El llamado es fruto de la generosidad de Dios
- 30 Mayo 2020
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Memoria Litúrgica, 30 de mayo
Rey de Castilla y León
Martirologio Romano: San Fernando III, rey de Castilla y de León, que fue prudente en el gobierno del reino, protector de las artes y las ciencias, y diligente en propagar la fe. Descansó finalmente en la ciudad de Sevilla († 1252).
Fecha de beatificación: 31 de mayo de 1655 el Papa Alejandro VII confirmó su culto
Fecha de canonización: 7 de febrero de 1671 por el Papa Clemente X
Breve Biografía
Era hijo del rey Alfonso IX y primo hermano del rey San Luis de Francia. Fue un verdadero modelo de gobernante, de creyente, de padre, esposo y amigo. Emprendió la construcción de la bellísima catedral de Burgos y de varias catedrales más y fue el fundador de la famosa Universidad de Salamanca. San Fernando protegió mucho a las comunidades religiosas y se esforzó porque los soldados de su ejército recibieran educación en la fe. Instauró el castellano como idioma oficial de la nación y se esmeró para que en su corte se le diera importancia a la música y al buen hablar literario.
Sus enfrentamientos tuvieron por fin, liberar a España de la esclavitud en la que la tenían los moros, y por ende liberar también a la religión católica del dominio árabe.
Como todos los santos fue mortificado y penitente, y su mayor penitencia consistió en tener que sufrir 24 años en guerra incesante por defender la patria y la religión.
En sus cartas se declaraba: "Caballero de Jesucristo, Siervo de la Virgen Santísima, y Alférez del Apóstol Santiago. El Papa Gregorio Nono, lo llamó: "Atleta de Cristo", y el Pontífice Inocencio IV le dio el título de "Campeón invicto de Jesucristo".
Propagaba por todas partes la devoción a la Santísima Virgen y en las batallas llevaba siempre junto a él una imagen de Nuestra Señora. Y le hacía construir capillas en acción de gracias, después de sus inmensas victorias. Este gran guerrero logró libertar de la esclavitud de los moros a Ubeda, Córdoba, Murcia, Jaén, Cádiz y Sevilla. Para agradecer a Dios tan grandes victorias levantó la hermosa catedral de Burgos y convirtió en templo católico la mezquita de los moros en Sevilla.
Fue canonizado en 1671 por el Papa Clemente X.
El llamado de Dios es personalísimo
Santo Evangelio según san Juan 21, 20-25. Sábado VII de Pascua
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, sé Tú la luz que ilumine mi vida y me ayude a ver con claridad quién soy en realidad. Dame tu gracia para aceptarme tal como soy, como Tú me has creado, con todas mis fortalezas y debilidades; y ayúdame a lanzarme sin miedo en el seguimiento de tu voluntad.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 21, 20-25
En aquel tiempo, Jesús dijo a Pedro: “Sígueme”. Pedro, volviendo la cara, vio que iba detrás de ellos el discípulo a quien Jesús amaba, el mismo que en la cena se había reclinado sobre su pecho y le había preguntado: “Señor, ¿quién es el que te va a traicionar?” Al verlo, Pedro le dijo a Jesús: “Señor, ¿qué va pasar con éste?" Jesús le respondió: “Si yo quiero que éste permanezca vivo hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú, sígueme”.
Por eso comenzó a correr entre los hermanos el rumor de que ese discípulo no habría de morir. Pero Jesús no dijo que no moriría, sino: “Si yo quiero que permanezca vivo hasta que yo vuelva, ¿a ti qué?”.
Éste es el discípulo que atestigua estas cosas y las ha puesto por escrito, y estamos ciertos de que su testimonio es verdadero. Muchas otras cosas hizo Jesús y creo que, si se relataran una por una, no cabrían en todo mundo los libros que se escribieran.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Ya antes habíamos visto que es Jesús quien confirma a Pedro su propia identidad: «Simón, hijo de Juan... tú eres Pedro» (Mt 16, 17-19). Pues solo en Dios, que nos conoce a la perfección, podemos descubrirnos más profundamente a nosotros mismos. Es confrontándose con la mirada de Dios que Pedro descubre de qué está hecho y quién es realmente. Y ahora, vemos que a esa identidad corresponde un llamado del Señor. Un deseo del corazón de Jesús; un plan de Dios para Simón que le dio desde el momento de su creación. Este es siempre un llamado al amor, pero este amor tiene un modo en que se concretiza de acuerdo con la identidad de la persona, a los deseos más profundos de su corazón que Dios mismo ha puesto ahí. El llamado es fruto de la generosidad de Dios que te invita a participar a ti de su propia obra. Dios no es un egoísta que lo hace todo por sí solo, sino que le gusta involucrar a sus hijos en sus acciones y sus obras.
Por eso, al preguntar Pedro acerca del llamado al otro discípulo, Jesús vuelve a traer la mirada de Pedro hacia sí. No lo veas a él, tú sígueme. El camino que pensé para ti nadie más lo puede recorrer. Porque sé quién eres, he pensado para ti aquello que puede realmente llevarte a la plenitud y llevarte a alcanzar la mayor intimidad conmigo. Quizás no lo entiendes ahora, pero lo entenderás más tarde.
«La buena noticia es que Él está dispuesto a limpiarnos, la buena noticia es que todavía no estamos terminados, estamos en proceso de fabricación, que como buenos discípulos estamos en camino. ¿Cómo va cortando Jesús los factores de muerte que anidan en nuestra vida y distorsionan el llamado? Invitándonos a permanecer en Él; permanecer no significa solamente estar, sino que indica mantener una relación vital, existencial, de absoluta necesidad; es vivir y crecer en unión fecunda con Jesús, fuente de vida eterna. Permanecer en Jesús no puede ser una actitud meramente pasiva o un simple abandono sin consecuencias en la vida cotidiana, siempre trae una consecuencia, siempre».
(Discurso de S.S. Francisco, 9 de septiembre de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Dedicar un breve tiempo para leer el salmo 139 (138): Señor Tú me sondeas y me conoces... y dialogar con Dios acerca de mi identidad y mi misión.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
La historia del martirio del apóstol San Juan
El cáliz que prometiera beber un día lejano en Palestina estaba pronto con toda su amargura...
Por: Casimiro Sánchez Aliseda | Fuente: www.mercaba.org
Ni la historia ni la hagiografía han estado acertadas al transmitirnos la efigie física y moral del apóstol San Juan. Nos han legado de él una imagen tierna y cromática, un santo imberbe, casi feminoide, cuando, en realidad, fue un carácter vigoroso y fuerte.
Aceptamos con facilidad que los demás apóstoles fuesen duros, podríamos decir que hasta broncos. La obra pedagógica de Jesús sólo penosamente logró limarlos, debiendo confiar al Espíritu la tarea de hacer de aquellos galileos ásperos unos instrumentos aptos para el apostolado. Pero con San Juan hacemos una excepción. Indefectiblemente le damos el calificativo del "discípulo amado", el que tuvo la dicha suprema de recostar su cabeza sobre el pecho del Señor en la última cena, y ya no pensamos en más, creyendo haber agotado su biografía y su psicología. De esta forma nos quedamos a la mitad del camino, no atisbando más que uno de los aspectos de su personalidad polifacética.
Los hijos del Zebedeo
A Juan hay que asociarle con su hermano Santiago, juntos forman ambos un excelente binomio, son los "hijos del Zebedeo", los pescadores ribereños del Tiberíades, hechos a las faenas rudas de la pesca, a las tormentas del lago y a la exaltación religiosa.
Los hijos del Zebedeo tenían la conciencia de su propio valor. Su categoría social les colocaba en una situación desahogada, como patronos de una embarcación, con un negocio próspero, que consentía tener criados y todo. Trabajaban, sí, pero también mandaban, y además tenían ambiciones.
El Maestro conoció primero a Juan, que era discípulo del Bautista y esperaba confiadamente la "redención de Israel". Con mucha fe, con mucho ardor, pero con ideas un tanto confusas. Porque la predicación del Bautista, rígido y austero como un esenio, cubierto con una piel de camello y alimentándose de langostas y miel silvestre, arrebataba el entusiasmo de los aldeanos que rodeaban el Jordán. Ellos captaban con avidez sus palabras, mas lo único que percibían con claridad era que "el reino de Dios estaba próximo".
Aquel reino de Dios iba envuelto en conceptos mesiánicos, expresados con bellas imágenes de los antiguos profetas, donde era difícil separar la metáfora de la realidad. Así cada uno alimentaba en su interior un reino conforme a sus ideales. Juan, espíritu recto, soñaría con un reino religioso, sin duda alguna, donde el Mesías, Cordero de Dios, que iba a redimir a su pueblo, le devolvería la santidad que el pecado le arrebatara, pero donde hubiera a la vez cargos importantes, con responsabilidad, mando y honor.
Este dualismo en la psicología del apóstol perdura a lo largo de todo el Evangelio, si bien se hace mucho más acusado cuando se juntan ambos hermanos, Santiago y Juan. Entonces la unión hace la fuerza y se sienten doblemente atrevidos y audaces.
