Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida
- 01 Mayo 2020
- 01 Mayo 2020
- 01 Mayo 2020
Memoria Litúrgica, 1 de mayo
El carpintero de Nazaret
Martirologio Romano: San José Obrero, el carpintero de Nazaret, que con su laboriosidad proveyó la subsistencia de María y de Jesús e inició al Hijo de Dios en los trabajos de los hombres. Por esta razón, en el día de hoy, en que se celebra la fiesta del trabajo en muchas partes del mundo, todos los obreros cristianos honran a san José como modelo y patrono suyo.
Breve Semblanza
Se cristianizó una fiesta que había sido hasta el momento la ocasión anual del trabajador para manifestar sus reivindicaciones, su descontento y hasta sus anhelos. Fácilmente en las grandes ciudades se observaba un paro general y con no menos frecuencia se podían observar las consecuencias sociales que llevan consigo la envidia, el odio y las bajas pasiones repetidamente soliviantadas por los agitadores de turno. En nuestro occidente se aprovechaba también ese momento para lanzar reiteradas calumnias contra la Iglesia que era presentada como fuerza aliada con el capitalismo y consecuentemente como el enemigo de los trabajadores.
Fue después de la época de la industrialización cuando toma cuerpo la fiesta del trabajo. Las grandes masas obreras han salido perjudicadas con el cambio y aparecen extensas masas de proletarios. También hay otros elementos que ayudan a echar leña al fuego del odio: la propaganda socialista-comunista de la lucha de clases.
Era entonces una fiesta basada en el odio de clases con el ingrediente del odio a la religión. Calumnia dicha por los que, en su injusticia, quizá tengan vergüenza de que en otro tiempo fuera la Iglesia la que se ocupó de prestar asistencia a sus antepasados en la cama del hospital en que murieron; o quizá lanzaron esas afirmaciones aquellos que un tanto frágiles de memoria olvidaron que los cuidados de la enseñanza primera los recibieron de unas monjas que no les cobraban a sus padres ni la comida que recibían por caridad; o posiblemente repetían lo que oían a otros sin enterarse de que son la Iglesia aquellas y aquellos que, sin esperar ningún tipo de aplauso humano, queman sus vidas ayudando en todos los campos que pueden a los que aún son más desafortunados en el ancho mundo, como Calcuta, territorios africanos pandemiados de sida, o tierras americanas plenas de abandono y de miseria; allí estuvieron y están, dando del amor que disfrutan, ayudando con lo que tienen y con lo que otros les dan, consolando lo que pueden y siendo testigos del que enseñó que el amor al hombre era la única regla a observar. Y son bien conscientes de que han sido siempre y son hoy los débiles los que están en el punto próximo de mira de la Iglesia. Quizá sean inconscientes, pero el resultado obvio es que su mala propaganda daña a quien hace el bien, aunque con defectos, y, desde luego, deseando mejorar.
El día 1 de Mayo del año 1955, el Papa Pío XII, instituyó la fiesta de San José Obrero. Una fiesta bien distinta que ha de celebrarse desde el punto de partida del amor a Dios y de ahí pasar a la vigilancia por la responsabilidad de todos y de cada uno al amplísimo y complejo mundo de la relación con el prójimo basada en el amor: desde el trabajador al empresario y del trabajo al capital, pasando por poner de relieve y bien manifiesta la dignidad del trabajo -don de Dios- y del trabajador -imagen de Dios-, los derechos a una vivienda digna, a formar familia, al salario justo para alimentarla y a la asistencia social para atenderla, al ocio y a practicar la religión que su conciencia le dicte; además, se recuerda la responsabilidad de los sindicatos para logro de mejoras sociales de los distintos grupos, habida cuenta de las exigencias del bien de toda la colectividad y se aviva también la responsabilidad política del gobernante. Todo esto incluye ¡y mucho más! la doctrina social de la Iglesia porque se toca al hombre al que ella debe anunciar el Evangelio y llevarle la Salvación; así mantuvo siempre su voz la Iglesia y quien tenga voluntad y ojos limpios lo puede leer sin tapujos ni retoques en Rerum novarum, Mater et magistra, Populorum progressio, Laborem exercens, Solicitudo rei socialis, entre otros documentos.
