A estos doce los envió Jesús en misión
- 08 Julio 2020
- 08 Julio 2020
- 08 Julio 2020
Quiliano, Santo
Obispo y Mártir, 8 de julio
Martirologio Romano: En Herbipoli (hoy Würzburg), ciudad de Austrasia, san Quiliano, obispo y mártir, natural de Irlanda, desde donde viajó a esta región para predicar el Evangelio, y en la que, por velar diligentemente para que se observase en ella la vida cristiana, fue martirizado († c. 689).
Breve Biografía
Quiliano era un monje irlandés. En el año 686, antes o después de recibir la consagración episcopal, partió a Roma con once compañeros, y el Papa Conon le encargó predicar el Evangelio en Franconia (Badén y Baviera).
El santo, asistido por el sacerdote Colmano y el diácono Totnano, convirtió y bautizó a numerosos paganos en Würzburg. Entre dichos convertidos figuraba el duque de la ciudad, Gosberto.
Una biografía medieval narra en la forma siguiente el martirio de San Quiliano: El duque había contraído matrimonio con Geilana, la viuda de su hermano. San Quiliano le indicó que tal matrimonio era inválido, y el duque prometió separarse de Geilana; pero ésta, enfurecida, aprovechó la ausencia de su esposo, quien había partido a una campaña militar, para que sus esbirros decapitaran a los tres prisioneros.
Consta con certeza que Quiliano, Coimano y Totnano evangelizaron realmente la Franconia y la Turingia oriental y que fueron mártires.
El culto de San Quiliano existió en Irlanda, así como en las diócesis de Würzburg, Viena y algunas otras.
Santo Evangelio según san Mateo 10, 1-7. Miércoles XIV del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Dios mío, ayúdame a poder escucharte, ayúdame a poder responderte.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 10, 1-7
En aquel tiempo, llamando Jesús a sus doce discípulos, les dio poder para expulsar a los espíritus impuros y curar toda clase de enfermedades y dolencias.
Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero de todos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago y su hermano Juan, hijos del Zebedeo; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el cananeo, y Judas Iscariote, que fue el traidor.
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: “No vayan a tierra de paganos, ni entren en ciudades de samaritanos. Vayan más bien en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel. Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Muchos de nosotros hemos escuchado lo qué es el amor a primera vista; ese momento en que se ve a una persona por primera vez y uno queda enamorado. Digo esto porque recientemente una amiga me contó que su historia de amor con su esposo se puede resumir en un amor por la vista. Ella, desde que vio al que sería más adelante su esposo, pensó que con él se iba a casar. Lo peculiar es que no llegaron a hablar hasta que él la invitó a una cita. Lo que sucedió es que ella siempre se dejaba ver, y él siempre la veía. Hoy en día están casados y tienen dos hijos.
¿Ahora por qué digo esto? Es simple. A la luz del Evangelio propongo que vivamos un amor como el de mis amigos, pero con Dios, y cambiando la palabra «vista» por «escucha». Propongo tener un amor que surja por la escucha de lo que Dios nos dice. En el Evangelio vemos que los apóstoles tienen algunos poderes que fueron dados por Cristo. Pero todo esto es un fruto de un primer momento: el llamado. Cristo llama a cada uno de sus apóstoles y les da los poderes para que curen y expulsen demonios, Cristo nos llama a cada uno y nosotros somos los que escuchamos; así como mi amiga se dejaba ver con frecuencia, Cristo nos está llamando; pero depende de nosotros el escucharlo. Es un llamado que busca que le amemos; así como el esposo de mi amiga se enamoró viéndola, así nosotros nos enamoraremos de Dios escuchándolo.
Dios no nos llama a sacar demonios o curar personas, nos llama a amarle siendo un médico, un estudiante, un consagrado. Dios, que es amor, nos habla a nuestro corazón; escuchándolo podemos amarle como Él quiere que le amemos. No tengamos miedo a amarle según su corazón.
¡Escuchemos a nuestro Señor! ¡Respondamos con una escucha de amor! Y tengamos los poderes para amar como Dios nos está llamando a amarle; vivamos nuestra vocación escuchando su corazón, sin miedo.