Juan fue con Andrés de los primeros entre los discípulos que tomaron contacto con Jesús. Con precisión encantadora, recordando, a pesar de los muchos años, hasta el instante del encuentro, nos ha legado Juan el relato de aquella primera entrevista:
"Al día siguiente, otra vez hallándose Juan con dos de sus discípulos, fijó la vista en Jesús que pasaba, y dijo, He aquí el Cordero de Dios. Los dos discípulos que le oyeron siguieron a Jesús. Volvióse Jesús a ellos y, viendo que le seguían, les dijo: ¿Qué buscáis? Dijéronle ellos: Rabbi, que quiere decir Maestro, ¿dónde moras? Les dijo: Venid y ved. Fueron, pues, y vieron dónde moraba, y permanecieron con El aquel día. Era como la hora décima" (Jn. 1, 35-39).
Aquello no fue todavía la vocación al apostolado, aunque fue el encuentro providencial que determinó la suerte de sus vidas. Permaneciendo con Jesús "todo aquel día" quedaban maduros para la ulterior llamada.
Juan y Andrés fueron proselitistas. De Andrés sabemos que presentó a Jesús a su hermano Simón, el futuro Pedro. Juan hablaría de estas cosas con Santiago... Ya todo lo demás se desarrolló normalmente.
Pasando Jesús por la ribera del lago, mientras ellos remendaban sus redes, les invitó a seguirle: "Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres". Y ellos, generosos, dejándolo todo, le siguieron.
A Juan le encontramos en el Evangelio entre los íntimos del Maestro, formando con su hermano Santiago y con Simón Pedro el trío de confianza. Jesús les lleva a la resurrección de la hija de Jairo, a los resplandores de su transfiguración, a las congojas de su agonía en Getsemaní. Juntos los vemos también, aunque con algunos más, cuando la deliciosa aparición en el lago de Tiberíades.
Desde el primer momento, Cristo impuso a los dos hijos del Zebedeo el sobrenombre de Boanerges, "los hijos del trueno" (Mc. 3,17), porque eran súbitos como el rayo.
Alguna anécdota de este carácter impulsivo, que no conocía la ponderación, ha llegado hasta nosotros, como cuando quieren que descienda fuego del cielo sobre la aldea samaritana que se negó a recibirles al ir en peregrinación a Jerusalén. Jesús les reconviene dulcemente: "No sabéis de qué espíritu sois" (Lc. 9,55). También en otra ocasión el Maestro desaprueba la conducta de Juan, que había prohibido actuar a un exorcista espontáneo, que, sin ser de los doce, arrojaba los demonios en nombre de Jesús. "No se lo prohibáis —le dice—; quien no está contra vosotros trabajaba a favor vuestro" (Mc. 9,39).
Sin embargo, la escena que retrata al vivo las ambiciones de ambos hermanos es aquella en que interviene su madre para solicitar a favor de ellos los dos primeros puestos en el futuro reino.
Las circunstancias en que formula su petición no podían ser más inoportunas. La caravana apostólica marcha hacia Jerusalén para celebrar la Pascua, la última que Jesús comerá con los suyos, conforme acaba de manifestárselo con toda claridad, al predecirles que en ella tendrán cumplimiento los vaticinios referentes a su pasión y muerte. Y en ese instante es cuando se acerca Salomé adorándole y pidiéndole algo.
—¿Qué quieres? —le dice Jesús.
La madre contesta con decisión y sin rodeos:
—Di que estos dos hijos míos se sienten contigo en tu reino, uno a tu derecha y otro a tu izquierda.
Jesús debió sonreírse ante tan extraña petición, formulada en el momento en que predice un reino levantado sobre una cruz. Pero comprendió que ni la madre ni los hijos estaban para reconvenciones. Optó por tentar su generosidad.
—No sabéis lo que pedís... Pero, en fin, ¿seréis capaces de beber el cáliz que yo tengo que beber?
Y aquí es donde se retratan los dos hermanos. Valientes, decididos, incontenibles, como cuando a la llamada del Maestro dejaron a su padre el Zebedeo en la nave con los criados, así ahora responden sin quedarles nada dentro, dispuestos a todo.
Tanto arrojo, que en otros labios hubiera sonado a bravuconería, debió agradar a Jesús, que les dijo
—Está bien. Mi cáliz lo habréis de beber; pero en cuanto a sentaros a mi derecha y a mi izquierda no corresponde a mí el dároslo, pues es cosa que tiene preparada mi Padre (Mt. 20,20-23).
Los demás condiscípulos, al ver las pretensiones de los Zebedeos y de su madre, se indignaron. No por verles privados de espíritu evangélico, sino porque también a ellos les tentaban iguales ambiciones, aunque les faltase el arrojo de los Hijos del Trueno para formularlas, y una madre con indiscutibles derechos para interceder. Porque Salomé había dejado marchar generosamente a sus hijos y, además, ella misma seguía a Jesús sirviéndole en su peregrinar.
Esta decisión de los dos hermanos es más intrépida en Juan, a pesar de ser el más joven. Jesús le escoge a él y a Pedro para misiones arriesgadas, como buscar el cenáculo de la Pascua, sin que trascienda el sitio a los restantes, y menos a Judas.
Emparejado a Pedro aparece asimismo en otros momentos solemnes, como en la hora de la cena, al inquirir, sin levantar sospechas, quién era el traidor. En aquella ocasión Juan se muestra mucho más prudente que el arrogante Pedro, y sabe reaccionar con cautela y eficiencia después del desconcierto del huerto, siguiendo decididamente a Jesús hasta la casa de Anás, donde no sólo entra él, por sus conocimientos con la familia del pontífice, sino que consigue paso libre para el mismo Pedro.
Al día siguiente, a la hora terrible de la crucifixión, sólo Juan persevera con las santas mujeres en el monte Calvario. El recogió las últimas palabras del Maestro, él se hizo cargo de su Madre desolada, él asistió al embalsamamiento de su cuerpo destrozado, cooperando a enterrarlo en el sepulcro nuevo de José de Arimatea. Sus retinas asombradas tomaron fielmente nota del trascendental acontecimiento, y como un notario levantó acta de todo el suceso: “El que lo vio da testimonio, y sabemos que su testimonio es verdadero" (Jn. 19,35).
Y al igual que fue testigo y evangelista de la pasión lo será de la resurrección de Cristo.
Aunque testigo difícil e insobornable.
Porque, si llega el primero en la mañanita del domingo al sepulcro de Jesús, no fue allí con la esperanza de encontrarle resucitado.
María Magdalena, exaltada de dolor, había venido a traer la inesperada noticia: "Han robado al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto".
Corrió Juan y corrió Pedro, mas la juventud del discípulo amado le hizo llegar primero al huertecillo de José de Arimatea, si bien, deferente con el cabeza del colegio apostólico, no entró en la cámara mortuoria hasta haberlo hecho Simón Pedro. Observó entonces los lienzos enrollados, el sudario colocado aparte, todo recogido cuidadosamente sin el cuerpo de Jesús... Y confiesa ingenuamente que es entonces cuando "vio y creyó" (Jn. 20, 8). Porque no conocían las Escrituras referentes a la resurrección de Jesús de entre los muertos.
Por estas razones la Iglesia ha escogido a San Juan, como el apóstol de la Pascua cristiana.
El ha recalcado que la resurrección tuvo lugar una sabbati el día primero de la semana, que en honor de Cristo resucitado se llamaría domingo o "día del Señor". Por la tarde de ese mismo día —nos dice— se apareció Jesús "a los discípulos congregados en un mismo lugar" (Jn. 20, 19). Y a los ocho días —otra vez domingo— vuelve a aparecérseles, cuando estaba también Tomás con ellos.
Como ahora, cada domingo, en una Pascua hebdomadaria, el Señor se nos aparece también a los cristianos reunidos para la celebración eucarística, haciéndose presente sobre el altar santo.
Igualmente en domingo tuvo Juan las revelaciones de la isla de Patmos, siendo él quien por vez primera usa en los escritos neotestamentarios la palabra "dominica die" (Apoc. 1, 20) para designar nuestro día festivo.
Durante los cinco domingos de Pascua Juan nos acompañará con textos de su evangelio, y en la tercera semana las lecturas escriturarias del oficio se tomarán de su Apocalipsis, y en las ferias que van de la Ascensión a Pentecostés leeremos sus epístolas.
Pero todavía hay más. La Iglesia, que no acostumbra a conceder dos fiestas al mismo santo, hace una excepción honrosa con San Juan. Estas excepciones alcanzan a poquísimos: San Pedro y San Pablo, San Juan Bautista, precursor del Señor; San José, su padre nutricio; San Esteban, protomártir; San Francisco de Asís, crucifijo viviente...
La fiesta normal del apóstol San Juan, la que celebra su natalicio para el cielo, se sitúa el 27 de diciembre, haciendo cortejo al divino Infante.
