Nuestra meta es ser testigos del que se nos ha presentado como la Bondad, la Belleza y la Verdad…
- 15 Abril 2021
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El Papa Francisco: La tarea de la Iglesia es rezar y educar a rezar
Audiencia general: “Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra o empresarios de la fe?
“La Iglesia es una gran escuela de oración”. Este ha sido el tema de la catequesis del papa Francisco este miércoles, 14 de abril de 2021.
Desde la Biblioteca del Palacio Apostólico Vaticano, el Papa citó el Evangelio de Lucas, donde Jesús hace una pregunta dramática:
“Cuando el Hijo del Hombre venga, ¿encontrará fe en la tierra?» (Lucas 18:8), o sólo encontrará organizaciones, como un grupo de «empresarios de la fe», todos bien organizados, haciendo caridad, muchas cosas…, o encontrará la fe?”.
La crisis hace crecer
La vida de una parroquia y de toda comunidad cristiana está marcada por los tiempos de la liturgia y de la oración comunitaria.
Ese don que en la infancia hemos recibido con sencillez, nos damos cuenta de que es un patrimonio grande y muy rico, y que la experiencia de la oración merece ser profundizada cada vez más (cfr ibid., 2688).
El hábito de la fe no es inmediato, se desarrolla con nosotros, también a través de momentos de crisis y resurrecciones.
El Papa subrayó que “no se puede crecer sin momentos de crisis. La crisis te hace crecer”.
Y la respiración de la fe es la oración: crecemos en la fe tanto como aprendemos a orar. Después de ciertos pasajes de la vida, nos damos cuenta de que sin la fe no hubiéramos podido lograrlo y que la oración ha sido nuestra fuerza.
No solo la oración personal, sino también la de los hermanos y de las hermanas, y de la comunidad que nos ha acompañado y sostenido. De la gente que nos conoce o a la gente que le pedimos que rece por nosotros.
Rezar y trabajar, motor del mundo
«Rezar y trabajar en comunidad lleva adelante el mundo. ¡Es un motor!», explicó el Obispo de Roma.
También por esto en la Iglesia florecen comunidades y grupos dedicados a la oración, destacó.
Así, «en la Iglesia hay monasterios, conventos, ermitas, donde viven personas consagradas a Dios y que a menudo se convierten en centros de irradiación espiritual.
Pequeños oasis en los que se comparte una oración intensa y se construye día a día la comunión fraterna», indicó.
El Maligno, nos impide rezar
Todo en la Iglesia nace en la oración, y todo crece gracias a la oración, afirma el Papa Francisco.
«Cuando el Enemigo, el Maligno, quiere combatir la Iglesia, lo hace primero tratando de secar sus fuentes, impidiéndoles rezar.
Por ejemplo, lo vemos en ciertos grupos que se ponen de acuerdo para llevar a cabo reformas eclesiales, cambios en la vida de la Iglesia… Están todas las organizaciones, están los medios de comunicación que informan a todo el mundo… Pero la oración no se ve, no se reza. «Tenemos que cambiar esto, tenemos que tomar esta decisión que es un poco fuerte…».
Es interesante la propuesta, es interesante, sólo con la discusión, sólo con los medios de comunicación, pero ¿dónde está la oración?».
La oración, puerta al Espíritu Santo
La oración – prosiguió el Papa – es lo que abre la puerta al Espíritu Santo, que es quien inspira a seguir adelante. Los cambios en la Iglesia sin oración no son cambios de la Iglesia, son cambios de grupo.
Y cuando el Enemigo -como dije- quiere combatir a la Iglesia, lo hace en primer lugar tratando de secar sus fuentes, impidiéndole rezar, y [haciendo que] haga estas otras propuestas.
Si cesa la oración, por un momento parece que todo pueda ir adelante como siempre, -por inercia-, pero poco después la Iglesia se da cuenta de haberse convertido en una cáscara vacía, de haber perdido el eje de apoyo, de no poseer más la fuente del calor y del amor.
Las mujeres y los hombres santos no tienen una vida más fácil que los otros, es más, ellos también tienen sus problemas que afrontar y, además, a menudo son objeto de oposiciones. Pero su fuerza es la oración, que sacan siempre del “pozo” inagotable de la madre Iglesia«.
La llama de la fe
El Sucesor de Pedro explicó que las personas con la oración alimentan la llama de su fe, como se hacía con el aceite de las lámparas.
«Y así van adelante caminando en la fe y en la esperanza. Los santos, que a menudo a los ojos del mundo cuentan poco, en realidad son los que lo sostienen, no con las armas del dinero y del poder, sino con las armas de la oración».
La lámpara de la verdadera fe de la Iglesia estará siempre encendida en la tierra mientras exista el aceite de la oración.
La oración pagana
Francisco indicó que la oración es ir más allá de las propias ideas. «Es lo que lleva la fe y lleva nuestra pobre, débil y pecadora vida, pero la oración la lleva con seguridad. Es una pregunta que debemos hacernos los cristianos: ¿Rezo? ¿Rezamos? ¿Cómo rezo? ¿Como los loros o rezo con el corazón? ¿Cómo rezo? ¿Rezo seguro de que estoy en la Iglesia y rezo con la Iglesia, o rezo un poco según mis ideas y dejo que mis ideas se conviertan en oración? Esto es una oración pagana,no una oración cristiana«.
Repito: podemos concluir que la lámpara de la fe estará siempre encendida en la tierra mientras exista el aceite de la oración.
La tarea de la Iglesia
Y ésta – destacó el Papa – es la tarea esencial de la Iglesia: rezar y educar a rezar.
«Transmitir de generación en generación la lámpara de la fe con el aceite de la oración. La lámpara de la fe que ilumina, que realmente arregla las cosas como son, pero que sólo puede seguir con el aceite de la oración. Si no, se apaga.
Sin la luz de esta lámpara, no podremos ver el camino para evangelizar, es más, no podríamos ver el camino para creer bien; no podremos ver los rostros de los hermanos a los que acercarse y servir; no podremos iluminar la habitación donde encontrarnos en comunidad…Sin la fe, todo cae; y sin la oración, la fe se apaga. La fe y la oración, juntas. No hay otra manera.
