El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe
- 25 Febrero 2020
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Waldburgis de Heidenheim, Santa
Abadesa, 25 de febrero
Martirologio Romano: En el monasterio de Heidenheim, en la región alemana de Franconia, santa Waldburgis, abadesa, cuyos hermanos, los santos Bonifacio, Willibaldo y Winebaldo, la convencieron para que pasase de Inglaterra a Germania, donde rigió aquel monasterio, doble de monjas y monjes († 779).
Fecha de canonización: El papa Adriano II alrededor del año 870.
Breve Biografía
Nació en Wessex (Inglaterra) cerca del 710. Hija del legendario rey san Ricardo el Sajón -un reyezuelo1 de los sajones occidentales- y de Winna, hermana de san Bonifacio, apóstol de Germania.
Cuando su padre partió en peregrinación hacia Roma junto con sus dos hijos —los también legendarios san Wilibaldo y san Winibaldo—, Waldburgis (entonces de once años de edad) quedó bajo el cuidado de la abadesa de Wimborne. Pasó 26 años encerrada en el convento inglés, preparándose para las hazañas que llevaría a cabo en Alemania. Gracias a la educación que recibió en Winborne, Walpurga pudo más tarde escribir en latín la Vida de san Winibaldo y los viajes de san Willibaldo por Palestina. Eso la convertiría en la primera escritora de Inglaterra y Alemania. Apenas un año después de su arribo, recibió noticias de la muerte de su padre el rey Ricardo en Lucca (Italia).
Durante este periodo, san Bonifacio estaba sentando los cimientos de la iglesia en Germania. Walpurga viajó a Württemberg para asistir a san Bonifacio. Se convirtió en monja y vivió en el convento Heidenheim, que había sido fundado por su hermano san Wilibaldo. Se encontraba en el actual distrito Weißenburg-Gunzenhausen, vecino al distrito de Eichstätt, en Baviera, que en esa época formaba parte del imperio franco.
Bonifacio fue el primer misionero que pidió ayuda a las mujeres. En el año 748, en respuesta a su pedido, la abadesa Tetta envió a Germania a santa Lioba y santa Waldburgis, junto con muchas otras monjas. Partieron del puerto británico con buen clima, pero se desató en el viaje una terrible tempestad. Waldburgis se arrodilló en el puente de la nave y oró, y rápidamente el mar se calmó. Al arribar al puerto en el continente, los marineros proclameron el milagro que habían presenciado, por lo que Waldburgis era recibida en todas partes con veneración.
En la iglesia de Amberes hay una tradición que dice que la santa pasó algún tiempo allí, en su viaje hacia Alemania. En la iglesia más antigua de la ciudad (que ahora recibe el título de santa Waldburgis), se encuentra una gruta donde se dice que la santa rezaba.
Esta misma iglesia, antes de adoptar el Oficio Romano, acostumbraba a celebrar la fiesta de la santa Waldburgis cuatro veces al año.
En Mainz la santa fue recibida por su hermano san Willibald y por su tío san Bonifacio. Después de vivir algún tiempo bajo la tutela de santa Lioba en Bischofsheim, fue nombrada abadesa de Heidenheim, y así quedó cerca de su hermano favorito, san Winibaldo, que gobernaba un monasterio allí.
Después de la muerte de Winibaldo, ella quedó a cargo también de su monasterio. El 23 de septiembre del 776, ella asistió a su hermano Willibaldo a trasladar los restos de su otro hermano Winibaldo. Descubrieron que no había trazas de putrefacción en las reliquias. Un par de años después Walpurga cayó enferma y —confortada por san Willibald— falleció en Heidenheim el 25 de febrero del 779, y ese día lleva su nombre en el calendario católico; pero en algunos sitios -como Finlandia, Suecia y Bavaria (sur de Alemania)- su fiesta conmemora el tralado de sus reliquias, el 1 de mayo.
San Wilibaldo puso su tumba al lado de la de san Winibaldo. Wilibaldo sobrevivió hasta 786. Después de su muerte, la devoción hacia santa Waldburgis declinó gradualmente y su tumba se fue arruinando. Cerca de 870, Otkar, el obispo de Eichstadt, determinó que había que restaurar la iglesia y el monasterio de Heidenheim, que se encontraba casi en ruinas. Declaró que la santa se le había aparecido y lo había amenazado debido a que su tumba había sido profanada por los trabajadores. Entonces se realizó el traslado ritual de sus restos hasta Eichstadt el 21 de septiembre de 870. Fueron instalados en la Iglesia de la Santa Cruz (ahora llamada Iglesia de Sta. Waldburgis. En el año 893 el obispo Erchanbold, sucesor de Otkar, abrió la tumba para arrancar un trozo de su cuerpo para regalarle a Liubula, la abadesa de Monheim. Dijo que el cuerpo estaba inmerso en un precioso óleo que -excepto en la época en que Eichstadt quedó en interdicto y en una ocasión en que unos ladrones lastimaron al encargado de retirar el aceite, continuó fluyendo de su cuerpo (especialmente de sus pechos).