Dar doctrina, enseñar donde está la justicia y señalar los límites de la moral; recordar la prioridad del hombre sobre el trabajo, el derecho a un puesto en el tajo común, animar a la revisión de comportamientos abusivos y atentatorios contra la dignidad humana... es su cometido para bien de toda la humanidad; y son principios aplicables al campo y a la industria, al comercio y a la universidad, a la labor manual y a la alta investigación científica, es decir, a todo el variadísimo campo donde se desarrolle la actividad humana.
Nada más natural que fuera el titular de la nueva fiesta cristiana José, esposo de María y padre en funciones de Jesús, el trabajador que no lo tuvo nada fácil a pesar de la nobilísima misión recibida de Dios para la Salvación definitiva y completa de todo hombre; es uno más del pueblo, el trabajador nato que entendió de carencias, supo de estrecheces en su familia y las llevó con dignidad, sufrió emigración forzada, conoció el cansancio del cuerpo por su esfuerzo, sacó adelante su responsabilidad familiar; es decir, vivió como vive cualquier trabajador y probablemente tuvo dificultades laborales mayores que muchos de ellos; se le conoce en su tiempo como José «el artesano» y a Jesús se le da el nombre descriptivo de «el hijo del artesano». Y, por si fuera poco, los designios de Dios cubrían todo su compromiso.
Fiesta sugiere honra a Dios, descanso y regocijo. Pues, ánimo. Honremos a Dios santificando el trabajo diario con el que nos ganamos el pan, descansemos hoy de la labor y disfrutemos la alegría que conlleva compartir lo nuestro con los demás.
Vivirá para siempre
Santo Evangelio según san Juan 6, 52-59. Viernes III de Pascua
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Dame siempre, Señor, tu pan de vida.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 6, 52-59
En aquel tiempo, los judíos se pusieron a discutir entre sí: "¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?".
Jesús les dijo: "Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día.
Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por mí.
Éste es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan vivirá para siempre".
Esto lo dijo Jesús enseñando en la sinagoga de Cafarnaúm.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
El corazón de Cristo se abre, se desgarra y se reparte entre cada uno de nosotros. De niño, siempre que me preguntaban qué quería pedirle a Dios, mi respuesta era: «quiero vivir para siempre». Con forme fui creciendo me percaté que no sería posible del todo eso de no morir, comencé a darme cuenta de que la vida es veloz, es una y Dios me la da para ser feliz. Pero al leer este Evangelio capto que la promesa de Cristo sacia el deseo que cada uno de nosotros tiene: vivir para siempre. Esta vida eterna no es un engaño, no es una alucinación, no es una jugada para que Dios se ría de nosotros, no es nada de eso. Es la promesa del corazón de Cristo que en cada Eucaristía se nos da.
Alguno pensará: «¿cómo puedo saber que eso es verdad?» No te culpo si piensas así. Piensa en los miembros de la sinagoga de Cafarnaúm, todos conocían a san José, ¿cómo creerían al hijo del carpintero? Es porque no se trata del hijo del carpintero, se trata del hijo de Dios.
Te invito a ver tu vida y darte cuenta de cuántas veces Dios te habla y te muestra lo mucho que te ama en las personas que te rodean o, como diría el Papa Francisco, en el «santo de la puerta de enfrente».
«Así la Eucaristía forma en nosotros una memoria agradecida, porque nos reconocemos hijos amados y saciados por el Padre; una memoria libre, porque el amor de Jesús, su perdón, sana las heridas del pasado y nos mitiga el recuerdo de las injusticias sufridas e infligidas; una memoria paciente, porque en medio de la adversidad sabemos que el Espíritu de Jesús permanece en nosotros. La Eucaristía nos anima: incluso en el camino más accidentado no estamos solos, el Señor no se olvida de nosotros y cada vez que vamos a él nos conforta con amor. La Eucaristía nos recuerda además que no somos individuos, sino un cuerpo. Como el pueblo en el desierto recogía el maná caído del cielo y lo compartía en familia, así Jesús, Pan del cielo, nos convoca para recibirlo, recibirlo juntos y compartirlo entre nosotros. La Eucaristía no es un sacramento «para mí», es el sacramento de muchos que forman un solo cuerpo, el santo pueblo fiel de Dios».
