El que crea en mí, aunque muera, vivirá

El Papa abraza a la humanidad con la bendición de Dios: Es “tiempo de elegir”

Oración especial por el fin de la pandemia

MARZO 27, 2020 20:16 ROSA DIE ALCOLEAPAPA Y SANTA SEDE

(zenit – 27 marzo 2020).- “Abrazar al Señor para abrazar la esperanza”: Esta es la invitación que nos hace el Papa Francisco para combatir el miedo en esta crisis causada por la pandemia del coronavirus. “Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza”.

En una tarde lluviosa, con la tenue luz del atardecer en Roma, el Papa Francisco ha llegado a las 18 horas, acompañado únicamente por Mons. Guido Marini, Maestro de Ceremonias Litúrgicas Pontificales, para presidir la oración extraordinaria por el fin de la pandemia del coronavirus que ha contagiado ya a más de 536.280 personas en todo el mundo.

“No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio”, ha señalado el Papa, invocando al Padre. “El tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia Ti, Señor, y hacia los demás”.

¿Por qué tenéis miedo?”

¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?” ha citado el Papa de la Biblia haciendo suyas las palabras en un momento sin precedentes. “Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar”.

“La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluasseguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades”, ha advertido Francisco, “nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad”.

El Papa exhorta a todo el mundo, teniendo en cuenta que el virus ha afectado a 188 países a abrazar la Cruz de Cristo, en la que “hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar”.

Adoración al Santísimo

Al concluir sus palabras, el Sucesor de Pedro se ha dirigido a pie, acompañado de Mons. Marini, hacia la entrada central de la Basílica Vaticana, donde se hallaban las imágenes de la Virgen Salus Populi Romani(Salvación del Pueblo Romano), normalmente ubicada en la Basílica de Santa María Mayor, y el Crucifijo milagroso, de la iglesia San Marcello al Corso, muy venerado en Roma tras la liberación de la “Gran Plaga” de 1552.

Después, el Santo Padre ha entrado en el corredor que hay a la entrada de la Basílica, donde ha tenido lugar la Exposición y Adoración al Santísimo, para finalmente bendecir Urbi et Orbi, con la posibilidad de recibir la Indulgencia plenaria, al mundo entero con la custodia del Santísimo Sacramento.

“Señor, bendice al mundo”

“Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de Dios”, ha pronunciado el Papa al final de su reflexión. “Señor, bendice al mundo,da salud a los cuerpos y consuela los corazones”.

Normalmente la bendición Urbi et Orbi, sobre la ciudad de Roma y sobre el mundo, se reserva para Navidad y Pascua, y para la elección de un nuevo Papa. Para recibir la indulgencia plenaria, presupone, entre otras cosas, la comunión eucarística y la confesión, la mayoría de las cuales actualmente sólo son posibles de manera “espiritual”.

A continuación, sigue la meditación completa, pronunciada por el Papa este viernes, 27 de marzo de 2020, en la plaza de San Pedro.

***

Meditación del Papa Francisco

“Al atardecer” (Mc 4,35). Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y  furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos.

Es fácil identificarnos con esta historia, lo difícil es entender la actitud de Jesús. Mientras los discípulos, lógicamente, estaban alarmados y desesperados, Él permanecía en popa, en la parte de la barca que primero se hunde. Y, ¿qué hace? A pesar del ajetreo y el bullicio, dormía tranquilo, confiado en el Padre —es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmiendo—. Después de que lo despertaran y que calmara el viento y las aguas, se dirigió a los discípulos con un tono de reproche: “¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?” (v. 40).

Tratemos de entenderlo. ¿En qué consiste la falta de fe de los discípulos que se contrapone a la confianza de Jesús? Ellos no habían dejado de creer en Él; de hecho, lo invocaron. Pero veamos cómo lo invocan: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?” (v. 38). No te importa: pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención. Entre nosotros, en nuestras familias, lo que más duele es cuando escuchamos decir: “¿Es que no te importo?”. Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón. También habrá sacudido a Jesús, porque a Él le importamos más que a nadie. De hecho, una vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados.

La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad.

Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos.

¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”. Señor, esta tarde tu Palabra nos interpela se dirige a todos. En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo. Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor”.

¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”. Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. En esta Cuaresma resuena tu llamada urgente: “Convertíos”, “volved a mí de todo corazón” (Jl 2,12). Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás.

Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas. Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo.

Frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús: “Que todos sean uno” (Jn 17,21). Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras.

¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”. El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere.

El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar. El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado. El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza.

Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitirnuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad. En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza.

¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”. Queridos hermanos y hermanas: Desde este lugar, que narra la fe pétrea de Pedro, esta tarde me gustaría confiarlos a todos al Señor, a través de la intercesión de la Virgen, salud de su pueblo, estrella del mar tempestuoso. Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de Dios. Señor, bendice almundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fees débil y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: “No tengáis miedo” (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque Tú nos cuidas” (cf. 1 P 5,7).

© Librería Editorial Vaticano MARZO 27, 2020 20:16 PAPA Y SANTA SEDE

Gladys, Santa

Reina de Gales, 29 de marzo

Santo Tradicional - No incluido en el actual Martirologio Romano
(Sugerimos leer el artículo ¿Santos descanonizados?)

En Stow, en Gales del Sur, Santa Gladys, quien al enviudar, dedicó sus riquezas a atender las necesidades de los marginados, para luego retirarse y hacer vida contemplativa y de penitencia en la soledad de una ermita en dicho territorio.