Esta fiesta de ahora es el homenaje pascual de la Iglesia al evangelista San Juan, que nos ha transmitido “lo que oyó, lo que vio con sus ojos, lo que percibió y sus manos tocaron del Verbo de la vida" (1 Jn. 1, 1) y en confirmación de lo cual aceptó con valentía beber, como su hermano Santiago, el cáliz del Señor.
Durante este tiempo litúrgico los oficios de los mártires son una sinfonía de aleluyas, un brotar de metáforas policromas y símbolos iriscentes:
"Cándidos se han vuelto tus nazarenos, aleluya; resplandecieron delante de Dios, aleluya, y como la leche se coagularon, aleluya, aleluya. Más blancos son que la nieve, más brillantes que la leche, más sonrosados que el marfil antiguo, más hermosos que los zafiros..."
El 6 de mayo, cuando la primavera ríe, se celebra la fiesta de San Juan ante portam Latinam.
Esta fiesta está en relación con la de su hermano, el apóstol Santiago, protomártir del colegio apostólico, al que diera muerte Herodes "en los días de los ázimos" (Act. 12, 3), y por eso primitivamente se le festejaba el 1 de mayo, aunque después se aplicó esta festividad a Santiago el Menor, y la del apóstol patrón de España pasó al 25 de julio, como en la actualidad perdura.
La Iglesia antigua ensalzó así en fechas cercanas las fiestas martiriales de los dos hermanos generosos. La de San Juan aparece ya en los antiguos sacramentarios sin indicación topográfica; pero en el siglo IX se localizó su celebración en una pequeña basílica, cercana a la puerta Latina, que el papa Adriano dedicara en este mismo día en 780, por haber tenido lugar allí el martirio del apóstol evangelista al ser echado en una caldera de aceite hirviendo. Del hecho no cabe la menor duda, aunque los críticos duden de su localización, porque la puerta Latina es posterior al suceso, ya que el recinto de tales muros fue levantado por el emperador Aureliano más de siglo y medio después.
Pero el pequeño templo pudo surgir sobre el área donde la tradición fijaba el lugar del martirio de San Juan, aunque reformas urbanas posteriores cambiasen la topografía del terreno. Hoy la basílica de San Juan ante portam Latinam se encuentra en medio de un itinerario en que se entremezclan los mejores recuerdos de la Roma pagana y cristiana, cerca de las grandiosas termas de Caracalla, hacia el arranque de la vía Apia, la regina viarum: huertos de Galatea, sepulcros de los Escipiones, mausoleo de Cecilia Metela, oratorio que recoge la leyenda del Quo vadis, catacumbas de Calixto y San Sebastián.
El suceso debió ocurrir el año 95, cuando San Juan era el único superviviente del colegio apostólico, y, aunque anciano venerable, gozaba de excelente salud, hasta el punto de dar pie a que circulara entre la primitiva comunidad cristiana la leyenda de que no habría de morir.
Domiciano fue el instrumento de Dios para hacerle beber el cáliz de la pasión que el Maestro le predijera.
Este emperador observó en punto a religión una política conservadora, defendiendo la religión nacional contra el proselitismo de los cultos orientales y haciendo guardar con tal rigor las tradiciones romanas, que no dudó en enterrar vivas a dos vestales que fueron infieles a su voto de castidad.
Buen gobernante en los comienzos, se dejó llevar después del autoritarismo, al volverse sumamente desconfiado. A partir del año 93 un régimen de terror pesó sobre Roma y la delación se hizo la norma de gobierno. Los filósofos fueron los primeros en sufrir las consecuencias, como ya había ocurrido en el reinado de Nerón. Unos padecieron la muerte, otros fueron desterrados, como Epicteto y Dión Crisóstomo. Tácito y Juvenal aseguran que inundó de sangre la ciudad, inmolando a sus más ilustres habitantes.
Naturalmente, también los cristianos, culpables de ateísmo, es decir, de menospreciar el culto al emperador y a la diosa Roma. El propio primo del emperador, Flavio Clemente, y el consular Acilio Glabrión fueron condenados a muerte. También Domitila, la esposa del primero, fue desterrada a la isla Pandataria.
Refiere Hegesipo, judío converso y cercano a los sucesos, que Domiciano mandó prender conjuntamente a los descendientes del rey David y a los del apóstol Judas, que el Evangelio denomina "hermano" de Jesús. Como Herodes, tenía miedo de que pudieran disputarle el trono. Sin embargo, al convencerse de que eran gente humilde e inofensiva, se contentó con despreciarles, dejándoles en, libertad.
Pero con San Juan obró de distinta manera. El prestigio de que gozaba entre los fieles le hacía más peligroso. Mandó prenderle en Efeso y le trajo conducido a Roma el año 95. El cruel emperador se mostró insensible a la vista de este venerable anciano y le condenó al más bárbaro de los suplicios. Sería arrojado vivo en una caldera de aceite hirviendo.
Conforme a la práctica judiciaria de entonces, el santo apóstol hubo de sufrir primero el terrible suplicio de la flagelación, sin que pudiera invocar, como San Pablo, el privilegio de la ciudadanía romana.
El santo viejo escucharía con un gozo estremecedor el anuncio de la sentencia. Los verdugos encendieron la colosal hoguera y prepararon la tinaja con el aceite chisporroteante. En ella arrojaron al apóstol. Al fin iban a quedar colmados sus deseos. El cáliz que prometiera beber un día lejano en Palestina estaba pronto con toda su amargura.
Pero Dios no quiso que las cosas llegaran a su fin. Le había concedido el mérito y el honor del martirio, pero al mismo tiempo volvía a repetirse el milagro de los tres jóvenes en el horno de Babilonia. El fuego perdía sus propiedades destructoras. Ante la admiración de verdugos y populacho San Juan continuaba ileso en la caldera, y el aceite hirviendo le servía de baño refrescante. El tirano tomó a magia el prodigio y desterró a San Juan, que había salido más joven y vigoroso del suplicio, a la isla de Patmos.
Aunque de esta manera el martirio continuaba. Patmos es una pequeña isla, árida y semidesértica, que servía de escala a los navíos que iban o venían de Roma a Efeso. En esta isla, tal vez sometido a trabajos forzados, escribió San Juan su Apocalipsis. Sería su último y gran servicio a la Iglesia. Un domingo se le aparece Cristo glorificado y le ordena escribir a las cristiandades de Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea. Son siete cartas que contienen consejos y alientos, felicitaciones y reproches, promesas y amenazas, según la situación de cada comunidad.
Después continúa la descripción de las restantes visiones: el libro de los siete sellos, las siete trompetas, los siete signos, las siete copas, las siete fases de la caída de Babilonia o Roma, los siete principales actos del drama escatológico...
En este libro desconcertante se refleja el carácter impetuoso del "hijo del trueno" en las exhortaciones inflamadas y en las descripciones terroríficas.
Tras las frases proféticas se encierran veladas alusiones a la persecución de Diocleciano, que debía alcanzar a las comunidades de Pérgamo y Esmirna: “He aquí que el diablo va a meter a alguno de vosotros en la cárcel, para que seáis tentados, y la tribulación durará diez días" (Apoc. 2, 10). Pero avanzando el libro se consignan ya las víctimas que la “gran meretriz que se sienta sobre las siete colinas” hacía con aquellos que se negaban al culto a los emperadores y a la diosa Roma: "Yo he visto a la mujer ebria con la sangre de los santos y de los mártires de Jesús" (Apoc. 17, 16). Y poco después: "Vi bajo el altar las almas de los degollados por el testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, aquellos que no adoraron a la bestia ni a su imagen" (Apoc. 20, 4).
Sin embargo, el Apocalipsis es un mensaje de esperanza. Las palabras más alentadoras de toda la Escritura, las descripciones más bellas de la liturgia celeste, el triunfo definitivo del bien sobre el mal, del Cordero sobre el Dragón, recorre sus páginas. Se encierra un deseo infinito en ese Amén, en esa afirmación con que el apóstol anciano, que presiente el fin, responde a las palabras de Jesús: "Vengo pronto". Y Juan contesta: "Amén. Ven, Señor Jesús" (Apoc. 22, 20).
El 18 de septiembre del 96, al año del martirio de San Juan, moría asesinado el emperador Diocleciano. El vidente de Patmos debió quedar libre para retornar a Efeso, donde, por fin, encontraría, en una muerte apacible, a “Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de los muertos". Como a vencedor le daría a comer del árbol de la vida que está en medio del paraíso de Dios (Apoc. 2, 7).
Gracias por defender el derecho de asilo
El Papa Francisco escribe al P. Ripamonti, director de la sede italiana del JRS.
Los números del último Informe del Centro Astalli, publicados hace unos días, cuentan las "vidas suspendidas" de los migrantes, atrapados entre las garras de la pandemia, que bloquea o ralentiza la vida cotidiana, y la mordedura de la incertidumbre de quienes tienen que inventar una vida cotidiana desde cero en un nuevo país. El Centro se reunió con 20.000 personas en 2019, incluidos refugiados y solicitantes de asilo, 11.000 sólo en Roma. Y sin rodeos, el último informe afirma que "las políticas migratorias, restrictivas, cerradas - incluso discriminatorias - que han caracterizado el último año, agravan la precariedad de la vida, la exclusión y las irregularidades, haciendo más vulnerable a toda la sociedad".
