El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed

Inés de Montepulciano, Santa

Virgen, 20 de abril
 
Martirologio Romano: En Montepulciano, en la Toscana, Italia, santa Inés, virgen, que vistió el hábito de las vírgenes a los nueve años, y a los quince, en contra de su voluntad, fue elegida superiora de las monjas de Procene, fundando más tarde un monasterio, sometido a la disciplina de santo Domingo, donde dio muestras de una profunda humildad († 1317).

Etimológicamente: Inés = Aquella que se mantiene pura, es de origen latino.

Breve Biografía

Nació alrededor del año 1270. Hija de la toscana familia Segni, propietarios acomodados de Graciano, cerca de Orvieto.

Cuanto solo tiene nueve años, consigue el permiso familiar para vestir el escapulario de "saco" de las monjas de un convento de Montepulciano que recibían este nombre precisamente por el pobre estilo de su ropa.

Seis años más tarde funda un monasterio con Margarita, su maestra de convento, en Proceno, a más de cien kilómetros de Montepulciano. Mucha madurez debió ver en ella el obispo del lugar cuando con poco más de quince años la nombra abadesa. Dieciséis años desempeñó el cargo y en el transcurso de ese tiempo hizo dos visitas a Roma; una fue por motivos de caridad, muy breve; la otra tuvo como fin poner los medios ante la Santa Sede para evitar que el monasterio que acababa de fundar fuera un día presa de ambiciones y usurpaciones ilegítimas. Se ve que en ese tiempo podía pasar cualquier cosa no sólo en los bienes eclesiásticos que detentaban los varones, sino también con los que administraban las mujeres.

Apreciando los vecinos de Montepulciano el bien espiritual que reportaba el monasterio de Proceno puertas afuera, ruegan, suplican y empujan a Inés para que funde otro en su ciudad pensando en la transformación espiritual de la juventud. Descubierta la voluntad de Dios en la oración, decide fundar. Será en el monte que está sembrado de casas de lenocinio, "un lugar de pecadoras", y se levantará gracias a la ayuda económica de los familiares, amigos y convecinos. Ha tenido una visión en la que tres barcos con sus patronos están dispuestos a recibirla a bordo; Agustín, Domingo y Francisco la invitan a subir, pero es Domingo quien decide la cuestión: "Subirá a mi nave, pues así lo ha dispuesto Dios".

Su fundación seguirá el espíritu y las huellas de santo Domingo y tendrá a los dominicos como ayuda espiritual para ella y sus monjas.

Con maltrecha salud, sus monjas intentan procurarle remedio con los baños termales cercanos; pero fallece en el año 1317.

Raimundo de Capua, el mayor difusor de la vida y obras de santa Inés, escribe en Legenda no sólo datos biográficos, sino un chorro de hechos sobrenaturales acaecidos en vida de la santa y, según él, confirmados ante notario, firmados por testigos oculares fidedignos y testimoniados por las monjas vivas a las que tenía acceso por razones de su ministerio. Piensa que relatando prolijamente los hechos sobrenaturales -éxtasis, visiones y milagros-, contribuye a resaltar su santa vida con el aval inconfundible del milagro. Por ello habló del maná que solía cubrir el manto de Inés al salir de la oración, el que cubrió en interior de la catedral cuando hizo su profesión religiosa, o la luz radiante que aún después de medio siglo de la muerte le ha deslumbrado en Montepulciano; no menos asombro causaba oírle exponer cómo nacían rosas donde Inés se arrodillaba y el momento glorioso en que la Virgen puso en sus brazos al niño Jesús (antes de devolverlo a su Madre, tuvo Inés el acierto de quitarle la cruz que llevaba al cuello y guardarla después como el más preciado tesoro). Cariño, poesía y encanto.

Santa Catalina de Siena, nacida unos años después y dominica como ella, será la santa que, profundamente impresionada por sus virtudes, hablará de lo de dentro de su alma. Llegó a afirmar que, aparte de la acción del Espíritu Santo, fueron la vida y virtudes ejemplares vividas heroicamente por santa Inés las que le empujaron a su entrega personal y a amar al Señor.

Resalta en carta escrita a las monjas hijas de Inés de Montepulciano -una santa que habla de otra santa- la humildad, el amor a la Cruz, y la fidelidad al cumplimiento de la voluntad de Dios. Pero el mayor elogio que puede decirse de Inés lo dejó escrito en su Diálogo, poniéndolo en boca de Jesucristo: "La dulce virgen santa Inés, que desde la niñez hasta el fin de su vida me sirvió con humildad y firme esperanza sin preocuparse de sí misma".

Fue canonizada por S.S. Benedicto XIII en el año 1726.

Corresponder con amor al don de la Eucaristía

Santo Evangelio según san Juan 6, 30-35. Martes III de Pascua
 
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor tengo sed de ti. Deseo estar contigo estos minutos. Te pido me enseñes a orar. Gracias por darme esta oportunidad de entrar en tu presencia. Permíteme, Jesús, permanecer siempre a tu lado y jamás permitas que nada ni nadie me separe de ti. Te pido me concedas aquella gracia que más necesito. Te amo, pero quiero amarte más.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Juan 6, 30-35

En aquel tiempo, la gente le pregunto a Jesús: «¿Qué signo vas a realizar Tú, para que la veamos y podamos creerte? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del cielo».

Jesús les respondió: «Yo les aseguro: No fue Moisés quien les dio pan del cielo; es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que baja del cielo y da la vida al mundo».

Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Jesús les contestó: «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed».

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Hoy, Señor, veo una grande relación entre este Evangelio y el misterio de la Eucaristía. Tal vez ella es uno de esos muchos regalos que me brindas y que pasan desapercibidos en mi vida. Puedo ya estar acostumbrado a visitarte en el Sagrario, a recibirte en la Misa, a acompañarte en la adoración; pero no sorprenderme de este misterio, de este beneficio tan grande que me has dejado. Dame la gracia en esta oración de asombrarme de tu compañía en la Eucaristía.

Ella es la muestra del amor más grande. En efecto, contemplando tu vida veo el inmenso amor que me tienes. Me amas tanto, Jesús, que no soportaste pensar que el pecado me separara de ti y entonces te hiciste hombre. Hombre para que te pudiera conocer, te pudiera imitar, te pudiera seguir. Esto ya hubiera sido suficiente para demostrarme tu amor. Pero, quisiste ir a más.