Etimológicamente: Gladys = lirio, gladiolo”. Viene de la lengua galesa.

Breve Biografía

Gladys nació en Gales en el siglo V. Era la mayor de los 24 hijos de Brychan de Brecknock, esposa de san Gundleus, y madre de los santos Cadoc y, posiblemente de Keyna.

Gladys llevó una vida muy interesante. Se dice que después de su conversión por el ejemplo y la exhortación de su hijo, ella y Gundleus vivieron una vida austera.

Adquirieron la costumbre de tomar baños de noche en Usk, seguidos de un buen paseo.

Su hijo los convenció para que pusieran fin a esa práctica y que se separaran.
Gladys se fue a Pencanau en Bassaleg. Los detalles de esta historia provienen del siglo XII.

Incluye milagros que tuvieron lugar en tiempos de san Eduardo el Confesor y Guillermo I.

También se cuenta que los primeros años de su matrimonio no fueron muy ejemplares que digamos.

Tuvo que ser su hijo que les convenciera para que se corrigieran de sus defectos.

A ruegos de su hijo, se marchó a llevar una vida de eremita en el lugar llamado hoy Stow, en donde hay una iglesia levantada a san Wooloo.

A raíz de que la mujer se fuera de eremita, el marido hizo otro tanto.

La fiesta de Gladys y de su marido es hoy.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

La muerte no tiene la última palabra

Santo Evangelio según san Juan 11, 1-45. Domingo IV de Cuaresma

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, que confíe más en ti porque Tú eres mi esperanza y mi fortaleza. Ayúdame a aprender a poner toda mi vida en tus manos y amarte hasta la muerte.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 11, 1-45

En aquel tiempo, se encontraba enfermo Lázaro, en Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta. María era la que una vez ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera. El enfermo era su hermano Lázaro. Por eso las dos hermanas le mandaron decir a Jesús: "Señor, el amigo a quien tanto quieres está enfermo".

Al oír esto, Jesús dijo: "Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella".

Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando se enteró de que Lázaro estaba enfermo, se detuvo dos días más en el lugar en que se hallaba. Después dijo a sus discípulos: "Vayamos otra vez a Judea". Los discípulos le dijeron: "Maestro, hace poco que los judíos querían apedrearte, ¿y tú vas a volver allá?". Jesús les contestó: "¿Acaso no tiene doce horas el día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque le falta la luz".

Dijo esto y luego añadió: "Lázaro, nuestro amigo, se ha dormido; pero yo voy ahora a despertarlo". Entonces le dijeron sus discípulos: "Señor, si duerme, es que va a sanar". Jesús hablaba de la muerte, pero ellos creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les dijo abiertamente: "Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado ahí, para que crean. Ahora, vamos allá". Entonces Tomás, por sobrenombre el Gemelo, dijo a los demás discípulos: "Vayamos también nosotros, para morir con él".

Cuando llegó Jesús, Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania quedaba cerca de Jerusalén, como a unos dos kilómetros y medio, y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para consolarlas por la muerte de su hermano. Apenas oyó Marta que Jesús llegaba, salió a su encuentro; pero María se quedó en casa. Le dijo Marta a Jesús: "Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora estoy segura de que Dios te concederá cuanto le pidas".

Jesús le dijo: "Tu hermano resucitará". Marta respondió: "Ya sé que resucitará en la resurrección del último día". Jesús le dijo: "Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?". Ella le contestó: "Sí, Señor. Creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo".

Después de decir estas palabras, fue a buscar a su hermana María y le dijo en voz baja: "Ya vino el Maestro y te llama". Al oír esto, María se levantó en el acto y salió hacia donde estaba Jesús, porque él no había llegado aún al pueblo, sino que estaba en el lugar donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con María en la casa, consolándola, viendo que ella se levantaba y salía de prisa, pensaron que iba al sepulcro para llorar ahí y la siguieron.

Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo, se echó a sus pies y le dijo: "Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano". Jesús, al verla llorar y al ver llorar a los judíos que la acompañaban, se conmovió hasta lo más hondo y preguntó: "¿Dónde lo han puesto?". Le contestaron: "Ven, Señor, y lo verás". Jesús se puso a llorar y los judíos comentaban: "De veras ¡cuánto lo amaba!". Algunos decían: ¿No podía éste, que abrió los ojos al ciego de nacimiento, hacer que Lázaro no muriera?".

Jesús, profundamente conmovido todavía, se detuvo ante el sepulcro, que era una cueva, sellada con una losa. Entonces dijo Jesús: "Quiten la losa". Pero Marta, la hermana del que había muerto, le replicó: "Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días". Le dijo Jesús: "¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?". Entonces quitaron la piedra.

Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: "Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo ya sabía que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho a causa de esta muchedumbre que me rodea, para que crean que tú me has enviado". Luego gritó con voz potente: "¡Lázaro, sal de ahí!". Y salió el muerto, atados con vendas las manos y los pies, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: "Desátenlo, para que pueda andar".

Muchos de los judíos que habían ido a casa de Marta y María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

La muerte de Lázaro se convirtió en signo del poder de Cristo. La gente le reprochaba a Jesús por qué lo había dejado morir, considerando que ya había obrado grandes milagros y su poder era palpable, pero Jesús tenía otra cosa en mente. Así como en su vida el no sufrir, el rehuir de la muerte no era una opción, quería darles esta lección a los judíos. Es cierto que Lázaro era su amigo y que su muerte no le pasa desapercibida porque llora su pérdida, pero quiere mostrar que Dios tiene la última palabra, que en nuestra vida podemos experimentar sufrimiento y muerte, pero Él no nos dejará solos. Si ponemos nuestra confianza en Él no nos defraudará.

