¿Cuál es el gran mandamiento?

El peso de la ley

Santo Evangelio según san Mateo 22, 34-40. Domingo XXX del Tiempo Ordinario.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, ayúdame a vivir tus mandamientos por amor a ti.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 22, 34-40

En aquel tiempo, habiéndose enterado los fariseos de que Jesús había dejado callados a los saduceos, se acercaron a él. Uno de ellos, que era doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la ley?”.

Jesús le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el más grande y el primero de los mandamientos. Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se fundan toda la ley y los profetas”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Toda sociedad necesita una ley. La ley proporciona el mínimo orden necesario para poder coexistir. Pero la ley no ofrece la salvación. Esto es lo que ni fariseos ni saduceos comprendieron cuando Jesús les habló del mandamiento del amor. Esto es lo que nosotros no entendemos cuando vivimos los mandamientos de Dios como si fueran un peso que cargar y no un camino que seguir.

Cristo mismo es el criterio de la ley. Si hubiéramos de resumir el cristianismo, en este pasaje encontraríamos dos pasos de tres. El primero, con razón, está en amar a Dios con todo cuanto somos. Esta es la gran revelación que recibió el pueblo de Israel en un inicio.

El segundo paso está en amar al prójimo. Muchos se quedan ahí, contentos de ser altruistas con sus semejantes, pero no es suficiente. Amarás al prójimo como a ti mismo. Quien pretende amar al otro, pero no se ama a sí mismo, vive una ilusión. Para poder donarte a los demás, primero es necesario tener conciencia del don que eres. Esta es la intuición a la que llegó el pueblo de Israel después de un largo peregrinar.

¿Y el tercer paso? Jesús mismo lo dará a sus discípulos en el cenáculo. Ámense los unos a los otros como yo los he amado. ¿Nos damos cuenta de la revolución que esto representa? Esta es la superación del peso de la ley. Por eso es que la carga de un cristiano debe ser siempre ligera. Un amor que no se lleva con gozo es mero engaño, soberbia oculta, orgullo disfrazado. Entonces, ¿cómo es el peso de la ley bajo la que vives?

«En definitiva, presume porque cumple unos preceptos particulares de manera óptima. Pero olvida el más grande: amar a Dios y al prójimo. Satisfecho de su propia seguridad, de su propia capacidad de observar los mandamientos, de los propios méritos y virtudes, sólo está centrado en sí mismo. El drama de este hombre es que no tiene amor. Pero, como dice san Pablo, incluso lo mejor, sin amor, no sirve de nada. Y sin amor, ¿cuál es el resultado? Que al final, más que rezar, se elogia a sí mismo. De hecho, no le pide nada al Señor, porque no siente que tiene necesidad o que debe algo, sino que cree que se le debe a él. Está en el templo de Dios, pero practica otra religión, la religión del yo. Y tantos grupos “ilustrados”, “cristianos católicos”, van por este camino».

(Homilía SS Francisco, 27 de octubre de 2019).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Ante una decisión difícil que me corresponda tomar el día de hoy, sea grande o pequeña, elegiré la que implique más amor –a Dios, a mí, y al prójimo.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

¿Cómo se practica la caridad con el prójimo?

¿Cuál es la raíz profunda de la alegría? La raíz profunda de la alegría es la caridad, es el amor. Es lo que Jesús dice en el Evangelio: éste es el mandamiento nuevo, que os améis los unos a los otros como yo los he amado (Jn 13,34), y más abajo, lo que os mando es que os améis los unos a los otros (Jn 15,17).

Por: Padre Carlos Miguel Buela, IVE | Fuente: Catholic.net

En este día en que nos encontramos celebrando el Sacrificio redentor de Nuestro Señor, recordando de manera especial a Santa Teresa de los Andes, patrona de este monasterio, quisiera meditar sobre una frase muy profunda que nos ha dejado esta santa y que nos debe llevar a una comprensión más profunda de lo que debe ser la vida de una comunidad consagrada.

«Dios es alegría infinita»[1]. Eso es así. Teresa captó lo que es Dios, esa realidad de Dios, tan insondable, porque era una mujer limpia, y alegre, con la alegría del Evangelio. Con la alegría que nos señala San Pablo: estad siempre alegres en el Señor, os repito, estad alegres (Fil 4,4). Y ¿cuál es la raíz profunda de la alegría? La raíz profunda de la alegría es la caridad, es el amor. Es lo que Jesús dice en el Evangelio: éste es el mandamiento nuevo, que os améis los unos a los otros como yo los he amado (Jn 13,34), y más abajo, lo que os mando es que os améis los unos a los otros (Jn 15,17).

En mi último viaje he tenido la oportunidad de visitar muchas comunidades religiosas, en las cuales se puede fácilmente comprobar si las cosas andan bien. Cuando hay alegría, todo marcha bien. En cambio, vienen los problemas cuando no se vive la alegría. Es verdad que siempre van a haber dificultades, porque somos criaturas, falibles, y por tanto podemos fallar. Pero estos problemas se llevan adelante, se solucionan. Cuanto no hay alegría (y se percibe sobre todo en el rostro y en los ojos), hay algo que no está andando bien. Y la causa de esta falta de alegría es fruto de la falta de caridad.

Sobre todo en la vida contemplativa, hay que tener un cuidado muy especial en la caridad que se tiene en la vida comunitaria. Al ser la vida contemplativa una vida de mayor unidad con Dios, exige mucho más la unidad con nuestros hermanos, y por eso es que aquí tiene un gran peso la vida comunitaria. Además, al no ser tan frecuentes las salidas, es mucho más fácil que cualquier pequeñez hiera la caridad y, en consecuencia, la alegría.

