Intentaban agarrarlo, pero nadie le pudo echar mano

Una oración sencilla y poderosa: “¡Jesucristo, cúranos!…”

Kerry Weber, editora ejecutiva de la revista America, la revista de los jesuitas de Estados Unidos, ha escrito una oración desde el corazón mismo de la crisis para enfrentar al coronavirus con la fe en que solo Jesucristo salva.

En su súplica, Weber toca todos los puntos que los católicos tenemos para presentarle a Nuestro Señor Jesucristo por lo que le ha puesto entre las notas más leídas de esta prestigiosa plataforma de comunicación católica:

Jesucristo, tú viajaste por pueblos y aldeas “curando cada enfermedad y dolencia”.

A tus órdenes, los enfermos fueron sanados.
Ven en nuestra ayuda ahora, en medio de la propagación global del coronavirus, para que podamos experimentar tu amor curativo.

Sana a los que están enfermos con el virus.

Que puedan recuperar su fuerza y salud a través de una atención médica de calidad.

Cúranos de nuestro miedo que impide que las naciones trabajen juntas y los vecinos se ayuden unos a otros.

Cúranos de nuestro orgullo, lo que puede hacernos reclamar invulnerabilidad a una enfermedad que no conoce fronteras.

Jesucristo, sanador de todos, permanece a nuestro lado en este momento de incertidumbre y tristeza.

Estate con los que han muerto por el virus. Que descansen contigo en tu paz eterna.

Estate con las familias de los que están enfermos o han muerto.
Mientras se preocupan y lloran, defiéndelos de la enfermedad y la desesperación.
Que conozcan tu paz.

Estate con los médicos, enfermeras, investigadores y todos los profesionales médicos
que buscan sanar y ayudar a los afectados y que se ponen en riesgo en el proceso.
Que sepan de tu protección y tu paz.

Estate con los líderes de todas las naciones.
Bríndales la previsión de actuar con caridad
y una verdadera preocupación por el bienestar de las personas a las que deben servir.
Dales la sabiduría para invertir en soluciones a largo plazo
que nos ayudarán a prepararnos o a prevenir futuros brotes.
Que conozcan tu paz mientras trabajan juntos para lograrla en la tierra.

Ya sea que estemos en casa o en el extranjero,
rodeados de muchas personas que padecen esta enfermedad o de solo unos pocos,
Jesucristo, quédate con nosotros mientras aguantamos y lloramos, persistimos y nos preparamos.

En lugar de nuestra ansiedad, danos tu paz.

¡Jesucristo, cúranos!

Guntrano (Gontrán), Santo

Laico, 27 de marzo

Rey de Borgoña y Orleáns.

Martirologio Romano: En Chálon-sur-Saóne, en Burgundia, en Francia, sepultura de san Guntrano, rey de los francos, que distribuyó sus tesoros entre las iglesias y los pobres (593).

Breve Biografía


Era nieto de Santa Clotilde. Hermano de los reyes Charibert y Sigebert.

Sus primeros pasos del monarca no fueron los de un santo precisamente. Repudió a su primera esposa, Veneranda, luego de haberle dado sólo un heredero que murió a edad temprana. La segunda esposa, Merestrude no tuvo mejor suerte, murió poco después de su parto junto con el niño. Austrechilde, la tercera esposa, le dio dos niños que murieron jóvenes.

Guntrano, luego de estas vivencias, llegó a la conclusión de que su luto era consecuencia de los pecados cometidos, se comprometió a no caer en la tentación de cambiar de esposa en la búsqueda de un heredero, adoptando a su sobrino Chieldeberto, huérfano de uno de sus hermanos.

En su conversión al cristianismo superó así con remordimiento los actos anteriores de su vida, consagrando su energía y fortuna a construir la Iglesia.

Pacificador, protector de los oprimidos, atendía a los enfermos, tierno con sus súbditos, generoso en sus limosnas, especialmente en épocas de hambre o plaga. Obligaba al correcto cumplimiento de la ley sin favoritismos, perdonó incluso ofensas contra él incluyendo a dos que intentaron asesinarlo.

Murió el 28 de Marzo de 592, fue enterrado en la Iglesia de San Marcelo que él habia fundado, su craneo ahora se conserva en una urna de plata.

Fue declarado santo casi inmediatamente después de su muerte por sus súbditos.

Estamos en manos de Dios

Santo Evangelio según san Juan 7, 1-2. 10. 25-30. Viernes III de Cuaresma

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor Jesús, dame el don de conocerte experimentalmente; ver en las cosas de este mundo tu presencia y ser tu instrumento para que otros te conozcan.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 7, 1-2. 10. 25-30

En aquel tiempo, Jesús recorría Galilea, pues no quería andar por Judea, porque los judíos trataban de matarlo. Se acercaba ya la fiesta de los judíos, llamada de los Campamentos.

