El amor de Dios es infinito
- 03 Marzo 2020
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Teresa Eustoquio, Santa
Virgen Fundadora, 3 de marzo
Martirologio Romano: En Brescia, en Lombardía, santa Teresa Eustoquio (Ignacia) Verzeri, virgen, fundadora del Instituto de Hijas del Sacratísimo Corazón de Jesús († 1852).
Etimológicamente: Teresa = “bella y ardiente como el sol del verano” o “mujer amable y fuerte”. Viene de la lengua griega y alemana.
Fecha de beatificación: 27 de octubre de 1946 por el Papa Pío XII
Fecha de canonización: 10 de junio de 2001 por S.S. Juan Pablo II
Breve Biografía
Nació Bérgamo de Lombardía, en el seno de los condes de Pedroça-Grumelli y se llamaba Teresa Eustoquio. Intentó tres veces hacerse religiosa benedictina, pero el canónigo de la catedral de Bérgamo, José Bengalio, la hizo salir tres veces del convento, cosa que le supuso a Teresa no pocas críticas y burlas, pero ella lo soportó por obediencia.
Después de haber salido por tercera vez del convento, Teresa se consagró enteramente a la instrucción religiosa de las niñas en una pequeña casa llamada Gromo, que pronto se convirtió en la semilla de la nueva congregación religiosa que había de fundar. Antonia, su hermana y otras dos jóvenes, se le unieron al poco tiempo. Las cuatro hicieron la profesión de votos simples ante el canónigo Benaglio, quien las destinó a la enseñanza de la juventud. La vida de la nueva comunidad era muy austera, con largos períodos de silencio y ayuno. Teresa tuvo que hacer frente a muchas dificultades espirituales, dudas y tentaciones. La Congregación empezó pronto a crecer, pues ingresaron en ella numerosas jóvenes de buena familia, entre las que se contaban tres hermanas de Teresa, además de su propia madre que había quedado viuda. El canónigo Benaglio se encargaba de la dirección espiritual de la comunidad y ayudó a redactar las reglas y constituciones que comprendían diferentes obras de caridad: escuelas para los niños pobres, visitas a las mujeres enfermas, centros religiosos y de recreación para las jóvenes que se hallaban en peligro y sobre todo, retiros para mujeres, según el espíritu de San Ignacio de Loyola.
El obispo de Bérgamo, Mons. Carlos Gritti-Morlacchi, favoreció al principio a la nueva congregación, pero después se dedicó a obstaculizar su crecimiento. Mayor prueba fue para Teresa su propia indecisión y humildad. ¿La llamaba Dios realmente a fundar una nueva congregación, dado que ya existían otros institutos similares, como el del Sagrado Corazón, fundado por santa Magdalena Sofía Barat. Teresa fue a Turín, donde la madre Barat había empezado a organizar, desde 1832, los retiros para mujeres y se sintió muy inclinada a unir su Congregación con la de la santa. Pero pronto comprendió que la voluntad de Dios era diferente, pues había campo más que suficiente para las dos congregaciones, por similares que fuesen. Así pues, la beata tuvo que superar ésta y otras dificultades y soportar con paciencia numerosas desilusiones, antes de conseguir que se estableciera sólidamente su Instituto. Finalmente, en 1841, Teresa y sus compañeras pudieron hacer la profesión solemne en manos del mismo prefecto de la Congregación de obispos y religiosos, el cardenal Constantino Patrizi. Unos cuantos días más tarde, fue publicado el decreto aprobatorio de la Santa Sede y la Congregación fue definitivamente confirmada en 1847. Con esta ocasión, se autorizó a la fundadora a abrir una casa en Roma.
