Ven y ayuda mi poca fe

Etelberto, Santo

Rey de Kent, 24 de febrero

Laico

Martirologio Romano: En Canterbury, en Inglaterra, san Etelberto, rey de Kent, que fue el primero de los príncipes de los anglos convertido a la fe en Cristo por el obispo san Agustín ( 616).

Breve Biografía

Eteleberto, rey de Kent, se casó con una princesa cristiana llamada Berta, que era la hija única de Chariberto, rey de París. Etelberto concedió a su esposa plena libertad para practicar su religión y Berta llevó consigo a Inglaterra a Liudardo, un obispo francés, quien ofició en la dedicación de la iglesia de San Martín de Canterbury. La tradición habla de la piedad y las amables virtudes de Berta, que indudablemente impresionaron mucho a su marido.

Sin embargo, Etelberto no se convirtió sino hasta la llegada de san Agustín de Canterbury y sus compañeros. Los misioneros, enviados por san Gregorio el Grande, desembarcaron en Thanet, desde donde se comunicaron con el rey Etelberto, anunciándole su llegada y las razones de su viaje. Etelberto les rogó que permanecieran en la isla y pocos días más tarde, fue personalmente a escucharles. Su primera conversación con ellos se llevó al cabo al aire libre, pues el rey temía que empleasen alguna magia o encanto, y en aquella época se creía que la magia no producía ningún efecto a cielo abierto. Etelberto se sentó bajo una encina y recibió amablemente a los misioneros; después de escucharles, les dio permiso de predicar al pueblo y de convertir a cuantos pudieran. Igualmente les dijo que él no podía abandonar por el momento a sus dioses, pero que velaría porque los misioneros fuesen bien tratados y no les faltase nada.

Beda cuenta que les entregó la iglesia de San Martín para que pudiesen «cantar salmos, orar, ofrecer la misa, predicar y bautizar». Las conversiones empezaron a multiplicarse, y Etelberto y la corte no resistieron largo tiempo a la predicación. Fueron bautizados en Pentecostés del año 597. A la conversión del rey siguió la de millares de sus súbditos.

El rey dio permiso a San Agustín y sus compañeros de reconstruir las antiguas iglesias y de construir otras nuevas; pero, a pesar de su celo por la propagación de la fe, no obligó a sus súbditos a cambiar su religión. Como lo dice expresamente Beda, Etelberto había aprendido de sus maestros que el servicio de Cristo tenía que ser voluntario. Etelberto trataba a todos sus súbditos con la misma bondad, aunque sentía especial afecto por los que se habían convertido al cristianismo.

Su gobierno se distinguió por el empeño que puso en mejorar las condiciones de vida de sus súbditos; sus leyes le ganaron el aprecio de Inglaterra, en épocas posteriores.

En Canterbury regaló tierras y edificios al arzobispo, quien construyó ahí la catedral llamada "Christ Church" y, fuera de las murallas, la abadía y la iglesia de San Pedro y San Pablo, que más tarde se llamó de San Agustín. Etelberto fundó el nuevo obispado de Rochester en sus dominios y construyó la iglesia de San Andrés. En Londres, que formaba parte del territorio del rey de los sajones del este, construyó la primera catedral de San Pablo. Por su medio abrazaron la fe cristiana Saberlo, rey de los sajones del este, y Redvaldo, rey de los anglos del este, si bien Redvaldo recayó más tarde en la idolatría.

Después de cincuenta y seis años de reinado, Etelberto murió el año 616 y fue sepultado en la iglesia de San Pedro y San Pablo, donde descansaban los restos de la reina Berta y de san Liudardo. Hasta la época de Enrique IV, había siempre una lámpara encendida frente a su sepulcro. Las diócesis de Westminster, Southwark y Northampton celebran su fiesta; la diócesis de Nottingham y el Martirologio Romano conmemoran su nombre.

San Etelberto es un modelo por la nobleza de su conversión. La acogida que dio a los misioneros y su gesto de escucharles sin prejuicios son un caso extraordinario en la historia. Con su actitud de no imponer la fe a sus súbditos, a pesar de su celo por propagarla, favoreció enormemente la obra de los misioneros. La violencia ha sido siempre enemiga de la fe, aun en los casos en que parece favorecerla momentáneamente, pues está en oposición con el espíritu del Señor y la esencia misma del cristianismo. El mundo será evangelizado por la oración, la predicación y el ejemplo, no por la violencia, la persecución y la tiranía.

¡Todo es posible para el que tiene fe!

