¿Qué significa ser mejor que los escribas?

Bogumilo de Gniezno, Santo

Eremita y Obispo, 10 de junio

Martirologio Romano: En Dobrowo, en Polonia, muerte de san Bogumilo, obispo de Gniezno, que, después de renunciar a su sede, llevó en este lugar vida eremítica, consumado por su austeridad († 1182)

Breve Biografía

Después de las numerosas instancias realizadas en los siglos XVII y XVIII, iniciadas por el arzobispo Matteo Lubienski (1641-52), la papa Pío XI aprobó con el decreto firmado el 27 mayo de 1925 el culto al beato Bogumilo y estableció que Polonia lo recuerde el día 10 junio. El centro del culto a Bogumilo, ya existente en el siglo XV, era la iglesia parroquial del Santísima Trinidad en Dobrowo, dónde se encontraba su tumba. Los primeros documentos de ese culto son los decretos de los años 1443 y 1462, emanados por los arzobispos de Gniezno para reglamentar la concurrencia «al tumbam S. Bogumili». Aproximadamente en el año 1580, ejecutando el «recognitio corporis», se encontraron en la tumba el cayado pastoral y el anillo que certificaban su dignidad episcopal, dignidad que también es sustentada en los cuadros de la iglesia de Dobrowo, en los que Bogumilo es representado como obispo con la mitra, el cayado pastoral y usando el hábito camaldulense, por lo que se arguye que pertenecía a esa orden.

Una biografía, escrita en Dobrowo alrededor de 1584, que nos informa que Bogumilo era descendiente de la familia de san Adalberto, se cuenta que fue arzobispo de Gniezno en los años 1170-82, pero que, por presiones de los poderosos señores de la zona, renunció a la dignidad episcopal retirándose a una ermita, dónde finalizó sus días, luego de haber donado sus bienes a Dobrowo, a las aldeas circunstante y a los Cistercienses, Orden a la que perteneció su hermano Bogufal. Es natural que Bogumilo también fuera venerado en aquella orden, de modo particular en Koronowo. En este lugar fue redactada otra biografía, según la cual Bogumilo fue arzobispo de Gniezno en los años 1167 -72. Por esta fuente sabemos que él nació en Kozmin en el año 1116, hizo los primeros estudios en Gniezno bajo la tutela de su tío, el arzobispo Giovanni, terminando sus estudios en París. De regreso en Polonia, destinó una parte de sus bienes a la construcción de la iglesia a Dobrowo. Recomendado por su tío, fue ordenado. Al principio fue el párroco de su ciudad natal, y posteriormente pasó a ser el decano de Gniezno, luego de la muerte de su tío el año 1167, lo sucede él en la cátedra episcopal. Dotado del espíritu contemplativo, aspiró poder seguir las huellas de san Romualdo.

Conseguido el consentimiento del papa Alejandro III, renunció a la dignidad arzobispal y se retiró a un lugar desierto cerca de Dobrowo, dónde murió el 10 junio de 1182, confortado por una visión de la Virgen. Su cuerpo, primero enterrado en la iglesia de Dobrowo, fue trasladado en 1668 a Uniejów donde es venerado. Se cree que esta biografía puede fundamentarse en un documento de 1232 en el que el príncipe Vladimiro Odonicz confirmó a los Cistercienses de Sulejów la posesión de las tierras en Dobrowo y aldeas aledañas, que fueran donadas por el arzobispo Bogumilo a su hermano Bogufal y pasados por lo tanto al obispo Cristiano, cisterciense, quien los cedió a la abadía de Sulejów.

La dificultad en poder dar credibilidad los datos de estas biografías, consiste en el hecho que ni Dlugosz en su trabajo «Vitae archiepiscoporum atque episcoporum universi Regni Poloniae». Ni los anuncios necrológicos citan algún Bogumilo en la sede de Gniezno en esa época. De hecho, en los años 1153-99, la sede episcopal fue ocupada por Juan Zdzislao y Pedro. Algún historiador identifica a Bogumilo con Pedro: de hecho, Bogumilo sería, la variación eslava del nombre. También Pedro desciende de la familia de san Adalberto y tenía sus bienes en los alrededores del río Warta. Esta hipótesis, sin embargo, se contradice por la circunstancia eremítica de vida de Bogumilo, los datos indican que el arzobispo Pedro murió el 19 de agosto, mientras ocupaba aún la sede episcopal, no se lo menciona como ermitaño ni como ex arzobispo, y además, según un documento de 1219, este Pietro era director del monasterio de San Vicente en Wroclaw y pertenecía a la familia Labeclz (Labendz). Algún otro identifica al beato de Dobrowo con el arzobispo Bogumilo que murió en 1092, asumiendo su cargo en 1080, tras haber sucedido a Gregorio VII: teoría que demolería la tradición cisterciense. Otros, en cambio, como Martinus Baronius, Abraham Bzowski y el camaldulense Taddeo Mini, confunden a Bogumilo con Wloscibor que debía ser y nunca fue arzobispo; ya que, habiendo sido elegido en el año 1279, éstos, elegidos por el capítulo en el año 1279, inmediatamente fue desterrado por el príncipe Przemyslaw II y, después de haber renunciado a la dignidad episcopal, murió en un monasterio próximo a Dobrowo. Pero también esta hipótesis tiene errores: en la historia de los obispos de Gniezno del siglo XIII no se menciona a Bogumilo. La teoría más probable parece la de Pietro David, según la cual el ermitaño de Dobrowo no había sido nunca arzobispo, tan sólo un abad benedictino a Mogilno, muerto el 28 noviembre de 1179. Él habría renunciado a su dignidad como abad y pasó el resto de su vida en una ermita. Su nombre señalaría la afiliación a la familia de san Adalberto y sus bienes estaban en las proximidades de Dobrowo. También es fácil de explicar la transformación del abad en arzobispo, confirmado por la tradición.
 
Sí, soy libre

Ordinario Santo Evangelio según san Mateo 5, 20-26. Jueves X del Tiempo
 
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, muchas veces he tenido sinceros propósitos de seguirte y ser auténtico cristiano. Ayúdame a recordar con qué corazón ellos nacieron en mí y enséñame a corresponderlos una vez más.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Mateo 5, 20-26

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Les aseguro que si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes en el Reino de los cielos.

Han oído ustedes que se dijo a los antiguos: No matarás y el que mate será llevado ante el tribunal. Pero yo les digo: Todo el que se enoje con su hermano, será llevado también ante el tribunal; el que insulte a su hermano, será llevado ante el tribunal supremo, y el que lo desprecie, será llevado al fuego del lugar de castigo.

Por lo tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda.

Arréglate pronto con tu adversario, mientras vas con él por el camino; no sea que te entregue al juez, el juez al policía y te metan a la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.

