iglesia.
No negamos –sino que es parte esencial de nuestra fe– que la cabeza invisible de la Iglesia es Cristo glorioso. Lo que sostenemos es que Pedro hace las veces de Cristo en el gobierno exterior de la Iglesia militante, y es, por tanto, vicario de Cristo en la tierra.
Se opusieron a este dogma la Iglesia ortodoxa griega y las sectas orientales, algunos adversarios medievales del papado (Marsilio de Padua y Juan de Jandun, Wicleff y Hus), todos los protestantes, los galicanos y febronianos, los viejos católicos (Altkatholiken) y los modernistas7.
Fundamento bíblico
No puede negarse esta verdad si tenemos ante los ojos los Evangelios y el resto de los escritos del Nuevo Testamento (salvo que tengamos partido tomado de antemano en contra del primado de Pedro y forcemos los textos o les hagamos callar lo que dicen a voces).
Cristo distinguió desde un principio al apóstol San Pedro entre todos los demás apóstoles. Cuando le encontró por primera vez, le anunció que cambiaría su nombre de Simón por el de Cefas, que significa “roca”: Tú eres Simón, el hijo de Juan [Jonás]; tú serás llamado Cefas (Jn 1,42; cf. Mc 3,16). El nombre de Cefas indica claramente el oficio para el cual le ha destinado el Señor (cf. Mt 16,18). En todas las menciones de los apóstoles, siempre se cita en primer lugar a Pedro. En Mateo se le llama expresamente “el primero” (Mt 10,2). Como, según el tiempo de la elección, Andrés precedía a Pedro, el hecho de aparecer Pedro en primer lugar indica su oficio de primado. Pedro, juntamente con Santiago y Juan, pudo ser testigo de la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,37), de la transfiguración (Mt 17,1) y de la agonía del Huerto (Mt 26,37). El Señor predica a la multitud desde la barca de Pedro (Lc 5,3), paga por sí mismo y por él el tributo del templo (Mt 17,27), le exhorta a que, después de su propia conversión, corrobore en la fe a sus hermanos (Lc 22,32); después de la resurrección se le aparece a él solo antes que a los demás apóstoles (Lc 24,34; 1Co 15,5).
A San Pedro se le prometió el primado después que hubo confesado solemnemente, en Cesarea de Filipo, la mesianidad de Cristo. Le dijo el Señor: Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás, porque no es la carne ni la sangre (Mt 16,17-19).
Estas palabras se dirigen inmediata y exclusivamente a Pedro. Ponen ante su vista en tres imágenes la idea del poder supremo en la nueva sociedad que Cristo va a fundar. Pedro dará a esta sociedad la unidad y firmeza inquebrantable que da a una casa el estar asentada sobre roca viva (cf. Mt 7,24 y siguientes). Pedro ha de ser también el poseedor de las llaves, es decir, el administrador del reino de Dios en la tierra (cf. Is 22,22; Apoc 1,18; 3,7: las llaves son el símbolo del poder y la soberanía). A él le incumbe finalmente atar y desatar, es decir (según la terminología rabínica): lanzar la excomunión o levantarla, o también interpretar la ley en el sentido de que una cosa está permitida (desatada) o no (atada).
De acuerdo con Mt 18,18, donde se concede a todos los apóstoles el poder de atar y desatar en el sentido de excomulgar o recibir en la comunidad a los fieles, y teniendo en cuenta la expresión universal (cuanto atares... cuanto desatares), no es lícito entender que el pleno poder concedido a Pedro se limita al poder de enseñar, sino que resulta necesario extenderlo a todo el ámbito del poder de jurisdicción. Dios confirmará en los cielos todas las obligaciones que imponga o suprima San Pedro en la tierra.