Santo Evangelio según san Marcos 9, 14-29. Lunes VII del Tiempo Ordinario

Por: H. Juan Pablo García Hincapié, LC | Fuente: www.somosrc.mx

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor Jesús, aquí estoy delante de ti. Vengo a hablar contigo y que Tú hables a lo más profundo de mi corazón. Te pido de manera especial que renueves en mí la fe que he recibido en el día de mi bautismo. Dame la gracia de ser capaz de reconocer tu obra salvadora también en mi vida y en la vida de cada uno de los que se acercan a mí. Te pido que, en este tiempo de oración, Tú aumentes esta virtud para que en mi vida crea en tu obra salvadora.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 9, 14-29

En aquel tiempo, cuando Jesús bajó del monte y llegó al sitio donde estaban sus discípulos, vio que mucha gente los rodeaba y que algunos escribas discutían con ellos. Cuando la gente vio a Jesús, se impresionó mucho y corrió a saludarlo.

Él les preguntó: “¿De qué están discutiendo?”. De entre la gente, uno le contestó: “Maestro, te he traído a mi hijo, que tiene un espíritu que no lo deja hablar; cada vez que se apodera de él, lo tira al suelo y el muchacho echa espumarajos, rechina los dientes y se queda tieso. Les he pedido a tus discípulos que lo expulsen, pero no han podido”.

Jesús les contestó: “¡Gente incrédula! ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganme al muchacho”. Y se lo trajeron. En cuanto el espíritu vio a Jesús, se puso a retorcer al muchacho; lo derribó por tierra y lo revolcó, haciéndolo echar espumarajos. Jesús le preguntó al padre: “¿Cuánto tiempo hace que le pasa esto?”. Contestó el padre: “Desde pequeño. Y muchas veces lo ha arrojado al fuego y al agua para acabar con él. Por eso, si algo puedes, ten compasión de nosotros y ayúdanos”.

Jesús le replicó: “¿Qué quiere decir eso de ‘si puedes’? Todo es posible para el que tiene fe”.

Entonces el padre del muchacho exclamó entre lágrimas: “Creo, Señor; pero dame Tú la fe que me falta”. Jesús, al ver que la gente acudía corriendo, reprendió al espíritu inmundo, diciéndole: “Espíritu mudo y sordo, yo te lo mando: Sal de él y no vuelvas a entrar en él”. Entre gritos y convulsiones violentas salió el espíritu. El muchacho se quedó como muerto, de modo que la mayoría decía que estaba muerto. Pero Jesús lo tomó de la mano, lo levantó y el muchacho se puso de pie.

Al entrar en una casa con sus discípulos, éstos le preguntaron a Jesús en privado: “¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?”. Él les respondió: “Esta clase de demonios no sale sino a fuerza de oración y de ayuno”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Uno de los ejercicios que reflejan la capacidad de tener fe en alguien es confiarle incluso aquello que más queremos. Hoy en el Evangelio se acerca el padre que busca la curación de su hijo que sufre tanto. Se acerca buscando la curación de aquella persona que tanto ama aun sabiendo que su hijo es atormentado desde que era pequeño. El Señor Jesús lo recibe, aunque el padre todavía no pone totalmente su fe en el Maestro.

Por eso cuando dice el padre: «Si algo puedes» Jesús le responde: «Todo es posible para el que tiene fe.» Desde este momento el padre toma conciencia que tiene que creer si quiere recibir las obras del Señor.

Meditemos hoy en este momento y en esta persona, que lo único que necesita es volver a reafirmar su fe para recuperar a su hijo, recuperar lo que tanto ama. Para finalizar recordemos que aquello que queremos recobrar en nuestra vida de fe como apóstoles, solo lo podemos hacer a través de un acto de entrega al Señor. Con esta petición en el corazón digamos: «Creo, Señor; pero dame Tú la fe que me falta».

«Recordamos, de hecho, cuando nos ha dicho el Señor Jesús: “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis”. Pero nosotros no creemos esto, porque tenemos poca fe. Si nosotros tuviéramos una fe —dice Jesús— como el grano de mostaza, recibiríamos todo. “Pedid y lo conseguiréis”. En este momento de la oración universal después del Credo, está el momento de pedir al Señor las cosas más fuertes en la misa, las cosas que nosotros necesitamos, lo que queremos. Lo conseguiréis; en un modo u otro, pero lo conseguiréis. Todo es posible para quien cree, ha dicho el Señor. ¿Qué respondió ese hombre al cual el Señor se dirigió para decir esta palabra —todo es posible para quien cree—? “Creo Señor. Ayuda mi poca fe”. También nosotros podemos decir: “Señor, yo creo. Pero ayuda mi poca fe”. Y la oración debemos hacerla con este espíritu de fe».

(Homilía de S.S. Francisco, 14 de febrero de 2018, en santa Marta).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Aumenta Señor en mi la fe para poder acrecentar en mí el celo de ser tu apóstol.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Visitaré a Cristo eucaristía pidiendo que aumente mi fe.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.

Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Jesús reprende la incredulidad de los judíos

Eres un hombre como nosotros ¿cómo es posible que te proclames Dios?