La muerte y resurrección de Lázaro, el amigo de Cristo, se hizo ejemplo de lo que sucede con quien ama profundamente a Dios. Ni siquiera la muerte lo puede separar de Él. En términos humanos la muerte nos puede provocar desesperación y un inmenso dolor a los cuales Jesús no es indiferente; pero si tenemos fe, podemos confiar que Dios está presente aun en momentos de tanto dolor y nos ayuda a sobrellevar esta separación.

¿Quién nos separará del amor de Cristo? Ni la muerte lo puede hacer. Tomemos cada día como una verdadera oportunidad para renovar nuestro amor a Dios que nos lleva a no perder la esperanza de que, con Él, podemos vencer hasta la muerte.

«Jesús ha iluminado el misterio de nuestra muerte. Con su comportamiento, nos autoriza a sentirnos dolidos cuando una persona querida se va. Él se turbó «profundamente» delante de la tumba del amigo Lázaro, y “se echó a llorar”. En esta actitud suya, sentimos a Jesús muy cerca, nuestro hermano. Él lloró por su amigo Lázaro. Y entonces Jesús reza al Padre, fuente de la vida, y ordena a Lázaro salir del sepulcro. Y así sucede. La esperanza cristiana se basa en esta actitud que Jesús asume contra la muerte humana: está presente en la creación, pero es sin embargo, una cicatriz que desfigura el diseño de amor de Dios, y el Salvador quiere sanarnos».

(Audiencia de S.S. Francisco, 18 de octubre de 2017).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Rezar un Ave María por los moribundos.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Lázaro, el hombre que murió dos veces

¿Murió, realmente, o sólo estuvo suspendida su vida en aquellos cuatro días?

1. El misterio de Lázaro

Detengámonos para preguntarnos por el misterio de esta alma, el más agudo misterio de cuantos existan. ¿Qué experimentó Lázaro? ¿Qué significaron para él esos cuatro días... dónde, dónde? ¿Qué fue para él la vida y cómo cruzó los años después de su regreso? Desgraciadamente nadie responderá a estas preguntas. Escritores, poetas, han girado sobre esta misteriosa existencia, pero sólo pueden ofrecernos sus imaginaciones o aplicar a Lázaro lo que ellos piensan de la vida y de la muerte.

Luis Cernuda nos contará, por ejemplo, que a Lázaro no le gustó resucitar. Que al oír la llamada de Jesús:

"hundió la frente sobre el polvo
al sentir la pereza de la muerte.
Quiso cerrar los ojos,
buscar la vasta sombra",
–y que, forzado por aquella voz que le arrastraba–
"sintió de nuevo el sueño, la locura
y el error de estar vivo",
–y tuvo que pedirle al Profeta–
"fuerza para llevar la vida nuevamente",
–aunque, al menos descubriera que, en adelante,
debería vivir trabajando–
"no por mi vida ni mi espíritu,
mas por una verdad en aquellos ojos
entrevista ahora".

Hermoso, sí, pero ¿quién nos lo certifica? Para Jorge Guillén, al contrario, Lázaro no se encontró nada a gusto muerto. Se encontró harapiento despojo de un pasado, siendo ya, no Lázaro, sino ex-Lázaro, en un fatal naufragio oscuro. Por eso, cuando Jesús le resucite, le pedirá que le deje aquí, en la pequeña y dulce tierra de los hombres, y que su cielo no sea otra cosa que una pequeña Betania, en una gloria terrena. De nuevo, poesía, sólo poesía.

En realidad nada sabemos de lo que atravesó antes, durante y después, por el alma de Lázaro. ¿Murió, realmente, o sólo estuvo suspendida su vida en aquellos cuatro días? ¿Su «segunda» vida fue, en realidad, una «segunda vida», o una prolongación de la anterior? ¿Añadió Cristo «un codo más» a su existencia? ¿Y cómo fue ese añadido? Las leyendas han tejido este segundo «trozo» de vida de Lázaro, hasta hacerle algunas obispo de Lyon muchos años más tarde. Pero sólo son leyendas. Tal vez lo único que sabemos -que tenemos derecho a suponer- es que Lázaro comenzó a vivir «de veras» ahora que sabía lo que la muerte era. Es decir, que vivió como los hombres todos deberían hacerlo si se sintieran resucitar cada mañana.

2. La verdadera vida

Lo que sí podemos hacer nosotros -aunque San Juan no lo haga expresamente- es leer esta página a la luz de todo el resto de su evangelio. Para empezar descubriendo que el concepto de «vida» y el de «vida eterna» son dos de las ideas claves de todo el cuarto evangelio y dominan todo el cuadro que éste da de la salvación obrada por Cristo. Como comenta Wikenhauser la noción de «vida» en Juan corresponde en importancia a la de «reino de Dios» en los sinópticos. 21 veces aparece en este evangelio la palabra «vida», 15 las palabras «vida eterna».

