Él habita en los que viven la infancia espiritual

Clara de Asís, Santa

Memoria Litúrgica, 11 de agosto

Virgen y Fundadora

Martirologio Romano: Memoria de santa Clara, virgen, que, como primer ejemplo de las Damas Pobres de la Orden de los Hermanos Menores, siguió a san Francisco, llevando una áspera vida en Asís, en la Umbría, pero, en cambio, rica en obras de caridad y de piedad. Enamorada de verdad por la pobreza, no consintió ser apartada de la misma ni siquiera en la extrema indigencia y enfermedad († 1253).

Breve Biografía

Nació en Asís el año 1193.  Fue conciudadana, contemporánea y discípula de San Francisco y quiso seguir el camino de austeridad señalado por él a pesar de la durísima oposición familiar.

Si retrocedemos en la historia, vemos a la puerta de la iglesia de Santa María de los Ángeles (llamada también de la Porciúncula), distante un kilómetro y medio de la ciudad de Asís, a Clara Favarone, joven de dieciocho años, perteneciente a la familia del opulento conde de Sasso Rosso.

En la noche del domingo de ramos, Clara había abandonado su casa, el palacio de sus padres, y estaba allí, en la iglesia de Santa María de los Ángeles. La aguardaban san Francisco y varios sacerdotes, con cirios encendidos, entonando el Veni Creátor Spíritus.

Dentro del templo, Clara cambia su ropa de terciopelo y brocado por el hábito que recibe de las manos de Francisco, que corta sus hermosas trenzas rubias y cubre la cabeza de la joven con un velo negro. A la mañana siguiente, familiares y amigos invaden el templo. Ruegan y amenazan. Piensan que la joven debería regresar a la casa paterna. Grita y se lamenta el padre. La madre llora y exclama: "Está embrujada". Era el 18 de marzo de 1212.

Cuando Francisco de Asís abandonó la casa de su padre, el rico comerciante Bernardone, Clara era una niña de once años. Siguió paso a paso esa vida de renunciamiento y amor al prójimo. Y con esa admiración fue creciendo el deseo de imitarlo.

Clara despertó la vocación de su hermana Inés y, con otras dieciséis jóvenes parientas, se dispuso a fundar una comunidad. La hija de Favarone, caballero feudal de Asís, daba el ejemplo en todo. Cuidaba a los enfermos en los hospitales; dentro del convento realizaba los más humildes quehaceres. Pedía limosnas, pues esa era una de las normas de la institución. Las monjas debían vivir dependientes de la providencia divina: la limosna y el trabajo.

Corrieron los años. En el estío de 1253, en la iglesia de San Damián de Asís, el papa Inocencio IV la visitó en su lecho de muerte.

Unidas las manos, tuvo fuerzas para pedirle su bendición, con la indulgencia plenaria. El Papa contestó, sollozando: "Quiera Dios, hija mía, que no necesite yo más que tú de la misericordia divina".

Lloran las monjas la agonía de Clara. Todo es silencio. Sólo un murmullo brota de los labios de la santa.

- Oh Señor, te alabo, te glorifico, por haberme creado.
Una de las monjas le preguntó:
- ¿Con quién hablas?
Ella contestó recitando el salmo.
- Preciosa es en presencia del Señor la muerte de sus santos.

Y expiró. Era el 11 de agosto de 1253. Fue canonizada dos años más tarde, el 15 de agosto de 1255, por el papa Alejandro IV, quien en la bula correspondiente declaró que ella "fue alto candelabro de santidad", a cuya luz "acudieron y acuden muchas vírgenes para encender sus lámparas".

Santa Clara fundó la Orden de Damas Pobres de San Damián (hoy llamada Orden de las hermanas pobres de Santa Clara), llamadas normalmente Clarisas, rama femenina de los franciscanos, a la que gobernó con fidelidad exquisita al espíritu franciscano hasta su muerte y desde hace siete siglos reposa en la iglesia de las clarisas de Asís.

De ella dijo su biógrafo Tomás Celano: "Clara por su nombre; más clara por su vida; clarísima por su muerte".

¿Qué tanto me siento hijo?

Santo Evangelio según san Mateo 18, 1-5. 10. 12-14. Martes XIX del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

María enséñame a ser hijo de Dios, como tú lo fuiste.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Mateo 18, 1-5. 10. 12-14

En cierta ocasión, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: "¿Quién es el más grande en el Reino de los cielos?".

Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo: "Yo les aseguro a ustedes que si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los cielos. Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, me recibe a mí.

Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, pues yo les digo que sus ángeles, en el cielo, ven continuamente el rostro de mi Padre, que está en el cielo.

¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿acaso no deja las noventa y nueve en los montes, y se va a buscar a la que se le perdió? Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella, que por las noventa y nueve que no se le perdieron. De igual modo, el Padre celestial no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños".

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

¿Cómo me voy a hacer niño si tengo 20, 40, 60, u 80 años? Un niño pequeño lo que más necesita es la mirada amorosa de su papá y su mamá. Es dependiente de ellos, no puede vivir por sí solo. El niño sabe que necesita de sus papás y se deja querer por ellos. Pero llega un momento en la vida donde empieza a independizarse poco a poco de sus papás. Primero en la escuela, luego con los amigos, después en la universidad, en el trabajo; es el camino natural de crecimiento. Y a cada uno de nosotros nos sucede lo mismo, ya no buscamos la mirada amorosa de nuestros papás, aunque la sigamos necesitando. El camino espiritual va creciendo a la par del camino físico y también nos empezamos a independizar de nuestro Padre celestial, aun cuando tenemos gran necesidad de Él.

En este Evangelio Jesús nos dice que «nos hagamos como niños»; que nos dejemos querer por Él. Que regresemos a la dependencia de amor que teníamos cuando éramos niños, inocentes y puros. El que es puro recibe a Jesús. Por eso dice: «el que reciba a un niño… me recibe a mí». Él habita en los que viven la infancia espiritual. Seamos como los niños, que, aunque en ocasiones son llorones, hacen berrinche, piden y piden, al final del día saben que todo lo que tienen y son se debe a que su Padre los ama. Seamos hijos amados del Padre. ¿Qué tanto me siento hijo del Padre?

«La Escritura nos habla de la persona humana creada por Dios a imagen suya. ¿Qué otra afirmación más rotunda se puede hacer sobre su dignidad? El Evangelio nos habla del afecto con el que Jesús acogía a los niños, tomándolos en sus brazos y bendiciéndolos, porque “de los que son como ellos es el reino de los cielos”. Y las palabras más fuertes de Jesús son precisamente para el que escandaliza a los más pequeños: “Más le valdría que le colgasen una piedra de molino al cuello y lo arrojasen al fondo del mar”. Por lo tanto, debemos dedicarnos a proteger la dignidad de los niños con ternura, pero también con gran determinación, luchando con todas las fuerzas contra esa cultura de descarte que hoy se manifiesta de muchas maneras en detrimento sobre todo de los más débiles y vulnerables, como son precisamente los menores». (Discurso de S.S. Francisco, 6 de octubre de 2017).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Agradecerle a Dios por ser mi Padre y por amarme.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Los frutos, el amor y el odio

La Pasión de Jesús. La Última Cena. Con Él se puede llegar a la cumbre de lo humano, traspasar ese límite y vivir en la luz y el amor.

La vid y los sarmientos

Cambian de lugar, recogen las cosas, pero Jesús sigue la enseñanza en la bellísima alegoría de la vid y lo sarmientos. "Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto lo poda para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí es echado fuera como los sarmientos y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y se os concederá. En esto es glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto y seáis discípulos míos"(Jn).

Vida divina que llega a través de Jesús. Poda, cuidados, unión, y llegan los frutos abundantes. La gloria del Padre es hacer llegar esa vida a los hombres y elevarlos a su vivir divino con una unión que se realiza por la fe en Jesús y la acción de la gracia santificante. Todos los esfuerzos para alcanzar la perfección sin Él están destinados al fracaso. El que se separa caerá en el fuego. Sin Cristo no se puede nada, y todo es nada, fracaso y decepción. Pero con Él se puede llegar a la cumbre de lo humano, traspasar ese límite y vivir en la luz y el amor, y para siempre. Más no se puede pedir.

La ley del amor

¿Qué hacer para poder estar unido con Dios y con Jesús? Vivir de amor. "Como el Padre me amó, así os he amado yo. Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea completo. Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado"(Jn). La clave del mandamiento del amor es "como yo os he amado"

"Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos"(Jn). Por amor se pueden hacer regalos, se pueden hacer esfuerzos y sacrificios, se pueden prodigar los beneficios sobre la persona amada. Pero siempre queda aún algo: dar la vida. La muerte se muestra aquí como testigo mudo de ese amor más fuerte. De un amor que no se detiene ante nada, ni ante nadie.

"Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros, en cambio, os he llamado amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn). Ese amor de amigo de Jesús por los suyos, esa elevación de siervos a amigos, poniéndoles en un nivel más alto que el que les corresponde, es una revelación del amor del Padre. Toda la Redención es un querer del Padre.

Ese amor lleva a la elección como íntimos y colaboradores. "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca, para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Esto os mando, que os améis los unos a los otros"(Jn). Sembradores de amor en el mundo. Sembradores de libertad, de eternidad en el tiempo, de vida divina, de alegría contagiosa. Y los frutos no pasan.

El odio del mundo a los discípulos

"Si el mundo os odia, sabed que antes que a vosotros me ha odiado a mí. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo, sino que yo os escogí del mundo, por eso el mundo os odia. Acordaos de la palabra que os he dicho: no es el siervo más que su señor. Si me han perseguido a mí, también a vosotros os perseguirán. Si han guardado mi doctrina, también guardarán la vuestra. Pero os harán todas estas cosas a causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado. Si no hubiera venido y les hubiera hablado, no tendrían pecado. Pero ahora no tienen excusa de pecado" (Jn). Hay mucha ignorancia en la mayor parte de los pecados, ignorancia y debilidad; pero no es infrecuente la lucidez; y ésta será combativa, adoptará formas distintas en cada época, deben contar con ello, no pueden ser ingenuos.

"El que me odia a mí, también odia a mi Padre. Si no hubiera hecho ante ellos las obras que ningún otro hizo, no tendrían pecado; sin embargo, ahora las han visto y me han odiado a mí, y también a mi Padre. Pero había de cumplirse la palabra que estaba escrita en su Ley: Me odiaron sin motivo"(Jn). El único motivo es el mal que anida en los corazones pervertidos.

"Cuando venga el Paráclito que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de la verdad que procede del Padre, Él dará testimonio de mí. También vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo"(Jn). El mal y la persecución no quedarán impunes, aunque en ocasiones lo parezca, existen testigos ante Dios que como Juez dará a cada uno según sus obras y sus oportunidades.

El Papa pide un mundo totalmente libre de armas nucleares

Para que la paz florezca, es necesario que todos depongan las armas de guerra.

En el aniversario de los trágicos bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki  que tuvieron lugar los días 6 y 9 de agosto de 1945, hace 75 años, después de la oración mariana del Ángelus, el Papa dirigió un pensamiento particular al viaje de hace un año, recordando "con conmoción y gratitud" la visita realizada en esos lugares el año pasado.

«Renuevo la invitación a rezar y a comprometerse por un mundo totalmente libre de armas nucleares», pidió.

Energía atómica con fines bélicos y posesión de armas nucleares es inmoral

Días atrás, en un mensaje dirigido al Gobernador de la Prefectura de Hiroshima, Su Excelencia Hidehiko Yuzaki, el Papa Francisco reiteró que sólo sin armas nucleares puede el mundo aspirar a la paz. Y escribió también:

Nunca ha estado más claro que, para que la paz florezca, es necesario que todos los pueblos depongan las armas de guerra, y especialmente las más poderosas y destructivas: las armas nucleares que pueden paralizar y destruir ciudades enteras, países enteros. Repito lo que dije en Hiroshima el año pasado: "El uso de la energía atómica con fines bélicos es inmoral, así como la posesión de armas nucleares es inmoral" (Discurso en el Memorial de la Paz, 24 de noviembre de 2019).

En el mensaje que envió el Santo Padre también puso en el centro a los jóvenes "que tienen sed de paz y hacen sacrificios por la paz", y a los pobres, "que siempre están entre las primeras víctimas de la violencia y los conflictos".