Cuando los parientes de Jesús habían llegado ya a Jerusalén para la fiesta, llegó también él, pero sin que la gente se diera cuenta, como incógnito.

Algunos, que eran de Jerusalén, se decían: “¿No es éste al que quieren matar? Miren cómo habla libremente y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que es el Mesías? Pero nosotros sabemos de dónde viene éste; en cambio, cuando llegue el Mesías, nadie sabrá de dónde viene”.

Jesús, por su parte, mientras enseñaba en el templo, exclamó: “Con que me conocen a mí y saben de dónde vengo… Pues bien, yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz; y a él ustedes no lo conocen. Pero yo sí lo conozco, porque procedo de él y él me ha enviado”. Trataron entonces de capturarlo, pero nadie le pudo echar mano, porque todavía no había llegado su hora.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

¿Es posible conocer a Dios en nuestra mente? El hombre busca conocer la realidad, se pregunta cosas, busca respuestas. Pero, al tratarse de Dios, ¿es posible ahondar en su infinidad? Este Evangelio nos responde que las personas «conocen» a Jesús, es decir, saben de dónde vienen, qué hace, incluso algunos afirman: «Este es el Mesías». Pero otros se oponen porque —dicen— el Mesías no viene de Galilea, sino de la estirpe de David, de Belén; y así, sin saberlo, confirman precisamente la identidad de Jesús. Pero no responden la pregunta de quién es.

No obstante, Jesús exclama valientemente su identidad: «yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz, a Ése vosotros no le conocéis; yo le conozco porque procedo de Él y Él me ha enviado.» Pero aún no había llegado su hora, la hora de la cruz en donde los fariseos entonces empezarán a creer más en Él. Y aunque se esforzarán por acabar completamente con sus enseñanzas, se darán cuenta de que efectivamente Jesús era el Mesías.

Muchas veces podremos caer en la tentación de crear a un Dios a nuestra medida. Si Dios no es como yo lo pienso, como yo lo quiero, será entonces un Dios injusto, egoísta, lejano. Pero a Dios no se le puede clasificar o medir. Dios debe ser para nosotros todo. Dios busca nuestro bien, aunque no lo entendamos, y nos lo muestra con el gran ejemplo de su sufrimiento y su muerte en la cruz, por cada uno de nosotros.

«¿Y quién es este? Es el Señor Jesús. Los apóstoles eligen vivir bajo el señorío del Resucitado en la unidad entre los hermanos, que se convierte en la única atmósfera posible del auténtico don de sí mismo. También nosotros debemos redescubrir la belleza de dar testimonio del Resucitado, saliendo de actitudes autorreferenciales, renunciar a retener los dones de Dios y sin ceder a la mediocridad. La reunificación del Colegio apostólico muestra cómo en el ADN de la comunidad cristiana hay unidad y libertad de uno mismo, que nos permite no tener miedo de la diversidad, no apegarnos a cosas y dones y convertirnos en martyres, es decir, testigos luminosos del Dios vivo y operativos en la historia».

(Audiencia SS Francisco, 12 de julio de 2019).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Iniciar mi oración y mis actividades invocando al Espíritu Santo y pedirle sus dones, sus gracias y su cercanía.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

¿Cómo dicen que el Mesías es Hijo de David?

El Mesías es mucho más que un hombre descendiente de un Rey, es Dios mismo que se encarna en la humanidad.

San Efrén

Tobías 11, 5-17: “El Señor me  castigó, pero ahora ya puedo ver a mi hijo”

Salmo 145: “¿Cómo dicen que el Mesías es hijo de David?”

Mc 12,35-37: ¿Cómo dicen que el Mesías es Hijo de David?

¡Qué difícil es dialogar cuando se tienen posturas irreductibles! Todos los argumentos son nada frente a la obstinación y ceguera. Jesús discute con los fariseos porque le dan un sentido errado a lo anunciado en la escritura.

El Mesías que ellos esperan es un rey a la manera de David guerrero, capaz de formar un ejército  para liberarse de la dominación romana,  y hacer de Israel una gran nación. Jesús les dice que el Mesías no es sólo un hombre descendiente de David, les recuerda que en la escritura David se refiere al Mesías llamándole “mi Señor”(en el lenguaje del pueblo judío esto equivale a llamarle mi Dios), de esta forma el Mesías es mucho más que un hombre descendiente de un Rey, es Dios mismo que se encarna en la humanidad. Pero el pueblo judío con el respeto enorme que le tienen al nombre de Dios, no se atreven ni siquiera a nombrar a Dios, por eso no es raro que la postura de Jesús les sorprenda y entonces se produzca el gran escándalo: Jesús con sus palabras se está autoproclamando Señor, Dios.