No era bastante hacerte hombre como yo. Experimentaste que sufrimos, que hay cosas que nos duelen, amigos que nos traicionan, personas que nos causan angustia, y que la muerte nos acecha. Entonces, decidiste padecer todo esto y hacerte pecado al morir en una cruz. Tomaste mi lugar en el castigo para pagar la deuda, deuda que no podría jamás haber pagado. Toda tu pasión y muerte son muestra de un amor más grande, de lo que hasta ahora había descubierto con la Encarnación.

Pensé que aquél era el culmen de las obras por amor. Pero no. No te bastó hacerte hombre, hacerte pecado… quisiste hacerte pan. No sólo quería acompañarme desde fuera, comprenderme sino que, al igual que dos amados, pensante en la forma de quedarte siempre conmigo. Y lo mejor era esto: quedarte dentro de mí, convertirte en mi alimento. ¡Misterio sublime de tu amor por mí!

Puedo decirte entonces con los discípulos del Evangelio: «danos siempre de ese pan», dame siempre tu pan. Ese pan que eres Tú mismo. Entrégate a mí, Señor. Déjame recibirte y tratarte como te mereces: respeto, amor, estima, honor, cariño, fe. Permíteme unirme a ti y jamás separarme. Quiero valorarte y corresponder al amor que me muestras en la Eucaristía. Quiero que cada encuentro contigo en la Eucaristía sea siempre un encuentro de amor. Eucaristía puede ser el lugar del amor de ti hacia mí, y de mí hacia ti. Después de este milagro tan grande, ¿podré pedirte otra prueba para que viéndola pueda creer?

«Nuestra oración apoye el compromiso común para no falte nunca a nadie el Pan del cielo que da vida eterna y lo necesario para una vida digna, y se afirme la lógica del compartir y el amor. La Virgen María nos acompañe con su materna intercesión». (Ángelus de S.S. Francisco, 26 de junio de 2015).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy procuraré en la comunión, en una visita a Cristo o en un rato de oración, agradecer a Dios el don de la Eucaristía.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

¿Qué pan queremos?

¿Qué queremos: el pan de cebada que sólo alimenta el cuerpo, o el Pan del cielo, que alimenta el alma?
 
Nos quedamos maravillados por la multiplicación de los panes de cebada que hizo Jesús, alimentando a cinco mil hombres. ¡Gracias a que compartimos nuestros cinco panes y dos pescados! ¡Si no, no hubiera habido milagro, ni alegría ni sobreabundancia!

¿Qué queremos: el pan de cebada que alimenta nuestro cuerpo solamente, o también el pan del cielo, la eucaristía, que alimenta nuestra alma?

En el desierto falta todo... En el desierto, el pueblo de Israel -y nosotros con él- aprende a experimentar la condición de “pobre”, de “necesitado de todo”, especialmente del auxilio de Dios. Dios quiso probar a su pueblo, para ver qué clase de pan le pedía: el de cebada o el del cielo.

¿Qué queremos: el pan de cebada que alimenta nuestro cuerpo solamente, o también el pan del cielo, la eucaristía, que alimenta nuestra alma?

Los judíos de ese entonces, por lo visto, sólo querían el pan de cebada. Y se escandalizaron del otro pan, el pan que alimentaría su espíritu, y que Jesús les estaba prometiendo.

Nosotros hoy, cristianos del siglo XXI, ¿vivimos más interesados del pan de cebada o del pan del cielo?

Está claro que en este desierto de la vida necesitamos comer, como aquellos israelitas, a quienes Moisés sacó de Egipto y caminaron por el desierto. Durante esa travesía también comieron y alimentaron su cuerpo, por la bondad de Dios.

Pero Dios quiso probar a su pueblo, para ver qué clase de pan le pedía: el de cebada o también el del cielo. Y les dio el maná del cielo, y les supo a nada, a poco, sin sustancia, sin sabor. Quería sólo el pan de cebada.

¡No hay otra! Y se quejó el pueblo de Dios. Quiere comer carne y cebollas, como en Egipto. No quiere ese pan suave que le fortalecería, aunque no le dé gusto a su sensualidad. ¡Quiere pringarse y chuparse bien los dedos después de haberlos metido en esas ollas repletas, hondas y humeantes del Egipto seductor!

¡Nada! Ese pueblo quiere pan de cebada y acompañamiento de dinero, amor, placer, felicidad, confort, éxito y poder... no quiere ese pueblo de Israel, no, ese pan insulso del cielo ni su guarnición de fe, oración, virtudes, mandamientos, principios, valores, promesas y destinos.

Igual les pasó a aquellos judíos que siguieron a Jesús: le buscaron sólo por el pan de cebada que engordaba el estómago y el cuerpo. Y se escandalizaron cuando les quiso dar el Pan del cielo, que es Su Cuerpo que alimenta y fortalece el alma.

¡Y pensar que este Pan del cielo que nos trae Jesús, nos quita de verdad el hambre del espíritu: el hambre de amor, de seguridad, de tranquilidad, de felicidad, de reconocimiento, de prestigio, de éxito personal, matrimonial, social, profesional, etc..!

Sin el Pan del cielo, sin el Pan de la eucaristía todo es insatisfacción y tristeza y decaimiento y desgana.

¿Qué queremos: el pan de cebada que sólo alimenta el cuerpo y da gusto al estómago, o también el Pan del cielo, que alimenta el alma y da gusto al espíritu, que acalla todas nuestras hambres profundas?

¿Cuánto hacemos por el cuerpo, cuánto hacemos por nuestra alma? ¿Qué nos pide de ordinario el cuerpo?

Lo sabemos, y contesta San Pablo en la carta a los efesios (cf. Ef 4, 17ss): nos pide frivolidades. Que es lo mismo que decir sensualidades, gustos, caprichos, antojitos, satisfacción de la concupiscencia, ya sea la de la carne como la del espíritu.

¡Y así estamos, gordos, bien gordos por las cosas mundanas que comemos tan a gusto! Y, ¿el espíritu y el alma? ¿Qué nos pide el espíritu? Nos contesta de nuevo san Pablo en esta misma carta a los efesios: no proceder como los paganos, despojarnos del hombre viejo sensual, egoísta, soberbio, vanidoso, perezoso, lujurioso. El espíritu pide alimentarnos de justicia y santidad verdadera.