Causas de la incredulidad

Los judíos no creen la palabra de Jesús y el testimonio interior del Padre porque su corazón está en las tinieblas del pecado. Por eso "Jesús les dijo de nuevo: Yo me voy y me buscaréis, y moriréis en vuestro pecado; a donde yo voy vosotros no podéis venir. Los judíos decían: ¿Es que se va a matar y por eso dice: A donde yo voy vosotros no podéis venir?". Siempre entendiendo las cosas de arriba con una visión plana, chata, horizontal. "Y les decía: Vosotros sois de abajo; yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo; yo no soy de este mundo. Os he dicho que moriréis en vuestros pecados, porque si no creéis que yo soy, moriréis en vuestros pecados"(Jn). De nuevo la fe en su divinidad cada vez más clara, Jesús no es de este mundo. Ha usado el nombre con el que Dios se reveló a Moisés para mostrar su identidad. “Yo soy el que soy” y, de nuevo, recuerda que la fe en su divinidad –cada vez más clara- no es de este mundo: es un don de Dios.

Perplejidad

Los judíos se quedan perplejos ante esta escalada de revelaciones y dudan, "entonces le decían: ¿Tú quién eres?" Eres un hombre como nosotros ¿cómo es posible que te proclames Dios? "Jesús les respondió: Tengo muchas cosas que hablar y juzgar de vosotros, pero el que ha enviado es veraz, y yo, lo que le he oído, eso hablo al mundo. Ellos no entendieron que les hablaba del Padre". De nuevo la dificultad para entender y creer. "Díjoles, pues, Jesús: Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que como el Padre me enseñó así hablo. Y el que me ha enviado está conmigo; no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada"(Jn). Entonces Jesús pone la imagen de la serpiente elevada en el desierto por Moisés a indicación de Dios, a manera de un anuncio de su muerte salvadora en la cruz, con una obediencia que agrada al Padre por ser la reparación de la desobediencia de Adán y de los hombres pecadores. "Al decir estas cosas, muchos creyeron en Él".

La libertad de los hijos de Dios

"Decía Jesús a los judíos que habían creído en Él: Si vosotros permanecéis en mi palabra, sois en verdad discípulos míos, conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres"(Jn). La libertad de los hijos de Dios, que nace de la verdad conquistada por la fe, es la libertad del amor verdadero, la vida de Dios en el alma, es una vida nueva por un don de Dios que podemos llamar gracia divina. "Le respondieron: Somos linaje de Abrahán y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Os haré libres? Jesús les respondió: En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado, esclavo es del pecado. El esclavo no queda en casa para siempre; mientras que el hijo queda para siempre; pues, si el Hijo os librase, seréis verdaderamente libres. Yo sé que sois linaje de Abrahán y, sin embargo, buscáis darme muerte porque mi palabra no tiene cabida en vosotros".

"Yo hablo lo que vi en mi Padre, y vosotros hacéis lo que oísteis a vuestro padre. Le respondieron: Nuestro padre es Abrahám. Jesús les dijo: Si fueseis hijos de Abrahám haríais las obras de Abrahám. Pero ahora queréis matarme, a mí que os he dicho la verdad que oí de Dios; Abrahám no hizo esto. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre. Le respondieron: Nosotros no hemos nacido de fornicación, tenemos un solo padre que es Dios. Jesús les dijo: Si Dios fuese vuestro padre, me amaríais; pues yo he salido de Dios y he venido. Yo no he salido de mí mismo sino que Él me ha enviado. ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis oír mi palabra. Vosotros tenéis por padre al diablo y queréis cumplir las apetencias de vuestro padre; él era homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla la mentira, de lo suyo habla, porque es mentiroso y padre de la mentira. Sin embargo, a mí, que digo la verdad, no me creéis. ¿Quién de vosotros me argüirá de pecado? Si digo la verdad, ¿por qué no me creéis? El que es de Dios escucha las palabras de Dios; por eso vosotros no las escucháis, porque no sois de Dios".

