Amar a Dios es vivir de Él y para Él
- 21 Agosto 2020
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CCLVII Papa, 21 de agosto
Martirologio Romano: Memoria del papa san Pío X, que fue sucesivamente sacerdote con cargo parroquial, obispo de Mantua y después patriarca de Venecia. Finalmente, elegido Sumo Pontífice, adoptó una forma de gobierno dirigida a instaurar todas las cosas en Cristo, que llevó a cabo con sencillez de ánimo, pobreza y fortaleza, promoviendo entre los fieles la vida cristiana por la participación en la Eucaristía, la dignidad de la sagrada liturgia y la integridad de la doctrina (1914).
Etimología: Pío = piadoso. Viene de la lengua latina.
Breve Biografía
Giuseppe Melchiorre Sarto, quien luego sería el Papa Pío X nació el 2 de Junio de 1835 en Riese, provincia de Treviso, en Venecia. Sus padres fueron Giovanni Battista Sarto y Margarita Sanson. Su padre fue un cartero y murió en 1852, pero su madre vivió para ver a su hijo llegar a Cardenal. Luego de terminar sus estudios elementales, recibió clases privadas de latín por parte del arcipreste de su pueblo, Don Tito Fusarini, después de lo cual estudió durante cuatro años en el gimnasio de Castelfranco Veneto, caminando de ida y vuelta diariamente.
En 1850 recibió la tonsura de manos del Obispo de Treviso y obtuvo una beca de la Diócesis de Treviso para estudiar en el seminario de Padua, donde terminó sus estudios filosóficos, teológicos y de los clásicos con honores. Fue ordenado sacerdote en 1858, y durante nueve años fue capellán de Tómbolo, teniendo que asumir muchas de las funciones del párroco, puesto que éste ya era anciano e inválido. Buscó perfeccionar su conocimiento de la teología a través de un estudio asiduo de Santo Tomás y el derecho canónico; al mismo tiempo estableció una escuela nocturna para la educación de los adultos, y siendo él mismo un ferviente predicador, constantemente era invitado a ejercer este ministerio en otros pueblos.
En 1867 fue nombrado arcipreste de Salzano, un importante municipio de la Diócesis de Treviso, en donde restauró la iglesia y ayudó a la ampliación y mantenimiento del hospital con sus propios medios, en congruencia con su habitual generosidad hacia los pobres; especialmente se distinguió por su abnegación durante una epidemia de cólera que afectó a la región. Mostró una gran solicitud por la instrucción religiosa de los adultos. En 1875 creó un reglamento para la catedral de Treviso; ocupó varios cargos, entre ellos, el de director espiritual y rector del seminario, examinador del clero y vicario general; más aún, hizo posible que los estudiantes de escuelas públicas recibieran instrucción religiosa. En 1878, a la muerte del Obispo Zanelli, fue elegido vicario capitular.
El 10 de Noviembre de 1884 fue nombrado Obispo de Mantua, en ese entonces una sede muy problemática, y fue consagrado el 20 de Noviembre. Su principal preocupación en su nuevo cargo fue la formación del clero en el seminario, donde, por varios años, enseñó teología dogmática y, durante un año, teología moral. Deseaba seguir el método y la teología de Santo Tomás, y a muchos de los estudiantes más pobres les regaló copias de la “Summa Theologica”; a la vez, cultivó el Canto Gregoriano en compañía de los seminaristas. La administración temporal de la sede le impuso grandes sacrificios. En 1887 celebró un sínodo diocesano. Mediante su asistencia en el confesionario, dio ejemplo de celo pastoral. La Organización Católica de Italia, conocida entonces como la “Opera dei Congressi”, encontró en él a un celoso propagandista desde su ministerio en Salzano.
En el consistorio secreto celebrado en Junio de 1893, León XIII lo creó Cardenal, con el título de San Bernardo de las Termas; y en el consistorio público, tres días más tarde, fue preconizado Patriarca de Venecia, conservando mientras tanto el título de Administrador Apostólico de Mantua. El Cardenal Sarto fue obligado a esperar dieciocho meses, antes de tomar posesión de su nueva diócesis, debido a que el gobierno italiano se negaba a otorgar el exequatur, reclamando que el derecho de nominación había sido ejercido por el Emperador de Austria.
Este asunto fue tratado con amargura en periódicos y panfletos; el Gobierno, a manera de represalia, rehusó extender el exequatur a los otros obispos que fueron nombrados durante este tiempo, por lo que el número de sedes vacantes creció a treinta. Finalmente, el ministro Crispi, habiendo regresado al poder, y la Santa Sede, habiendo elevado la misión de Eritrea a la categoría de Prefectura Apostólica en atención a los Capuchinos Italianos, motivaron al Gobierno a retractarse de su posición original. Esta oposición no fue causada por ninguna objeción contra la persona de Sarto.
En Venecia el cardenal encontró un estado de cosas mucho mejor que el que había hallado en Mantua. También allí puso gran atención en el seminario, donde logró establecer la facultad de derecho canónico. En 1898 celebró el sínodo diocesano.
Promovió el uso del Canto Gregoriano y fue gran benefactor de Lorenzo Perosi; favoreció el trabajo social, especialmente los bancos en las parroquias rurales; se dio cuenta de los peligros que entrañaban ciertas doctrinas y conductas de algunos Cristiano-Demócratas y se opuso enérgicamente a ellas.
El Congreso Eucarístico Internacional de 1897, en el centenario de San Gerardo Sagredo (1900), la bendición de la primera piedra del nuevo campanario de San Marcos y la capilla conmemorativa en el Monte Grappa (1901) fueron eventos que dejaron una profunda impresión en él y en su gente. A la muerte de León XIII, los cardenales se reunieron en cónclave y, después de varias votaciones, Giuseppe Sarto fue elegido el 4 de Agosto al obtener 55 de 60 votos posibles. Su coronación tuvo lugar el siguiente Domingo, 9 de Agosto de 1903.