«Los apóstoles no tienen nada propio que anunciar, ni propias capacidades que demostrar, sino que hablan y actúan como «enviados», como mensajeros de Jesús. Este episodio evangélico se refiere también a nosotros, y no solo a los sacerdotes, sino a todos los bautizados, llamados a testimoniar, en los distintos ambientes de vida, el Evangelio de Cristo. Y también para nosotros esta misión es auténtica solo a partir de su centro inmutable que es Jesús. No es una iniciativa de los fieles ni de los grupos y tampoco de las grades asociaciones, sino que es la misión de la Iglesia inseparablemente unida a su Señor».
(Ángelus de S.S. Francisco, 15 de julio de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
En un rato de oración analizaré cómo Dios me está pidiendo amarle y si escucho lo que me dice o solamente soy yo quien habla.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
La oveja perdida y el buen pastor
Que aquel que ya no reza, un día abra sus labios y desde su corazón te diga que lo perdones, que quiere volver a ti, a formar parte de tu rebaño
Una vez más, Señor, ante ti.
y Tu siempre ahí esperando....
Estás en todos los Sagrarios de la Tierra desde hace más de dos mil años. Estás desde aquella "noche" en que te quisiste quedar para no dejarnos solos, para acompañarnos como se acompaña al amigo en sus momentos felices, en sus horas tristes y amargas, también en el lecho de la enfermedad, en la soledad de los años viejos....
Estuviste, estás y estarás. La generaciones pasan, el tiempo no se detiene y Tu quisiste quedarte porque sabías que te íbamos a necesitar.
Y vamos recordando como te afanabas por enseñarnos cuánto es tu amor por los que te olvidan, por lo que dicen que no creen en ti... por los que un día, quizá sin saber por qué, se fueron de tu redil.. del que recuerda como una cosa lejana y bella el día en que te recibió por primera vez y después...nada, del que te empezó a negar porque se rieron de él el grupo de aquellos nuevos amigos... del que por una pasión, donde hubo lagrimas en otro hogar, comenzó una vida encadenado o encadenada a un delirio donde tu ya no cabías, Jesús.... y nos hablas del pastor que echa en falta a una de sus ovejas, y sale a buscarla hasta que la encuentra..... y tus palabras tienen el mensaje de tu gran amor .
" Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros, y llegando a su casa convoca a los amigos y vecinos y les dice : " ALEGRAOS COMIGO PORQUE HE HALLADO LA OVEJA QUE SE ME HABÍA PERDIDO" Lucas 15 4-7.
¡Qué profunda ternura, que gran alegría encierran estas palabras, Jesús mío!.
Y Tú estás ahí, Jesús, por la única razón, por el único deseo que llena tu corazón que es, que alguien que te abandonó.... que alguien que se olvidó de ti un día volverá. Que aquel que ya no reza, un día abra sus labios y desde su corazón te diga que lo perdones, que quiere volver a ti, a formar parte de tu rebaño, que quiere, como el hijo pródigo volver al Padre, y que aquel que te dijo : no creo.... te diga : NO SOLO CREO.... TAMBIÉN TE AMO.
"OS DIGO QUE, DE IGUAL MODO, HABRA MAS ALEGRIA EN EL CIELO POR UN SOLO PECADOR QUE SE CONVIERTA QUE POR NOVENTA Y NUEVE JUSTOS QUE NO TENGAN NECESIDAD DE CONVERSIÓN" Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.
Del Evangelio de Lc. 15, 4-7
De Lampedusa al Covid, el Papa y el desafío de la fraternidad
En la era de la postpandemia, no hay posibilidad de salvarse solos.
“¿Dónde está tu hermano?, la voz de su sangre grita hasta mí, dice Dios. Esta no es una pregunta dirigida a los otros, es una pregunta dirigida a mí, a ti, a cada uno de nosotros”. Han pasado siete años desde la visita del Papa Francisco a Lampedusa y de aquella pregunta dirigida a la humanidad en la Misa celebrada en el campo deportivo de la isla en el corazón del Mediterráneo. Un viaje de unas pocas horas pero que ha sido de algún modo “programático” para el Pontificado. Allí, en el extremo Sud de Europa, Francisco ha mostrado que quiere decir cuando habla de “Iglesia en salida”. Ha hecho visible la afirmación que la realidad se ve mejor desde las periferias que desde el centro. En medio a los migrantes fugitivos de la guerra y la miseria, nos ha hecho experimentar su sueño de una “Iglesia pobre y para los pobres”. En Lampedusa, por otro lado, hablando de Caín y Abel, ha puesto también en primer plano la cuestión de la fraternidad. Pregunta fundamental para nuestro tiempo. O quizás, de todos los tiempos.
