Nosotros no tenemos un producto que vender sino una vida que comunicar
- 21 Abril 2020
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Anselmo, Santo
Memoria Litúrgica, 21 de abril
Obispo y Doctor de la Iglesia
Martirologio Romano: San Anselmo, obispo y doctor de la Iglesia, que, nacido en Aosta, fue monje y abad del monasterio de Bec, en Normandía, enseñando a los hermanos a caminar por la vía de la perfección y a buscar a Dios por la comprensión de la fe. Promovido a la insigne sede de Canterbury, en Inglaterra, trabajó denodadamente por la libertad de la Iglesia, sufriendo por ello dificultades y destierros († 1109).
Etimológicamente: Anselmo=Aquel que tiene la protección divina, es de origen germánico.
Breve Biografía
San Anselmo nació en Aosta (Italia) en 1033 de noble familia. Desde muy niño se sintió inclinado hacia la vida contemplativa. Pero su padre, Gandulfo, se opuso: no podía ver a su primogénito hecho un monje; anhelaba que siguiera sus huellas. A causa de esto, Anselmo sufrió tanto que se enfermó gravemente, pero el padre no se conmovió. Al recuperar la salud, el joven pareció consentir al deseo paterno. Se adaptó a la vida mundana, y hasta pareció bien dispuesto a las fáciles ocasiones de placeres que le proporcionaba su rango; pero en su corazón seguía intacta la antigua llamada de Dios.
En efecto, pronto abandonó la casa paterna, pasó a Francia y luego a Bec, en Normandía, en cuya famosa abadía enseñaba el célebre maestro de teología, el monje Lanfranco.
Anselmo se dedicó de lleno al estudio, siguiendo fielmente las huellas del maestro, de quien fue sucesor como abad, siendo aún muy joven. Se convirtió entonces en un eminente profesor, elocuente predicador y gran reformador de la vida monástica. Sobre todo llegó a ser un gran teólogo.
Su austeridad ascética le suscitó fuertes oposiciones, pero su amabilidad terminaba ganándose el amor y la estima hasta de los menos entusiastas. Era un genio metafísico que, con corazón e inteligencia, se acercó a los más profundos misterios cristianos: "Haz, te lo ruego, Señor—escribía—, que yo sienta con el corazón lo que toco con la inteligencia".
Sus dos obras más conocidas son el Monologio, o modo de meditar sobre las razones de la fe, y el Proslogio, o la fe que busca la inteligencia. Es necesario, decía él, impregnar cada vez más nuestra fe de inteligencia, en espera de la visión beatífica. Sus obras filosóficas, como sus meditaciones sobre la Redención, provienen del vivo impulso del corazón y de la inteligencia. En esto, el padre de la Escolástica se asemejaba mucho a San Agustín.
Fue elevado a la dignidad de arzobispo primado de Inglaterra, con sede en Canterbury, y allí el humilde monje de Bec tuvo que luchar contra la hostilidad de Guillermo el Rojo y Enrique I. Los contrastes, al principio velados, se convirtieron en abierta lucha más tarde, a tal punto que sufrió dos destierros.
Fue a Roma no sólo para pedir que se reconocieran sus derechos, sino también para pedir que se mitigaran las sanciones decretadas contra sus adversarios, alejando así el peligro de un cisma. Esta muestra de virtud suya terminó desarmando a sus opositores. Murió en Canterbury el 21 de abril de 1109. En 1720 el Papa Clemente XI lo declaró doctor de la Iglesia.
La huella de Dios
Santo Evangelio según san Juan 3, 7-15. Martes II de Pascua
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Dame, Jesús, la gracia de abrirte mi corazón para escuchar tu voz y querer abrazar aquello que Tú quieras para mí.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 3, 7-15
En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: "No te extrañes de que te haya dicho: 'Tienen que nacer de lo alto'. El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así pasa con quien ha nacido del Espíritu". Nicodemo le preguntó entonces: "¿Cómo puede ser esto?". Jesús le contestó: "Tú eres maestro de Israel y ¿no sabes esto? Yo te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio. Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán si les habló de las celestiales? Nadie ha subido al cielo sino el Hijo del hombre, que bajó del cielo y está en el cielo. Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna".