Entre los que ayudaron a Teresa Verzeri en las dificultades, se contaba el beato Luis Pavoni, de Brescia, quien se encargó de imprimir las Constituciones de la nueva
Congregación, en un momento en que esto significaba exponerse a muchas molestias; pero el beato hizo caso omiso de las murmuraciones y hablillas. Además, intercedió ante Mons. Speranza para que apoyase en Roma la causa de las Hijas del Sagrado Corazón. Cuando Teresa compró un antiguo monasterio en Brescia, el Beato Luis proyectó los cambios que era necesario hacer al edificio y se encargó de vigilar personalmente la obra. Para ayudar a Teresa, hizo varios viajes a Bérgamo y a Trento, y se comprometió a asegurar la misa diaria en la casa madre. Nada era demasiado difícil para el Beato Luis, cuando se trataba de ayudar a las religiosas. La gran estima mutua que se profesaban el Beato Luis y la Beata Teresa ha continuado entre sus Congregaciones respectivas, en el siglo que ha transcurrido desde su muerte.
La beata vivió todavía cuatro años después de la fundación de la casa de Roma. Durante ellos creció en gracia y santidad y su Congregación con ella. El cólera que azotó el norte de Italia, arrebató a la beata el 3 de marzo de 1852. La multitud que asistió a sus funerales fue el mejor testimonio de la reputación de santidad de que gozaba y que no ha hecho sino aumentar con el tiempo.
Santo Evangelio según san Mateo 6, 7-15. Martes I de Cuaresma
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, que reconozca lo que Tú quieres de mí porque sé que me compartes tu misión de ayudar a las personas a que te conozcan.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 6, 7-15
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando ustedes hagan oración, no hablen mucho, como los paganos, que se imaginan que a fuerza de mucho hablar serán escuchados. No los imiten, porque el Padre sabe lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. Ustedes pues, oren así:
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal.
Si ustedes perdonan las faltas a los hombres, también a ustedes los perdonará el Padre celestial. Pero si ustedes no perdonan a los hombres, tampoco el Padre les perdonará a ustedes sus faltas”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Es una tarea muy enriquecedora el ayudar en la catequesis con niños que se preparan para la primera comunión y la confirmación. En este año y medio que llevo ayudando en una parroquia, de verdad he aprendido mucho de los niños. Me venía a la mente cómo el compartir la fe con los pequeños, el ayudarles en lo que pueda y, sobre todo, entenderlos, es lo que Jesús ha hecho con nosotros. Se hizo uno de nosotros, nos habló en nuestro propio idioma para que pudiéramos entenderlo; nos guía en el camino hacia el Padre como hermano mayor. Todo esto lo ha hecho por amor, por lo que su misma vida es una invitación a hacer todas las cosas con amor.
Cristo nos ha dado el don de llamar a Dios Padre y este es un hecho que nunca debemos olvidar. Si bien Dios está en el cielo, también está presente entre nosotros, solo necesitamos descubrirlo. A veces está un poco escondido, pero con fe y esfuerzo lo podemos encontrar en los lugares que menos nos esperamos. Parte de nuestra misión en la vida es mostrar a los demás que Dios está presente en sus vidas y que ese Dios es Padre.
¿Quién no quisiera saber que Dios lo cuida como su hijo y por eso no lo dejaría jamás? Y ciertamente, como buen padre, de vez en cuando le llamaría la atención por no hacer las cosas como debiera. Como Dios es creador de todo, qué otra cosa le podemos pedir, sino que nos conceda las cosas que necesitamos diariamente. Él está a la espera de que se las pidamos porque el solo hecho de escuchar nuestra voz ya lo hace feliz y, con todo el gusto del mundo, nos concederá lo que queramos y nos convenga. Él es la persona a la que primero le pedimos perdón, pero, desafortunadamente, no ha sido la única a la que hemos ofendido por lo que el pedirle al Señor que nos perdone, ya es el inicio de este ejercicio tan hermoso que es perdonar. Pidámosle al Señor, desde el fondo del corazón, que nos conceda esta gracia.
«Pero la gracia abundante de Dios siempre es un reto. Aquellos que han recibido tanto deben aprender a dar tanto y no retener solo para ellos mismos lo que han recibido. Los que han recibido tanto deben aprender a dar tanto. No es una coincidencia que el Evangelio de Mateo, inmediatamente después del texto del Padrenuestro entre las siete expresiones utilizadas, enfatice precisamente la del perdón fraterno: “Si vosotros, perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas”. ¡Pero esto es fuerte! Pienso: a veces he escuchado gente que decía: “¡Nunca perdonaré a esa persona! ¡Nunca perdonaré lo que me hicieron!” Pero si no perdonas, Dios no te perdonará. Tú cierras la puerta. Pensemos, si somos capaces de perdonar o si no perdonamos».