(Homilía de S.S. Francisco, 18 de junio de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Agradecer a una persona en concreto un momento en que me he sentido amado.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
La sabiduría como figura de la trinidad
Padre, Hijo y Espiritu Santo
El libro de la Sabiduría es un texto escrito en griego casi contemporáneo a las obras del Nuevo Testamento. Muestra el pensamiento más desarrollado sobre la sabiduría que se tiene en el Antiguo Testamento. Es escrito en Alejandría y recibe una influencia del pensamiento griego de la época.
En este libro se realiza un elogio a la sabiduría como se hace en Job 28 y Prov 9. En los capítulos 6 al 9 se encuentran los atributos de la sabiduría. El modo en que se concibe a la sabiduría se acerca grandemente a la revelación realizada por Dios en Cristo. Los dos versículos en los que este comentario se centra (Sab 7, 25-26) son figura de la trinidad revelada en Cristo. Para poder fundamentar esta hipótesis se presentan algunas referencias partiendo del texto de Sabiduría.
En primer lugar este texto indica que la sabiduría es soplo del poder de Dios. Esta palabra, tal cual se presenta en el texto, no hace referencia explícita al Espíritu Santo en otros textos bíblicos. Sin embargo, aunque no haya una relación con la palabra si hay una referencia al contenido. Tres textos tradicionales presentan al Espíritu Santo como viento, soplo, vapor, humo. En la creación (cf Gn 2, 7), en el Bautismo en el Jordán (cf Jn 1, 32) y en Pentecostés (cf Hch 2, 3-4).
Otro atributo de la sabiduría que remonta al Espíritu Santo es el espejo del poder de Dios. La primera referencia hallada en el Nuevo Testamento es la encarnación que se realiza por el poder del Altísimo que cubre con su sombra a María (cf Lc 1, 35). También se puede ver evidente en la acción del Cristo por el poder del Espíritu de Dios. En el inicio de la vida pública de Jesús, Lucas, indica que se va a Galilea, después de las tentaciones, con el poder del Espíritu (cf Lc 4, 14). Y en la acción curativa de Jesús aparece también esta acción del Espíritu en forma de poder. Quizá la más evidente es la expulsión del demonio con el poder del Espíritu de Dios (cf Mt 12, 28).
En segundo lugar el texto, describiendo de este modo a la sabiduría, introduce la figura de Cristo, el Hijo de Dios. Él es emanación de la gloria de Dios todopoderoso Se menciona a Jesús como Dios todopoderosos sobre todo en el contexto de la escatología en los textos del Apocalipsis (cf Ap 1, 18; 11, 17). En este mismo ámbito, la reflexión sobre el juicio final evangélica, presenta a Jesús como el Hijo del Hombre que vendrá con gloria y gran poder (cf Mt 19, 28; 25, 31; Lc 21, 27).
La segunda imagen que utiliza el texto y que nos remite a Cristo es el resplandor de la luz eterna. El texto de Hebreos describe así a Jesús: «resplandor de su gloria» (Heb 1, 3). Y sobre todo, en los escritos de Juan, la imagen de la luz es identificada con Cristo: «Yo soy la luz del mundo» (Jn 8, 12). Primero en el prólogo. Se ve a Juan como testigo de la luz y a Jesús como la luz que viene al mundo (Jn 1, 4.5.7-9). Después se indica que Cristo, la luz, no ha sido acogido (Jn 3, 19-21; 5, 3). Y finalmente Jesús se presenta como luz del mundo (cf Jn 8, 12).
Lo último que se indica en el texto de Sabiduría es que la sabiduría es imagen de la bondad de Dios. También a Cristo se le presenta, en Hebreos, como la imagen misma de lo que Dios es (cf Heb 1, 3). Y Pablo, por su lado, hace ver que Cristo es imagen de Dios (cf 2 Cor 4, 4).