Estas declaraciones hicieron que la santa fuera contada entre los elaephori (santos generadores de aceite). Partes de su cuerpo fueron repartidos a muchas ciudades, como Colonia, Amberes, Furnes y otros, mientras que su óleo ha sido repartido a todos los rincones del globo.
Por: Cristina Huete García | Fuente: hagiopedia.blogspot.com
Su nombre ha sido transcrito de diversas formas: Walburga, Walpurgis, Waldburgis, Walburg, Valpurgis, Valaburgia, Valborg, Valburga, Valburgia, Valderburger, Valpuri, Vappu, Vaubourg, Walburg, Walburge, Waltpurde, Wealdburg, Falbourg, Gauburge, etc.
Natural de Sussex. Hija del mítico san Ricardo, rey de Essex -un reyezuelo1 de los sajones occidentales- y de Winna, hermana de san Bonifacio, apóstol de Germania. Hermana de santos Wunibaldo y Wilebaldo.
Desde muy niña estuvo educada en el monasterio de Wimborne en Dorset, donde recibió una esmerada educación, durante el gobierno de la abadesa santa Tetta. Pasó 26 años encerrada en el convento inglés. Gracias a la educación que recibió en Winborne, Walpurga pudo más tarde escribir en latín la "Vida de San Winibaldo" y los viajes de san Willibaldo por Palestina. Eso la convertiría en la primera escritora de Inglaterra y Alemania.
En el año 748, participó, a petición de san Bonifacio, en la misión por tierras alemanas junto a santa Lioba y otras muchas monjas. Partieron del puerto británico con buen clima, pero se desató en el viaje una terrible tempestad. Walburga se arrodilló en el puente de la nave y oró, y rápidamente el mar se calmó. Al arribar al puerto en el continente, los marineros proclameron el milagro que habían presenciado, por lo que Walburga era recibida en todas partes con veneración.
En Mainz la santa fue recibida por su hermano san Wilebaldo y por su tío san Bonifacio. Después de vivir algún tiempo bajo la tutela de santa Lioba en Bischofsheim, fue nombrada abadesa del monasterio benedictino de Heidenheim, y así quedó cerca de su hermano favorito, san Wunibaldo, que gobernaba un monasterio allí. Tras la muerte de Wunibaldo, ella quedó a cargo también de su monasterio. En el 776, asistió a su hermano Wilebaldo a trasladar los restos de su otro hermano Wunibaldo. Descubrieron que no había trazas de putrefacción en las reliquias.
Un par de años después Walburga cayó enferma y -confortada por san Wilebaldo- falleció en Heidenheim el 25 de febrero del 779, y ese día se celebra su fiesta en el calendario católico; aunque en algunos sitios -como Finlandia, Suecia y Baviera- su fiesta se conmemora el día del traslado de sus reliquias, el 1 de mayo.
Otro rito de purificación y defensa que se relacionaba con la santa Walpurgis, era el encendido de hogueras contra los poderes malignos a lo largo de la noche entre el 30 de abril y el 1 de mayo. Esta pagana Noche de Walpurgis se sigue celebrando en esa noche de primavera (previa a la fiesta de santa Walburga), cuando las brujas pueden celebrar sus fiestas paganas antes de ser barridas por el amanecer del día de la santa. El escritor alemán Wolfgang Goethe retrató de manera espantosa esa noche de Walpurgis en su "Fausto".
Curaciones extraordinarias le son atribuidas de un fluido que emana la roca que está colocada sobre su tumba, y que es llamado "aceite de Walburga".
Ha dado su nombre a un pueblo del departamento de Orne, próximo a Nogent le Rotrou. Es patrona de Amberes; de la diócesis de Eichstätt.
El cambio desde Dios
Santo Evangelio según san Marcos 9, 30-37. Martes VII del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, gracias por permitirme estar hoy aquí en tu presencia. Quiero estar atento a escuchar lo que me quieres decir. Concédeme la humildad que necesito para parecerme cada día más a ti.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 9, 30-37
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaban Galilea, pero él no quería que nadie lo supiera, porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le darán muerte, y tres días después de muerto, resucitará”. Pero ellos no entendían aquellas palabras y tenían miedo de pedir explicaciones. Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntó: “¿De qué discutían por el camino?” Pero ellos se quedaron callados, porque en el camino habían discutido sobre quién de ellos era el más importante. Entonces Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: “El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe. Y el que me reciba a mí, no me recibe a mí, sino a aquel que me ha enviado”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