Entorno al eje de la fraternidad gira todo el Pontificado de Francisco. “Hermanos” es precisamente la primera palabra que ha dirigido al mundo como Papa, la noche del 13 de marzo del 2013. La dimensión de la fraternidad está, si se puede decir, en el ADN de este Pontífice que ha elegido el nombre del Pobre de Asís, un hombre que para sí ha querido el único título de “fraile”, frater, justamente hermano. Fraterno es también el modo en el cual define su relación con el Papa emérito Benedicto XVI. Después de la firma de la Declaración sobre la Fraternidad Humana, esta figura del Pontificado aparece ciertamente más marcada y evidente a todos. Pero, sin embargo, recorriendo los primeros siete años del Pontificado de Francisco, se pueden encontrar varios hitos en el camino que ha conducido a la firma, junto con el Gran Imán de Al Azhar, del documento histórico en Abu Dhabi el 4 de febrero de 2019. Un camino que ahora continúa, porque ese acontecimiento en tierra árabe ha sido ciertamente un punto de llegada, pero también de un nuevo comienzo.
Volviendo a la “pregunta de Lampedusa”, es particularmente significativo que el Papa retoma las mismas palabras en otra visita fuertemente simbólica, aquella que realizó al Santuario militar de Redipuglia en el centenario del inicio de la Primera Guerra Mundial.
También allí, en septiembre del 2014, vuelve a resonar con todo su dramatismo el diálogo entre Dios y Caín, después del asesinato de su hermano Abel. “¿A mí qué me importa? ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?” (Gen 4,9). Para Francisco, en aquel rechazo de sentirse custodio de su hermano, de cada hermano, está la raíz de todos los males que sacuden a la humanidad. Esta actitud, subraya el Papa, “es exactamente la contraria a lo que nos pide Jesús en el Evangelio”, “quien cuida del hermano, entra en el gozo del Señor; quien en cambio no lo hace, quien con sus omisiones dice: ‘A mí que me importa?’, permanece afuera”. Con el correr del Pontificado, vemos que la común pertenencia a la fraternidad humana viene declinada en todo su multiforme dinamismo, pasando del terreno ecuménico al interreligioso, de la dimensión social a la política. Es el poliedro la figura que mejor representa el pensamiento y la acción de Francisco. De hecho, la fraternidad tiene muchas facetas. Tantas como cuantos son los hombres y las relaciones entre ellos.
Francisco habla de hermanos en el encuentro de oración y de paz en los Jardines Vaticanos con Shimon Peres e Abu Mazen. “La presencia de ustedes”, subraya dirigiéndose al líder israelí y al palestino, “es un gran signo de fraternidad, que realizan como hijos de Abram, y expresión concreta de confianza en Dios, Señor de la historia, que hoy nos mira como hermanos el uno del otro y desea conducirnos por sus caminos”. En el nombre de la fraternidad, vivificada por la fe común en Cristo, se realiza también el encuentro, impensable hasta hace unos años, del Obispo de Roma con el Patriarca de Moscú, evento bendecido por el Patriarca de Constantinopla, el hermano Bartolomé I. En Cuba, Francisco y Kirill firman un documento común que, en su íncipit, subraya: “Con alegría nos hemos encontrado como hermanos en la fe cristiana que se encuentran para ‘hablar a viva voz’”. Fraternidad es también la palabra clave que nos permite decodificar uno de los actos más fuertes y sorprendentes del Pontificado: el gesto de ponerse de rodillas para besar los pies de los líderes de Sudan del Sur convocados en el Vaticano para un retiro espiritual y de paz. “A ustedes tres, que han firmado el Acuerdo de paz –dice el Papa con palabras sinceras- les pido como hermano, permanezcan en la paz. Se los pido con el corazón. Sigamos adelante”.
