Extiende ramas largas, donde las aves del cielo a tu sombra, pueden hacer su nido
- 13 Junio 2021
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Antonio de Padua, Santo
Memoria Litúrgica, 13 de Junio
Presbítero y Doctor e la Iglesia
Martirologio Romano: Memoria de san Antonio, presbítero y doctor de la Iglesia, que, nacido en Portugal, primero fue canónigo regular y después entró en la Orden recién fundada de los Hermanos Menores, para propagar la fe entre los pueblos de África, pero se dedicó a predicar por Italia y Francia, donde atrajo a muchos a la verdadera fe. Escribió sermones notables por su doctrina y estilo, y por mandato de san Francisco enseñó teología a los hermanos, hasta que en Padua descansó en el Señor. († 1231)
Fecha de canonización: 1 de junio de 1232 durante el pontificado de Gregorio IX
Breve Biografía
San Francisco de Asís, que encontró al joven fraile Antonio con ocasión del Capitulo general inaugurado en Pentecostés de 1221, lo llamaba confidencialmente “mi obispo”. Antonio, cuyo nombre anagráfico es Fernando de Bulloes y Taveira de Azevedo, nació en Lisboa hacia el 1195. A Los quince años entró al colegio de Los canónigos regulares de San Agustín, y en sólo nueve meses profundizó tanto el estudio de la Sagrada Escritura que más tarde fue llamado por el Papa Gregorio IX “arca del Testamento”. A la cultura teológica añadió la filosófica y la científica, muy viva por la influencia de la filosofía árabe.
De esta vasta formación cultural dio muestras en los últimos años de vida predicando en la Italia septentrional y en Francia. Aquí recibió el titulo de “guardián del Limosino” por la abundante doctrina en la lucha contra la herejía. En 1946 Pio XII lo declaró doctor de la Iglesia con el apelativo de “Doctor evangelicus”. Cinco franciscanos habían sido martirizados en Marruecos, a donde habían ido a evangelizar a los infieles. Fernando vio los cuerpos, que habían sido llevados a Portugal en 1220, y resolvió seguir sus huellas: entró al convento de los frailes mendicantes de Coimbra, con el nombre de Antonio Olivares.
Durante el viaje de regreso de Marruecos, en donde no pudo estar sino pocos días a causa de su hidropesía, una tempestad empujó la embarcación hacia Las costas sicilianas. Estuvo algunos meses en Mesina, en el convento franciscano, y el superior de este convento lo llevó a Asís para el Capitulo general. Aquí Antonio conoció a San Francisco de Asís.
Lo mandaron a la provincia franciscana de Romaña en donde llevó vida de ermitaño en un convento cerca de Forli. Lo nombraron para el humilde oficio de cocinero y así vivió en la sombra hasta cuando sus superiores, dándose cuenta de sus extraordinarias cualidades de predicador, lo sacaron del yermo y lo enviaron al norte de Italia y a Francia a predicar en donde más se había difundido la herejía de Los albigenses
Finalmente, Antonio fijó su residencia en el convento de la Arcella, a un kilómetro de Padua. De aquí iba a donde lo llamaban a predicar. En 1231, cuando su predicación tocó la cima de intensidad y se caracterizó por los contenidos sociales, Antonio se agravó y del convento de Camposampiero lo llevaron a Padua sobre un furgón lleno de heno. Murió en Arcella el 13 de junio de 1231. “El Santo” por antonomasia, como lo llaman en Padua, fue canonizado en Pentecostés de 1232, es decir, al año siguiente de su muerte, por la gran popularidad que se había ampliado con el correr de los tiempos.
Célebre apóstol franciscano, doctor de la Iglesia universal y uno de los santos más venerados por el pueblo cristiano. Es conocido domo «el santo de todo el mundo» por la amplísima devoción popular de que siempre ha gozado dentro de la Iglesia, como «el santo de los milagros», debido a los muchos portentos que se le atribuyen, y como «Doctor Evangélico» en atención al profundo conocimiento de la S. E. que manifiesta en sus escritos.