Todos estos elementos permiten concluir que la visión de la sabiduría en la mentalidad cercana a la vida de Cristo y la primera Iglesia encamina hacia la revelación de la trinidad. En ellos vemos, en figura, lo que más adelante se verá de modo definitivo manifestado en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
¿Por qué mayo es el Mes de María?
Debemos darle un lugar especial a María porque es nuestra Madre, la madre de todo el mundo y porque se preocupa por todos nosotros
Durante siglos la Iglesia Católica ha dedicado todo el mes de mayo para honrar a la Virgen María, la Madre de Dios. Aquí te explicamos por qué.
La costumbre nació en la antigua Grecia. El mes mayo era dedicado a Artemisa, la diosa de la fecundidad. Algo similar sucedía en la antigua Roma pues mayo era dedicado a Flora, la diosa de la vegetación. En aquella época celebraban los ludi florals o los juegos florales a finales de abril y pedían su intercesión.
En la época medieval abundaron costumbres similares, todo centrado en la llegada del buen tiempo y el alejamiento del invierno. El 1 de mayo era considerado como el apogeo de la primavera.
Durante este período, antes del siglo XII (doce), entró en vigor la tradición de Tricesimum o "La devoción de treinta días a María". Estas celebraciones se llevaban a cabo del 15 de agosto al 14 de septiembre y todavía puede observarse en algunas áreas.
La idea de un mes dedicado específicamente a María se remonta a los tiempos barrocos - siglo XVII (diecisiete)-. A pesar de que no siempre se llevó a cabo en mayo, el mes de María incluía treinta ejercicios espirituales diarios en honor a la Madre de Dios.
Fue en esta época que el mes de mayo y de María se combinaron, haciendo que esta celebración cuente con devociones especiales organizadas cada día durante todo el mes. Esta costumbre se extendió sobre todo durante el siglo XIX (diecinueve) y se practica hasta hoy.
Las formas en que María es honrada en mayo son tan variadas como las personas que la honran.
Es común que las parroquias tengan en mayo un rezo diario del Rosario y muchas erijan un altar especial con una estatua o imagen de María. Además, se trata de una larga tradición el coronar su estatua, una costumbre conocida como Coronación de Mayo.
A menudo, la corona está hecha de hermosas flores que representan la belleza y la virtud de María, y también es un recordatorio a los fieles para esforzarse en imitar sus virtudes. Esta coronación es en algunas áreas una gran celebración, y por lo general, se lleva a cabo fuera de la Misa.
Sin embargo, los altares y coronaciones en este mes no son solo cosas "de la parroquia". Podemos y debemos hacer lo mismo en nuestros hogares para participar más plenamente en la vida de la Iglesia.
Debemos darle un lugar especial a María no porque sea una tradición de larga data en la Iglesia o por las gracias especiales que se pueden obtener, sino porque María es nuestra Madre, la madre de todo el mundo y porque se preocupa por todos nosotros, intercediendo incluso en los asuntos más pequeños. Por eso se merece todo un mes en su honor.
La persona humana se desarrolla y se perfecciona interiormente a través del trabajo, además de que también transforma el mundo exterior.
Gran parte de la vida de las personas humanas se invierte en el trabajo, que puede ser fuente de satisfacción y perfeccionamiento, pero también causa de desagrado, denigración o de un desarrollo mediocre.
El trabajo humano es un tema sumamente interesante, pero también ha sido poco abordado desde ciertos puntos de vista. En éste como en otros artículos trataremos de ver el aspecto humano y funcional del trabajo humano.
Desde que existe, el ser humano ha trabajado. El trabajo es una actividad esencial y llena de significado humano. Se podría decir que los animales también "trabajan", pero el trabajo es propiamente una actividad humana, ya que la persona humana, a diferencia de los animales irracionales, lo hace conscientemente; es decir, realiza el trabajo con conocimiento de que está trabajando y entiende lo que está haciendo; también tiene conocimiento de cómo lo hace, para qué lo hace y por qué lo hace; también es un ser que realiza el trabajo libremente; y en este contexto de libertad también podemos incluir que la persona humana, si se lo propone, puede amar a través del trabajo.