En su primera Encíclica, deseando revelar hasta cierto punto su programa de trabajo, mencionó el que sería el lema de su pontificado: “instaurare omnia in Christo” (Ef 1,10). En consecuencia, su mayor atención giró siempre sobre la defensa de los intereses de la Iglesia. Pero ante todo, sus esfuerzos también se dirigieron a promover la piedad entre los fieles, y a fomentar la recepción frecuente de la Sagrada Comunión, y, si era posible, hacerla diariamente (Decr. S. Congr. Concil., 20 de Diciembre, 1905), dispensando a los enfermos de la obligación de ayunar para poder recibir la Sagrada Comunión dos veces al mes, o incluso más (Decr. S. Congr. Rit., 7 de Diciembre, 1906). Finalmente, mediante el Decreto “Quam Singulari” (15 de Agosto, 1910), recomendó que la Primera Comunión en los niños no se demorara demasiado tiempo después de que alcanzaran la edad de la discreción.
Fue por deseo suyo que el Congreso Eucarístico de 1905 se celebró en Roma, mientras que aumentó la solemnidad de los congresos Eucarísticos posteriores mediante el envío de cardenales legados.
El quincuagésimo aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción fue una ocasión que supo aprovechar para impulsar la devoción a María (Encíclica “Ad illum diem”, Febrero 2,1904); y el Congreso Mariano junto con la coronación de la imagen de la Inmaculada Concepción en el coro de la Basílica de San Pedro fueron una digna culminación de la solemnidad.
Fuera como simple capellán, como obispo, y como patriarca, Giuseppe Sarto fue siempre un promotor de la música sacra; como Papa publicó, el 22 de Noviembre de 1903, un Motu Proprio sobre música sacra en las iglesias, y, al mismo tiempo, ordenó que el auténtico Canto Gregoriano se utilizara en todas partes, mientras dispuso que los libros de cantos se imprimieran con el tipo de fuente del Vaticano bajo la supervisión de una comisión especial. En la Encíclica “Acerbo nimis” (Abril 15, 1905), planteó la necesidad de que la instrucción catequética no se limitara a los niños, sino que también fuera dirigida hacia los adultos, dando para ello reglas detalladas, especialmente en lo referente a escuelas adecuadas para la impartición de la instrucción religiosa a los estudiantes de escuelas públicas, y aun de universidades. Promovió la publicación de un nuevo catecismo para la Diócesis de Roma.
Como obispo, su principal preocupación había sido la formación del clero, y de acuerdo con este propósito, una Encíclica dirigida al Episcopado Italiano (Julio 28, 1906) hacía énfasis en la necesidad de tener mayor cuidado en la ordenación de sacerdotes, llamando la atención de los obispos sobre el hecho de que, entre los clérigos más jóvenes, se manifestaba cada vez con mayor frecuencia un espíritu de independencia que era una amenaza para la disciplina eclesiástica. En beneficio de los seminarios italianos, ordenó que fueran visitados regularmente por los obispos, y promulgó un nuevo programa de estudios que había estado en uso en el Seminario Romano. Por otra parte, como las diócesis del Centro y Sur de Italia eran tan pequeñas que sus seminarios respectivos no podían prosperar, Pío X estableció el seminario regional, que es común para las sedes de una región dada; en consecuencia, muchos seminarios, pequeños y deficientes, fueron cerrados.
Para una mayor eficacia en la asistencia a las almas, a través de un Decreto de la Sagrada Congregación del Consistorio (Agosto 20, 1910), promulgó instrucciones concernientes a la remoción de párrocos como un acto administrativo, cuando tal procedimiento requería de graves circunstancias que podían no constituir una causa canónica para la destitución. Con motivo de la celebración del jubileo de su ordenación sacerdotal, dirigió una carta llena de afecto y prudentes consejos a todo el clero. Por un Decreto reciente (Noviembre 18, 1910), el clero había sido impedido de tomar parte en la administración temporal de organizaciones sociales, lo cual era causa frecuente de graves dificultades.
Pero por sobre todas las cosas, la principal preocupación del Papa era la pureza de la fe. En varias ocasiones, como en la Encíclica con respecto al centenario de San Gregorio Magno, Pío X resaltaba los peligros de ciertos métodos teológicos nuevos, los cuales, basándose en el Agnosticismo y el Immanentismo, por fuerza suprimían la doctrina de la fe de sus enseñanzas de una verdad objetiva, absoluta e inmutable, y más aun cuando estos métodos se asociaban con una crítica subversiva de las Sagradas Escrituras y de los orígenes del Cristianismo.
Por esta razón, en 1907, publicó el Decreto “Lamentabili” (llamado también el Syllabus de Pío X), en el que sesenta y cinco proposiciones modernistas fueron condenadas. La mayor parte de estas se referían a las Sagradas Escrituras, su inspiración y la doctrina de Jesús y los Apóstoles, mientras otras se relacionaban con el dogma, los sacramentos, la primacía del Obispo de Roma. Inmediatamente después de eso, el 8 de Septiembre de 1907, apareció la famosa Encíclica “Pascendi”, que exponía y condenaba el sistema del Modernismo.
Este documento hace énfasis sobre el peligro del Modernismo en relación con la filosofía, apologética, exégesis, historia, liturgia y disciplina, y muestra la contradicción entre esa innovación y la fe tradicional; y, finalmente, establece reglas por las cuales combatir eficazmente las perniciosas doctrinas en cuestión. Entre las medidas sugeridas cabe señalar el establecimiento de un cuerpo oficial de “censores” de libros y la creación de un “Comité de Vigilancia”. Posteriormente, mediante el Motu Proprio “Sacrorum Antistitum”, Pío X llamó la atención en los interdictos de la Encíclica y las disposiciones que habían sido establecidas previamente bajo el pontificado de León XIII sobre la predicación, y sancionó que todos aquellos que ejercieran el sagrado ministerio o quienes enseñaran en institutos eclesiásticos, así como canónigos, superiores del clero regular, y aquellos que servían en oficinas eclesiásticas, deberían tomar un juramento en el que se comprometían a rechazar los errores que eran denunciados en la Encíclica o en el Decreto “Lamentabili”. Pío X retomó este asunto vital en otras ocasiones, especialmente en las Encíclicas que fueron escritas en conmemoración de San Anselmo (Abril 21, 1909) y de San Carlos Borromeo (Junio 23, 1910), en la segunda de las cuales el Modernismo Reformista fue especialmente condenado. Como el estudio de la Biblia es, a la vez, el área más importante y más peligrosa de la teología, Pío X deseaba fundar en Roma un centro especial para esos estudios, que les diera la garantía inmediata de una ortodoxia incuestionable y un valor científico; en consecuencia, y con el apoyo de todo el mundo católico, se estableció el Pontificio Instituto Bíblico de Roma, bajo la dirección de los jesuitas.