TNP sea ratificado por todos los países

El llamamiento a la abolición de las armas nucleares es incesante, al igual que la petición de no olvidar por qué "recordar es comprometerse con la paz", como subrayaron los obispos japoneses y estadounidenses, que también piden la ratificación del Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares (TNP) por todos los países. Y en esto el Arzobispo de Nagasaki, Monseñor Joseph Mitsuaki Takami, Presidente de la Conferencia Episcopal Japonesa, es muy insistente. Entrevistado por Vatican News, se refirió al por qué el gobierno del mismo país que ha sido arrasado por esta tragedia no suscribe el tratado de prohibición de las armas nucleares:

"Esto se debe a que el gobierno de Japón siempre repite que la firma del Tratado no es realista, no se basa en la realidad. Japón está bajo el paraguas de la bomba atómica de los Estados Unidos, los Estados Unidos nunca abandonarán estas armas nucleares, por lo que Japón se siente obligado a permanecer bajo el "dominio" de los Estados Unidos. Muchos japoneses creen que la actitud del gobierno japonés no es correcta, porque es el único país que es víctima de la bomba atómica, por lo que el pueblo y el gobierno deberían cambiar la realidad. Por eso quiero que el gobierno firme el tratado, para cambiar la situación, la realidad es muy peligrosa a causa de las armas nucleares".

¿Provoca Dios los males naturales?

Dios diseña la naturaleza y su funcionamiento de forma que sea el adecuado a sus designios: que el ser humano madure y crezca espiritualmente

Cuando hablamos del mal hay que hacer una diferencia clara entre los males causados por el hombre (mal moral) y los males causados por la naturaleza (mal físico). Los males causados por el hombre son producto del libre albedrío, y eso es un principio sagrado que Dios respeta siempre, pues de lo contrario la existencia del hombre no tendría sentido (¿para qué crear una panda de marionetas sin voluntad?). Este tipo de mal ya lo hemos explicado en el Apéndice A del artículo: ¿De verdad responde Dios a nuestras oraciones? (vaya a los apéndices al final de ese artículo). Si lee primero ese artículo entero y su teoría sobre “las líneas de Dios y del hombre” entenderá mejor el enfoque que desarrollamos aquí.

En este artículo nos encargaremos ahora del otro tipo de males, los males provocados por la naturaleza.

DAÑO NATURAL CAUSADO POR EL HOMBRE

Por un lado tendríamos que diferenciar aquellos sucesos naturales en los que el hombre tiene alguna responsabilidad y aquellos en los que no. Si un alpinista se va de escalada a los Alpes y hay un alud, podemos decir que en la práctica de cualquier deporte de riesgo hay un peligro libremente asumido por el individuo y por tanto las desgracias que puedan afectarle son responsabilidad suya. Si cerca de un millón de personas deciden libremente vivir sobre una falla a punto de reventar, como San Francisco, y un día un enorme terremoto mata a cientos de miles de personas, eso también es fruto del libre albedrío (y quizá de la estupidez humana). Si la sobreexplotación de recursos, las guerras, la deforestación, el cambio climático, producen hambrunas, inundaciones, sequías, etc., eso también es fruto del hombre, cuya codicia, falta de justicia y amor afecta no solo a otros hombres sino a la naturaleza entera. Así que cuando ves en la televisión niños muriendo de  hambre no te preguntes ¿cómo puede Dios permitir esto? Pregúntate más bien ¿por qué la humanidad permite esto? y piensa qué es lo que puedes hacer tú para ayudar a paliarlo (como mínimo orar). No culpes a Dios de los desastres de los hombres, a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César. No podemos querer ser libres y al mismo tiempo que Dios nos impida hacer maldades. La libertad tiene un precio.

Pero por otro lado hay también sufrimiento y muerte causado por la naturaleza sin que el ser humano tenga nada que ver, y ahí podemos otra vez caer en la tentación de culpar a Dios por haber producido ese sufrimiento o por no haberlo querido evitar.

DAÑO NATURAL CAUSADO POR… DIOS?

El universo que tenemos ahora no lo creó Dios como patio de recreo (eso será, es, el Paraíso) sino como aulas de aprendizaje, y para madurar y crecer espiritualmente es imprescindible convivir con el sufrimiento y la imperfección, así que el presente universo imperfecto es perfecto para su función, lo que no evita que Dios sufra con tu sufrimiento del mismo modo que un padre que envía a su hijo pequeño a un campamento por primera vez, para que madure y se independice un poco, sabe que el sufrimiento de su hijo por estar fuera de casa no es en realidad un mal, sino un bien (por eso le envía allí), pero igualmente sufrirá sabiendo que su hijo está sufriendo.

