Renacer del agua y del Espíritu
- 20 Abril 2020
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Inés de Montepulciano, Santa
Virgen, 20 de abril
Martirologio Romano: En Montepulciano, en la Toscana, Italia, santa Inés, virgen, que vistió el hábito de las vírgenes a los nueve años, y a los quince, en contra de su voluntad, fue elegida superiora de las monjas de Procene, fundando más tarde un monasterio, sometido a la disciplina de santo Domingo, donde dio muestras de una profunda humildad († 1317).
Etimológicamente: Inés = Aquella que se mantiene pura, es de origen latino.
Breve Biografía
Nació alrededor del año 1270. Hija de la toscana familia Segni, propietarios acomodados de Graciano, cerca de Orvieto.
Cuanto solo tiene nueve años, consigue el permiso familiar para vestir el escapulario de "saco" de las monjas de un convento de Montepulciano que recibían este nombre precisamente por el pobre estilo de su ropa.
Seis años más tarde funda un monasterio con Margarita, su maestra de convento, en Proceno, a más de cien kilómetros de Montepulciano.
Mucha madurez debió ver en ella el obispo del lugar cuando con poco más de quince años la nombra abadesa. Dieciséis años desempeñó el cargo y en el transcurso de ese tiempo hizo dos visitas a Roma; una fue por motivos de caridad, muy breve; la otra tuvo como fin poner los medios ante la Santa Sede para evitar que el monasterio que acababa de fundar fuera un día presa de ambiciones y usurpaciones ilegítimas. Se ve que en ese tiempo podía pasar cualquier cosa no sólo en los bienes eclesiásticos que detentaban los varones, sino también con los que administraban las mujeres.
Apreciando los vecinos de Montepulciano el bien espiritual que reportaba el monasterio de Proceno puertas afuera, ruegan, suplican y empujan a Inés para que funde otro en su ciudad pensando en la transformación espiritual de la juventud. Descubierta la voluntad de Dios en la oración, decide fundar. Será en el monte que está sembrado de casas de lenocinio, "un lugar de pecadoras", y se levantará gracias a la ayuda económica de los familiares, amigos y convecinos. Ha tenido una visión en la que tres barcos con sus patronos están dispuestos a recibirla a bordo; Agustín, Domingo y Francisco la invitan a subir, pero es Domingo quien decide la cuestión: "Subirá a mi nave, pues así lo ha dispuesto Dios".
Su fundación seguirá el espíritu y las huellas de santo Domingo y tendrá a los dominicos como ayuda espiritual para ella y sus monjas.
Con maltrecha salud, sus monjas intentan procurarle remedio con los baños termales cercanos; pero fallece en el año 1317.
Raimundo de Capua, el mayor difusor de la vida y obras de santa Inés, escribe en Legenda no sólo datos biográficos, sino un chorro de hechos sobrenaturales acaecidos en vida de la santa y, según él, confirmados ante notario, firmados por testigos oculares fidedignos y testimoniados por las monjas vivas a las que tenía acceso por razones de su ministerio. Piensa que relatando prolijamente los hechos sobrenaturales -éxtasis, visiones y milagros-, contribuye a resaltar su santa vida con el aval inconfundible del milagro. Por ello habló del maná que solía cubrir el manto de Inés al salir de la oración, el que cubrió en interior de la catedral cuando hizo su profesión religiosa, o la luz radiante que aún después de medio siglo de la muerte le ha deslumbrado en Montepulciano; no menos asombro causaba oírle exponer cómo nacían rosas donde Inés se arrodillaba y el momento glorioso en que la Virgen puso en sus brazos al niño Jesús (antes de devolverlo a su Madre, tuvo Inés el acierto de quitarle la cruz que llevaba al cuello y guardarla después como el más preciado tesoro). Cariño, poesía y encanto.
Santa Catalina de Siena, nacida unos años después y dominica como ella, será la santa que, profundamente impresionada por sus virtudes, hablará de lo de dentro de su alma. Llegó a afirmar que, aparte de la acción del Espíritu Santo, fueron la vida y virtudes ejemplares vividas heroicamente por santa Inés las que le empujaron a su entrega personal y a amar al Señor. Resalta en carta escrita a las monjas hijas de Inés de Montepulciano -una santa que habla de otra santa- la humildad, el amor a la Cruz, y la fidelidad al cumplimiento de la voluntad de Dios. Pero el mayor elogio que puede decirse de Inés lo dejó escrito en su Diálogo, poniéndolo en boca de Jesucristo: "La dulce virgen santa Inés, que desde la niñez hasta el fin de su vida me sirvió con humildad y firme esperanza sin preocuparse de sí misma".