Por esto la Iglesia, que es casa y escuela de comunión, es casa y escuela de oración», concluyó.
Damián de Molokai, Santo
Sacerdote, 15 de abril
Apóstol de los leprosos
Martirologio Romano: En Kalawao, de la isla de Molokay, en Oceanía, San Damián de Veuster, presbítero de la Congregación de
Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, quien, entregado a la asistencia de los leprosos, terminó él mismo contagiado de esta enfermedad († 1889).
Etimológicamente: Damián = Aquel que doma su cuerpo, es de origen griego.
Fecha de canonización: 11 de Octubre de 2009 por el Papa Benedicto XVI.
Breve Biografía
El Padre Damián nació el 3 de enero de 1840, en Tremeloo, Bélgica.
De pequeño en la escuela ya gozaba haciendo como obras manuales, casitas como la de los misioneros en las selvas. Tenía ese deseo interior de ir un día a lejanas tierras a misionar.
De joven fue arrollado por una carroza, y se levantó sin ninguna herida. El médico que lo revisó exclamó: "Este muchacho tiene energías para emprender trabajos muy grandes".
Un día siendo apenas de ocho años dispuso irse con su hermanita a vivir como ermitaños en un bosque solitario, a dedicarse a la oración. El susto de la familia fue grande cuando notó su desaparición. Afortunadamente unos campesinos los encontraron por allá y los devolvieron a casa. La mamá se preguntaba: ¿qué será lo que a este niño le espera en el futuro?
De joven tuvo que trabajar muy duro en el campo para ayudar a sus padres que eran muy pobres. Esto le dio una gran fortaleza y lo hizo práctico en muchos trabajos de construcción, de albañilería y de cultivo de tierras, lo cual le iba a ser muy útil en la isla lejana donde más tarde iba a misionar.
A los 18 años lo enviaron a Bruselas (la capital) a estudiar, pero los compañeros se le burlaban por sus modos acampesinados que tenía de hablar y de comportarse. Al principio aguantó con paciencia, pero un día, cuando las burlas llegaron a extremos, agarró por los hombros a uno de los peores burladores y con él derribó a otros cuatro. Todos rieron, pero en adelante ya le tuvieron respeto y, pronto, con su amabilidad se ganó las simpatías de sus compañeros.
Religioso. A los 20 años escribió a sus padres pidiéndoles permiso para entrar de religioso en la comunidad de los sagrados Corazones. Su hermano Jorge se burlaba de él diciéndole que era mejor ganar dinero que dedicarse a ganar almas (el tal hermano perdió la fe más tarde).
Una gracia pedida y concedida. Muchas veces se arrodillaba ante la imagen del gran misionero, San Francisco Javier y le decía al santo: "Por favor alcánzame de Dios la gracia de ser un misionero, como tú". Y sucedió que a otro religioso de la comunidad le correspondía irse a misionar a las islas Hawai, pero se enfermó, y los superiores le pidieron a Damián que se fuera él de misionero. Eso era lo que más deseaba.
Su primera conquista. En 1863 zarpó hacia su lejana misión en el viaje se hizo sumamente amigo del capitán del barco, el cual le dijo: "yo nunca me confieso. soy mal católico, pero le digo que con usted si me confesaría". Damián le respondió: "Todavía no soy sacerdote pero espero un día, cuando ya sea sacerdote, tener el gusto de absolverle todos sus pecados". Años mas tarde esto se cumplirá de manera formidable.
Empieza su misión. Poco después de llegar a Honolulú, fue ordenado sacerdote y enviado a una pequeña isla de Hawai. las Primeras noches las pasó debajo de una palmera, porque no tenía casa para vivir. Casi todos los habitantes de la isla eran protestantes. Con la ayuda de unos pocos campesinos católicos construyó una capilla con techo de paja; y allí empezó a celebrar y a catequizar. Luego se dedicó con tanto cariño a todas las gentes, que los protestantes se fueron pasando casi todos al catolicismo.
Fue visitando uno a uno todos los ranchos de la isla y acabando con muchas creencias supersticiosas de esas pobres gentes y reemplazándolas por las verdaderas creencias. Llevaba medicinas y lograba la curación de numerosos enfermos. Pero había por allí unos que eran incurables: eran los leprosos.
Molokai, la isla maldita. Como en las islas Hawai había muchos leprosos, los vecinos obtuvieron del gobierno que a todo enfermo de lepra lo desterraran a la isla de Molokai. Esta isla se convirtió en un infierno de dolor sin esperanza. Los pobres enfermos, perseguidos en cacerías humanas, eran olvidados allí y dejados sin auxilios ni ayudas. Para olvidar sus penas se dedicaban los hombres al alcoholismo y los vicios y las mujeres a toda clase de supersticiones.
Enterrado vivo. Al saber estas noticias el Padre Damián le pidió al Sr. Obispo que le permitiera irse a vivir con los leprosos de Molokai. Al Monseñor le parecía casi increíble esta petición, pero le concedió el permiso, y allá se fue.
En 1873 llego a la isla de los leprosos. Antes de partir había dicho : "Sé que voy a un perpetuo destierro, y que tarde o temprano me contagiaré de la lepra. Pero ningún sacrificio es demasiado grande si se hace por Cristo".
Los leprosos lo recibieron con inmensa alegría. La primera noche tuvo que dormir también debajo de una palmera, porque no había habitación preparada para él. Luego se dedicó a visitar a los enfermos. Morían muchos y los demás se hallaban desesperados.
Trabajo y distracción. El Padre Damián empezó a crear fuentes de trabajo para que los leprosos estuvieran distraídos. Luego organizó una banda de música. Fue recogiendo a los enfermos mas abandonados, y él mismo los atendía como abnegado enfermero. Enseñaba reglas de higiene y poco a poco transformó la isla convirtiéndola en un sitio agradable para vivir.
Pidiendo al extranjero. Empezó a escribir al extranjero, especialmente a Alemania, y de allá le llegaban buenos donativos. Varios barcos desembarcaban alimentos en las costas, los cuales el misionero repartía de manera equitativa. Y también le enviaban medicinas, y dinero para ayudar a los más pobres. Hasta los protestantes se conmovían con sus cartas y le enviaban donativos para sus leprosos.