Según Juan, Jesús es siempre depositario y dispensador de la vida. Hablando de sí mismo dice que vive, es decir, que posee la vida (6, 57; 14, 19), que tiene la vida en sí mismo (5, 26), que es la vida (11, 25, 14, 6). Antes de la encarnación la vida estaba en él (1, 4), él era la palabra de vida, en él está la vida que nosotros hemos recibido de Dios. Por eso él es la resurrección y la vida (11, 25), el camino, la verdad y la vida (14, 6). Por eso se designa a sí mismo como el pan de vida (6, 35-48), como luz de la vida (8, 12), como aquel que da el agua viva (4, 10-11; 7, 38), el pan vivo (6, 51). Sus palabras son espíritu y vida (6, 63), palabras de vida eterna (6, 68), porque vivifican, dispensan la vida. El vino al mundo para darle la vida (6, 33; 10, 10). El comunica la vida a los hombres de acuerdo con la voluntad divina y por encargo de Dios (17, 2); Dios les da vida a través de él (1 Jn 5, 11).

Dios es el Padre que vive (6, 57). Él es el único que originalmente posee la vida y Él quien la comunica. No hay otra vida que la que Dios posee. Los hombres tienen vida en el Hijo, en su nombre (3, 15; 20, 31). Y esta vida que el Hijo comunica a los hombres es mucho más que la vida natural, es la vida trascendente del mundo superior, la vida eterna, un bien en orden a la salvación, o, para ser más exactos, es la salvación misma, la condición de quien está salvado. Los hombres realmente vienen al mundo privados de vida, creen vivir pero están muertos, están en la muerte, y lo están mientras no reciban vida de Jesús.

A la luz de todo esto, ¿podemos entender mejor lo sucedido a Lázaro? ¿No será su resurrección, además de un milagro, un paradigma de todo el pensamiento de Jesús sobre la vida y la muerte? ¿No tiene o puede tener todo hombre dos vidas, una primera y mortal, y una segunda que se produce en su encuentro con Cristo? ¿No es todo creyente un Lázaro... que tal vez ignora que lo es? ¡Ah si todos vivieran su «segunda y verdadera vida» como debió de vivirla Lázaro!

Pero evidentemente la resurrección del hermano de Marta y María fue sólo un ensayo. Y tal vez no debiéramos ni siquiera llamarla resurrección. Hay teólogos que prefieren hablar de «resucitación», para diferenciarla de la verdadera, la de Jesús. Porque el Lázaro de Betania volvió a morir años o meses después de su primer «regreso». La segunda vida, o el segundo trozo de su vida, no comportaba la inmortalidad, que es la sustancia de la resurrección. En Jesús, la segunda vida fue la eterna, la inmortal, la interminable. En Lázaro, hay que repetirlo, sólo hubo un anuncio, un ensayo. En todo caso el verdadero y más profundo milagro de aquel día, más que la misma recuperación de la vida terrena, fue el encuentro de Lázaro con Cristo. Un milagro, una fortuna, que cualquier creyente puede encontrar.

3. Las consecuencias

Muchos de los judíos que habían venido a Betania y vieron lo que había hecho, creyeron en él, pero algunos se fueron a los fariseos y les dijeron lo que había hecho Jesús. Y desde aquel día tomaron la resolución de matarle (11, 45-54). Esta es la lógica de la raza humana. Como comenta Fulton Sheen: "De la misma manera que el sol brilla sobre el barro y lo endurece, y brilla sobre la cera y la ablanda, así este gran milagro endureció algunos corazones para la incredulidad y ablandó a otros para la fe. Algunos creyeron, pero el efecto general fue que los judíos decidieron condenar a muerte a Jesús".

El apóstol sabe muy bien que los milagros no son remedios contra la incredulidad. Si Lázaro y sus hermanas hubieran creído hacer algún favor al triunfo de Cristo, «ayudándole» con un supuesto milagro, habrían demostrado, entre otras cosas, muy corta inteligencia y mucho desconocimiento de la realidad. Habrían, en definitiva, acelerado su muerte. Porque los fariseos poco hubieran tenido que temer de Cristo si éste hubiera sido un impostor. Era el conocimiento de su poder divino lo que les empujaba a la acción, porque eso era lo que le volvía verdaderamente peligroso. No niegan sus milagros. Al contrario: lo que les alarma es precisamente que hace muchos, y que la gente le seguirá cada vez en mayor número. Estrecharán el cerco, no porque le crean un impostor, sino porque se dan cuenta de que no lo es.

Jesús lo sabe. Tenía razón en el fondo Tomás al decir que subir a Jerusalén era ascender a la muerte. Jesús no sólo se ha metido en la madriguera del lobo, sino que le ha provocado con un milagro irrefutable. La resurrección de Lázaro no dejaba escapatoria: o creían en éI, o le mataban. Y habían decidido no creer en él. Por eso esta resurrección era el sello de su muerte.

Pero aún no había llegado su hora. Por eso señala el evangelista que, después de estos hechos, Jesús ya no andaba en público entre los judíos; antes se fue a una región próxima al desierto, a una ciudad llamada Efrem, y allí moraba con los discípulos (Jn 11, 54).