Lo contemplan, conocen sus obras, escuchan sus palabras, pero para ellos es imposible concebirlo, no pueden aceptar que Él es el Mesías. Ésta al final será la causa de su condena a muerte. También hoy tenemos posturas encontradas y para muchos es imposible aceptar que Dios no cae del cielo, sino que habita al ser humano, con toda la riqueza, toda la limitación y finitud que eso conlleva. Dios da a la mujer y al hombre una dimensión superior al resto de la creación, es entonces  un Dios con nosotros y un Dios en nosotros.

El Mesías se ha hecho cercano, como uno de nosotros, comparte nuestra humanidad, pero nos da una dimensión de cielo, de infinito y de eternidad. No queda atrapado en la mezquindad del hombre, sino que nos eleva al cielo partiendo de la misma tierra. ¿Nosotros aceptamos a Cristo como nuestro Mesías y Nuestro Señor, sin recórtalo a nuestro capricho? Aceptémoslo y descubramos la gran verdad que hoy nos proclama.

El Papa reza para que superemos el miedo en este tiempo difícil

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta. 26 de marzo de 2020

En la misa que se transmitió en vivo desde la Capilla de la Casa Santa Marta Francisco rezó para que el Señor nos ayude a superar el miedo en este tiempo caracterizado por la pandemia de Covid-19. Estas fueron sus palabras, introduciendo la celebración eucarística:

En estos días de tanto sufrimiento, hay tanto miedo. El miedo de los ancianos, que están solos, en los asilos de ancianos o en los hospitales o en sus casas y no saben lo que puede pasar. El miedo de los trabajadores sin trabajo fijo que piensan en cómo alimentar a sus hijos y ven venir el hambre. El temor de muchos servidores sociales que en este momento ayudan a mandar adelante la sociedad y pueden contraer la enfermedad. También el miedo - miedos - de cada uno de nosotros: cada uno sabe cuál es el suyo. Roguemos al Señor para que nos ayude a tener confianza y a tolerar y vencer los miedos.

En su homilía, comentando la primera lectura del libro del Éxodo (Ex 32, 7-14), que relata la historia del becerro de oro, Francisco habló de los ídolos del corazón, ídolos que a menudo ocultamos astutamente, subrayando cómo la idolatría nos hace perderlo todo, nos hace perder los dones mismos del Señor.

La idolatría nos lleva a una religiosidad equivocada. Así que el Papa nos pide que hagamos un examen de conciencia para descubrir nuestros ídolos ocultos.

A continuación el texto de la homilía según una transcripción nuestra:

En la primera lectura está la escena del motín del pueblo. Moisés fue al Monte para recibir la Ley: Dios se lo dio, en piedra, escrita con su dedo. Pero el pueblo se aburrió y se aglomeró alrededor de Aarón y le dijo: "Pero, este Moisés, hace tiempo que no sabemos dónde está, dónde se ha ido, y estamos sin guía. Haznos un dios para ayudarnos a seguir adelante". Y Aarón, que más tarde se convirtió en sacerdote de Dios, pero allí era un sacerdote de la estupidez, de los ídolos, dijo: "Pero sí, denme todo el oro y la plata que tengao", y lo dieron todo e hicieron ese becerro de oro.

En el salmo escuchamos el lamento de Dios: “En Horeb se fabricaron un ternero, adoraron una estatua de metal fundido: así cambiaron su Gloria por la imagen de un toro que come pasto”.

Y aquí, en este momento, comienza la lectura: “El Señor dijo a Moisés: ‘Baja enseguida, porque tu pueblo, ése que hiciste salir de Egipto, se ha pervertido. Ellos se han apartado rápidamente del camino que Yo les había señalado, y se han fabricado un ternero de metal fundido. Después se postraron delante de él, le ofrecieron sacrificios y exclamaron: ‘Éste es tu Dios, Israel, el que te hizo salir de Egipto’”. ¡Una verdadera apostasía! Desde el Dios viviente a la idolatría. No tuvieron paciencia para esperar el regreso de Moisés: querían algo nuevo, querían algo, un espectáculo litúrgico, algo.

Sobre esto quisiera mencionar algunas cosas. En primer lugar, esa nostalgia idolátrica en el pueblo: en este caso, pensaba en los ídolos de Egipto, la nostalgia de volver a los ídolos, de volver a lo peor, sin saber esperar al Dios vivo. Esta nostalgia es una enfermedad, también nuestra. Uno comienza a caminar con el entusiasmo de ser libre, pero luego comienzan las quejas: "Pero sí, es un momento difícil, el desierto, tengo sed, quiero agua, quiero carne... pero en Egipto comíamos cebollas, cosas buenas y aquí no hay...". Siempre, la idolatría es selectiva: te hace pensar en las cosas buenas que te da pero no te hace ver las cosas malas. En este caso, ellos pensaban en cómo estaban en la mesa, con estas comidas tan buenas que les gustaban tanto, pero olvidaban que ésta era la mesa de la esclavitud. La idolatría es selectiva.