Confesión a larga distancia. Pero como la gente creía que la lepra era contagiosa, el gobierno prohibió al Padre Damián salir de la isla y tratar con los que pasaban por allí en los barcos. Y el sacerdote llevaba años sin poder confesarse. Entonces un día, al acercarse un barco que llevaba provisiones para los leprosos, el santo sacerdote se subió a una lancha y casi pegado al barco pidió a un sacerdote que allí viajaba, que lo confesara. Y a grito entero hizo desde allí su única y última confesión, y recibió la absolución de sus faltas.
Haciendo de todo. Como esas gentes no tenían casi dedos, ni manos, el Padre Damián les hacía él mismo el ataúd a los muertos, les cavaba la sepultura y fabricaba luego como un buen carpintero la cruz para sus tumbas. Preparaba sanas diversiones para alejar el aburrimiento, y cuando llegaban los huracanes y destruían los pobres ranchos, él en persona iba a ayudar a reconstruirlos.
Leproso para siempre. El santo para no demostrar desprecio a sus queridos leprosos, aceptaba fumar en la pipa que ellos habían usado. Los saludaba dándoles la mano. Compartía con ellos en todas las acciones del día. Y sucedió lo que tenía que suceder: que se contagió de la lepra. Y vino a saberlo de manera inesperada.
La señal fatal. Un día metió el pie en un una vasija que tenía agua sumamente caliente, y él no sintió nada. Entonces se dió cuenta de que estaba leproso. Enseguida se arrodilló ante un crucifijo y exclamó: "Señor. por amor a Ti y por la salvación de estos hijos tuyos, acepté esta terrible realidad. La enfermedad me ira carcomiendo el cuerpo, pero me alegra el pensar que cada día en que me encuentre más enfermo en la tierra, estaré más cerca de Ti para el cielo".
La enfermedad se fue extendiendo prontamente por su cuerpo. Los enfermos comentaban: "Qué elegante era el Padre Damián cuando llegó a vivir con nosotros, y que deforme lo ha puesto la enfermedad". Pero él añadía: "No importa que el cuerpo se vaya volviendo deforme y feo, si el alma se va volviendo hermosa y agradable a Dios".
Sorpresa final. Poco antes de que el gran sacerdote muriera, llegó a Molokai un barco. Era el del capitán que lo había traído cuando llegó de misionero. En aquél viaje le había dicho que con el único sacerdote con el cual se confesaría sería con él. Y ahora, el capitán venía expresamente a confesarse con el Padre Damián. Desde entonces la vida de este hombre de mar cambió y mejoró notablemente. También un hombre que había escrito calumniando al santo sacerdote llegó a pedirle perdón y se convirtió al catolicismo.
Y el 15 de abril de 1889 "el leproso voluntario", el Apóstol de los Leprosos, voló al cielo a recibir el premio tan merecido por su admirable caridad.
En 1994 el Papa Juan Pablo II, después de haber comprobado milagros obtenidos por la intercesión de este gran misionero, lo declaró beato, y patrono de los que trabajan entre los enfermos de lepra.
Santo Evangelio según san Juan 3, 31-36. Jueves II de Pascua
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor Jesús, vengo a encontrarme contigo al inicio del día, para escuchar lo que quieres de mí. Enséñame a creerte y a seguirte para experimentar tu Palabra que salva.
Haz que este momento se convierta en un verdadero encuentro que me anime a hacer lo que debo hacer, andar hacia donde Tú me llamas y así, logre cumplir tu voluntad.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 3, 31-36
«El que viene de lo alto está por encima de todos; pero el que viene de la tierra pertenece a la tierra y habla de las cosas de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. Da testimonio de lo que ha visto y oído, pero nadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz. Aquel a quien Dios envió habla las palabras de Dios, porque Dios le ha concedido sin medida su Espíritu.
El Padre ama a su Hijo y todo lo ha puesto en sus manos. El que cree en el Hijo tiene vida eterna. Pero el que es rebelde al Hijo no verá la vida, porque la cólera divina perdura en contra de él».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Más de alguna vez en la historia de la humanidad, el hombre encontró dificultades al querer conocer, alcanzar o entender a Dios. ¿Quién de nosotros no ha sentido, de alguna u otra forma, esta incapacidad?
Por eso, cada vez que leemos el Evangelio es volvernos poner en presencia del que ha venido de lo alto como testigo de la luz, como testigo de lo que la inteligencia y la voluntad del hombre nunca hubiesen podido comprender. Ha entrado, en la vida de cada uno de nosotros, el Testigo del Amor puro, a fin de que nosotros podamos imitar este acto de donación.
Gracias a este hecho, ahora podemos hablar el lenguaje del cielo y pensar según los criterios que echan sus raíces en un plano sobrenatural. El arte del servicio, de la fidelidad y de la entrega incondicional sin recibir nada a cambio sólo se vive con una mentalidad sobrenatural.
Nuestra meta es ser testigos del que se nos ha presentado como la Bondad, la Belleza y la Verdad…
«Cada uno de vosotros, con vuestras limitaciones y fragilidades, podrá ser testigo de Cristo allá donde vive, en la familia, en la parroquia, en las asociaciones y en los grupos, en los ambientes de estudio, de trabajo, de servicio, de ocio, donde quiera que la providencia os guie en vuestro camino». (Homilía de S.S. Francisco, 31 de julio de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy daré testimonio de la Bondad, de la Belleza, de la Verdad en mi vida ordinaria.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿Qué debo hacer para ganarme el Cielo?
Jesús nos invita a ser santos, a alcanzar el Cielo, pero ¿qué debemos hacer para lograrlo?
Sería fantástico que todos le hiciéramos al Señor aquella pregunta que un día un joven le planteara: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?" (Mc. 10, 17; Mt. 19, 16) ¿cómo me puedo ganar mi entrada al Cielo?
Dejemos que sean las Escrituras las que nos muestren lo que debemos hacer.
1.- CUMPLIR LOS MANDAMIENTOS
A aquel joven Nuestro Señor Jesucristo le respondió así: "Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre" (Mc. 10, 19; Mt. 19, 18)... porque "El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre" (Jn. 14, 21)
San Pablo nos recuerda el camino a seguir:
"Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios.
En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley.
Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias" (Gal. 5, 19-24)
Y lo acentúa:
"El que siembre en su carne, de la carne cosechará corrupción; el que siembre en el espíritu, del espíritu cosechará vida eterna" (Gal. 6, 8)
2.- CREER, PERSEVERAR HASTA EL FINAL Y OBRAR EN CONCORDANCIA A LA FE
Ante esto surge una escusa en mi mente: las tentaciones son muchas, y soy débil, ¿cómo podré lograr semejante hazaña?, ¿acaso no está escrito que "el adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar" (1 Pe. 5, 8)?... sí, eso es verdad, pero también está escrito que no sufriremos "tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito (1 Cor. 10, 13)" y aunque parezca que el león nos va a devorar, si acudimos a Él buscando su auxilio, saldremos victoriosos porque
"Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros?" (Rom. 8, 31)
Pero, entonces, ¿no vasta con creer?, ¿no dijo Nuestro Señor a Nicodemo "el que cree en el Hijo tiene vida eterna" (Jn. 3, 36)?, sí, es verdad, lo dijo, y esto no contradice lo anterior, porque quien cree en alguien sigue todo lo que él ha enseñado, por lo tanto quien cree en Cristo Jesús sigue fielmente todas sus enseñanzas (aunque no seamos capaces de entenderlas completamente), no tan sólo las que nos sean más cómodas y fáciles, sino principalmente aquellas que nos cuesta más por nuestra propia debilidad, porque es en esa batalla, "la buena batalla", la que nos permitirá decir al final "he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe" (2 Tim. 4, 7), no me he "cansado de hacer el bien" (2 Tes. 3, 13), tendiendo siempre presente que sólo
"Aquel que persevere hasta el final se salvará" (Mt. 10, 22).
Parte de los frutos de esa batalla son nuestras obras, obras que si son realizadas por amor a Dios no serán olvidadas por Él (Heb. 6, 10), y nos dará como recompensa la deseada vida eterna (Rom. 2, 6-7) y en el día del juicio nos dirá:
"Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver" (Mt. 25, 34)
Probaron vuestra fe gracias a vuestras obras (Sant. 2, 18).
3.- LA EUCARISTÍA
Finalmente, no me puedo olvidar de mencionar otro requisito para lograr el cielo, último en este escrito, pero no el menos importante, veamos que nos dice el Señor:
"En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.
Discutían entre sí los judíos y decían: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí.
Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre". (Jn. 6, 47-58)
Jesús mismo nos indica, en la noche que fue entregado, como podemos comer su carne y beber su sangre, dones que nos darán la vida eterna, ya que "Tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío. Asimismo tomó también la copa después de cenar diciendo: Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre" (1 Cor. 11, 23-25; Mc. 14. 22-25; Lc. 22. 19-20; Mt. 26, 26-27)
Eso sí, no podemos olvidar que el comer el cuerpo y beber la sangre de Nuestro Señor es algo muy serio, y que si lo hacemos inadecuadamente, sin el debido discernimiento (1 Cor. 11, 27-29) estaríamos negándonos la posibilidad de recibir aquella vida eterna prometida y en su lugar recibiríamos el más temido de los castigos.
Estos pasos no son los únicos, pero si los principales, iniciemos con ellos, y en nuestro peregrinar hacia el cielo anhelado Dios nos irá permitiendo descubrir aquello que aquí falte, pero sin olvidar nunca que las puertas del Cielo están abiertas gracias al infinito amor de Jesús por cada uno de nosotros, amor que nos probó en la cruz (Rom. 5, 8), sin esa entrega total y amorosa ninguno de nuestros actos lograrían los méritos necesarios para ingresar al cielo.
Jesús y los niños
Jesús siente una gran predilección por los niños, y los pone como ejemplo de inocencia
¿Quién no recuerda los años de la infancia? En general, fueron años vividos en la alegría e inocencia. Es bueno adentrarnos en los Evangelios para ver cómo se comportaba Jesús con los niños. Viviendo en una época que ponía la perfección en la ancianidad y despreciaba la infancia, Jesús era un apasionado de los niños, se atrevió a poner a los pequeños como modelos. Él que no quiso tener hijos de la carne, disponía de infinitos ríos de ternura interior; y repartió su amor simultáneamente entre los pecadores y los niños [1].
Jesús siente una gran predilección por los niños, y los pone como ejemplo de inocencia, sencillez y pureza de alma. Es más, Él mismo se identifica con ellos al decir que quien reciba a uno de este pequeños a Él recibe. Para entrar en el cielo hay que hacerse como niño.
Los niños eran en ese tiempo “tolerados” por la simple esperanza de que llegarían a mayores. No eran contados como personas. Su presencia nada significaba en las sinagogas, ni en parte alguna. Parecía que el llegar a viejo era la cima de los méritos. Conversar con un niño era tirar y desperdiciar las palabras. Cuando veamos a los apóstoles apartando de su Maestro a los críos entenderemos que no hacían sino lo que hubiera hecho cualquier otro judío de la época.
Pero Jesús, una vez más, rompería con su época. Donde prevalecía la astucia, entronizaría la sencillez; donde mandaba la fuerza, ensalzaría la debilidad; en un mundo de viejos, pediría a los suyos que volvieran a ser niños.
1. Postura de Jesús frente a los niños
Jesús conoce a los niños: Sabe cuáles son sus juegos y sus gracias. Y habla de ellos con alegría. En Mateo 11, 16 nos cuenta la parábola de los chiquillos que tocan la flauta a sus amigos y que juegan a imaginarios llantos. En cada pupila de los niños vería su propio rostro y su propia alma. Jesús conoce la ilusión de los niños de correr, hacer sanas travesuras, gritar.
Jesús valora a los niños: Dice que de la boca de los niños sale la alabanza que agrada a Dios (cf. Mt 21, 16). Los pone como modelos de pureza e inocencia. Son ellos, los niños, los que saben, los inteligentes, porque es a ellos a quienes Dios ha entregado su palabra y lo profundo de sus misterios (cf. Mt 11, 25). ¡Cuántos niños nos sorprenden con sus preguntas y respuestas! Un niño vale no porque sea lindo o feo, rico o pobre, listo o menos dotado. Vale por el tesoro de gracia e inocencia que porta dentro de su alma.