¿Qué significa ser mejor que los escribas?, ¿qué significa ser mejor que alguien?, ¿qué significa ser mejor?, ¿mejor?, ¿en qué? ¿Cómo puedo decir si soy mejor que otra persona? Jamás podré asomarme a contemplar las intenciones más profundas de los otros. Jamás podré decir, «soy mejor» o «soy peor». El corazón de una persona viene formado por muchas circunstancias en la vida. Pasa por tantas situaciones. Muchas experiencias lo hacen crecer, pero muchas otras lo vuelven temeroso, nervioso. Hay algunos que poco a poco se van tornando animosos. Y hay quienes pusilánimes. Algunos afrontan un reto tras el otro; otros que no pueden escapar de la rutina. Las razones de esto podrían podrían ser muchísimas, pero una esencial, que jamás pasaría por alto, es la libertad.

Soy libre. Soy capaz de elegir el bien. Soy capaz de amar. Y bastaría poner la vista en los millones de personas, que en algún momento de sus vidas se encontraron en problemas sin salida. Personas que pugnaban contra fuerzas de la historia del pasado, del temor ante el futuro o de su realidad presente. Personas que se sentían incapaces de cambiar y que obscuramente estaban convencidos de ello. Miles y miles de personas que, pese a absolutamente todo, optaron por creer en su capacidad más alta.

En mi interior siempre resuena una consciencia muy en lo profundo que me dice: «eres libre», “«puedes cambiar», «puedes amar».

Entonces una chispa inicia a encender un dinamismo en mi persona que, aceptado libremente, me comienza a transformar.

La verdad es la que me hace verdaderamente libre: la verdad de conocerme hijo de Dios. El pecado esclaviza pues me aleja de mi fin. Cristo me hace libre, pues me dirige hacia el amor: de dónde vengo, a dónde voy.

Jamás podré decir si en lo más profundo de mi hermano se halla una intención mala. Habré de perdonarlo y de buscar mostrarle -con mi ejemplo, mi palabra o mi oración- cuál es su verdadero fin, cuál es la verdadera facultad de amar, que Dios ha colocado en su interior.

«Es muy triste pasar por la vida sin dejar una huella. Pero cuando optamos por la comodidad, por confundir felicidad con consumir, entonces el precio que pagamos es muy, pero que muy caro: perdemos la libertad. No somos libres de dejar una huella. Perdemos la libertad. Este es el precio. Y hay mucha gente que quiere que los jóvenes no sean libres; tanta gente que no os quiere bien, que os quiere atontados, embobados, adormecidos, pero nunca libres. No, ¡esto no! Debemos defender nuestra libertad». (Homilía de S.S. Francisco, 30 de julio de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy rezaré un misterio del rosario por una persona que se encuentre en una situación difícil y buscaré ofrecerle la mejor ayuda de mi parte.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
 
¿Qué sentido tiene ofrecer cosas a Dios?

¿Acaso Dios necesita algo de nosotros?, ¿qué gana si yo le ofrezco esto?, ¿para qué le sirve que se lo ofrezca?, ¿acaso le hace algún bien a Dios?

Seguramente desde chicos hemos aprendido a ofrecer a Dios distintas realidades de la vida, sobre todo las desagradables. Cuando llegaba la hora de tomar un jarabe de gusto desagradable, de un dolor, de una derrota futbolística, etc., nuestra madre con un sencillo "ofrécelo a Dios" despachaba la cuestión. Incluso quizá, en algunos momentos, nos ha llegado a molestar que nos lo dijeran, ya que no aceptábamos aquello y, por tanto, menos queríamos ofrecerlo.

Con el tiempo y más formación, posiblemente habremos ampliado el espectro de los ofrecimientos hacia los deberes de la vida -las cosas que debíamos hacer con responsabilidad-, dándonos cuenta de no sólo era una obligación a cumplir (el estudio, el trabajo, etc.) sino algo que podíamos ofrecer al Señor.

Y, si avanzamos más en la vida cristiana, el amor a Dios no habrá llevado más lejos, haciéndonos ver que no sólo podíamos ofrecer las caras molestas y responsables de la vida, sino que también es lógico "compartir" con El las cosas agradables y placenteras.

Es un tema que nos suena conocido, pero en que quizá no hemos profundizado lo suficiente.

Cuando no se entiende el por qué

El encuentro con personas que no entienden el sentido de ofrecer a Dios trabajos, sacrificios, dolores, etc., me ha sugerido escribir sobre este tema. Personas que cuando se les plantea la cuestión preguntan desconcertadas ¿acaso Dios necesita algo de nosotros?, ¿qué gana si yo le ofrezco esto?, ¿para qué le sirve que se lo ofrezca?, ¿acaso le hace algún bien a Dios?

Y tienen razón. Si la cuestión acerca del sentido y valor del ofrecimiento se plantea desde nuestra perspectiva utilitarista, es difícil de entender. Mirado así, efectivamente, no parece que pueda servir de mucho. Efectivamente, si lo lleváramos a un plano personal, qué pensaríamos si nos ofrecieran cosas que no nos sirven, ni necesitamos, ni nos interesan... quizá no estaríamos demasiado agradecidos. ¿Para qué quiero yo un elefante, o un traje de novia, o 10 Kg de cemento, o un karting…? Posiblemente esos regalos me crearían un problema que no tengo: ¿qué hago yo con esto?

Aplicado a Dios, uno se podría preguntar ¿qué hace con mi estudio?, ¿qué le cambia si yo se lo ofrezco?, ¿para qué le sirve mi dolor de muelas?, ¿qué hace con la carne que no como los viernes...? y así podríamos seguir con infinidad de ejemplos.

Pero el asunto no es qué gana Dios, sino qué gano yo. Aquí radica la verdadera perspectiva. Porque Dios me pide cosas que El no necesita, pero que yo sí necesito. Me pide para dar. Exige para entregarse.

Por otro lado, el ofrecimiento santifica lo ofrecido, y hacerse santo santificando la vida es lo más útil del mundo...

De manera que nos vendrá muy bien entender mejor qué sentido tiene ofrecer, para qué lo hacemos, qué pasa cuando lo hacemos (que es lo que hacemos realmente al ofrecer algo). Para llenarlo de sentido, descubrir su valor y sobre todo ganarnos el cielo.

Veamos siete perspectivas de la santificación del trabajo.

1. Una cuestión de amor

Dios manifiesta su amor aceptando nuestro ofrecimiento

Obviamente Dios no nos necesita. El no saca ningún provecho de lo que nosotros le podamos ofrecer. No gana nada. Por otro lado, todo es suyo, eso que le queremos ofrecer... ¡lo ha creado El mismo!

Pero no todo en la vida es cuestión de utilidad… La cuestión más radical no entra en cálculos de practicidad: el amor. Quien se preguntara para qué me sirve amar... estaría encarando muy equivocadamente la cuestión del amor: y por ese camino nunca llegará a amar y, por tanto a ser feliz.