Dar la bienvenida con amor fraternal
Un detalle transversal bien conocido por el Papa que, al citar el Informe, en un mensaje al Padre Camillo Ripamonti, director del Centro Astalli, aprecia especialmente el coraje "con el que, escribe, enfrenta el 'desafío' de la migración, especialmente en este delicado momento para el derecho al asilo, ya que miles de personas, continúa, huyen de la guerra, las persecuciones y las graves crisis humanitarias". Francisco también se acerca a esa categoría de personas que el derecho internacional define como "refugiados" y que "ustedes - enfatiza a los colaboradores del Centro - acogen con amor fraternal: estoy espiritualmente cerca de todos con oración y afecto y los insto a tener confianza y esperanza en un mundo de paz, justicia y fraternidad entre los pueblos".
Un ejemplo de solidaridad
La última "caricia" del Papa al Centro Astalli es en realidad un deseo universal: "su ejemplo, dice, puede provocar un compromiso renovado en la sociedad por una auténtica cultura de hospitalidad y solidaridad".
¿Qué es la meditación trascendental?
Un método que pretende indicar que apunta a sobrepasar las cosas sensibles para alcanzar el centro del ser.
Pregunta:
Estimado Padre: He leído en una pagina norteamericana (ABCNews.com) que trae noticias e información diversa, que hay estudios efectuados que demuestran que la meditación produce beneficios orgánicos y psíquicos diversos. Incluso, parece que en algunos hospitales de ese país se está comenzando a dar clases de meditación concentrando la atención en la respiración, por los efectos positivos que produce. Entonces ¿es pecado meditar? Yo creo, salvo su mejor opinión, Padre, que si uno no comparte teorías o doctrinas orientales, puede hacerse como una defensa antistress. Saludos y gracias una vez más.
Respuesta:
Estimado:
Le contesto brevemente tomando algunos datos del libro del P. Esteban Tavares Bettencourt, benedictino, 'Crenças, religioes, igrejas e seitas: quem sao?'(Ed. O Mesageiro de Santo Antonio, Sao Paulo 1995, 79-82).
El fundador de la llamada 'meditación trascendental' fue Maharishi Mahesk Yogi, quien practicó esta técnica de meditación como ermitaño en el Himalaya y luego se dedicó a difundirla.
El término 'trascendental' pretende indicar que apunta a sobrepasar las cosas sensibles para alcanzar el centro del ser. Consiste en una técnica mental que lleva a la persona, primeramente, a colocarse en estado de relajación interior; y en ese estado intenta olvidar todas las realidades sensibles y vaciar la mente de todas las imágenes materiales que habitualmente lo distraen. Así se crea un estado de 'percepción vacía' que acarrea la cesación de emociones, sentimientos y afectos. Así (pretenden) la persona alcanza la realidad más íntima de su propio ser. En los sucesivos niveles de profundidad de la mente, el individuo se hace cada vez más consciente de su naturaleza divina (!). Este estado final es denominado 'percepción pura'.
Hay personas que se dicen beneficiadas por la meditación trascendental cuando están todavía en los estados iniciales de sus ejercicios. Pero con el tiempo los efectos de la técnica son nefastos. Se han detectado consecuencias físicas de decaimiento, propensión a manifestaciones esquizofrénicas, con frecuentes accesos de cólera e impulsos incontrolables. Los problemas aparecen especialmente en muchos instructores y más rápidamente en quien más se entrega a la práctica.
Por otra parte resta el problema de la filosofía subyacente. Aunque muchos cultores afirmen que nada tiene que ver con la religión o filosofía, sin embargo, está ligada a la filosofía religiosa de los maestros hindúes que es el panteísmo. Su fundador afirma claramente un panteísmo al que apunta este ejercicio. También profesa la reencarnación.
Demás está decir que nada tiene que ver con la meditación cristiana propuesta por todos los grandes autores espirituales y que puede ver en el Catecismo nn. 2705-2708.
Puede ver Usted nuestro artículo sobre el 'Yoga' y las citas que allí se encuentran sobre el documento 'Carta sobre algunos aspectos de la meditación cristiana', de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que trata de este tema.
El siguiente artículo es gentileza de la página www.corazones.org
Un método basado en la repetición de un 'mantra' por unos 15 a 20 minutos, 2 veces al día. Dicha mantra pretende ser estrictamente personal, un sonido que corresponde a la 'vibración profunda' de cada ser y que no debe ser revelado a terceras personas. Pero en realidad cada mantra es el nombre cifrado de una deidad hindú. Hay una deidad específica que se le da a meditar al adepto según su edad. Además se puede ir ampliando al cabo de unos meses mediante sucesivos pagos, hasta formar frases de adoración religiosa.
La MT dice lograr que las hondas cerebrales sean coherentes pero no existe ninguna base para creer en esta jerga pseudo científica.
En 1977 la MT perdió un pleito en EE.UU. en el que se estableció su naturaleza religiosa y que no se trata de una verdadera 'ciencia' como sus proponentes intentan hacer creer.
En Alemania, el 6 de agosto de 1980, la MT pierde una querella contra el gobierno federal y este queda autorizado para afirmar que 'la MT es una secta que puede conducir a daños psíquicos y destrucción de la personalidad'. Maharishi entonces huye a la India.
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EL CONFLICTO BASICO ENTRE EL MAHARISHI Y EL CRISTIANISMO
Pastoral de su Eminencia Jaime Cardinal Sin, Arzobispo de Manila, sobre ciertos aspectos doctrinales del Maharishi, 1984.
Metodología del Campo Unido, considerada luego de efectuar consultas con expertos en teología.
La doctrina y enseñanza del Maharishi expone información relacionada con (1) Dios, (2) el hombre, (3) la manera de llegar a Dios, (4) el dolor y el sufrimiento y (5) el pecado que se manifiesta en abierta contradicción con la doctrina cristiana.
1. El 'Dios' del Maharishi es impersonal, en lugar del Dios manifestado en la revelación cristiana en donde Dios es un Dios personal que ama a cada persona humana de una manera íntima.
Al negar al Creador como ser Supremo y enseñar que 'Todo es Uno', el Maharishi suprime la distinción entre el Creador y la criatura. Esto conduce directamente al, o es una forma equivalente al panteísmo.
Se ha descubierto que los 'mantras' presentados a los seguidores del Maharishi son invocaciones, en la mayoría de los casos, a todas las deidades veneradas por los hindúes, negando así en un sentido real la unidad de Dios y fomentando el politeísmo.
2. El hombre es considerado capaz de lograr una perfección ilimitada, de ser totalmente liberado de todo dolor y sufrimiento a través de la práctica de la Meditación Trascendental (MT) realizada de la manera propuesta por el Maharishi. Asimismo, a través de la MT, el hombre puede encontrar la solución a todos los problemas que oscilan desde el control de los elementos hasta el logro de la indestructibilidad e inmortalidad.
Dos deficiencias, entre otras, se presentan claramente en esta doctrina: (a) la misma no acepta la inmortalidad del alma, ni la vida después de la muerte, como parte de la naturaleza del alma; (b) ignora completamente la existencia del pecado original, un dogma cristiano, y las consecuencias de las realidades de la vida.
3. Maharishi plantea la manera de llegar a Dios a través de la MT y la manifiesta como una manera interpretada por el mismo, sus libros, y sus seguidores. Además, la MT se presenta como la manera exclusiva de llegar a Dios.
Nuevamente, dos deficiencias se esconden detrás de estas afirmaciones: (a) el abuso del término MT que ha sido apropiado por ellos como si su método fuera 'la' MT por excelencia, la única auténtica (existe el misticismo cristiano, incluso los autores hablan del misticismo hindú y budista, y ciertamente, existe además el afamado método de meditación za-zen); y (b) la manera de llegar a Dios en la enseñanza actual para todos es el camino de la Cruz mientras somos peregrinos, como lo predicara explícitamente Cristo mismo, y fuera aceptado en la doctrina y en la vida cristiana. El heroísmo del sufrimiento cristiano fiel, manifestado con el mayor coraje y dignidad parece encontrarse ausente en la manera de llegar a Dios del Maharishi.
4. El rechazo del valor redentivo del sufrimiento y de la existencia de Cristo como el Redentor se encuentra implícito en el método del Maharishi con respecto al problema del dolor y el sufrimiento. En realidad, el Maharishi en su libro, Meditaciones del Maharishi Mahesh Yogi (Nueva York, Editorial Bantam, 1968, p.23), escribe explícitamente: 'No creo que Cristo haya sufrido alguna vez o que Cristo pudiera sufrir.' (Los seguidores del Maharishi han repetido esta afirmación en varios lugares.)