Fue canonizada por S.S. Benedicto XIII en el año 1726.
Santo Evangelio según san Juan 3, 1-8. Lunes II de Pascua
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, Tú que estás tan cerca de mí que hasta te puedo tocar, ayúdame a comunicar esta experiencia maravillosa en mi vida a la gente que me rodea, especialmente a mi familia. Te pido que, en momentos difíciles, pueda ver tu cruz y tomar fuerzas de tu sufrimiento salvífico para sobrellevar mi cruz. Te doy gracias por todo lo que me has dado.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 3, 1-8
Había un fariseo llamado Nicodemo, hombre principal entre los judíos, que fue de noche a ver a Jesús y le dijo: "Maestro, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro; porque nadie puede hacer los signos que tú haces, si Dios no está con él".
Jesús le contestó: "Yo te aseguro que quien no renace de lo alto, no puede ver el Reino de Dios". Nicodemo le preguntó: "¿Cómo puede nacer un hombre siendo ya viejo? ¿Acaso puede, por segunda vez, entrar en el vientre de su madre y volver a nacer?".
Le respondió Jesús: "Yo te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne, es carne; lo que nace del Espíritu, es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: 'Tienen que renacer de lo alto'. El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así pasa con quien ha nacido del Espíritu".
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
En este tiempo tan especial de Pascua y con las circunstancias especiales de la pandemia, una cosa que me vino en mente al ver tantos videos, imágenes, canciones religiosas o cristianas en el internet. ¿Qué pensaría un no creyente al ver todo esto? Creo que sin duda se daría cuenta que este Cristo es alguien importante, que tiene una madre maravillosa y, extrañamente, muchas personas la invocan con las mismas palabras: madre; que hay gente a la que les importa mucho la iglesia y lo que el hombre de blanco (el Papa) dice al mundo. En una palabra, se encontrarían con que los cristianos creen en una persona viva que sienten presente en sus vidas. Es este Cristo que se hizo pecado y murió en la cruz para tomar nuestros pecados sobre Él; y así como Dios mandó a Moisés que hiciera una serpiente para librar de la muerte a los judíos en el desierto, así ha pasado con Cristo elevado en una cruz. Y ahora celebramos que la historia no se ha quedado ahí, celebramos la vida y la vida eterna, celebramos que Cristo ha resucitado de la muerte y nos invita a ser parte de su vida nueva.
Para experimentar los frutos de la resurrección del Señor necesitamos estar cerca de Él para dejarnos formar por Él que quiere, con todo el corazón, ser parte de nuestras vidas. Invitemos a Jesús a nuestra casa, a nuestro trabajo, con nuestra familia, con nuestros amigos, etc., porque con Él podemos hacer cosas inimaginables ya que somos capaces de todo en Aquel que nos conforta.
«Nicodemo no entendía la lógica de Dios, que es la lógica de la gracia, de la misericordia, por la cual el que se hace pequeño se vuelve grande, el que se hace último pasa a ser el primero, el que se reconoce enfermo se cura. Esto significa dejar realmente la primacía al Padre, a Jesús y al Espíritu Santo en nuestra vida. Atención: no se trata de convertirse en sacerdotes "poseídos", casi como si se fuera depositario de un carisma extraordinario. No. Sacerdotes ordinarios, simples, humildes, equilibrados, pero capaces de dejarse regenerar constantemente por el Espíritu, dóciles a su fuerza, interiormente libres —sobre todo de sí mismos— porque les mueve el "viento" del Espíritu que sopla donde quiere».
(Homilía de S.S. Francisco, 10 de abril de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Compartir un momento de gracia especial con Cristo a una persona.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Nicodemo acude a hablar con Jesús
Había entre los fariseos un hombre, llamado Nicodemo, judío influyente.
Entre los más conmovidos por los sucesos de aquellos días estaba un fariseo, magistrado del Sanedrín, -llamado Nicodemo-, que acudió a ver a Jesús de noche por temor a sus compañeros que se habían opuesto a Jesús.
"Había entre los fariseos un hombre, llamado Nicodemo, judío influyente. Este vino a él de noche y le dijo: Rabbí, sabemos que has venido de parte de Dios como Maestro, pues nadie hace los prodigios que tú haces si Dios no está con él"(Jn).
El clima de la conversación es afable y respetuoso, pero al mismo tiempo exigente. Sus compañeros fariseos se han declarado pronto contrarios a Jesús, a pesar de hechos patentes como los milagros y la autoridad con que Él hablaba. Se imponía la necesidad de una conversación sincera, sin discusiones apasionadas, con buena voluntad, y llegando al fondo, para aclarar la cuestión.