Estalla la violencia

Al oír estas verdades, los judíos se llenaron de furor, y le respondieron con un insulto: "¿No decimos bien que tú eres samaritano y estás endemoniado? Jesús respondió: Yo no estoy endemoniado, sino que honro a mi Padre; y vosotros me deshonráis a mí"(Jn). El enfrentamiento ya es abierto. Jesús aduce su sinceridad: "Yo no busco mi gloria; hay quien la busca y juzga. En verdad, en verdad os digo: si alguno guarda mi palabra jamás verá la muerte". Afirmación fuerte es la victoria sobre la muerte. Nadie ha vencido a la muerte, que es fruto del pecado. Cristo va a traer esta victoria. No le creyeron y le dijeron: "Ahora conocemos que estás endemoniado. Abrahán murió y también los profetas, y tú dices: Si alguno guarda mi palabra, jamás gustará la muerte. ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Abrahám, que murió? También los profetas murieron. ¿Por quién te tienes tú? Jesús respondió: Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria nada vale. Mi Padre es el que me glorifica, el que decís que es vuestro Dios, y no lo conocéis; yo, sin embargo, lo conozco. Y si dijera que no lo conozco sería mentiroso como vosotros, pero lo conozco y guardo su palabra. Abrahám vuestro padre se regocijó por ver mi día; lo vio y se alegró. Los judíos le dijeron: ¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abrahám? Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo: antes que Abrahám naciese, yo soy"(Jn). Es el momento de una explicación de la filiación divina de Jesús. Jesús es preexistente a Abraham y tiene alrededor de treinta años. Esta revelación no puede querer decir más que es Dios mismo. Es Hijo eternamente engendrado por el Padre. Este Hijo eterno se ha hecho hombre para traer vida divina a los hombres. Abraham recibió la revelación de esta enorme gracia de Dios y exultó. Ahora deberían tener una fe como la de Abraham para creer en esta enormidad: que este hombre que tienen delante de los ojos sea, además de hombre, Dios verdadero, Hijo consustancial con el Padre Dios. "Entonces tomaron piedras para tirárselas; pero Jesús se escondió y salió del Templo"(Jn). Es un final violento. Ha estallado la violencia, han pasado de la polémica al insulto, y del insulto al intento de lapidación. Ya no se trata sólo de falta de fe, sino de auténtico odio. Pero Jesús no puede callar, tiene que decir a todos su identidad y el motivo de su misión salvadora.

Elijamos el amor, aunque cueste

De la homilía del Papa Francisco en Bari, 23 de febrero de 2020.

El Papa Francisco comenzó su homilía de este domingo 23 de febrero recordando el texto de Mateo 5,38 donde Jesús cita la antigua ley: «Ojo por ojo, diente por diente». Sobre este versículo, el Papa afirma que significa “un paso adelante” en las relaciones entre las personas, porque “evitaba represalias peores: si alguien te ha hecho daño, le pagarás con la misma medida, no podrás hacerle algo peor. Que las controversias terminaran con un empate era ya un paso adelante”, insiste.

La estrategia de Jesús
El Papa pone en evidencia la estrategia de Jesús: Él “va más allá, mucho más lejos: «Pero yo les digo: no hagan frente al que les agravia» (Mt 5,39). Detrás de esta afirmación está el modo de proceder de Dios mismo: “Que el Padre, nuestro Padre, ama siempre a todos, aun cuando no es correspondido. Él «hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos» (v. 45).

Seguidamente el Papa plantea: “Si queremos ser discípulos de Cristo, si queremos llamarnos cristianos, este es el camino. Amados por Dios, estamos llamados a amar; perdonados, a perdonar; tocados por el amor, a dar amor sin esperar a que comiencen los otros; salvados gratuitamente, a no buscar ningún beneficio en el bien que hacemos”.

La novedad cristiana: el extremismo del amor
Francisco insiste, ante las posibles argumentaciones de que Jesús exagera al pedirnos amar a los enemigos diciendo: "Amen a sus enemigos y recen por los que les persiguen". Esta es la novedad cristiana. Es la diferencia cristiana. Rezar y amar: esto es lo que debemos hacer; y no sólo por los que nos aman, por los amigos, por nuestra gente. Porque el amor de Jesús no conoce límites ni barreras. El Señor nos pide la valentía de un amor sin cálculos. Porque la medida de Jesús es el amor sin medida”.

Es más, el Papa afirma: “El mandamiento del amor no es una simple provocación, sino es el espíritu del Evangelio” y profundiza: “El Señor no fue prudente, no hizo concesiones, nos pide el extremismo de la caridad. Este es el único extremismo cristiano: el del amor”.

El culto a Dios se opone a la cultura del odio

El Papa Francisco se cuestiona: “¿Qué me preocupa en la vida: mis enemigos, quien me aborrece, o amar?” A esto responde: “No te preocupes de la maldad de los demás, o del que piensa mal de ti. En cambio, comienza a transformar tu corazón por amor a Jesús. Porque quien ama a Dios no tiene enemigos en el corazón. El culto a Dios es lo opuesto a la cultura del odio”.

El Obispo de Roma insistió en la necesidad de combatir la cultura del odio: “Esta es la revolución de Jesús, la más grande de la historia: la que pasa del odio al amor por el enemigo, del culto a la lamentación a la cultura del don. ¡Si pertenecemos a Jesús, este es el camino!

El Papa nos advierte sobre la consideración de creer que la lógica de Jesús es un fracaso: “A los ojos del mundo Él es un perdedor, pero a los ojos de Dios es un ganador” y citando la segunda lectura, donde San Pablo nos advierte: «Que nadie se engañe […]. Porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios» (1 Co 3,18-19). “Dios ve más allá. Él sabe cómo ganar. Sabe que el mal sólo se puede vencer con el bien. Nos salvó así: no con la espada, sino con la cruz. Amar y perdonar es vivir como ganadores” insistió Francisco.