Cuando tú sufres un acontecimiento traumático en tu vida, como por ejemplo la pérdida de un hijo, parece que Dios ha decidido ese acontecimiento sin importarle tu sufrimiento. Probablemente la respuesta es que esa desgracia viene determinada porque en el diseño global para el universo, la vida de ese hijo se ha visto condicionada por acontecimientos naturales que tenían que suceder, porque Dios tuvo que hacerlo así para mantener el equilibro global del universo, el plan divino, porque lo que le pase o no a cada uno influirá en las vidas de otras personas y viceversa, así que mientras aquí el padre ve solo la muerte de su hijo, Dios ha tenido que tener en cuenta miles, millones de factores a la hora de planificar esos acontecimientos, y optó por el mal menor –aunque probablemente para ese padre sin duda será “un mal mayor” y excesivo que no estaba dispuesto a pagar, ni siquiera por el bien de la humanidad. Pero Dios sí porque es padre de todos, no solo de uno.

Dios diseña la naturaleza y su funcionamiento de forma que el Diseño global sea el adecuado a sus designios (que buscan el bien de todos), y para ello tiene en cuenta todos los factores implicados. Sin embargo como el mundo es imperfecto continuamente los peligros nos acechan. Se pueden planificar esos acontecimientos de forma que el sufrimiento se minimice, pero sería imposible hacer un diseño que elimine el sufrimiento porque en ese caso el universo se convertiría en un sitio perfecto, el cielo, y entonces ya perdería la función que tiene de ser “escuela de almas”.

Esta perspectiva global es la que nos permite conjugar dos cosas que a menudo se consideran opuestas: si Dios nos ama y es omnipotente, ¿por qué permite que suframos?. Por supuesto a quien le toca sufrir puede que no le convenza mucho la idea, porque él se centra en su dolor, pero Dios sopesa el sufrimiento de la humanidad entera y ordena las cosas de la mejor forma posible para que ese sufrimiento global sea el mínimo posible dentro de la necesidad. Es por eso que podemos seguir creyendo en un Dios Padre omnipotente que nos ama y al mismo tiempo aceptar las palabras del profeta cuando dice:

¿No es acaso por mandato del Altísimo que acontecen las cosas buenas y las calamidades? (Lamentaciones 3:38)

NOTA: observe que dice “calamidades” o “lo malo”, no “la maldad (moral)”, aunque algunas traducciones lo presentan de modo que parece que hablase del mal moral, lo cual no es posible porque entonces se estaría negando el libre albedrío.

DIOS SACA BIEN DEL MAL

Dios no desea el mal ni el sufrimiento, ni se alegra con ello, pero en su omnipotencia, sabe convertir el mal en un instrumento útil a sus designios, usando el mal que llega para crear un bien mayor, como cuando José, vendido como esclavo por sus hermanos, les dice al darles el trigo, ya como virrey de Egipto:

Vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios cambió todo para bien, para hacer lo que hoy vemos, que es darle vida a mucha gente. (Génesis 50:20).

Eso por supuesto no implica que el hombre no tenga libertad ni responsabilidad ante el mal creado, del mismo modo que la traición de Judas resultó útil al plan de Redención, y aún así dijo Jesús:

El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido! (Mateo 26:24)

Aún lidiando con la imperfección del mundo (o más bien gracias a ella), Dios logra completar un diseño general en el que todo avanza hacia la salvación y la regeneración y en el que, en última instancia “todo es para nuestro bien” (Romanos 8:28). Y si alguien, en medio del sufrimiento, le reprocha a Dios que no lo elimine, que recuerde que Dios mismo tuvo que soportar ver morir a su Hijo inocente de la forma más cruel. ¿Acaso no pudo Dios evitarlo? Claro que sí, pero salvar a su hijo anularía el libre albedrío de sus enemigos y rompería el Diseño de Dios para la humanidad. Lo que hizo Dios fue convertir esa muerte injusta en un gran bien para el mundo, pero no evitó esa muerte porque las consecuencias negativas hubieran sido mayores que las positivas, y también porque esa fue su forma de solidarizarse con nuestro propio sufrimiento y demostrarnos hasta qué punto nos ama.

¡AY SI ME TOCA!