El amor de Dios por nosotros

- ¿Por qué Dios quiere que le ofrezcamos sacrificios, ofrendas, etc.? Desde el principio anticipo la respuesta: porque nos quiere, aprecia todo lo nuestro.

El hecho de la necesidad de ofrendas está fuera de duda: aparece desde el principio del Antiguo Testamento. Allí encontramos a Abel y Caín ofreciendo a Dios el fruto de su trabajo: su ganado y los frutos de la tierra.

"Y entrando en la casa, vieron al Niño con María, su madre, y postrándose le adoraron; luego abrieron sus cofres y le ofrecieron presentes de oro, incienso y mirra". Mt 2,11

Amar implica buscar el bien de la persona amada. Algunos se preguntan: ¿qué bien puedo yo procurarle a Dios? Es claro que ninguno. Esto también resulta patente en la Sagrada Escritura; Dios lo dice explícitamente a los judíos, y lo hace en un tono hasta divertido: "No tengo que tomar novillo de tu casa, ni machos cabríos de tus apriscos. Pues mías son todas las fieras de la selva, las bestias en los montes a millares; conozco todas las aves de los cielos, mías son las bestias de los campos. Si hambre tuviera, no habría de decírtelo, porque mío es el orbe y cuanto encierra. ¿Es que voy a comer carne de toros, o a beber sangre de machos cabríos? (Salmo 50, 9-13).

Pero aquí aparece su amor: Dios quiere lo que me hace bien a mí.

Se lo entiende mirando un reflejo humano del amor divino: al amor materno. Una buena madre se goza más en el bien de los hijos que en el propio. Cuando le preguntan ¿qué quieres que te regale? Contesta: "¡que te portes bien!" Y no es una forma de decir, una formalidad: es verdad: lo que realmente quiere. Eso es lo que las llena: el bien de sus hijos, su éxito, verlos mejor, crecer, madurar, llegar alto… Se gozan en sus hijos…

¡Y Dios es nuestro Padre! Dios nos creó, es nuestro Padre, se complace en que demos fruto (no engaños, fracasos).

Dios se complace en lo nuestro, quiere que le ofrezcamos lo que nos hace bien a nosotros. Y hacer el bien que hacemos, ofreciéndoselo a Dios, nos hace bien a nosotros: porque así nos saca de esquemas egoístas: busco mi santidad por amor a Dios y no por soberbia, amor propio, o afán perfeccionista (lo que sería totalmente contradictorio).

De manera que a Dios le complace lo que no necesita... ¡porque nos ama!

"No entiendo para qué tengo que ofrecer, para qué le sirve". Si nos cuesta entender es quizá porque se nos ha metido una visión utilitarista de la vida (que significa una visión egoistona o centrada en el beneficio o interés): me sirve, le sirve, qué saco, conviene. Dispuestos a hacer sacrificios (algo que no me gusta) sólo en aras de la utilidad propia o ajena.

Olvidando que ¡dar amor es lo más útil del mundo!

"Os ruego, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios, como obediencia racional". Rom 12,1

2. Amor y deberes: la ofrenda convierte el deber un acto de amor

Pero, ¿qué sentido puede tener ofrecer a Dios lo que tengo que hacer sí o sí, por obligación o para poder comer, pasar de curso, recibirme, además incluso si además me gusta lo que hago…?, ¿no es un poco engañoso ofrecer lo que haría aunque no lo ofreciera?

Dios quiere nuestra santidad, para eso nos ha creado y podemos ofrecerle lo que es su voluntad.

Toda mi vida entra en sus planes: Dios inscribió la ley del trabajo en la vida del hombre, lo mismo los deberes familiares, la necesidad de desarrollo personal de los talentos que nos ha dado… vida familiar... cumplimiento de deberes que llenan la vida (trabajo, familia...): la mayor parte.

Puedo cumplir su voluntad por amor: no se trata de una alternativa: deber o amor. No, puedo cumplir mis deberes por amor.

Quiero cumplir la voluntad de Dios y amar su voluntad. Con todo lo que me pasa (incluso si no puedo evitar que me pase...), lo que me hace doler, me alegra, no me gusta, me divierte, me molesta... puedo mostrar más realmente mi entrega. Al ofrecer lo que me pasa -eso que no puedo evitar que pase-, me estoy uniendo a la voluntad de Dios. Hacer lo que tengo que hacer por amor, por agradar a Dios, en su presencia y compañía. Estoy aceptándolo no sólo de buena gana, sino intentando quererlo porque amo a Dios.

Igual sucede a nivel familiar. Un padre, una madre, los hijos... lo que tienen que hacer es ¿obligación?, ¿amor? ¡Es lo mismo! Esos deberes se convierten en una obligación de amor.

El ofrecimiento no es una ficción: todo le pertenece, reconocer que todo es suyo y todos lo somos.

Al enriquecer el valor de lo que hago... enriquezco mi vida

Vivir para… Si eliminamos la entrega, eliminamos el amor. El ofrecimiento convierte lo que hacemos en un acto de amor.

3. El ofrecimiento convierte la vida en un regalo

Dios en su bondad quiere darnos la oportunidad de mostrarle nuestro amor a través de estos ofrecimientos, que en el fondo no son más que formas de entregarnos a nosotros mismos.

Es el sentido que tiene los regalos.

Los regalos, dones, etc. son expresiones externas de entrega personal: materializan la entrega de nosotros mismos (nuestra propia vida). No se ofrecen por su valor externo. Lo que vale es el amor que representan, que expresan. En la ofrenda que hacemos, nos ofrecemos nosotros: nos representa y expresa la entrega de nosotros mismos.

En nuestro caso, al ofrecer las cosas por amor a Dios, es ese mismo amor de Dios lo que les da valor. Un chiquito regala a su madre un dibujo. Para la madre, es una obra de arte, tiene un valor mayor que muchos cuadros expuestos en museos.

Consideremos dos maneras de hacer un regalo. En un caso damos a un empleado $50 para que compre un regalo para alguien y se lo envíe. Qué distinto resulta, en cambio, si nosotros pensáramos qué le gustaría a esa persona, fuéramos personalmente a elegirlo, comprarlo y llevárselo... El valor material puede ser el mismo, pero el regalo es muy distinto.

No son meras palabras: "lo hago por vos". Como una etiqueta que se le pone. El que sea para esa persona está en la raíz de la existencia de lo que se ofrece.

El ofrecimiento de lo que somos y hacemos es la manera que tenemos de manifestar nuestro amor; de amar: amamos ofreciéndonos.

Quiero vivir para Dios. Que todo lo mío sea suyo. Yo mismo pertenecerle. La única forma que tengo de que sea operativo, es ir dándole todo lo que voy haciendo, lo que me va pasando, etc.