Si la Declaración de Abu Dhabi fue como el florecimiento de semillas plantadas al inicio y a lo largo del Pontificado, ciertamente “el cambio de época” que estamos viviendo, acelerado por la pandemia, hace imprescindible asumir la responsabilidad respecto a la cuestión de la fraternidad humana. “¿Dónde está tu hermano?” Esta pregunta-llamamiento, planteada en la soleada mañana del 8 de julio del 2013, es hoy “la” pregunta.
El mundo, convencido de poder hacerse por sí mismo, de poder seguir adelante en la lógica egoísta del “siempre se ha hecho así”, en cambio se ha encontrado caído en tierra, incrédulo e impotente delante a un enemigo invisible e evasivo. Y ahora tiene dificultad para ponerse de nuevo en pie, porque no encuentra una base para sostenerse. Esta base, nos repite Francisco, es la fraternidad. Allí están los únicos fundamentos sobre los cuales construir una casa sólida para la humanidad.
El coronavirus ha mostrado dramáticamente que, por diferentes que sean los niveles de desarrollo entre las naciones y los ingresos dentro de las naciones, somos todos vulnerables. Somos hermanos en la misma barca, agitada por las olas de una tempestad que golpea a todos indiscriminadamente. “Con la tempestad, –afirma el Papa bajo la lluvia el 27 de marzo en la Plaza San Pedro vacía- se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos”. Esto es lo que puede despertar nuestra conciencia un poco anestesiada frente a las muchas “pandemias”, como la guerra y el hambre, que han golpeado a nuestras puertas, pero no nos han importado porque no han podido entrar en nuestra casa. “Hay otras tantas pandemias que hacen morir a la gente –ha recordado Francisco en la Misa de Santa Marta del 14 de mayo- y nosotros no nos hemos dado cuenta, miramos hacia otra parte”. Hoy como hace siete años en Lampedusa, el Papa nos dice que no debemos mirar hacia otra parte, porque si verdaderamente nos sentimos hermanos, miembros unos de los otros, la otra parte no existe. La otra parte somos nosotros.
Oración de ofrecimiento
Te entrego mis manos para hacer tu trabajo...
Señor Jesús:
Te entrego mis manos para hacer tu trabajo.
Te entrego mis pies para seguir tu camino.
Te entrego mis ojos para ver como tú ves.
Te entrego mi lengua para hablar tus palabras.
Te entrego mi mente para que tú pienses en mí.
Te entrego mi espíritu para que tú ores en mí.
Sobre todo te entrego mi corazón para que en mí ames a tu Padre y a todos los hombres. Te entrego todo mi ser para que crezcas tú en mí, para que seas tú, Cristo, quien viva, trabaje y ore en mí. Amén.
Santa María Goretti “conquista” al papa Francisco: Su recuerdo me hace mucho bien
© DR
“Recuerdo a menudo las últimas palabras de Marietta: “lo perdono y lo quiero conmigo en el paraíso” y la invoco para que siga otorgando este don a todos nosotros que somos pecadores. Su existencia sencilla y pobre cargó con las debilidades y las dificultades de cada hermano ganándose así la redención. Y esto la hizo santa y una gran santa”.
El recuerdo de la santa. El pontífice es entusiasta de la reliquia y dice: “Le agradezco, pues, la carta y las bellas publicaciones que me entregó junto a la valiosa reliquia. Tener cerca el constante recuerdo de santa María Goretti me hace mucho bien”.
¿Qué diferencia hay entre un sacerdote diocesano y un religioso?
Son un modo de vivir diverso del único sacerdocio confiado por el Señor Jesús a su Iglesia
En la última cena (Mt 26; Mc 14; Lc 22), el Señor Jesús instituyó el Sacramento de la Eucaristía y el Sacramento del Orden, este último con el objetivo de seguir celebrando el primero y así, perpetuar la presencia del mismo Señor en las especies eucarísticas. Sin embargo, hay sacerdotes “diocesanos” y sacerdotes “religiosos”. ¿Cuál es la diferencia?