En el Evangelio, Nuestro Señor nos enseña con toda claridad cómo tiene que ser la caridad fraterna. En primer lugar llena de misericordia: ¿quién de nosotros no tiene pecados? ¿Quién de nosotros no tiene limitaciones? Y si yo las tengo, las tienen que tener los demás. Por eso dice: Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso (Lc 6,36). De ordinario en lugares donde más hace falta la caridad es en los monasterios de vida contemplativa.

Un obispo me dijo que una vez, cuando estaba visitando la Trapa, tuvo el siguiente diálogo con el hermano que lo acompañaba:

– Aquí sí que se vive la caridad – dijo el obispo.

– No, Monseñor, acá es lugar donde menos se vive la caridad.

–¿Cómo? – replicó el prelado.

– Claro, como no hablamos entre nosotros, cuando uno ve que el otro tiene la nariz torcida, ya se está imaginando que está pensando mal de uno, o qué tendrá algo en contra, y entonces así faltamos a la caridad más que en otro lado.

 Dijo Cristo: Dad y se os dará (Lc 6,38) contra aquellas personas que exigen que se les dé todo lo que piden y, por el contrario, son avaras en dar y duras con los que necesitan una ayuda, los que necesitan una palabra, los que necesitan un poco de tiempo, como los que necesitan una sonrisa, o los que necesitan alegría.

¿Cómo se practica la caridad con el prójimo? De varias maneras. En los pensamientos, en las palabras y en las obras[2].

El mandamiento que nos manda amaos los unos a los otros (Jn 13,34) nos demanda la misma fuerza con que nos manda amar a Dios. Por eso dice el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mt 22, 29). De tal manera que así como estamos obligados a amar a Dios, estamos obligados a amar al prójimo. Dice San Juan: Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano (1Jn 4,21) y también: Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso (1Jn 4,20). Por esta razón, la mentira más grande que puede haber en la vida contemplativa, es una religiosa que no ame al prójimo. ¿Por qué? Muy simple. Está allí para amar a Dios. Y si no ama al prójimo, no ama a Dios, es mentirosa, pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve (1Jn 4,20). Que el que ame a Dios, ame también a su prójimo. De tal manera que la verificación del amor a Dios es el amor al prójimo, y uno puede saber si de verdad ama realmente a Dios, si ama de verdad al prójimo, a todo prójimo, sobre todo al que nos es más insufrible. Debemos recordar siempre que la caridad hecha a cualquier hermano, de toda forma, se la hacemos al mismo Dios.

1. En pensamientos

Es en los pensamientos en lo que generalmente se suele faltar más a la caridad. Por ejemplo, cuando juzgamos mal al prójimo sin fundamento cierto. De tal manera que si alguien juzga que una persona comete pecado –y no es quién para juzgar eso– la persona que juzga está cometiendo el pecado que está pensando que cometió la otra persona. Si es pecado mortal, mortal; si venial, venial. El juicio temerario en materia grave es siempre pecado mortal. Y es por eso que dijo también Jesucristo –y en el Sermón de la Montaña, no en cualquier lugar–, No juzguéis y no seréis juzgados (Mt 7,1), condenando

Nuestro Señor a quienes juzgan a los demás de una manera injusta, temeraria, presuntuosa, sospechando, sin fundamento, metiéndose en donde nadie les llama. Perdonad y seréis perdonados (Lc 6,37). No alcanzaremos el perdón de Dios si no somos capaces de perdonarnos entre nosotros. ¡Tantas cosas pueden pasar en la vida contemplativa! ¿Que se agarren a cuchilladas? No, evidentemente que no. ¿Que una no la miró a la otra? ¡Ah! Eso puede ser. Pero hay que perdonar, y perdonar de corazón; no de cualquier manera, sino de corazón. Y perdonar siempre.

Distinto es el caso de los superiores, quienes a veces tienen la obligación de sospechar de la conducta de sus súbditos, por deber de estado. Si una persona es habitualmente mentirosa o exagerada, o busca quedar siempre bien, la Superiora tiene que pensar en la posibilidad de que esté mintiendo, o que probablemente tenga doble intención, o que lo haga para figurar. Como sucede con los padres, dice San Alfonso María de Ligorio: «¿Habrá padres y madres necios que ven sus hijos con malas compañías y los dejan seguir, total… no hay que pensar mal…? Tontería insigne». Porque evidentemente es así: «dime con quién andas y te diré quién eres». Si es una persona que habitualmente murmura, y la ve con malas compañías, probablemente esté murmurando, haciéndose daño a sí mismo, y a la comunidad.

También se peca contra la caridad cuando uno se alegra de la desgracia ajena… «resbaló y se hizo un esguince… ja, ja, ja». Lo piensa, no lo dice. «Se lo tiene merecido…». O también entristecerse cuando al otro le va bien.

2. En las palabras

La gran plaga de la vida religiosa es la falta de caridad en las palabras, la murmuración. Es decir, cuando se habla en contra o en perjuicio de un ausente. El libro del Eclesiástico, por ejemplo, dice: El murmurador mancha su propia alma, y es detestado por el vecindario (Sir 21,28). Generalmente, el murmurador tiene quien lo escuche, sobre todo en las mujeres. Les gusta prestar atención: «a ver… está hablando mal de tal…»; pero huyen de esa persona, ¿por qué? Porque «después va a hablar mal de mí…».

Estos son odiados por todos, por Dios y por los hombres. Por eso dice San Bernardo que «la lengua del murmurador es una espada de tres filos»[3], ya que hiere al prójimo, hiere a quien le escucha y se hiere a sí mismo».