(Audiencia de S.S. Francisco, 24 de abril de 2019).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy analizaré si tengo que pedir perdón a alguien de mi familia o amigos y lo haré.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Explicación de las partes del Padrenuestro
Uno de sus discípulos le pidió a Jesús que los enseñara a orar y Él lo hizo, enseñándoles la oración del Padrenuestro. Es así como Jesús nos regaló esta oración siendo la oración cristiana fundamental, la que todos nos sabemos, grandes y chicos, la que rezamos en la casa, en el colegio, en la Misa. A esta oración también se le llama “Oración del Señor” porque nos la dejó Cristo y en esta oración pedimos las cosas en el orden que nos convienen. Dios sabe que es lo mejor para nosotros. A través del Padrenuestro vamos a hablar con nuestro Padre Dios. Se trata de vivir las palabras de esta oración, no solo de repetirlas sin fijarnos en lo que estamos diciendo. El Padrenuestro está formado por un saludo y siete peticiones.
Saludo
PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN E L CIELO. Con esta pequeña frase nos ponemos en presencia de Dios para adorarle, amarle y bendecirle.
¡PADRE! : Al decirle Padre, nosotros nos reconocemos como hijos suyos y tenemos el deseo y el compromiso de portarnos como hijos de Dios, tratar de parecernos a Él. Confiamos en Dios porque es nuestro Padre.
PADRE “NUESTRO”: Al decir Padre Nuestro reconocemos todas las promesas de amor de Dios hacia nosotros. Dios ha querido ser nuestro Padre y Él es un Padre bueno, fiel y que nos ama muchísimo. “Padre Nuestro” porque es mío, de Jesús y de todos los cristianos.
“QUE ESTÁS EN EL CIELO”: El cielo no es un lugar sino una manera de estar. Dios está en los corazones que confían y creen en Él. Dios puede habitar en nosotros si se lo permitimos. Dios no está fuera del mundo, sino que su presencia abarca más allá de todo lo que podemos ver y tocar.
Las siete peticiones
Después de ponernos en presencia de Dios, desde nuestro corazón diremos siete peticiones, siete bendiciones. Las tres primeras son para dar gloria al Padre, son los deseos de un hijo que ama a su Padre sobre todas las cosas. Las cuatro últimas le pedimos su ayuda, su gracia.
1.SANTIFICADO SEA TU NOMBRE: Con esto decimos que Dios sea alabado, santificado en cada nación, en cada hombre. Depende de nuestra vida y de nuestra oración que su nombre sea santificado o no. Pedimos que sea santificado por nosotros que estamos en Él, pero también por los otros a los que todavía no les llega la gracia de Dios. Expresamos a Dios nuestro deseo de que todos los hombres lo conozcan y le estén agradecidos por su amor.
Expresamos nuestro deseo de que el nombre de Dios sea pronunicado por todos los hombres de una manera santa, para bendecirlo y no para blasfemar contra él. Nos comprometemos a bendecir el nombre de Dios con nuestra propia vida.
2.VENGA A NOSOTROS TU REINO: Al hablar del Reino de Dios, nos referimos a hacerlo presente en nuestra vida de todos los días, a tener a Cristo en nosotros para darlo a los demás y así hacer crecer su Reino; y también nos referimos a que esperamos a que Cristo regrese y sea la venida final del Reino de Dios.
Cristo vino a la Tierra por primera vez como hombre y nació humildemente en un establo. En el fin del mundo, cuando llegue la Resurrección de los muertos y el juicio final, Cristo volverá a venir a la Tierra, pero esta vez como Rey y desde ese momento reinará para siempre sobre todos los hombres. Se trata de ayudar en la Evangelización y conversión de todos los hombres. Hacer apostolado para que todos los hombres lo conozcan, lo amen.