Si prescindimos de los tópicos comunes a todas las hagiografías medievales en los que incurren también las dedicadas a A., cabe afirmar muy poco sobre su nacimiento y juventud. Sabemos que n. en Lisboa entre1188 y 1191, en una casa próxima a la catedral. Recibió el nombre de Fernando. Sus padres pertenecían a la burguesía acomodada de la ciudad. Como tales, lo más probable es que proporcionaran al santo una sólida educación religiosa y que lo enviaran a formarse intelectualmente a la escuela de la catedral. Siendo todavía muy joven, ingresó en el monasterio de canónigos agustinos de San Vicente de Fora, situado en las afueras de Lisboa. Cosideró perjudiciales para su perfeccionamiento espiritual las frecuentes visitas familiares, razón por la que a la edad de 17 años dejó dicho monasterio por el de Santa Cruz de Coimbra. En uno y otro centro, probablemente de forma autodidacta, es donde debió adquirir los conocimientos escriturísticos que manifestaría más tarde.
Entre mayo y noviembre de 1220, con la licencia de sus superiores, abandonó el monasterio de Coimbra para profesar en la naciente Orden franciscano. Entonces cambió su nombre original de Fernando por el de Antonio. Su decisión obedeció al deseo de obtener el martirio (ideal irrealizable siendo monje agustino) al igual que los protomártires franciscanos de Marruecos de 1216, a quienes parece que conoció y asistió en el monasterio cuando a su paso por la península Ibérica se hospedaron en él y cuyas reliquias pudo contemplar personalmente a su llegada a Coimbra. Quizá no dejara de influir tampoco en su cambio de vocación el contraste que observaba entre la ejemplaridad de la nueva Orden religiosa, establecida recientemente cerca de Coimbra, y la inquietud política, así como los abusos introducidos en el monasterio de Santa Cruz.
Deseoso del martirio, entre septiembre y octubre de 1220 se dirigió a Marruecos, en compañía de otro franciscano. Una prolongada enfermedad le obligó a abandonar Mauritania y reemprender viaje a Portugal. Los vientos cambiaron el rumbo de la nave y terminó desembarcando en Sicilia en la primavera de 1221. Como la mayor parte de los franciscanos de entonces, asistió al Capítulo General de la Orden celebrado en Asís el 30 mayo 1221. Su presencia en el Capítulo pasó inadvertida y sólo a petición propia fue acogido por el ministro provincial de la Romagna (región italiana del valle del Po), con cuya anuencia se retiró al eremitorio de Monte Paolo.
Probablemente en septiembre (otros sitúan el hecho en Coimbra, en 1220) fue ordenado de sacerdote en Forlí, descubriendo también en esta coyuntura su verdadera y relevante personalidad al verse obligado a dirigir la palabra a los franciscanos y dominicos reunidos en un ágape fraterno. A partir de este momento, el hasta entonces desconocido franciscano comenzó a revelarse cada vez más como un extraordinario apóstol.
Seleccionado para este ministerio, desde septiembre de 1221 hasta noviembre de 1223 recorrió la Romagna en todas las direcciones, enfrentándose públicamente con los herejes cátaros y patarinos. Las muchas conversiones obtenidas que le atribuyen sus biógrafos, así como la inexplicable confusión producida en los herejes, obedecieron fundamentalmente a su santidad personal, a sus dotes de persuasión y a su profunda preparación intelectual, especialmente escriturística también parecen haber influido varios hechos extraordinarios que, como los acaecidos en Rímini, ofrecen serias probabilidades de autenticidad.
A la vista de su preparación intelectual y de su fervor, el mismo S. Francisco (v.) lo designó en 1223 como primer lector o profesor de Teología en la Orden, trasladándose para ello a Bolonia.
El profesorado fue breve. En otoño de 1224 fijaba su residencia en Montpellier, respondiendo con ello al papa Honorio III que deseaba se trasladasen a Francia los más fervorosos y cultos predicadores para atajar el alarmante desarrollo de la herejía valdense. En Montpellier alternó la predicación y las conferencias públicas con el profesorado de Teología, recorriendo posteriormente todo el sur y el centro de Francia con el mismo espíritu y los mismos abundantes frutos espirituales recogidos anteriormente en Italia.
En 1227 fue elegido ministro provincial de la Romagna. El nuevo cargo no le impidió el ministerio del apostolado. Al mismo tiempo que, en virtud de sus obligaciones, visitaba los conventos de su jurisdicción, predicaba también con el fervor y la elocuencia que le eran característicos en los lugares de su paso. Tras una cuaresma especialmente clamorosa predicada en Padua, parece ser que intervino activamente en el Capítulo General de la Orden reunido en Asís en mayo de 1230, en el que defendió los puros ideales de la Orden contra las desviaciones que comenzaban a apuntar. En este mismo capítulo fue relevado de su cargo de ministro provincial.