¿Cómo está nuestro espíritu: flaco, famélico, o fuerte y robusto? ¡Cómo nos preocupa si nuestro cuerpo enflaquece, o tiene mal color o aspecto...! ¿Y el alma?

Se cuenta que al fakir de cierto poblado, con las costillas a la intemperie y tumbado en su catre de clavos, punta al cielo, le preguntaba la gente.

¿Tú no tienes que comer?
Sí, pero no me lo pide el cuerpo.

¿Es que eres distinto de todos los demás?
Es que al cuerpo no se lo pide el espíritu.

Y sigue la leyenda: “Cuando dieron las 12, todos se fueron a casa y se sentaron a comer. El fakir se fue a su chamizo y si arrodilló en oración”. Cuando se enteró la gente, bisbiseaba lo ocurrido. Y todo porque ante el fakir, con su culto al espíritu, ellos se avergonzaban de su propio culto al cuerpo. No sé si llegaron a sospechar que si estaba delgado el fakir, se debía a que el espíritu no le pedía al cuerpo que comiera.

¿Quién manda y ordena en mí: el cuerpo o el espíritu? Ojalá que sea el espíritu quien mande en nosotros y podamos decir siempre a Cristo: “Señor, danos siempre de ese pan” del cielo que alimenta nuestra alma. Acerquémonos a la eucaristía que la Iglesia nos ofrece, para saciar nuestra hambre de Dios y de eternidad.

Si las sociedades decaen, si los pueblos se debilitan, si los estados se vuelcan al laicismo, si vemos a tanta gente demacrada, somnolienta, decaída y triste, si algunas familias enflaquecen en valores, si hay tantos jóvenes sin fuerza para resistir las tentaciones mundanas y luchar por la santidad de vida... ¿no será porque nos está faltando este Pan del cielo?

Señor, danos siempre de ese pan.

El Papa ordenará nueve sacerdotes para la diócesis de Roma

La celebración en directo en Vatican Media, Telepace y Tv2000.

Seis en el Pontificio Seminario Mayor Romano, dos en el Colegio diocesano Redemptoris Mater, uno en el Seminario de Nuestra Señora del Divino Amor. En estos institutos de la diócesis de Roma han completado el camino que el domingo 25 de abril les llevará a ser consagrados sacerdotes de manos del Papa. A las 9 de la mañana, en el Altar de la Confesión de la Basílica Vaticana, nueve jóvenes - actualmente en retiro espiritual - de diversas zonas geográficas se presentarán ante Francisco.

Con las mangas arremangadas

Para Salvatore Marco -una infancia en el oratorio salesiano de Spezzano Albanese- la llamada llegó por la noche "durante la adoración eucarística en la iglesia", mientras que sus experiencias en Cáritas diocesana le hicieron comprender con fuerza la imagen tan querida por Francisco de  "la Iglesia hospital de campaña". "De alguna manera -dice- he sido las manos de la Iglesia de Roma que se alargaron hacia los más pobres". Diego Armando Barrera Parra, colombiano de 27 años, relata algo similar, ya que fue voluntario desde niño en una cárcel de menores y en una fundación para drogadictos. Allí", dice, "nació mi deseo de poder ayudar y servir a los demás para siempre".

Amor gratuito

El más joven de los nueve diáconos es Manuel Secci, de 26 años de Roma, que creció en una parroquia de Torre Ángela "donde el sentido de comunidad y las bellas experiencias" alimentaron su vocación. Salvatore Lucchesi, siciliano de 43 años, es en cambio definida "vocación madura" de una persona que sintió la llamada en la adolescencia y luego trasladado a Roma para cursar estudios universitarios la redescubrió en el signo de una total gratuidad de la gracia: "El Señor estaba allí y no me pedía nada".

El fútbol viene después

El brasileño Mateus Enrique Ataide da Cruz, de 29 años, que lleva siete años en Roma para asistir al Seminario de Nuestra Señora del Divino Amor, y que a los 15 años, mientras ayudaba a un anciano a aprender a usar un ordenador, debía "por contrato" "rezar con él y recitar el Rosario". Lo que al principio viví como una imposición, luego se convirtió en una necesidad para mí". Luego está Riccardo Cendamo, un hombre de 40 años con el sueño de ser director de cine -trabajo que hizo durante unos años- que luego se da cuenta de que su camino era otro. Y también está Samuel Piermarini, de 28 años, un futbolista en la mira de la Roma que  cuando estaba a punto de firmar el contrato le dijo al entrenador que no se sentía capaz de hacerlo. La historia cambia radicalmente y ahora, pensando en la ordenación, dice "¡no puedo esperar!".

María en San Lucas

A Lucas debemos una serie de rasgos de María, detalles de su figura, que proviene de un interés por ella como testigo de la vida de Jesús.

1. La intención de Lucas

La obra del evangelista Lucas consta de dos libros: el Evangelio y los Hechos de los Apóstoles. El primero nos relata la historia de Jesús, el segundo la historia de los orígenes de la Iglesia. La intención del díptico es iluminar la experiencia que los fieles de origen pagano encontraban en la comunidad eclesial, explicándola a la luz de su origen histórico. ¿Cómo? Mostrando –en la experiencia actual del Espíritu Santo derramado en las primeras Comunidades– la continuidad de la acción del mismo Espíritu que había obrado en la Iglesia de los Apóstoles, en la Vida y Obra de Jesús y en su preparación previa en la historia pasada de Israel.

La inquietud de Lucas parte, pues, del presente; y para dar razón de él e interpretar su significado religioso, se remonta al pasado. En cambio su obra escrita, por pura razón del método, parte del pasado y, siguiendo un cierto orden cronológico de los hechos, llega al presente. El prólogo de su evangelio nos muestra que Lucas ha usado una técnica como la actual cinematográfica del racconto:

«Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente los hechos que han tenido lugar entre nosotros, tal como nos los han transmitido los que presenciaron personalmente desde el comienzo mismo y que fueron hechos servidores del Mensaje, también a mí, que he investigado todo diligentemente desde sus comienzos, me pareció bien escribirlos ordenadamente para ti –ilustre Teófilo–, para que conocieras la certeza de las informaciones que has recibido».