Pedimos el crecimiento del Reino de Dios en nuestras vidas, el retorno de Cristo y la venida final su Reino.
3.HÁGASE TU VOLUNTAD EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO: La voluntad de Dios, lo que quiere Dios para nosotros es nuestra salvación, es que lleguemos a estar con Él.
Le pedimos que nuestra voluntad se una a la suya para que en nuestra vida tratemos de salvar a los hombres. Que en la tierra el error sea desterrado, que reine la verdad, que el vicio sea destruido y que florezcan las virtudes.
4.DANOS HOY NUESTRO PAN DE CADA DÍA: Al decir “danos” nos estamos dirigiendo a nuestro Padre con toda la confianza con la que se dirige un hijo a un padre.
Al decir “nuestro pan” nos referimos tanto al pan de comida para satisfacer nuestras ncesidades materiales como al pan del alma para satisfacer nuestras necesidades espirituales. En el mundo hay hambre de estos dos tipos, por lo que nosotros podemos ayudar a nuestros hermanos necesitados.
5. PERDONA NUESTRAS OFENSAS COMO TAMBIÉN NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN.
PERDONA NUESTRAS OFENSAS: Los hombres pecamos y nos alejamos de Dios, por eso necesitamos pedirle perdón cuando lo ofendemos. Para poder recibir el amor de Dios necesitamos un corazón limpio y puro, no un corazón duro que no perdone los demás.
COMO TAMBIÉN NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN: Este perdón debe nacer del fondo del corazón. Para esto necesitamos de la ayuda del Espíritu Santo y recordar que el amor es más fuerte que el pecado.
6. NO NOS DEJES CAER EN TENTACIÓN
El pecado es el fruto de consentir la tentación, de decir sí a las invitaciones que nos hace el demonio para obrar mal. Le pedimos que no nos deje tomar el camino que conduce hacia el pecado, hacia el mal. El Espíritu Santo nos ayuda a decir no a la tentación. Hay que orar mucho para no caer en tentación.
7. Y LÍBRANOS DEL MAL
El mal es Satanás, el ángel rebelde. La pedimos a Dios que nos guarde de las astucias del demonio. Pedimos por los males presentes, pasados y futuros. Pedimos estar en paz y en gracia para la venida de Cristo.
AMÉN: Así sea.
Como te das cuenta, al rezar el Padrenuestro, le pides mucha ayuda a Dios que seguramente Él te va a dar y al mismo tiempo te comprometes a vivir como hijo de Dios.
Aplazan el encuentro en Asís por el coronavirus
Estaba previsto que se celebrara del 26 al 28 de marzo.
Los organizadores del evento “La Economía de Francisco”, que estaba previsto que se celebrara en la localidad italiana de Asís del 26 al 28 de marzo, han decidido aplazar el encuentro al próximo mes de noviembre como medida de prevención para evitar posibles contagios del coronavirus COVID-19.
El evento, al que se espera que asistan cerca de 2000 jóvenes provenientes de 115 países del mundo, se inaugurará el 21 de noviembre después de consensuar la nueva fecha con el Pontífice.
Salvo el cambio de fecha, el contenido del evento seguirá siendo el mismo. Su objetivo será impulsar una economía mundial diferente con una atención especial a las personas que se encuentran atrapadas en un círculo vicioso de pobreza extrema.
El encuentro, que se dividirá en tres jornadas dirigidas a jóvenes economistas, empresarios y estudiantes menores de 35 años, también podrá seguirse a través de las plataformas de Facebook, Instagram, Twitter, YouTube y Flickr.
Al igual que estaba previsto hacer inicialmente en marzo, a lo largo de los días previos al 21 de noviembre, tanto en Asís como en otros lugares del mundo se celebrarán unas jornadas preparatorias del evento en las que participarán los jóvenes inscritos en el evento.
Sacerdotes millennials, ¿el cambio que la Iglesia necesitaba?
¿Será este un signo de una verdadera renovación de la vida consagrada?