Y si de utilidad se trata, en cuestiones de amor -paradójicamente- los regalos no se piensan en categorías de utilidad. Un novio regala a su novia un anillo, una flor, un chocolate… ¿para qué sirve? Normalmente no regala cosas útiles. Para expresar amor: cuanto más inútil, cuanto más amor, cuanto más lindo… Si te regalo lana para que me tejas un sweater…

4. El amor da valor a lo que hacemos

¿Cuál es el valor de lo que hacemos? A veces valoramos mal las cosas, usamos medidas que no son las verdaderas, ya que son exteriores (valor económico, reconocimiento social, sentimiento de realización personal, etc.).

El verdadero valor de las cosas es el que tienen a los ojos de Dios.

¡Qué bien nos lo enseñó Jesús al elogiar el óvolo de la viuda en el Templo! Siendo la que menos contribuyó desde el punto de vista monetario, fue la que más dio a los ojos de Dios.

"Un pequeño acto hecho por amor, ¡cuánto vale!"

"Y si repartiera todos mis bienes en alimentos, y si entregara mi cuerpo para alcanzar la gloria, si no tengo caridad, de nada me sirve". 1 Cor 13,3

5. Queremos meter a Dios en nuestra vida

Con nuestro ofrecimiento, involucramos a Dios en lo nuestro: es también suyo.

¡Qué maravilla que lo mío sea de Dios!

Entonces, el Señor nos cuida: nuestro trabajo está en sus manos porque allí lo pusimos. Es lo que decimos a la Virgen en el Oh Señora mía: "y ya que soy todo tuyo, Madre de bondad, guardadme y defendedme como cosa y posesión tuya".

Absolutamente todo puede ser objeto de nuestro ofrecimiento a Dios:

"Por tanto, ya comáis, ya bebáis, o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios". 1 Cor 10,31

6. Nos lleva a ser mejores

El amor busca y se complace en el bien de la persona amada. Quiere agradar, dar el gusto. Cuando ofrecemos a Dios nuestro trabajo por amor, esto tiene muchas consecuencias prácticas: nos lleva a hacerlo bien.

Para Dios lo mejor: no podemos ofrecerle cosas mal hechas.

Se ofrece uno mismo: lo que damos es lo de menos, ya que es expresión de nuestro amor (que es lo que realmente interesa).

En efecto, amar ofreciendo nos hace mucho bien a nosotros porque saca lo mejor de nosotros mismos.

Se habla mucho de motivación: no existe una mejor y más elevada que trabajar para Dios: nadie tiene más motivos para hacer las cosas lo mejor posible.

7. Lo más grande: nuestro trabajo que se hace salvador y santificador

Dios nos hace partícipes de la Redención: cooperadores: no porque lo necesite; sino para darnos una ocasión de grandeza.

Instrumentos de la santificación del mundo.

En el Bautismo hemos sido capacitados para eso.

Una cuestión de santidad

A través del ofrecimiento, hacemos que nuestra vida "entre" por decirlo de alguna manera, en la esfera divina: que se divinice. Así adquiere otra dimensión: se convierte en una cuestión de santidad.

San Josemaría enseñó tres dimensiones de la santificación del trabajo: santificar el trabajo (es decir, el mundo creado), santificarnos con el trabajo (nuestra santificación personal) y santificar a los demás con el trabajo (al santificar el trabajo, santificamos también a los demás).

El ofrecimiento por amor de la vida ordinaria:

Santifica el don en sí mismo
Santifica a quien lo ofrece
Santifica a los demás

La santificación del trabajo supone unos requisitos imprescindibles:

1) Estar bautizado: este sacramento da capacidad para santificar las cosas que hacemos. El carácter que imprime el Bautismo es una participación del sacerdocio de Cristo. Los fieles podemos participar del mismo de dos maneras esencialmente distintas:

- a través del sacerdocio ministerial: concedido por el sacramento del orden sagrado, los sacerdotes pueden celebrar la Santa Misa, perdonar los pecados, etc.
- a través del sacerdocio común de los fieles: que en palabras de San Josemaría nos hace "sacerdotes de nuestra propia existencia", es decir un sacerdocio cuyo objeto es el ofrecimiento de la propia vida.

Así, se puede decir que de la misma manera que sin sacerdocio ministerial no hay Misa…, sin sacerdocio real no hay santificación del trabajo.

"También vosotros, como piedras vivas, sois edificados en templo espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales gratos a Dios por medio de Jesucristo" 1 Pe 2,5

2) Estado de gracia: la santidad no procede de nosotros sino de la vida sobrenatural que está en nosotros (vida divina). Se puede ofrecer el trabajo sin estar en gracia -y es bueno hacerlo- pero este ofrecimiento no puede hacerlo santo, ni santificador.

3) Bondad del trabajo: obviamente el trabajo debe ser honesto, no se podría santificar un delito o algo inmoral.

4) Entrega personal: dar lo mejor de nosotros mismos. Es obvio que no podemos santificar un trabajo mal hecho: a Dios hemos de darle lo mejor. Esto supone esfuerzo y generosidad.

5) Amor: el motivo por el que trabajamos, la intención con la que hacemos las cosas. Esto ser expresa precisamente en el ofrecimiento: lo entrego a Dios, lo hago por El, con El y para El.

Los momentos específicos de ofrecimiento

Siempre se puede ofrecer a Dios lo que hacemos, nos pasa, queremos, etc.; pero se pueden subrayar tres momentos privilegiados:

1) Santa Misa, y en particular el ofertorio de la Misa: no sólo ofrecemos el pan, el vino y las ofrendas que la comunidad lleva al altar, sino que espiritualmente unimos nuestra vida, todo lo nuestro lo ponemos junto a esas ofrendas. De hecho, el sacerdote termina el ofertorio invitando a los fieles a la oración con las siguientes palabras: "Orad hermanos para que este sacrificio mío y vuestro". Ese sacrificio es nuestro porque allí está todo lo nuestro que se ofrece al Padre.

2) Ofrecimiento de obras: a primera hora de la mañana, ofrecer a Dios todos nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras obras, de manera que todo lo que hagamos y nos pase ese día estará consagrado a su gloria. Una oración sencilla y corta basta para hacer este acto de entrega matinal.

3) El momento de hacerlo, dirigir el corazón a Dios: el Espíritu Santo no es un huésped ocioso dentro de nosotros sino que santificará lo que tengamos entre manos.

Que la oración sea el pentagrama de la melodía de nuestra vida

Catequesis del Papa Francisco, 9 de junio de 2021

El Papa Francisco celebró esta mañana a las 9.30, en el Patio de San Dámaso, su tradicional audiencia semanal en un lugar que le permite tener, al menos, algún tipo de contacto con los fieles y peregrinos que, en número reducido a causa de las medidas adoptadas por la pandemia, acuden a este encuentro para escuchar su catequesis de los miércoles y recibir su bendición apostólica.