5. El pecado. El Maharishi trata de ignorar la existencia del pecado. A este respecto, el Maharishi sigue la doctrina védica que considera al pecado una cuestión corporal y que no tiene nada que ver con el espíritu o el alma del hombre. El concepto global del 'pecado', si se lo acepta implícitamente, es considerado como algo externo y legalista. El sentido real de la libertad y la responsabilidad se encuentra ausente, y los 'efectos' del pecado son objeto de rituales, mantras, y MT. No existe una conversión interior, sino un uso bastante manipulador de la MT para lograr las liberaciones.
En la base de este concepto y de este método se encuentra el concepto de Dios, del hombre, de la manera de llegar a Dios, del dolor y el sufrimiento descriptos anteriormente. A partir de este punto de vista, uno no puede ser un cristiano y un seguidor del Maharishi.
6. La MT puede ser considerada como doctrina (contenido) o técnica (método). Desde el punto de vista del contenido, el mismo no es aceptable para un católico, o para un cristiano en general. Desde el punto de vista de una técnica, de la manera en que el grupo del Maharishi la presenta, la MT no es aceptable debido a sus relaciones intrínsecas con la doctrina (observar información sobre los 'mantras' y el punto 1 y 2).
Esta clase de MT debe ser distinguida de las diversas formas de oración adecuadas a las actitudes religiosas orientales, algunas de las cuales podrían ser aceptables, e incluso beneficiosas, si fueran escudriñadas y utilizadas apropiadamente. La MT, no obstante, como la propone el Maharishi y como resultado final observado por la doctrina y los seguidores del Maharishi, es, por no decir otra cosa, bastante peligrosa. La misma llega a ser un escape y no un remedio. Su resultado inevitable, dentro del contexto de la doctrina del Maharishi, es la desensibilización de la conciencia tratando de liberar no la culpa y el desorden real sino solamente sus síntomas y su desasosiego concomitante.
12 cosas que toda esposa quiere escuchar de su esposo
Aquí hay 12 cosas que toda esposa quiere escuchar - sin ningún orden particular
El hecho del cómo nos dirijamos a nuestra pareja diariamente puede construir o destruir nuestro matrimonio. Tal es el poder de nuestras palabras.
Mi esposo, Dave, recientemente escribió un artículo llamado “10 cosas que cada esposo quiere escuchar”, y ha ayudado a muchas esposas a abrir los ojos. Pero, ¿qué quieren escuchar las esposas de sus esposos? Aquí hay 12 cosas que toda esposa quiere escuchar
– sin ningún orden particular:
1.- "Eres mi persona favorita"
Existe una gran relación de amistad en cada gran matrimonio. Tu esposa quiere saber que ella es tu persona favorita para pasar tiempo juntos.
Habiendo tantas cosas que compiten por tu atención desde los niños, el trabajo, los pasatiempos, las cuentas por pagar y todo lo demás, es importante que le dejes saber a tu esposa que ella jamás es una carga en tu apretada agenda. Déjale saber que ella es tu parte favorita del día y que tu día es más brillante y mejor porque ella es parte de él.
2.- "Eres tan hermosa".
Probablemente le decías esto muy a menudo a tu esposa cuando eran novios. Sin embargo, nosotras necesitamos escuchar esto aún más seguido cuando estamos casadas.
Esposo: déjale saber que ella aún tiene ese sex-appeal y dile cuánto te encanta su sonrisa. Se específico acerca de lo que te gusta de su belleza – no sólo de su belleza física, sino de todo lo que encuentres bello acerca de ella, desde su sonrisa hasta como te ama a ti y a tus hijos hasta sus hermosos ojos. Ella apreciará mucho lo que tengas que decirle.
3.- "Gracias por..."
Un simple “gracias” puede llegar muy lejos. Sin embargo, mientras más tiempo estemos casados, menos tendemos a agradecer a nuestra pareja por todo lo que es y por todo lo que hace por nosotros.
Esposos, piensen acerca de todas las cosas por las que están agradecidos cuando se trata de sus esposas y ofrézcanle un “gracias” específico cada día.
Agradézcanle por los pequeños actos de amor que ella hace por ustedes y sus familias. Agradézcanles por ser siempre sus animadoras más grandes. Agradézcanle por su arduo trabajo haciendo que todo funcione de maravillas en el hogar. Lo que sea.
Déjenles saber cuánto aprecian quién ella es y lo que hace.
4.- "Amo pasar tiempo contigo".
Como esposas no nos gusta sentir que nuestros esposos pasen tiempo con nosotras porque es una obligación. Queremos que ellos quieran pasar tiempo con nosotras. Y su deseo se demuestra con sus palabras y acciones.
Esposos, pueden demostrarles a sus esposas cuánto aman pasar tiempo con ellas llamándolas o enviándoles mensajes de texto a lo largo del día. Aunque estén físicamente lejos, aún pueden pasar tiempo juntos a través de esas conversaciones.
Es también importante priorizar el tener una noche de a solas los dos regularmente. Esto les permite a ambos mirar directamente a los ojos del otro, hacer algo entretenido juntos y realmente conectarse sin todo lo demás que compite por su atención.
Aun cuando no preparen una noche romántica o salgan a una cita, una forma sencilla para demostrarle a sus esposas que les encanta pasar tiempo juntos es dándole toda tu atención apagando el teléfono y los demás dispositivos. Pregúntenles cómo estuvo su día y estén dispuestos a contestar cualquier pregunta que ellas les hagan. Entonces, déjenles saber cuánto aman estar con ellas.
Ellas verán que ustedes realmente se preocupan por ellas por medio de esas palabras y acciones tan consideradas.
5.- "Estoy tan feliz de que seas mi esposa".
Esto es importante. Como esposas queremos saber que nuestros esposos piensan que el casarse con nosotras fue una de las mejores decisiones de sus vidas.
No queremos sentirnos como la vieja “bola de hierro”. Creo que podría escribir todo un artículo acerca de cuánto odio esa expresión. Sé que es una frase antigua, pero aún no puedo oír cuando algunos esposos utilizan esas palabras para describir a sus esposas hoy en día. Y veo a las esposas avergonzadas en el interior mientras se ven forzadas a sonreír. Es simplemente terrible.
Esposos, sus esposas no quieren sentir que ustedes están con ellas porque ellas los atraparon de alguna forma. Ellas no quieren sentir que los detienen de alguna manera.
Sus esposas quieren saber que ustedes sienten que se ganaron la lotería cuando se casaron. Y ustedes pueden demostrarles eso diciéndoles cuán felices están de que ellas sean sus esposas.
6.- "Te amo tanto -si no es que más- que el día en que nos casamos"
Ésta es una de mis cosas favoritas que Dave me dice. Cuando nos casamos, pareciera que las costuras de nuestros vestidos van a reventar de la emoción y felicidad que sentimos al pensar que vamos a iniciar una vida nueva juntos. Pero, luego de algunos años, ese brillo de recién casados se va desvaneciendo.
Esposos, asegúrense de demostrarles a sus esposas que no se ha desvanecido. Díganles cuánto las aman muy a menudo. Honestamente ellas no se cansan de escucharlo.
7.- "He estado pensando en ti todo el día y no puede esperar verte".
Esposos, sus esposas aman escuchar que piensan en ellas muy seguido. Nadie quiere ser olvidado o pasar desapercibido con su pareja.
Una excelente forma para permanecer en la mente del otro es comunicarse a lo largo del día. Llámense o escríbanse mensajes de texto. Prueben a coquetearse y háganlo divertido. Ésta es una forma muy sencilla de demostrarles a sus esposas que están pensando en ellas y que ansían reencontrarse al final del día de trabajo.
8.- "Te deseo".
Una esposa quiere saber que su esposo aún se siente muy atraído por ella. Ella quiere saber que ella aún la desea. Y esposos, ustedes pueden demostrarles a sus esposas esto dejándoles saber cuánto las desean con sus palabras y acciones.
Para una mujer el coqueteo es una tarea de todo el día. Así que, esposos, animen a sus esposas colaborándoles con algo que las esté
estresando como la ropa sucia, ir a traer a los niños, guardar los platos, etc. Luego, masajeen sus pies. Abrácenlas fuerte. Pasen sus manos por su cabello. Mírenlas directamente a los ojos. Díganles cuán hermosas y sexys son. Y déjenles saber que aún los vuelven locos.
9.- "¡Tú puedes!"
Mi esposo dice a menudo que los esposos y las esposas deberían ser los más grandes animadores el uno del otro. Y yo no podría estar más de acuerdo.
Hay momentos en mi vida en los que no estoy segura si podré alcanzar algo o sobrellevar una temporada difícil y mi esposo siempre ha estado ahí alentándome y animándome. Le estoy inmensamente agradecida.
Esposos, tómense un tiempo cada día y déjenles saber a sus esposas que son sus más grandes admiradores y que ustedes creen en ellas. Esto les elevará la confianza y les dará fuerzas para seguir adelante.
10.- "Siempre puedes contar conmigo; siempre estaré aquí para ti".
El matrimonio es una sociedad, y aun así muchas parejas no pueden llevar sus problemas y preocupaciones a casa sin recibir malos tratos o incluso ser rechazados o ignorados. Esto hiere profundamente y a menudo lleva a un matrimonio vacío y solitario.