Lucas es plenamente consciente de su condición de testigo secundario y tardío. No es apóstol ni testigo presencial de los orígenes del milagro cristiano. Se ha incorporado a la Iglesia, y ha sido dentro de ella una figura relativamente oscura y de segundo rango. Pero no es judío; y se ha aproximado a esta nueva «secta», nacida del judaísmo, desde su cultura y mentalidad griega, como hijo ilustrado de ella, amante de claridades y certezas, de orden y de examen crítico de hechos y testigos.

En su prólogo distingue claramente:

1º– Los testigos presenciales (autoptai: los que vieron por sí mismos) y desde los comienzos (ap’arjés) y que convertidos en servidores de ese mensaje, lo transmitieron (paredosan). Ellos son la fuente de la tradición.

2º– Otros que se dieron a la tarea (epejéiresan: pusieron la mano, escribieron) de repetir por escrito, en el mismo orden que la tradición oral, las narraciones de los testigos –¿Marcos, por ejemplo?–. Ellos son los que fijaron por escrito esas antiguas tradiciones.

3º– El, Lucas, que adopta un orden propio. Orden que, fundado en una investigación diligente de los hechos, tiene por fin hacer resaltar en ellos su coherencia interior y, por lo tanto, su credibilidad.

Desde su relación catequístico-apologética con Teófilo –personaje real o personificación de los paganos instruidos que como Lucas se habían acercado a enterarse de la fe cristiana–, Lucas emprende su obra, que es a la vez historia de la fe y teología de la historia. Y como buen historiador griego, se funda en testigos presenciales y fidedignos.

Su escrúpulo se refleja, entre otras cosas, en que sitúa los acontecimientos que relata en relación con ciertas coordenadas o hitos de la historia.

Teófilo ha recibido información o instrucción en una de aquellas comunidades contemporáneas, suyas y de Lucas, en la que ha visto las obras del Espíritu. Lucas parte de allí hacia atrás, explicándolo todo desde el comienzo como obra del Espíritu Santo. Esta centralidad del Espíritu Santo en la obra de Lucas se desprende del prólogo de los Hechos de los Apóstoles, segundo tomo de su obra:

«En mi primer libro, oh Teófilo, hablé de lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio, hasta el día en que, después de haber enseñado a los Apóstoles que El había elegido por obra del Espíritu Santo, fue llevado al cielo».

El Espíritu Santo ha presidido e inspirado la elección de los Apóstoles y es el vínculo divino entre Jesús y la Misión eclesial que comienza.

Lucas, que escribe a gentiles o cristianos provenientes de la gentilidad, no puede contentarse con el recurso al Antiguo Testamento y a la prueba del cumplimiento de las Escrituras. Para su público es necesario integrar estos elementos en un nuevo marco significativo. Lucas debe atender a la solidez y certeza, y estas deben demostrarse a partir de hechos actuales, visibles en la Iglesia. Desde estos hechos puede ya remontarse al pasado bíblico, que no ofrece para su público pagano interés por sí mismo.

Cuando Lucas nos narra la infancia de Jesús, trata la materia más lejana al presente, toca la parte más remota de su historia. Lucas podía haberlo omitido como Marcos y Juan. Era materia especialmente espinosa para explicar a gentiles. Mateo en cambio, podía mostrar más fácilmente a su público, judío, cómo a través de los hechos de la infancia de Jesús se cumplían las Escrituras. Pero para el público de Lucas, el argumento de Escritura adquiría fuerza si se presentaba integrado en el testimonio de un testigo, dirigido históricamente y claramente vinculado a la explicación del presente eclesial.

2. María como testigo

Y ese testigo de la infancia de Jesús es María. A Lucas debemos una serie de rasgos de María, un enriquecimiento de detalles de su figura, que proviene precisamente de un interés por ella como testigo privilegiado no solo de la vida de Jesús, sino también del significado teológico de esa vida.

Si todo el evangelio de Lucas se funda en un testimonio de testigos oculares y si Lucas se atreve hablar de la infancia de Jesús es porque cuenta con el testimonio de María acerca de ella. Lucas evoca por dos veces en su narración de la infancia los recuerdos de María: «María por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (2, 19); «Su Madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón» (2, 51). Estas fórmulas recuerdan la manera como San Juan invoca su propio testimonio en su evangelio y los términos análogos usados por el mismo Lucas cuando parece referirse al testimonio de vecinos y parientes:

«Invadió el temor a todos sus vecinos –viendo lo sucedido a Zacarías– y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las guardaban en su corazón» (1,66).

«Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia» (1,58).

«Se volvieron glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído» (2, 20).

Algunos de estos testimonios, que difícilmente ha podido recoger Lucas directamente de los testigos presenciales, deben haberle llegado a través de María o de familiares de Jesús que –como sabemos– integraban la comunidad primitiva y guardarían tradiciones familiares, de las cuales, sin embargo, la fuente última debió de ser María.

3. Cualidades de María como testigo

Lucas pone especial cuidado en cualificarla como testigo: María es una persona llena de gracia de Dios, como lo dice el Ángel. Instruida en las Escrituras, como se desprende del lenguaje bíblico del Magníficat; como lo presupone la profunda reflexión bíblica sobre los hechos, que se entreteje de manera inseparable con su narración; y como se explica también por el parentesco levítico de María, relacionada con Isabel, su prima, descendiente del linaje sacerdotal de Aarón y esposa del sacerdote Zacarías.

Nos detenemos a subrayar esto, porque hay quienes con cierta facilidad se inclinan a atribuir los relatos de la infancia de Jesús a la imaginación de los evangelistas, como si estos los hubieran inventado libremente, inspirándose en los relatos que el Antiguo Testamento suele hacer de la infancia de los grandes hombres de Dios, como Moisés o Samuel.

Es innegable que estos relatos de la infancia de Jesús son como un tapiz, tejido con hilos de reminiscencias veterotestamentarias. Pero ¿con qué otro hilo podía tejer su meditación sobre los hechos María, una doncella judía, emparentada con levitas y sacerdotes, piadosa y llena de Dios, asistente asidua y atenta de las lecturas y explicaciones de la sinagoga? ¿Y quién puede distinguir cuando abre el cofre de sus recuerdos más queridos, entre lo que un historiador frío podría llamar hechos, crónica, y la carga de evocación, interpretación personal y resonancias afectivas en que envolvemos, como entre terciopelos, las joyas de nuestra memoria?