El Santo Padre propuso la penúltima catequesis sobre la oración, y abordó el tema del perseverar en el amor, es decir, ser perseverantes al rezar. Una invitación, dijo, que también es un mandamiento que nos viene de la Sagrada Escritura.

Necesitamos la oración como el aire que respiramos

“‘Orar constantemente’ es una invitación, más aún, una exhortación que nos hace la Sagrada Escritura. Pero, ¿cómo es posible rezar sin interrupción? Esta fue la búsqueda del Peregrino ruso, que descubrió la oración del corazón, una oración breve que consiste en repetir, al ritmo de la respiración y durante toda la jornada: ‘Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten misericordia de mí, pecador’”

Tras afirmar que “en la vida necesitamos tanto de la oración como del aire que respiramos”, Francisco se refirió a la historia de la espiritualidad en la que diversos autores insisten en la necesidad de una oración perseverante y continua, “que sea el centro de la existencia cristiana, el pentagrama donde se apoye la melodía de nuestra vida, el fuego sagrado que arda en nosotros sin cesar y que nada lo pueda apagar”.

Que nuestra oración no nos aleje de la realidad

El Papa Francisco añadió textualmente mientras resumía su catequesis en nuestro idioma:

“Vivir estos principios no es fácil. Pero estamos llamados a hacerlos vida manteniendo el equilibrio entre trabajo y oración, es decir, intentando que el trabajo no nos absorba hasta el punto de no encontrar tiempo para orar y, por otra parte, estando atentos a que nuestra oración no se convierta en un espiritualismo, que nos aleje del contacto con la realidad”.

“En definitiva – concluyó – la circularidad entre fe, vida y oración mantiene encendido en nosotros el fuego del amor: los tiempos dedicados a estar con Dios reavivan nuestra fe, y esto se traduce en nuestra vida concreta”.

Saludos del Papa

“Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. En estos días en que nos preparamos a celebrar la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, pidamos al Señor que haga nuestros corazones semejantes al suyo: humildes, misericordiosos y perseverantes en el amor, en la oración y en las buenas obras. Que Dios los bendiga. Muchas gracias”.

En portugués

Al saludar a los fieles de lengua portuguesa y antes de impartirles su bendición, el Santo Padre los invitó, en este mes de junio dedicado al Sagrado Corazón, a experimentar en la oración la invitación a ir hacia Jesús, “llevando nuestros cansancios y dificultades, para encontrar descanso y así aprender de Él, que es ‘manso y humilde de corazón’".

En francés

A los fieles francófonos el Papa en su saludo les recordó que “la oración es una necesidad vital para una vida cristiana sana y fructífera”. Por esta razón sugirió: “Aprendamos a encontrar en el corazón de nuestras actividades diarias momentos de recogimiento y meditación para ofrecer al Señor nuestras preocupaciones, nuestras emociones, nuestras esperanzas, así como la vida del mundo. Entonces seremos discípulos según el corazón de Cristo. Sobre cada uno de ustedes, invoco la paz y la bendición de Dios”.

En inglés

Al saludar cordialmente a los peregrinos de habla inglesa Francisco los invitó “a cultivar una oración constante, capaz de unir nuestra vida cotidiana y ofrecerla como un sacrificio agradable al Señor”. Después de lo cual invocó sobre todos ellos y sus familias “la alegría y la paz de Cristo. ¡Que Dios los bendiga!”.

En alemán

En su saludo a los queridos hermanos y hermanas de lengua alemana, el Papa les recordó: “El viernes celebramos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Pidamos al Señor que haga latir nuestro corazón con el suyo: que lo purifique de todo lo terrenal, de todo lo que es orgullo y desorden, de todo lo que es insensible; que lo llene de sí mismo, para que en su amor y en su temor nuestro corazón encuentre la paz”.

En polaco

También al saludar cordialmente a todos los polacos el Obispo de Roma les recordó: “El próximo viernes celebraremos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Ese día, en el centenario de la consagración del pueblo polaco al Sacratísimo Corazón de Jesús, sus obispos renovarán solemnemente este acto. Los exhorto a que, imbuidos del amor divino, trabajen por la construcción de la civilización del amor. Los bendigo de corazón”.

En árabe

Al saludar a los fieles de habla árabe, el Papa Francisco les dijo: “La oración es el aliento de la vida, y todos estamos invitados a vivirla, para que sea una oración ininterrumpida. La oración está en el corazón de la existencia cristiana, como la respiración, que no puede faltar. Que el Señor los bendiga a todos y ¡los proteja siempre de todo mal!”.

En italiano

Por último, al dirigir un cordial saludo a los peregrinos de lengua italiana, el Santo Padre nombró en particular a los jóvenes comunicadores que participaron en la iniciativa del Dicasterio para la Comunicación, a los jóvenes del grupo "Contatto" de Turín, a los jóvenes de Grottaferrata que recaudaron fondos para vacunas destinadas a los más necesitados, y a los estudiantes de la Región de los Abruzos que participaron en el concurso de belenes.

Además, recordó: “Pasado mañana celebraremos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, en la que el amor de Dios se dio a conocer a toda la humanidad”.

“Invito a cada uno de ustedes a mirar con confianza al Sagrado Corazón de Jesús y a repetir con frecuencia, especialmente durante este mes de junio: ‘Jesús, manso y humilde de corazón, transforma nuestros corazones y enséñanos a amar a Dios y al prójimo con generosidad’”.

Por último, como es costumbre, el pensamiento del Papa se dirigió a los ancianos, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados, a quienes les dijo: “Que el Corazón de Cristo, fuente del amor que redimió al mundo, los acompañe y sostenga siempre. A todos mi bendición”.

La enfermedad y el dolor en la vida del varón y de la mujer.

¿Tiene sentido el sufrir?¿Se puede ser feliz sufriendo?

La enfermedad y el dolor en la vida del hombre.

(Los sentidos del sufrimiento. ¿Se puede ser feliz sufriendo?)

La enfermedad, el sufrimiento y el dolor, son un gran problema para los hombres y mujeres de todos los tiempos. Parecen innatos al ser humano. Lo acompañan durante toda su vida. Y denotan su impotencia, límite, finitud; y presagian su destino final: La muerte.

En él producen sentimientos de angustia y tristeza, de depresión, de rebeldía, sino contra Dios, con quienes los atienden y son responsables de su salud.

En la Antigua Alianza, adquiere características de lamento, acompañado por el pedido de curación a Dios, y un movimiento hacia la conversión y el pedido de perdón y reconciliación, pues con facilidad se vincula la enfermedad y el dolor a alguna falta cometida. De allí la tan mentada pregunta: “-¿Por qué?”.

Y si la enfermedad y el dolor se vinculan al pecado y al mal, la vida y la salud total se las relaciona con la fidelidad a Dios y a sus mandamientos.