Todas estas características son propias del trabajo humano y deben existir para que el trabajo humano tanga su debida riqueza y plenitud.
Desafortunadamente no siempre existen todas estas riquezas en el trabajo humano; ya sea por ignorancia, por buscar fines superficiales o deshonestos en la realización de las actividades, ya sea porque existe algún tipo de coacción o presión en la realización del mismo.
Un aspecto esencial del trabajo humano, y que también lo distingue de las actividades de los seres irracionales, es que lo realiza una persona. No entraremos en análisis detallados sobre el significado de persona, sólo diremos que tiene que ver con la razón, la conciencia y la libertad humanas entre otras cosas.
Sería interesante preguntarnos para qué o por qué trabajamos. Pero ésta es una pregunta general, es decir, no se refiere a preguntar cuál es la finalidad del trabajo que realiza el carpintero, el doctor, el fontanero o el abogado; sino preguntar ¿por qué trabaja la persona humana?
Esta pregunta no es tan fácil de responder, ya que puede verse desde muchos puntos de vista que bien pueden ser válidos y complementarios. Es más, quizá en este artículo o en otros no alcancemos a responderla en su totalidad; pero sí podemos ir reflexionando sobre algunas respuestas.
Para empezar tenemos que tratar de tener una buena definición del trabajo humano, la cual tampoco es fácil de conseguir. El diccionario de la Real Academia Española nos puede ayudar, pero no define "el trabajo humano", sino las palabras "trabajar" y "trabajo"; por ello solamente puede ser un punto de apoyo.
El diccionario dice cosas relacionadas con: ocuparse de algo; procurar o ejecutar alguna cosa; retribución por alguna ocupación; hacer una cosa con eficacia, actividad y cuidado; esfuerzo humano; etcétera.
Y es verdad que todo esto significa trabajo en el lenguaje de la vida diaria. Y la pregunta sigue: ¿por qué la persona humana se ocupa de algo? Esta pregunta puede tener varias respuestas válidas, pero una de ellas es definitivamente que si el ser humano no trabaja, se muere.
Y no nos referimos solamente a la muerte física, sino también a una especie de "muerte" interior. Porque ¿qué sería del ser humano si no se ocupara de nada?; pensándolo más profundamente sería un desastre, no solamente por la falta de realización de productos, servicios, trabajos o actividades, sino interiormente la persona entraría en un estado de aburrimiento y vacío ante la vida; esto acompañado de una dosis de sentirse inútil.
Estas cuestiones internas hablan de algo sumamente interesante: "la persona humana nació, entre otras cosas, para trabajar", es decir, el trabajo está en su misma manera de ser. En pocas palabras, la persona humana se desarrolla y se perfecciona interiormente a través del trabajo, además de que también transforma el mundo exterior.
Pienso que para ser el primer artículo es suficiente con lo dicho, en próximos artículos seguiremos analizando y profundizando sobre el trabajo humano.
La ocupación profesional tiene una relación directa con la felicidad cuando nace y se ordena al amor
El hombre no debe limitarse a hacer cosas, a construir objetos. El trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor [1] . Al leer estas palabras de san Josemaría, es posible que dentro de nuestras almas surjan algunas preguntas que den paso a un diálogo sincero con Dios: ¿para qué trabajo?, ¿cómo es mi trabajo?, ¿qué pretendo o qué busco con mi labor profesional? Es la hora de recordar que el fin de nuestra vida no es hacer cosas sino amar a Dios. La santidad no consiste en hacer cosas cada día más difíciles, sino en hacerlas cada día con más amor [2] .
Mucha gente trabaja -y trabaja mucho-, pero no santifica su trabajo. Hacen cosas, construyen objetos, buscan resultados, por sentido del deber, por ganar dinero, o por ambición; unas veces triunfan y otras fracasan; se alegran o se entristecen; sienten interés y pasión por su tarea, o bien, decepción y hastío; tienen satisfacciones junto con inquietudes, temores y preocupaciones; unos se dejan llevar por la inclinación a la actividad, otros por la pereza; unos se cansan, otros procuran evitar a toda costa el cansancio...