Lucas sabe que no puede pedir de María, su testigo, un testimonio redactado en el género de un parte de comisaría. Ni tampoco le interesa. Porque en la meditación con la que María comprendió los acontecimientos y los recuerda en la rumiación midráshica de que los hizo objeto, hay algo que Lucas aprecia más que la crónica de un archivo. Hay la revelación, hecha a una criatura de fe privilegiada, del sentido de los acontecimientos de la infancia de Jesús a la luz de la Escritura, y hay una iluminación de oscuros pasajes de la Escritura a la luz de los misterios de la vida del Salvador.

Y en ese recíproco iluminarse de los hechos presentes por los pasados, y de los pasados por los presentes, no hay un método inventado por María, sino un procedimiento muy bíblico que revela, sin necesidad de firmas en la tela, al verdadero autor: el Espíritu Santo. El que –como Lucas gusta subrayar– obra en la Iglesia, obró en la vida de María y se revela como el conductor de toda la historia de salvación, no sólo hasta Abraham –según Mateo–, sino hasta Adán mismo, como Lucas la traza en su genealogía de Jesús. Es el Espíritu Santo quien, a través de María, está dando testimonio de Jesús y quien comenzó por ella su tarea de enseñar a los creyentes en Jesucristo todas las cosas.

Por eso, María no podía faltar y no falta en la obra de Lucas, no sólo en el momento de la infancia de Jesús, como la voz del niño que todavía no es capaz de hablar, sino tampoco en la infancia de la Iglesia, cuando los Apóstoles después de la Ascensión, encerrados todavía en sus casas por temor a los judíos perseveran en la oración –como nos narra Lucas al comienzo de los Hechos de los Apóstoles– junto con la Madre de Jesús, sin atreverse todavía a hablar; Apóstoles infantes hasta la mayoría de edad del Espíritu.

Por eso María desaparece discretamente y cede humilde la palabra a su Hijo cuando éste –a los doce años, en su BarMitzvá, en el Templo de Jerusalén– se convierte en un adulto maestro de la sabiduría de su Pueblo y se hace capaz de dar testimonio válido de sí mismo y del Padre.

Por eso desaparece también María muy pronto de los Hechos de los Apóstoles, apenas éstos, llenos del Espíritu Santo en el día de Pentecostés, se convierten en maestros de la Nueva Ley del Espíritu, en servidores de la Palabra, revestidos con fuerza y poder de lo alto, en válidos testigos de la Pasión y Resurrección o sea, de la identidad mesiánica y divina de Jesús.

María ocupa, pues, un puesto muy humilde como testigo, y cede ese puesto provisional apenas otros asumen su misión, pero no deja de ser imprescindible. Su testimonio permanece como eternamente válido e irreemplazable para aquél período de la concepción e infancia del Señor que ella presenció y en cuyas modestas y oscuras prominencias supo leer con fe, ilustrada por Dios y antes que nadie, el cumplimiento de las profecías.

El contenido del testimonio de María en los relatos de la infancia según Lucas está polarizado en la persona de Jesús, protagonista de todo el evangelio, alrededor del cual se mueven muchas figuras: Zacarías, Isabel, Juan el Bautista, parientes y vecinos, pastores de Belén, Simeón y Ana la profetisa, doctores del templo, María y José.

4. La plenitud de los tiempos

Lucas, discípulo de Pablo, refleja en su obra una idea muy paulina. Idea que ya hemos visto en aquél pasaje de la carta a los Gálatas que citábamos hablando de Mateo: «Pero al llegar la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, hecho hijo de mujer» (Gál 4,4). La plenitud de los tiempos ha llegado, y ella comienza y consiste en la vida de Cristo, pues en Él está el centro de la historia de la salvación.

El oculto período de la infancia del Señor es el filo crítico en que comienza esa plenitud y termina lo antiguo. Juan el Bautista es el último personaje del Antiguo Orden. Jesús es el primero del Nuevo. De ahí que Lucas coloque en paralelo sus milagrosas concepciones, el anuncio angélico a sus padres de sus nombres simbólicos, reveladores de sus respectivas identidades y misiones, sus infancias y su crecimiento. De este díptico de textos resalta una cierta semejanza pero también la radical diferencia de ambas figuras: Juan-precursor y Jesús-Mesías. Juan, último profeta del Antiguo Orden y Jesús, Hijo de Dios.

Lucas se complace en leer ya desde la infancia, más aún, desde antes del nacimiento del Bautista, su destino de heraldo del Mesías. El niño Juan salta de gozo en el seno de su madre. Y ésta se llena del Espíritu Santo. Es el mismo Espíritu a cuya intervención se debe la milagrosa inauguración de la plenitud de los tiempos en el seno de María. El Espíritu que asegura la continuidad de una misma obra divina a través de la discontinuidad de los tiempos, de uno que se extingue y de otro que se inaugura.

5. Una nube de testigos

Alrededor de la cuna de Jesús, Lucas, único evangelista que nos narra su nacimiento, agrupa a sus testigos. Todos hablan de él:

Zacarías da testimonio incluso con su mudez. Es el testimonio negativo de la mudez de la Antigua Ley –de la cual es sacerdote– para explicar lo que sucede. Dios no necesita de su testimonio ni de su palabra para llevar adelante su obra. A pesar del enmudecimiento de la Antigua Ley, de la Antigua Liturgia, del Antiguo Templo, de los cuales Zacarías es ministro, Dios suscita un testigo y precursor: Juan Bautista. Y cuando éste –mudo todavía también él– en el seno de su madre se estremece de gozo y comunica a la estéril anciana convertida milagrosamente en madre fecunda para concebir al último fruto del Antiguo Israel, el testimonio acerca del que viene: «¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?» (1.43).

Isabel presta su voz, no está sola como testigo del Señor que viene. Y esto debemos tenerlo en cuenta cuando consideramos la figura de María según San Lucas. En la tela de Lucas, María no se dibuja aislada, solitaria figura de un retrato, sino en un grupo. Y es por contraste y por reflejo, por reflejado aire familiar y por contrastante genio propio, como resaltan sus rasgos. Por un lado Zacarías e Isabel. Por otro José y María. Allí es el padre el destinatario del mensaje angélico, aquí María, la madre. Aquél pregunta sin fe y es reducido al silencio. Ésta pregunta llena de fe y se le da la voz para un asentimiento trascendente.