A los discípulos de Jesús no les entraba en la cabeza el que su Maestro tuviera que pasar por el túnel del sufrimiento; que para ser el primero se tenga que ser el servidor de todos; que en las nuevas categorías del Reino de Cristo el niño ocupe un lugar primordial. No era fácil para ellos dejar la concepción en la que se habían educado desde su infancia. Pero para ser discípulos de Cristo tenían que cambiar. Debían aceptar que el sufrimiento es camino de redención para Jesucristo, y lo sigue siendo para los cristianos de hoy. La cultura en la que vivimos y la mentalidad de nuestros contemporáneos está hecha al cambio. Se cambia más fácilmente que antes de trabajo, de computadora, de coche, de casa, de país... Se cambian también los modos de pensar y vivir, los valores de comportamiento, y hasta la misma religión. El cambio está a la orden del día, y quien no cambia, pronto pasa a formar parte de los «retros». Pero ¡claro!, no todo cambio es bueno para el hombre. Ni todo cambio indica progreso. Hay cambios que son una desgracia, como el tener que dejar el país y la familia para buscar trabajo. El cambio al que la liturgia nos invita es el cambio desde Dios. Es decir, aquel cambio que Dios quiere y espera del hombre para que sea más hombre, para que viva mejor y más plenamente su dignidad humana. El cambio que Dios quiere es el de la injusticia a la justicia, del abuso al servicio de los demás, de la infidelidad a la fidelidad, del odio al amor, de la venganza al perdón, de la cultura de muerte a la cultura de la vida, del pecado a la gracia y a la santidad. «Jesús invita a sus discípulos a hacerse como niños porque “a quien es como ellos pertenece el Reino de Dios”. Queridos hermanos y hermanas, los niños llevan vida, alegría, esperanza, también disgustos, pero la vida es así. Ciertamente llevan también preocupaciones y a veces problemas; pero es mejor una sociedad con estas preocupaciones y estos problemas, que una sociedad triste y gris porque se ha quedado sin niños». (Homilía de S.S. Francisco, 18 de marzo de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación. Poner especial atención a los signos de amor de Dios en este día.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima,
María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Jesús y los niños
Jesús siente una gran predilección por los niños, y los pone como ejemplo de inocencia
¿Quién no recuerda los años de la infancia? En general, fueron años vividos en la alegría e inocencia. Es bueno adentrarnos en los Evangelios para ver cómo se comportaba Jesús con los niños. Viviendo en una época que ponía la perfección en la ancianidad y despreciaba la infancia, Jesús era un apasionado de los niños, se atrevió a poner a los pequeños como modelos. Él que no quiso tener hijos de la carne, disponía de infinitos ríos de ternura interior; y repartió su amor simultáneamente entre los pecadores y los niños [1].
Jesús siente una gran predilección por los niños, y los pone como ejemplo de inocencia, sencillez y pureza de alma. Es más, Él mismo se identifica con ellos al decir que quien reciba a uno de este pequeños a Él recibe. Para entrar en el cielo hay que hacerse como niño.
Los niños eran en ese tiempo “tolerados” por la simple esperanza de que llegarían a mayores. No eran contados como personas. Su presencia nada significaba en las sinagogas, ni en parte alguna. Parecía que el llegar a viejo era la cima de los méritos. Conversar con un niño era tirar y desperdiciar las palabras. Cuando veamos a los apóstoles apartando de su Maestro a los críos entenderemos que no hacían sino lo que hubiera hecho cualquier otro judío de la época.
Pero Jesús, una vez más, rompería con su época. Donde prevalecía la astucia, entronizaría la sencillez; donde mandaba la fuerza, ensalzaría la debilidad; en un mundo de viejos, pediría a los suyos que volvieran a ser niños.
1. Postura de Jesús frente a los niños
Jesús conoce a los niños: Sabe cuáles son sus juegos y sus gracias. Y habla de ellos con alegría. En Mateo 11, 16 nos cuenta la parábola de los chiquillos que tocan la flauta a sus amigos y que juegan a imaginarios llantos. En cada pupila de los niños vería su propio rostro y su propia alma. Jesús conoce la ilusión de los niños de correr, hacer sanas travesuras, gritar.
Jesús valora a los niños: Dice que de la boca de los niños sale la alabanza que agrada a Dios (cf. Mt 21, 16). Los pone como modelos de pureza e inocencia. Son ellos, los niños, los que saben, los inteligentes, porque es a ellos a quienes Dios ha entregado su palabra y lo profundo de sus misterios (cf. Mt 11, 25). ¡Cuántos niños nos sorprenden con sus preguntas y respuestas! Un niño vale no porque sea lindo o feo, rico o pobre, listo o menos dotado. Vale por el tesoro de gracia e inocencia que porta dentro de su alma.
Jesús les quiere: Sólo dos veces encontraremos en los Evangelios la palabra “caricias” aplicada a Jesús. Y las dos veces serán caricias dirigidas a los niños (cf. Mc 9, 35-36; Mt 18, 1-5). Les abrazaba, dice uno de los evangelistas, describiendo una efusión que nunca vimos en Jesús ni referida a su madre siquiera. Será una caricia limpia, sin dobles intenciones. Será un abrazo lleno de ternura divina. Al abrazar a un niño, Jesús abrazaba lo mejor de la humanidad.
Jesús se preocupa por ellos: Reprende a quienes les mirasen con desprecio (cf Mt 18, 10); señala, sobre todo, los más duros castigos para quien escandalizare a un niño (cf. Mt 18, 6). Y hasta nos ofrece una misteriosa razón de esta especial preocupación de Dios por ellos: “Porque sus ángeles ven de continuo en el cielo la faz de mi Padre que está en los cielos” (Mt 18, 10). Como que los ángeles custodios de los niños están en primera fila en el cielo, recreándole y contándole a Dios las travesuras de esos niños, a ellos encomendados.