Necesitado de reposo y constreñido a mirar por su salud, a raíz del Capítulo se trasladó al eremitorio de Arcella, situado en las proximidades de Padua. Para ayuda de los predicadores escribió entonces sus Sermones in Solemnitatibus (Sermones para las fiestas), Sermones in honorem et laudem Beatissimac Virginis Mariaé (Sermones en honor y alabanza de la Santísima Virgen María), a los que habían precedido antes del Capítulo General, y también en Padua, los Sermones Dominicales. En todos ellos manifiesta un profundo conocimiento de la S. E. y de los Santos Padres, sin serle tampoco desconocida la cultura clásica.
Minado por la enfermedad m. en el eremitorio de Arcella el 13 jun. 1231, siendo sepultado algunos días más tarde en el convento de Padua. Ese mismo año fue canonizado por Gregorio IX en atención a su indiscutible fama universal de santidad, pero no sin que antes se comprobase ésta mediante una comisión cardenalicia nombrada al efecto. Su sepulcro, en el que sólo se conserva la lengua, se encuentra en la basílica de su nombre en Padua. La Iglesia celebra su fiesta el 13 de junio. Tanto los pintores como los escultores han cultivado abundantemente su iconografía, sobresaliendo entre las obras artísticas los varios lienzos de Murillo.
Desde que Pío XII, mediante la bula Exulta, Lusitania felix del 16 en. 1946 declaró a A. Doctor de la Iglesia Universal, su figura ha ido adquiriendo una nueva perspectiva. Sin perder su matiz de santo eminentemente popular al que acude el pueblo sencillo en busca de solución para todas sus necesidades, ha ido prestándosela cada vez mayor atención a la eficiencia de su apostolado y a la doctrina contenida en sus escritos.
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ORACIÓN
¡Oh admirable y esclarecido protector mío,
San Antonio de Padua!
Siempre he tenido grandísima confianza en que me habéis de ayudar en todas mis necesidades,
rogando por mi al Señor a quien servisteis,
a la Virgen Santísima a quien amasteis
y al divino Niño Jesús que tantos favores os hizo.
Rogadles por mi,
para que por vuestra poderosa intercesión me concedan lo que pido.
¡Oh Glorioso San Antonio!
Pues las cosas perdidas son halladas por vuestra mediación
y obráis tantos prodigios con vuestros devotos;
yo os ruego y suplico me alcancéis de la Divina Majestad
el recobrar la gracia que he perdido por mis pecados,
y el favor que ahora deseo y pido,
siendo para Gloria de Dios
y bien de mi alma.
Amén.
Confiar siempre en la grandeza del amor de Dios
Santo Evangelio según san Marcos 4, 26-34. Domingo XI del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios
Hoy es un nuevo día, Señor. Un día más para conocerte mejor… un día más para amarte más. Un nuevo día para volver a empezar…
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 4, 26-34
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: “El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha”.
Les dijo también: “¿Con qué compararemos el Reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra”.
Y con otras muchas parábolas semejantes les estuvo exponiendo su mensaje, de acuerdo con lo que ellos podían entender. Y no les hablaba sino en parábolas; pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
La sencillez de Dios es un gran y hermoso misterio. Un misterio que parece siempre ir en contra de la forma en que vivimos. Una vida en donde el tiempo no espera; donde parece no haber tiempo para la paciencia.
Nos acostumbramos a una seguridad que sólo llega cuando presionamos el botón de «enviar» seguido de la confirmación «listo»… sólo así nos envuelve la paz.
La sencillez de Dios nos lleva por el camino de la confianza… de la paciencia y de la esperanza. Hacemos y no vemos; no vemos y desesperamos. Jesús nos dice, haz y aunque no veas… sigue haciendo… confía. Paciencia, que aquello que se siembra en tierra buena tiende a crecer. Esperanza, pues la cosecha será más de la que puedes imaginar.