Hace poco salió publicado un artículo en la revista TIME sobre un fenómeno que cada vez es más común en los Estados Unidos: el aumento del número de seminaristas y sacerdotes millennials.
Para quienes no estén familiarizados con lo que es un millennial, es el adjetivo que se usa para aquellos nacidos entre los 80 y mediados de los 90. Son los que se hicieron adultos con el cambio de milenio en una época de auge económico y un desarrollo tecnológico vertiginoso. Sus características son las propias de quien vive en la época de las nuevas tecnologías y las comunicaciones. Suelen tener cuentas en distintas redes sociales, sus relaciones están mediadas por dispositivos móviles, suelen estar atentos a varias cosas al mismo tiempo, quieren flexibilidad para no tener que cumplir horarios, quieren tiempo para viajar, para hacer vida social, para la diversión, para el ocio, y cuando llegan a un lugar que les elimina esta posibilidad se sienten frustrados, infelices.
Y estos jóvenes, presentes en tantos ámbitos de la sociedad, también va llegando a los seminarios y a las comunidades religiosas, sin dejar de sorprender y llamar la atención, pues rompen paradigmas de los perfiles tradicionales. Así no es raro encontrarlos en Facebook, en YouTube, incluso en realitys poniendo a relucir sus talentos, etc. Pareciera que hay un afán por publicitar que haya sacerdotes de este perfil y de esta generación, como si fuera algo utópico, novedoso o extraño.
¿Qué dice este “fenómeno” de la vocación sacerdotal y religiosa hoy? ¿Será este un signo de una verdadera renovación de la vida consagrada?
Ciertamente tiene que ver con una renovación y diría también una revolución, pero no como la esperan muchas personas que están atentos al momento en que los sacerdotes sean más flexibles, más liberales, que no estén apegados a las normas que les resultan anacrónicas y arcaicas, entre ellas por ejemplo el aspecto del celibato. Definitivamente quien piensa así, no entiende la vocación como un don de Dios, sino como una construcción del ser humano. Ser sacerdote no es una mera profesión, no es un oficio que está de moda por temporadas, no es una carrera más entre muchas que se pueden escoger de acuerdo a cuáles son las capacidades, gustos e inclinaciones.
Recordemos que la vocación tiene que ver con llamado y que hoy no es muy distinto con lo que experimentaron los apóstoles o los santos tiempo atrás. La vocación viene de Dios y gracias a Él y a su misericordia es que hoy, a pesar de que los tiempos presenten cambios que parecen no encajar con la vida religiosa, Dios sigue eligiendo y convocando personas que anuncien con alegría su Palabra. Y dentro de la Iglesia el Señor suscita con su Espíritu un viento que es renovado, que se ajusta a los tiempos modernos; por eso es que los sacerdotes pueden vivir hoy, siendo millennials, con gustos por el Instagram, la Internet y los smartphones. Éstas son cosas accesorias que incluso pueden ayudar en una evangelización más encarnada, lo que no cambia es que el hombre sigue siendo hombre y que su corazón es de Cristo, que su vida está consagrada para hacer presente a Cristo en medio de los hombres.
Lo que esta realidad corrobora es que la vocación es obra de Dios y que es significativo que aún existan sacerdotes y consagrados en medio de una cultura que se apega a lo superficial, que está atenta a tantas cosas a la vez y no a lo que es esencial; una cultura del zapping y del descarte. A pesar de ello, Dios conquista corazones de jóvenes que trascienden estos aspectos que no llenan su hambre de infinito y felicidad.
Damos gracias al Señor que cumple su promesa de estar siempre con nosotros y de ofrecernos su presencia permanente y renovada a través de sus sacerdotes, que son testimonio de su amor en medio del mundo.
Algunas frases que pueden servir:
«Sirvan a Dios, sean buenos y háganlo con alegría, con constancia, con humildad. No se trata de aprender un oficio, sino de llevar a Cristo en el corazón para poderlo ofrecer sin reservas a los demás, especialmente a quienes más lo necesitan» (Papa Francisco a los sacerdotes).