Ante la tentación de devolver violencia porque he recibido violencia, el Papa nos recuerda las palabras que Jesús dijo a Pedro: “El Señor también nos repetiría a nosotros las palabras que dijo a Pedro en Getsemaní: «Mete la espada en la vaina» (Jn 18,11) y luego prosiguió: “No, la solución no es desenvainar la espada contra alguien, ni tampoco huir de los tiempos que nos toca vivir. La única solución es el camino de Jesús: el amor activo, el amor humilde, el amor «hasta el extremo» (Jn 13,1)”.

Una gracia que debemos implorar
El Papa nos invita a pensar si lograremos hacer realidad, si lograremos vivir el mandamiento de Jesús. A ello responde: “Si la meta fuera imposible, el Señor no nos hubiera pedido que la alcanzáramos. Pero, solos es difícil; es una gracia que debemos implorar. Se necesita pedir a Dios la fuerza para amar, decirle: “Señor, ayúdame a amar, enséñame a perdonar. Solo no puedo hacerlo, te necesito”. Y también pedirle la gracia de ver a los demás no como obstáculos y complicaciones, sino como hermanos y hermanas a quienes amar”.

¿Qué es un retiro espiritual?

Soledad, sosiego, silencio, serenidad. Vida interior...Un verdadero encuentro con Dios.

¿De qué se trata?

Hacer unos Ejercicios Espirituales, un Curso de retiro, es una manera eficacísima de acercarse a Dios, una oportunidad estupenda para tratarle con paz, con mayor intensidad. Conocerle y conocernos con la luz que El nos da, de modo que ese conocimiento influya en nuestra vida, mejorándola, amando más a Dios y al prójimo. Muchas veces será el inicio de una sincera conversión.

Hay momentos en la vida en que es necesario pararse; épocas en las que hay un nuevo despertar, en las que surgen -con la fuerza de la primera vez-, pasiones e iniciativas, afanes nobles que necesitan un cauce; periodos en que las necesidades espirituales se agudizan, y se mira la vida cara a Dios, y uno se plantea las grandes cuestiones de todos los tiempos: ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Cuál es nuestro origen? ¿Cuál es nuestro fin? ¿De dónde viene y a dónde va todo lo que existe?

Muchas veces vamos por la vida como a galope. Más que ir nosotros, nos traen y nos llevan las cosas, las situaciones, las circunstancias. ¡Siempre con prisas! ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Para quién trabajo de esta manera?… ¡Que se detenga el mundo un par de días! ¡Necesito pensar! Pues bien, en cierto sentido un Curso de retiro hace realidad ese “milagro”.

En muchas ocasiones nos limitamos a actuar como dice San Josemaría Escrivá en el nº 837 de Camino: “¡Galopar, galopar!…¡Hacer, hacer!… Fiebre, locura de moverse… Maravillosos edificios materiales…

Espiritualmente: tablas de cajón, percalinas, cartones repintados… ¡galopar!, ¡hacer! —Y mucha gente corriendo: ir y venir.

Es que trabajan con vistas al momento de ahora: “están” siempre “en presente”. —Tú… has de ver las cosas con ojos de eternidad, “teniendo en presente” el final y el pasado… Quietud. —Paz. —Vida intensa dentro de ti. Sin galopar, sin la locura de cambiar de sitio, desde el lugar que en la vida te corresponde, como una poderosa máquina de electricidad espiritual, ¡a cuántos darás luz y energía!…, sin perder tu vigor y tu luz.”
La paz de unos días de retiro sirve para pensar con calma en lo importante, y poner un poco de orden en las ideas. Familia, trabajo, vida cristiana, amistades… ¿Está cada cosa en su sitio? ¿Tengo que redimensionar algún aspecto de mi vida?

Soledad, sosiego, silencio, serenidad. Vida interior

Buscar la soledad es una constante en la historia de la espiritualidad, porque en la soledad acontece con más facilidad el encuentro del alma con Dios.

“Siempre empiezo a rezar en silencio, porque es en el silencio del corazón donde habla Dios. Dios es amigo del silencio: necesitamos escuchar a Dios, porque lo que importa no es lo que nosotros le decimos, sino lo que El nos dice y nos transmite” (Beata Madre Teresa de Calcuta. Camino de sencillez).

Para oír la voz de Dios se necesita un ambiente apropiado. Un clima de silencio, de recogimiento interior, que facilite el diálogo personal con El. Hablarle y escucharle. Eso es la oración. Y en ese ambiente, podemos preguntarnos sobre el sentido de nuestra vida, y preguntárselo a Dios, que es quien nos la ha dado.