Jesús los cura: Cura a esa niña de doce años (cf. Mc 5, 39), a quien llama con dulzura Talitha, es decir, “niña mía”; y la aprieta contra su corazón. Detrás de esta niña se encuentra toda niña de ayer, de hoy y de siempre. Y pide a sus padres que le den de comer. Sí, comida abundante, no sólo para su cuerpo, sino también para su alma.
Cura a la hija endemoniada de una mujer pagana (cf. Mt 15, 21-28). Pagana porque no creía en el Dios verdadero; creía en Baal, el dios engañador, el dios cruel, el dios fornicario, el dios vengativo. Baal es el símbolo del demonio, y los baales equivale a decir, demonios. Pues uno de esos demonios poseía el cuerpecito de esta niña pagana. La fe y la humildad de la madre arrancaron el milagro de Jesús.
Cura al hijo único de una viuda (cf. Lc 7, 11-15). Esta viuda no le pide nada a Jesús, ni por su hijo adolescente ni por ella. Era tan grande su pena y tantas sus lágrimas que no se entera de nada de lo que le rodea. Fue Jesús quien se fijó en el tamaño de la cruz que llevaba aquella mujer. “Joven, a ti te lo digo: levántate”. Levántate y crece, por dentro y por fuera.
Cura al hijo de un oficial real (cf. Jn 4, 46-54). El padre creyó en la palabra de Jesús. Y con la curación creyó también toda su familia. ¿Qué tienen los niños que arrancan de Jesús el milagro?
¿Cómo respondían los niños a Jesús? Los niños, por su parte, quieren a Jesús, también. Corrían hacia Él. Y es misterioso que este Jesús, un tanto frío y adusto ante los lazos familiares, al que encontramos un tanto tenso ante sus apóstoles, sea tan querido por los niños. Los niños tienen un sexto sentido, y jamás correrían hacia alguien en quien no percibieran esa misteriosa electricidad que es el amor.
2. La llamada de Jesús a la infancia espiritual
Jesús no sólo ama a los niños, sino que les presenta como parte suya, como otros Él mismo: “El que por Mí recibiere a un niño como éste, a Mí me recibe” (Mt 18, 5). Esta frase se ahonda más con otra: “Quien recibe a uno de estos pequeños en mi nombre, a Mí me recibe, y quien me recibe a mí, no es a mí a quien recibe, sino al que me ha enviado” (Mc 9, 37).
Hay en Jesús como una eterna infancia, porque vive en permanente pureza, limpieza de alma, ausencia de ambición y egoísmo. Estas son las cosas que van manchando mi infancia espiritual. Por eso, Jesús se atreverá a pedir a todos el supremo disparate de permanecer fieles a su infancia, de seguir siendo niños, de volver a ser como niños (cf. Mt 18, 2-5).
¿Qué le pedía a Nicodemo? Renacer del agua y del Espíritu (Jn 3, 3). ¿Qué condición les puso a los apóstoles para entrar en el cielo? Hacerse como niños.
La infancia que Jesús propone no es el infantilismo, que es sinónimo de inmadurez, egoísmo, capricho. Es, más bien, la reconquista de la inocencia, de la limpieza interior, de la mirada limpia de las cosas y de las personas, de esa sonrisa sincera y cristalina, de ese compartir generosamente mis cosas y mi tiempo. Infancia significa sencillez espiritual, ese no complicarme, no ser retorcido, no buscar segundas intenciones. Infancia espiritual significa confianza ilimitada en Dios, mi Padre, fe serena y amor sin límites. Infancia espiritual es no dejar envejecer el corazón, conservarlo joven, tierno, dulce y amable. Infancia espiritual es no pedir cuentas ni garantías a Dios.
Ahora bien, la infancia espiritual no significa ignorancia de las cosas, sino el saber esas cosas, el mirarlas, el pensarlas, el juzgarlas como Dios lo haría. La tergiversación de las cosas, la manipulación de las cosas, los prejuicios y las reservas, ya traen consigo la malicia de quien se cree inteligente y aprovechado. Y esta malicia da muerte a la infancia espiritual.
La infancia espiritual no significa vivir sin cruz, de espaldas a la cruz; no significa escoger el lado dulzón de la vida, ni tampoco escondernos y vendar nuestros ojos para que no veamos el mal que pulula en nuestro mundo. No. La infancia espiritual, lo comprendió muy bien santa Teresita del Niño Jesús, supone ver mucho más profundo los males y tratar de solucionarlos con la oración y el sacrificio. Y ante la cruz, poner un rostro sereno, confiado e incluso sonriente. Casi nadie de sus hermanas del Carmelo se daba cuenta de lo mucho que sufría santa Teresita. Ella vivía abandonada en las manos de su Padre Dios. Y eso le bastaba.
Cuatro son las características de la infancia espiritual: apertura de espíritu, sencillez, primacía del amor y sentimiento filial de la vida. Apertura, no cerrazón. Sencillez, no soberbia. Primacía del amor, no de la cabeza. Sentimiento filial, no miedo ni desconfianza.
¿No será el purgatorio probablemente la gran tarea de los ángeles de quitarnos emplastos, capas, láminas que hemos ido acumulando durante la vida...para que vuelva de nuevo a emerger de nosotros ese niño que tenemos dentro y que Dios nos dio el día de nuestro bautismo?