Puedo poner muchos casos que conozco de murmuración, a modo de ejemplo. Una hermana que dijo: «no estoy de acuerdo en todo» cuando habló la Superiora, está murmurando. Porque, en primer lugar, ¿quién es ella o qué autoridad tiene para decir una cosa así? Le mete la pulga en la oreja a la otra que está al lado: «será muy buena… pero no confío». Está moviendo a desconfiar y eso destruye la vida religiosa. Y se excusa: «yo lo dije en secreto, a otra, y nadie más escuchó»… Es como la serpiente que muerde en secreto. Que sea en secreto no quiere decir que no sea veneno, que no sea picadura, y que no cause, como pasa a veces, la muerte. No menos que serpiente –dice el Eclesiastés– quien muerde en silencio es quien dice de otro el mal en secreto (10,11).

Otra forma de faltar a la caridad en las palabras es la maledicencia. No sólo se le quita la fama al prójimo, achacándole cualquier pecado como verdadero, o exagerando lo cierto, sino también cuando se descubre a otros algún pecado oculto. ¿Quién manda decir los pecados de los demás? ¿Acaso hay un mandato de Jesucristo, del Evangelio? Maledicencia. Y quien descubre un pecado grave ajeno, secreto, comete un pecado grave, pecado mortal si el pecado fue mortal, porque lo divulga sin causa justa.

También se falta a la caridad en las palabras con los chismes. No bien oyen hablar mal de otro, les falta tiempo para ir a contarlo a la persona de quien se murmura. Sacan chispas con los zapatos… «¿Vos sabés? Me enteré de tal…». Se les dice «correveidile» ¡Qué daño hacen! Dice el libro de los Proverbios que Dios odia al quien siembra discordia entre los hermanos (Pro 6,19). Dios odia…. Por eso hay que seguir el consejo del Eclesiástico: El que se regodea en el mal será condenado, el que odia la verborrea escapará al mal. No repitas nunca lo que se dice, y en nada sufrirás menoscabo. Ni a amigo ni a enemigo cuentes nada, a menos que sea pecado para ti, no le descubras. Porque te escucharía y se guardaría de ti, y en la ocasión propicia te detestaría. ¿Has oído algo? ¡Quede muerto en ti! ¡Ánimo, no reventarás! Por una palabra oída ya está el necio en dolores, como por el hijo la mujer que da a luz (Sir 19,5–11). Si se enteran de algún mal no lo revelen ni siquiera con indirectas… Porque ustedes son maestras en el arte de las indirectas: «si yo hablase…»; y siembra la sospecha, tal vez, mucho más grave de lo que en realidad es. Ni con indirectas, ni con gestos. Movimientos de cabezas o modos semejantes causan mayor mal porque dan a entender mayor mal que el que en realidad es. Todas son maneras de falta de caridad y pueden llegar a ser graves.

Aun hay más. Se falta a la caridad en las palabras cuando se ridiculiza o se mofa de la persona, tanto presente como ausente. Dice Nuestro Señor: Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas (Mt 7,12). Si no te gusta que se mofen de ti, si no te gusta que te ridiculicen, no lo hagas con los demás.

Por último, respecto a las palabras: las contestaciones. ¡Cuántas veces se falta a la caridad por las contestaciones mal dadas, por la falta de respeto a la persona que se le debe respeto, por el solo hecho de no dar el brazo a torcer! Se le corrige de algo, pero tiene que tener la última palabra, es incapaz por ejemplo, de decir, cuando recibe la corrección, «muchas gracias». Muy edificante es el ejemplo que nos contaba el P. Ortego. Iban manejando unas monjitas, las peruanas, hicieron una mala maniobra y por poco chocan con una camioneta. Cuando llegaron a un determinado lugar, la camioneta las había seguido y se les atravesó. Bajó el chofer enfurecido, porque por poco tienen un accidente, y les empezó a gritar

– ¡Ustedes son unas bestias, no saben manejar!

– Muchas gracias señor – le respondió la que manejaba.

 Porque ¡Cómo puede ser que hagan esas cosas! – replicó él.

– Muchas gracias señor – volvió a decir ella.

Entonces el chofer, cambiando de actitud, dijo:

– Pero hermanitas, tengan un poquito más de cuidado…

Como vemos, cambió de actitud. ¿Por qué? Por que se le supo responder.

Por eso las discusiones en pavadas que no terminan en nada bueno, llevan a cosas ociosas, y a discusiones más enojosas aun. Hay sobre todo quienes tienen el instinto de contradicción: siempre están en la contraria.

– ¡Qué lindo día!

– Sí, pero está nevado.

– ¡Qué buena noche!

– Sí, pero hace frío.

– ¡Qué invierno agradable!

– Más lindo es el verano.

Por lo que no te incumbe no discutas, y en las contiendas de los pecadores no te mezcles (Sir 11,9). Alguna dirá: «yo hablo de cosas razonables». Es increíble, pero aquí mismo me han dicho hace años: «…cosas razonables… nosotras no tenemos que ser carmelitas, tenemos la espiritualidad…» y qué se yo qué más… Y se había armado toda una discusión y división entre unas y otras, hablando de algo que no tenían ni la más remota idea.

Ahora, en algunos de nuestros monasterios contemplativos, salió el tema de vivir la clausura. Y ponen ese tema allá arriba: está la clausura, y después viene la Santísima Trinidad. Entonces discutían si la reja tiene que ser doble, si no, si con puntas hacia fuera o hacia adentro, de si la distancia debe ser de medio metro, porque «hay que evitar el contacto físico»… Parece mentira. De niño yo iba a las carmelitas y cuando entraba decía «¡Madre!», y metía el dedito entre la reja para tocar su dedo, porque uno está acostumbrado a dar la mano. Y hasta algunas aludieron a que Santa Clara compara la clausura con la virginidad. Lo cual es una comparación análoga. Pero cuando la cabeza no funciona, hay quienes lo entienden de manera unívoca. ¡Cómo es posible! Entonces, si una fue al casamiento de su hermana, o de algún pariente, perdió la virginidad… O cuando visitó a algún familiar enfermo… ¿Qué? ¿Perdió la virginidad? ¡¿Puede ser eso?! Evidentemente que no. Pero hay alguna que le echa leña al fuego, y entonces se arma el incendio. Y puede ser que tengan razón, pero como dice San Roberto Belarmino: «más vale un grano de caridad, que cien kilos de razón»[4]. ¿Qué es lo que hay que hacer? Hablar bien de todos, no escuchar a quienes hablan mal. Conozco el caso de un seminarista al que un sacerdote fue y comenzó a hablarle mal del superior… «Padre, hable con el superior porque conmigo no tiene que hablar». Se salvó (al poco tiempo ese padre abandonó los votos religiosos). Porque sino, si lo escucha, ya le entra el mal espíritu y comienza a desconfiar del superior, empieza a meterse en una cosa que no le corresponde y muchas veces hasta se termina mal.