Pero esto es la explicación filosófica de este asunto. Puede resultarle convincente o no, pero lo que está claro es que cuando un drama personal le da a usted de lleno, puede que ninguna teoría le traiga consuelo. Esto también es bueno. El sufrimiento, creemos los cristianos, tiene un sentido, nos ayuda a crecer, o al menos nos da la oportunidad de hacerlo, pero para que esa lección sea aprovechada y aprendida cada uno tiene que procesarlo y asimilarlo de un modo único y personal, como todas las grandes lecciones de la vida. Si pierdes a un hijo en la guerra o en un accidente o enfermedad o terremoto o asesinato, tendrás que buscar tu propia manera de encontrarle a ello algún sentido, y unos culparán a Dios y se rebelarán contra Él, otros por el contrario encontrarán en ese mismo Dios, que también perdió a su Hijo de forma atroz, el único consuelo posible, otros pensarán que todo fue una desgraciada casualidad o mala fortuna o lo que sea. Cada uno creará su propio camino dentro de ese sufrimiento y como consecuencia cada uno logrará de ello su propio aprendizaje, que fortalecerá su alma y lo acercará más a Dios o todo lo contrario. Ese proceso personal y subjetivo necesario en la práctica, existe al margen de este proceso universal y objetivo que estamos aquí intentando explicar conjugando la lógica y la revelación. Este artículo se dirige a su cerebro, pero si es su corazón el que en estos momentos sufre en exceso puede que nuestra teoría le resulte, en el mejor de los casos, irrelevante. O tal vez no.

En cualquier caso tenga presente que a veces Dios se sirve del sufrimiento para ayudarnos a madurar, pero otras veces Dios no ha elegido que usted cargue con ello, simplemente la línea de su vida se cruzó con las líneas de acontecimientos cuya dirección no era posible cambiar so pena de causar un mal mayor del que usted desearía haberse librado; es lo que podríamos describir en cierto modo como “mala suerte”.

EN REALIDAD ¿LO MALO ES SIEMPRE MALO?

Alberto de la Hera (revista Alfa y Omega) hace su propia reflexión sobre el tema de Dios y el mal y enfatiza una idea que nos parece también fundamental: Lo que nosotros llamamos malo tiene en realidad poco que ver con lo que realmente es malo desde la perspectiva de Dios. Para el niño de 9 años tenerse que quedar en casa preparando un examen en vez de salir a jugar con sus amigos puede ser percibido como algo malo, motivo de sufrimiento, incluso como un castigo, pero sus padres, que tienen una perspectiva mucho mayor, saben que eso es bueno para él y necesario. Pues si entre la mentalidad de un niño y sus padres hay una diferencia tan radical a la hora de percibir qué es bueno y qué es malo, imagínense qué diferencia no habrá entre nuestra diminuta mentalidad y la mentalidad infinita de Dios. Por ejemplo la muerte es nuestro nacimiento en el cielo, ¿es eso malo?

CONCLUSIÓN

Dios permite el mal físico y moral porque permite la imperfección y el libre albedrío, pero no lo desea. Sin embargo Dios sabe valerse de ese mal para llevar a cabo sus planes, así que podemos decir que transforma el mal en bien. Además, ante el mal y el sufrimiento, el hombre tiene una oportunidad para crecer, está en su mano saberla aprovechar bien o no. En realidad podríamos decir que el sentido del mal es ese: dar al hombre una oportunidad para crecer y aprender a amar, en un mundo perfecto no se aprende nada… tampoco a amar.

Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera; las criaturas del mundo son saludables: no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo impera en la tierra. Porque la justicia es inmortal. Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser; pero la muerte entró en el mundo por la envidia del diablo; y los de su partido pasarán por ella. (Sabiduría 1:13-15;2_23-24)

Pero al final de los tiempos, cuando todos hayamos completado nuestro aprendizaje, la imperfección y el sufrimiento ya no serán necesarios y entonces se llegará a la plenitud de los planes de Dios para con nosotros y para el universo, la consumación del Reino de Dios con la aparición de un nuevo cielo y una nueva tierra (Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y el mar no existe ya. [Apocalipsis 21:1]) en donde:

Él secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó. (Apocalipsis 21:4)
 
Ocupación contra preocupación

Estar ocupados es la panacea contra las preocupaciones que nos aquejan a diario y la fuente segura de nuestros éxitos

«La ocupación desplaza a la preocupación, y los problemas al enfrentarlos desaparecen». Esta frase, atribuida al exitoso empresario Carlos Slim, posee una sabiduría aplastante y un realismo más que probado. Seguramente que puesto en práctica por todo viandante, las crisis se acabarían, o por lo menos se reducirían notablemente.

Y es que esto de tener problemas es casi parte de la esencia humana, quién sabe por qué razón. Pero es un hecho del que nadie se salva.