CONCLUSIÓN
Gran tarea: hacernos como niños. Requiere mucha dosis de humildad, de sencillez. Dios nos dice que debemos pasar por la puerta estrecha, si queremos entrar en el cielo. En el Reino de Dios sólo habrá niños, niños de cuerpo y de alma, pero niños, únicamente niños. Dios, cuando se hizo hombre, empezó por hacerse lo mejor de los hombres: un niño como todos. Podía, naturalmente, haberse encarnado siendo ya un adulto, no haber “perdido el tiempo” siendo sólo un chiquillo...Pero quiso empezar siendo un bebé. Lo mejor de este mundo, ¡vaya que lo sabía Dios!, son los niños. Ellos son nuestro tesoro, la perla que aún puede salvarnos, la sal que hace que el universo resulte soportable. Por eso dice Martín Descalzo que si Dios hubiera hecho la humanidad solamente de adultos, hace siglos que estaría podrida. Por eso la va renovando con oleadas de niños, generaciones de infantes que hacen que aún parezca fresca y recién hecha. Los niños huelen todavía a manos de Dios creador. Por eso huelen a pureza, a limpieza, a esperanza, a alegría. ¡No maniatemos a ese niño que llevamos dentro con nuestras importancias, no lo envenenemos con nuestras ambiciones! Por la pequeña puerta de la infancia se llega hasta el mismo corazón del gran Dios.___________________________________________
[1] Así lo expresaba Papini, con cruel paradoja: “Jesús, a quien nadie llamó padre, sintióse especialmente atraído por los niños y los pecadores. La inocencia y la caída eran, para él, prendas de salvación: la inocencia, porque no ha menester limpieza alguna; la abyección, porque siente más agudamente la necesidad de limpiarse. La gente de en medio está más en peligro: está medio corrompida y medio intacta; los hombres que están infectos por dentro y quieren parecer cándidos y justos; los que han perdido en la niñez la limpieza nativa y no son capaces de sentir el hedor de la putrefacción interna”.
Convirtámonos a un diálogo abierto y sincero con el Señor
Se presenta el Mensaje para la Cuaresma 2020 del Papa Francisco.
“Invoco la intercesión de la Bienaventurada Virgen María sobre la próxima Cuaresma, para que escuchemos el llamado a dejarnos reconciliar con Dios, fijemos la mirada del corazón en el Misterio pascual y nos convirtamos a un diálogo abierto y sincero con el Señor. De este modo podremos ser lo que Cristo dice de sus discípulos: sal de la tierra y luz del mundo”, lo escribe el Papa Francisco en su Mensaje para la Cuaresma 2020, cuyo título es: «En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios» (2 Co 5,20) y que fue presentado este lunes, 24 de febrero, en la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
Volver continuamente a este Misterio, con la mente y el corazón
En su Mensaje, firmado en San Juan de Letrán el pasado 7 de octubre, Memoria de Nuestra Señora del Rosario, el Santo Padre propone cuatro puntos de reflexión: el Misterio pascual, fundamento de la conversión; la urgencia de conversión; la apasionada voluntad de Dios de dialogar con sus hijos; y una riqueza para compartir, no para acumular sólo para sí mismo, con el fin de “prepararnos a celebrar con el corazón renovado el gran Misterio de la muerte y resurrección de Jesús, fundamento de la vida cristiana personal y comunitaria. Debemos volver continuamente a este Misterio, con la mente y con el corazón”.
De hecho, este Misterio no deja de crecer en nosotros en la medida en que nos dejamos involucrar por su dinamismo espiritual y lo abrazamos, respondiendo de modo libre y generoso.
El Misterio pascual, fundamento de la conversión
Un primer punto que destaca el Papa Francisco en su Mensaje es que, “la alegría del cristiano brota de la escucha y de la aceptación de la Buena Noticia de la muerte y resurrección de Jesús: el kerygma”. Quien cree en este anuncio, afirma el Pontífice, rechaza la mentira de pensar que somos nosotros quienes damos origen a nuestra vida, mientras que en realidad nace del amor de Dios Padre, de su voluntad de dar la vida en abundancia. En cambio, si preferimos escuchar la voz persuasiva del «padre de la mentira» corremos el riesgo de hundirnos en el abismo del sinsentido, experimentando el infierno ya aquí en la tierra, como lamentablemente nos testimonian muchos hechos dramáticos de la experiencia humana personal y colectiva. Por eso, en esta Cuaresma 2020, el Papa quiere dirigir a todos los cristianos lo que ya escribió a los jóvenes en la Exhortación Apostólica Christus vivit, es decir, «Mira los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una y otra vez. […] Así podrás renacer, una y otra vez».
La Pascua de Jesús no es un acontecimiento del pasado: por el poder del Espíritu Santo es siempre actual y nos permite mirar y tocar con fe la carne de Cristo en tantas personas que sufren.