¿Es el Mesías?
El dilema era clave, y no admitía dilación ¿era Jesús realmente el Mesías, o no? Admite que es Maestro, pues lo ha oído; también acepta que ha venido de parte de Dios, pues ha visto los milagros; pero, ¿es posible llegar más lejos? Ahí radica su duda y su búsqueda cautelosa. La introducción está llena de respeto y delicadeza, pero Jesús supera de inmediato las amabilidades corteses, y va a lo hondo; necesita golpear con fortaleza para ver si sus palabras son sinceras, o son suaves por fuera, y falsas por dentro. Jesús contestará a Nicodemo en dos niveles: primero hablando de una vida nueva, luego, cuando ve que no entiende, eleva su mirada haciéndole comprender que su ciencia era muy poca y que necesita humildad para entender las verdades divinas.
La respuesta de Jesús
Así fue la respuesta del Señor: "En verdad, en verdad te digo que si uno no nace de nuevo, no puede ver el Reino de Dios". Jesús centra su respuesta en la salvación que ha venido a traer. La nueva vida es una victoria sobre el pecado y un participar en la misma vida de Dios. Ante un sabio se puede expresar con profundidad. No se trata sólo de cumplir la ley, sino de vivir una nueva vida, que viene de lo alto y que -a la vez permite cumplir la ley- elevando a la vida divina. Es lo que luego los cristianos llamaremos la filiación divina, que nos consigue la gracia santificante y realiza una auténtica participación en la vida divina de una manera soberana.
Nicodemo no entiende y Jesús le aclara
Nicodemo no entiende la respuesta del Señor pues responde: "¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Acaso puede entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?".
Es patente la dificultad de Nicodemo para entender las palabras espirituales de Jesús; su interpretación es humana.
Quizá, pensaba en las objeciones a la reencarnación defendida por los hindúes en el lejano Oriente y por los órficos, los pitagóricos y casi todos los grandes filósofos griegos en Occidente.
La intervención parece la típica de un intelectual acostumbrado a la discusión y defensor de la unidad del ser humano.
Lo seguro, es que no entiende que se pueda dar un nuevo nacimiento eterno y espiritual.
La prefiguración del Bautismo
Jesús se lo aclara a través de ejemplos. "En verdad, en verdad te digo que si uno no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, carne es; y lo nacido del Espíritu, espíritu es. No te sorprendas de que te he dicho que es preciso nacer de nuevo.
El viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va, así es todo nacido del Espíritu"(Jn).
Cristo habla a Nicodemo de algo que él conocía bien: el bautismo de Juan realizado con agua. Este bautismo era un símbolo a través del cual movía a penitencia a los que se acercaban a él; les movía a arrepentirse de sus pecados.
Pero el Maestro añade algo nuevo: la acción de Espíritu. Dios concederá con el nuevo bautismo el perdón pedido, y lo hace al modo divino, ya que no sólo perdona el pecado, sino que, además, eleva al hombre a la vida divina. La respuesta va precisando lo que quiere decir Jesús con la imagen del nuevo nacimiento.
Pero Nicodemo continúa sin entender "¿Cómo puede ser esto?". Entonces Jesús emplea unas palabras aparentemente duras. Le dice "¿Tú eres maestro de Israel y lo ignoras?". Es como decirle: ya ves que no basta toda tu ciencia de maestro de Israel, ni siquiera tu buena voluntad; es necesario superar una barrera nueva. Jesús está llamando ignorante a uno de los sabios del momento. Estas palabras podían ser recibidas mal por Nicodemo; y hubiera podido contestar con arrogancia que él era sabio oficial, mientras que Jesús era un artesano sin estudios que no ha frecuentado ninguna de las grandes escuelas de Israel: sería la reacción del orgullo. Pero Nicodemo no incurre en ella, porque busca sinceramente la verdad; le pesa demasiado el fardo de las interpretaciones sin vida, muy eruditas quizás, pero muertas, o poco espirituales; sabe que ese modo de pensar le frena para poder entender.
El anuncio de la cruz
Jesús le aclarará que ahí está la raíz del rechazo de sus amigos fariseos y del conjunto del Sanedrín. Necesitan convertirse con humildad y rechazar el pecado: "En verdad, en verdad te digo que hablamos de lo que sabemos, y damos testimonio de lo que hemos visto, pero no recibís nuestro testimonio. Si os he hablado de cosas terrenas y no creéis, ¿cómo ibais a creer si os hablara de cosas celestiales? Pues nadie ha subido al Cielo, sino el que bajó del Cielo, el Hijo del Hombre. Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que sea levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea tenga vida eterna en él" (Jn). Así, veladamente Cristo le señala el sacrificio que se realizará en la cruz, pero Nicodemo ahora no puede entender estas cosas.