«Queridos seminaristas, ustedes no se están preparando para realizar una profesión, para convertirse en funcionarios de una empresa o de un organismo burocrático. ¡Estén atentos a no caer en eso! Ustedes se están convirtiendo en pastores a imagen de Jesús el Buen Pastor, para ser como Él y en persona de Él en medio de su rebaño, para apacentar a sus ovejas» (Papa Francisco a los seminaristas).
«El sacerdote es sustraído a los lazos mundanos y entregado a Dios, y precisamente así, a partir de Dios, debe quedar disponible para los otros, para todos» (Benedicto XVI a los sacerdotes).
«¡Actuad como faros de esperanza, irradiando la luz de Cristo en el mundo y animando a los jóvenes a descubrir la belleza de una vida entregada enteramente al Señor y a su Iglesia!» (Benedicto XVI a los sacerdotes).
Hacemos penitencia para demostrar nuestro amor a Dios y prepararnos a una conversión del corazón
La obligación de guardar todos los viernes del año, es decir, de no comer carne durante esos días, viene establecido por el Código de Derecho Canónico en el número 1251: “Todos los viernes, a no ser que coincida con una solemnidad deben guardarse la abstinencia de carne, o de otro alimento que haya determinado la Conferencia Episcopal; ayuno y abstinencia se guardarán el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo”.
El cuarto mandamiento de la Santa Madre Iglesia, recogido en el Catecismo de la Iglesia Católica, también hace referencia a esta prescripción: “Ayunar y abstenerse de comer carne cuando lo mande la Iglesia asegura los tiempos de ascesis y de penitencia que nos preparan para las fiestas litúrgicas; contribuyen a hacernos adquirir el dominio sobre nuestros instintos y la libertad del corazón”.
Hacemos penitencia no por deporte o para guardar la línea, la figura esbelta, como quien se mete a régimen de dieta por algún tiempo. Queremos hacer penitencia para demostrar nuestro amor a Dios y para prepararnos a una conversión del corazón, que no es otra cosa sino una ruptura con el pecado, una aversión al mal, una repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Con la abstención de la carne estoy demostrando mi amor a Dios, venciéndome a mí mismo. La Iglesia nos dice que una forma de demostrar ese amor a Dios es vencerse en los instintos sin hacer daño a nuestra salud.
Por eso, ella misma establece que cada una de las Conferencias Episcopales, es decir, la reunión de los obispos de cada país, determinen con más detalle el modo de observar el ayuno y la abstinencia, incluso el que puedan sustituirlo en todo o en parte por otras formas de penitencia, especialmente por obras de caridad y prácticas de piedad.
Es verdad que la obediencia, aún a las cosas más ilógicas manifiestan y ejercitan el amor que tenemos a Dios. La obediencia es principio de muchas otras virtudes, sobre todo la obediencia a lo irracional. Porque la mortificación de la razón supera a la de la carne.
Muchos católicos predican con inseguridad, incredulidad o incomodidad el asunto de la abstinencia de la carne de res, porque su razón no confirma tal práctica. Señalan que la simple abstinencia de la carne es un símbolo de la abstinencia de otros pecados. La escritura condena el sacrificio vacío, "no quisiste sacrificio ni oblación" y "ayuno de pecar es lo que quiero".
En este punto es necesario recalcar la importancia de la mortificación, no solo como una forma de obediencia y caridad, sino como un instrumento eficaz para la santidad. La mortificación del cuerpo dentro de la obediencia, es necesaria y eficaz para purificar el espíritu de los apetitos de la carne.
Lo que Dios le pide a sus fieles por medio de la Iglesia es muy pequeño, porque Dios ha visto prudente no mortificar al feligrés con privaciones mayores. La Iglesia nos pide ayunar dos veces al año y no existe una regla fija para este ayuno, algunos se privan de una comida, otros de dos, otros comen frugalmente. En resumen es muy poco.
Algunos dicen que el privarse de la carne es una costumbre de un pueblo pesquero, sin sentido hoy. En realidad, la abstinencia de carne, aunque no es en sí un gran ayuno, es un gran desbalance en la vida familiar. Aunque una familia coma un delicioso y costoso pescado, el hecho es que se encontró en la necesidad de modificar su rutina, y sus costumbres por obediencia a la Iglesia, lo cual es en si una mortificación que es buena para el alma.