Todo esto tiene un punto en común: pertenece a un mismo plano, el plano de la naturaleza humana herida por las consecuencias del pecado, con sus conflictos y contrastes, como un laberinto en el que el hombre que vive según la carne , en palabras de san Pablo - el animalis homo -, deambula, atrapado en un ir de aquí para allá, sin encontrar el camino de la libertad y su sentido.
Ese camino y ese sentido sólo se descubren cuando se levanta la mirada y se contempla la vida y el trabajo en esta tierra con la luz de Dios que ve desde de lo alto. La gente -escribe san Josemaría en Camino - tiene una visión plana, pegada a la tierra, de dos dimensiones. -Cuando vivas vida sobrenatural obtendrás de Dios la tercera dimensión: la altura, y, con ella, el relieve, el peso y el volumen [3] .
El trabajo nace del amor
¿Qué significa entonces, para un cristiano, que el trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor? [4] . Primero conviene considerar a qué amor se refiere san Josemaría. Hay un amor llamado de concupiscencia , cuando se ama algo para satisfacer el propio gusto sensible o el deseo de placer ( concupiscentia ). No es éste el amor del que nace, en último término, el trabajo de un hijo de Dios, aunque muchas veces trabaje con gusto y le apasione su tarea profesional.
Un cristiano no ha de trabajar solo o principalmente cuando tenga ganas, o le vayan las cosas bien. El trabajo de un cristiano nace de otro amor más alto: el amor de benevolencia , cuando directamente se quiere el bien de otra persona ( benevolentia ), no ya el propio interés. Si el amor de benevolencia es mutuo se llama amor de amistad [5] , mayor cuanto se está dispuesto no sólo a dar algo por el bien de un amigo, sino a entregarse uno mismo: Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos [6] .
Los cristianos podemos amar a Dios con amor de amistad sobrenatural, porque Él nos ha hecho hijos suyos y quiere que le tratemos con confianza filial, y veamos en los demás hijos suyos a hermanos nuestros. A este amor se refiere el Fundador del Opus Dei cuando escribe que el trabajo nace del amor : es el amor de los hijos de Dios, el amor sobrenatural a Dios y a los demás por Dios: la caridad que ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado [7].
Querer el bien de una persona no lleva a complacer siempre su voluntad. Puede ocurrir que lo que quiere no sea un bien, como sucede muy a menudo a las madres, que no dan a sus hijos todo lo que piden, si les puede hacer daño. En cambio, amar a Dios es siempre querer su Voluntad, porque la Voluntad de Dios es el bien.
Por eso, para un cristiano, el trabajo nace del amor a Dios, ya que el amor filial nos lleva a querer cumplir su Voluntad, y la Voluntad divina es que trabajemos [8] . Decía san Josemaría que por amor a Dios quería trabajar como un borrico de noria [9] . Y Dios ha bendecido su generosidad derramando copiosamente su gracia que ha dado innumerables frutos de santidad en todo el mundo
Vale la pena, por tanto, que nos preguntemos con frecuencia por qué trabajamos. ¿Por amor a Dios o por amor propio? Puede parecer que existen otras posibilidades, por ejemplo, que se puede trabajar por necesidad. Esto indica no ir al fondo en el examen, porque la necesidad no es la respuesta última.
También hay que alimentarse por necesidad, para vivir, pero ¿para qué queremos vivir, para la gloria de Dios , como exhorta san Pablo [10] , o para la propia gloria? Pues para eso mismo nos alimentamos y trabajamos. Es la pregunta radical, la que llega al fundamento. No hay más alternativas. Quien se examina sinceramente, pidiendo luces a Dios, descubre con claridad dónde tiene puesto en último término su corazón al realizar las tareas profesionales. Y el Señor le concederá también su gracia para decidirse a purificarlo y dar todo el fruto de amor que Él espera de los talentos que le ha confiado.