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Creo que todos hemos tenido la oportunidad de estar en algún lugar donde nos hemos sentido tan pequeñitos en comparación con la grandeza del mundo. Yo recuerdo particularmente cuando estuve en la montaña Washington en EE. UU. Me sentía una nada en comparación a la inmensa grandeza del mundo. Cuando caminaba entre las nubes (literalmente) en la cima de la montaña, no me quedó más que cerrar los ojos y decir: Señor, ¿cómo puedo no creer en ti, si el mundo me habla a gritos de ti? Hoy al contemplar este Evangelio, el Señor nos invita a dejar que el mundo nos hable de Él. Contemplemos la creación, la belleza, la huella que el Creador ha dejado. Les dejo un «tip»; si quieren contemplar a Dios en la creación, contemplen algo que no esté modificado por el hombre y se sorprenderán de la huella del Creador. Él quien nos creó, quien con su vida, muerte y resurrección todo lo hace nuevo, nos habla hoy a través de su creación. «De hecho, para colaborar en la salvación del mundo, debemos amarlo y estar dispuestos a dar la vida sirviendo a Cristo, único Salvador del mundo. Nosotros no tenemos un producto que vender —no tiene nada que ver con el proselitismo, no tenemos un producto que vender—, sino una vida que comunicar: Dios, su vida divina, su amor misericordioso, su santidad. Y es el Espíritu Santo que nos envía, nos acompaña, nos inspira: es él el autor de la misión. Es él quien conduce la Iglesia, no nosotros». (Homilía de S.S. Francisco, 1 de junio de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel
que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación. Pausar unos cinco o diez minutos contemplando la creación de Dios.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María,
Madre de la Iglesia. Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Viento divino
¿Mártires o kamikazes?
Las sirenas de las ambulancias rasgan con sus bemoles de urgencia el fino velo del silencio. Chirridos de ruedas, gritos desaforados, lloriqueos lastimeros, charcos de sangre. El ambiente inyectado de temor y miedo. En el suelo yacen abatidos por los hombres-explosivo, gente anónima.
Caricatura blasfema de un verdadero mártir. Los kamikazes palestinos son aventureros exaltados por una idea de liberación. Mercenarios de la locura, venden su vida en un instante mortal, golpean en donde más pueden ofender: la inocencia de los civiles. Matando se matan. Su mortaja es una mochila llena de explosivos y con su rabia irracional debilitan cualquier intento de paz. Sobresale su “valentía” desatinada, respuesta brusca y no pensada a una noble causa... En fin, la cascada de desilusión que genera emana de su confusa desesperación.
Mueren no como mártires, sino como un pobres locos, engañados por slogans fanáticos de algunos de sus compatriotas. Creen dar una solución, y sin embargo, desencadenan, tras su muerte, un torrente impresionante de mayor violencia y odio. La sangre derramada por ellos y en los demás, no regará ningún jardín de paz, quedará estéril en la aridez de la irritación.
En contraste, el verdadero mártir: un bravo caballero que legitima su amor por un ideal. Se esposa con la muerte con sublime dignidad. Da la vida por su ideal. No mata, le arrancan la vida sin que lo busque, pero lo acepta. Recibe con su acto heroico el anillo del desposorio y las arras con las que pagará su entrada al cielo. Es más que nada, el fruto lozano de una amor sincero. Su respuesta es valiente, consoladora, jamás desesperada. Al fin y al cabo nadie tiene mayor amor que el que da la propia vida por sus amigos. Muere destilando en el ambiente la fragancia del amor. Fecunda el mal con el bien.
La diferencia es tan grande... El martirio es la exaltación de la perfecta humanidad y de la verdadera vida de la persona, como atestiguaba un mártir de Antioquía: “Por favor, hermanos, no me privéis de esta vida (celestial), no queráis que muera… dejad que pueda contemplar la luz, entonces seré hombre en pleno sentido. Permitid que imite la pasión de mi Dios”. Los kamicazes, pierden el sentido de la vida y hacen resonar con su mala muerte las palabras del profeta: “¡Ay, los que llamáis al mal bien, y al bien mal; que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad; que dan amargo por dulce, y dulce por amargo!”