4. Las otras lágrimas

Lo que no podía evitar Jesús era la tristeza. Y no muchos días más tarde sus ojos volverían a llenarse de lágrimas. Pero de lágrimas esta vez diferentes: Así que estuvo cerca, al ver la ciudad, lloró sobre ella, diciendo: ¡Si al menos en este día comprendieras los caminos que llevan a la paz! Pero no, no tienes ojos para verlo (Lc 19, 41). No tenían ojos, efectivamente. Ante sus ojos se les había puesto la prueba definitiva: habían visto un muerto de cuatro días levantándose con sólo una palabra; había ocurrido a la luz del día y ante todo tipo de testigos, amistosos y hostiles; tenían allí al resucitado con quien podían conversar y cuyas manos tocaban. Pero su única conclusión era que tenían que matar al taumaturgo y que eliminar su prueba.

Es por esta ceguera por lo que ahora llora Cristo. Un día, esa ciudad que ahora duerme a sus plantas bajo el sol, será asolada porque no supo, no quiso entender. Y serán los jefes de ese pueblo los supremos responsables; los mismos que acudieron a Betania seguros de que Jesús no se atrevería a actuar ante sus ojos; los mismos que de allí salieron con el corazón más emponzoñado y con una decisión tomada. Y Jesús ve ya esa ciudad destruida, arrasada, sin que quede en pie una piedra sobre otra. Y llora. Porque quiere a esta ciudad como quería a Lázaro. Pero sabe que si él puede vencer a la muerte y a la corrupción de la carne, se encuentra maniatado ante un alma que quiere cegarse a sí misma. El es la resurrección y la vida, pero sólo para quien cree en él. Lázaro, en realidad, dormía. Su alma no se había corrompido, no olía a podredumbre. Los fariseos, que horas más tarde regresaban hacia sus madrigueras, creían estar vivos. Pero sus almas olían mucho peor que la tumba de Lázaro.

La oración es nuestra arma vencedora

Bendición Urbi et Orbi. 27 de marzo de 2020

“Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos”. Con estas palabras, el Papa Francisco ha iniciado su reflexión centrándose en el Evangelio según San Marcos, capitulo 5, versículo 35, tras la escucha de la Palabra desde el atrio de la Basílica de San Pedro en el momento extraordinario de oración convocado por él mismo el pasado domingo ante la emergencia sanitaria por coronavirus. El Papa además ha expresado que “nos encontramos asustados y perdidos” pero en esta barca – recuerda – “estamos todos”, de hecho, continúa, “al igual que esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos”, también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos”.

Jesús calma la tempestad
Reflexionando sobre el Evangelio de San Marcos, el Papa habla de la “tempestad”: “La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, proyectos, rutinas y prioridades”. Para Francisco, la tempestad también nos muestra “cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad” y pone al descubierto “todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad”.

Pero esta tempestad también nos quita el “maquillaje” de los estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar y deje al descubierto “esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos”.

No hemos escuchado el grito de nuestro planeta enfermo
El Pontífice también ha elevado una súplica en estos momentos de prueba: “mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor””. El Papa asegura que hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo y codiciosos de ganancias – dice – “nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa”. Es en este momento en el que el Papa, dirigiéndose al Señor, asegura que “no nos hemos detenido ante sus llamadas”, tampoco “nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo” ni “hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo”. De hecho, dice, “hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo”.

En esta Cuaresma resuena la llamada urgente: “Convertíos”
“Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti” dice Francisco. En esta Cuaresma resuena la llamada urgente: “Convertíos” en la que se nos llama a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. “No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio – asegura el Papa – el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es”. También es el tiempo “de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás”, puntualiza.

Sigamos el ejemplo de las personas ejemplares, corrientemente olvidadas
El Papa también nos pide que dirijamos nuestra mirada a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, “ante el miedo – dice – han reaccionado dando la propia vida”. El Papa se refiere a la generosa entrega de personas comunes “corrientemente olvidadas” que no aparecen “en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show” pero, sin lugar a dudas, “están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo”.

La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras
El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. “Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida” nos pide el Papa y “entreguémosle nuestros temores, para que los venza”. Francisco asegura que si hacemos esto, experimentaremos, al igual que los discípulos, que con Él a bordo, no se naufraga”. En este sentido, el Papa nos hace un ejemplo gráfico: “Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor”.

Al final de su reflexión, el Papa ha pedido al Señor que bendiga “al mundo”, de salud “a los cuerpos” y consuele “los corazones”. “Nos pides que no sintamos temor, pero nuestra fe es débil y tenemos miedo” ha concluido.

El amor ¿Lo cura todo?

6 reflexiones para amar mejor

El romanticismo mata al amor. Las películas románticas nos presentan al amor como una especie de llave mágica que abre las puertas de todos los corazones humanos y resuelve todos los problemas. Al principio de casi todas las historias de amor puede parecer así, porque estamos en un estado que conocemos como “enamoramiento”.

¿Qué es el enamoramiento? Una poeta americana lo definió como “una estafa neuroquímica”. Durante este vivimos en un estado “ideal” aparente: la mujer se siente constantemente halagada por las cortesías de su enamorado. Él se siente el hombre más afortunado del mundo porque la mujer más bella del universo le prestó atención, y todo parece un cuento de hadas. Pero claro, en todo cuento de hadas hay una bruja y un ogro, que mientras se gesta el cuento de hadas, están durmiendo, pero que luego van a querer despertar indefectiblemente una vez que se hayan casado.