Una necesidad sentida durante mucho fue la de codificar la Ley Canónica, y con la intención de llevarla a cabo, el 19 de Marzo de 1904, Pío X creó una congregación especial de cardenales, de la que Gasparri, convertido en cardenal, sería el secretario. Las más eminentes autoridades en derecho canónico de todo el mundo, colaboraron en la formación del nuevo código, algunas de cuyas prescripciones ya habían sido publicadas, como por ejemplo, las modificaciones a la ley del Concilio de Trento en lo referente a los matrimonios secretos, las nuevas reglas para las relaciones diocesanas y para las visitas episcopales ad limina, y la nueva organización de la Curia Romana (Constitución “Sapienti Consilio”, Junio 29, 1908). Anteriormente, las Congregaciones para las Reliquias e Indulgencias y de Disciplina habían sido suprimidas, mientras que la Secretaría de Asuntos Menores había sido unida a la Secretaría de Estado. La característica del nuevo reglamento es la completa separación de los aspectos judiciales de los administrativos; mientras que las funciones de algunos departamentos habían sido determinadas con mayor precisión y sus trabajos más equilibrados. Las oficinas de la Curia se dividieron en Tribunales (3), Congregaciones (11), y Oficinas (5). Con respecto a los primeros, el Tribunal de Signatura (constituido exclusivamente por cardenales) y el de la Rota fueron revividos; al Tribunal de la Penitenciaría le fueron dejados únicamente los casos del fuero interno (conciencia). Las Congregaciones permanecieron casi como estaban al principio, con la excepción de que una sección especial fue agregada al Santo Oficio de la Inquisición para las indulgencias; la Congregación de Obispos y Regulares recibió el nombre de Congregación de Religiosos y tendría que tratar únicamente los asuntos de las congregaciones religiosas, mientras los asuntos del clero secular serían derivados a la Congregación del Consistorio o a la del Concilio; de este último fueron retirados los casos matrimoniales, los cuales serían ahora enviados a los tribunales o a la recientemente creada Congregación de los Sacramentos. La Congregación del Consistorio aumentó grandemente su importancia debido a que tendría que decidir sobre cuestiones que eran competencia de las otras Congregaciones. La Congregación de Propaganda perdió mucho de su territorio en Europa y América, donde las condiciones religiosas habían comenzado a estabilizarse. Al mismo tiempo, fueron publicadas las reglas y regulaciones para empleados, y aquellas para los diferentes departamentos. Otra Constitución reciente presenta una relación de las sedes suburbicarias.
La jerarquía Católica incrementó grandemente su número durante los primeros años del pontificado de Pío X, en los que se crearon veintiocho nuevas diócesis, la mayoría en los Estados Unidos, Brasil y las Islas Filipinas; también una abadía nullius, 16 vicariatos Apostólicos y 15 prefecturas Apostólicas.
León XIII llevó la cuestión social dentro del ámbito de la actividad eclesial; Pío X también deseó que la Iglesia cooperara, o, mejor aún, desempeñara un papel de liderazgo en la solución de la cuestión social; sus puntos de vista en esta materia fueron formulados en un syllabus de diecinueve proposiciones, tomadas de diferentes Encíclicas y otras Actas de León XIII, y publicadas en un Motu Proprio (Diciembre 18, 1903), especialmente para la orientación en Italia, donde la cuestión social era un asunto espinoso a principios de su pontificado. Buscó especialmente reprimir ciertas tendencias que se inclinaban hacia el Socialismo y promovían un espíritu de insubordinación a la autoridad eclesiástica.
Como resultado del aumento constante de divergencias, la “Opera dei Congressi”, la asociación Católica más grande de Italia, fue disuelta. No obstante, inmediatamente después la Encíclica “Il fermo proposito” (Junio 11, 1905) provocó la formación de una nueva organización, constituida por tres grandes uniones, la Popular, la Económica y la Electoral. La firmeza de Pío X logró la eliminación de, por lo menos, los elementos más discrepantes, posibilitando, ahora sí, una verdadera acción social Católica, aunque subsistieron algunas fricciones. El deseo de Pío X es que la clase trabajadora sea abiertamente Católica, como lo expresó en una memorable carta dirigida al Conde Medolago-Albani. También en Francia, el Sillon, después de un origen prometedor, había dado un giro que lo acercaba a la ortodoxia del extremismo democrático social; y los peligros de esta relación fueron expuestos en la Encíclica “Notre charge apostolique” (Agosto 25, 1910), en la cual los Sillonistas fueron conminados a mantener sus organizaciones bajo la autoridad de los obispos.
En sus relaciones con los Gobiernos, el pontificado de Pío X tuvo que mantener luchas dolorosas. En Francia el papa heredó disputas y amenazas. La cuestión “Nobis nominavit” fue resuelta con la condescendencia del papa; pero en lo referente al nombramiento de obispos propuestos por el Gobierno, la visita del presidente al Rey de Italia, con la consiguiente nota de protesta, y la remoción de dos obispos franceses, deseada por la Santa Sede, se convirtieron en pretextos del Gobierno en París para el rompimiento de las relaciones diplomáticas con la Corte de Roma. Mientras tanto la ley de Separación ya había sido preparada, despojando a la Iglesia de Francia y prescribiendo, además, una constitución para la misma , la cual, si bien no era abiertamente contraria a su naturaleza, por lo menos entrañaba grandes peligros para ella. Pío X, sin prestar atención a los consejos oportunistas de quienes tenían una visión corta de la situación, rechazó firmemente consentir en la formación de las asociaciones cultuales. La separación trajo cierta libertad a la Iglesia de Francia, especialmente en materia de la elección de sus pastores. Pío X, sin buscar represalias, todavía reconoció el derecho francés de protectorado sobre los Católicos en el Este. Algunos párrafos de la Encíclica “Editae Saepe”, escrita en ocasión del centenario de San Carlos Borromeo, fueron mal interpretadas por los Protestantes, especialmente en Alemania, por lo que Pío X elaboró una declaración refutándolos, sin menoscabo a la autoridad de su alto cargo. En ese tiempo (Diciembre, 1910), se temían complicaciones en España, así como la separación y persecución en Portugal, para lo cual Pío X ya había tomado las medidas oportunas. El Gobierno de Turquía envió un embajador ante el Papa. Las relaciones entre la Santa Sede y las repúblicas de América Latina eran buenas. Las delegaciones en Chile y la República Argentina fueron elevadas a la categoría de internunciaturas, y se envió un Delegado Apostólico a Centroamérica.