¡Qué gran diferencia entre un kamikaze y verdadero mártir! Es un gran error confundir una acto de despecho, la del kamikaze, con una vocación de mártir recibida de lo alto. Una nace abortada del hombre, otra viene benditamente donada por Dios. Es tan grande la diferencia, como el abismo que separa el odio del amor.
La seguridad aniquilada que ha reinado desde el 11 de septiembre urge que soplen con furor los nuevos vientos. No las armas, no las bombas ni los pérfidos tanques y las montañas de palabras de truncados planes de paz, sino el verdadero viento divino del perdón, de la comprensión, del diálogo envuelto en la aureola del amor.
Que los políticos busquen el bien del pueblo y no de su propio partido
Homilía del Papa Francisco en Santa Marta. 20 de abril de 2020
Este 20 de abril, en la Misa en Santa Marta, el Santo Padre pidió para que los políticos de los distintos países, en esta época de pandemia, lleven a cabo su vocación, que es una alta forma de caridad. En su homilía, recordó que el cristiano no sólo debe cumplir los mandamientos, sino que debe dejarse conducir con docilidad por el Espíritu, que nos guía donde no sabemos: esto es renacer de lo alto, es entrar en la libertad del Espíritu.
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En la Misa matutina celebrada – y transmitida en vivo – en la Capilla de la Casa Santa Marta, este Lunes de la Segunda Semana de Pascua, el Papa Francisco pidió por todos aquellas personas que se dedican a la política:
“Oremos hoy por los hombres y mujeres que tienen vocación política: la política es una alta forma de caridad. Por los partidos políticos de los distintos países, para que en este momento de pandemia busquen juntos el bien del país y no el bien de su propio partido”.
En su homilía, el Papa Francisco comentó el Evangelio de hoy (Jn 3, 1-8) en el que Jesús le dice a Nicodemo, un fariseo, que había ido donde Él por la noche, que si uno no nace de lo alto, no puede ver el Reino de Dios. No todos los fariseos eran malos, dice el Papa, y Nicodemo era un fariseo justo que sentía una inquietud y buscaba al Señor. Nicodemo no sabe cómo dar este salto: nacer del Espíritu, porque el Espíritu es impredecible. Quien se deja guiar por el Espíritu es una persona dócil y libre. El cristiano no sólo debe cumplir los mandamientos, sino que debe dejarse guiar por el Espíritu, donde el Espíritu quiere: debe dejar que el Espíritu que nos guía donde no sabemos. El cristiano nunca debe detenerse en el cumplimiento de los mandamientos, sino que debe ir más allá, entrando en la libertad del Espíritu. El Papa también comentó el pasaje de los Hechos de los Apóstoles (Hechos 4, 23-31) en el que, tras la liberación de Pedro y Juan, los discípulos de Jesús elevan juntos una oración a Dios para poder proclamar su palabra con toda franqueza ante las dificultades y amenazas: este valor – afirmó el Pontífice – es el fruto del Espíritu. Se renace de lo alto con la oraciónÇ
A continuación el texto de la homilía según nuestra transcripción y al mismo tiempo te invitamos a seguir la Santa Misa (video integral) desde nuestro canal de Youtube:
Este hombre, Nicodemo, es un jefe de los judíos, un hombre justo; sintió la necesidad de ir a Jesús. Fue por la noche, porque tenía que hacer un poco de equilibrio, porque los que iban a hablar con Jesús no eran bien vistos. Es un fariseo justo, porque no todos los fariseos son malos: no, no; también hubo fariseos justos. Este es un fariseo justo. Sentía inquietud, porque es un hombre que había leído los profetas y sabía que lo que Jesús estaba haciendo había sido anunciado por los profetas. Sintió la inquietud y fue a hablar con Jesús. "Maestro, sabemos que viniste de Dios como Maestro": es una confesión, hasta cierto punto. "Nadie, de hecho, puede llevar a cabo estos signos que Tú llevas a cabo si Dios no está con Él". Se detiene antes del "por lo tanto". Si digo esto... entonces... Y Jesús respondió. Respondió misteriosamente, ya que él, Nicodemo, no lo esperaba. Respondió con esa figura del nacimiento: si uno no nace de lo alto, no puede ver el Reino de Dios. Y él, Nicodemo, siente confusión, no entiende y toma ‘ad litteram’ esa respuesta de Jesús: pero ¿cómo puede uno nacer si es un adulto, una persona mayor? Nacer de lo alto, nacer del Espíritu. Es el salto que debe dar la confesión de Nicodemo y no sabe cómo hacerlo. Porque el Espíritu es impredecible. La definición del Espíritu que Jesús da aquí es interesante: "El viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene o a dónde va: así es todo el que nace del Espíritu", es decir, libre. Una persona que se deja llevar de una parta y de otra parte por el Espíritu Santo: esta es la libertad del Espíritu. Y quienquiera que haga esto es una persona dócil, y aquí estamos hablando de la docilidad al Espíritu.