Urgencia de conversión
Otro aspecto importante que invita el Obispo de Roma a contemplar más a fondo es el Misterio pascual, por el que hemos recibido la misericordia de Dios. “La experiencia de la misericordia, efectivamente – escribe el Pontífice – es posible sólo en un «cara a cara» con el Señor crucificado y resucitado «que me amó y se entregó por mí». Un diálogo de corazón a corazón, de amigo a amigo. Por eso la oración es tan importante en el tiempo cuaresmal”. La oración, señala el Papa, más que un deber, nos muestra la necesidad de corresponder al amor de Dios, que siempre nos precede y nos sostiene. De hecho, el cristiano reza con la conciencia de ser amado sin merecerlo. “La oración – precisa el Pontífice – puede asumir formas distintas, pero lo que verdaderamente cuenta a los ojos de Dios es que penetre dentro de nosotros, hasta llegar a tocar la dureza de nuestro corazón, para convertirlo cada vez más al Señor y a su voluntad”.
Cuanto más nos dejemos fascinar por su Palabra, más lograremos experimentar su misericordia gratuita hacia nosotros. No dejemos pasar en vano este tiempo de gracia, con la ilusión presuntuosa de que somos nosotros los que decidimos el tiempo y el modo de nuestra conversión a Él.
La apasionada voluntad de Dios de dialogar con sus hijos
Este tiempo de Cuaresma, indica el Papa Francisco, es un tiempo favorable para nuestra conversión y nunca debemos darlo por supuesto. Esta nueva oportunidad debería suscitar en nosotros un sentido de reconocimiento y sacudir nuestra modorra. “A pesar de la presencia – a veces dramática, afirma el Pontífice – del mal en nuestra vida, al igual que en la vida de la Iglesia y del mundo, este espacio que se nos ofrece para un cambio de rumbo manifiesta la voluntad tenaz de Dios de no interrumpir el diálogo de salvación con nosotros”. Ese diálogo, precisa el Papa, que Dios quiere entablar con todo hombre, mediante el Misterio pascual de su Hijo, no es como el que se atribuye a los atenienses, los cuales «no se ocupaban en otra cosa que en decir o en oír la última novedad» (Hch 17,21).
Este tipo de charlatanería, dictado por una curiosidad vacía y superficial, caracteriza la mundanidad de todos los tiempos, y en nuestros días puede insinuarse también en un uso engañoso de los medios de comunicación.
Una riqueza para compartir, no para acumular sólo para sí mismo
Hacia el final de su Mensaje, el Santo Padre recuerda que, poner el Misterio pascual en el centro de la vida significa sentir compasión por las llagas de Cristo crucificado presentes en las numerosas víctimas inocentes de las guerras, de los abusos contra la vida tanto del no nacido como del anciano, de las múltiples formas de violencia, de los desastres medioambientales, de la distribución injusta de los bienes de la tierra, de la trata de personas en todas sus formas y de la sed desenfrenada de ganancias, que es una forma de idolatría. “Compartir con caridad hace al hombre más humano – afirma el Papa – mientras que acumular conlleva el riesgo de que se embrutezca, ya que se cierra en su propio egoísmo”.
Hoy sigue siendo importante recordar a los hombres y mujeres de buena voluntad que deben compartir sus bienes con los más necesitados mediante la limosna, como forma de participación personal en la construcción de un mundo más justo.
Hacia una economía más justa e inclusiva
Finalmente, el Papa Francisco señala que, “podemos y debemos ir incluso más allá, considerando las dimensiones estructurales de la economía”. Por este motivo, en la Cuaresma de 2020, del 26 al 28 de marzo, he convocado en Asís a los jóvenes economistas, empresarios y change-makers, con el objetivo de contribuir a diseñar una economía más justa e inclusiva que la actual. Como ha repetido muchas veces el magisterio de la Iglesia, la política es una forma eminente de caridad (cf. Pío XI, Discurso a la FUCI, 18 diciembre 1927). También lo será el ocuparse de la economía con este mismo espíritu evangélico, que es el espíritu de las Bienaventuranzas.
La ciencia confirma que: Familia que reza unida se mantiene unida
Informes centrados en la relación entre religión y psicología son muy concluyentes en este aspecto
La famosa frase del sacerdote Patrick Peyton: “familia que reza unida, permanece unida”, fue confirmada por distintos estudios científicos. Se llegó a la conclusión de que las familias que rezan juntas están más unidas, son más felices y por consiguiente viven mejor.
Estos informes centrados en la relación entre religión y psicología son muy concluyentes en este aspecto.
La oración reduce el estrés y mejora la salud
Clay Routledge, profesor de Psicología en la Universidad Estatal de Dakota del Norte ha recogido la literatura científica publicada al respecto. Ha llegado a la conclusión de que la oración, y más en familia, ayuda a ser más paciente convirtiendo a las personas en más tolerantes con respecto al entorno más cercano. Además, tal y como recoge UCCR, tiene ventajas por las que muchas personas pagan a profesionales: mejora la salud y reduce el estrés.
“Hay una evidencia que indica que la oración, un comportamiento asociado a la religión, puede ser útil para los individuos y para la sociedad”.
Este estudio no entraba en los aspectos teológicos sino en los efectos que la práctica religiosa y la oración tiene en las personas. También en las consecuencias son beneficiosas no sólo para el alma sino también para el cuerpo.
Y no son cosas imposibles. Si una familia pasa un rato unida rezando, durante ese tiempo no está enganchada a la televisión, al celular o la tablet provocando una mayor interacción entre los miembros de la familia.