El ministerio sacerdotal confiado a los apóstoles fue, posteriormente, comunicado por ellos a otros que los sucederían en la misión, a los cuales llamaron Epíscopos (obispos) (1 Tim 3,1ss; 2 Tim 1,6). Este ministerio, además de la potestad de celebrar los sacramentos, conlleva el oficio pastoral. Con el tiempo, los mismos apóstoles van asociando a su ministerio a otros a los que llaman presbíteros (Hch 14,23), sin olvidar la presencia casi inmediata de los diáconos (Hch 6,1-7). Así, cada comunidad cristiana, situada en un territorio determinado, estaba pastoreada por un obispo con un grupo de presbíteros y diáconos, situación que continúa hasta hoy. El oficio del presbítero (sacerdote) ha sido siempre el de colaborar con su obispo en el ministerio pastoral de la Iglesia.
Por otra parte, desde los primeros siglos de la Iglesia, se empezó a gestar un movimiento de personas que de manera individual se alejaban de la vida común para dedicarse únicamente al Señor, especialmente yéndose al desierto, conocidos como eremitas y anacoretas. Con el tiempo, se empiezan a reunir en grupos para compartir este estilo de vida. Esto es el germen de los que más a delante se llamará vida religiosa. Esta consiste en vivir la consagración al Señor, como sacerdote o como hermano, en una comunidad con un carisma específico, esto es, la intención con la cual fue fundada: atender a los jóvenes, a los niños sin hogar, a las prostitutas, a los enfermos, a los privados de libertad, a los inmigrantes, entre otros.
Esto nos lleva, entonces, a hablar del modo de vivir diverso del único sacerdocio confiado por el Señor Jesús a su Iglesia, esto es, sacerdote diocesano y sacerdote religioso. Es el mismo sacerdocio vivido de modo diverso, en cuanto a su comunidad específica.
El sacerdote diocesano tiene un modo de vida que brota de lo que los apóstoles fundaron en las primeras comunidades: un obispo y un grupo de sacerdotes con él pastoreando un territorio determinado llamado Diócesis (de ahí su nombre, diocesanos). El carisma particular está inspirado en Cristo Buen Pastor, que da la vida por sus ovejas (Jn 10). Propiamente, atienden las parroquias y otras dependencias de la diócesis. Están bajo la autoridad exclusiva de su obispo, por medio de las promesas hechas el día de su ordenación: castidad, pobreza y obediencia.
El sacerdote religioso tiene las mismas facultades de un sacerdote diocesano, es decir, la capacidad de celebrar los sacramentos, pero lo que lo distingue es su modo de vivir. Ya no es entorno a un obispo en una diócesis determinada, sino en una comunidad especifica de religiosos, con un carisma propio, inspirado por el fundador de tal comunidad, bajo la autoridad de un hermano superior de la misma comunidad. Toda la comunidad bajo la autoridad y cuidado del obispo de la diócesis en la que reside. Cada uno profesa, antes de su ordenación sacerdotal, los votos de pobreza, castidad y obediencia. Así tenemos a los Redentoristas, Vicentinos, Carmelitas, Siervos de Jesús, Salesianos, Somascos, Jesuitas y muchos más.
En síntesis, es el mismo sacerdocio, sólo que el diocesano lo ejerce bajo la autoridad de un Obispo en un territorio específico llamado Diócesis, mientras que el religioso lo ejercer bajo la autoridad de un Superior, siguiendo el carisma de su fundador y viviendo en una comunidad.
¿Es lícito practicar deportes de alto riesgo?
Hace falta un motivo justificado para desarrollar una actividad que, aunque sea incidentalmente, comporta un mínimo de riesgo
¿Cuál es la valoración moral de los deportes extremos o de quienes practican deportes peligrosos como el salto en bongee, paracaidismo, buceo entre tiburones, vuelo en ala delta, navegar entre rápidos, escalada libre, corridas de toros... entre otros?
“La norma que preside todas las manifestaciones deportivas en orden a los eventuales peligros a que puede exponerse el hombre se remonta al quinto mandamiento: no matar, no abreviar tu vida, no insidiarla, no perjudicar tu propio organismo. Nuestra vida es un capital que es preciso cuidar de los modos y maneras más parecidos a una sabia administración. Si el cuerpo y el espíritu lo exigen para reforzar las estructuras originales y el desarrollo de las capacidades superiores, el organismo puede ser sometido a deportes que incluso comportan cierto riesgo de lesiones”. (G. Perico, voz “Deporte”, Diccionario Enciclopédico de Teología Moral, Paulinas 1980, p. 200).