Ser cristiano no es sólo cumplir los mandamientos: hay que cumplirlos, eso es cierto; pero si te detienes ahí, no eres un buen cristiano. Ser un buen cristiano es dejar que el Espíritu entre en ti y te lleve, te lleve donde quiera. En nuestra vida cristiana muchas veces nos detenemos como Nicodemo, ante el "por lo tanto", no sabemos qué paso dar, no sabemos cómo hacerlo o no tenemos la confianza en Dios para dar este paso y dejar entrar al Espíritu. Nacer de nuevo es dejar que el Espíritu entre en nosotros y que sea el Espíritu quien me guíe y no yo, y aquí, libre, con esta libertad del Espíritu que nunca sabrás dónde acabarás.
Los apóstoles, que estaban en el Cenáculo, cuando vino el Espíritu salieron a predicar con ese valor, esa franqueza... no sabían que esto iba a suceder; y lo hicieron, porque el Espíritu los estaba guiando. El cristiano no debe nunca detenerse sólo en el cumplimiento de los Mandamientos: hay que hacer, pero ir más lejos, hacia este nuevo nacimiento que es el nacimiento en el Espíritu, que le da la libertad del Espíritu.
Esto es lo que le pasó a esta comunidad cristiana de la primera Lectura, después de que Juan y Pedro volvieran de ese interrogatorio que tuvieron con los sacerdotes. Fueron a ver a sus hermanos en esta comunidad y reportaron lo que los jefes de los sacerdotes y los ancianos les habían dicho. Y la comunidad, cuando escucharon esto, todos juntos, se asustaron un poco. ¿Y qué hicieron? Rezaron. No se detuvieron en las medidas de precaución, "no, hagamos esto ahora, vayamos un poco más tranquilos...": no. Rezar. Dejar que sea el Espíritu quien les diga qué hacer. Levantaron sus voces a Dios diciendo: "¡Señor!" y rezaron. Esta hermosa oración de un momento oscuro, de un momento en el que tienen que tomar decisiones y no saben qué hacer. Quieren nacer del Espíritu, abren sus corazones al Espíritu: que sea Él quien lo diga... Y preguntan: "Señor, Herodes, Poncio Pilato con las naciones y pueblos de Israel se han aliado contra tu Espíritu Santo y contra Jesús", cuentan la historia y dicen: "¡Señor, haz algo!". "Y ahora, Señor, vuelve tus ojos a sus amenazas", las del grupo de sacerdotes, "y concede a tus siervos que proclamen tu Palabra con toda franqueza" – piden franqueza, valor, no tener miedo – "extendiendo tu mano para que se realicen curaciones, señales y maravillas en el nombre de Jesús". "Y cuando terminaron su oración, el lugar donde estaban reunidos tembló, y todos fueron llenos del Espíritu Santo y predicaron la Palabra de Dios con franqueza. Un segundo Pentecostés ocurrió aquí.
Ante las dificultades, ante una puerta cerrada, que no sabían cómo avanzar, van al Señor, abren sus corazones y el Espíritu viene y les da lo que necesitan y salen a predicar, con coraje, y adelante. Esto es nacer del Espíritu, esto no se detiene en el "por lo tanto", en el "por lo tanto" de las cosas que siempre he hecho, en el "por lo tanto" después de los Mandamientos, en el "por lo tanto" después de las costumbres religiosas: ¡no! Esto es nacer de nuevo. ¿Y cómo se prepara uno para nacer de nuevo? A través de la oración. La oración es lo que abre la puerta al Espíritu y nos da esta libertad, esta franqueza, este coraje del Espíritu Santo. Que nunca sabrás dónde te llevará. Pero es el Espíritu.