Nos invita a confiar en la grandeza de su amor. Nos invita a esperar, no pasivamente, sino movidos por ese mismo amor. Nos invita a no olvidar que aquél que cree en Él tendrá vida eterna. Nos invita a no olvidar que aquél que permanece en Él, ése verdaderamente dará fruto, y fruto en abundancia. Nos invita a creer en la sencillez de su amor. A creer aun cuando no veamos… a esperar lo que se nos será dado… a amar… simplemente a amar.
Señor, creo en ti… aumenta mi fe.
«Ningún ingreso triunfal, ninguna manifestación grandiosa del Omnipotente: él no se muestra como un sol deslumbrante, sino que entra en el mundo en el modo más sencillo, como un niño dado a luz por su madre, con ese estilo que nos habla la Escritura: como la lluvia cae sobre la tierra, como la más pequeña de las semillas que brota y crece. Así, contrariamente a lo que cabría esperar y quizás desearíamos, el Reino de Dios, ahora como entonces, “no viene con ostentación”, sino en la pequeñez, en la humildad».
(Homilía de S.S. Francisco,28 de julio de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
?Rezar un padre nuestro pidiendo la gracia de crecer cada día más en la fe.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
El grano de trigo que con su muerte hoy será mañana espiga llena de frutos y alegrías.
Pasa más a menudo de lo que imaginamos. Un corazón busca a Dios, quiere servir a sus hermanos, estudia el Catecismo, lee escritos de grandes santos. Dedica tiempo a la oración, va a misa los domingos y varios días entre semana, empieza a rezar el rosario o a hacer otras oraciones de la espiritualidad cristiana. A pesar de todo, está inquieto. Como si su esfuerzo espiritual no valiese nada; como si estuviese ante un muro de silencios que le deja confundido, perplejo, lleno de zozobras.
Otras veces, el desasosiego nace espontáneamente, en vidas grises que no trabajan ni para el bien ni para el mal. O en otras vidas que iban “bien”, en corazones que creían tener cualidades y energías para afrontar los retos de la vida. De la noche a la mañana, un problema personal, un pleito en la familia, un suspenso en la universidad, una pelea con el novio o la novia, o simplemente el cambio de clima... y todo se vuelve oscuro, triste, vacío, misteriosamente absurdo.
Buscamos, entonces, desesperadamente, la paz del alma. A veces con un mayor esfuerzo en los compromisos cristianos. O con lecturas de más libros que puedan darnos algo de luz. O a través de un sacerdote al que presentamos nuestras zozobras, nuestras inquietudes, ese extraño cansancio ante la vida que puede sorprendernos a todos: al adolescente, al adulto, al anciano, al sano o al enfermo.
Buscamos la paz, anhelamos la paz. Casi como si Dios estuviese obligado a curarnos, como si el ir a una iglesia para rezar con el corazón abierto fuese suficiente para que la paz volviese al alma, como si la confesión o el diálogo con un sacerdote llevase, automáticamente, a la recuperación de la serenidad.
Es casi inevitable que actuemos así. Pero a veces podríamos preguntarnos si Dios no nos estaría pidiendo un paso más. Quizá la prueba, la dificultad, el abatimiento, son señales de un vivir frío, sin amor, sin esperanza, sin fe. Entonces habría que revisar cómo va, de verdad, nuestra vida de gracia; para extirpar cualquier sombra de pecado que nos paralice; para arrancar un egoísmo que todo lo domina, que todo lo dirige, que todo lo sopesa; para encender hogueras de fervor con el recurso serio, decidido, a todo lo que es propio de la vida cristiana.
Otras veces, lo que Dios nos pide es que dejemos de buscar esa misma paz como si fuese lo único importante para nosotros. Sería triste que viésemos nuestra fe católica como si fuese una garantía para solucionar problemas, como un seguro anti-balas contra depresiones y cansancios que, tarde o temprano, pueden llegarnos a todos. Ver así nuestra fe, desear que Dios siempre nos dé el caramelo cuando levantamos el dedo en medio de la tormenta, es olvidar que también es Evangelio la lección del grano de trigo.
No nos resulta nada fácil comprender que es parte del dinamismo cristiano, que es la esencia de cualquier vida humana, vivir según el grano de trigo. Si el grano no cae, si no muere, si no rompe sus defensas para ponerse en manos de la acción divina, no da fruto; porque el que ama su vida la pierde, mientras que el camino hacia la vida plena consiste, precisamente, en aceptar la muerte, a veces lenta, a veces dolorosa (cf. Jn 12,24).