Naturalmente, la solicitud de Pío X se extendió a su propia estancia, realizando un gran trabajo de restauración en el Vaticano; por ejemplo, en las habitaciones del cardenal-secretario de Estado, el nuevo palacio para los empleados, una nueva galería de pinturas, la Specola, etc. Finalmente, no debemos olvidar su generosa caridad en las calamidades públicas: durante los grandes terremotos de Calabria, pidió la ayuda de todos los Católicos del mundo, logrando reunir, al momento del último sismo, aproximadamente 7’000,000 de francos, que sirvieron para cubrir las necesidades de quienes fueron afectados y para la construcción de iglesias, escuelas, etc. Su caridad no fue menor en ocasión de la erupción del Vesubio y de otros desastres fuera de Italia (Portugal e Irlanda). En pocos años, Pío X obtuvo resultados magníficos y duraderos en interés de conservar la doctrina y disciplina Católicas, aún enfrentando grandes dificultades de todo tipo. Hasta los no Católicos reconocen su espíritu apostólico, su fortaleza de carácter, la precisión de sus decisiones y su búsqueda de un programa claro y explícito.
Amándote, podrás amar
Santo Evangelio según san Mateo 22, 34-40. Viernes XX del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, gracias por esta nueva oportunidad que tengo de encontrarme de nuevo contigo. Te pido abras mi corazón para que aprenda a verme como Tú me ves y a amarme como Tú me amas.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 22, 34-40
En aquel tiempo, habiéndose enterado los fariseos de que Jesús había dejado callados a los saduceos, se acercaron a él. Uno de ellos, que era doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la ley?”.
Jesús le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el más grande y el primero de los mandamientos. Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se fundan toda la ley y los profetas”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
De los dos mandamientos más grandes que Jesús nos presenta en el Evangelio de hoy, fijémonos en el segundo: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Imagínate que no tienes un coche, o un aparato electrónico, o lo que sea, y viene alguien con una urgencia y te dice: “Préstame tu coche, me salió una emergencia”, y tú por más que quieras ayudar a esa persona, no puedes, por una sencilla razón: no tienes coche.
¡Eso mismo pasa con el amor! Me llama mucho la atención que Jesús dice que ames a los demás, como te amas a ti. ¿Te amas a ti mismo? ¿Te quieres? ¿Te aceptas tal cual eres? Pues es el paso número uno, amarte a ti para poder amar a los demás. Ante los ojos de Dios eres la persona más preciada del mundo, con todo lo que tú eres; trata de vivir cada día desde esa mirada y verás que cada día aprenderás a amarte más. Y amándote podrás amar a los que están a tu alrededor mejor.
«Eligiendo estas dos Palabras dirigidas por Dios a su pueblo y poniéndolas juntas, Jesús enseñó una vez para siempre que el amor por Dios y el amor por el prójimo son inseparables, es más, se sustentan el uno al otro. Incluso si se colocan en secuencia, son las dos caras de una única moneda: vividos juntos son la verdadera fuerza del creyente, Amar a Dios es vivir de Él y para Él, por aquello que Él es y por lo que Él hace. Y nuestro Dios es donación sin reservas, es perdón sin límites, es relación que promueve y hace crecer. Por eso, amar a Dios quiere decir invertir cada día nuestras energías para ser sus colaboradores en el servicio sin reservas a nuestro prójimo, en buscar perdonar sin límites y en cultivar relaciones de comunión y de fraternidad». (Homilía de S.S. Francisco, 4 de noviembre de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy responderé a estas preguntas:
1. ¿Me siento hijo(a) amado(a) por Dios?
2. ¿Me amo a mí mismo(a)?
3. ¿Amo a los demás?
4. ¿Cómo puedo crecer en mi amor por mí y por los demás?
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Vivir en los límites de la ley
La solución no está en vivir en el límite, porque eso nos llevará de nuevo a sobrepasarlo, cayendo por enésima vez en los mismos pecados
Cuando a alguien le ponen una multa por exceso de velocidad, la excusa que suele dar es que no se fijó en que había superado el límite. Pretendía ir al máximo de velocidad permitido, noventa o ciento veinte y, sin darse cuenta, aceleró a noventa y cinco o a ciento veintiséis kilómetros por hora. Justo en ese momento, por casualidad (¡ley de Murphy!), se cruzó un policía y ¡zas!, multa al canto. Es algo que, probablemente, nos ha sucedido a todos los conductores en alguna ocasión y que, por lo tanto, nos resulta muy comprensible. A fin de cuentas, sería imposible y también peligroso conducir constantemente mirando el velocímetro del coche.
Por otro lado, al dar esa excusa no estamos teniendo en cuenta una solución muy sencilla: si el límite está en ciento veinte kilómetros por hora, para no pasarnos de ese límite por un descuido basta conducir a ciento diez. De esa forma, cuando apretamos un poco más el acelerador inconscientemente o vamos cuesta abajo o hay que acelerar un poco para adelantar a alguien, nuestro coche avanzará a ciento doce o a ciento quince o a ciento dieciocho, pero será mucho más difícil que nos pongan una multa por exceso de velocidad.
Cuando uno intenta mantenerse justo en el límite, resulta muy fácil traspasarlo casi sin darse cuenta, al menos en algunas ocasiones.
Todos lo sabemos, pero el problema está en que, en realidad, nos gustaría ir más rápido. Querríamos ir a ciento treinta o ciento cuarenta y, si no lo hacemos, es porque no nos atrevemos por si la ley nos penaliza. Por eso nos quedamos en el máximo posible que nos permite evitar la multa. Es exactamente lo mismo que nos pasa a los cristianos.