Algunos han tratado de interpretar este pasaje en el sentido de que Cristo habría dicho: tú eres Pedro y (señalando ahora no a Pedro sino a sí mismo) sobre esta Piedra (Jesucristo) edificaré mi Iglesia. Según éstos, esta interpretación se deduce de que en el texto griego la palabra usada para Pedro es Petros y la palabra usada para piedra es petra. Quisiera responder a esto usando las palabras de un protestante convertido, James Akin:
"Según la regla de interpretación anticatólica, petros significa ‘piedra pequeña’ mientras que petra significa ‘piedra grande’. La declaración: ‘Tú eres Pedro [Petros]’ debería ser interpretada como una frase que subraya la insignificancia de Pedro"
Los evangélicos creen que lo que Cristo quiso decir es: ‘Pedro, tú eres una piedrita, pero yo edificaré mi Iglesia en esta masa grande de piedra que es la revelación de mi identidad’. Un problema con esta interpretación, que muchos estudiosos protestantes de la Biblia admiten8, es que mientras que petros y petra tuvieron estos significados en la poesía griega antigua, la distinción había desaparecido ya en el primer siglo, cuando fue escrito el evangelio de Mateo. En ese momento, las dos palabras significaban lo mismo: una piedra. Otro problema es que cuando Jesús le habló a Pedro, no le habló en griego sino en arameo. En arameo no existe una diferencia entre las dos palabras que en griego se escriben petros y petra. Las dos son kêfa; es por eso que Pablo a menudo se refiere a Pedro como Cefas (cf. 1Co 15,5; Gal 2,9). Lo que Cristo dijo en realidad fue: ‘Tú eres Kêfa y sobre esta kêfa edificaré mi Iglesia’. Pero aun si las palabras petros y petra tuvieran significados diferentes, la lectura protestante de dos ‘piedras’ diferentes no encuadraría con el contexto. La segunda declaración a Pedro sería algo que lo disminuye, subrayando su insignificancia con el resultado que Jesús estaría diciendo: ‘¡Bendito eres tú Simón hijo de Jonás! Tú eres una piedrita insignificante. Aquí están las llaves del reino’. Tal serie de incongruencias hubiera sido no sólo rara sino inexplicable. (Muchos comentaristas protestantes reconocen esto y hacen todo lo posible para negar el significado evidente de este pasaje, a pesar de lo poco convincentes que puedan ser sus explicaciones).
También me di cuenta de que las tres declaraciones del Señor a Pedro estaban compuestas por dos partes, y las segundas partes explican las primeras. La razón porque Pedro es ‘bienaventurado’ fue porque ‘la carne y sangre no te han revelado esto, sino mi Padre que está en los cielos’ (v. 17). El significado del cambio de nombre, ‘Tú eres Piedra’ es explicado por la promesa, ‘Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y los poderes de la muerte no prevalecerán contra ella’ (v.18). El propósito de las llaves es explicado por el encargo de Jesús: ‘Lo que ates en la tierra será atado en el cielo’ (v.19). Una lectura cuidadosa de estas tres declaraciones, poniendo atención en el contexto inmediato y en interrelación, muestra claramente que Pedro fue la piedra de la cual habló Jesús. Éstas y otras consideraciones me revelaron que las interpretaciones estándar anticatólicas de este texto no podían quedar en pie después de un cuidadoso estudio bíblico.
Habían arrancado a la fuerza la segunda declaración de Pedro de su contexto. Yo ratifiqué mi interpretación, concluyendo que Pedro era verdaderamente la piedra sobre la cual Jesús edificó su Iglesia. Creo que esto es lo que un lector sin prejuicios concluiría después de un cuidadoso estudio gramatical y literario de la estructura del texto. Si Pedro era, de hecho, la piedra de que hablaba Jesús, eso quería decir que él era la cabeza de los apóstoles (...) Y si Pedro era la cabeza terrenal de la Iglesia, él reflejaba la definición más básica del Papado”. 9
Contra todos los intentos por declarar este pasaje (que aparece únicamente en San Mateo) como total o parcialmente interpolado en época posterior, resalta su autenticidad de manera que no deja lugar a duda. Hasta se halla garantizada, no sólo por la tradición unánime con que aparece en todos los códices y versiones antiguas, sino también por el colorido semítico del texto, que salta bien a la vista. No es posible negar con razones convincentes que estas palabras fueron pronunciadas por el Señor mismo. No es posible mostrar tampoco que se hallen en contradicción con otras enseñanzas y hechos referidos en el Evangelio.
El primado se lo concedió definitivamente el Señor a Pedro cuando, después de la resurrección, le preguntó tres veces si le amaba y le hizo el siguiente encargo: Apacienta mis corderos, apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas (Jn 21,15-17). Estas palabras, lo mismo que las de Mt 16,18s, se refieren inmediata y exclusivamente a San Pedro. Los “corderos” y las “ovejas” representan todo el rebaño de Cristo, es decir, toda la Iglesia (cf. Jn 10). “Apacentar”, referido a hombres, significa lo mismo que gobernar (cf. Hch 20,28), según la terminología de la antigüedad profana y bíblica.
Pedro, por este triple encargo de Cristo, recibió el supremo poder gubernativo sobre toda la Iglesia.
Después de la ascensión a los cielos, Pedro ejerció su primado. Desde el primer momento ocupa en la comunidad primitiva un puesto preeminente: Dispone la elección de Matías (Hch 1,15ss); es el primero en anunciar, el día de Pentecostés, el mensaje de Cristo, que es el Mesías muerto en la cruz y resucitado (2,14 ss); da testimonio del mensaje de Cristo delante del Sanedrín (4,8 ss); recibe en la Iglesia al primer gentil: el centurión Cornelio (10,1 ss); es el primero en hablar en el concilio de los apóstoles (15,17 ss); San Pablo marcha a Jerusalén “para conocer a Cefas” (Gal 1,18).