Pero decíamos que los problemas, enfrentados por la ocupación –como dice Slim- tienen que desaparecer. Y así, este enfrentamiento nos tiene que llevar a tener tres actitudes fundamentales para nuestro crecimiento humano. Aquí van.

Fortalecimiento

La imagen de una planta o de un arbolito es magnífica. Si se quiere una planta fuerte, recia, que aguante cualquier viento, plaga, etcétera hay que darle un cuidado muchas veces desagradable. Es decir, la mayoría del mundo racional sabemos que una planta rodeada de una capa de estiércol, a pesar de verse horrible y apestar a lo peor, es señal de que se está fortaleciendo. Sabemos que no siempre estará así y que está en proceso un crecimiento exitoso.

Salvando las distancias, podemos decir que nos pasa como esas plantas, los problemas nos hacen ver como personas desagradables, que apestan –con perdón-, pero si somos maduros y aceptamos esa realidad, enfrentando los problemas de manera práctica, eso será solo el inicio de nuestro triunfo. Porque los problemas nos deben hacer fuertes, y de ellos debemos sacar éxitos, como la planta saca lo mejor del estiércol que la abriga.

Aprender de los fracasos

La segunda actitud es la de aprender de los fracasos. Seamos realistas: nadie nace perfecto, ni morirá así. Tal vez muera perfeccionado. Pero sólo somos un manojo de ignorancia e inexperiencia. Imperfectos, a fin de cuentas, y esa es la causa de muchos de nuestros fracasos. Un ejemplo de ello lo podemos ver en el mundo empresarial. Sydney Finkelstein, es profesor de la Escuela de Negocios Tuck, de la Universidad de Dartmouth. Este buen hombre, identificó y estudió los casos más destacados de derrotas y quiebras empresariales que plasmó en su libro de 2004 Why smart executives fail. Según él, seis aspectos hacen que un directivo fracase y, con él, su empresa: se aferra a una visión incorrecta de la realidad, decide no hacerle frente a la innovación y al cambio, ejecuta brillantemente una estrategia equivocada, confía demasiado en la propuesta de su empresa, interpreta mal a la competencia, y hace caso omiso de información vital.

Sin entrar en un análisis de estos seis aspectos, podemos decir que en general esas cosas vienen porque el dirigente es imperfecto. Pero es necesario, incluso muy lógico que sucedan estos chascos, precisamente porque no somos omniscientes ni perfectos, como dijimos más arriba. Y porque es deber en la vida el aprender, y aprender de los errores. Echando a perder se aprende, digamos en lenguaje popular…

El éxito: un estímulo callado

Quienes saben de montañas y las han escalado, saben lo que significa subir la primera etapa y dejar atrás una larga y riesgosa subida. Sin embargo, la satisfacción de haber superado esa prueba es motivación y no ocasión de vanagloria. Motivación porque son conscientes de que es más lo que les falta por lograr que lo que han recorrido. Un éxito debe ser una motivación para seguir adelante. Debe ser un estímulo callado, no un motivo para regodearse en su loable triunfo. De este modo, la lucha por conseguir nuestros ideales se vuelve un trabajo de crecimiento como seres humanos. Y como dijimos antes, crecer para ser mejores y no para fanfarronear. De manera que la fuente de nuestros problemas se convierte en algo positivo por el hecho de vivir en clave de trabajo.

Quien de verdad sabe que el éxito es un logro arropado de muchos sacrificios y precedido de una larga cola de luchas y caídas, sabe que la humildad es una herramienta indispensable. ¿Qué éxito pretende alcanzar quien al primer fracaso se emberrincha y deja todo de lado? ¿Qué éxito tendrá quien a la primera humillación deja de lado los grandes ideales con que empezó algún proyecto?

La ocupación desplaza a la preocupación, y los problemas al enfrentarlos desaparecen. Qué sabio es eso de vivir sin ociosidad y trabajando por nuestros ideales. Estar ocupados es la panacea contra las preocupaciones que nos aquejan a diario y la fuente segura de nuestros éxitos.
 
¿Es difícil vivir en paz?

¿Realmente es tan difícil que haya paz, unidad, armonía, perdón, reconciliación?

Por: + Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de San Cristóbal de Las Casas | Fuente: Diocesis de San Cristóbal de Las Casas

VER

¡Qué difícil es que haya paz, unidad, armonía, perdón, reconciliación! Son constantes los roces, los conflictos, las ofensas, los rechazos, tanto en familias como en grupos, barrios, pueblos, partidos y organizaciones. Las heridas no cierran; las cicatrices siguen punzantes; los recuerdos no se borran; las desconfianzas generan distancias; el orgullo herido no perdona.