Y otra cosa: la idolatría hace que lo pierdas todo. Aarón, para hacer un ternero, les pidió: "Dadme oro y plata", pero era el oro y la plata que el Señor les había dado cuando les dijo: "Pedid oro a los egipcios en préstamo", y luego se fueron con ellos. Es un regalo del Señor, y con el don del Señor ellos idolatran. Y eso es muy malo. Pero este mecanismo también nos sucede a nosotros: cuando tenemos actitudes que nos llevan a la idolatría, nos apegamos a cosas que nos alejan de Dios, porque hacemos otro dios y lo hacemos con los dones que el Señor nos ha dado. Con la inteligencia, con la voluntad, con el amor, con el corazón... estos son los dones del Señor que usamos para hacer idolatría.

Sí, algunos de ustedes pueden decirme: "Pero yo no tengo ídolos en casa. Tengo el Crucifijo, la imagen de Nuestra Señora, que no son ídolos..." - No, no: en tu corazón. Y la pregunta que deberíamos hacernos hoy es: ¿cuál es el ídolo que tienes en tu corazón, en mi corazón? Esa salida escondida donde me siento bien, que me aleja del Dios vivo. Y también tenemos una actitud muy astuta con la idolatría: sabemos cómo esconder los ídolos, como hizo Raquel cuando huyó de su padre y los escondió en la silla del camello y entre sus ropas. Nosotros también, entre nuestras ropas del corazón, hemos escondido muchos ídolos.

La pregunta que me gustaría hacer hoy es: ¿cuál es mi ídolo? Mi ídolo de la mundanidad... y la idolatría llega también alla piedad, porque querían  el becerro de oro no para hacer un circo: no. Para adorar: "Se postraron ante él". La idolatría te lleva a una religiosidad equivocada, en efecto: muchas veces la mundanalidad, que es la idolatría, te hace cambiar la celebración de un sacramento en una fiesta mundana. Un ejemplo: no sé, pensemos, y en una celebración de boda. No sabes si es un sacramento donde los recién casados realmente dan todo y se aman ante Dios y prometen ser fieles ante Dios y recibir la gracia de Dios, o es una exhibición de modelos, cómo se visten... la mundananidad. Es una idolatría. Este es un ejemplo. Porque la idolatría no se detiene: siempre continúa.

Hoy la pregunta que me gustaría hacer a todos nosotros, a todos : ¿Cuáles son mis ídolos? Cada uno tiene el suyo. ¿Cuáles son mis ídolos? Donde los escondo. Y que el Señor no nos encuentre, al final de nuestras vidas, y diga de cada uno de nosotros: "Te has pervertido. Te has desviado del camino que te había indicado. Te has postrado ante un ídolo".

Pidamos al Señor la gracia de conocer a nuestros ídolos. Y si no podemos expulsarlos, al menos mantenerlos en la esquina...

Finalmente, el Papa concluyó la celebración con la adoración y la bendición eucarística, invitando a la gente a hacer la comunión espiritual.

He aquí la oración recitada por el Papa:

“Jesús mío, creo que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento. Te amo por encima de todas las cosas y te deseo en mi alma. Ya que no puedo recibirte sacramentalmente ahora, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Como ya he venido, te abrazo y todas las cosas se unen a ti. No dejes que nunca me separe de ti”.

Antes de salir de la capilla dedicada al Espíritu Santo, se cantó la antigua antífona mariana Ave Regina Caelorum ("Ave Reina del Cielo").

¿Hace cuánto que no te confiesas?

Muchos creyentes sienten que el Sacramento de la Reconciliación no es para ellos y suelen explicar por qué citando alguna de estas cuatro objeciones

Cuando le haces esta pregunta a alguien, con lamentable frecuencia te responden: ‘uuuuuyyyy, ni me acuerdo’, o ‘supongo que antes de hacer mi Primera Comunión’, o peor aún: ‘nunca’.  Muchos creyentes sienten que la Confesión -es decir, el Sacramento de la Reconciliación- ‘no es para ellos’, y suelen explicar por qué citando alguna de estas cuatro objeciones que vale la pena revisar y responder:

1) No tengo pecados.- Cuando alguien afirma esto -y no es la Virgen María- cabría preguntarle qué entiende por ‘pecado’; quizá cree que pecar es hacer algo gordo como matar a alguien o robar un banco, pero no sólo es así. Pecar es decirle ‘no’ a Dios, a lo único que te pide que es amar. Jesús nos dejó sólo un mandamiento: ‘que os améis unos a otros como Yo os amo’ (Jn 15, 12) y advirtió también que el pecado no sólo abarca las obras, sino las intenciones del corazón (ver Mt 5, 21-28), así que, cada vez que piensas pestes de alguien, deseas su mal, envidias, juzgas, albergas rencor, estás pecando. También se peca de palabra: por ejemplo cuando mientes, criticas, difamas a otros; de obra: cuando haces algo por rencor, ira, egoísmo o para dañar;  y de omisión: cuando no haces un bien que podrías haber hecho. ¿Te das cuenta? ¡Es facilísimo pecar!, ¿quién no ha dicho una mentira?, ¿quién no ha sentido rencor? Dice San Juan: “Si decimos: ‘No tenemos pecado’, nos engañamos” (1Jn 1,8).