Durante el enamoramiento estamos en un estado de excepción. Dicen que el cerebro funciona toda la vida hasta que nos enamoramos. Y tiene bastante razón. El cerebro enamorado es parecido al cerebro de un adicto a la cocaína, de acuerdo a un estudio realizado por Helen Fischer. El sistema de recompensas de una persona enamorada funciona en modo similar al de un adicto: cuanto más tiene, más quiere. Esta “anomalía cerebral” es la que provoca que cuando alguien nos advierte sobre los defectos de nuestro posible futuro cónyuge, reaccionemos casi siempre violentamente. ¿Cómo va a ser imperfecto, si es el hombre más caballeroso del mundo? ¿Cómo va a ser imperfecta si es la mujer más hermosa del mundo?

Nos negamos a ver la realidad porque la fantasía es mucho más atractiva. Pero este estado no dura para siempre, y cuando pasa, “las escamas caen de nuestros ojos” y nos encontramos con la “estafa neuroquímica”, parece que hemos caído en una trampa mortal para “cazarnos” más que “casarnos”.

¿Cómo podemos hacer para evitar estas “sorpresas” que suceden cuando pasa el encanto del enamoramiento? Pues preparándonos nosotros mismos para no “dar” esas sorpresas, y rezando por nuestro futuro cónyuge para que también pueda prepararse. Me explico: todos queremos un amor incondicional, que esté en las buenas y en las malas, que esté siempre de buen humor y que nos soporte en salud y en enfermedad, en prosperidad y en adversidad hasta que la muerte nos separe. Cuando pensamos en nuestro futuro, estamos segurísimos de que eso es lo que merecemos. Pero sucede un problema: para poder recibir ese amor, tenemos que estar dispuestos a dar un amor incondicional, que esté en las buenas y en las malas, que esté siempre de buen humor y que soporte al otro en salud y en enfermedad, en prosperidad y en adversidad hasta que la muerte nos separe. Queremos a un futuro cónyuge ideal, pero no estamos muy dispuestos a ser ese cónyuge ideal.

Es claro entonces que antes de pensar en lo que vamos a recibir en nuestra relación, nos enfoquemos en lo que vamos a dar. «Amar es dar sin pensar en recibir» dice el dicho popular, probablemente basado en lo que decía Jesús y que san Lucas cita en Hechos 20, 35: «Hay más alegría en dar que en recibir”»

¿Y cómo nos preparamos para tener una buena relación? ¿Cómo hacemos para ser ese futuro esposo o esposa ideal? ¡Hay muchísimas recetas!, pero hoy quiero enfocarme en algunos aspectos que luego de casados generan la mayor parte de los conflictos. Estos aspectos de la vida de relación pueden parecer irrelevantes, pero requieren de mucho autodominio y mucha oración, así que, si ves que tienes alguno de ellos algo descuidados, el momento de comenzar a trabajarlos es ¡ahora!

1. ¡Deja ya de quejarte!

¿Por qué te quejas? ¿Qué logras quejándote? Lo único que logras es que todos los otros se pongan a la defensiva y que estés siempre buscando un culpable para todas tus desgracias, tanto las reales como las imaginarias. En las relaciones de pareja, la queja constante dificulta completamente la relación, en especial, cuando ya están casadas, la convivencia. Especialmente las críticas que se expresan descalificando, en segunda persona o que incluyen adverbios como “siempre” y “nunca”. Las personas quejosas tienen una característica principal: no se hacen cargo de sus dificultades y tienden a achacárselas a otros. Este tipo de personas no solo no son felices, sino que hacen infelices a todos los que se les acercan.

2. ¡No guardes rencor!

Atado a la anterior característica, las personas rencorosas no dejan pasar ninguna ofensa. La persona rencorosa es aquella persona que todos los días toma veneno y espera que los demás se mueran. Guardar rencor es mantener la ofensa alejada del perdón y valorar más el orgullo propio que a la otra persona y a la relación. Muchas veces nos ofenden realmente, especialmente las personas más cercanas y queridas, y cuanto más cercanas y queridas tanto más duele, y muchas veces no nos piden perdón, aun sabiendo que faltaron contra nosotros. ¿Qué podemos hacer? ¿Seguir ofendidos para toda la vida? Si no eres capaz de perdonar, no una sino setenta veces siete, es muy probable que todavía no estés “maduro” para amar para toda la vida. Un buen matrimonio es la unión de dos buenos perdonadores.

3. ¡No te quedes lo mejor para ti!

El egoísmo es una característica que hay que tener revisada desde mucho antes de pensar en acercarse al sacramento del matrimonio. Porque el sacramento nos puede dar la gracia de estado, pero no hace magia. Una persona que piensa en sí misma antes que en el otro está llamada a ser sumamente infeliz en el matrimonio. Puede parecer contradictorio. Supongamos que Pablo, alguien que piensa primero en sí mismo se casa con Marta, alguien que piensa primero en Pablo que en sí misma: ¡son dos personas pensando en Pablo! ¡La felicidad perfecta para Pablo! Y sin embargo no es así. Puede ser que esa fantasía de felicidad dure unos meses, pero el egoísmo termina convirtiendo a una relación que debería ser entre iguales en una relación “amo – servidor”, y el paso del tiempo hará que esa relación comience a resentirse. Como dije al principio: cuanto más pensemos en nuestra propia felicidad, más seguro es el camino al fracaso.

4. ¡Deja ya de justificarte y comienza a escuchar!