Que el Señor nos ayude a estar siempre abiertos al Espíritu, porque es Él quien nos llevará adelante en nuestra vida de servicio al Señor.
Finalmente, el Papa terminó la celebración con la adoración y la bendición Eucarística, invitando a todos a realizar la comunión espiritual con esta oración:
“A tus pies, oh Jesús mío, me postro y te ofrezco el arrepentimiento de mi corazón contrito que se abandona en su nada y en Tu santa presencia. Te adoro en el sacramento de tu amor, deseo recibirte en la pobre morada que mi corazón te ofrece. En espera de la felicidad de la comunión sacramental, quiero tenerte en espíritu. Ven a mí, oh Jesús mío, que yo vaya hacia Ti. Que tu amor pueda inflamar todo mi ser, para la vida y para la muerte. Creo en Ti, espero en Ti, Te amo. Que así sea”.
Antes de salir de la Capilla dedicada al Espíritu Santo, se entonó la antífona mariana que se canta en el tiempo pascual, el Regina Coeli.
Regína caeli laetáre, allelúia.
Quia quem merúisti portáre, allelúia.
Resurréxit, sicut dixit, allelúia.
Ora pro nobis Deum, allelúia.
Función del catequista
Lo acabamos de decir. La catequesis no es cosa tuya. Tú eres simplemente un servidor, un llamado.
1. Fíate de Dios. Lo acabamos de decir. La catequesis no es cosa tuya. Tú eres simplemente un servidor, un llamado. Por eso es bueno empezar la catequesis con un rato de oración (oración tuya). Tienes que encontrarte con Dios y pedirle la fuerza de su Espíritu para que sea él quien se haga vivo en tu palabra y en tu ejemplo.
2. Transmite lo que vives. Más de lo mismo. Si no vives tu fe no tienes nada que transmitir. Por eso es fundamental que no abandones tu crecimiento personal como seguidor de Jesús. No sólo vas a transmitir unos conocimientos. Los niños tienen que ver en ti un modelo de seguimiento y eso sólo es posible si te preocupas y tratas de madurar tu opción de vida cristiana.
3. Prepara bien tu catequesis. Para ello:
a. Infórmate y fórmate sobre lo que vas a transmitir.
b. Busca la forma más adecuada para transmitir a los niños lo que has descubierto: los niños no son como tú; tienen otra forma de ver las cosas, otra forma de captar la realidad.
c. Distribuye bien el tiempo de catequesis.
d. Piensa en formas creativas de captar la atención de esos niños; pero no olvides que la actividad a la que has sido llamado no debe ser un mero entretenimiento para los niños. No buscamos solamente que los niños se diviertan sino que queremos acompañar su camino de seguimiento de Jesús.
e. Debes despertar el interés de los niños: atender a cada uno; conocer bien el tema; llevar con equilibrio el ritmo de la sesión; unir lenguaje doctrinal y testimonial; comunicar con alegría el mensaje salvador...
f. Debes tener paciencia. La labor del catequista consiste en sembrar, no necesariamente en recoger. El catequista debe aprender de la pedagogía de Dios, el Dios que siempre espera, eternamente; el Dios que confía en el hombre, que perdona todas sus caídas. Sembrar con todo el cuidado del mundo, pero sabiendo que es cada persona la que debe construirse a sí misma. No todo depende de ti.
g. Es importante la constancia. No es bueno cambiar el tema programado, ni cambiar constantemente de actividad, ni cambiar continuamente la programación...
h. Ora con tus niños y por tus niños. El cristiano intenta transmitir el mensaje de Jesús, porque sabe que es un mensaje liberador; pero, ya lo hemos dicho, sabe que no todo depende de Dios. No sólo hay que dirigirse a Dios pidiéndole fuerzas para transmitir su mensaje, también hay que pedir a Dios que envíe su Espíritu sobre aquellos a quienes acompañamos en su proceso de maduración de fe.