Las dificultades con las que se va a enfrentar Jesús son más fuertes que las cuestiones de dinero o de poder; se trata de cuestiones de fe, que toca las más hondas caras del pecado. De momento, Nicodemo escucha.
La conversión
Jesús le aclara en qué consiste la conversión y la salvación que ha venido a traer: "Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Pues Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no es juzgado; pero quien no cree ya está juzgado, porque no cree en el nombre del Hijo Unigénito de Dios. Este es el juicio: que vino la luz al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, ya que sus obras eran malas. Pues todo el que obra mal odia la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprobadas. Pero el que obra según la verdad viene a la luz, para que sus obras se pongan de manifiesto, porque han sido hechas según Dios"(Jn)
Ante Nicodemo, Jesús se manifiesta como Maestro que habla con autoridad. Dialoga, pero desde el que sabe que posee toda la verdad y la manifiesta poniéndose a su nivel de su interlocutor. Jesús es doctor de una nueva verdad que puede ser aceptada por los hombres de buena voluntad se encuentre en el nivel que se encuentren. Jesús, con Nicodemo, puede hablar con profundidad y decir que lo que viene a traer es más que una reforma moral, se trata de un descendimiento de la vida de Dios a los hombres. Dios ama tanto a los hombres que quiere liberarlos del pecado e incorporarlos a una unión viva con Él. Jesús ha desvelado un poco el modo de realizar esa gran obra, al hablar de la serpiente elevada en el desierto, la cruz se apunta pero aún no se palpa ese exceso de amor de Dios por los hombres. Sin embargo, Nicodemo puede captar, mejor que la mayoría de los suyos, la grandeza de lo que está sucediendo ante sus ojos. Creer en ello es un obsequio de su libertad.
La misericordia es la única respuesta del cristiano
Regina Coeli, 19 de abril de 2020
“Que la misericordia cristiana también inspire la justa comunión entre las naciones y sus instituciones, para afrontar la presente crisis de manera solidaria”: fue el deseo expresado por el Papa Francisco a la hora del Regina Coeli en el segundo domingo de Pascua, Fiesta de la Divina Misericordia, desde la Iglesia del Espíritu Santo en Sassia, donde por la mañana también celebró la Santa Misa.
“En este segundo domingo de Pascua, ha sido significativo celebrar la Eucaristía aquí, en la Iglesia del Espíritu Santo en Sassia, que San Juan Pablo II quiso como Santuario de la Divina Misericordia” afirmó el Santo Padre iniciando su reflexión.
Com-pasión hacia quien es más vulnerable
El Papa indica a continuación cual debe ser la actitud del cristiano en los momentos de dificultad, como el que está atravesando actualmente la humanidad entera en medio de la emergencia sanitaria provocada por la pandemia, y dice:
“La respuesta de los cristianos en las tempestades de la vida y de la historia sólo puede ser la misericordia: el amor compasivo entre nosotros y hacia todos, especialmente hacia quien sufre, lucha más, está más abandonado... no pietismo, no asistencialismo, sino la com-pasión, que viene del corazón”.
La misericordia viene de Cristo
“La misericordia divina viene del corazón de Cristo, de Cristo Resucitado”, afirma el Obispo de Roma y precisa que esta misericordia “brota de la herida siempre abierta de su pecho, abierta por nosotros, que siempre tenemos necesidad de perdón y de consuelo”.
La esperanza de ser resucitados con Cristo
Francisco no olvida “a los hermanos y hermanas de las Iglesias Orientales que hoy celebran la Fiesta de la Pascua” y retomando palabras del Evangelio de Lucas los invita a proclamar juntos: "¡Es verdad, el Señor ha resucitado!". Y añade:
“Especialmente en este tiempo de prueba, ¡sintamos qué gran don es la esperanza que nace del ser resucitados con Cristo!”.
Concluyendo, el Pontífice comparte su alegría con “las comunidades católicas orientales que, por razones ecuménicas, celebran la Pascua junto con las ortodoxas”, expresando el deseo de que esta fraternidad sea de consuelo allí donde los cristianos son una pequeña minoría.
Finalmente, la invitación a rezar con alegría pascual a la Virgen María, “Madre de la Misericordia”.