Tu punto de vista puede parecerte sumamente interesante porque conoces todos los vericuetos de tu mente, y es seguro que tienes una explicación razonable para todas las tonterías que haces. Pero cuando te casas, las tonterías que haces ya no te afectan solo a ti, afectan también a tu cónyuge. Y puede ser que en tu cabeza la explicación de (por ejemplo) por qué gastaste la mitad del presupuesto de la familia en comprar algo completamente innecesario pueda parecerte algo totalmente justificable. Pero hay un detalle: tu dinero ya no es tu dinero, es de ambos. Y tu cónyuge puede tener otra lista de prioridades que la que tú tienes, tal vez mucho más razonable que la tuya. Así que, antes de hacer cualquier cosa ¡comienza por consultar, escuchar y aprende a dialogar! Dios nos dio el doble de oídos que de boca, así que escucha el doble de lo que hables, y estarás por buen camino.

5. ¡Deja ya la pornografía!

Y cuando digo la pornografía, hablo de toda la basura que amigos “graciosos” nos mandan “solo por embromar”. Una broma divertidísima, que puede costarnos la felicidad conyugal. Porque la pornografía es denigrante, y denigra el amor humano. ¿Que la pornografía es un “crimen sin víctimas”? Las actrices y actores pornográficos tienen una tasa de mortalidad altísima, por las enfermedades de transmisión sexual pero también por la altísima exposición a las drogas duras. Pero además, exponiéndote a esa “bromita”, más temprano que tarde te acostumbrarás, y pretenderás que eso que se ve en la pornografía es la “sexualidad normal” y el día que te cases, tendrás una visión tan distorsionada de la sexualidad, que la sexualidad conyugal que está llamada a ser la máxima expresión del amor para tiy tu cónyuge, te parecerá aburrida y anodina.

Claro que todas estas cosas, ¡no son fáciles! Te tengo un secreto: el matrimonio no es fácil. Parece mentira que yo, que escribí un libro que se llama: “Matrimonio fácil para tiempos difíciles” diga esto, pero no soy yo solo quien lo dice, san Francisco de Sales decía que: «El matrimonio ofrece las máximas oportunidades de mortificación». O, como decía Chesterton: «El matrimonio es una aventura, como ir a la guerra». Claro que no queremos ir a la guerra, porque el enemigo más poderoso a vencer no es nuestro cónyuge, sino nosotros mismos. Y cuando nos vencemos, y nos donamos por entero al otro en la relación (porque para donarse hay que poseerse, y para poseerse hay que vencerse) entonces el matrimonio sí puede convertirse en fácil, no importa lo difíciles que se pongan los tiempos.

Tal vez dirás: ¡Pero yo no puedo hacer todo eso solo! Y, ¡claro que no! San Pablo lo dice: «Todo lo puedo en aquél que me conforta». (Fil 4,13) Como decía san Agustín, tenemos que «hacer lo que podemos y pedir lo que no podemos», o, como decía san Ignacio, «actúa como si todo dependiera de ti, confía como si todo dependiera de Dios».

Si todavía no tienes a tu pareja ideal, tal vez no sea el momento de salir a buscarla. Para ser el “esposo ideal”, y probablemente para encontrar a tu “pareja ideal”, lo mejor es que revises estos cinco puntos, y veas cómo calificas. Y si todavía no calificas, ¡antes de buscarte un candidato o candidata, búscate un director espiritual! Y si ya tienes pareja y se están preparando para casarse, revisen también esta lista, tal vez todavía haya algunos ajustes de última hora que pueden hacer para tener un buen matrimonio. Y si ya están casados, y tienen alguna de estas “piedras en el zapato”, ¡Es buen momento para detenerse, quitarse los zapatos y trabajar para que la gracia del Sacramento pueda actuar!

La paternidad responsable ¿Qué significa? ¿A qué nos obliga?

La libertad es personal. La elección también lo es. Nadie se entera. Se entera nuestra conciencia y se entera Él

El pasado miércoles día 20 de febrero se publicaba la noticia acerca del fallecimiento de Evelyn Billings : El adiós de Evelyn Billings, pionera de la regulación natural de la fertilidad. En 1968 -después de un período eclesial debatiendo la cuestión de la regulación de la concepción- S.S. Pablo VI promulgó la encíclica Humanae Vitae . Esta encíclica fue uno de los frutos del Concilio Vaticano II; el libro del matrimonio australiano Billings, una de las aportaciones científicas en esta materia de la sexualidad.

Me quedó muy claro hace muchos años:
a) que todo acto sexual pertenece en exclusiva a la relación amorosa entre el esposo varón con su esposa mujer;
b) que todo acto sexual entre los dos debe estar abierto a la transmisión de la vida. Vale la pena reflexionar a menudo sobre esta carta magna de la sexualidad.

Esta carta encíclica dejó claramente establecido que todo acto sexual debe estar abierto a la transmisión de la vida humana y que para ello los esposos deben proceder con generosidad y cabeza, con oposición a cualquier planteamiento conyugal anticonceptivo y acto individual contraceptivo.

El Sí a la Vida parte tanto de la intencionalidad de cada acto sexual legítimo como en su forma de ejecución. Cabeza quiere decir ser conscientes los dos de que los hijos no vienen de París dentro de un saco en el pico de una cigüeña. O lo que viene a ser lo mismo creer ingenuamente que en materia de hijos los que Dios quiera. Deben ser conscientes también los dos que como sermón espiritual no es suficiente apelar al dicho de que todo hijo viene con un pan bajo el brazo. Siendo como es así quienes viven su fe cristiana deben profundizar siempre en eso del acto sexual.