¿Qué quiere decir estar en Gracia?
Estar en gracia es un regalo de Dios, ¿pero entendemos lo que implica?, ¿lo magnífico que es ese regalo?
Pregunta:
Estimado Padre: Mi hijo de 8 años que está yendo al catecismo me ha preguntado hace unos días qué quiere decir estar en gracia. Yo le he respondido: “no tener ningún pecado grave”; pero él me dijo que su catequista le había enseñado otra cosa, aunque no recordaba bien qué era. Esto me ha dejado confundida. Agradeceré su aclaración.
Respuesta:
Estimada Señora: Su respuesta es correcta. Sólo que es la mitad de la respuesta, y la mitad que falta es la más importante. Es muy probable que el catequista de su hijo se haya referido a esa otra mitad que el niño ha olvidado. Su pregunta viene bien para recordar esta doctrina de nuestra fe tan importante como consoladora.
Dice Nuestro Señor en la Última Cena: Si alguno me ama, obedecerá mi palabra, y el mi Padre lo amará, y nosotros vendremos a él y haremos una morada en él... El Consolador, el Espíritu Santo que el Padre mandará en mi nombre, os enseñará toda cosa y os recordará todo lo que yo os he dicho (Jn 14,23).
Estas palabras nos llenan de consuelo y nos recuerdan de dos verdades de nuestra fe que lamentablemente no todo cristiano conoce como debiera: la inhabitación trinitaria y la gracia santificante.
"Inhabitación trinitaria" quiere decir que la Santísima Trinidad, Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, habitan, están presentes, hacen su morada, en el alma del que vive en gracia. "Gracia" es, en cambio, ese don misterioso que nos hace Dios, para que pueda venir la Santísima Trinidad a nuestra alma.
1. La inhabitación trinitaria
Es una verdad de fe que Dios está presente en el alma del justo, es decir, del que está en gracia. Lo hemos escuchado del Evangelio de hoy. Pero esto lo repite la Sagrada Escritura en muchos lugares: El que vive en caridad... Dios está en él (1Jn 4,16); ¿No sabéis... que Dios habita en vosotros? (1Co 3,16-17); El Espíritu Santo... que mora en nosotros (2Tim 1,14).
Es verdad que Dios está en todas las cosas, y que Jesucristo está presente con su cuerpo, alma, sangre y divinidad en la Eucaristía. Pero de un modo especial está en el alma del que vive en gracia.
Uno puede preguntarse ¿para qué? Responde Santo Tomás: "para que uno pueda gozar y disfrutar de Dios". Así como el avaro se goza en las riquezas que posee, así como la madre se goza y disfruta con el hijo pequeño que tiene entre sus brazos, así Dios viene a nuestra alma:
· para que disfrutemos de Él;
· para que podamos hablar con El: como un hijo habla con su Padre, como el amigo con su amigo, como la esposa con su esposo;
· para que podamos escucharlo y así se convierta en nuestro maestro (os enseñará todas las cosas);
· para que nunca estemos solos;
· para que lo que será el Cielo después de esta vida, empiece ya en ésta.
2. La gracia santificante
Y ¿qué es la gracia? La gracia o gracia santificante es un don de Dios. Es una realidad espiritual sobrenatural que Dios infunde en nuestra alma. La Escritura habla de ella de distintas maneras: San Pedro la describe diciendo que es una participación de la naturaleza divina en nosotros (cf. 2Pe 1,4); San Pablo la llama "nueva creación", "hombre nuevo"; San Juan la llama "vida eterna en nosotros".
Como es una realidad espiritual, nos es muy difícil imaginarla. Pero es una realidad, y está presente en el alma de quien no tiene pecado. Y de aquí su nombre: gracia quiere decir al mismo tiempo "regalo" y también "brillo, belleza". Es un regalo divino por el cual el alma se embellece. La gracia, es por eso, descrita por los santos como luz, belleza, calor, fuego.