Se genera un impacto en niños y adolescentes
El departamento de Sociología de la Universidad de Carolina del Norte, realizó un estudio centrado en los adolescentes estadounidenses. En este llegó a la conclusión de que los niños cuyos padres rezan juntos tienen una mejor relación con ellos.
Aunque los pequeños no hayan participado en ese momento de oración, la paz que generan se transmite también a los niños.
Otro informe de la Universidad Estatal de Florida menciona también que esta incidía en los efectos positivos que la oración genera en una pareja puesto que aumenta la confianza mutua entre ellos.
La oración, también clave en la enfermedad
Los efectos de la oración son muy visibles en las personas. No sólo a la hora de unir a la familia sino para afrontar acontecimientos difíciles. Qué se lo digan a Alexis Carrel, Nobel de Medicina, que se convirtió en Lourdes cuando provenía de un ateísmo radical. Y lo que más le llamó precisamente la atención fue la oración. Esta es su reflexión sobre los efectos de la oración en las personas:
“Cuando la oración es habitual y verdaderamente ferviente, su influencia se hace muy clara. Consiste en una especie muy clara. Consiste en una especie de transformación mental y orgánica. Esta transformación se opera de manera progresiva. Se diría que en la profundidad de la conciencia se enciende una luz. El hombre se ve tal como es. (…) Poco a poco se produce un apaciguamiento interior; una armonía de las actividades nerviosas y morales, una mayor resistencia frente a la pobreza, la calumnia, las preocupaciones. Una mayor capacidad de soportar sin desfallecer la pérdida de los suyos, el dolor, la enfermedad, la muerte. Así, el médico que ve un enfermo que se pone a orar puede alegrarse. La calma engendrada por la oración es una poderosa ayuda para la terapéutica.
La oración no puede compararse con la morfina puesto que la oración determina, al mismo tiempo que la calma, una integración de las actividades mentales, una especie de florecimiento de la personalidad. A veces, heroísmo. La pureza de la mirada, la tranquilidad del porte, la serena alegría de la expresión, la virilidad de la conducta y, cuando es necesario, la simple aceptación de la muerte del soldado o del mártir, traducen la presencia del tesoro escondido del espíritu”.
¿Cómo podemos tener libre albedrío si Dios lo sabe todo?
Conocer no es lo mismo que determinar
Pregunta:
“¡Hola! Tengo una duda teológica: con respecto al término omnisciencia, ¿cómo se puede explicar que Dios todo lo sabe cuando hay seres con libre albedrío que pueden determinar qué hacer y cómo comportarse en su entorno? Sabemos que la omnisciencia se refiere a saber todo acerca de la creación y sus formas; pero, ¿cree usted que la omnisciencia alcanza la libertad de pensamiento y acción que tienen los hombres que repercute en las decisiones que ellos mismos toman? Por ejemplo, ¿Dios sabe si uno va a ser pobre o rico?”. SD – Costa Rica
Respuesta:
Te agradezco por tu consulta pues permitirá resolver una cuestión filosófica que en algún u otro momento ha atormentado a muchos: cómo conciliar la Omnisciencia divina con la libertad humana. En efecto, son varias las personas que se han preguntado cosas tales como “¿Cómo podemos tener libre albedrío si Dios ya sabe lo que vamos a hacer?” o “¿Cómo puede Dios saberlo todo si es que tenemos libre albedrío?”.
Pues bien, comencemos con la definición de Omnisciencia. En mi libro ¿Dios existe?: El libro que todo creyente deberá (y todo ateo temerá) leer especifico la definición de cada uno de los atributos divinos y cómo se deducen lógicamente a partir del concepto de Dios. Respecto de la Omnisciencia escribo que “Se dice que un ser es omnisciente en cuanto tiene en sí la plenitud y totalidad del conocimiento” (1). En consecuencia, absolutamente nada de lo existente y sus formas puede caer fuera del conocimiento divino. Dios lo sabe todo.
Ahora, pasemos a la cuestión: ¿hay contradicción necesaria entre la Omnisciencia y el libre albedrío? De ningún modo. Y esto por una razón muy sencilla: porque un acto libre puede ser perfectamente conocido como precisamente eso, como “acto libre”, y, por tanto, el que se lo conozca no le quita en nada su cualidad de tal.
Pongámoslo con un ejemplo sencillo: imaginemos que vemos en la calle a alguien que libremente está pateando a otra persona, ¿el hecho de que lo estemos viendo quita en algo que su acto sea libre? No. Conocemos su acto como acto libre, y punto. El hecho de que nosotros veamos (conozcamos) el acto de esa persona no implica que nuestro conocimiento lo haya determinado a hacer eso sino que la determinación de su acto viene de su voluntad.