Por desgracia, también es una experiencia que probablemente nos resultará familiar a la mayoría. Con buena voluntad y de forma sincera, intentamos no pecar gravemente o, en el mejor de los casos, no pecar a secas. Sabemos que, si uno pasa de esta línea o aquella, está pecando, así que intentamos cumplir los mandamientos, mantenernos en la línea y no traspasarla… y, al igual que les sucede a los conductores, traspasamos esa línea a menudo, casi sin darnos cuenta.
Semana tras semana, caemos en los mismos pecados y nos confesamos de las mismas cosas, de forma aparentemente inevitable. Esa sensación de que, por mucho que nos esforcemos, siempre seguimos pecando desemboca en la idea de que es imposible no pecar, de que no tenemos remedio, de que hagamos lo que hagamos no podemos cumplir los mandamientos de Dios. Es decir, nos lleva a la desesperanza, que es la muerte de la vida cristiana. De esta forma se cumple lo que dijo San Pablo por propia experiencia: Así resultó que el mandamiento que debía darme la vida, me llevó a la muerte.
El problema, como en el caso de los conductores, es que lo único que se nos ocurre es intentar no hacer lo que está prohibido. No queremos traspasar el límite, pero nos empeñamos en vivir lo más cerca posible del mismo. No queremos pecar gravemente, porque somos “buena gente”, pero más allá de eso esperamos que Dios no se meta mucho en nuestra vida. Nuestro deseo es ser cristianos pero sin exagerar, buscando un justo medio entre los pecados graves y la “beatería”, los “cristianos radicales” o los “ultracatólicos”.
Como dice la expresión popular, queremos “ser buenos pero no tontos”. Desgraciadamente, esto es lo que define a una gran parte de los cristianos: tratamos de vivir en los límites de la ley de Dios.
No hemos entendido nada.
El que cree que el cristianismo consiste fundamentalmente en evitar el pecado, en no traspasar unos límites morales puestos por Dios, ha convertido la fe en un moralismo. San Pablo se pasó la vida advirtiéndonos de que eso no es ser cristianos: la letra mata, el espíritu vivifica. Si intentamos ser cristianos así, el cristianismo será para nosotros una horrible carga, como lo ha sido para tantos que han creído liberarse abandonando esa carga.
Por supuesto, la vida en el Espíritu de la que habla San Pablo no consiste en saltarse la Ley divina, porque los mandatos de Dios son mandatos de vida y el salario del pecado es la muerte. Al contrario, la vida en el Espíritu consiste en vivir en el centro mismo de esa Ley, en intentar ser santos, en dejar que la gracia transforme nuestra vida por completo. No se trata de dar a Dios lo que está mandado y (a ser posible) ni un milímetro más, sino en entregarle absolutamente todo lo que somos y tenemos.
Los mandamientos, la ley de Dios, son como una señal de dirección en la carretera, que señala cuál es la dirección correcta hacia el destino de tu viaje y te avisa de que, si vas en dirección contraria, tendrás un accidente. Quien peca, se dirige a ciegas contra otro coche o cae en un precipicio.
No es mucho menor, sin embargo, la estupidez de quien elige acampar junto a la señal, sabiendo que mientras esté allí no circulará en dirección contraria, pero tampoco se acercará a su destino. Claramente, no entiende la finalidad de la señal, que sólo existe para que podamos llegar a ese destino. Así hacemos al obstinarnos en servir a Dios, pero sin dejar de servir también al dinero, olvidando que esos compromisos siempre llevan al desastre, como Cristo mismo nos advirtió: porque amará a uno y odiará al otro.
La solución no está en intentar una y otra vez mantenernos en el límite, porque eso nos llevará de nuevo a sobrepasarlo, cayendo por enésima vez en los mismos pecados. La auténtica solución está en convencernos de que la felicidad no está del lado del pecado, sino en la dirección que nos señala Cristo. Por eso conversión, en griego, se dice metanoia, es decir, cambio de mentalidad. Para ser cristiano hay que cambiar de mentalidad. No podemos seguir pensando, como los paganos, que en realidad lo que nos haría feliz sería tener una aventura con la secretaria, recibir el ascenso que le dieron a Fernández (que no se lo merecía tanto como yo) o quedarnos los domingos en casa en lugar de ir a misa. Como no nos da la gana convertirnos, como seguimos pensando que la felicidad está en pecar, nos quedamos junto a la señal de tráfico, porque lo que verdaderamente deseamos es ir en dirección contraria a la que nos marca la ley de Dios. No nos atrevemos a ir en sentido contrario, pero lo deseamos. Y así nos va la vida.
En la vida cotidiana, entendemos perfectamente que quien se queda junto a la señal nunca llega a ningún sitio y lo único que hace es perder el tiempo. En cambio, como cristianos, somos el que pone la mano en el arado y vuelve la mirada atrás, el que quiere servir a Dios y al dinero. No hay peor forma de vivir que esa, porque ni disfrutamos de la vida nueva de Cristo ni hacemos la prueba de que el pecado sólo lleva a la muerte. Como dijo el profeta Elías: ¿Hasta cuando vais a andar con muletas? Si Baal es Dios, seguid a Baal. Si lo es Yahvé, seguid a Yahvé. Pero nos da miedo movernos en cualquiera de las dos direcciones: sabemos que el pecado no es bueno, pero tampoco queremos ser santos porque imaginamos (con razón) que eso significa cambiar completamente de vida y estamos cómodos como estamos. Al final, no somos ni chicha ni limoná, como se dice castizamente.
Nos engañamos pensando que somos cristianos, pero en realidad no lo somos. El que sabe que no es cristiano sino que es un pecador puede convertirse al ver que pecar no hace más que destruir su vida, pero el que piensa que es cristiano sin serlo no puede convertirse, porque cree que no lo necesita. Nada hay peor que vivir en la tibieza. No lo digo yo, lo dice Cristo: Ay de ti, porque no eres frío ni caliente. A los tibios los vomitaré de mi boca.