Por ello, cuando se habla escatológicamente, con un sentido final, y esto resalta en los Apocalipsis, se pone de manifiesto que allí “no habrá llanto ni dolor”, se perdonarán las faltas y serán destruidas la enfermedad, la muerte y el dolor.

Pero también, para los que los saben descubrir, producen frutos y efectos positivos.

Antes que nada. Tendríamos que decir que el sufrimiento es el padecimiento subjetivo (personal) de algún mal.

El mal.

El mal no tiene consistencia metafísica: “No es”.

Podemos definirlo como la carencia de un bien que debería estar y no está: Por ejemplo, la enfermedad es un mal en cuanto que carencia de la salud que debería acompañarnos y no lo hace.

La mutilación de alguno de nuestros miembros es un mal, pues correspondería a la naturaleza humana el tener la plenitud de sus miembros.

Pero no es un mal que a un hombre o a una mujer le falten alas, porque eso no es un bien correspondiente a su naturaleza. Sí sería un mal para el águila el no tenerlas, o que le falte alguna, pues en ella sí es un bien que debería estar.

Veamos ahora los sentidos del sufrimiento, las respuestas que se pueden dar ante él (si las hay), la parte positiva que algunos logran entrever.

Sentidos del sufrimiento.

¿Transgresión?

Un sentido también innato en el ser humano es el del castigo o pena por una transgresión o pecado. Como decíamos antes, queda patentado en la pregunta:-“-¿Por qué?”. O: “-¿Por qué a mí?”. O: “-¿Qué hice?”. O la apelación a la justicia o injusticia de Dios.

¿Prueba?

Otro sentido es el de la prueba. Es el caso de Job, cuyo libro es fácil y hermoso de leer, como una narración pedagógica del Antiguo Testamento. Enseña sobre el sentido del dolor.

Antigua y ancestralmente, y metido como en el inconsciente colectivo de la humanidad, la enfermedad y el dolor estaban vinculadas a la transgresión, a la culpa y a la pena correspondiente a esa transgresión.

En el libro de Job, como vemos en los capítulos 1 y 2, Satanás se aparece entre los ángeles a Dios, para decirle que Job le es fiel porque le dá los mejores bienes, y porque tiene la mejor mujer y los mejores hijos de todo Israel.

Para probar la fidelidad de Job, Dios permite que Satanás le quite primero todos los bienes, y luego a todos sus hijos.

Job permanece fiel a Dios, a lo que Satanás responde: “-Piel por piel”. Dios permite que se apodere de Job una úlcera maligna, pero resguarda su vida.

Era tan lamentable el estado de Job, que se sienta sobre la basura y con un pedazo de teja se rascaba la espalda. La esposa lo increpa diciéndole: “-Maldecí a tu Dios y morite”, a lo que Job responde célebremente: “-Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré a él. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, ¡bendito sea el nombre del Señor!”.

Y en todo esto no pecó Job.

Los amigos tratan de convencerlo de que los males que lo aquejan son efecto de alguna falta, pero Job proclama constantemente su inocencia.

Finalmente interviene Dios, asegurando la inocencia de Job, pero enseñándole al que le pedía cuentas de su actuación, que no es quién para pedirle razones, y que el portarse bien no significa que todo le va a ir bien. Sino sería algo interesado. Hay que amar por amar, no para que a uno le vaya bien en todo... (Nosotros tenemos el ejemplo de Jesús, que nos dejó un camino para seguir).

Como en los mejor cuentos, Job vuelve a tener una innumerable cantidad de bienes, y los mejores hijos e hijas de Israel.

Fue un sentido de prueba a la fidelidad de Job, y sin duda que recibió también una enseñanza.

¿Pedagogía de Dios?

Este sentido educativo o pedagógico del sufrimiento, se manifiesta en la maduración de la persona. Por supuesto, un ejemplo lo tenemos en el Señor Jesús, que desde la cruz perdona a sus torturadores.

Ejemplo probado de madurez espiritual es la compasión, la misericordia y el perdón, principalmente con aquellos que nos hacen sufrir, y nada más cerca de la inmadurez en el Espíritu, es la queja constante e insolente, para con Dios y para con los demás.

Sentido redentor.

Por último, tenemos que considerar su sentido redentor, de salvación.

Ayuda a la propia redención y salvación y, completada ésta, ayuda a redimir a los demás.

Como decía San Pablo: “-Completo en mi cuerpo lo que falta a los padecimientos de Cristo, a favor de su Cuerpo, que es la Iglesia”.

No es que a la pasión de Jesús le falte algo, pero ha dejado un lugar para que incorporemos a ella nuestros propios sufrimientos, haciéndolos valiosos y con sentido.

Eso sí, como el de Jesús, nuestro sufrimiento debe ser “amoroso”.

La alegría de padecer.

Por último, tenemos la enseñanza de San Pablo: Él “se alegra” en los sufrimientos.

Parte de la experiencia del Resucitado que se le manifiesta en el camino a Damasco, y desde la gloria de la cruz se alegra de padecer por Jesús en favor de sus hermanos.

Es más, manifiesta que está “crucificado” con Cristo. Vive él, pero en realidad, no es él, sino que Cristo vive en él.

¿Se puede ser feliz así?

Podemos concluir que el sufrimiento, para el cristiano maduro, es como un regalo de Dios, que no solamente lo une a Él, sino a sus hermanos, a los que ayuda a redimir.

Terminemos con una frase de Teresita del Niño Jesús, la cual decía que le era “imposible sufrir”, y que deseaba estar apartada de Cristo (“en el infierno”, máximo sufrimiento posible), para que alguien Lo ame desde allí.

No podemos negar la felicidad de Jesús en el cumplimiento de la Voluntad del Padre, aún en el sufrimiento, el dolor y la muerte.

San Pablo se alegra de padecer por Jesús y los hermanos.

Teresita ama tanto que ya le es “imposible sufrir”.

Sí, aún en medio de los sufrimientos, el dolor y la muerte que nos rodea y nos invade, podemos ser felices en Jesús Resucitado, participando de su gloria y de su poder amoroso-redentor.

Modernismo, compendio de todas las herejías

¿De qué manera podemos contrarrestar este modernismo tan presente en la Iglesia?

En la Iglesia encontraremos siempre límpida la sana y perenne doctrina, muy beneficiosa y saludable para nuestra alma. Nos estemos ávidos de novedades, que son un veneno mortal.

Buscar otras “verdades” fuera de la Iglesia católica es locura y necedad, como también lo es dejarse embaucar por la teología moderna, apestada de herejías.

A es te respecto afirmaba Gregorio XVI en la “Singulari Nos”:

«Es muy deplorable hasta qué punto vayan a parar los delirios de la razón humana cuando uno está sediento de novedades y, contra el aviso del Apóstol, se esfuerza por saber más de lo que conviene saber, imaginando, con excesiva confianza en sí mismo, que se debe buscar la verdad fuera de la Iglesia católica, en la cual se halla sin el más mínimo sedimento de error».