2) ¿Por qué tengo que ir a decirle mis pecados a uno que quizá es más pecador que yo?.- Por dos razones: a) Porque a quien le dices tus pecados es a Dios. El sacerdote es sólo un mediador para que tú puedas recibir el perdón de Dios, y la efectividad de este Sacramento no depende de la santidad del sacerdote. b) Porque fue Jesucristo el que instituyó el Sacramento de la Reconciliación, cuando les dio a Sus apóstoles el poder de perdonar pecados en Su nombre (ver Jn 20,22-23; Mt 16,19 y 2Cor 5,18) y para que pudieran perdonarlos ¡tenían que oírlos! y obviamente delegar este poder a sus sucesores a través de los siglos. Jesús instituyó este Sacramento para tu bien.

3) Tuve una mala experiencia y ya no quiero volverme a confesar.- ¿Nunca has tenido un incidente desagradable durante la comida? Y no por eso has dejado de comer… Es cierto que no todos los sacerdotes tienen el carisma de ser buenos confesores, pero afortunadamente son muchos los que tienen la paciencia, sabiduría y tacto que se requieren. No dejes que una mala experiencia te prive de disfrutar un Sacramento en verdad consolador. Pídele a algunos católicos que conozcas que te recomienden a un sacerdote que sepan que es buen confesor, ve con él y verás la diferencia. Date una oportunidad.

4) No necesito confesarme; le pido perdón a Dios en mi interior y basta.-El Sacramento de la Reconciliación te da muchas cosas que no puedes obtener por ti mismo: a) Decir lo que hiciste.- No es lo mismo pensar que hiciste mal y olvidarlo, que decírselo a alguien. Eso te hace reconocerlo, asumirlo y buscar cambiar (Como cuando en las juntas de Alcohólicos Anónimos alguien se levanta y dice su nombre y reconoce que es alcohólico: comienza su sanación). b) Desahogarte.- Hay cosas que has hecho que no puedes contarle a nadie.

Es un alivio poderlas decir al sacerdote y saber que él no las dirá a nadie, bajo pena de excomunión. c) Recibir consejo.- Por su gracia sacerdotal, experiencia y todo lo que ha oído, un buen confesor te ilumina, te da ideas para superar tu pecado que a ti no se te hubieran ocurrido. d) Recibir el perdón de Dios.- ¡Es maravilloso que Dios condescienda a permitir que un hombre perdone lo que le hacemos a Él! Escuchar las palabras de la absolución y recibir la bendición es sentir de manera palpable que el Señor nos perdona. e) Recibir una gracia especial para superar tu pecado.- El Señor derrama sobre ti toda Su gracia y Su ternura y te da una fuerza especial para que no caigas de nuevo en aquello que te hizo caer. Es algo extraordinario que te pierdes si no te confiesas.

Cuando leemos la parábola del ‘hijo pródigo’ que Jesús nos cuenta como ejemplo del amor de Dios Padre (ver Lc 15,11ss), nos conmueve lo que sucede al joven que luego de haberse alejado y caído en lo peor vuelve a casa: es recibido por su papá que ¡lo abraza y lo besa! Siempre he pensado que afuera de los confesionarios debería haber alguien abrazando a los que salen de confesarse, para hacerlos sentir ese gozoso gesto de bienvenida del Padre celestial que está haciendo ¡fiesta! por su conversión.

La Iglesia pide que te confieses cuando menos una vez al año para asegurarse de que aunque sea cada doce meses aligeres tus cargas y te dejes apapachar por Dios, Padre amoroso que viene a tu encuentro con los brazos abiertos.  ¿Lo dejarás abrazarte o lo dejarás esperando? Tú decides…

Cuatro poderosas armas contra el Demonio

Desde la Fe nos presenta herramientas para poder luchar contra el demonio

En una  entrevista para Radio Vaticano, el presidente de la Asociación Internacional de Exorcistas, el P. Francesco Bamonte, compartió algunos consejos sobre las mejores armas para hacer frente al Diablo, pues advirtió que no es suficiente saber que los demonios existen, sino que es preciso conocer cómo actúan para no caer en sus trampas.

Explicó el sacerdote que los demonios actúan en la historia personal y comunitaria de los hombres, tratando de propagar entre ellos la elección del mal. Recordó: “El Papa ha descrito a menudo cómo actúan los demonios a través de la tentación para separar a los hombres de Cristo. De hecho, quieren que seamos como ellos; no quieren la santidad de Cristo en nosotros, no quieren nuestro testimonio cristiano, no quieren que seamos discípulos de Jesús”.