Eso es precisamente lo que proclama el sermón de la montaña y precisamente por ello nos resulta tan escandaloso a los cristianos acomodados que vivimos en los límites de la ley. No nos recuerda algo que ya sabemos, como ‘no peques de ira’. En lugar de eso, pone por completo del revés nuestra vida diciendo: al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra. Al que te lleve a juicio para quitarte el manto, entrégale también la túnica. Ama a tus enemigos. No se queda en ‘no robes’ o en ‘se justo’, sino que dice: al que te pide, dale. A Cristo no le basta con que seamos ‘solidarios’, ‘ciudadanos comprometidos’ o ‘buenas personas’, sino que llega al extremo de lo políticamente incorrecto, al decirnos a los cristianos: Vosotros sois la sal de la tierra. Vosotros sois la luz del mundo. No dice ‘no peques’, sino que, con la brutal sinceridad de quien verdaderamente nos ama, nos aconseja: si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti. No nos llama a ‘ser buenos’, sino que tiene la audacia de pedirnos que seamos perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.
Por supuesto que hay que cumplir la ley moral y divina. Quien dice lo contrario no es cristiano. Sin embargo, eso no debe hacernos olvidar que Dios hace posible que cumplamos esa ley llevándonos mucho más allá de sus meros límites, hasta su mismo centro, que está en la vida de la Trinidad. La verdadera forma de no pecar es querer ser santos. El que ama a su enemigo, no peca de ira. El que da al que le pide, no roba ni es injusto. Si quieres no pecar, lo mejor que puedes hacer es arrancar de ti cualquier cosa que te conduzca al pecado, por mucho que hacerlo te cueste un ojo de la cara. El que intenta ser bueno, lo que será es mediocre y tibio, mientras que el que se ofrece por entero a Dios para que le haga santo, llegará a ser perfecto como su Padre celestial por obra de la gracia.
No se trata de ser un poco mejores, sino de ser completamente distintos. No se trata de intentar no pasarse, sino de pasarse por completo en la otra dirección. Dios nos llama a ser una criatura nueva, ciudadanos del cielo, hijos de Dios, otros Cristos con los mismos sentimientos de Jesús. A eso estamos llamados y no a la triste, mezquina y frustrante vida de quien intenta ser lo más pagano posible pero sin condenarse.
Dios nos dé la valentía de dejarle, de una vez, que nos haga santos.
¿Se puede hacer Misa de cuerpo presente de un fallecido por COVID-19?
Opciones para dar el último adiós.
Si el fallecimiento de una persona ocurrió por COVID-19, las restricciones sanitarias impiden la celebración de una Misa de cuerpo presente -tanto en un templo, como en una casa- debido al riesgo de contagio.
En su Protocolo de Atención Espiritual a los Fieles durante la Contingencia Sanitaria por COVID-19, la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) animó a los sacerdotes de todas las diócesis del país a seguir atendiendo diligentemente a los fieles de sus parroquias, especialmente a los que viven momentos de gran dolor, como los enfermos y los deudos.
Para ello, “es necesario celebrar la Eucaristía por los difuntos y pidiendo también por los deudos, pero a distancia, virtualmente, sin presencia física de fieles, de manera que los familiares encuentren en ello consuelo y fortaleza”, explica la CEM.
La opción: Exequias por internet
Las autoridades sanitarias de México han señalado que la cremación o sepultura de una persona fallecida por COVID-19 debe realizarse “lo más pronto posible”, lo que impide que las personas puedan tener tiempo de hacer una Misa previa a esto, sin embargo, pueden realizar exequias de forma posterior a través de internet.
Siguiendo esta indicación, sacerdotes han hecho grandes esfuerzos para adecuarse a las nuevas tecnologías, ofreciendo a los fieles transmisiones vía internet de la Santa Misa, incluyendo triduos o novenarios.
En entrevista con Desde la fe, el padre Víctor Jiménez, párroco de la Iglesia de San Pedro de Verona Mártir, de la Arquidiócesis de México, recomendó a los fieles apoyarse en las nuevas tecnologías para despedir, unidos pese a la distancia, a sus seres queridos.
“Aquí en la parroquia donde yo me encuentro, por ejemplo, algunas personas han pedido las celebraciones vía internet, inclusive la Misa Exequial para darle el último adiós a sus difuntos, pues no han tenido la oportunidad de acudir al templo”.
“Lo que hacemos es enviar un link a la familia para una reunión restringida, y nos hemos sorprendido porque el número de amigos y familiares es bastante alto y ha servido para que también participen personas que viven lejos de la ciudad”, explicó.
El rezo del Novenario por los difuntos también se puede realizar vía internet, a través de plataformas de reuniones como Zoom, Google Meet o Skype, que tienen versiones gratuitas y permiten que muchas personas se conecten e interactúen.
¿Existe el terrorismo religioso?
La verdadera religión es incompatible con cualquier forma de violencia gratuita sobre inocentes
Con frecuencia se habla de “terrorismo islámico”. Con menos frecuencia se habla de terrorismo hinduista, terrorismo budista, o terrorismo cristiano.
Podemos preguntarnos: ¿es correcto hablar de terrorismo religioso? ¿Existen ideas en las propias creencias religiosas que impulsan a las personas a cometer crímenes sobre seres humanos inocentes y desarmados?
La respuesta puede encontrarse desde una doble perspectiva. La primera, teorética (o de contenidos): si las religiones, en su esencia profunda, son caminos a través de los cuales los hombres buscan la verdad sobre Dios y sobre sí mismos, resulta sumamente contradictorio hablar de terrorismo religioso. La segunda, desde una perspectiva “sociológica”: parecería posible que algunas personas concretas usen (manipulen, deformen) sus creencias religiosas para usarlas “motivaciones” o excusas para el crimen.
El acercamiento de los hombres al mundo de Dios implica un esfuerzo por acoger verdades que enaltecen y que orientan la propia vida. Ser religioso significa reconocer la existencia de una realidad superior, un Ser divino, que da valor y sentido a la vida humana en el tiempo y en lo eterno, y que exige un comportamiento acorde con las propias convicciones religiosas.
Existe, ciertamente, un pluralismo religioso que hace que el acercamiento a Dios no sea fácil. ¿Cuál de las religiones sería la verdadera? La pregunta resulta fundamental, pues la aceptación de unas o de otras creencias no puede apoyarse simplemente en emociones personales, en tradiciones de grupo, en miedos irracionales o en prejuicios injustificados.