Esposos, cuando sus esposas lleguen a ustedes con lágrimas en los ojos y preocupaciones cubriendo sus rostros, estén dispuestos a dejar de hacer lo que estén haciendo y a escuchar lo que ellas tienen que decir. Eso significará mucho para ellas y sabrán que pueden contar con ustedes en toda circunstancia.
11.- "Confío en ti"
Tanto como necesitamos dejarle saber a nuestra pareja que somos dignos de confianza, así también necesitamos saber que podemos confiar en él/ella.
Esposos, una forma de lograr esto es abriéndose a sus esposas. Estén dispuestos a hablar con ellas acerca de las cosas difíciles. Muéstrense vulnerables. No se contengan. Díganles que ustedes confían en ellas y por eso pueden compartirles sus miedos y preocupaciones. Mientras más hagan esto, más conectados estarán.
12.- "Estoy orando por ti"
Como cristiana, creo en el poder de la oración y me encanta saber que mi esposo es uno de mis más grandes guerreros oradores. Me encanta cuando me dice que él está orando por mí, y le creo completamente.
Como les he compartido en muchas ocasiones, los matrimonios más fuertes están construidos sobre un firme fundamente de fe. Y la oración es una gran parte de esto.
Nosotros animamos a todos los esposos y esposas a orar juntos cada día, pero también les urgimos a orar por sí solos y a siempre incluir a sus parejas en sus oraciones.
Esposos, déjenles saber sus esposas que están orando por ellas y, cuando ellas les pidan una oración por un motivo en específico, háganles caso y oren por ellas. Se sorprenderán de cuánto Dios obrará por medio de estas oraciones.
Jacques Philippe
SI CONOCIERAS EL DON DE DIOS VII
11. CONOCER A DIOS EN MARÍA
En el libro de Isaías se encuentra una promesa magnífica:
«El lobo convivirá con el cordero, el leopardo se tumbará con el cabrito. [...] Nadie hará mal ni causará daño en todo mi monte santo, porque la tierra estará llena del conocimiento del Señor, como las aguas que cubren el mar».
Promesa del conocimiento de Dios, que será también una transformación del corazón del hombre, una curación del mal y de la violencia.
Debemos desear con todo nuestro ser este conocimiento de Dios que se nos quiere revelar. No un Dios que sea el fruto de nuestras proyecciones psicológicas, sino el Dios vivo y verdadero. En el libro de Job se encuentra esta frase: «No te conocía más que de oídas, pero ahora te han visto mis ojos». Todos podemos ver a Dios, descubrir su verdadero rostro. No precisamente por medio de éxtasis y visiones; de manera más humilde, pero más segura, a través del aumento de nuestra fe.
La Escritura dice que nadie puede ver a Dios; no le veremos cara a cara sino en la otra vida. Podemos sin embargo, desde aquí abajo, tener una verdadera experiencia de Dios y conocerle. En el capítulo 31 del libro de Jeremías se encuentra otro texto magnífico sobre este asunto:
«Esta será la alianza que pactaré con la casa de Israel después de aquellos días —oráculo del Señor—: pondré mi ley en su pecho y la escribiré en su corazón, y Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que enseñar el uno a su prójimo y el otro a su hermano, diciendo: “Conoced al Señor”, pues todos ellos me conocerán, desde el menor al mayor —oráculo del Señor—, porque habré perdonado su culpa y no me acordaré de su pecado».
Este pasaje anuncia para todos un conocimiento de Dios que estará íntimamente ligado a la revelación de su misericordia. El conocimiento más profundo que podemos tener de Dios en esta vida pasa por la experiencia de la misericordia divina, del perdón divino. Esta promesa de la Escritura es para nosotros, especialmente en los tiempos actuales.
Dios mismo nos da esta seguridad: todos me conocerán, del más pequeño al mayor. Yo diría incluso: ¡sobre todo los más pequeños! En el evangelio de san Lucas, se cuenta que Jesús exulta de alegría en el Espíritu Santo y dice:
«Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo».
A través del Hijo, se opera la revelación del Padre. Dios quiere mostrar su rostro a los hombres. ¡Se le ha deformado tanto, se ha acusado tanto a Dios! Ese es el drama del ateísmo: se ha arrojado a Dios a la basura, acusándole de ser un enemigo del hombre, un obstáculo a su libertad y a su desarrollo, un Dios que aplasta...
Hoy más que nunca, Dios quiere revelarse a nuestros corazones, de manera sencilla, en la oscuridad de la fe, pero de modo muy profundo, para que cada uno pueda llegar a un conocimiento auténtico de su verdadero rostro. San Juan de la Cruz decía en el siglo XVI:
«Siempre el Señor descubrió los tesoros de su sabiduría y espíritu a los mortales; mas ahora que la malicia va descubriendo más su cara, mucho los descubre».
¡Qué diría si viviese hoy! Dios quiere revelarse más que nunca a todos los pequeños y pobres que somos nosotros.
Uno de los caminos secretos, pero privilegiados, de esta revelación es el misterio de la Virgen María. Es precioso constatar cómo María está presente hoy en la vida del mundo, para llevar el corazón del hombre a Dios, sobre todo enseñándole a rezar. Si nos confiamos a ella, si nos dejamos conducir por ella, nos hace llegar a un verdadero conocimiento de Dios, pues nos hace entrar en la profundidad de la oración. Es ahí donde Dios se revela, donde muestra su rostro de Padre. Recientemente, hablaba yo con algunas personas de la experiencia de esos videntes a los que María se aparece regularmente para educarles. Y algunos me decían: ¡qué suerte tienen esos! Sin duda, pero me parece que María hace eso por todos los que se lo piden, de modo invisible. Si nos ponemos totalmente en sus manos, ella nos educa y nos comunica un verdadero conocimiento de Dios. La pequeña Teresa en su poema a la Virgen, «Por qué te amo, oh María», tiene esta hermosa afirmación: «El tesoro de la madre pertenece al hijo». María nos da participar en lo más precioso que ella tiene: su fe.
Se encuentra un bello pasaje en el Secreto de María, de Luis María Griñón de Montfort, que dice que Dios está presente en todas partes, que se le puede encontrar en todo, pero que en María se hace presente a los pequeños y pobres de manera particular.
«No hay ningún lugar donde la criatura se pueda encontrar más cerca y más proporcionada a su debilidad que en María, pues para eso Él descendió. Es el Pan de los fuertes y de los ángeles, pero en María es el Pan de los hijos...»
En María, Dios se hace alimento para los más pequeños. En ella, se encuentra Dios en su grandeza y majestad, su poder, su sabiduría que nos superan ampliamente, pero, al mismo tiempo, un Dios accesible, que no atropella ni destruye, sino que se da para ser nuestra vida.
Con ocasión de la beatificación de los pequeños videntes de Fátima, Francisco y Jacinta, el 13 de mayo de 2000, el papa Juan Pablo II pronunció una hermosa homilía. Comenta el evangelio que he citado antes: lo que Dios ha escondido a los sabios y prudentes lo ha revelado a los pequeños, como estos niños de Fátima. El Santo Padre evoca una experiencia que ellos vivieron en una de las apariciones de la Virgen:
«Por designio divino, “una mujer vestida de sol” (Ap 12, 1) vino del cielo a esta tierra en búsqueda de los pequeños privilegiados del Padre. Les habla con voz y corazón de madre: los invita a ofrecerse como víctimas de reparación, mostrándose dispuesta a guiarlos con seguridad hasta Dios. Entonces, de sus manos maternas salió una luz que los penetró íntimamente, y se sintieron sumergidos en Dios, como cuando una persona —explican ellos— se contempla en un espejo. »
Más tarde, Francisco, uno de los tres privilegiados, explicaba: “Estábamos ardiendo en esa luz que es Dios y no nos quemábamos. ¿Cómo es Dios? No se puede decir. Esto sí que la gente no puede decirlo”».
Estaban sumergidos en el fuego del Amor divino, no en un fuego que destruye, sino que ilumina, que calienta, un fuego lleno de ardor y de vida. El papa hace luego una comparación con la experiencia de Moisés en la zarza ardiente.
«Moisés tuvo esa misma sensación cuando vio a Dios en la zarza ardiente; allí oyó a Dios hablar, preocupado por la esclavitud de su pueblo y decidido a liberarlo por medio de él: “Yo estaré contigo” (cf. Ex 3, 2-12). Cuantos acogen esta presencia se convierten en morada y, por consiguiente, en “zarza ardiente” del Altísimo».
Es conmovedor ver cómo estos niños de Fátima han vivido, a fin de cuentas, algo análogo a este gran personaje de la Historia sagrada, mientras que ellos eran tan ignorantes de tantas cosas. Por María, entraron en una profunda experiencia del Dios vivo.
No debemos envidiarles. No viviremos sin duda las mismas cosas en el plano sensible, pero, en el dominio de la fe, podemos todos llegar a las mismas realidades y conocer a Dios, tanto los pequeños como los grandes, para convertirnos así en «zarzas ardientes del Altísimo» y compartir la compasión de Dios que quiere liberar a su pueblo.