Defender en cuanto sea posible a las víctimas, «si no es posible excusar la acción, por lo menos salvar la intención»[5], dice San Bernardo. Practicar la mansedumbre con todos. El libro de los Proverbios dice: una respuesta blanda calma la ira, una palabra áspera, enciende la cólera (Prov 15,1). Corregir al que yerra de manera correcta, como corresponde, como una obra de caridad, tal como se nos manda en el Evangelio y decir como ese seminarista: «Padre, lo que Usted está haciendo está mal, está murmurando». Ahí termina la cosa y si uno no hace así, uno es cómplice de la murmuración.

3. En las obras

Por último, la caridad en las obras, dice San Juan, también, No amemos sólo de palabra y con la lengua, sino con obras y de verdad (1Jn 3,18). Y aquí tiene importancia fundamental la limosna. «¿Padre, cómo podemos hacer nosotros limosna, si no tenemos dinero?». La limosna no es solamente con el dinero. La limosna es el alivio que se da, la ayuda que se presta, el servicio de uno, el tiempo que uno le da a otro, el saber escuchar, el saber callar, saber corregir. Son todas las obras de misericordia materiales y espirituales. También rezar por las almas del Purgatorio es una manera de practicar la caridad en obras, con los enfermos, con los que nos fueren más antipáticos, con los que nos persiguen. La caridad cristiana consiste en querer y hacer bien a quienes nos odian y hacen mal… amad a vuestros enemigos, rogad por los que os persiguen (Mt 5,44). Y si hacemos así podremos rezar de verdad el Padre Nuestro: «perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden».

Pidámosle a la Santísima Virgen y a Santa Teresa de los Andes la gracia de vivir en verdad y en profundidad la caridad entre nosotros, reconociendo así que «Dios es alegría infinita».

[1] Santa Teresa de los Andes, Carta 101; cit. Marino Purroy, Así pensaba Teresa de los Andes, Ediciones Paulinas (Santiago de Chile) 90.

[2] En líneas generales seguimos un sermón de San Alfonso sobre la Caridad con el prójimo; cfr. San Alfonso, Obras ascéticas, II (Madrid 1964) 884ss.

[3] De divers., s. 17, in Ps 56.

[4] cit. en San Alfonso, Obras ascéticas, II (Madrid 1964) 890.

[5] In Cant., s. 40.

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El mundo sin madres no tiene futuro

Papa Francisco al Marianum de Roma.

El 24 de octubre, el Papa Francisco encontró en el aula Pablo VI a los docentes y estudiantes de la Pontificia Facultad de Teología Marianum de Roma. Después de saludar a la concurrencia expresó el deseo de “que cada uno de ustedes viva su servicio siguiendo el ejemplo de María, "la esclava del Señor" (Lc 1, 38). Un estilo mariano, un estilo que será de gran beneficio para la teología y para la Iglesia”.

¿Sirve la mariología a la Iglesia y al mundo de hoy?
El Papa comenzó su alocución preguntándose: “¿Sirve la mariología a la Iglesia y al mundo de hoy?” Su respuesta fue afirmativa: “Ir a la escuela de María es ir a una escuela de fe y vida. Ella, maestra porque es discípula, enseña bien el alfabeto de la vida humana y cristiana”.

Seguidamente recordó la importancia que el Concilio Vaticano II dio a la Mariología, particularmente el capítulo VIII de Lumen Gentium y subrayó: “Así como el Concilio sacó a la luz la belleza de la Iglesia volviendo a las fuentes y removiendo el polvo que se había asentado a lo largo de los siglos, así las maravillas de María pueden ser mejor redescubiertas yendo al corazón de su misterio. Allí surgen dos elementos, bien destacados por la Escritura: ella es madre y mujer”.

María, madre y mujer
El Papa cita el Evangelio de Juan 19:27 cuando “Jesús, en aquella hora salvadora, nos daba su vida y su Espíritu; y no dejó que su obra se realizara sin darnos a la Virgen, porque quiere que caminemos en la vida con una madre, más aún, con la mejor de las madres (cf. Exhortación apostólica Evangellii gaudium, 285)”.

En este sentido, el Obispo de Roma subraya el hecho de que “La Iglesia necesita redescubrir su corazón maternal, que late por la unidad; pero también necesita que nuestra Tierra se convierta en el hogar de todos sus hijos. La Virgen lo desea, "quiere dar a luz un mundo nuevo, donde todos seamos hermanos y hermanas, donde haya lugar para cada persona descartada en nuestras sociedades" (Lett. enc. Fratelli tutti, 278). Necesitamos la maternidad, la que genera y regenera la vida con ternura, porque sólo el regalo, el cuidado y el compartir mantienen unida a la familia humana”.

Seguidamente, el Papa contrasta lo que sería un mundo sin madres y declara: “El mundo, sin madres, no tiene futuro: las ganancias y los beneficios por sí solos no dan un futuro; por el contrario, a veces aumentan las desigualdades y las injusticias. Las madres, en cambio, hacen que todos los niños se sientan como en casa y dan esperanza”.