En este grupo de testigos que Lucas nos pinta, sólo José está mudo. Al mismo Zacarías le es devuelta al fin su voz para que imponga al niño su nombre –según mandato del Ángel– y para entonar el Benedictus, testimonio del origen davídico de Jesús y de la misión precursora de Juan. También Isabel, Simeón y Ana se llenan del Espíritu Santo y dan testimonio acerca del Niño. Y es también por reflejo y por contraste con todas estas voces como Lucas presenta el contenido del cántico de María, el Magnificat, una ventana no sólo hacia el alma del personaje, sino hacia el paisaje interior, hacia el corazón que meditaba todas estas cosas guardándolas celosamente.

Las miradas del grupo de testigos convergen en Jesús, pero la luz que ilumina sus rostros viene del Niño. Y así con la luz de su divinidad de la que ellos nos hablan, vemos iluminados sus rostros y entre ellos el gozoso de María.

Es lo que muchos pintores han expresado con verdad plástica en sus telas, haciendo del Niño la fuente de luz que ilumina a los personajes del nacimiento. Lucas es su precursor literario.

6. Midrásh Pésher

Pero Lucas recoge y usa también una técnica que podríamos llamar impresionista. Su estilo literario, sobre todo en estos relatos de la infancia, está cuajado de referencias implícitas al Antiguo Testamento, de alusiones que son –cada una– evocación y sugerencia de un mundo de antiguos textos, convocados ellos también como testigos. ¿No había invocado acaso Jesús en su vida terrena, el testimonio de las Escrituras: «Escudriñad las Escrituras, ya que creéis tener en ella vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí»? (Jn 5,39).

Esa investigación mediadora de la Escritura no la inventa Lucas. Era un quehacer de la sabiduría de Israel; y al que lo practica, lo declara el salmo primero bienaventurado. Obedece a ciertas normas y tenía su nombre: Midrash (búsqueda) Este derivado del verbo darash (buscar, investigar) denomina el esfuerzo de meditación y de penetración creyente del texto sagrado, para encontrar su explicación profunda y su aplicación práctica. Ese estudio puede estar dirigido a buscar en el texto bíblico inspiración de la conducta (y entonces se llama Halakháh: derivado de halakh caminar), o es meditación del sentido salvador de un acontecimiento narrado en la Escritura. Sentido oculto que el texto le manifiesta al que lo medita e investiga, comunicándole el sentido divino de la historia. Y entonces se llama Haggadáh: narración, relato, anuncio de hechos. Pero nunca crónica, sino interpretación creyente de la historia.

Una de las formas de Midrash haggadáh es lo que tanto en la Sagrada Escritura como en la literatura rabínica y sobre todo qunrámica es conocido con el nombre de Pésher (plural: pesharim). El Pésher es la interpretación de hechos a la luz de los textos bíblicos y viceversa: la interpretación de textos bíblicos a la luz de hechos. Como se ha visto en el apéndice al capítulo dedicado a Marcos, el Pésher no es libre fabulación mitológica, sino reflexión seria sobre la Escritura y presupone la realidad histórica de los hechos que se interpretan a su luz, y cuya luz se proyecta sobre las Sagradas Escrituras.

Midrash se le dice a menudo a la reflexión que tiene por objeto responder a un problema o a una situación nueva surgida en el curso de la historia del pueblo de Dios, incorporar a la Revelación un dato nuevo, prolongando con audacia las virtualidades de la Escritura.

Pero trasponiendo los límites del estudio, el midrash invade en Israel la vida cotidiana, se hace estilo proverbial que colorea la conversación, no sólo la culta, sino también la popular y la doméstica. Hay una santificadora contaminación de los temas profanos por lo que el israelita oye en la sinagoga sábado a sábado. Toma y acomoda expresiones del texto a las situaciones de su vida, y hace de la Escritura vehículo y medio de su comunicación.

Crea un estilo alusivo, metafórico, indirecto, estilo de familia ininteligible para el no iniciado en la Escritura.

En este estilo de arcanas alusiones habla Gabriel a María, parafraseando el texto de un oráculo profético de Sofonías 3, 14-17:

Alégrate,
Hija de Sión,
Yahvé es el rey de Israel
en ti.
No temas, Jerusalén;
Yahvé tu Dios
está dentro de ti,
valiente salvador,
rey de Israel en ti.
El texto de San Lucas dice (1, 28ss):
Alégrate, María,
objeto del favor de Dios.
El Señor [está]
contigo.
No temas, María.
Concebirás en tu seno
y darás a luz un hijo
y le llamarás:
Yahvé Salva.
El reinará.

Uno de los procedimientos corrientes del Midrash consiste en describir un acontecimiento actual o futuro a la luz de uno pasado, retomando los mismos términos para señalar sus correspondencias y compararlos. Es el procedimiento que usa el libro de la Consolación (Deuteroisaías), que para hablar de la vuelta del Exilio usa los términos de la liberación de Egipto (Éxodo). Dios se apresta a repetir la hazaña liberadora de su pueblo.

El uso que en la Anunciación hace Gabriel de los términos de Sofonías implica una doble identificación: María se identifica con la Hija de Sión, Jesús con Yahvé, Rey y Salvador.

7. María: Hija de Sión

La Hija de Sión (Bat Sión) es una expresión que aparece por primera vez en el profeta Miqueas (1, 13; 4, 10ss.). Decir «Hija» era una manera corriente en la antigüedad de referirse a la población de una ciudad. Hija de Sión designaba también el barrio nuevo de Jerusalén al norte de la ciudad de David, donde, después del desastre de Samaría y antes de la caída de Jerusalén se había refugiado la población del norte: el Resto de Israel.

¿Qué significa su identificación con María?

La Hija de Sión, como expresión teológica, significa en la Escritura el Israel ideal y fiel, el pueblo de Dios en lo que tiene de más genuino y puro, y puede encontrar su expresión ocasional en grupos determinados, pero permanece abierta al futuro y también a una persona. El Midrash es capaz, así, de reflejar sutilmente los misterios para los cuales está abierto, con particular habilidad. A lo largo de la historia teológica de la expresión Hija de Sión, ha habido un proceso desde la parte hacia el todo, que ahora el Angel reinvierte, volviendo del todo a una parte, a una persona, a María. El barrio de Jerusalén pasó a cobijar bajo su nombre a la ciudad entera y al pueblo entero como portadores de una promesa de salvación. Ahora es una persona, María, la que se revela como la Hija de Sión por excelencia y el punto diminuto del cosmos en que esa magnífica promesa se hace realidad.