La cuaresma es un espacio para la conversión, por otro lado debemos de ayunar de pecar en cualquier momento del año. El alma dejaría de pecar, si pudiera, en cualquier mes, pero no puede y en cuaresma viene el pequeño ejercicio del ayuno y abstinencia para reforzar estos esfuerzos.
No debe minimizarse el ayuno y la abstinencia cuaresmal siendo ya bastante mínimas, porque parezcan irracionales, o porque sean meros símbolos o un tipo de masoquismo. Cierto que los santos reprueban los excesos en las prácticas ascéticas, pero aquí estamos muy lejos del exceso, sino en el borde de abolir estas pequeñas mortificaciones y mandatos.
La Iglesia no busca un masoquismo, haciendo que nos sacrifiquemos por el mismo gusto del sacrificio. Quiere que en el sacrificio demostremos nuestro amor a Dios sin hacernos daño a nosotros mismos. Por ello establece, por ejemplo que la abstención de comer carne comience desde los 14 años, pues considera que antes de esa edad, el consumo de ese alimento es necesario para un adecuado desarrollo.
De igual forma, para las personas que son alérgicas al pescado, abre la posibilidad de que puedan ofrecer otro sacrificio los viernes, sustituyendo el pescado por otro alimento o mediante la práctica de obras de caridad o prácticas de piedad. La Conferencia Episcopal de su país podrá orientarlo adecuadamente sobre la sustitución del pescado. Es muy probable que su párroco o los catequistas de su parroquia posean esta información y la quieran compartir con usted.
Soñar con el cielo que nos espera; Dios es el cielo.
Padre Nuestro, que estás en el cielo... ¿Dónde está el cielo? ¿A qué cielo nos referimos?
Después de haber considerado la paternidad de Dios y nuestra condición de hijos, damos ahora un paso adelante. El n. 2794 del Catecismo nos explica que el cielo que mencionamos en el Padre Nuestro: "no significa un lugar ["el espacio"] sino una manera de ser; no el alejamiento de Dios sino su majestad. Dios Padre no está "en esta o aquella parte", sino "por encima de todo" lo que, acerca de la santidad divina, puede el hombre concebir. Como es tres veces Santo, está totalmente cerca del corazón humilde y contrito."
No pretendo hacer un discurso teológico, sino sólo sugerir las resonancias interiores que podrían suscitar en nuestra mente y en nuestro corazón las palabras "Padre Nuestro, que estás en el cielo", de tal manera que al rezar la oración que el Señor nos enseñó lo hagamos con pleno sentido.
En síntesis, al decir: "Padre Nuestro que estás en el cielo":
- Soñar con el cielo que nos espera; Dios es el cielo.
- Gustar su presencia y cercanía en la intimidad de nuestro corazón.
- Renovar nuestra decisión de seguir a Cristo: el Camino al cielo.
Lo desarrollo un poco:
Cultivar el deseo del cielo; alimentar la nostalgia de eternidad.
Sueño mucho con el cielo, realmente lo deseo, y mucho. Es lo que más deseo: la posesión eterna de Dios en el cielo, la intimidad de vida con la Trinidad para siempre, sin posibilidad de perderla.
Por el pecado fuimos desterrados de la patria celestial (Gn 3) y por eso Cristo bajó del cielo para llevarnos de nuevo con Él a la Casa del Padre. De allí venimos y allá queremos volver. Es allí donde Dios nos tiene preparada una morada (Jn 14,2-3).
El cielo nos remite al misterio de la Alianza de Dios con los hombres, a su plan de amor para nosotros. En la tierra transcurre nuestra vida temporal, pero somos ciudadanos del cielo, somos de Dios y para Dios. Por eso hemos de "aspirar a las cosas de arriba, no a las de la tierra." (Col 3,2)
Cada vez que rezamos el Padre Nuestro cultivamos ese deseo profundo de cielo, es decir, de volver al seno del Padre y permanecer allí junto a Él y en Él para siempre.