A continuación, invitó al Marianum a “ser una institución fraterna (…) abierta a nuevas posibilidades de colaboración con otras instituciones (…) como una gran familia en la que se reúnen diferentes tradiciones teológicas y espirituales y que contribuyan al diálogo ecuménico e interreligioso”.

María es mujer, afirma Francisco, “la nueva Eva, que desde Caná hasta el Calvario interviene para nuestra salvación (cf. Jn 2,4; 19,26). Finalmente, es la mujer vestida de sol la que se ocupa de los descendientes de Jesús (cf. Apocalipsis 12:17). Así como la madre hace de la Iglesia una familia, la mujer nos hace un pueblo”.

El Papa invitó al Marianum a impulsar los estudios mariológicos y que tenga una mirada atenta sobre la piedad popular para que la “promueva y a veces, la purifique, prestando siempre atención a los "signos de los tiempos marianos" que están pasando por nuestro tiempo”.

Entre los signos de los tiempos, afirma Francisco, “está precisamente el papel de la mujer: esencial para la historia de la salvación, sólo puede ser esencial para la Iglesia y el mundo. ¡Pero cuántas mujeres no reciben la dignidad que les corresponde!” A este cuestionamiento, añadió el Papa, “La mujer, que trajo a Dios al mundo, debe ser capaz de traer sus dones a la historia. Se necesita su ingenio y estilo. La teología lo necesita, para que no sea abstracta y conceptual, sino delicada, narrativa, vital. La mariología, en particular, puede ayudar a llevar a la cultura, también a través del arte y la poesía, la belleza que humaniza e infunde esperanza. Y está llamada a buscar espacios más dignos para las mujeres en la Iglesia, empezando por la común dignidad bautismal”.

La Virgen María de Rupnik
Concluyendo su discurso, Francisco recordó una pintura del Padre Marko Ivan Rupnik en la que la Virgen aparece en primer plano, pero no está. "Ella recibe a Jesús y con sus manos, como escalones, lo hace bajar".

Este trabajo del Padre Rupnik es en verdad un mensaje. ¿Por qué María está con nosotros? Veamos a la Virgen así: la que trae a Cristo, la que hace pasar a Cristo, la que dio a luz a Cristo, y la que siempre permanece como mujer. Es tan simple... Y pedimos que Nuestra Señora nos bendiga. Les daré la bendición ahora a todos ustedes, pidiendo que siempre podamos tener ese espíritu de niños y hermanos en nosotros. Hijos de María, hijos de la Iglesia, hermanos entre nosotros.

Biblioteca Apostólica Vaticana

La Biblioteca gestiona también la Escuela Vaticana de Biblioteconomía

La Biblioteca Apostólica Vaticana se encuentra en el Palacio Apostólico y se accede a ella por el patio del Belvedere. Su fundación se remonta al pontificado del papa Nicolás V (1447-1455), si bien, hasta un siglo después (1548) el papa Paulo III no nombró al primer Cardenal Bibliotecario. Bajo los pontificados de León XIII y Pío XI fue enriquecida con notables donaciones, legados y cesiones llegando a aglutinar un gran número de volúmenes, manuscritos, incunables y grabados. La Biblioteca gestiona también la Escuela Vaticana de Biblioteconomía.

A partir del siglo cuarto existe evidencia de la Scrinium de la Iglesia Romana, que era a la vez una biblioteca y un archivo. La figura del Bibliotecario de la Iglesia Romana aparece a finales del siglo VIII: este título se le dio al Bibliotecario Theophylactusen un documento fechado en 784, bajo el papa Adriano I. La primera biblioteca y archivo de los Papas se dispersaron, ​​por razones aún desconocidas, en la primera mitad del siglo XIII.

En 1985, con el Prefecto Leonard E. Boyle, el manual de catalogación fue sustituido definitivamente con la catalogación electrónica, y en los años siguientes, los datos contenidos en los viejos catálogos de tarjetas han sido convertido a formato electrónico. En septiembre de 2002 la nueva sala de lectura, donde el material más importante fue puesto a disposición de los lectores en estantes abiertos, se abrió al público.

En la actualidad la Biblioteca Vaticana conserva más de 180.000 manuscritos (incluyendo 80.000 unidades archivísticas), 1.600.000 libros impresos, más de 8.600 incunables, más de 300.000 monedas y medallas, 150.000 impresos, dibujos y grabados y más de 150.000 fotografías.

10 consejos prácticos para rezar el Rosario todos los días

Tomados del libro “El Rosario: Teología de rodillas”, de Mons. Florian Kolfhaus

Por: Mons. Florian Kolfhaus | Fuente: ACI Prensa

Próximos a la celebración de la Virgen del Santo Rosario este viernes 7 de octubre, se presenta la oportunidad de redescubrir esta oración, que no solo muestra los misterios de la vida de Jesús y de la Virgen María, sino que fortalece la vida cristiana y concede gracias especiales que la misma Madre de Dios prometió a la humanidad.

Aquí 10 consejos prácticos para rezar el Rosario todos los días, tomados del libro “El Rosario: Teología de rodillas”, del  sacerdote, escritor y funcionario de la Secretaría de Estado del Vaticano, Mons. Florian Kolfhaus:

1. Tener el Rosario en el bolsillo

Todo católico debe tener siempre un Rosario en su bolsillo. Existe el denario con sólo diez cuentas y que puede transportarse fácilmente.

Siempre que busques un pañuelo o una llave antes de salir, recuerda también llevar el Rosario de Jesús y María.

2. Aprovechar el tiempo libre también para rezar

En la vida cotidiana siempre hay un "tiempo libre" que podremos aprovechar para rezar el Rosario: cuando esperamos la consulta médica, un bus, una llamada importante, entre otros.