Por desgracia, pueden darse formas de perversión individuales o de grupo, también a nivel teórico, que lleven a pensar que la muerte de otros seres humanos inocentes sea parte de la propia vida religiosa. Estos tipos de perversión, sin embargo, muestran una de las más dramáticas paradojas del ser humano: llegar a confundir lo malo con lo bueno, hasta el punto de creer que un crimen horrendo sea agradable a Dios.
Junto a esas formas de perversión de algunas religiones, es posible que entre los creyentes de las distintas religiones se den actitudes de violencia que culminen en la creación de grupos terroristas. En esos casos, hablar de terrorismo religioso resultaría impropio si el uso de palabras e ideas religiosas por parte de los terroristas no reflejase las convicciones auténticas de la religión a la que dicen pertenecer.
En ese sentido, terroristas que matan y usan palabras o versos del Corán antes de sus atentados están en abierta contradicción con la fe que dicen profesar. Como también lo están quienes usan fórmulas de otros libros religiosos (de la Biblia, por ejemplo) para justificar matanzas y crímenes de inocentes.
Para referirnos a esos casos, según una perspectiva sociológica, es posible hablar de terrorismo religioso. Estamos ante personas que piensan pertenecer a tal o cual religión y que cometen atentados terroristas desde el abuso de algunas ideas que suponen propias de su mundo religioso.
Hay que aclarar, sin embargo, que el creerse parte de una religión concreta, no significa que esas personas representen verdaderamente lo que piensan representar. Aunque uno diga que es cristiano, o budista, o hinduista, o musulmán, sus actos concretos no reflejarán sus creencias religiosas si cae en actitudes de violencia y de abuso condenadas abiertamente por la religión a la que se dice pertenecer.
Podemos recordar, por ejemplo, lo que escribía Juan Pablo II en el Mensaje para la XXXV Jornada mundial de la paz (1 de enero de 2002), n. 7: “Por tanto, ningún responsable de las religiones puede ser indulgente con el terrorismo y, menos aún, predicarlo. Es una profanación de la religión proclamarse terroristas en nombre de Dios, hacer en su nombre violencia al hombre. La violencia terrorista es contraria a la fe en Dios Creador del hombre; en Dios que lo cuida y lo ama”.
En definitiva, hablar de terrorismo religioso es como hablar de una sal dulce: la verdadera religión es incompatible con cualquier forma de violencia gratuita sobre inocentes. Vale la pena recordarlo, a la hora de juzgar si ciertas creencias sean o no sean realmente religiosas, y para denunciar cualquier uso manipulado de la religión como aval para cometer crímenes que ofenden a Dios y a los hombres.
La solidaridad humana
La solidaridad se manifiesta en primer lugar en la distribución de bienes y la remuneración del trabajo.
El principio de solidaridad, expresado también con el nombre de ‘amistad’ o ‘caridad social’, es una exigencia directa de la fraternidad humana y cristiana :
Un error, ‘hoy ampliamente extendido, es el olvido de esta ley de solidaridad humana y de caridad, dictada e impuesta tanto por la comunidad de origen y la igualdad de la naturaleza racional en todos los hombres, cualquiera que sea el pueblo a que pertenezca, como por el sacrificio de redención ofrecido por Jesucristo en el altar de la cruz a su Padre del cielo, en favor de la humanidad pecadora’ .
La solidaridad se manifiesta en primer lugar en la distribución de bienes y la remuneración del trabajo. Supone también el esfuerzo en favor de un orden social más justo en el que las tensiones puedan ser mejor resueltas, y donde los conflictos encuentren más fácilmente su solución negociada.
Los problemas socioeconómicos sólo pueden ser resueltos con la ayuda de todas las formas de solidaridad: solidaridad de los pobres entre sí, de los ricos y los pobres, de los trabajadores entre sí, de los empresarios y los empleados, solidaridad entre las naciones y entre los pueblos. La solidaridad internacional es una exigencia del orden moral. En buena medida, la paz del mundo depende de ella.
La virtud de la solidaridad va más allá de los bienes materiales. Difundiendo los bienes espirituales de la fe, la Iglesia ha favorecido a la vez el desarrollo de los bienes temporales, al cual con frecuencia ha abierto vías nuevas. Así se han verificado a lo largo de los siglos las palabras del Señor: ‘Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura’ (Mt 6, 33):
Desde hace dos mil años vive y persevera en el alma de la Iglesia ese sentimiento que ha impulsado e impulsa todavía a las almas hasta el heroísmo caritativo de los monjes agricultores, de los libertadores de esclavos, de los que atienden enfermos, de los mensajeros de fe, de civilización, de ciencia, a todas las generaciones y a todos los pueblos con el fin de crear condiciones sociales capaces de hacer posible a todos una vida digna del hombre y del cristiano (Pío XII, discurso de 1 junio 1941).
A los orígenes del terrorismo
Teorías sobre sus motivaciones y causas basada en en libro Dar sentido a las Misiones Suicidas escrito por Diego Gambetta.
Las bombas en los transportes de Londres de hace dos semanas levantaron una nueva serie de comentarios sobre las causas del aumento de ataques terroristas en los últimos años, sobre todo los llevados a cabo por creyentes islámicos. Un libro publicado en Inglaterra poco antes de los ataques del 7 de julio proporciona una visión útil sobre el tema.
El libro, «Making Sense of Suicide Missions» (Dar Sentido a las Misiones Suicidas), está escrito por Diego Gambetta y publicado por Oxford University Press. Tiene capítulos que van de los Tigres Tamiles de Sri Lanka a la situación de Oriente Medio y una mirada a Al-Qaeda.
El capítulo de Jon Elster, profesor de la Universidad de Columbia, considera el papel de las motivaciones y creencias en las misiones suicidas. Afirma que la disponibilidad a sacrificar la propia vida en tal misión no es irracional en sí misma. De hecho, los terroristas suicidas raramente están sujetos a una motivación patológica o suicida, indica.
Observa que algunos factores psicológicos contribuyen a la motivación de los terroristas suicidas. La presión de los demás y el deseo de ser bien considerado por otros pueden jugar su papel en la motivación. Igualmente, en el caso de los terroristas palestinos, los organizadores del grupo hacen presión psicológica sobre ellos en los días anteriores a un ataque. Esto los induce a un estado mental que les hace más fácil dar sus vidas.