El P. Antonio Gómez Mir, párroco de San Jordi de Barcelona y capellán de Hispania Martyr nos explica el modernismo y sus causas desde su raíz, así como las principales condenas del Magisterio de la Iglesia.

¿Qué entendemos por modernismo y cuáles son las notas que lo definen?

El modernismo es una crisis del pensamiento católico que se manifestó a finales del siglo XIX y comienzos del XX, que pretendía conciliar la fe con algunos principios de la «filosofía moderna» y con ciertas teorías de la crítica histórica.

Las notas principales que lo definen son: agnosticismo, sentimentalismo, heredado del protestantismo liberal, inmanentismo y la exaltación humanista. Para entender su desarrollo habría que retrotraerse a Lutero, o incluso a Erasmo de Rotterdam, que bien podría ser el primer modernista, el primer demócrata cristiano. Ploncard d´Assac recoge una expresión muy esclarecedora: “Erasmo puso el huevo y Lutero lo empolló”.

El error protestante tuvo su versión laica en el subjetivismo gnoseológico kantiano y, de aquí, en la doble orientación del idealismo trascendental de Fichte-Schelling-Hegel, que subordinaba la religión a la filosofía y del irracionalismo fideista (más cercano a Kant) de Schleiermacher, que ponía la esencia de la religión en el «sentimiento» individual de lo divino.

La gravedad del error dogmático del modernismo está toda ella en su principio fundamental. Es un cambio radical de la noción misma de «verdad», de «religión» y de «revelación»: la esencia de este cambio está en la aceptación incondicionada del «principio de inmanencia» que funciona como fundamento del pensamiento moderno. Abandona la verdad cristiana a la contingencia de la cultura humana y de la experiencia subjetiva.

¿Podría citar las principales encíclicas y documentos eclesiásticos que condenan expresamente el modernismo?

San Pío X publicó la Encíclica “Pascendi”, condenando la doctrina modernista. Constituyó un acto magisterial único en su especie pues el Pontífice no sólo condenaba un error, sino que, exhaustivamente y desde sus raíces más profundas exponía la doctrina que condenaba. En efecto, las doctrinas modernistas no habían sido presentadas por sus autores como un sistema orgánico. Sin embargo, en la Encíclica el Pontífice muestra cómo aquella amalgama de errores responde a una raíz común que encierra grave peligro para la fe católica.

Fue precedida del decreto Lamentabili que condena 65 proposiciones en su mayoría de obras de Alfred Loisy. Por la naturaleza y profundidad del documento el historiador jesuita Ludwig Hertling dijo que la Encíclica “Pascendi” es una obra maestra en su género, digna de ocupar un puesto al lado del Tomus ad Flavianum de León el Grande y del decreto tridentino sobre la justificación.

También destaca el gran asombro que causó entre los mismos modernistas el conocimiento profundo que el Pontífice mostró tener de la doctrina que condenaba.

Antes que San Pío X, hay dos documentos publicados conjuntamente por Pio IX (“Quanta cura” y el “Syllabus”) que son fundamentales. Incluso  “Mirari vos” y “Singulari vos” de su predecesor, otro gran Papa, Gregorio XVI son necesarios para comprender los precedentes. Se podría afirmar que Pío IX combatió el error cuando se insinuaba en el mundo y Pío X lo atajó cuando pugnaba por adueñarse de la Iglesia. Tienen más de un siglo, pero para entender lo que pasa hoy en la Iglesia hay que volver a leer estos documentos. De aquellos polvos, vinieron estos lodos.

¿Por qué San Pío X definió el modernismo como el compendio de todas las herejías?

Decía el admirado padre Santiago Ramírez O.P. que las desviaciones doctrinales en materia religiosa en nuestros tiempos modernos tienen por característica «el ser fundamentales y de una cierta universalidad». Es cierto que hubo momentos en la historia de la Iglesia que la herejía era poderosa pero el error se circunscribía a uno u otro dogma o verdad de fe: la divinidad de Jesucristo, el pecado original, la Presencia real de Cristo en el Sacramento del Altar... Ahora el error es más radical, afecta a toda verdad de fe, porque pretenden reformular todo a la luz de los nuevos tiempos. Por todo eso San Pío X calificó al modernismo de compendio de todas las herejías, “omnium haereseon collectum”

El P. Ramírez dice que el modernismo invadió toda la religión cristiana, sometiéndola a una transformación radical, según las leyes de la evolución vital, que consiste en un puro cambio. Se trataba de denostar todo intelectualismo, porque el intelecto es radicalmente incapaz de percibir la realidad como es en sí. Es una de las notas del modernismo: el agnosticismo.

La única vía de acceso a la verdad es la experiencia individual, íntima. Puro inmanentismo.  La revelación, la fe, los dogmas todos no son más que vivencias más o menos conscientes y transfiguradas de nuestra experiencia religiosa. Las fórmulas llamadas dogmáticas carecen de todo valor y de toda verdad absoluta: son meros símbolos o imágenes de los objetos de nuestra fe, creados por el sentido religioso. Son siempre provisionales y de un valor puramente relativo. No existe ni puede existir una verdad absoluta. Todo es puro cambio, como la vida misma. Por eso cambia eso que llamamos verdad, a tenor de la vida y las circunstancias.

El modernismo -señala la Pascendi- mina el carácter sobrenatural de la Iglesia «no desde fuera, sino desde dentro… en sus mismas entrañas» Un error como esté no afecta a una verdad de fe sino a todo el depósito de la fe que custodia la Iglesia católica. Es la herejía de todas las herejías. No es un tumor, es la metástasis…

¿Quiénes fueron los principales representantes del modernismo?

Una reflexión sobre los aspectos existenciales de los protagonistas de este naufragio espiritual –casi todos clérigos- retrata muy bien las consecuencias del modernismo en la vida de un creyente.

Los máximos representantes del error fueron en aquellos comienzos del siglo XX: Alfred Loisy, Blondel, el Barón Friedrich von Hügel, íntimo amigo de Loisy y de Maurice Blondel, el P. Duchesne, Albert Houtin, sacerdote también y muy estudioso en el campo de la historiografía, Le Roy y Marcel Héber, en el campo de la filosofía. Mons. Mignot -más tarde arzobispo de Albi-, que será siempre un defensor del movimiento, aunque procure moderar sus excesos; el Abbé Birot, su futuro Vicario General. En Italia Romulo Murri, considerado padre de la democracia cristiana, otros dos sacerdotes: Giovanni Semeria y Ernesto Buonaiuti y un laico: Antonio Fogazzaro con su deletérea obra “El Santo”. En Inglaterra el Padre George Tyrrell, hombre torturado de dudas.