Y si por alguna razón una persona no desea mostrarse en una “sala de espera” como católico practicante, también puede utilizar sus manos: tenemos diez dedos, para contar con ellos los Avemarías.

3.Rezar mientras se realizan quehaceres y deporte

Muchas actividades no requieren pensar mucho, porque las hacemos mecánicamente. Cuando se pica la cebolla, se tiende la ropa o se lava el auto también se puede rezar el Rosario. Así como cuando las personas que se aman piensan en el otro sin importar la actividad que realicen, el Rosario ayuda a permanecer en sintonía con el corazón de Jesús y María.

Esto también funciona para muchos deportes: correr, andar en bicicleta o nadar son actividades en las que se puede rezar el Rosario al ritmo de la propia respiración (ya sea de forma interna o en voz alta si estás solo en un campo abierto).

4. Las imágenes y la música también pueden ayudar

El Rosario es una oración contemplativa. Más importante que las palabras que usemos, es la predisposición de nuestro corazón para contemplar cada uno de los misterios.

Para este propósito se puede buscar en Internet 5 imágenes que nos ayuden a contemplar cada pasaje de la vida Cristo y María. Por otro lado, la música también puede ser útil si se ejecuta en un segundo plano para encontrar paz.

5. Canalizar nuestras distracciones para rezar

Es difícil una oración en la que no surjan distracciones. Una y otra vez los pensamientos vienen a nuestra mente: la lista de compras, el cumpleaños de un amigo, una enfermedad o una preocupación. Si luchamos contra ella en la oración, a menudo es peor.

Es mejor reunir estas "distracciones" y rezar un Avemaría por las personas, por los amigos y familiares, por uno mismo y los problemas. De este modo la oración se hace sincera y personal.

6. Rezar por el otro mientras nos desplazamos

En el camino al trabajo o a la escuela, ya sea en auto o en bus, en tren o caminando, es posible rezar el Rosario sin bajar la cabeza y cerrar los ojos.

Rezar mientras nos desplazamos significa dedicar los Avemarías a las personas con las que hemos establecido contacto o visto durante el día; también por las empresas e instituciones que están en mi camino.

Por ejemplo, si veo a un doctor en mi camino puedo rezar por las personas que atenderán sus enfermedades con él.

7. Orar de rodillas o peregrinando

El Rosario puede rezarse siempre y en todo lugar. A veces, cuando se reza de rodillas o se peregrina se puede llegar a sentir un "desafío físico". Sin embargo esto no se trata de “torturarse” o aguantar el mayor tiempo posible, sino de tener en cuenta que tenemos un cuerpo y alma para adorar a Dios. Por lo tanto, el rosario es también una oración de peregrinación.

8. Conectar cada misterio con una intención

No siempre se tiene que rezar el Rosario de corrido. A menudo puede ser útil conectar cada misterio con una preocupación particular: mi madre, un amigo, el Papa, los cristianos perseguidos. Cuanto más específico sea, mejor. La alabanza y dar gracias a Dios no deben tampoco estar ausentes.

9. Rezarlo en momentos de sequía espiritual

Nosotros los cristianos no somos “yoguis” que debemos cumplir con prácticas ascéticas para “vaciar” nuestra mente. Si bien nuestra relación con Dios está por encima de cualquier actividad, hay también momentos de sequía y aflicción en los que no se puede orar.

En estos momentos difíciles, tenemos que recogernos con el Rosario y simplemente recitar las oraciones. Esto no es una charla pagana, sino que aquella pequeña chispa de buena voluntad que ofrecemos a Dios, puede fomentar que el Espíritu Santo avive la llama de nuestro espíritu.

En tiempos difíciles, incluso puede ser suficiente sostener el Rosario sin pronunciar una palabra. Este estado desdichado ante Dios y su madre se convierte en una buena oración y ciertamente no permanece sin respuesta.

10. Caer dormido rezando el Rosario

El Rosario no debe estar solo es nuestro bolsillos, sino en cada mesita de noche. Cuando se intenta conciliar el sueño también se pueden rezar los Avemarías y es mejor que contar ovejas.

En ocasiones solo las personas mayores y enfermas se “aferran” al Rosario por la noche debido a las promesas de seguridad, fortaleza y consuelo. Sin embargo, también en los buenos tiempos se debe recurrir a esta oración y pedir especialmente por aquellos que sufren.

Hay golpes que hieren el alma

Si uno te dijera que el karate o karate-do es una disciplina profundamente influida por el budismo zen, hasta el punto de que ciertos monjes budistas la adaptan como una forma de ascética aliada a técnicas de meditación... ¿qué pensarías?...

Por: Miguel Ángel Cid | Fuente: La rana perdida

Si uno te dijera que el karate o karate-do es una disciplina profundamente influida por el budismo zen, hasta el punto de que ciertos monjes budistas la adaptan como una forma de ascética aliada a técnicas de meditación... ¿qué pensarías? ¿Que es un cuento chino?

Efectivamente tiene algo de chino, y de japonés, pero ¿de cuento? De cuento no tiene nada. Ahí la prueba de que no es un cuento: en varios monasterios budistas --siguiendo el estilo de los célebres sacerdotes del templo de Shao-Lin en China-- se usa el karate para lograr la armonía entre el cuerpo y la mente...

¿Entonces? De cuento nada. En realidad, el karate se creó con técnicas semejantes al tai-chi, combinando los golpes, la respiración y los gritos kiai para liberar la energía interior ki. Y si no, pregúntale a Sigeru Egami, fundador de la escuela shotokai. No sé si sabías que Egami inventó una forma muy elaborada de karate-do basada en la flexibilidad y en la relajación máxima del cuerpo. Pues bien, él afirma que el karate-do se parece más al yoga que a un arte de combate. ¡Has oído estupendamente! Preguntarás qué tienen que ver los golpes del karate con el yoga relajante. Pues tienen mucho, muchísimo que ver. En realidad, ambos sistemas buscan el mismo fin. Ya lo dice el mismo Egami: “el secreto del karate es practicarlo seriamente y con perseverancia para alcanzar el mushin, la vacuidad mental o el no-ego, que nos permite llegar a los portales del conocimiento”. ¿Lo ves? El mismo fin, sólo que uno lo logra dando golpes al contrario, y el otro mediante concentraciones y posturas relajantes.