Pero aquí alguno podrá objetar: “Oh, bueno, pero con el caso de Dios es diferente porque él conoce todas las cosas desde antes que sucedan”. Aquí la clave del problema está en la palabra “desde antes”. Sucede que con tal tipo de cláusula se está diciendo como que el conocimiento de Dios es algo que se desarrolla en el tiempo conforme a un esquema de pasado-presente-futuro respecto de distintas cosas. Pero no es así pues Dios y su conocimiento, que se identifica con su ser, no está ni existe en el tiempo sino de modo trascendente al tiempo. A diferencia de lo que sucede con nuestros procesos cognitivos, Dios “ve las cosas simultánea y no sucesivamente” (2). Así que Dios no conoce en un “antes” en el sentido temporal sino que desde su conocimiento eterno abarca en un solo acto todos los sucesos temporales.
Pongamos un ejemplo adicional para ilustrar bien este último aspecto. Imaginemos que, por alguna razón, se me concede el don de la Omnisciencia y, por tanto, tengo simultáneamente el conocimiento de todo lo pasado, presente y futuro. Dentro de eso conozco, por ejemplo, que para el año 2080 un joven X elegirá libremente casarse con una muchacha Y. Ahora, sucede que estoy conociendo tal acto como acto libre. El joven podría haber elegido casarse con cualquier otra muchacha, pero en la realidad se ha dado que, de entre todas las opciones potenciales, él eligió libremente casarse con la muchacha Y. De este modo, la omnisciencia simplemente implica esto: que yo, al conocer todo lo real (en este ejemplo hipotético), conozco que el joven realizará esa elección libre por el simple hecho de que tal elección libre es un evento de la realidad. Punto, tan sencillo como eso. Análogamente, pues, Dios conoce absolutamente todos los actos, pensamientos y deseos que libremente surgen en el hombre (así como si tal o cual será “rico” o “pobre”) sin que ello elimine la libertad. Conocer no es lo mismo que determinar. Luego, no hay propiamente contradicción entre Omnisciencia y libre albedrío.
Referencias:
1. Dante A. Urbina, ¿Dios existe?: El libro que todo creyente deberá (y todo ateo temerá) leer, Ed. CreateSpace, Charleston, 2016, p. 32.
2. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I, q. 14, art. 7, rpta.
Tener los mismos sentimientos de Cristo
El amor a la voluntad del Padre y el amor a los hombres son los dos principales sentimientos de Cristo.
“Tener los mismos sentimientos de Cristo” (Fil 2,5). Este era el consejo que San Pablo daba a la primitiva comunidad cristiana de Filipos y del cual se puede sacar mucho provecho para vivir la Semana Santa.
¿Cuáles son esos sentimientos, esos motivos que Cristo guarda en su corazón? Ante todo, un profundo amor al Padre por el que hace todo. El “GPS” que dirigió su vida fue siempre ese: “¡He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad!” (Hb 10,7).
Los evangelios son testimonios de esta entrega plena de Jesús a la voluntad de su Padre. “No viene a hacer mi voluntad sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn 5,30). O cuando Cristo dijo: “el que me ha enviado está conmigo no me ha dejado solo pues siempre hago lo que le es de su agrado (Jn 8, 29).
El Jueves Santo lo veremos, en su momento más dramático, volveremos a recordar ese hilo conductor que motivó toda su existencia humana: “Padre, no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22,42).
Jesús es el eterno enamorado de la voluntad de su Padre. No hay nada más para Él que agradar a su Padre y esto significa cumplir su voluntad. Vemos que esto agrada al Padre y muestra esta satisfacción con su Hijo durante la Transfiguración en el Tabor cuando dice: “Este es mi Hijo amado en quien me complazco” (Mt 3,17).
El otro sentimiento que Cristo tenía en su corazón era el amor a los hombres. ¡Los amaba tanto! Sus entrañas se conmovían profundamente al contemplar a los hombres que estaban como ovejas sin pastor (cf. Mt 9,36). Llega incluso a derramar lágrimas y a conmoverse al ver la tristeza de María por la muerte de su hermano Lázaro y es tan evidente su compasión que los mismos judíos exclaman: cómo le quería (cf. Jn 11,33-36).
Ante las tentaciones de riquezas y poderío que el demonio le ofreció a Nuestro Señor, Él no se puso de rodillas para alabarle. Sí lo hace, en cambio, para lavarle los pies a Judas, que está a punto de traicionarle (cf. Jn 13,5). Así es Jesús: un corazón lleno de amor, humildad y ternura para con los hombres. Incapaz de no amar.
Con tal de ganar un alma más para su Reino, estuvo dispuesto a perdonar al buen ladrón minutos antes de pasar de este mundo al Padre (cf. Lc 23,43). Él sabía que valía la pena todo el sufrimiento, todo el dolor, toda la incomprensión, toda la soledad e injuria con tal de conseguir para nosotros la vida eterna en la que estaremos junto a Él en el cielo.
Estos sentimientos de su corazón le movieron a “despojarse de sí mismo tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil 2,6-8).
También nosotros podemos hacer propios estos sentimientos del corazón de Cristo y aplicarlos en nuestra vida. Mostrarle nuestra gratitud a Dios esforzándonos por cumplir su voluntad en las circunstancias particulares de nuestra vida, ya que sean agradables o arduas. Imitar sus sentimientos comprendiendo a nuestros compañeros de trabajo, de colegio, de oficina, sabiendo que todo lo que les hacemos o dejamos de hacer es a Cristo mismo a quien se lo hacemos (cf Mt 25,40).