Cuando en una familia, en una comunidad, en una parroquia, en un grupo, intentamos que todos se entiendan, se escuchen, se respeten, que ya no se agredan, se perdonen y sigan adelante, hay que tener mucha paciencia, pues son muchos los obstáculos, muchas las piedras en el camino. Nadie quiere ceder. Todos quieren imponer su criterio. En vez de encontrar los puntos de concordancia, se sacan a relucir muchas cosas del pasado y no hay quien dé su brazo a torcer, porque el corazón está cerrado. Se considera a los otros como los malos, los equivocados, los perversos, los ofensores, los culpables. Nadie acepta tener errores o haberse equivocado. Ceder en sus posturas, pareciera una derrota. Y a los que les proponemos caminos de reconciliación, nos tachan de conformistas, que queremos quedar bien con todos, que no somos fieles a una línea pastoral. Su verdad se pone por encima del amor.

Y ahora que ya están encima las luchas de los partidos por el poder, usando mil escaramuzas para no violar las leyes electorales, ¡qué ferocidad para destrozarse unos a otros! Se denuncian entre sí como corruptos, oportunistas y demagogos. Se hacen alianzas para acabar con el otro, en vez de emplear todas sus capacidades en hacer propuestas factibles para el bien común

PENSAR

El Papa Francisco, que se ha empeñado tanto en ayudar a las buenas relaciones entre Cuba y Estados Unidos, entre judíos y palestinos, en Siria e Iraq, en Venezuela y Colombia, afirmó en Azerbaiyán: “Que crezca la cultura de la paz, la cual se nutre de una incesante disposición al diálogo y de la conciencia de que no existe otra alternativa razonable que la continua y paciente búsqueda de soluciones compartidas, mediante leales y constantes negociaciones. Es particularmente importante en este tiempo testimoniar las propias ideas y la propia concepción de la vida sin conculcar los derechos de los que tienen otras concepciones o formas de ver. Que la armonía y la coexistencia pacífica alimenten cada vez más la vida social y civil del país en sus múltiples aspectos, asegurando a todos la posibilidad de aportar la propia contribución al bien común. De este modo, se ahorrarán a los pueblos grandes sufrimientos y doloras heridas, difíciles de curar” (2-X-2016).

Y en cuanto a la búsqueda de la unidad entre las confesiones religiosas, dijo en ese viaje: “No nos pongamos a discutir las cuestiones de doctrina; esto dejémoslo a los teólogos. ¿Qué tenemos que hacer nosotros, el pueblo? Recemos los unos por los otros. Esto es importantísimo. Y segundo, hacer cosas juntos. Están los pobres. Trabajemos juntos con los pobres. Está este y este problema: ¿podemos afrontarlo juntos? Están los inmigrantes; hagamos algo juntos… Hagamos algo bueno por los demás, juntos, esto podemos hacerlo. Y este es el camino del ecumenismo. Comencemos a caminar juntos. Con buena voluntad, esto se puede hacer. Se debe hacer. Hoy el ecumenismo se debe construir caminando juntos, rezando los unos por los otros. Y que los teólogos sigan hablando entre ellos, estudiando entre ellos. Creo que el único camino es el diálogo, el diálogo sincero, sin cuestiones bajo cuerda, sincero, cara a cara… Entre los fieles de distintas confesiones religiosas son posibles las relaciones cordiales, el respeto y la cooperación con vistas al bien común. Que la fe en Dios sea fuente de inspiración para la mutua comprensión, el respeto y la ayuda recíproca, en favor del bien común de la sociedad”.

“Las religiones nunca han de ser manipuladas y nunca pueden favorecer conflictos y enfrentamientos…  Ningún sincretismo conciliador, ni una apertura diplomática, que dice sí a todo para evitar problemas, sino dialogar con los demás y orar por todos: estos son nuestros medios para cambiar sus lanzas en podaderas, para hacer surgir amor donde hay odio, y perdón donde hay ofensa, para no cansarse de implorar y seguir los caminos de la paz”.
     
ACTUAR

Seamos constructores pacientes de paz, orando al Espíritu y compartiendo nuestro corazón con quienes sufren los estragos de la violencia y la división. Hagamos puentes, no más muros.
 

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