Retirarnos algunos días a un lugar solitario, para descubrir los valores del espíritu y ejercitarlos más en nuestra vida. Para ahondar hasta llegar a las raíces de lo que somos, de la grandeza y dignidad de ser y sabernos hijos de Dios. Para meditar sobre nuestro destino eterno.
“Distraerte. —¡Necesitas distraerte!…, abriendo mucho tus ojos para que entren bien las imágenes de las cosas, o cerrándolos casi, por exigencias de tu miopía…

¡Ciérralos del todo!: ten vida interior, y verás, con color y relieve insospechados, las maravillas de un mundo mejor, de un mundo nuevo: y tratarás a Dios…, y conocerás tu miseria…, y te endiosarás… con un endiosamiento que, al acercarte a tu Padre, te hará más hermano de tus hermanos los hombres.” (San Josemaría Escrivá, Camino, nº 283).

Pegas y excusas

Sin cesar aparecerán razonadas pegas y excusas para dilatar, o no hacer un Curso de retiro: “sería estupendo, lo reconozco, pero…” “no es que no quiera hacerlo, es que…” Siempre habrá algo urgente que nos impida encontrar tiempo para lo importante. Y unos días de retiro –procura que sean cada año- son muy importantes para tu vida. Las mayores dificultades son la pereza, no querer rectificar y evitar enfrentarse consigo mismo.
Piensa..¿No sientes que a tu vida -tan llena de ciertas cosas- le falta sentido? Querrías cambiar y, ¿no sabes cómo? Haz un Curso de retiro.

Meditaciones y charlas

El Curso de retiro consta de distintos actos de piedad, -charlas, meditaciones, etc.- y de muchos momentos de silencio dedicados al examen personal y a la oración.

En las meditaciones y charlas se suelen recordar las verdades fundamentales de la fe y de la moral cristiana, -de acuerdo con lo que el Magisterio de la Iglesia ha declarado doctrina segura-, para que nos lo apliquemos y mejoremos personalmente. Se procura que descubramos a Dios que se nos da a conocer en medio del trabajo, en la vida familiar o social, por la calle… que nos invita a participar de su felicidad, y que pide nuestra correspondencia.

En el Curso de retiro no se plantean temas discutibles. Por eso no vamos para opinar o a hacer debates; vamos a aprovechar el tiempo, a aprender y a adquirir la doctrina cierta, en la que se fundamenta la vida espiritual y de la que se desprenden los criterios prácticos de conducta.

Es posible que, en alguna ocasión necesitemos tratar con mayor detenimiento algún aspecto de las meditaciones o charlas, o que tengamos alguna duda que nos interese aclarar. Entonces, para no distraer la atención de los demás, con sencillez, podemos acudir en privado al sacerdote o a alguna de las personas encargadas de atender el Curso de retiro.

Santa Misa y Sacramento de la Reconciliación

En el Curso de retiro se celebra diariamente la Santa Misa, y tenemos la oportunidad de recibir al Señor. La Santa Misa es lo más importante en la vida de un cristiano; es “el centro y la raíz de la vida interior”. Porque es el mismo Sacrificio de la Cruz. Cuando se celebra una Misa, se hace presente lo que sucedió en el Calvario, aunque de una manera incruenta –sin derramamiento de sangre- y misteriosa.

Para vivir esta aventura estupenda de tanta intimidad con el Señor –lo tocamos, lo comemos, nos “endiosamos” al recibirle-, hay que estar en gracia, haber conseguido antes el perdón de nuestros pecados. Este es otro de los grandes dones que el Señor nos hace en el Curso de retiro.

Con la Confesión bien hecha, Cristo perdona los pecados. Cuanto mejor se confiesa uno, más gracia recibe y más se aproxima a El. Y acercarnos a Dios es encontrar la alegría y la paz. Por eso es muy importante aprovechar el sosiego y el recogimiento interior de esos días, para preparar y hacer una buena Confesión.

Visita al Santísimo y exposición con el Santísimo

En el retiro, se hace la Visita al Santísimo. Consiste en devolverle con todo cariño, esa visita que El antes hizo a nuestra alma, cuando le recibimos en la Comunión. Es un detalle de delicadeza humana y sobrenatural.

La ceremonia de la exposición con el Santísimo es sencilla y solemne, y mueve mucho a la piedad. Además de la estación a Jesús Sacramentado, se cantan diversos himnos, p.ej. Pange lingua (¡Canta, oh lengua!), Tantum ergo (Veneremos, pues) y Laudate (Alabad al Señor), cánticos antiquísimos y llenos de significado. Se termina con unos actos de desagravio a Dios y a sus santos.

Lectura espiritual, Vía Crucis y trato con María

Aprovecha el Curso de retiro para conocer mejor a Jesucristo, y así poder tratarle y quererle más. ¿Cómo? Ayudándote, en los ratos libres, de algún libro sobre su vida; o haciendo lectura meditada de los Evangelios, o del Catecismo de la Iglesia Católica.

Durante el Curso de retiro hará mucho bien a tu alma, dedicar todos los días algún rato a hacer el Via Crucis. Recorrer la vía dolorosa hacia el Calvario junto a Jesús, nos da la oportunidad de contemplar los dolores físicos y morales del Señor y, verlos como lo que realmente son, fruto de nuestros pecados, de los tuyos y de los míos. San Pablo lo explica con claridad cuando dice que cada vez que el cristiano peca, renueva la Pasión de Cristo. Por esta razón, la devoción del Vía Crucis nos ayuda a arrepentirnos de nuestros pecados, a pedirle perdón y a desear no volver a actualizar sus sufrimientos.