Dijo que el Papa también ha subrayado varias veces que los demonios se disfrazan de ángeles de luz para hacerse atractivos y engañar mejor a los hombres.

Por ello, consideró que la presencia de un sacerdote exorcista en la diócesis es importantísima, pues de lo contrario, muy a menudo la gente se dirige a magos, hechiceros, lectores de cartas y del futuro, sectas…

“El exorcista –agregó– es ante todo un evangelizador, un sacerdote, por lo que sea cual sea el origen del mal que padece quien acude a él, sea o no sea una auténtica forma de acción extraordinaria del Demonio, el sacerdote exorcista se esfuerza por infundir serenidad, paz, confianza en Dios y esperanza en su gracia”.

En septiembre del 2013, el Papa Francisco envió un mensaje a los exorcistas italianos, expresando su aprecio por el servicio eclesial que realizan con el ministerio del exorcismo, ejerciendo una forma de caridad en beneficio de personas que sufren y necesitan liberación y consuelo.

Las cuatro armas que propone el P. Francesco Bamonte a los fieles para luchar contra el Demonio, son:

1. La Palabra de Dios.“Esta es el arma más poderosa, como dice el Papa Francisco, quien nos invita a llevar siempre en el bolsillo un Evangelio. En nuestro interior, esta Palabra, cuando entra, vive, actúa y nos llena de la gracia del Espíritu Santo”.

2. El Rosario.“Le sigue el rezo del Santo Rosario, el encomendarse a la Virgen, a quien el Demonio odia especialmente”.

3. La Confesión. “Es importantes reconocernos pecadores humildemente, confesar nuestros pecados y pedir a Dios la fuerza para no pecar más”.

4. La Santa Misa.“La participación en la Santa Misa los días festivos, y también la lucha contra nuestros vicios, contra lo que el pecado original ha dejado en nosotros, para que triunfe el hombre nuevo en Cristo”.

La fuerza de la debilidad

En la medida que reconoces tu flaqueza, en esa misma medida actúa en ti la fuerza de lo alto

La fuerza de la debilidad

“El poder de Dios que salva” como llamaba Juan Pablo II al Evangelio, ese mensaje que los ángeles ansían contemplar (1Pe 1,12), está plagado de paradojas, o sea, de aparentes contradicciones. Y esto es así porque el Evangelio es la expresión más sublime de la sabiduría Divina, que a tal punto supera la nuestra que parece contradecirla; de ahí aquel, también paradójico, destruiré la sabiduría de los sabios, e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes (1Cor 1,19).

“En el Evangelio está contenida una fundamental paradoja: para encontrar la vida, hay que perder la vida; para nacer, hay que morir; para salvarse, hay que cargar con la Cruz. Ésta es la verdad esencial del Evangelio, que siempre y en todas partes chocará contra la protesta del hombre”. (Juan Pablo II)

Una de las paradojas que siempre me ha llamado la atención es aquella de San Pablo: cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte (2Cor 12,10). Lo que está diciendo el apóstol de los gentiles es que en la medida que reconoce su flaqueza, en esa misma medida actúa en él la fuerza de lo alto.

Esta verdad supone aquella otra de que nada podemos, en el orden sobrenaturalsin el auxilio de Dios y, además, que todo lo bueno que tenemos del mismo Dios procede.

En cuanto a esa total dependencia, podría leerse con mucho fruto el capítulo 15 del evangelio de San Juan donde Nuestro Señor, con diáfana claridad y adaptándose a nuestro sencillo modo de entender, nos muestra cómo nosotros somos los sarmientos (las ramas) y Él la vid (el árbol) y así como las ramas no pueden vivir fuera del árbol, tampoco nosotros podemos vivir –menos obrar– sin Él. Y por si nos quedase alguna duda, al interpretar el texto, con frase lapidaria y concisa afirma: sin mi nada podéis hacer (Jn 15,5), donde “nada” significa “nada”… o sea, carencia absoluta, negación total, imposibilidad omniabarcante, inaptitud suprema… and so on.

Y con respecto a que todo lo bueno que tenemos viene de Dios, digamos con el mismo San Pablo: ¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿a qué gloriarte cual si no lo hubieras recibido? (1Cor 4,7) y agreguemos: Si alguno piensa que es algo, se engaña, pues nada es (Gal 6,3). De ahí que, a pesar de sus grandiosas obras se supiera siervo inútil (Lc 17,10) y vasija de barro (2Cor 4,7), y afirmara por la gracia de Dios soy lo que soy (1Cor 15,10).