Jesús les quiere: Sólo dos veces encontraremos en los Evangelios la palabra “caricias” aplicada a Jesús. Y las dos veces serán caricias dirigidas a los niños (cf. Mc 9, 35-36; Mt 18, 1-5). Les abrazaba, dice uno de los evangelistas, describiendo una efusión que nunca vimos en Jesús ni referida a su madre siquiera. Será una caricia limpia, sin dobles intenciones. Será un abrazo lleno de ternura divina. Al abrazar a un niño, Jesús abrazaba lo mejor de la humanidad.
Jesús se preocupa por ellos: Reprende a quienes les mirasen con desprecio (cf Mt 18, 10); señala, sobre todo, los más duros castigos para quien escandalizare a un niño (cf. Mt 18, 6). Y hasta nos ofrece una misteriosa razón de esta especial preocupación de Dios por ellos: “Porque sus ángeles ven de continuo en el cielo la faz de mi Padre que está en los cielos” (Mt 18, 10). Como que los ángeles custodios de los niños están en primera fila en el cielo, recreándole y contándole a Dios las travesuras de esos niños, a ellos encomendados.
Jesús los cura: Cura a esa niña de doce años (cf. Mc 5, 39), a quien llama con dulzura Talitha, es decir, “niña mía”; y la aprieta contra su corazón. Detrás de esta niña se encuentra toda niña de ayer, de hoy y de siempre. Y pide a sus padres que le den de comer. Sí, comida abundante, no sólo para su cuerpo, sino también para su alma.
Cura a la hija endemoniada de una mujer pagana (cf. Mt 15, 21-28). Pagana porque no creía en el Dios verdadero; creía en Baal, el dios engañador, el dios cruel, el dios fornicario, el dios vengativo. Baal es el símbolo del demonio, y los baales equivale a decir, demonios. Pues uno de esos demonios poseía el cuerpecito de esta niña pagana. La fe y la humildad de la madre arrancaron el milagro de Jesús.
Cura al hijo único de una viuda (cf. Lc 7, 11-15). Esta viuda no le pide nada a Jesús, ni por su hijo adolescente ni por ella. Era tan grande su pena y tantas sus lágrimas que no se entera de nada de lo que le rodea. Fue Jesús quien se fijó en el tamaño de la cruz que llevaba aquella mujer. “Joven, a ti te lo digo: levántate”. Levántate y crece, por dentro y por fuera.
Cura al hijo de un oficial real (cf. Jn 4, 46-54). El padre creyó en la palabra de Jesús. Y con la curación creyó también toda su familia. ¿Qué tienen los niños que arrancan de Jesús el milagro?
¿Cómo respondían los niños a Jesús? Los niños, por su parte, quieren a Jesús, también. Corrían hacia Él. Y es misterioso que este Jesús, un tanto frío y adusto ante los lazos familiares, al que encontramos un tanto tenso ante sus apóstoles, sea tan querido por los niños. Los niños tienen un sexto sentido, y jamás correrían hacia alguien en quien no percibieran esa misteriosa electricidad que es el amor.
2. La llamada de Jesús a la infancia espiritual
Jesús no sólo ama a los niños, sino que les presenta como parte suya, como otros Él mismo: “El que por Mí recibiere a un niño como éste, a Mí me recibe” (Mt 18, 5). Esta frase se ahonda más con otra: “Quien recibe a uno de estos pequeños en mi nombre, a Mí me recibe, y quien me recibe a mí, no es a mí a quien recibe, sino al que me ha enviado” (Mc 9, 37).
Hay en Jesús como una eterna infancia, porque vive en permanente pureza, limpieza de alma, ausencia de ambición y egoísmo. Estas son las cosas que van manchando mi infancia espiritual. Por eso, Jesús se atreverá a pedir a todos el supremo disparate de permanecer fieles a su infancia, de seguir siendo niños, de volver a ser como niños (cf. Mt 18, 2-5).
¿Qué le pedía a Nicodemo? Renacer del agua y del Espíritu (Jn 3, 3). ¿Qué condición les puso a los apóstoles para entrar en el cielo?
Hacerse como niños.
La infancia que Jesús propone no es el infantilismo, que es sinónimo de inmadurez, egoísmo, capricho. Es, más bien, la reconquista de la inocencia, de la limpieza interior, de la mirada limpia de las cosas y de las personas, de esa sonrisa sincera y cristalina, de ese compartir generosamente mis cosas y mi tiempo. Infancia significa sencillez espiritual, ese no complicarme, no ser retorcido, no buscar segundas intenciones. Infancia espiritual significa confianza ilimitada en Dios, mi Padre, fe serena y amor sin límites. Infancia espiritual es no dejar envejecer el corazón, conservarlo joven, tierno, dulce y amable. Infancia espiritual es no pedir cuentas ni garantías a Dios.
Ahora bien, la infancia espiritual no significa ignorancia de las cosas, sino el saber esas cosas, el mirarlas, el pensarlas, el juzgarlas como Dios lo haría. La tergiversación de las cosas, la manipulación de las cosas, los prejuicios y las reservas, ya traen consigo la malicia de quien se cree inteligente y aprovechado. Y esta malicia da muerte a la infancia espiritual.
La infancia espiritual no significa vivir sin cruz, de espaldas a la cruz; no significa escoger el lado dulzón de la vida, ni tampoco escondernos y vendar nuestros ojos para que no veamos el mal que pulula en nuestro mundo. No. La infancia espiritual, lo comprendió muy bien santa Teresita del Niño Jesús, supone ver mucho más profundo los males y tratar de solucionarlos con la oración y el sacrificio. Y ante la cruz, poner un rostro sereno, confiado e incluso sonriente. Casi nadie de sus hermanas del Carmelo se daba cuenta de lo mucho que sufría santa Teresita. Ella vivía abandonada en las manos de su Padre Dios. Y eso le bastaba.
Cuatro son las características de la infancia espiritual: apertura de espíritu, sencillez, primacía del amor y sentimiento filial de la vida. Apertura, no cerrazón. Sencillez, no soberbia. Primacía del amor, no de la cabeza. Sentimiento filial, no miedo ni desconfianza.