Busca modos personales para tratar a la Virgen. Es propio de buenos hijos querer mucho a su Madre, y demostrárselo con detalles de cariño. Algunos son tradición antiquísima de la Iglesia: como el rezo del Angelus y la Salve. Entre las oraciones y devociones que son más gratas a la Virgen, el rezo del Santo Rosario es, quizá, la más popular.

Hacer examen. Sinceridad. Propósitos de cambio

En el retiro te ayudará asistir a las meditaciones, charlas, lectura, etc., pero no basta con participar en estos actos, sino que lo fundamental y prioritario estará en examinar la conducta y la conciencia: repasar nuestra vida reciente y pasada, con relación a Dios y al prójimo.

El encuentro con Dios en esos días, consiste esencialmente en una sincera y profunda apertura del alma, que muestra la situación de la propia vida, la fe y la confianza en Jesucristo, el arrepentimiento de las culpas, la rectificación de la vida y las necesidades que agobian o pesan.
Porque no es suficiente no desear ofender a Dios, sino que tenemos que llegar a quererle como se quieren los amigos de verdad. Si faltase la sinceridad, desaparecería la posibilidad misma de la intimidad con Jesús, que no puede hacer nada con la doblez, con quien se oculta, con aquella persona que no quiere abrirle de par en par su interioridad.

“Los hombres están siempre dispuestos a curiosear y averiguar vidas ajenas, pero les da pereza conocerse a sí mismos y corregir su propia vida.” (S. Agustín, Las Confesiones).

Véncete, y trata de aprovechar bien los días de retiro, y vendrán los frutos: propósitos de cambio -grandes o pequeños- en algún aspecto de tu vida. Y con la gracia de Dios -y también, si queremos, con la ayuda del sacerdote- cambiar lo que haya que cambiar; mejorar lo que haya que mejorar. Después vendrá la vida ordinaria, en la que tendremos que poner por obra, luchando, lo que con la gracia de Dios hemos visto durante esos días.

El Amor es dando y amando: esa es la medida

Jesús nos enseña que seremos medidos en el amor y que, al final de nuestra vida, no nos van a preguntar por nuestras posesiones o títulos

Me crié en un mundo en donde me forjaron una mala idea de que los mandamientos de Dios eran una imposición religiosa o alguna forma de dominación. Mucho después en mi proceso de conversión descubrí que los mandamientos en realidad son la senda para encontrar el sentido y el gozo en la vida, dicho por Aquel que sabe más que nosotros y nos ama mucho, y también nos quiere enseñar a amar.

He descubierto que todos los caminos contrarios, o que se oponen a estos divinos mandatos, solo conducen a muchas desdichas, a sendas de dolor o sufrimiento que tarde o temprano abarrotan al alma sin dejarle una salida visible.

Todo lo que Dios nos ha enseñado es para que encontremos vida en abundancia, para que encontremos el amor y la mejor forma de amar.

El camino del mal siempre tiene su atractivo, y se disfraza de lujos, placeres y bondades superficiales para presentarse como si, solo a través de él, lograremos alcanzar la felicidad Pero dista mucho de ser así.

El que vive como Jesús, practicando las virtudes cristianas y haciéndolas parte de su vida, tiene mucha más felicidad en su corazón que el que va por otras vías "rápidas".

Jesús es el Camino, la Verdad que nos lleva a la vida, a disfrutarla. Él nos enseña el verdadero amor y que seremos medidos en este amor.

Al final de nuestra vida, no nos van a preguntar por nuestras posesiones o títulos, sino cuánto amor entregamos a los demás, cuánto amor dimos. La única pregunta será sobre el amor concreto a nuestros hermanos, porque en cada uno de ellos está Jesús mismo queriendo ser amado.

Oración

Señor, hoy vengo ante Ti y me rindo a tus pies para que guíes mis pasos e ilumines todos mis senderos con tu luz poderosa.

Enséñame a recorrer tus caminos, no quiero vivir lejos de Ti, de tu amor, de tu abrazo consolador, pues solo Tú traes consuelo al alma.

Ven y transforma mi corazón. Aleja de él todo vestigio de oscuridad, límpialo y sánalo para que aprenda amar sin límites.

Reconozco que en mucho te he fallado, pero tu amor puede levantarme, puede sanarme y puede transformarme.

Ven y enséñame a amar, a entender que sólo en Ti encontraré la verdadera felicidad, que sólo Tú puedes cambiar mi vida y mostrarme lo que mejor me conviene.

Deseo abrir la puerta de mi corazón a tu presencia renovadora, al manantial de gracias que derramas a través de tus Sacramentos.