12. TOCAR A DIOS EN LA ORACIÓN
Estoy cada vez más convencido del lugar esencial de la oración en la vida cristiana. Lo que más necesita el mundo hoy son personas que estén, por la oración, en verdadera y profunda comunión con Dios. Todas las verdaderas renovaciones vienen de la oración. San Pedro de Alcántara, un amigo de Teresa de Jesús, citando a san Lorenzo Justiniano, decía:
«En la oración, se limpia el alma de los pecados, apaciéntase la caridad, certifícase la fe, fortalécese la esperanza, alégrase el espíritu, derrítense las entrañas, purifícase el corazón, descúbrese la verdad, véncese la tentación, huye la tristeza, renuévanse los sentidos, repárase la virtud enflaquecida, despídese la tibieza, consúmese el orín de los vicios, y en ella no faltan centellas vivas de deseos del cielo, entre los cuales arde la llama del divino amor».
La Iglesia y el mundo viven tiempos difíciles, pero Dios es fiel, se revela y se comunica a quienes le buscan y le desean.
LA ORACIÓN ES FE, ESPERANZA Y AMOR
¿Qué hace falta para que nuestra vida de oración sea fecunda, para que permita un verdadero encuentro con Dios y transforme poco a poco toda nuestra vida? El mismo san Juan de la Cruz afirma que hay algunas personas que se imaginan que rezan bien y rezan mal, y otras personas que piensan orar mal y de hecho oran muy bien. ¿Dónde está la diferencia? ¿Qué nos pone verdaderamente en comunión con Dios en la oración?
Durante el tiempo que dedicamos a la oración, podemos hacer cosas muy distintas: recitar el rosario, meditar un pasaje de la Escritura, rumiar lentamente un salmo, dialogar libremente con el Señor o estar silenciosamente en su presencia...
Pero lo que en definitiva es decisivo no es tal o cual método, tal o cual actividad, son las disposiciones profundas de nuestro corazón mientras estamos en oración. Y estas disposiciones no son otras que la fe, la esperanza y el amor. Todo lo demás no sirve más que para entrar en esas actitudes, para expresarlas, para alimentarlas, para mantenernos en ellas...
Quisiera en este capítulo decir algo a propósito de la fe. La esperanza y el amor los tratamos en otro lugar.
BASTA CON LA FE
«Cuanto más fe el alma tiene, más unida está con Dios», dice san Juan de la Cruz. En el curso de la oración, sucede que experimentamos sentimientos agradables de paz, de felicidad, una sensación de la presencia de Dios. Puede suceder también que recibamos luces sobre tal o cual aspecto del misterio de Cristo, o intuiciones sobre lo que Dios espera de nosotros. Estas gracias que conmueven nuestra sensibilidad o ilustran nuestra inteligencia son muy valiosas; es necesario acogerlas con agradecimiento pues son un alimento y animan nuestra fe y nuestro amor.
Sin enbargo, no constituyen la esencia de lo que nos acerca a Dios y nos pone en comunión con él. En efecto, Dios está infinitamente más allá de todo lo que podemos gustar con nuestra sensibilidad o percibir con nuestra inteligencia. Aunque nuestra sensibilidad esté en total sequedad y nuestra inteligencia en la oscuridad, no debemos nunca desanimarnos, ni aceptar el sentimiento de estar por eso lejos de Dios. En efecto, lo que asegura, lo que realiza el contacto con Dios no es la sensibilidad ni el conocimiento racional, sino el acto de fe. «Te desposaré conmigo en fidelidad, y conocerás al Señor», dice el libro de Oseas.
Desde el momento en que hago un acto de fe sincero y verdadero (una fe amante, confiada, deseosa de darse a Dios...), puedo estar seguro de estar en contacto con Dios, cualesquiera sean las emociones positivas o negativas presentes en mi afectividad, o la luz u oscuridad de mis pensamientos. San Juan de la Cruz insiste mucho en sus obras para decir que basta la fe para estar unido a Dios y eso es un gran consuelo.
En efecto, nos sentimos a veces muy pobres, tenemos la impresión de estar lejos de Dios, mientras que basta un simple acto de fe para estar absolutamente ciertos de estar en comunión profunda con él, comunión que pronto o tarde dará sus frutos de transformación interior. Fe que es simultáneamente una total confianza en Dios y una plena adhesión a lo que él nos revela de sí mismo por la Escritura y la Iglesia.
Querría citar a este respecto las palabras de una religiosa dominica fallecida en 1980, sor María de la Trinidad. Es una mujer que vivió una experiencia de Dios muy profunda, en particular de su paternidad, al tiempo que atravesaba durante un largo periodo de su vida dolorosos sufrimientos psicológicos. Estos dos textos ponen en evidencia el papel fundamental de la fe para darnos acceso al misterio de Dios, a través de la persona de Cristo.
«Eso me da como las alas de la gran águila del Apocalipsis (12, 14) que me lleva como hasta el término de la Fe, hacia lo que el ojo no ha visto, ni el oído entendido, ni el corazón presentido —no veo, ni entiendo, ni experimento—, pero el don de la fe llega infinitamente más lejos, conduciendo a la realidad misma que supera al infinito toda realidad humanamente accesible. La fe conduce a Quien la da, mucho más allá de toda experiencia o convicción personal, más allá también de lo que se atrevería el amor, si Dios no la asistiese con el misterio mismo de su propio amor».
«Vi que la fe llena de amor nos hace alcanzar, pero solo a través de Cristo y en él, este otro aspecto [la profundidad de la vida de la Trinidad] y nos introduce allí donde él mismo habita. Y quedé yo misma, por su misericordia y en la fe, toda impregnada de amor —y vi lo cerca que está—».
LA FE Y EL TACTO
Se podría proponer una analogía interesante entre el papel de la fe en la vida espiritual y el del tacto en la vida sensible. De los cinco sentidos que tenemos, el tacto es el primero que se desarrolla, ya en el seno materno, y está en el origen de los demás. No tiene la riqueza de algunos de los otros sentidos, como la vista (con toda la diversidad de imágenes que se pueden contemplar), ni del oído (variedades de sonidos, melodías...). Es el sentido primordial, pero esencial también para la vida y la comunicación. Y tiene una ventaja que no presentan los demás: la reciprocidad. En efecto, no se puede tocar un objeto sin ser tocado al mismo tiempo por él. Mientras que se puede ver sin ser visto u oír sin ser oído. El contacto que crea el tacto es más íntimo e inmediato que el de los demás sentidos. Es el sentido por excelencia de la comunión, el «tocar a Dios».
De manera análoga, la fe se caracteriza por una cierta pobreza (creer no es forzosamente ver, ni comprender, ni sentir), pero es lo más importante en la vida espiritual. Por la fe, podemos, de modo misterioso, pero real, tocar a Dios y dejarnos tocar por él, establecernos en comunión íntima con él y dejarnos transformar poco a poco por su gracia.
13. TERESA DE JESÚS Y EL CASTILLO INTERIOR
En 2015, hemos celebrado el quinto centenario del nacimiento de Teresa de Jesús (nació el 28 de marzo de 1515). Su fiesta, el 15 de octubre, marcó el comienzo de un año durante el cual fuimos invitados a recibir de nuevo el mensaje de la santa reformadora del Carmelo, un mensaje que sigue siendo tan importante para nuestro mundo.
Personalmente, la primera vez que leí su autobiografía (Libro de la Vida), hace ya tantos años, fue para mí un verdadero electrochoque espiritual. El evangelio de la misa de su fiesta, según el ritual carmelitano, se toma del capítulo 4 de san Juan, el relato del encuentro de Jesús con la samaritana en el pozo de Jacob, en Siquén. Se comprende la elección de este evangelio que nos invita a abrirnos a la riqueza del amor de Dios —«¡Si conocieras del don de Dios!» (Jn 4, 10)— y a encontrar en Jesús esta agua viva, que brota pura, la única capaz de aplacar nuestra sed infinita de amor verdadero. En sus escritos, Teresa de Jesús utilizará con frecuencia esta imagen del agua para simbolizar la gracia divina que encuentra el alma principalmente en la vida de oración.
«Vino una mujer de Samaría a sacar agua. Jesús le dijo: “Dame de beber”. Sus discípulos se habían marchado a la ciudad a comprar alimentos. Entonces le dijo la mujer samaritana: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?”. Porque los judíos no se tratan con los samaritanos. Jesús le respondió: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: Dame de beber, tú le habrías pedido a él y él te habría dado agua viva”. La mujer le dijo: “Señor, no tienes nada con qué sacar agua, y el pozo es hondo, ¿de dónde vas a sacar el agua viva? ¿O es que eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados?”. “Todo el que bebe de esta agua tendrá ser de nuevo —respondió Jesús—, pero el que beba del agua que yo le daré no tendrá sed nunca más, sino que el agua que yo le daré se hará en él fuente de agua que salta hasta la vida eterna”135».