¿No será el purgatorio probablemente la gran tarea de los ángeles de quitarnos emplastos, capas, láminas que hemos ido acumulando durante la vida...para que vuelva de nuevo a emerger de nosotros ese niño que tenemos dentro y que Dios nos dio el día de nuestro bautismo?
CONCLUSIÓN
Gran tarea: hacernos como niños. Requiere mucha dosis de humildad, de sencillez. Dios nos dice que debemos pasar por la puerta estrecha, si queremos entrar en el cielo. En el Reino de Dios sólo habrá niños, niños de cuerpo y de alma, pero niños, únicamente niños. Dios, cuando se hizo hombre, empezó por hacerse lo mejor de los hombres: un niño como todos. Podía, naturalmente, haberse encarnado siendo ya un adulto, no haber “perdido el tiempo” siendo sólo un chiquillo...Pero quiso empezar siendo un bebé. Lo mejor de este mundo, ¡vaya que lo sabía Dios!, son los niños. Ellos son nuestro tesoro, la perla que aún puede salvarnos, la sal que hace que el universo resulte soportable. Por eso dice Martín Descalzo que si Dios hubiera hecho la humanidad solamente de adultos, hace siglos que estaría podrida. Por eso la va renovando con oleadas de niños, generaciones de infantes que hacen que aún parezca fresca y recién hecha. Los niños huelen todavía a manos de Dios creador. Por eso huelen a pureza, a limpieza, a esperanza, a alegría. ¡No maniatemos a ese niño que llevamos dentro con nuestras importancias, no lo envenenemos con nuestras ambiciones! Por la pequeña puerta de la infancia se llega hasta el mismo corazón del gran Dios.
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[1] Así lo expresaba Papini, con cruel paradoja: “Jesús, a quien nadie llamó padre, sintióse especialmente atraído por los niños y los pecadores. La inocencia y la caída eran, para él, prendas de salvación: la inocencia, porque no ha menester limpieza alguna; la abyección, porque siente más agudamente la necesidad de limpiarse. La gente de en medio está más en peligro: está medio corrompida y medio intacta; los hombres que están infectos por dentro y quieren parecer cándidos y justos; los que han perdido en la niñez la limpieza nativa y no son capaces de sentir el hedor de la putrefacción interna”.
¿Dios o el arte? ¿O Dios y el arte?
He aquí una vez más el dilema definitivo con el que se enfrentarán, antes o después, el artista, el intérprete y el público: con Dios o a espaldas de Dios
La cuestión de siempre se plantea de nuevo: ¿arte solidario o solitario?, ¿Yavé o los ídolos?, ¿Dios o los dioses? Nos encontramos ante una de las ultimísimas cuestiones sobre el arte y la belleza, que no podemos obviar pues, de esta elección, depende todo, en definitiva. Sin embargo, advertimos ya de antemano que el cristianismo no propone soluciones extremas, sino que pretende unir y conciliar. Acepta todo lo bueno, bello y noble como venido de la mano de Dios. Su lógica no será la del aut aut, sino la del et et: decididamente, Dios y el arte (al igual que hemos propuesto antes arte y vida, ética y estética o arte y naturaleza).
Arte y cristianismo
Pero se podría objetar ahora: ¿por qué un Dios cristiano?, ¿no sería mejor acudir a lo que se dice sobre el arte y la belleza en otras religiones: el islamismo o el budismo, por poner un ejemplo? Podría hacerse también de este modo. Sin embargo, el motivo por el que acudimos a la religión cristiana es de orden práctico: es en este ámbito religioso donde se ha dado un mayor desarrollo del arte y un mejor aprecio hacia la belleza. Basta mirar el románico o el gótico; escuchar la música de Palestrina, Bach o Mozart; contemplar los cuadros de El Bosco, Van Dyck o Caravaggio; o leer a Cervantes, Manzoni o Dostoievski, por poner algún ejemplo. En definitiva, basta con apreciar el arte hecho por tantos cristianos en todas las artes y en casi todas las épocas.
La historia del arte ha tenido numerosos encuentros con el cristianismo, gran parte de ellos realizados con notable acierto. La fe ha sabido aliarse con el arte y encarnarse en la materia. La Iglesia primitiva acudió a las palabras y símbolos de aquel entonces para transmitir el Evangelio, creó la belleza de los himnos y decoró con profusión catacumbas y basílicas. Alguien intentó afirmar que no era bueno representar con materia a un Dios espiritual, y fue declarado hereje e iconoclasta. La Iglesia prefería seguir sirviéndose de los sonidos y las imágenes, de las palabras y la materia para transmitir la verdad que Dios había dado a conocer al mundo.
En la Edad Media, la oración se hace también música y surge entonces el canto gregoriano. La fe, el arte y la geometría construirán juntas una larga serie de catedrales por toda Europa, cuya perfección podemos admirar todavía ahora. Dante escribe en verso toda la doctrina cristiana en su Divina Comedia, y el arte sirve entre otras cosas para la gloria y el honor de Dios. En el Renacimiento y al menos en parte del Barroco este proceso alcanzará sus más altas cumbres, considerando la belleza física como un buen medio para alabar a Dios y difundir la doctrina cristiana. Praga, Roma, Toledo, Budapest, Venecia, Cracovia y tantas otras ciudades europeas y americanas están llenas de buenos ejemplos. La Iglesia seguía colaborando con el arte.
Sin embargo, según dicen los entendidos, esta santa alianza entre arte y cristianismo se irá debilitando poco a poco, sobre todo en dos frentes. El primero y más evidente será el arte sacro, que poco a poco irá perdiendo la calidad y el esplendor que se apreciaba en otras épocas. Después, los mismos artistas irán dejando por lo menos en algunos casos de ser cristianos, y esto influirá en todos los ámbitos de la actividad artística. El arte, como tantas otras realidades humanas, se ha descristianizado en gran parte.