8. María y el Arca de la Alianza

No nos detenemos a mostrar –interesados como estamos principalmente en la figura de María– cómo la segunda parte del mensaje de Gabriel, la referente a Jesús, glosa también, aludiéndolo al texto capital de la promesa hecha a David (2 Sam 7); ni nos detenemos en las demás alusiones a otros textos bíblicos que encierra el breve –o abreviado– mensaje del Angel. Pero sí es relativo a María el paralelo entre Exodo 40, 35 y lo que el Angel le anuncia sobre el modo misterioso de su concepción. Este paralelo nos permite invocar a María piadosa y místicamente en la letanía mariana como Foederis Arca (Arca de la Alianza) con toda verosimilitud, porque también sobre ella se posa la sombra de la Nube de Dios, donde Él está presente actuando a favor de su Pueblo.

La Nube
cubrió con su sombra
el tabernáculo.
Y la gloria de Yahvé
colmó la morada.
El poder del Altísimo
te cubrirá con su sombra.
Por eso lo que nacerá
de ti será llamado Santo,
Hijo de Dios.

La concepción virginal de María se describe aquí mediante la Epifanía de Dios en el Arca de la Alianza. La Nube de Dios aparece sobre ambas y sus consecuencias son análogas. El Arca es colmada de la Gloria; María es colmada de la presencia de un ser que merece el nombre de Santo y de Hijo de Dios.

Pero la acción del Espíritu Santo que se manifiesta como Nube alumbradora no se limita a reposar sobre María. Esta manifestación está señalando hacia delante en la obra de Lucas: hacia la escena del Bautismo, hacia la Transfiguración, textos en los que la voz del cielo da testimonio de su Santidad y de su Filiación divina: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco. Escuchadlo».

Imposible también detenernos aquí a desentrañar las alusiones midráshicas contenidas en la salutación de Santa Isabel a María, ni el mosaico antológico –también midráshico– de que consta el Magníficat, verdadero testimonio de María acerca de sí misma.

9. El signo del Espíritu es el gozo

Quiero solo retener –para terminar– un aspecto de la imagen de María, según Lucas, que transfigura el rostro de su testigo privilegiada. Gabriel la invita al gozo y la alegría, y en el Magníficat María exulta. Detengámonos a mirar ese rostro de María que se alegra y se enciende de gozo. Veámosla prorrumpir en un cántico. No nos detengamos en las palabras, que pueden desviarnos o distraernos hacia una curiosa arqueología bíblica. Contemplemos su gozo en las facciones que Lucas nos dibuja.

Es el principal testimonio que Lucas se detiene a registrar. Porque en esa primigenia alegría ve la fuente del gozo que invade a las comunidades cristianas cuando cantan su fe en el Señor. Dichosos también ellos por haber creído.

El único pasaje evangélico que nos registra un estremecimiento de gozo en el Señor es aquél en que Cristo se goza porque el Padre lo ha revelado a sus creyentes. El episodio se conserva en Mateo y en Lucas. Pero mientras Mateo se limita sobriamente a decir que Jesús tomó la palabra, Lucas nos precisa que en aquél momento se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo y dijo:

«Yo te bendigo, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque te has complacido en esto. Todo me ha sido entregado por mi Padre y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar». (Lc 10, 21-22; Mt 11, 25-27).

«Y volviendo a los discípulos, les dijo aparte: “¡Dichosos los ojos que ven lo que veis. Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron!”» (Lc 10, 23-24; Mt 13, 16-17).

Si alguien siente la alegría de creer, si se regocija y exulta por la pura y gozosa alegría de su vivir creyente, sepa que ésa es una voz angélica en su interior, y que está oyendo el lenguaje de los ángeles. Sepa que ésa es la sombra protectora del Espíritu sobre él y dentro de él. Es la nube del Espíritu y la presencia divina en su interior. Es el esplendor de la manifestación de la Gloria y la manifestación gloriosa del Espíritu en la Iglesia. La que llamó la atención del ilustre Teófilo. La que Lucas quiere explicarle, remontándose a su origen en María, en Jesús, en los discípulos.

Y si alguien no siente en sí esa alegría, mire el rostro iluminado de gozo de María creyente y oiga la exultación de su Magníficat; y deje que esa alegría le inspire y le contagie.

Ella es para Lucas la garantía de solidez de las cosas que Teófilo ha escuchado.

¿Qué aconseja la Iglesia ante el problema de las drogas?

El modelo cristiano de la familia permanece como el punto de referencia prioritario sobre el cual insistir en toda acción de prevención y recuperación

La droga no es el problema principal del toxicodependiente. El consumo de droga es sólo una respuesta falaz a la falta de sentido positivo de la vida. Al centro de la toxicodependencia se encuentra el hombre, sujeto único e irrepetible, con su interioridad y específica personalidad, objeto del amor de Dios.

¿Por qué se recurre a las drogas?

Los motivos personales al origen del consumo de sustancias estupefacientes son muchos. Pero en todos los toxicodependientes, prescindiendo de la edad y de la frecuencia con que las usan, se constata un motivo constante y fundamental: la ausencia de valores morales y una falta de armonía interior de la persona.

Quien hace uso de la droga vive en una condición mental equiparada a una adolescencia interminable. Tal estado de inmadurez tiene origen y se desarrolla en el contexto de una falta de educación. La persona inmadura proviene con frecuencia de familias que no consiguen transmitir los valores, sea por la falta de una adecuada autoridad, sea porque viven en una sociedad «pasiva», con un estilo de vida consumístico y permisivo, secularizado y sin ideales.

¿Cómo es un adicto para la Iglesia?

Fundamentalmente el toxicodependiente es un «enfermo de amor»; no ha conocido el amor; no sabe amar en el modo justo porque no ha sido amado en el modo justo.

¿Por qué muchos jóvenes consumen drogas?

Frecuentemente se encuentre en ellos el temor del futuro o en el rechazo de nuevas responsabilidades. El comportamiento de los jóvenes es con frecuencia revelador de un doloroso descontento debido a la falta de confianza y de expectativas frente a estructuras sociales en las cuales ya no se reconocen.

¿Les han sido ofrecidos motivos suficientes para esperar en el mañana, para invertir en el presente mirando al futuro, para mantenerse firmes sintiendo como propias las raíces del pasado?

¿Qué tipo de familia favorece el inicio en drogas?