Santo Tomás, hablando de la virtud de la humildad dirá:

“Pueden considerarse, en el hombre, dos cosas: lo que es de Dios y lo que es del hombre. Es del hombre todo lo defectuoso, mientras que es de Dios todo lo perteneciente a la salvación y a la perfección.

Ya hablamos en un post anterior sobre la importancia de la virtud de la humildad, pero no creo que venga mal escribir algunas líneas más sobre algo tan fundamental:

“La humildad es nuestra perfección”. (San Agustín)

“El progreso del alma se identifica con el progreso en la humildad”. (San Benito)

“La humildad es la que lo alcanza todo”. “Progresará rápidamente el que tiene mucha humildad”. (Santa Teresa de Jesús)

“Dios para prendarse de un alma, no se fija en su grandeza, sino en la profundidad de su humildad y en lo despreciada que está”. (San Juan de la Cruz)

“Si me preguntares cuál es el camino del cielo, responderte he que la humildad: y si tercera vez, responderte he lo mismo; y si mil veces me lo preguntares, mil veces te responderé que no hay otro camino sino la humildad” . (San Agustín)

A lo que tenemos que apuntar, en definitiva, es a acercarnos a un auto-conocimiento lo más parecido al que Dios tiene de nosotros, del cual dice San Pablo, hablando del cielo: conoceré como soy conocido (1Cor 13,12). ¡En esto consiste nuestra fuerza! “La grandeza de un hombre está en saber reconocer su propia pequeñez”, decía Blaise Pascal.

Para llegar a esto habrá, sin duda, muchos caminos y modos, pero quería destacar puntualmente cuatro:

En primer lugar pedir y suplicar con insistencia a Dios que nos dé esa gracia. Como solía repetir a manera de jaculatoria San Agustín: “Señor, que me conozca y que os conozca”. El último santo en ser nombrado doctor de la Iglesia nos enseña:

 “Y sea lo primero pedirla con perseverancia al Dador de todos los bienes, porque esta humildad es un muy particular don suyo que a sus escogidos da. Y aún el conocer que es don de Dios no es poca merced. Los tentados de soberbia conocen bien que no hay cosa más lejos de nuestras fuerzas que esta verdadera y profunda humildad, y que muchas veces acaece, con los remedios que ellos ponen para alcanzarla, huir ella más; y aun del mismo humillarse suele nacer su contrario, que es la soberbia”. (San Juan de Ávila)

Prueba de que el doctor en cuestión pidió y alcanzó esta virtud, además del “san” que ponemos antes de su nombre, es uno de sus últimos diálogos; lo cuenta San Alfonso María de Ligorio:

“El venerable Juan de Ávila, que llevó desde su más tierna juventud una santa vida, hallándose en el lecho de la muerte, el sacerdote que le asistía le iba diciendo cosas sublimes, le trataba como santo y como un distinguido sabio; mas el venerable Padre de Ávila le dijo: ‘Yo os ruego, padre mío, que me hagáis la recomendación del alma como se hace a un malhechor condenado a muerte, pues yo no soy otra cosa”.

En segundo término, no es poco importante hacer lo de San Pablo. El apóstol comienza aclarando que si bien ha recibido muchos dones de Dios, en cuanto a mí, solo me gloriaré de mis flaquezas (1Cor 12,5) por cuanto no son suyos, sino de Dios.

Ejemplo claro: cuando se refiere a uno de esos dones -quizás no dado a otro mortal en toda la historia como es el ser arrebatado hasta el tercer cielo–, hace de cuenta que se trata de otra persona.

A renglón seguido aclara que para que no se ensoberbezca, le ha sido dado un aguijón a su carne. Si bien no es seguro a qué se está refiriendo, una de las interpretaciones posibles es aplicar esto a la debilidad de la carne en cuanto inclinada al pecado luego de la culpa original, el conocido “fomes peccati”. Tres veces pidió al Señor que lo liberara y Él le respondió: Te basta mi gracia, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza (v. 9).

El apóstol tenía tentaciones y de ellas tomaba fuerzas, las fuerzas del Señor.

Nosotros, que también las tenemos –y que podemos agregar probable y lamentablemente también pecados a esas tentaciones–, debemos hacer lo mismo. A la par de hacer todo lo que esté de nuestra parte para no ofender a Dios, tenemos que hacer como San Pablo quien, luego de recibir esa revelación, con más fuerza se apoya en su “nada”: con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas (v. 9). Apoyarse en “nada” es contradictorio… sí, paradójico.

Sucede que nuestra “nada” es lo único que tenemos, y por tanto, es la dura pero hermosa realidad. Dura porque no es para nada fácil digerir lo que somos; hermosa en cuanto que es real y, por el hecho de serlo, es mucho más bella que lo que no existe (o existe sólo en la imaginación).