Pero esto no debe llevar a los cristianos a la desesperanza. El mismo Juan Pablo II, avalado por su experiencia de poeta, actor y escritor de teatro, lanza un reto en su Carta a los artistas (1999) de cara al tercer milenio: «os toca a vosotros, hombres y mujeres que habéis entregado vuestra vida al arte, decir con la riqueza de vuestra genialidad que, en Cristo, el mundo ha sido redimido, redimido el cuerpo humano, redimida la creación entera». El artista puede colaborar con toda la Trinidad: continúa la Creación del Padre, redime a través de su arte con el Hijo, recibe y transmite las inspiraciones del Espíritu Santo. «La belleza salvará el mundo», concluye el Papa citando a Dostoievski. Es un buen reto para el futuro [Puede consultarse la mencionada Carta a los artistas (4 4 1999) de JUAN PABLO II, especialmente los nn. 6 12 y 14; la cita es de este último número. La novela citada de F. DOSTOIEVSKI es El idiota (III, 5). También es muy interesante la monumental obra de J. PLAzAOLA, Historia y sentido del arte cristiano, BAC, Madrid 1996].
Dios, arte, belleza
Pero «¿qué belleza salvará el mundo?», se preguntaba después un personaje ateo de esta novela. Antes de responder a esta pregunta, nos plantearemos otras más básicas: ¿qué verdades propone el cristianismo al arte?, ¿qué nos dice sobre la belleza? El mensaje cristiano contiene una información confidencial sobre todas esas realidades que sería imposible de alcanzar de otro modo, es decir, contando únicamente con las luces de la inteligencia o de la imaginación. Esta información confidencial la fe- nos habla de esos secretos de Dios desvelados a los hombres que, sin embargo, no irán en contra en ningún momento de lo que dicta el sentido común. Por tanto, la fe nos podrá dar también alguna luz acerca de lo que suponen el arte y la belleza en la vida de las personas. Será, pues, esta una estética con doble luz la de la inteligencia y la de la fe- una estética «mundana», humana y cristiana a la vez.
Por ejemplo, hemos hablado ya algo sobre la idea de Creación en el cristianismo, pero también podemos ver cuál será el influjo del concepto de Encarnación en los conceptos de arte y belleza. El hecho de que el Hijo de Dios asuma la carne humana, trabaje con unas manos como las nuestras y hable con nuestras palabras, revolucionará toda la vida humana y, por supuesto, también el arte. Es algo que nunca podría haber imaginado ningún artista o filósofo. En primer lugar, porque la materia creada por el mismo Dios será redimida y elevada también por Jesucristo, al asumirla en su persona. Por eso, un autor contemporáneo ha hablado del «materialismo cristiano» [J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Conversaciones (1968), decimosexta edición, Rialp, Madrid 1988, n. 115.]. Jesús dignifica además el trabajo manual al hacerse artesano, y no estaría de más pensar que haría bien su trabajo, que lo acabaría con perfección y belleza. Bene omnia fecit: «todo lo hizo bien», resume Marcos hablando de su vida (7,37); ¿no sería lógico pensar que también hizo todo con belleza: pulchriter omnia fecit?
Por ejemplo, se ha discutido sobre cómo sería la presencia física de Jesucristo. Algunos, para subrayar la belleza y sublimidad de la doctrina que predicó, afirmaban que «su rostro no era hermoso». Otros, por el contrario, sostienen que Él es el más perfecto entre los hombres y que, por tanto, poseería también belleza física; de hecho, los salmos lo definen como «el más hermoso entre los hijos de los hombres» (44, 3). Las multitudes y los niños se sentían atraídos por el Maestro. Podemos verle caminar por los campos y ciudades de Judea y Galilea con elegancia y buen porte. Jesús tampoco dudó en hacer uso de la poesía y las palabras de los hebreos de aquella época. No despreció nada humano y noble.
Sin embargo, también Jesucristo nos da a entender que no es esta la belleza más importante y duradera. Por eso, en la Pasión pierde toda esa belleza externa hasta el punto de que «no hay en Él parecer ni hermosura que atraiga las miradas ni belleza que agrade» (Is 53, 2). Según Lucas, Jesús habla de su Pasión antes de la Transfiguración: la manifestación de la belleza divina de Cristo viene precedida del anuncio de que va a perder toda su belleza física (9, 22 ss.).
Cuando los griegos tenaces buscadores de la belleza- van a escuchar a Cristo, Él les habla de cómo el grano de trigo ha de morir para ser fecundo, para poder tener una hermosa descendencia (Jn 21, 12 ss.). Nos está hablando, pues, de una belleza que nunca se marchita. El cristianismo habla de la dignidad de la materia y, sobre todo, de nuestro cuerpo, pues con él resucitaremos. Sin embargo, no nos podemos quedar en las bellezas de este mundo, sino que hemos de aspirar a otras mejores y más duraderas. En algunos países latinoamericanos dicen «hermoso como un cristo»: han entendido esta profunda realidad. Es esta la belleza que salvará el mundo.
También un cuento popular nos habla de la belleza de la cruz (que nada tiene que ver con el masoquismo: no es esta repetimos un placer o una belleza física que se pueda captar por los sentidos). Dice algo así: el petirrojo era un pájaro gris y vulgar, tan solo adornado con unas plumas descoloridas en sus alas y en su pecho. Un día, Papá Petirrojo se dirigía de vuelta al nido, con una miga de pan en el pico cuando, de repente, oyó un gran tumulto. Se volvió y vio a unos hombres enloquecidos que gritaban a un pobre reo de muerte. Se acercó a observar por curiosidad, y pudo apreciar en la mirada del preso perdón y súplica. A pesar de ser un pájaro, se quedó conmovido.
Ahora clavaban a ese hombre, entre las babas y los insultos de la concurrencia. El condenado a muerte dejaba hacer, mientras seguía con esa extraña mirada de perdón. Lo alzan en la cruz y comienza una lenta agonía por asfixia. El petirrojo se acercó más al reo sin saber qué hacer exactamente.
Sácame una espina escuchó de repente.
El pájaro no salía de su asombro, pues podía entender a aquel humano.
Sácame una espina repitió.
No sabía qué hacer. Se quedó quieto, miró alrededor y, al final, se decidió: soltó la miga de pan que llevaba en el pico, agarró una de las espinas con todas sus fuerzas y, con gran peligro de su vida, se la arrancó. Salió despedido por los aires y perdió el control; hizo lo que pudo: un picado y un tirabuzón y, por fin, remontó el vuelo. Soltó la espina y llegó al nido sin comida. Esto le contrarió en gran manera a Mamá Petirrojo.