¿Para qué hace Dios esto? Precisamente para que podamos recibir en nuestras almas a la Santísima Trinidad. ¿Cómo puede venir Dios, que es totalmente espiritual, totalmente santo, infinito, a quien no pueden contener los cielos, ante quien caen de rodillas los ángeles... cómo puede venir al alma pobre, miserable, pequeña, débil, de un ser humano? Debe primero prepararla, para que sea capaz de contener a Dios.
Y para esto es la gracia. Es como el nido que Dios mismo se prepara en el corazón del hombre, para poder luego anidar en él. Es más Dios comienza a habitar en el alma en el mismo momento en que nos da la gracia: vienen juntos, desaparecen juntos: Dios deja de estar en el alma, cuando el alma pierde la gracia.
¿Cuándo nos da Dios la gracia? Ante todo en el bautismo. Esa es la primera vez. Y Dios la da para siempre, para que tengamos el alma en gracia y a Dios en el alma para siempre. Pero si la perdemos por el pecado (se pierde por cualquier pecado mortal) por su infinita misericordia, nos devuelve la gracia en el sacramento de la confesión, en el momento en que nos borra nuestros pecados.
Por eso, cuando nos preguntan ¿qué quiere decir estar en gracia? Y respondemos "no tener pecado mortal", decimos la mitad y la mitad más pobre: es infinitamente más que no tener pecado. Es como si dijéramos que un palacio es un lugar donde no hay chanchos o basura... Es más que eso, no hay chanchos ni basura, y hay, en cambio, orden, limpieza y un rey. Describimos la gracia por lo negativo, pero hay que hablar de ella por lo que tiene de positivo.
Por eso es que frente a un alma en gracia, el mismo demonio huye aterrado. No puede sostenerse en su presencia. Santa Teresita a los cuatro años tuvo un sueño que le quedó impreso para siempre en la memoria. Ella lo cuenta así: "Soñé que paseaba sola por el jardín. De pronto cerca de la glorieta, vi dos feos diablos que bailaban sobre un barril. Al verme clavaron en mí sus ojos, y en un abrir y cerrar de ojos los vi encerrarse en el barril, poseídos de terror. Escaparon y por una rendija se ocultaron en el sótano. ¿Qué les había picado? Viéndoles tan cobardes, quise saber qué temían. Me acerqué a la ventana y vi que corrían por las mesas sin saber dónde huir para esconderse de mi mirada. De vez en cuando se aproximaban a la ventana y espiaban, al verme cerca volvían a correr despavoridos como auténticos condenados. Yo creo que Dios se sirvió para mostrarme que un alma en gracia, no debe temer al demonio, tan cobarde ante la presencia de una niña".
Todos podemos deducir aquí la importancia que esto tiene. Estar en gracia, debe ser nuestro mayor anhelo, nuestro único deseo. Y nuestra única tristeza ha de venir por no poseer esa gracia. Pidamos a Dios que siempre nos conceda el vivir cumpliendo sus mandamientos, para así -al no tener pecado- podamos vivir en gracia y tener presente en nuestras almas al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Recomendamos:
La gracia y las virtudes: La gracia es la fuente de la obra de santificación; sana y eleva la naturaleza haciéndonos capaces de obrar como hijos de Dios.
Los efectos de la gracia santificante: ¿Qué significa estar en gracia de Dios? ¿Cuáles son sus efectos en nuestras vidas?
La gracia de Dios se recobra arrepintiéndose: En el sacramento de la penitencia se perdonan todos los pecados cometidos después del bautismo, y obtiene la reviviscencia de los méritos contraídos por las buenas obras realizadas, que se perdieron al cometer un pecado mortal.
El crecimiento de la gracia bautismal: Catequesis del Papa. El sacramento de la Confirmación. 29 enero 2014
Compendio de las catequesis del Papa Francisco sobre: La Iglesia, los dones del Espíritu Santo y los Sacramentos
La valentía de ser mejor
En la aceptación de la propia vocación se encuentra la autenticidad personal, la realización plena de nuestra existencia.
Es bien conocida la fábula de la rana y el buey. Por azares del destino, una rana (si se quiere puede ser la rana-René) se encuentra frente a un gran buey. El anfibio, con sus ojos saltones y desorbitados, contempla fascinado al rumiante, que pace indiferente a su lado.
-¡Ay! -exclama la rana- Si yo tuviese tal estatura.