El cielo está dentro de nuestro corazón. Un llamado al recogimiento.
«El "cielo" bien podría ser también aquéllos que llevan la imagen del mundo celestial, y en los que Dios habita y se pasea» (San Cirilo de Jerusalén, Catecheses mystagogicae, 5, 11).
Dios no habita "allá arriba" sino "aquí adentro". "El santuario de Dios es sagrado, y vosotros sois ese santuario." (1 Cor, 3,17)
Jesucristo dijo a la mujer samaritana: "el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna.» (Jn 4, 14) Es decir, el Reino de Dios está dentro de nosotros (cf. Lc 17, 21).
Así, el recuerdo del cielo en el Padre Nuestro es un reclamo a la interioridad, a recogernos en el silencio de nuestro corazón, en nuestro escondite interior (cf Mt 6,6), para encontrar allí a Dios. No es necesario recurrir a representaciones celestes inalcanzables, lo tenemos no sólo cerca, sino dentro. El Dios que está sobre todas las cosas, está dentro de todas las cosas y de manera muy especial, dentro del corazón humano. El cielo es la posesión de Dios y la comunión con Él, por eso la relación de amistad íntima con Dios en el propio corazón es una antesala del cielo.
Al pronunciar esas palabras alegra y llena de recordar que Dios es cercano, como dijo San Agustín: "más íntimo a mí que yo mismo", y que "Los ojos de Yahveh están sobre quienes le temen, sobre los que esperan en su amor, para librar su alma de la muerte, y sostener su vida en la penuria. Nuestra alma en Yahveh espera, él es nuestro socorro y nuestro escudo; en él se alegra nuestro corazón, y en su santo nombre confiamos." (Salmo 33, 18-21)
Renovar nuestra vocación a la santidad: seguir e imitar a Cristo.
Estamos ocupados en mil cosas del quehacer diario, estirados por las relaciones sociales, las cosas materiales, los problemas de la vida, etc. El trajín nos absorbe. En medio de tanto ruido es bueno rezar el Padre Nuestro, salir del círculo de nuestro egoísmo y entrar en la inmensidad y en la intimidad de Dios.
Cuando "Yahveh dijo a Abram: «Sal de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré." (Gn 12, 1) y cuando escuchamos a Jesús decirnos: "No me toquen, aún no he subido al Padre" (cf. Jn 20,17), hemos de entender que esa tierra a donde debemos ir y ese lugar a donde hemos de subir con Cristo es el de la santidad de vida, la identificación con Él. Es un avanzar y un ascender en sentido místico.
Por la encarnación, el Verbo lleno de amor desciende y abraza nuestra humanidad para ofrecernos la redención, y con ella abrirnos las puertas del cielo. Con su muerte y resurrección, la muerte ha sido vencida, Jesús nos ha obtenido la vida eterna. En la Ascensión, Jesús retorna al Padre llevando consigo su humanidad glorificada. La victoria es definitiva. Con el Hijo de Dios el Hombre se introduce en el cielo. Y desde el cielo, Su filiación –somos hijos en el Hijo (cf. Benedicto XVI, 23/V/2012)- nos arrastra al Padre consigo. Desde ahora, el cielo está abierto y nos llama; el camino lo conocemos: es Él, Cristo. Él es el Camino, la Verdad y la Vida. (cf. Jn 14,6) En la medida en que le amamos y nos transformamos en Él, ascendemos a su encuentro, nos adentramos en la Vida, vivimos plenamente en la Verdad del hombre, llamado por naturaleza a hallarse en Dios. Esta idea la desarrolla magistralmente el P. Jean Corbon en su libro "Liturgia fontal".
Cada vez que rezamos el Padre Nuestro le decimos al Padre: Quiero llegar a donde estás tú, pero no quiero esperar hasta entonces, quiero ser ahora como tu Hijo Jesucristo, por ello me propongo alejarme de todo pecado, caminar contigo, vivir en gracia, ser todo tuyo.
Artículo publicado originalmente en: ¿Dónde está el cielo?