Este evangelio es magnífico; nos relata el diálogo entre Jesús, la verdadera fuente de agua viva, y esta mujer tan sedienta de amor, como lo estamos todos nosotros. En el diálogo de Jesús y la samaritana, se encuentran y se expresan dos modos de sed. La de Jesús: «¡Dame de beber!», la sed sorprendente que tiene Dios del amor de su criatura, una sed que se expresará de la manera más fuerte y angustiosa en la Cruz: «¡Tengo sed!» (Jn 19, 28). Jesús tiene sed de darnos el agua viva de su amor. Frente a él, está la sed inconfesada, pero bien real, de esta mujer que ha buscado el amor toda su vida, de manera al parecer algo caótica, con cinco mari- dos sucesivos y un sexto hombre con el que vive ahora.
Al meditar este texto, me ha chocado una frase de la samaritana: «El pozo es hondo». Esta profundidad del pozo de Jacob, es la del amor de Dios por nosotros, pero también la profundidad de nuestro deseo, de nuestra necesidad de amar. Teresa de Jesús se sabía tan penetrada por esta sed de amor que estaba persuadida de que, siguiendo en el mundo, iba ciertamente a perderse... Así que decidió hacerse religiosa, para protegerse de su necesidad de amar. Después de muchos años de búsquedas, de vacilaciones, de dolorosos combates, acabará por recibir un día, ante una pequeña imagen de Jesús flagelado, la revelación del amor infinito del Crucificado; encontrará en él la libertad de amar y de ser amada tanto como su corazón deseaba.
¡Qué profundo es el corazón de Dios, y cuán profundo es también el corazón del hombre! Profundo en su deseo, su sed que nada en este mundo puede satisfacer, pero también profundo en todo lo que descubre dentro de sí mismo cuando se deja abrazar por el amor de Dios. Una de las enseñanzas más valiosas de santa Teresa de Jesús es hacernos presentir, a través de la imagen del «Castillo interior», cuál es la profundidad del alma humana, cuántas moradas y cámaras secretas contiene, qué mundo infinito, de una variedad extraordinaria y de una gran riqueza, se encuentra en el alma, pues ella es creada a imagen de Dios y la Trinidad habita en ella. El centro del alma es Dios, dirá san Juan de la Cruz. El drama del hombre, como ya había experimentado san Agustín, es que, con mucha frecuencia, busca fuera lo que ya posee en sí mismo. Esta verdad de la presencia de Dios en el alma humana ha sido mucho tiempo oscura para Teresa, pero después de la gracia de su conversión, acabó por descubrir maravillada la presencia divina en su corazón y por llegar al recogimiento que tanto le había costado alcanzar.
Esta enseñanza es vital hoy. Morimos de sed al lado de una fuente y, a través de angustias, fatigas y decepciones, corremos tras mil cosas exteriores, siendo así que llevamos en nosotros riquezas inauditas que esperan ser descubiertas. Poseemos en nosotros mismos un reino mayor que el universo y todos los bienes que deseamos están ya presentes en lo profundo de nuestro corazón. Dios habita allí, presto a dársenos...
¿Qué es lo que nos da acceso a este reino presente dentro de nosotros? Teresa nos responde: la fidelidad a la oración. El camino no es siempre fácil. Nuestro corazón es semejante a un viejo pozo, lleno de toda clase de piedras, rastrojos, hojas muertas, incluso basuras... Bajar allí significa aceptar un reconocimiento a veces doloroso de lo que tenemos dentro, que está con frecuencia herido y manchado. Pero si no nos desanimamos, si somos fieles a la oración personal, a buscar en un acto de fe a Dios presente en nosotros, acabaremos por descubrir la fuente que nos habita en lo más profundo, pura, bienhechora, dulce, apacible y refrescante. En nuestro corazón, beberemos en las fuentes de agua viva del amor de Dios, quedaremos saciados y purificados, y seremos capaces de aplacar la sed de amor de quienes el Señor ponga en nuestro camino: «El agua que yo le daré se hará en él fuente de agua que salta hasta la vida eterna».
Que Teresa de Jesús nos dé determinación y ánimo en la fidelidad a la oración y nos conduzca a estas fuentes vivas que ella conoció por experiencia. «Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allá a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía».
Para quien desee meditar esta hermosa realidad de la presencia de Dios en nosotros, copio algunos textos de la tradición carmelitana sobre este asunto.
SANTA TERESA DE JESÚS
Textos seleccionados de Camino de Perfección, capítulo 28. Códice de Valladolid. Actualizamos levemente la ortografía de la santa, tratando de no perder el sabor de su prosa.
2. «Pues mirad que dice san Agustín, que le buscaba en muchas partes y que le vino a hallar dentro de sí mesmo. ¿Pensáis que importa poco para un alma derramada entender esta verdad y ver que no ha menester para hablar con su Padre Eterno ir al cielo ni para regalarse con Él, ni ha menester hablar a voces? Por paso que hable, está tan cerca que nos oirá; ni ha menester alas para ir a buscarle, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí y no extrañarse de tan buen huésped; sino con gran humildad hablarle como a padre, pedirle como a padre, contarle sus trabajos, pedirle remedio para ellos, entendiendo que no es digna de ser su hija».
5. «Las que de esta manera se pudieren encerrar en este cielo pequeño de nuestra alma
—adonde está el que le hizo, y la tierra— y acostumbrar a no mirar ni estar adonde se [distraigan] estos sentidos exteriores, crea que lleva excelente camino y que no dejará de llegar a beber el agua de la fuente, porque camina mucho en poco tiempo».
10. «Todo esto es menester para que entendamos con verdad que hay otra cosa más preciosa, sin ninguna comparación, dentro de nosotras que lo que vemos por de fuera. No nos imaginemos huecas en lo interior (y plega a Dios sean solas las mujeres las que andan con este descuido) que tengo por imposible, si trajésemos cuidado de acordarnos tenemos tal huésped dentro de nosotras, nos diésemos tanto a las cosas del mundo, porque veríamos cuán bajas son para las que dentro poseemos».
11. «Reiránse de mí, por ventura, y dirán que bien claro se está esto —y tendrán razón—, porque para mí fue oscuro algún tiempo. Bien entendía que tenía alma, mas lo que merecía esta alma y quién estaba dentro de ella (si yo no me tapara los ojos con las vanidades de la vida para verlo) no lo entendía.
Que, a mi parecer, si como ahora entiendo que en este palacio pequeñito de mi alma cabe tan gran Rey, que no le dejara tantas veces solo, alguna me estuviera con Él, y más procurara que no estuviera tan sucia. Mas ¡qué cosa de tanta admiración, quien hinchiera mil mundos y tantos más con su grandeza, encerrarse en una cosa tan pequeña! Ansí quiso caber en el vientre de su sacratísima Madre.
A la verdad, como es Señor, consigo trai la libertad, y como nos ama, hácese a nuestra medida. Cuando un alma comienza, por no alborotar de verse tan pe queña para tener en sí cosa tan grande, no se da a conocer hasta que va ensanchando esta alma poco a poco, conforme a lo que entiende es menester para lo que pone en ella. Por eso digo que trai consigo la libertad, pues tiene el poder de hacer grande este palacio».
12. «Todo el punto está en que se le demos por suyo con toda determinación y le desembaracemos para que pueda poner y quitar como en cosa propia. Y tiene razón Su Majestad; no se lo neguemos».
SAN JUAN DE LA CRUZ (CÁNTICO ESPIRITUAL B 1, 6-8)
6. «Es de notar que el Verbo Hijo de Dios, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, esencial y presencialmente está escondido en el íntimo ser del alma; por tanto al alma que le ha de hallar conviene salir de todas las cosas según la afección y voluntad, y entrarse en sumo recogimiento dentro de sí misma, siéndole todas las cosas como si no fuesen. »[...] Está, pues, Dios en el alma escondido, y ahí le ha de buscar con amor el buen contemplativo, diciendo: ¿Adónde te escondiste?».
7. «¡Oh, pues, alma, hermosísima entre todas las criaturas, que tanto deseas saber el lugar donde está tu Amado para buscarle y unirte con él!, ya se te dice que tú misma eres el aposento donde él mora y el retrete y escondrijo donde está escondido; que es cosa de grande contentamiento y alegría para ti ver que todo tu bien y esperanza está tan cerca de ti, que esté en ti, o por mejor decir, tú no puedas estar sin él. Catá, dice el Esposo, que el reino de Dios está dentro de vosotros (Lc 17, 21). Y su siervo el apóstol san Pablo: vosotros, dice, sois templo de Dios (2 Cor 6, 16)».
8. «Grande contento es para el alma entender que nunca Dios falta del alma, aunque esté en pecado mortal ¡cuánto menos de la que está en gracia! ¿Qué más quieres, ¡oh alma!, y qué más buscas fuera de ti, pues dentro de ti tienes tus riquezas, tus deleites, tu satisfacción, tu hartura y tu reino, que es tu Amado, a quien desea y busca tu alma? ¡Gózate y alégrate en tu interior recogimiento con él, pues le tienes tan cerca; ahí le desea, ahí le adora y no le vayas a buscar fuera de ti...»