Se dice que Alfred Loisy, el más importante de ellos, perdió la fe ya en el Seminario, pero, en general, de los demás modernistas que habían sido hombres de fe en un momento dado, pierden la fe. Una frase suya tristemente célebre es el lamento: “Cristo predicó el Reino de Dios, y lo que vino fue la Iglesia”. Afirmaba sin rodeos que Cristo no quiso en ningún momento fundar la Iglesia. El Padre Tyrrell, jesuita irlandés, concibió el modernismo como un cristianismo que sintetizaría las verdades religiosas y las verdades de la ciencia moderna. Afirmaba que los dogmas debían irse adaptando con el tiempo de acuerdo con las necesidades de la vida misma.

La Compañía lo expulsó en 1906. Sin un obispo que lo incardinara en su diócesis, quedó suspendido a divinis. Tyrrell no se sometió y esto le valió la excomunión.  Se dice que al final de su vida, ya muy enfermo, se le veía en la iglesia cercana a su casa, sentado en el último banco llorando, posiblemente, por la fe perdida.

A partir de la Pascendi el movimiento se dispersó. Tyrrell murió en 1909. Loisy pasó abiertamente al racionalismo abandonando el sacerdocio y la Iglesia, como antes habían hecho ya Houtin, Hébert y Murri y como habría de hacer más tarde Buonaiuti (1926), el último representante del modernismo católico.

¿Cuáles son las ideas modernistas que se fueron extendiendo hasta nuestros días?

Las intenciones modernistas son de máxima actualidad entre teólogos y pastores desde ya antes del Concilio Vaticano II y también en sus peregrinas interpretaciones posteriores. Un intento de reformulación de la fe para adaptarla al hombre moderno, para hacerla más atractiva y cercana a sus problemas. Fue un intento de renovación de la exégesis, de la historia y de la teología en la perniciosa estela de un pensamiento que sospecha de todo dogmatismo y que estaba familiarizado con los nuevos métodos de interpretación de los textos.

No sería comprensible la crisis modernista, sin tener presente la generalización del racionalismo y del agnosticismo en el pensamiento occidental, a partir de Kant. Tal pensamiento había ejercido un fuerte influjo sobre la teología protestante alemana, gestando así en su seno al llamado protestantismo liberal que acabó negando absolutamente todo: la inspiración de la Sagrada Escritura, los milagros, la divinidad de Cristo, los sacramentos; y presentando la Biblia como una piadosa colección de experiencias religiosas intimistas.

Para Sabatier, la esencia del cristianismo reside «en una experiencia religiosa, en una revelación íntima de Dios obrada por primera vez en el alma de Jesús de Nazaret, que se verifica y repite, sin duda menos luminosa, pero claramente reconocible, en el alma de todos sus verdaderos discípulos». Jesús sintió con Dios una relación filial, mirándolo como a Padre. Es decir, Jesucristo se sintió hijo de Dios, pero nada más. Así pues, los dogmas no serían más que la transposición de las propias emociones en una noción intelectual que es su imagen expresiva, su envoltura, y, por tanto, no hay duda de que siempre sería un elemento variable y sujeto a cambio de dos errores: agnosticismo e inmanentismo. El agnosticismo kantiano se difundió y muchos pensadores católicos fueron salpicados por ese corrosivo impulso.

¿De qué manera podemos contrarrestar este modernismo tan presente en la Iglesia?

La fe de los modernistas es una creación inmanente de la propia experiencia religiosa. Es decir, cuando los modernistas hablan de fe, hablan de un conocimiento, que no puede trascender el orden natural. La teología y los dogmas sobran.

Un gran filósofo y teólogo italiano, el Padre Cornelio Fabro, estimaba, en 1974, que la teología había sido reducida en antropología. El «giro antropológico» formulado por Karl Rahner ha impregnado la cultura teológica y filosófica dominante del catolicismo contemporáneo. Los grandes maestros de la vida ascética y mística, verdaderos hombres y mujeres de fe, en ninguna cosa ponen más cautela que en estas internas mociones sentimentales, desconfiando de ellas, llevados por la experiencia de lo difícil que es discernir los verdaderos sentimientos religiosos y sobrenaturales de las ilusiones producidas por una imaginación exacerbada, por los fantasmas de la exaltación pietista o incluso por la debilidad de cabeza.

Quien no profese la fe católica íntegramente debe rezar mucho y pedirla con lágrimas. Quien la posea que la guarde con celo porque es un don que hemos recibido y que llevamos en vasijas de barro. Siguiendo la imagen de San Pablo, cabe decir que las vasijas son frágiles, se pueden quebrar y derramarse su contenido. Hay que cuidar la fe: oración, sacramentos y estudio de la sana doctrina católica. La teología modernista parte de un desprecio de la recta filosofía recomendada por la Iglesia católica como base para los estudios teológicos; da primacía a la experiencia íntima, con lo que reduce la fe sobrenatural a experiencia natural.

Volvamos a la vigorosa sencillez de la abstracción aristotélico-tomista. No puede ser teólogo quien no tuviera la fe verdadera, ni es verdadera teología la de los herejes, pues

Nardo del 10 de Junio

¡Oh Sagrado Corazón, modelo de virtudes sos!

Meditación: Jesús, que desde pequeño fuiste perfecto, que corrías y cantabas dando al mundo esperanza, pues ya se acercaba la Primera Santa Pascua. La Luz del Sol se ocultaba en Tu interior, cubierta con pétalos de humildad y obediencia al Creador. ¿Por qué no entendemos los hombres que tenemos que imitarte, que es un honor llevar Tu imagen, y que debemos dejarnos modelar por Tus Benditas Manos de Carpintero, para llegar a ser a semejanza de Nuestro Maestro?. ¡Qué honor el nuestro!. Pero qué bajo que caemos, pues cuan pocos son los que quieren ser como Cristo, Nuestro Rey Divino. Cambiemos nuestro pobre corazón por Su Sagrado Corazón, sabiendo que recibiremos todos los gozos, pues así el Señor habitará en nosotros, y tendremos la dicha de participar en la Santa Llaga, pues la humanidad hoy le clava nuevamente en Su Sagrado Corazón la lanza.

Jaculatoria: ¡Enamorándome de Ti, mi Amado Jesús!

¡Oh Amadísimo, Oh Piadosísimo Sagrado Corazón de Jesús!, dame Tu Luz, enciende en mí el ardor del Amor, que sos Vos, y haz que cada Latido sea guardado en el Sagrario, para que yo pueda rescatarlo al buscarlo en el Pan Sagrado, y de este modo vivas en mí y te pueda decir siempre si. Amén.

Florecilla: Leamos la Santa Palabra para conocer más profundamente cómo es Nuestro Señor, y así llegar a ser Su imitación.

Oración: Diez Padre Nuestros, un Ave María y un Gloria.

SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS, EN TI CONFÍO, MÁS AUMENTA MI FE

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