Afirmarnos ahí, en esa especie de “no-ser”, es la única manera de vivir según lo que somos y permitir así que sea el Señor quien con su amor nos sostenga, quien pelee por nosotros y quien nos dé la victoria. Y notemos que lo primero es condición de lo segundo… con sumo gusto –dice el apóstol– seguiré gloriándome de mis flaquezas para que habite en mí la fuerza de CristoPodríamos decirlo al revés: “si no me glorío de mis flaquezas, no habitará en mi la fuerza de Cristo”; o sea, si creo que puedo algo por mí mismo, no podré absolutamente nada…

“Cuando tú deseabas poder por tus solas fuerzas, Dios te ha hecho débil, para darte su propio poder, porque tú no eres más que debilidad”. (San Agustín)

Y no dejemos de notar que no sólo se trata de reconocer nuestra debilidad, sino de gloriarnosjactarnos, “enorgullecernos” (entiéndase bien), y todo eso, no así nomás, sino con sumo gusto, complaciéndonos, alegrándonos… ¿quién puede llegar hasta tales fondos de su propia insignificancia y reaccionar así? Solo el humilde… o mejor, el muy humilde. Aquel que llegó a hacer suyo el consejo de Santa Teresita: “Amad vuestra pequeñez”.

“No me acuerdo haberme hecho (el Señor) merced muy señalada, de las que adelante diré, que no sea estando deshecha de verme tan ruin”. (Santa Teresa)

“Cuanto más afligida, despojada y humillada profundamente está el alma, más conquista, con la pureza, la capacidad para las alturas. La elevación de la que se hace capaz se mide por la profundidad del abismo en la que tiene sus raíces y sus cimientos”. (Santa Ángela de Foligno)

“Cuando el hombre considera en el fondo de sí mismo, con ojos encendidos de amor, la inmensidad de Dios… cuando el hombre, al volver en seguida su mirada hacia sí mismo, cuenta sus atentados contra el inmenso y fiel Señor… no conoce desprecio suficientemente profundo para darse satisfacción… Cae en un asombro extraño, asombro de no poder despreciarse con suficiente profundidad… Se resigna entonces a la voluntad de Dios… y, en su abnegación íntima, encuentra la verdadera paz, invencible y perfecta, la que nada turbará. Porque se ha precipitado en un abismo tal que nadie irá a buscarle allí… Me parece, a pesar de ello, que estar sumergido en la humildad es estar sumergido en Dios, porque Dios es el fondo del abismo, por encima y debajo de todo, supremo en altura y supremo en profundidad; porque la humildad, como la caridad, es capaz de crecer siempre… La humildad es de tal valor, que alcanza las cosas más elevadas para enseñarlas; consigue y posee lo, que no logra la palabra”. (Beato Juan Ruysbroeck)

En tercer lugar, y desprendiéndolo de lo anterior, yo colocaría la misericordia. Creo que uno de los mayores dones que Dios puede darnos, es decir, una de las mercedes más exquisitas de Su misericordia, es nuestro propio conocimiento. Y ¡¿qué mejor que la misericordia para hallar misericordia?! Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia (Mt 5,7). En este sentido agradezco a Dios y a mis superiores, darme la oportunidad de vivir en un hogar de discapacitados (estoy aquí hace un mes) y pido al Señor me enseñe a ser misericordioso con estos sus representantes, y tenga así también Él misericordia de mí.

De todos modos, no hace falta vivir en un hogar de discapacitados para tener misericordia de los demás; a cada paso hay quienes pueden ser objeto de nuestra misericordia. Como decía el P. Hurtado: “Si alguien ha comenzado a vivir para Dios en abnegación y amor a los demás, todas las miserias se darán cita en su puerta”.

Por último, como poniendo nuestro grano de arena, tratemos de hacer un plan de trabajo vs. la soberbia. Como decía el Beato Allamano: “Cuando no sabéis sobre qué hacer el examen de conciencia particular, nunca os equivocaréis si lo hacéis sobre la humildad o sobre la soberbia”.

En el libro El examen particular de conciencia y el defecto dominante de la personalidad, el P. Miguel Fuentes trae un ejemplo de este trabajo, que puede iluminar mucho (clic aquí para leerlo).

El beato Ruysbroeck, luego de decir que nuestros pecados son fuentes de humildad, agrega este lúcido párrafo que hacemos nuestro para terminar, como siempre, nombrándoLa y alabándoLa:

“Nuestros pecados… se convierten para nosotros en fuentes de humildad y de amor. Pero es importante no ignorar una fuente de humildad mucho más elevada que ésta. La Virgen María, concebida sin pecado, tiene una humildad más sublime que Magdalena. Ésta fue perdonada; aquélla estuvo sin mancha. Ahora bien, esta inmunidad absoluta, más sublime que todo perdón, hizo subir de la tierra al cielo una acción de gracias más excelsa que la conversión de Magdalena”.

Que Ella, la ancillae Domini, nos alcance la Gracia del conocimiento propio.

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