Pero el karate no es un caso aislado. ¿Conoces el aikido? Seguramente sí. Pues bien, el aikido tiene como objetivo llevar al individuo por el camino que conduce a la armonización con la energía universal. ¿No te suena al new age esto de la energía universal? Curiosamente la mayor parte de esas artes marciales aparecieron en occidente a mediados del siglo XX, cuando también comenzaban a vislumbrarse los primeros gérmenes del new age. Para que no tengas dudas sobre la religiosidad del aikido, mira nada más qué definición da el maestro Morihei Ueshiba: el ai-ki-do (armonía-energía-camino) es el sendero que lleva al hombre a la armonía con el universo; aquel que ha descubierto el secreto del aikido tiene el universo en sí mismo y puede decir: ¡Yo soy el universo! Como puedes ver, es mucho más que el arte de dar golpes con estilo...

Lo mismo podríamos decir de otros artes marciales: las que enseña la escuela Katori Shinto (sable samurai, bastón bo, alabarda naginata, etc.), o el iai-jutsu o iai-do, la vía sagrada de la arquería kyudo, el kung-fu, etc.

El kung-fu, por ejemplo. Vamos a ver un poco qué es esto del kung-fu. El kung-fu no es simplemente un invento de Bruce Lee o David Carradine para hacer películas exitosas. ¡No, no! Es mucho más... El kung-fu resume de algún modo el espíritu milenario chino de vivir de acuerdo con la naturaleza, el yin y el yang, y todo eso. Es, ni más ni menos, que una técnica religiosa influida por el taoísmo y por el bonzo Bodhidharma, introductor del budismo en China. ¿Qué te parece? De hecho, la palabra Confucio viene precisamente de la raíz kung-fu.

Así que, puestos a sacar conclusiones, se puede afirmar sin temor a errar, que el budo (sentido trascendental de las artes marciales) es, en definitiva, una vía sin vía donde el final se parece al principio. Está claro, ¿no? Dicho de otro modo: las artes marciales llevan a la calma, la serenidad y la actitud mental que le permiten al hombre convertirse en un hombre-dios, unirse a todo el universo, ser universo. ¿Tampoco está muy claro? Veamos ahora: es una forma de religiosidad oriental.

Por supuesto que la mayor parte de los occidentales que van a aprender karate o estas cosas, lo hacen para poder defenderse de ladrones, de secuestradores, de roba-novias, de lo que sea... Pero hay que ir con cuidado. No conviene olvidar que estas técnicas utilizan términos religiosos, realizan gestos religiosos, y en oriente tienen fines religiosos. Porque por ahí, entre golpe y golpe, se puede ir metiendo una religiosidad incompatible con la fe cristiana y muy acorde con el new age. Conviene tenerlo en cuenta. Simplemente esto. De modo que si alguna vez la cosa te huele a cocido, ya sabrás qué ingredientes tiene... Cuida que, en una de esas, en vez de golpearte el cuerpo te golpeen el alma... ¡Eso es mucho más doloroso! Sobre todo a la larga..

Preces

Alabemos a Jesús, que nos ha dejado el mandamiento nuevo del amor. Digámosle:

R/MSeñor, haznos fuertes en el amor.

Te pedimos por la Iglesia, que todos sus miembros vivamos unidos en el amor,

– y ese sea el signo de que tú permaneces con nosotros. MR/

Por los cristianos que este domingo no podrán participar de la celebración de la Misa,

– haz que puedan recibir igualmente el consuelo y la fuerza que nos transmites con este sacramento.MR/

Intenciones libres

Padre nuestro…

Oración

Dios todopoderoso y eterno, aumenta nuestra fe, esperanza y caridad, y, para que merezcamos conseguir lo que prometes, concédenos amar tus preceptos. Por nuestro Señor Jesucristo.

Meditación. Covid-19: ¿Dónde está Dios?

Esperando la Pascua

En esta pandemia (Covid-19), que ha transformado nuestros proyectos de vida, sacudido nuestras certezas sistemática y científicamente construidas, que ha trastornado el mundo con sus dramáticas escenas de muerte, personas contaminadas, aislamiento forzado, relaciones interrumpidas, trabajo en crisis, y que ha mostrado los límites de nuestros algoritmos casi infalibles, nos preguntamos: ¿cómo pudo escapar a nuestro control? ¿Qué salió mal? ¿Qué hacer o no hacer? ¿Cuánto tiempo durará? ¿Cuántos moriremos? Afloran entonces el miedo, el resentimiento, el dolor, la esperanza; realizamos ritos, gestos de generosidad; expresamos necesidades, sanamos, enterramos, hacemos cremaciones; pero ¿dónde está Dios en todo esto?

Parece que la oración no encuentra respuesta. ¿Dios está escuchando? ¿Y por qué está pasando todo esto? ¿Es algún fallo por nuestra parte lo que nos impide encontrar una respuesta?

Nos falta la «pieza clave» que cierra el artefacto, el cielo del edificio, el arco de un puente, con el riesgo de que todo se derrumbe, de que todo sea inútil. ¿Dónde está Dios? Esta misma pregunta íntima y profunda aparece una y otra vez.

¿Es el mea culpa un rito, un acto inducido por circunstancias incontrolables? ¿Es el fruto o la consecuencia de un error por nuestra parte? ¿La pregunta «¿Dónde está Dios?» es superflua o innecesaria? ¿Y Dios tiene que ver algo con esto o no?