Además, mira cómo te has puesto: ¡vas todo lleno de sangre!
Era verdad: en el pecho llevaba una inmensa mancha de sangre de reo. Fue volando al arroyo y allí intentó quitársela. Nada; no se iba. Volvió a intentarlo una y otra vez hasta quedar totalmente empapado. Imposible: aquella hermosa mancha roja persistía. Y así quedó el petirrojo, y con esa mancha nacieron sus hijos. Desde entonces, según cuenta la leyenda, todos los petirrojos lucen un bonito pecho colorado.
Gloria
Como se ve, en la presente teoría caben el placer, el dolor y la gloria. Estética, ascética y mística pueden darse juntas, y no será difícil pasar de la experiencia estética a la mística y a la oración, o descubrir la belleza en el dolor: en ese dolor resucitado y convertido en belleza. Es esta la belleza que salvará el mundo, decíamos, en la que cabe tanto el placer como el dolor. Pero no olvidemos que, después de la cruz, viene la resurrección, y la belleza conquistada a partir de entonces será eterna.
Jesucristo es la belleza muerta y resucitada. La luz del domingo por la mañana ilumina el terrible misterio de la cruz. El ángel que se apareció a los guardias tenía aspecto de «relámpago», «sus vestidos eran blancos como la nieve» (Mt 28, 2). Cristo emanará una luz todavía mayor: «Y la ciudad no necesitaba sol ni luna, pues la iluminaba la claridad de Dios, y su lumbrera era el Cordero» (Ap 21, 23). Es la belleza de la resurrección, la luz y el esplendor de la gloria.
También el Espíritu Santo tendrá que ver con la belleza, y no sólo porque las tres Personas de la Trinidad sean la Belleza suma. La tradición cristiana siempre ha afirmado que su presencia en nuestras almas las embellece de un modo inefable, indecible, como si de una transfiguración se tratara. La gracia es una luz que traspasa el alma y la transfigura, dándole una hermosura que jamás podría haber tenido por sí misma: una belleza que sólo puede dar Dios. Es la belleza de los santos y de sus vidas. Por el contrario, el pecado presentaría todo un mundo de fealdad y caos: «más feo que un pecado», decía mi abuela con su alta teología del pueblo.
Así, por ejemplo, la Virgen María ha sido definida de igual modo como la tota pulchra, la totalmente hermosa. Esta criatura humana tan especial ha sido también propuesta como modelo de belleza, no sólo física como se puede advertir en tantas representaciones artísticas de todas las épocas , sino sobre todo espiritual. Es un modelo de belleza femenina mucho mayor que la de todas las dianas y venus posibles. María es la obra maestra de la Creación.
«Hermoso como un ángel», dice el sentir popular. Es cierto que Lucifer era el más bello, y que después abandonó a Dios. La belleza luciferina puede ser arrebatadora. Pero también es indudable que ángeles y arcángeles, querubines y serafines, tronos y dominaciones con su belleza inmaterial constituirán en el cielo todo un espectáculo de luz y música (en la Escritura se habla también de ángeles músicos y cantores), que superarán en belleza al ex principal de los ángeles.
También las vidas de los santos nos atraen igualmente por la belleza que desprenden, y por la luz que Dios ha puesto en sus vidas. Los coros celestiales integrados por ángeles y santos cantarán «divinamente», «como los ángeles», todos a una. Aquello será la gloria, en todo su esplendor.
El cielo cristiano constituirá de este modo todo un espectáculo de belleza; y habrá en aquel momento «un nuevo cielo y una tierra nueva» infinitamente más hermosos que los de este mundo (Ap 21, 1). Nuestros cuerpos gloriosos y resucitados tras la muerte alcanzarán entonces una belleza muy superior a la que hemos tenido en vida. Por si fuera poco y a pesar de ser inimaginable, contemplaremos la mayor beldad posible: veremos a Dios, la Suma Belleza, cara a cara, por toda la eternidad. Por eso, los cristianos estamos llamados a la belleza, a la Belleza más total y absoluta.
Un enamorado de la vida que entendió esto hasta sus últimas consecuencias fue Agustín de Hipona. Artista y poeta convertido al cristianismo, se remontó de las palabras a la Palabra, y de las bellezas efímeras a la Belleza eterna. Este hallazgo le hizo escribir al final de su vida: «¡Tarde te he amado, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te he amado!». Por fin encontró esa anhelada belleza total. Más vale tarde que nunca. Nunca es tarde si la dicha es buena.
[La cita de AGUSTÍN DE HIPONA es de las Confesiones 10, 27, 38. También se puede ver: JUAN PABLO II, Carta a los artistas, nn, 1, 5, 10 y 14-15; H. U. VON BALTHASAR, Gloria: una estética teológica, siete tomos, Encuentro, Madrid 1985-1998; R. HARRIES, El arte y la belleza de Dios (1993), PPC, Madrid 1995; A. Ruiz RETEGUI, Pulchrum. Reflexiones sobre la belleza desde la antropología cristiana, Rialp, Madrid 1998, pp. 73-99; C. M. MARTINI, ¿Qué belleza salvará el mundo?, Verbo Divino, Estella 2000.]
PRECES
Al Padre, que ama al Hijo y lo ha puesto todo en su mano, le pedimos:
R/MSeñor, haznos testigos de tu amor.
Para que los cristianos no nos dejemos llevar por los respetos humanos,
– y sepamos dar razón de nuestra esperanza ante el mundo.MR/
Para que los que se acercan a la Iglesia encuentren acogida,
– y abran su corazón para recibir el anuncio del evangelio.MR/
Para que la avidez de riquezas no embote nuestro corazón,
– y sepamos compartir lo que tenemos con los más necesitados.MR/
Para que a lo largo de este día seamos portadores de alegría,
– y afrontemos las dificultades con la confianza puesta en Jesús resucitado.MR/
Intenciones libres
Padre nuestro…
ORACIÓN
Oh, Dios, que estableciste el sacrificio pascual para la salvación del mundo, sé propicio a las súplicas de tu pueblo, para que Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote que intercede en favor nuestro, nos reconcilie por aquello que le asemeja a nosotros y nos absuelva en virtud de su igualdad contigo. Por nuestro Señor Jesucristo.