Una motivación que es tema de debate es el deseo de alcanzar un más allá religioso. El Corán, observa Elster, no contiene una clara prohibición del suicidio. Pero la tradición profética lo prohíbe. Elster sostiene que actualmente, en la práctica, parece ampliamente aceptada la legitimación religiosa del suicidio, incluso aunque siga siendo motivo de controversia.
El profesor de Columbia afirma además que hace algunos años se asumió que los terroristas suicidas eran varones jóvenes, solteros, desempleados, a quienes un movimiento religioso les llenaba un vacío en sus vidas. Pero los datos más recientes revelan que la pobreza y el analfabetismo no está claro que sean factores causales. Más relevantes, sostiene Elster, son los sentimientos de inferioridad y resentimiento. Muchos de los terroristas vienen de países donde la pobreza es un problema, pero esto en sí mismo no es suficiente para conducir al terrorismo, afirma.
Elementos comunes
En otro capítulo, Diego Gambetta, profesor en el Nuffield College de Oxford, observa que las misiones suicidas muestran tal diversidad de rasgos que la búsqueda de una explicación o patrón global puede parecer vana. Hay, sin embargo, elementos comunes.
Entre éstos está la importancia del respaldo de una organización. Observaba que todas las misiones suicidas se han decidido y ejecutado con el apoyo de una organización. Con todo, ninguna de las organizaciones implicadas confía en exclusiva en misiones suicidas, por lo que es un error centrarse únicamente en estos ataques para analizar estas organizaciones. Además, las misiones suicidas son realizadas por la parte más débil en un conflicto.
Gambetta observa más adelante que, aunque ninguna otra religión a parte del Islam está implicada directamente en las misiones suicidas, las misiones de inspiración islámica suman sólo el 34,6% de los ataques llevados a cabo entre 1981 y septiembre de 2003.
El profesor de Oxford también subraya que las misiones suicidas son utilizadas sobre todo contra las democracias. Esto refleja el hecho de que las democracias son más sensibles a los costes que implican estos ataques. Asimismo, las democracias tienden a refrenarse en su respuesta a la comunidad de donde proceden los ataques. Luego con la existencia también de medios de comunicación libres, los ataques reciben amplia publicidad.
Gambetta insiste en que los suicidas mismos pueden considerarse «altruistas», en el sentido de que creen que sacrificar sus vidas fomentará los intereses de un grupo o de una causa con la que se identifican.
La vida sencilla
El terrorismo de base islámica fue examinado en el año 2003 en el libro de Jessica Stern, «Terror in the Name of God» (Terror en el Nombre de Dios). Stern, profesora en la Escuela Kennedy de Política en la Universidad de Harvard, pasó cuatro años entrevistando a miembros de grupos extremistas tanto cristianos y judíos como musulmanes.
En sus entrevistas, Stern descubrió que los terroristas se motivan con la convicción de que están creando un mundo más perfecto, purificándolo de la injusticia. También observaba que la gente tiende a unirse a las organizaciones terroristas en parte para transformarse a sí mismos y para simplificar sus vidas. Y puesto que están convencidos de que su causa es justa, se convencen a sí mismos de que cualquier actuación está permitida.
Stern comparaba el terrorismo con una suerte de virus, que se extiende como resultado de factores de riesgo a diversos niveles. Sin embargo es más complejo de lo que la analogía podría implicar, afirmaba. Las mismas variables que llevan a algunos al terrorismo pueden motivar a otros a actos positivos y buenos. A continuación, algunos de los factores de riesgo:
-- A nivel global los avances en la comunicación han facilitado mucho la coordinación necesaria para una red mundial. Las organizaciones terroristas pueden reclutar y gestionar sus economías a través de internet. Y efectúan sus ataques de manera que se maximice la cobertura de los medios.
-- Los campos de refugiados, las malas vecindades y los estados fallidos son invernaderos de rabia y extremismo, así como de crimen.
-- La incapacidad de los gobiernos de proporcionar servicios básicos o de proteger de las violaciones de los derechos humanos dañan la capacidad del estado de luchar contra las organizaciones extremistas. Esto puede generar una situación donde la violencia genere más violencia.
-- Los terroristas son inteligentes a la hora de explotar las necesidades de los pobres y de los ignorantes, que más tarde servirán como soldados de a pie para las organizaciones. Por ejemplo, la práctica de proporcionar compensación a las familias de aquellos que mueren en Indonesia, Pakistán y los territorios palestinos hace a las organizaciones más atractivas para los pobres.
-- La humillación es otro factor. A nivel nacional, la violencia es vista como la respuesta a la humillación percibida a manos de Occidente. A nivel personal, algunos terroristas ven sus acciones como una forma de curar las heridas de una humillación personal.
Por qué un semillero
Stern también analiza el porqué los países musulmanes producen tantos terroristas que atacan objetivos occidentales. Un factor que ella identifica es el resentimiento por el apoyo de Estados Unidos a Israel. Además, observa que, siendo la mayor parte regímenes autoritarios, los países de Oriente Medio han tomado medidas estrictas para suprimir el terrorismo, llevando a los extremistas a considerar objetivos más vulnerables.
Además, algunos estados de Oriente Medio sufren de una falta de buen gobierno, donde la combinación de economías estancadas, corrupción, amiguismos y organizaciones religiosas extremistas proporcionan un sustrato de cultivo fértil para reclutar a potenciales terroristas.
Combinado con esto está la habilidad de la organización Al-Qaeda. Esta organización terrorista ha sabido combinar la explotación de estos agravios con una sofisticada estructura, una cuidadosa planificación y un diestro uso de los medios modernos de comunicación y financiación.
En su mensaje con motivo del Ángelus del domingo posterior a los atentados del 7 de julio, Benedicto XVI expresaba su dolor por las víctimas de las explosiones de Londres. También tenía palabras para los terroristas implicados: «Recemos también por los terroristas, para que el Señor toque sus corazones». El Papa invitaba a quienes fomentan sentimientos de odio a que cesaran. «Dios ama la vida, que ha creado, no la muerte», afirmaba. Un mensaje que todos esperamos que alcance su objetivo.