La suave voz del Espíritu Santo ¿cómo escucharlo?
Cómo filtrar las muchas voces que nos hablan, para escuchar lo que nos tiene que decir el Santo Espíritu de Dios.
"Se lava la carne para que se purifique el alma; se unge la carne para consagrar el alma; se signa la carne para fortalecer el alma; se imponen las manos sobre la carne para que el alma sea iluminada por el Espíritu; se nutre la carne con el Cuerpo y la Sangre de Cristo para que el alma se sacie de Dios" (Tertuliano, en De Resurrectione, 8).
Esta cita de uno de los Padres de la Iglesia nos permite ver algo de cómo los primeros cristianos entendían el Bautismo y la Confirmación, vale decir, que mientras el Bautismo "nos lava" del pecado original, es a través del don del Espíritu Santo que somos ungidos, sellados e iluminados.
Como sucede con los demás sacramentos, si queremos experimentar completamente las bendiciones de la Confirmación, a nosotros nos toca hacer algo también: creer que el Espíritu Santo vive en nosotros y que quiere hablarnos y actuar en nuestra vida. Tenemos, además, que aprender a escuchar su voz y seguir su guía. Así pues, en los párrafos siguientes, veremos cómo se pueden experimentar con mayor profundidad las bendiciones recibidas en la Confirmación.
Una multitud de voces.
Sí, es cierto que el Espíritu Santo nos quiere hablar, pero a veces nos cuesta escucharle. Esto sucede porque hay muchas otras voces que constantemente nos llegan de todos lados pidiendo atención. Todas quieren penetrar en nuestros razonamientos e influir en las decisiones que tomamos.
Pensemos en todas las voces, unas útiles, otras inútiles, que escuchamos durante el día: voces de familiares, amigos, compañeros de trabajo y vecinos. Está además toda la inmensidad de anuncios y propaganda comercial que nos urge a comprar diversos productos o servicios que supuestamente van a comunicarnos felicidad o satisfacción en la vida.
Además están los medios de difusión (periódicos, televisión, radio, internet) que tratan de informarnos y condicionarnos para pensar de una u otra forma. También está la presencia de Satanás, el maligno "que engaña a todo el mundo" (Apocalipsis 12, 9). Y, naturalmente, está nuestro Padre celestial que quiere concedernos su sabiduría y guiarnos hacia el camino de la salvación.
Con todas estas voces que llegan al oído y a la mente, uno tiene que preguntarse: ¿Cómo puedo discernir lo correcto y lo erróneo en todas estas voces? La respuesta radica, en gran parte, en los dones espirituales que recibimos en nuestra Confirmación.
Declarar culpable y convencer.
Cuando fuimos confirmados, fuimos sellados con el Espíritu Santo, recibimos los dones espirituales y fuimos santificados como seguidores del Señor. Recibimos la gracia y el poder que nos permiten centrar la mente en las cosas de Dios y participar en la construcción del Reino en la tierra.
Pero, ¿cómo nos ayuda esta gracia día tras día? En su Evangelio, San Juan nos dice que el Espíritu Santo quiere hacernos reconocer nuestros pecados y convencernos de la santidad y la justicia de Jesús (v. Juan 16, 8-10). Esta doble obra de declararnos culpables y convencernos es parte de la esencia del Sacramento de la Confirmación.
En cuanto a reconocernos culpables de los pecados cometidos, el Espíritu Santo nos habla a la conciencia. Todos hemos pasado por situaciones en las que hemos ocultado o torcido la verdad, manipulado a alguien o desviado la atención de las consecuencias morales de alguna decisión que hayamos tomado.
Es muy importante que nosotros sepamos que el Espíritu Santo nos declara culpables de los pecados que hayamos cometido, pero es más importante aún que estemos dispuestos a reconocer la realidad de Cristo Jesús, porque quiere enseñarnos que el Señor es el fiel Servidor de Dios, que nos ha salvado de nuestros pecados; quiere revelarnos que Cristo es quien nos prodiga su divina misericordia cuando lo buscamos, que nos ama profundamente y que nunca se cansará de nosotros.
Estar conscientes de Dios.
El Señor nos ama a todos por igual. Nos creó a todos con la misma capacidad espiritual, de modo que nadie debe sentirse en desventaja al tratar de escuchar la voz del Espíritu Santo o reconocer la obra de Dios en su vida. La Escritura contiene magníficos relatos acerca de personas como San Pedro, la Virgen María y San Felipe, que percibieron la guía del Espíritu Santo aun cuando esa guía parecía extraña al principio. Por ejemplo, Pedro estuvo dispuesto a dejar de lado la tradición judía que le prohibía entrar en la casa de un gentil, pero haciéndolo dio lugar a la expansión del Evangelio más allá del judaísmo (Hechos 10, 1-49).