Tiene sentido preguntar: «¿Dónde está Dios?» ¿Qué respuestas tenemos? ¿Las hay? ¿Algoritmos? Ellos también se remiten a otros algoritmos.

La finitud nos lleva a no tener una respuesta que sea en sí misma existencial. Lo mismo ocurre con Job en la Biblia. Las respuestas están pensadas para preguntas concretas. Si así fuera, nos quedaría tan solo un vacío sin respuesta.

A menos que levantemos la vista, no para tener una respuesta pequeña sobre el caso que hay que resolver, sino para saber: si Dios no existe o no tiene lugar en esta crisis, ¿significa esto que todo está encerrado en la finitud del flujo de la vida? Si Dios está ahí, reconozco no la necesidad de una respuesta, sino más bien de una «remisión».

El «Todo está cumplido» que dijo Jesucristo en la cruz es una «remisión» al Padre («E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu» [Jn 19, 30]), a quien se confía definitivamente por ese mysterium vitae que lo había conducido a la tierra como una parte viva de ella.

La paternidad (de Dios) no excluye los límites que él mismo se impuso a sí mismo en su «paternidad».

La pregunta entonces vuelve a nosotros. No para cuestionarnos y buscar de nuevo el sentido de una respuesta poco fiable, sino para tener el sentido de un comportamiento, contra cualquier tentación adicional: vivir como si Dios no existiera, o someterlo todo a un castigo divino, como parte penitencial; la única alternativa es la de «entregar» de nuevo todo a Dios, aceptando que en este «tiempo del hombre», el tiempo presente, no se excluye el acto de remisión confiada:  «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu», donde todo concluye: «Y, dicho esto, expiró». (Lc 23,  46)

La pacificación del alma reside en el retorno a la paz inicial de la que todo parte: la “nada” o “Dios”. Si de la nada viene la nada, sólo queda Dios. Hay un lugar para Dios, pero está contenido en el mysterium vitae.

Sin embargo, el bien realizado permanece. Su crédito sigue siendo inextinguible. El bien nos pertenece y eso tiene sentido; pero el crédito, que es de orden moral y espiritual, pasa a las manos de Dios. El bien no se extingue.

En la tumba vacía de Cristo está el vacío de nuestras expectativas, no el vacío de Dios. En el silencio se encuentra el silencio de la respuesta esperada, no el silencio de Dios.

¡Mientras aguardamos la Pascua! 

Papa Francisco: se ama a Dios si se ama al prójimo

AP/Associated Press/East News

El Papa Francisco ha rezado el Ángelus este 25 de octubre con cientos de fieles en la Plaza de San Pedro. El tema del amor a Dios, inseparable del amor al prójimo ha ocupado el centro de la reflexión

El Papa Francisco ha rezado la oración mariana del Ángelus junto a cientos de fieles en la Plaza de San Pedro. En el contexto de un día de otoño, soleado, se ha referido al texto de Mateo 22,34-40, relato que nos presenta a un doctor de la Ley que le pregunta a Jesús ¿cuál es “el mandamiento mayor” (v. 36), es decir, el mandamiento principal de la Ley divina?

Francisco nos recuerda la respuesta de Jesús: «“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”» (v. 37). Y a continuación añade: «El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (v. 39).

En este contexto, el Papa explica que esta es “una de las principales novedades de la enseñanza de Jesús” en la que “establece dos fundamentos esenciales para los creyentes de todos los tiempos: El primero es que la vida moral y religiosa no puede reducirse a una obediencia ansiosa y forzada, sino que debe tener como principio el amor. El segundo es que el amor debe tender juntos e inseparablemente hacia Dios y hacia el prójimo”.

El Papa continúa afirmando: “Jesús concluye su respuesta con estas palabras: «De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas» (v. 40). Esto significa que todos los preceptos que el Señor ha dado a su pueblo deben ser puestos en relación con el amor de Dios y del prójimo”, y subraya: “De hecho, todos los mandamientos sirven para realizar y expresar ese doble amor indivisible”.

Francisco cita al apóstol Juan, quien afirma: «Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve» (1 Jn 4, 20), y utiliza este planteamiento para concretizar cómo se realiza y expresa el mandamiento del amor: “El amor por Dios se expresa sobre todo en la oración, en particular en la adoración. Y el amor por el prójimo, que se llama también caridad fraterna, está hecho de cercanía, de escucha, de compartir, de cuidado del otro”. El Papa puntualizó que una falta para con el amor es el hecho de que “a veces no tenemos tiempo para consolar al otro, pero sí tenemos tiempo para comentar, para chismear sobre él”.

El Obispo de Roma nos muestra cómo “Jesús nos ayuda a ir a la fuente viva y que brota del amor. Tal fuente es Dios mismo, para ser amado totalmente en una comunión que nada ni nadie puede romper”. Esta comunión es frágil y hay que fortalecerla para que “no se deje esclavizar por los ídolos de este mundo”, insiste el Papa.

“Mientras haya un hermano o una hermana a la que cerremos nuestro corazón, estaremos todavía lejos del ser discípulos como Jesús nos pide”

El amor al prójimo es la manera de verificar la eficacia de nuestro camino de conversión, afirma Francisco: “Mientras haya un hermano o una hermana a la que cerremos nuestro corazón, estaremos todavía lejos del ser discípulos como Jesús nos pide. Pero su divina misericordia no nos permite desanimarnos, es más nos llama a empezar de nuevo cada día para vivir coherentemente el Evangelio”.

Al finalizar su reflexión, el Papa pidió la intercesión de María para que “nos abra el corazón para acoger el “mayor mandamiento”, el doble mandamiento del amor, que resume toda la ley de Dios y de la que depende nuestra salvación”.

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