Y como la rana además de verde, es vanidosa, ni corta ni perezosa comienza a inflarse más y más para emular al corpulento buey...De la rana ya no supimos más, sino que dejó como único rastro unas ancas muy largas y estiradas.
De ordinario la moraleja de la historia se aplica a la soberbia, a la vanidad o a algún vicio del género. Hoy vamos a verlo desde otro punto de vista.
Encontramos las realidades con las que nos tropezamos en la vida en diversas posiciones y con diversas jerarquías: como una acción, el lugar donde se realiza, el momento, las circunstancias. Pero sobre todas éstas impera el sujeto que actúa, que es, por decirlo así, la condición de las demás modalidades en que la realidad se inscribe ante nuestros ojos.
Concretemos esta breve constatación en la criatura más grande que pisa la tierra: el hombre. Él tiene una capacidad que es la “envidia” de los demás seres: mientras que aquellos sólo hacen cosas, el hombre cuando actúa, se hace a sí mismo. Es una de esas dimensiones de las que no debe escapar, pues de hacerlo, se embrutecería hasta hacerse casi un animal “a secas,” sin el honroso apellido de racional.
Es un hecho que no venimos a este mundo ya formados. Ni tampoco nos hacemos de golpe y porrazo. El ser humano –dice Ortega y Gasset- es un continuo hacerse…un gerundio, no un participio. Y nada más cierto que esto. Sólo falta echar un vitazo a nuestra vida. Existe en ella una continua tensión entre ese proyecto modelo, esas metas e ideales que nos han cautivado y la situación actual en la que nos encontramos. ¡Cuánto esfuerzo por romper nuestras limitaciones y defectos, por dejar atrás las derrotas, por abrazar la victoria!
Hoy en día se nos proponen un centenar de modelos, de ideales: la moda, la figura, el deporte, la ciencia y un largísimo etcétera. A decir verdad muchos son irrealizables. Pero la opinión pública los retiene como modelos fiables e indiscutibles; y, claro, uno después se encuentra, no ya con ranas reventadas, sino con vidas frustradas, llenas de amargura, porque la amargura consiste en la desproporción entre los que anhelamos y lo que alcanzamos.
Detrás de todo esto se halla un aspecto fundamental de la vida humana: encontrar la vocación para la que se existe, ese proyecto de lo que debo ser, formando mi verdadero yo. Este proyecto –de nuevo Ortega- se encuentra al inicio oculto y tenemos de él un vago conocimiento; sólo poco a poco se desvela a la conciencia. Debemos buscarlo con fidelidad, mas podemos traicionarlo, falsificarlo, cambiarlo por un plato de lentejas. Sin embargo él continúa como norma inexorable, juzgando nuestro actuar. Lo lamentable sería falsificar la propia vida, ser un sucedáneo de lo que debía ser, lamentándolo en la vejez e incluso, Dios no lo permita, en la eternidad.
En la aceptación de la propia vocación se encuentra la autenticidad personal, la realización plena de nuestra existencia. Los creyentes tenemos la ventaja de saber que es Dios mismo el que nos ha pensado con un camino que seguir, con la compañía del Espíritu Santo. Pero incluso los que piensan que toda se acaba aquí abajo, tienen la oportunidad de realizarse siguiendo honestamente su conciencia. Si lo hacen, terminarán ellos también allá arriba. ¡Así de grande es la misericordia divina!
Nadie va a sustituir a nadie. Cada uno es irrepetible. El hombre auténtico será el que se posee a sí mismo, y determina las líneas de la propia existencia no bajo la presión externa, sino sobre la base de las opciones personales libres. Si se ve claro que la opción para ser feliz es ser astronauta, hay que inténtalo. Si doctor, lanzarse. Si maestro, atreverse. Si sacerdote, no tener miedo. Lo importante es que esa elección sea la que nos haga auténtica y totalmente hombres, e irreversiblemente realizado.
Ahí está la solución. Si nos ha tocado en suerte ser rana, no debemos vender nuestra personalidad. Pero si podemos esforzarnos por ser la mejor que haya creado en este mundo... sin envidiar a ningún buey que se ponga enfrente.