A su vez, el Espíritu Santo inspiró a la Virgen María, por medio de un ángel, a renunciar a sus propios planes para ser la Madre de Dios (Lucas 1, 26-38), y Felipe fue conducido por el Espíritu para dirigirse hacia el desierto sin saber exactamente por qué, pero su obediencia dio lugar a la conversión de un alto oficial del gobierno etíope (Hechos 8, 26-39).
Del mismo modo, el Espíritu Santo también quiere hablarnos a nosotros. Tal vez no sea de la manera tan dramática que leemos en estos relatos, pero él quiere infundir nuevos pensamientos en nuestra mente. Por ejemplo, tal vez al caminar hacia la Iglesia para ir a misa tú te puedes sentir movido a hablarle a un desconocido y quién sabe si eso te daría la oportunidad de compartir tu fe en Jesucristo. O bien, tal vez estés mirando la televisión cuando sientas el deseo de orar por tu familia o pedirle a Dios perdón por alguna antigua situación de pecado. Estas son ocasiones en que el Espíritu quiere inspirarte tal como inspiró a Pedro, la Virgen María y Felipe para hacer algo inesperado. Estos son ejemplos de lo que hace el Espíritu Santo para que tú seas un instrumento apto para compartir el Evangelio y edificar la Iglesia de Cristo. Y todo esto fluye del Sacramento de la Confirmación.
Sí, es cierto que es necesario asegurarnos de que estos impulsos provengan del Espíritu Santo, pero sucede muy a menudo que descartamos estas inspiraciones como cosas pasajeras sin consecuencia alguna. Naturalmente, también es posible que algunas ideas como éstas provengan sólo de nuestra propia imaginación, pero no es imposible que vengan del Espíritu Santo. Pensemos en lo que sucedió con San Pedro. Un día le dijo a Jesús "Tú eres el Mesías" (Mateo 16, 16), tal vez pensando que era algo que a él solo se le había ocurrido, pero Jesús le corrigió: "Esto no lo conociste por medios humanos, sino porque te lo reveló mi Padre que está en el cielo" (Mateo 16, 17).
¿Por qué Pedro pronunció estas palabras? Porque amaba a Jesús, pasaba horas en su compañía y quería llegar a ser como él. Es claro que la devoción de Pedro lo había cambiado, y al parecer, él ni siquiera se había dado cuenta. Lo mismo puede sucedernos a nosotros. Si pasamos tiempo con Jesús cada día, el amor que le tenemos crecerá y se hará más fuerte, desearemos complacerlo y comenzaremos a escuchar la voz del Espíritu Santo en el corazón. Ya sea que lo reconozcamos o no, nuestra vida comenzará a cambiar y así nos iremos asemejando un poco más al Señor.
Practicar la escucha.
Reconozcamos que el Espíritu Santo quiere hablarnos a todos, hasta ser la voz dominante en nuestra mente, y mientras mejor dispuestos estemos a aceptar la obra del Espíritu de hacernos ver nuestros pecados, convencernos de amar al Señor y edificar la Iglesia, más nos acercaremos a Cristo y avanzaremos por el camino de la santidad. Igualmente, encontraremos que la gracia de la Confirmación tiene una influencia cada vez más poderosa en nuestra vida personal y espiritual.
Creamos pues que podemos estar conscientes de la presencia de Dios; creamos que el Espíritu Santo realmente nos habla y tratemos de percibir lo que nos trata de decir cada día, para que estemos más atentos a sus inspiraciones.
Al mismo tiempo, comprometámonos a poner en práctica al menos una buena acción que nos parezca percibir en la mente cada día de este mes. Cuando estés haciendo oración o justo después de recibir la Sagrada Eucaristía, pídele al Espíritu Santo que te hable y te conceda los dones que quiera darte. Luego, pon atención a los pensamientos que lleguen a tu mente, escribe lo que te parezca que te dice el Espíritu Santo y busca la manera de ponerlo en práctica. Después de unos días, reflexiona y ve qué tipo de resultados han surgido de lo que te pareció escuchar o de lo que hiciste.
Publicado originalmente en: La-palabra.com
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La historia de la mujer que quiso ser enterrada con un tenedor en la mano
Sabía que algo mejor estaba por venir... ¡Algo maravilloso y sustancioso!