El trabajo manifiesta el amor
El trabajo de un cristiano manifiesta el amor, no sólo porque el amor a Dios lleva a trabajar, como hemos considerado, sino porque lleva a trabajar bien, pues así lo quiere Dios. El trabajo humano es, en efecto, participación de su obra creadora [11] , y Él -que ha creado todo por Amor- ha querido que sus obras fueran perfectas: Dei perfecta sunt opera [12] , y que nosotros imitemos su modo de obrar.
Modelo perfecto del trabajo humano es el trabajo de Cristo, de quien dice el Evangelio que todo lo hizo bien [13] . Estas palabras de alabanza, que brotaban espontáneas al contemplar sus milagros, obrados en virtud de su divinidad, pueden aplicarse también -así lo hace san Josemaría- al trabajo en el taller de Nazaret, realizado en virtud de su humanidad. Era un trabajo cumplido por Amor al Padre y a nosotros. Un trabajo que manifestaba ese Amor por la perfección con que estaba hecho. No sólo perfección técnica sino fundamentalmente perfección humana: perfección de todas las virtudes que el amor logra poner en ejercicio dándoles un tono inconfundible: el tono de la felicidad de un corazón lleno de Amor que arde con el deseo de entregar la vida.
La tarea profesional de un cristiano manifiesta el amor a Dios cuando está bien hecha. No significa que el resultado salga bien, sino que se ha intentado hacer del mejor modo posible, poniendo los medios disponibles en las circunstancias concretas.
Entre el trabajo de una persona que obra por amor propio, y el de esa misma persona, si comienza a trabajar por amor a Dios y a los demás por Dios, hay tanta diferencia como entre el sacrificio de Caín y el de Abel. Éste último trabajó para ofrecer lo mejor a Dios, y su ofrenda fue agradable al Cielo. De nosotros espera otro tanto el Señor.
Para un católico, trabajar no es cumplir, ¡es amar!: excederse gustosamente, y siempre, en el deber y en el sacrificio [14] . Realizad pues vuestro trabajo sabiendo que Dios lo contempla: laborem manuum mearum respexit Deus ( Gn 31, 42). Ha de ser la nuestra, por tanto, tarea santa y digna de Él: no sólo acabada hasta el detalle, sino llevada a cabo con rectitud moral, con hombría de bien, con nobleza, con lealtad, con justicia [15] . Entonces, el trabajo profesional no solo es recto y santo sino que se convierte en oración [16] .
Al trabajar por amor a Dios, la actividad profesional manifiesta de un modo u otro ese amor. Es muy probable que una simple mirada a varias personas que estén realizando la misma actividad, no sea suficiente para captar el motivo por el que la realizan. Pero si se pudiera observar con más detalle y atención el conjunto de la conducta en el trabajo -no sólo los aspectos técnicos, sino también las relaciones humanas con los demás colegas, el espíritu de servicio, el modo de vivir la lealtad, la alegría y las demás virtudes-, sería difícil que pasara inadvertido, si efectivamente existe en alguno de ellos, el bonus odor Christi [17] , el aroma del amor de Cristo que informa su trabajo.
Al final de los tiempos -enseña Jesús- dos estarán en el campo: uno será tomado y el otro dejado. Dos mujeres estarán moliendo en el molino: una será tomada y la otra dejada [18] . Realizaban el mismo trabajo, pero no del mismo modo: uno era agradable a Dios y el otro no.
Sin embargo, muchas veces el entorno materialista nos puede hacer olvidar que estamos llamados a la vida eterna y pensamos únicamente en los bienes inmediatos. Por este motivo afirma san Josemaría: trabajad cara a Dios, sin ambicionar gloria humana. Algunos ven en el trabajo un medio para conquistar honores, o para adquirir poder o riqueza que satisfaga su ambición personal, o para sentir el orgullo de la propia capacidad de obrar [19] .
En un clima así, ¿cómo no se va a notar que se trabaja por amor a Dios? ¿Cómo va a pasar inadvertida la justicia informada por la caridad, y no simplemente la justicia dura y seca; o la honradez ante Dios, no ya la honradez interesada, ante los hombres; o la ayuda, el favor, el servicio a los demás, por amor a Dios, no por cálculo...?