La clave para acertar en un juicio moral depende del factor “riesgo”. Los riesgos de una actividad pueden surgir de dos fuentes diversas:
a) Los riesgos se consideran debidos a factores extrínsecos, cuando no están en la intención misma de tal o cual deporte ni se siguen necesariamente del ejercicio de ese deporte. Así por ejemplo, en el automovilismo el riesgo que depende de las situaciones climáticas adversas, o desperfectos en las máquinas de carrera, o del ejercicio de ese deporte más allá de ciertos límites de velocidad o en determinados circuitos poco seguros.
Este tipo de riesgos extrínsecos, a su vez, habrá que ver si son previsibles o no, y si son graves o leves.
Juicio moral: cuando el riesgo es debido sólo a factores extrínsecos, es lícita toda actividad deportiva mientras se ponga en acto, antes y durante el desarrollo de tal actividad, todas las medidas capaces de reducir el grado de riesgo al mínimo posible, hasta el punto de dejar subsistir sólo un cierto riesgo dependiente de factores incidentales imprevisibles. Dicho de otra manera: mientras subsisten peligros que pueden ser eliminados, no es moralmente lícito exponer la vida o la salud, porque esto equivaldría a posponer la vida a otros valores inferiores a ella.
Además hace falta un motivo justificado para desarrollar una actividad que, aunque sea incidentalmente, comporta un mínimo de riesgo. Son motivos suficientes la educación del carácter o de la voluntad, la sana diversión, la utilidad para la vida física individual o social, etc.
En esta categoría pueden colocarse el montañismo, el motociclismo, el automovilismo, etc., cuando las medidas de seguridad optimizan las condiciones del ejercicio de estos deportes (poniendo límites a la velocidad, equipamiento obligatorio, preparación física suficiente, etc.).
Evidentemente, también hay que tener en cuenta que aquello que no representa un riesgo próximo para una persona suficientemente entrenada, sí puede representar un riesgo grave para otra no suficientemente preparada. Así mientras para algunos es lícito, no lo es para otros.
b) Los riesgos se consideran debidos a factores intrínsecos cuando el peligro es intrínseco a la naturaleza de la actividad o del deporte en cuestión. Por ejemplo, en el boxeo, el riesgo de golpear la cabeza del púgil es intrínseco, pues tales golpes están en la intención y en la técnica del mismo deporte: se intenta dejar al adversario en condiciones de no poder continuar combatiendo.
Este tipo de riesgos son siempre previsibles. Habrá que ver si son graves (o sea, que implican peligro para la vida, o daño notable para la salud) o leves.
Juicio moral: los riesgos intrínsecos graves que tienen una relación de causa-efecto con el deporte que los causa son ilícitos e inmorales. El deber que se impone es quitar la causa, es decir, eliminar la actividad. El motivo es que no es lícito exponerse a actividades innecesarias que comportan peligros graves ineliminables.
La mayoría de los moralistas considera como el ejemplo más notorio de este tipo de actividades ilícitas el boxeo, al menos el boxeo profesional. En la segunda mitad del siglo XX se conocen aproximadamente unas 400 muertes producidas sobre el ring. Sin llegar a tanto, es evidente que entre las consecuencias de este deporte se han de enumerar las lesiones cerebrales que implican un acortamiento de la vida y pérdida de lucidez en las facultades mentales (al punto que se habla de la encefalopatía crónica progresiva como la enfermedad de los boxeadores profesionales).
A esto hay que añadir que esta actividad (que no puede ser encuadrada propiamente bajo el concepto de deporte) despierta en quien la practica y en los espectadores la “saevitia” (violencia en el sentido de crueldad), es decir, el complacerse en el sufrimiento físico del prójimo, lo cual “es una especie de bestialidad, pues tal delectación no es humana sino bestial, proveniente o de la mala costumbre, o de la corrupción de la naturaleza como las demás afecciones bestiales” (Santo Tomás, II-II,159). El mismo vicio se extiende frecuentemente a los espectadores y hay que tener en cuenta que es reprobable todo cuanto fomenta el interés complacido y la fruición por los gestos de violencia.