Pedro, obispo de Roma y Primer Papa
Una antigua tradición, basada en los anales de la Iglesia y de la Arqueología romana, nos indica que Pedro muere en Roma, donde fue obispo. Éste es el origen de la preeminencia del obispo de Roma sobre los demás obispos sucesores de los Apóstoles.
Tiene fundamento escriturístico en el texto de 1Pe 5,13: La Iglesia que está en la Babilonia, elegida juntamente con vosotros, y Marcos mi hijo, os saludan. La expresión “Babilonia” se refiere a Roma, como notan todos los exegetas: “casi todos los autores antiguos y la mayor parte de los modernos, ven designada en esta expresión a la Iglesia de Roma... El nombre de Babilonia era de uso corriente entre los judíos cristianos para designar la Roma pagana. Así es llamada también en el Apocalipsis (14,8; 16,19; 17,15; 18,2.10), en los libros apócrifos y en la literatura rabínica. La Babilonia del Éufrates, que en tiempo de San Pedro era un montón de ruinas, y la Babilonia de Egipto, pequeña estación militar, han de ser excluidas”10.
Esto lo reconocen incluso los autores protestantes serios. Por ejemplo, Keneth Scott Laturet, prestigioso historiador, escribe en su libro “Historia de la Iglesia”: “Pedro viajaba, porque sabemos estuvo en Antioquía, y lo que parece una tradición digna de confianza, sabemos que estuvo en Roma y allí murió”11.
La Enciclopedia Británica da la referencia de todos los obispos de Roma, comenzando por San Pedro y terminando por Juan Pablo II, 264 Obispos en sucesión sin interrupción12. Si ya ha sido actualizada, figurará Benedicto XVI como el número 265.
La “New American Encyclopedia” dice en su sección sobre los Papas: “Cuando San Pedro dejó Jerusalén vivió por un tiempo en Antioquía antes de viajar a Roma donde ejerció como Primado”.
Muy fuerte es también el testimonio de la tradición que manifiesta la enorme importancia que tuvieron los primeros obispos de Roma sobre la naciente Cristiandad, justamente por ser sucesores de Pedro. Así, por ejemplo, en el año 96, o sea 63 años después de la muerte de Cristo, ante un grave conflicto en la comunidad de Corinto, quien tomó cartas para poner orden fue el Obispo de Roma, el Papa Clemente, y esto a pesar de que en ese tiempo, todavía vivía el Apóstol Juan en la cercana ciudad griega de Éfeso. Sin embargo, fue una carta de Clemente la que solucionó el problema y aún doscientos años después de este hecho se leía esta carta en esa Iglesia. Esto sólo es explicable por la autoridad del sucesor de Pedro en la primitiva Iglesia.
Ireneo, obispo de Lyon, y Padre de la Iglesia de la segunda generación después de los Apóstoles, escribía pocos años después: “Pudiera darles si hubiera habido espacio las listas de obispos de todas las iglesias, mas escojo sólo la línea de la sucesión de los obispos de Roma fundada sobre Pedro y Pablo hasta el duodécimo sucesor hoy”.
Según el primer historiador de la Iglesia, Eusebio de Cesarea (año 312), esta sucesión es una señal y una seguridad de que el Evangelio ha sido conservado y transmitido por la Iglesia Católica.
Bibliografía: Hubert Jedin, Historia de la Iglesia, Herder, Barcelona, tomo I; Llorca-García Villoslada, Montalbán, Historia de la Iglesia Católica, Tomo I, Edad Antigua, BAC, Madrid 1976, pp. 112-122 (en las notas a pie de página puede verse una abundante bibliografía bíblica, histórica y arqueológica referida a estos hechos); Vizmanos-Riudor, Teología Fundamental, BAC, Madrid 1966, pp. 594-624; M. Schmaus, Teología dogmática, Rialp, Madrid 1962, T. IV: La Iglesia, 448-484 y 764-785; C. Journet, L´Église du Verbe incarné, T. I: La hiérarchie apostolique, 2ª ed. 1955; G. Glez, Primauté du Pape, “Dictionnaire de Théologie Catholique”, XIII, col. 344 ss.; E. Dublanchy, Infaillibilité
du Pape, en “Dictionnaire de Théologie Catholique”, VII, col. 1638-1717; J. Madoz, El primado romano, Madrid 1936; O. Karrer, La sucesión apostólica y el Primado, en: “Panorama de la teología actual”, Madrid 1961, 225-266; G. Philipe, La Iglesia y su misterio en el Concilio Vaticano II, Barcelona 1969, T. I, pp. 363-380; C. Fouard, Saint Pierre et les premiéres années du Christianisme, 10ª ed. París 1908; P. De Ambroggi, S. Pietro Apostolo, Rovigo 1951; A. Penna, San Pedro, Madrid 1958; R. Leconte, Pierre, en DB (Suppl.) IV,128 ss.; G. Glez, Pierre (St.), “Dictionnaire de Théologie Catholique”, XIII, col. 247-344; E. Kirschbaum, E. Jynyent, J. Vives, La tumba de S. Pedro y las catacumbas romanas, Madrid 1954; G. Chevrot, Simón Pedro, Madrid 1970.