Había una mujer que había sido diagnosticada con una enfermedad incurable y a la que le habían dado sólo tres meses de vida. Así que empezó a poner sus cosas "en orden".
Contactó a su sacerdote y lo citó en su casa para discutir algunos aspectos de su última voluntad.
Le dijo cuáles canciones quería que se cantaran en su misa de cuerpo presente, qué lecturas hacer y con qué traje deseaba ser enterrada.
La mujer también solicitó ser enterrada con su Biblia favorita. Todo estaba en orden y el sacerdote se estaba preparando para irse cuando la mujer recordó algo muy importante para ella. "Hay algo más", dijo ella exaltada. "¿Qué es?" respondió el sacerdote. "Esto es muy importante", continuó la mujer. "Quiero ser enterrada con un tenedor en mi mano derecha." El sacerdote se quedó impávido mirando a la mujer, sin saber exactamente qué decir. "Eso lo sorprende, ¿o no?" preguntó la mujer.
"Bueno, para ser honesto, estoy intrigado con la solicitud", dijo el sacerdote.
La mujer explicó: "En todos los años que he asistido a eventos sociales y cenas de compromiso, siempre recuerdo que cuando se retiraban los platos del platillo principal, alguien inevitablemente se agachaba y decía, 'Quédate con tu tenedor'. Era mi parte favorita porque sabía que algo mejor estaba por venir... como pastel de chocolate o dulce de manzana. ¡Algo maravilloso y sustancioso!
Así que quiero que la gente me vea dentro de mi ataúd con un tenedor en mi mano y quiero que se pregunten '¿Qué hará con ese tenedor?'. Después quiero que usted les diga: 'Se quedó con su tenedor porque lo mejor está por venir'.."
Los ojos del sacerdote se llenaron de lágrimas de alegría mientras abrazaba a la mujer despidiéndose. Él sabía que ésta sería una de las últimas veces que la vería antes de su muerte. Pero también sabía que la mujer tenía un mejor concepto del Cielo que él mismo. Ella sabía que algo mejor estaba por venir.
En el funeral la gente pasaba por el ataúd de la mujer y veían el precioso vestido que llevaba, su Biblia favorita y el tenedor puesto en su mano derecha.
Una y otra vez el sacerdote escuchó la pregunta: "¿Qué hará con el tenedor?" y una y otra vez él sonrió. Durante su mensaje el sacerdote le platicó a las personas la conversación que había tenido con la mujer poco tiempo antes de que muriera. También les habló acerca del tenedor y qué era lo que simbolizaba para ella. El sacerdote les dijo a las personas cómo él no podía dejar de pensar en el tenedor y también que probablemente ellos tampoco podrían dejar de pensar en él. Estaba en lo correcto.
¿Pecado Mortal o Venial? La Eterna Duda
La Iglesia nos da ciertos criterios para poder definir si algo puede ser considerado pecado mortal o venial
Extensa es la lista de actos o situaciones por las cuales la gente se pregunta si tal cosa “es pecado o no”. Desde copiar en un examen hasta desperdiciar la comida, sin embargo, las situaciones se extienden a un número interminable, al punto de que muchas veces se puede caer en un serio fariseísmo [1]. Justamente por ello, la Iglesia no tiene una lista con todos los actos o situaciones en las que la gente se le pueda ocurrir estar envuelta, y menos -como muchos quisieran- tiene un “pecadómetro” para medir de qué momento a qué momento se convierte algo en pecado. Sin embargo, nos da lineamientos claros para poder formar nuestra consciencia al respecto.
Naturaleza del pecado
Es importante entender que todo pecado es malo. Todo pecado tiene un efecto negativo en nosotros y en los demás, aunque algunos son más dañinos que otros. De hecho, algunos son tan dañinos que pueden ser mortales. Obviamente -y aclaro por si es necesario- esto no quiere decir que cometiendo ciertos actos podemos caer muertos allí mismo, sino que, algunos pecados pueden causarnos una muerte espiritual. Estos pecados que nos causan la muerte espiritual es lo que la Iglesia llama pecados mortales. Mientras que, aquellos que son dañinos pero no mortales, son los que la Iglesia llama pecados veniales.
Ante esta realidad, la Iglesia nos da ciertos criterios para poder definir si algo puede ser considerado pecado mortal o venial. Esto, no con el fin de convertirnos en fariseos, y mucho menos para caer en escrúpulos confesándose hasta cinco veces a la semana.
Criterios para detectar un pecado mortal
La Iglesia nos enseña que hay tres aspectos que uno debe cuestionarse para determinar si algo es o no un pecado mortal:
¿Es materia grave?