A este tipo de actividad pueden equipararse otros “deportes” que implican lucha con violencia y daño propio y del adversario. No entra, en cambio, en esta categoría (sino en la anterior) el llamado “boxeo de palestra” (y todos aquellos modos de lucha se equiparan a él) que sólo es un ejercicio de músculos con tales garantías de seguridad que casi eliminan todo tipo de riesgos.
En vuestro camino, proclamad que el reino de Dios está cerca
A vosotros, los depositarios del poder temporal, ¿qué os pide la Iglesia hoy?… No os pide más que la libertad. La libertad de creer y de predicar su fe. La libertad de amar a su Dios y servirlo. La libertad de vivir y de llevar a los hombres su mensaje de vida. No le temáis: es la imagen de su Maestro, cuya acción misteriosa no usurpa vuestras prerrogativas, sino que salva todo lo humano de su fatal caducidad, lo transfigura, lo llena de esperanza, de verdad, de belleza. Dejad que Cristo ejerza esa acción purificante sobre la sociedad. No lo crucifiquéis de nuevo; esto sería sacrilegio, porque es Hijo de Dios; sería un suicidio, porque es Hijo del hombre. Y a nosotros, sus humildes ministros, dejadnos extender por todas partes sin trabas la buena nueva del evangelio de la paz, que hemos editado en este Concilio. Vuestros pueblos serán los primeros beneficiados, porque la Iglesia forma para vosotros ciudadanos leales, amigos de la paz social y del progreso.
En este día solemne en que clausura su XXI Concilio ecuménico, la Iglesia os ofrece por nuestra voz su amistad, sus servicios, sus energías espirituales y morales. Os dirige un mensaje de saludo y de bendición. Acogedlo como ella os lo ofrece, con un corazón alegre y sincero, y transmitidlo a todos vuestros pueblos.
Concilio Vaticano II
Mensaje a los gobernantes, Pablo VI, 8 de diciembre de 1965.
Concilio ecuménico XXI de la Iglesia católica (1962-1965).
Vayan en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel
Meditación al Evangelio 8 de julio de 2020
Oseas, el profeta que en estos días estamos leyendo como primera lectura, nos sorprende con sus imágenes tan vivas para hablar del amor de Dios por su pueblo. En capítulos anteriores lo había comparado al fiel amor de un enamorado que va en busca de la esposa que se ha prostituido. Hoy encontramos la imagen de la vid frondosa que navega entre dos amores: su amor al dinero y su adoración a los ídolos paganos.
La insistencia de Oseas se manifiesta en las urgentes llamadas a la conversión y al cambio. “Siembren justicia y cosecharán misericordia”. Este mismo amor y predilección por el pueblo de Israel se manifiestan también en las primeras recomendaciones a los discípulos que son enviados: “Vayan primero a las ovejas perdidas de la casa de Israel”.
Y no es que Jesús no quiera que su mensaje se abra a los horizontes universales de toda la humanidad. Al contrario, eso espera y desea. Pero siempre habrá esas ovejas que el Señor ama y a las que es fiel. Al escuchar hoy los nombres de los discípulos y contemplarlos recibiendo su misión, me quedaba pensando si también ahora no nos hace falta ir primero a los de casa. Sí a esos que han sido bautizados pero que se han quedado atorados entre el dinero y la superstición; esos que fácilmente pueden vivir entre la injusticia y el rosario; esos que con un ritual reciben el sacramento solamente para desacreditarlo después con sus acciones.
Se necesita evangelizar a los de casa. Cada uno de nosotros tendremos que ponernos en estado de alerta y mirar si en nuestro corazón no se han instalado esos demonios a los que Jesús pide expulsar; tendremos que reconsiderar si nuestro amor a Dios es fiel, o se ha mezclado con tintes idólatras y convenencieros. Tendremos que revisar si para nosotros tienen significado las palabras de Jesús que urgen a publicar que el Reino de los cielos está cerca. Sí, somos cristianos, pero no damos los verdaderos frutos que se esperarían de un discípulo.
Revisemos y corrijamos nuestras conductas. Que la expulsión de demonios impuros, la curación de enfermos y la sanación del corazón, junto con el mensaje evangélico, sea tarea para cada uno de nosotros.