El toxicodependiente viene frecuentemente de una familia que no sabe reaccionar al stress porque es inestable, incompleta o dividida. Hoy van en preocupante aumento las salidas negativas de las crisis matrimoniales y familiares: facilidad de separación y de divorcio, convivencias, incapacidad de ofrecer una educación integral para hacer frente a problemas comunes, falta de diálogo, etc.

Pueden preparar una elección de la droga, el silencio, el miedo de comunicar, la competitividad, el consumismo, el stress como resultado de excesivo trabajo, el egoísmo, etc. En síntesis, una incapacidad de impartir una educación abierta e integral. En muchos casos los hijos se sienten no comprendidos y se encuentran sin el apoyo de la familia. Además, la fe y los valores del sufrimiento, tan importante para la madurez, son presentados como antivalores. Padres no a la altura de su tarea, constituyen una verdadera laguna para la formación del carácter de los hijos.

¿Qué características sociales facilitan la drogadicción?

Nuestra época exalta una idea equivocada de libertad que exalta el utilitarismo y el hedonismo, y con ellos el individualismo y el egoísmo. Y así, la referencia a los valores morales y a Dios mismo son cancelados en la sociedad y en la relación entre los hombres. En una sociedad que busca la gratificación inmediata y la propia comodidad a toda costa, en la cual se está más interesado en «tener» que en «ser», se ha perdido el sentido de la vida, y se vacía la persona de su dignidad, llevándola a la frustración y a la vía de la autodestrucción. En una sociedad así descrita, la droga es una fácil e inmediata, pero mentirosa, respuesta a la necesidad humana de satisfacción y de verdadero amor.

¿Qué respuesta ofrece la Iglesia al drogadicto?

En su actitud decididamente pastoral la Iglesia se acerca al toxicodependiente con su radiante concepción de la verdad sobre Cristo, sobre sí misma y sobre el hombre.

La propuesta de la Iglesia es un proyecto evangélico sobre el hombre. Anuncia a cuantos viven el drama de la toxicodependencia y sufren una existencia miserable, el amor de Dios que no quiere la muerte sino la conversión y la vida.

Al toxicodependiente, carente fundamentalmente de amor, hay que hacer conocer y experimentar el amor de Cristo Jesús. En medio de una desazón atormentada, en el vacío profundo de la propia existencia, el itinerario hacia la esperanza pasa por el renacer de un ideal auténtico de vida.

Todo esto se manifiesta plenamente en el misterio de la revelación del Señor Jesús. Quien toma sustancias estupefacientes debe saber que, con la gracia de Dios, es capaz de abrirse a quien es «el camino, la verdad y la vida».

Puede así comenzar un itinerario de liberación descubriendo que él es imagen de Dios, en la realidad de hijo, que debe crecer en la similitud de la imagen por excelencia que es Cristo mismo.

¿Qué ideales hay que proponerle al adicto?

Los seguros y nobles ideales necesarios para el crecimiento del toxicodependiente como sujeto activo son aquellos que responden a la necesidad extrema del hombre de saber si hay un por qué que justifique su existencia terrena.

Por este motivo, es necesaria la luz de la Trascendencia y de la Revelación cristiana. La enseñanza de la Iglesia, anclada en la palabra indefectible de Cristo, da una respuesta iluminadora y segura a los interrogantes sobre el sentido de la vida, enseñando a construirla sobre la roca de la certeza doctrinal y sobre la fuerza moral que proviene de la oración y de los sacramentos.

La serena convicción de la inmortalidad del alma, de la futura resurrección de los cuerpos y de la responsabilidad eterna de los propios actos es el método más seguro también para prevenir el mal terrible de la droga, para curar y rehabilitar a sus pobres víctimas, para fortalecerlas en la perseverancia y en la firmeza sobre las vías del bien.

¿Qué modelo de familia necesitan los adictos?

La experiencia de cuantos trabajan con especial competencia en el mundo de la toxicodependencia (psiquiatras, psicólogos, sociólogos, médicos, asistentes sociales, etc.), confirma en modo unánime que el modelo cristiano de la familia permanece como el punto de referencia prioritario sobre el cual insistir en toda acción de prevención, recuperación e inserción de la vitalidad del individuo en la sociedad.

Este modelo radica en el amor auténtico: único, fiel, indisoluble de los cónyuges. Es necesario volver a la concepción cristiana del matrimonio como comunidad de vida y de amor.

Desde la primera adolescencia los hijos miran a los padres y a la familia como modelos de vida. La familia, debe regresar a ser el lugar donde ellos puedan tener la experiencia de la unidad que los refuerza en su peculiar personalidad. Las familias deben ser objeto y sujeto de educación en la solidaridad y en el amor-don.

La familia, «Iglesia Doméstica», es capaz de afrontar todo a la luz de la Palabra de Dios. Y si Dios ocupa realmente el primer puesto, llega a ser el lugar del crecimiento y de la esperanza pues en ella cada día se reconstruye la vida cristiana con amor, fe, paciencia y oración.

(Este especial se ha realizado tomando como referencia el documento “Familia y Toxicodependencia. De la desesperación a la esperanza”, redactado por el Pontificio Consejo para la Familia)

PRECES

Bendigamos a Cristo, nuestro Salvador, que por su muerte nos ha abierto el camino de salvación, y digámosle:
R/MGuíanos por tus senderos, Señor.
Señor de misericordia, que por el bautismo nos hiciste nacer a una nueva vida,
– haz que nuestras obras canten tu alabanza.MR/
Tú que eres el Maestro y tienes palabras de vida eterna,
– pon en labios de los profesores las palabras adecuadas para guiar a sus alumnos en el amor a la verdad.MR/
Danos fuerzas para que hoy hagamos lo bueno, lo recto y lo verdadero ante ti,
– y sepamos apartarnos del mal y vencer las tentaciones.MR/
Te pedimos por los gobernantes, para que no se dejen cegar por intereses partidistas,
– y en su trabajo a favor del bien común piensen especialmente en los más necesitados.MR/
Intenciones libres
Padre nuestro…

ORACIÓN

Oh, Dios, que abres la puerta de tu reino a los que han renacido del agua y del Espíritu, acrecienta en tus siervos la gracia que les has dado, para que, limpios de sus pecados, no se vean, por tu bondad, privados de tus promesas. Por nuestro Señor Jesucristo.

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