En otras palabras, ¿es una ofensa seria y directa contra los Mandamientos de Dios? Una guía práctica para responder esta pregunta la encontramos en los Diez Mandamientos[2]. Se debe considerar el pecado en sí mismo, pero también el daño que ha causado (un pecado contra nuestros padres puede ser mucho más grave que si lo hubiésemos cometido a un extraño), y así como también el daño causado por el mismo (por ejemplo, robar $20000 a tu jefe, es mucho más grave que robarte un lápiz del trabajo).
Básicamente, para que un pecado sea considerado como “de materia grave”, debe ser una gran ofensa a las Leyes de Dios – y por tanto a Dios –, y que puede además causar mucho daño.
¿Tengo plena consciencia del acto pecaminoso?
Plena consciencia implica saber con certeza que lo que se hace es pecado. Por ejemplo, si alguien jamás estuvo consciente de que la contracepción (control artificial de la natalidad) era un pecado y contrario al plan de Dios con respecto al sexo, esa persona no podría considerarse plenamente culpable (es decir, merecer una culpa) por dicho pecado.
Así es señores, el conocimiento es un poder que implica una gran responsabilidad, algo que san Pedro conocía muy bien y nos lo transmitió mucho antes que el tío de Spiderman[3].
¿El pecado se llevó acabo con pleno consentimiento?
Quiere decir que el acto se realizó libremente luego de una decisión consciente. Las acciones que son realizadas bajo amenaza o algún tipo de fuerza (como que nos apunten con un arma en la cabeza, o algo así de dramático), o acciones que son efectuadas en un momento en que la consciencia no es plena y hay falta de lucidez (por ejemplo, bajo la influencia de drogas, alcohol o una situación psicológica particular) pueden limitar el grado de culpa de la persona. Pero OJO, esto en ningún momento quiere decir que la acción en sí misma no es un pecado; sino que la persona puede no ser culpable del todo.
Y así, para que un pecado sea considerado pecado mortal, deben estar presentes LAS TRES condiciones. En resumen: un pecado es mortal cuando hay materia grave, y hay pleno conocimiento de su pecaminosidad, y se ha elegido libremente cometerlo. Si alguna de estas condiciones no se cumple, el pecado no sería mortal sino venial.
El pecado mortal y el Dios de Amor
Nunca falta quienes tratan de decir que no existe tal cosa como “pecados mortales”, debido a que Dios es un Dios de Amor, y por tanto perdona todo (algo que es correcto). Sin embargo, si nos damos cuenta de las tres premisas antes mencionadas, nos daremos cuenta que no es Dios quien nos “retira” su Gracia, sino que somos nosotros quienes consciente, libre y deliberadamente decidimos apartarnos de ella. Para hacerlo más gráfico, al cometer un pecado mortal, el mensaje es el siguiente:
“Sé que lo que estoy haciendo es una ofensa seria contra Tu ley y que tendrá un efecto mortal en mi relación contigo, pero no me importa. Voy a hacerlo libremente de todas maneras.”
… Eso suena a un rechazo bastante GRANDE de Dios, así que el nombre de “pecado mortal” lo tiene bien merecido.
¿Y el pecado venial?
¿Qué hay de los pecados veniales? ¿No son gran cosa entonces? ¡Claro que sí! Recordemos que todo pecado es una ofensa a Dios y daña nuestra relación con El y con los demás. Mientras más pecamos (así sean pecados veniales) más se debilitará nuestra capacidad de amar y servir a Dios.
Hay que entender que a Dios no le basta con darnos la gracia suficiente para sobrevivir, sino que quiere darnos todo lo necesario para ser perfectamente santos
IMPORTANTE
Un pensamiento final para que tengamos en mente: aunque seamos capaces de observar las acciones de otros y determinar si lo que hacen es de materia grave (por ejemplo, si escuchamos de alguien que cometió un asesinato), no podemos determinar el estado de su alma. Tampoco tenemos idea de hasta qué punto la persona es consciente de su pecado y mucho menos el grado de libertad con el que lo cometió.
Aunque podamos decir que objetivamente un asesinato es un una grave ofensa contra Dios, no podemos decir que esa persona sea culpable de pecado mortal, o que ha sido separada de la gracia de Dios. Confiamos por ello a todos los pecadores (incluyéndonos a nosotros) a la misericordia de Dios.
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[1] Aquí el fariseísmo es entendido como una actitud negativa que pretende vivir apegado a “la letra” de la Ley, matando el espíritu.
[2] Ex. 20, 3-17; Det. 5, 7-21
[3] 2 Pe. 2, 21