De lo contrario, por ignorancia culpable y no culpable, o por desafío abierto a Dios como el de Eva y Adán en el Paraíso cuestionando la Ley Natural, se produce, como se ha producido en todas partes, una oposición íntima a las leyes de la naturaleza consistente en disociar –con excusas baratas- el acto de amor en su formalidad canónica de sus consecuencias naturales. El resultado familiar y social es la baja natalidad generalizada en nuestro entorno occidental y moderno.

Ha contribuido a ello la tentación constante de los sucesivos “adelantos” médico-farmacéuticos. Adquirir preservativos en las farmacias es algo asequible al bolsillo común. También todo lo relativo a la implantación de dispositivos intrateurinos en la mujer o la receta médica de píldoras contraceptivas. En un paso más adelantado existen dos intervenciones quirúrgicas de beneplácito ginecológico generalizado: la vasectomía en el varón y la ligadura de trompas en la mujer. Son irreversibles. ¿Dónde están los sermones en los templos?

La libertad es personal. La elección también lo es. Nadie se entera. Se entera nuestra conciencia y se entera Él. Pues lo ve todo en el cielo, en la tierra y en todas partes. Amén

Angelus del Papa: “¡Quiten la piedra de su corazón! Dejen que Dios devuelva la vida”

capture d'écran/Vatican News

Le pape François lors de l'Angélus du 22 mars 2020

Vatican Media | Mar 29, 2020

“Estamos llamados a quitar las piedras de todo lo que sabe a muerte”. Alocución del Santo Padre antes de rezar la oración mariana del Ángelus de este 29 de marzo, V Domingo de Cuaresma.

“Que la Virgen María nos ayude a ser compasivos como su Hijo Jesús, que ha hecho suyo nuestro dolor. Que cada uno de nosotros esté cerca de los que están en la prueba, convirtiéndose para ellos en un reflejo del amor y la ternura de Dios, que libera de la muerte y hace vencer la vida”, lo dijo el Papa Francisco en su alocución antes de rezar la oración mariana del Ángelus de este 29 de marzo, V Domingo de Cuaresma.

«El que crea en mí, aunque muera, vivirá»

El Santo Padre, comentando el Evangelio de este Domingo (cf. Jn 11, 1-45), que narra la Resurrección de Lázaro recordó que, Jesús era muy amigo de Lázaro, Marta y María. Y cuando Él llega a Betania, Lázaro llevaba ya cuatro días muerto; Marta corre al encuentro del Maestro y le dice: «¡Si tú hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto!». Jesús responde a Marta: «Tu hermano resucitará»; «Yo soy la resurrección y la vida; el que crea en mí, aunque muera, vivirá». Luego Jesús «conmovido profundamente se echó a llorar» por la muerte del amigo. Con esta perturbación en su corazón, fue al sepulcro, agradece al Padre que siempre le escucha, hace abrir la tumba y grita en voz alta: «¡Lázaro, ven afuera!». Y Lázaro salió con «los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario». “Tu hermano resucitará; Yo soy la resurrección y la vida; el que crea en mí, aunque muera, vivirá”

¡Quiten la piedra de su corazón!

Después de relatar los momentos más sobresaliente de la narración del Evangelio, el Papa Francisco dijo que, “aquí tocamos con la mano que Dios es vida y dona vida, pero asume el drama de la muerte. Jesús habría podido evitar la muerte de su amigo Lázaro, pero ha querido hacer suyo nuestro dolor por la muerte de nuestros seres queridos, y sobre todo ha querido mostrar el dominio de Dios sobre la muerte”. En el Evangelio, precisa el Pontífice, vemos que la fe del hombre y la omnipotencia del amor de Dios se buscan y finalmente se encuentran. Lo vemos en el grito de Marta y María y todos nosotros con ellas: «¡Si hubieras estado aquí!…». Y la respuesta de Dios no es un discurso, es Jesús.

“Yo soy la resurrección y la vida… ¡Tengan fe! En medio del llanto sigan teniendo fe, aunque la muerte parezca haber ganado. ¡Quiten la piedra de su corazón! Dejen que la Palabra de Dios devuelva la vida donde hay muerte”

Quitar las piedras de todo lo que sabe a muerte

También hoy, afirma el Santo Padre, Jesús nos repite: “Quiten la piedra”. Dios no nos ha creado para la tumba, nos ha creado para la vida, hermosa, buena, gozosa, a pesar que «la muerte ha entrado en el mundo por envidia del diablo» como dice el Libro de la Sabiduría, y Jesucristo ha venido a liberarnos de sus ataduras. Por lo tanto, subraya el Papa, estamos llamados a quitar las piedras de todo lo que sabe a muerte: la hipocresía con la que vivimos la fe, es muerte; la crítica destructiva a los demás es muerte; la ofensa, la calumnia, es muerte; la marginación de los pobres es muerte. “El Señor nos pide que quitemos estas piedras de nuestros corazones, y la vida entonces volverá a florecer a nuestro alrededor. Cristo vive, y quien lo acoge y se adhiere a Él entra en contacto con la vida. Sin Cristo, o fuera de Cristo, no sólo no hay vida, sino que se vuelve a caer en la muerte”.

“La resurrección de Lázaro es también un signo de la regeneración que se actúa en el creyente a través del Bautismo, con la plena inserción en el Misterio Pascual de Cristo. Por la acción y la fuerza del Espíritu Santo, el cristiano es una persona que camina en la vida como una nueva criatura: una criatura para la vida”

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