El buen uso de mi tiempo
Es urgente descubrir que sólo vale la pena el tiempo cuando se vive desde el amor y hacia el amor.
No es fácil determinar si vivimos con más tiempo o con menos tiempo que en épocas pasadas.
Es cierto que la velocidad de la rotación de nuestro planeta se ha conservado casi inalterada (o con variaciones insignificantes) durante milenios. El hombre de hace 25 siglos podía contar, igual que nosotros, con 24 horas cada día.
Pero aquel hombre, ¿tenía más tiempo o menos tiempo que nosotros? La abundancia o la carencia de tiempo depende de diversos factores, que han cambiado mucho durante siglos.
El primer factor consiste en la satisfacción de las necesidades básicas. Si uno tiene que matarse, literalmente, durante horas para conseguir un poco de comida y el dinero necesario para lo indispensable (o para pagar deudas asfixiantes), sentirá que le falta tiempo para muchas otras cosas. Si otro, en cambio, sabe que ni hoy ni mañana ni en el futuro inmediato carecerá de lo básico, tendrá a su disposición más tiempo para otras actividades.
El segundo factor surge desde la cantidad de deseos que hay en cada corazón. Quien busca lo mínimo en la vida, quien no desea progresar, quien prefiere “alargar la noche” durante horas y horas en la cama, quien se queda absorbido ante las imágenes de una pantalla (o ante los espectáculos del antiguo teatro griego), tendrá, seguramente, pocos deseos y su única preocupación consistirá en cómo “matar” el tiempo que siente a veces lento o monótono.
En cambio, quien quiere ver a sus familiares más o menos lejanos, quien busca continuas mejoras en la casa, quien estudia una y otra vez para ascender en el puesto de trabajo, quien desea con ansiedad leer más y más informaciones, notará cómo el día se le escapa de las manos, cómo las horas no bastan para satisfacer todos sus deseos.
El tercer factor nace del ambiente en el que vivimos, de las personas que nos rodean, de las leyes que facilitan o hacen difícil la vida diaria. Si a nuestro alrededor hay personas que nos piden continuamente ayuda, que nos exigen respuestas más o menos rápidas, que nos aturden con llamadas (o, en el pasado, con visitas), las horas del día serán insuficientes para atender adecuadamente cada asunto. En cambio, hay personas que viven en un aislamiento más o menos práctico, sin problemas con la burocracia y sin molestias de familiares o amigos inoportunos: para ellas el tiempo puede llegar a pasar lentamente, en días y días sin interrupciones que impidan realizar los propios planes.
Se podrían añadir más factores. Lo importante es individuar, en la propia vida, cuál es la situación en la que me encuentro, qué exigencias merecen mis mejores esfuerzos, qué deseos valen la pena. Al mismo tiempo, no hay que tener miedo a reconocer que muchas ansiedades y actos concretos me llevan a invertir el tiempo que tengo a disposición en cosas insignificantes o incluso nocivas, porque me apartan de obligaciones serias y porque me encierran en un mundo pequeño y reducido que me deja poco tiempo para lo que sí es importante.
Cada día inicia con su ritmo terrestre y con los mil cruces de caminos entre mis necesidades, mis deseos, y los encuentros con quienes viven a mi lado. Es importante poner orden en mis prioridades, para que lo importante recibe lo mejor de mi tiempo, y para que lo secundario sea siempre eso: secundario.
Si vamos más a fondo, a la luz de verdades perennes y del horizonte de lo eterno, podremos reconocer que lo mejor de mi tiempo merece ser invertido en aquello que me prepara al encuentro con Dios (para siempre) en el cielo, y en el amor sincero y constante hacia los familiares, los amigos, los conocidos y los necesitados.
En otras palabras, es urgente descubrir que sólo vale la pena el tiempo cuando se vive desde el amor y hacia el amor. Empezamos a existir, en un día concreto del tiempo terreno, desde el amor que Dios nos tenía y que reflejaron nuestros padres. Seguimos en la vida porque nos aman y porque amamos.
Por eso, lo mejor que podemos hacer, al descubrir que somos amados, es amar. Entonces llegaremos a un buen empleo de nuestro tiempo (abundante o escaso) y empezaremos a descubrir lo hermosa que es la vida si se “gasta” a la luz de la clave maravillosa del amor sin medida, que nos lleva suavemente desde el tiempo hacia lo eterno.