Concédeme el don de la alegría. Sana las heridas de mi corazón que han sembrado miedo y dolor, para poder así actuar con todas las capacidades que me has regalado.

Confío en tu amor, en que eres Tú eres el dueño de mi vida y que me das las fuerzas que necesito para alcanzar mi propia felicidad.

Amén.

El miedo al fracaso

La vida es un combate, pero sólo quienes luchan y tienen esperanza la viven en plenitud.

“Es mejor perderse que nunca embarcar, mejor tentarse a dejar de intentar, aunque ya ves que no es tan fácil empezar”. Estas palabras del tema musical “Color esperanza” del cantante argentino, Diego Torres, nos ponen en guardia contra uno de los peores enemigos de nuestra vida. Tenemos muchos propósitos, nos gustaría emprender grandes proyectos, y quisiéramos superarnos en muchos aspectos, pero siempre hay algo que nos paraliza: el miedo al fracaso.

Parece ser que el lema de nuestra vida es: “ser sobresaliente o nada”, y ante los primeros síntomas de una derrota, nos desanimamos y dejamos todo a la deriva.

Este es el verdadero fiasco, dejar todo a la deriva, no emprender nada por temor a fracasar. Las caídas son algo normal en el ser humano que está luchando por alcanzar algún objetivo en su vida. Perder una batalla no significa perder la guerra.

¿Qué hacer para vencer el miedo al fracaso que tantas veces nos paraliza?

En primer lugar debemos tomar consciencia de que la lucha es algo connatural a nuestra condición humana. Ya nos lo decían las escrituras: “Militia est vita hominis super terram”. Somos hombres, no ángeles, podemos equivocarnos.

En segundo lugar debemos confiar, “pintarnos la cara color esperanza” diría en la misma canción el cantante anteriormente citado. Pero ¿en quién o en qué debemos confiar?

Nosotros necesitamos tener esperanzas –más grandes o más pequeñas- que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de superar todo lo demás, aquellas no bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar (Benedicto XVI, Spe Salvi, nº 31).

Necesitamos tener motivaciones humanas precisamente porque somos humanos, y fácilmente nos cansamos si seguimos únicamente motivaciones sobrenaturales, pero ellas no pueden superar a la esperanza en Cristo. Siguiendo únicamente esperanzas pequeñas podemos llegar a hacer cosas muy buenas, pero limitadas como nuestras propias fuerzas, en cambio, con nuestra Gran Esperanza, podemos alcanzar incluso aquello que sobrepasa nuestras fuerzas. Necesitamos esperar en algo o en alguien para alcanzar frutos en nuestra vida, quien en nada espera, nada consigue.

Podemos ver ejemplos de personas de todo tipo que, a lo largo de la historia, han luchado y han tenido esperanzas –más grandes o más pequeñas- y han salido triunfantes.

Albert Einstein era considerado por sus padres un deficiente mental cuando era niño. A los tres años todavía no había aprendido a hablar. En la escuela fue un estudiante no destacado. Sin embargo, no se dejó llevar por esas limitaciones que podrían asustarlo, y por medio de un gran esfuerzo y de una esperanza en sus cualidades que parecían estar ocultas, salió adelante. Hoy, quien era tenido por deficiente mental, es considerado un genio.

El cura de Ars tuvo muchas dificultades en sus estudios. No conseguía aprender el latín. Teniendo 20 años de edad, era aventajado ampliamente por sus compañeros de 12 y 13 años. Reprobó exámenes en varias ocasiones, después de haber estudiado días y noches enteras, y fue aconsejado por sus superiores a abandonar la vocación sacerdotal debido a su limitada capacidad intelectual. El Cura de Ars confió en la Gran Esperanza, siguió luchando, y obtuvo de Dios la gracia de ser ordenado sacerdote (algo que no podía alcanzar con sus propias fuerzas), aunque sus capacidades intelectuales no crecieron en lo más mínimo, y hoy es el patrono de los sacerdotes.

Después de estas sencillas reflexiones tenemos que volver a nuestras ocupaciones ordinarias del día a día, al mismo ambiente que nos rodea, afrontando los mismos problemas de siempre. La vida parece una historia repetida y aburrida. Ofrece siempre lo mismo y nunca cambia. Nosotros podemos hacer más divertida nuestra vida, haciendo extraordinarias nuestras cosas ordinarias, con lucha y esperanza. Cuando nos cueste el estudio, hay que seguir luchando, confiando que en el día de mañana nos será útil en nuestra vida. Cuando nos cueste repetirle a nuestros hijos por décima vez lo mismo, hay que confiar que el hacerlo les ayudará a ser personas educadas en el futuro. Cuando nos parezca inútil continuar un proyecto emprendido y pensemos que ya no podemos, ahí debemos confiar en que Dios sacará de ello un fruto abundante, y seguir trabajando.

La vida es un combate, pero sólo quienes luchan y tienen esperanza la viven en plenitud.

 

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