Si el trabajo no manifiesta el amor a Dios, quizá es que se está apagando el fuego del amor. Si no se nota el calor, si después de un cierto tiempo de trato diario con los colegas de profesión, no saben si tienen a su lado un cristiano cabal o solo un hombre decente y cumplidor, entonces quizá es que la sal se ha vuelto insípida [20] . El amor a Dios no necesita etiquetas para darse a conocer. Es contagioso, es difusivo de por sí como el mayor de los bienes. ¿Manifiesta mi trabajo el amor a Dios? ¡Cuánta oración puede manar de esta pregunta!
El trabajo se ordena al amor
Un trabajo realizado por amor y con amor, es un trabajo que se ordena al amor: al crecimiento del amor en quien lo realiza, al crecimiento de la caridad, esencia de la santidad, esencia de la perfección humana y sobrenatural de un hijo de Dios. Un trabajo, por tanto, que nos santifica.
Santificarse en el trabajo no es otra cosa que dejarse santificar por el Espíritu Santo, Amor subsistente intratrinitario que habita en nuestra alma en gracia, y nos infunde la caridad. Es cooperar con Él poniendo en práctica el amor que derrama en nuestros corazones al ejercer la tarea profesional. Porque si somos dóciles a su acción, si obramos por amor en el trabajo, el Paráclito nos santifica: acrecienta la caridad, la capacidad de amar y de tener una vida contemplativa cada vez más honda y continua.
Que el trabajo se ordena al amor, y por tanto a nuestra santificación, significa igualmente que nos perfecciona: que se ordena a nuestra identificación con Cristo, perfectus Deus, perfectus homo [21] ,perfecto Dios y perfecto hombre. Trabajar por amor a Dios y a los demás por Dios reclama poner en ejercicio las virtudes cristianas. Ante todo la fe y la esperanza, a las que la caridad presupone y vivifica. Y después las virtudes humanas, a través de las cuales obra y se despliega la caridad. La tarea profesional ha de ser una palestra donde se ejercitan las más variadas virtudes humanas y sobrenaturales: la laboriosidad, el orden, el aprovechamiento del tiempo, la fortaleza para rematar la faena, el cuidado de las cosas pequeñas...; y tantos detalles de atención a los demás, que son manifestaciones de una caridad sincera y delicada [22] . La práctica de las virtudes humanas es imprescindible para ser contemplativos en medio del mundo, y concretamente para transformar el trabajo profesional en oración y ofrenda agradable a Dios, medio y ocasión de vida contemplativa.
Contemplo porque trabajo; y trabajo porque contemplo [23] , comentaba san Josemaría en una ocasión. El amor y el conocimiento de Dios -la contemplación- le llevaban a trabajar, y por eso afirma: trabajo porque contemplo . Y ese trabajo se convertía en medio de santificación y de contemplación: contemplo porque trabajo .
Es como un movimiento circular -de la contemplación al trabajo, y del trabajo a la contemplación- que se va estrechando cada vez más en torno a su centro, Cristo, que nos atrae hacia sí atrayendo con nosotros todas las cosas, para que por Él, con Él y en Él sea dado todo honor y toda gloria a Dios Padre en la unidad del Espíritu Santo [24] .
La realidad de que el trabajo de un hijo de Dios se ordena al amor y por eso le santifica, es el motivo profundo de que no se pueda hablar, bajo la perspectiva de la santidad -que en definitiva es la que cuenta-, de profesiones de mayor o de menor categoría.
La dignidad del trabajo está fundada en el Amor [25] . Todos los trabajos pueden tener la misma calidad sobrenatural: no hay tareas grandes o pequeñas; todas son grandes, si se hacen por amor. Las que se tienen como tareas grandes se empequeñecen, cuando se pierde el sentido cristiano de la vida [26] .
Si falta la caridad, el trabajo pierde su valor ante Dios, por brillante que resulte ante los hombres. Aunque conociera todos los misterios y toda la ciencia,... si no tengo caridad, nada soy [27] , escribe san Pablo. Lo que importa es el empeño para hacer a lo divino las cosas humanas, grandes o pequeñas, porque por el Amor todas adquieren una nueva dimensión [28] .