En otras palabras, aunque nos cueste aceptarlo, también es vida cristiana la de quien, en medio de angustias y miedos, en medio de caídas involuntarias o voluntarias pero aborrecidas, en medio del dolor físico o de profundas penas morales, en medio incluso de depresiones y de apatías en el espíritu, coge cada día el arado y se pone a caminar. Sin mirar hacia atrás, sin lamentarse por lo que le falta, sin pensar si es justo vivir así, entre tantas inquietudes, sin un poco de paz en la propia vida.
Es triste ver cómo pululan aquí y allá métodos más o menos pseudocientíficos y pseudoespirituales que prometen una y otra vez devolver la paz interior, dar seguridades psicológicas, abrir horizontes de autorrealización. No pocas veces esos métodos buscan sugestionar a las personas para hacerlas pactar con sus pequeñeces, o para pensar que son mucho más de lo que hasta ahora habían pensado, o para invitarlas a “crecer” basadas simplemente en la propia voluntad y en sentimientos “positivos”, llenos no pocas veces de egoísmos y vacíos, profundamente vacíos, de Dios.
El camino del Evangelio, en cambio, es otro. Abnegación, renuncia, cruz, muerte. Para llegar a la vida hay que seguir el camino del Calvario. A la mañana de Pascua se llega a través del Viernes Santo. Es cierto, hemos de recordarlo siempre, que Cristo no deja de comprender que estamos hechos para esperar premios, para abrazar felicidades, para encontrar la paz profunda. Las bienaventuranzas tienen que iluminar y dirigir nuestros pasos. Pero todo ello llegará como regalo, como fruto maduro de quien empieza a decir no a su autorrealización y sí al camino del grano de trigo.
El mundo no sabe entrar en esta lógica, no comprende el camino del Evangelio. Existe el peligro, muy real, de que muchos cristianos tampoco pasemos por la puerta estrecha. Nos parecen duras las palabras del Maestro, y pensamos entonces en caminos más fáciles. Pero Cristo es claro: quien no toma su cruz, no podrá ser su discípulo, no podrá seguir las huellas del Señor Resucitado, que es también el Señor Crucificado (cf. Mt 16,24-26).
El camino está allí. Escogerlo es cosa de almas sencillas, que no desean grandezas demasiado humanas, que no miran si están más o menos satisfechas con su “grado de santidad”. Su sencillez, su obediencia, su renuncia, permiten el milagro. Al no querer ser nada, empiezan a serlo todo. Porque triunfan con Cristo glorioso, porque entran en el camino de la Vida verdadera, en el camino del grano de trigo que con su muerte hoy será mañana espiga llena de frutos y alegrías.
Llamamiento Caritas Internationalis al G7: anular deuda de países pobres
Y reinvertir estos fondos en la recuperación de la pandemia causada por Covid-19.
"El Covid-19 -explica en una nota Aloysius John, secretario general de Caritas Internationalis- ha puesto bajo la lupa las injusticias sociales rampantes en el mundo actual: eliminarlas debe ser la única forma de reconstruir el futuro".
La organización benéfica recuerda las dramáticas consecuencias de la deuda en las poblaciones de los países en desarrollo: en Zambia, por ejemplo, representa el 45% del presupuesto anual del gobierno. Los pocos recursos disponibles, por tanto, no son suficientes para "fortalecer el sistema nacional de salud" ante la emergencia provocada por el coronavirus que, hasta la fecha en la nación africana, ha dejado un rastro de 106.000 infecciones y más de 1.300 muertes.
Una vez más", continúa John, "Caritas Internationalis hace oír su voz para hacerse eco del clamor de los más pobres. De ahí la exhortación al G7 para que esté "a la vanguardia de la respuesta a Covid-19, para apoyar tanto a las personas más afectadas por la pandemia como a una recuperación justa y sostenible", cuyo primer paso "es garantizar la cancelación de todos los pagos de la deuda, incluidos los acreedores privados". De hecho, se prevé que "sólo los gobiernos africanos pagarán 23.400 millones de dólares en reembolsos de deuda a acreedores privados en 2021, lo que supone más de tres veces el coste de la compra de vacunas para todo el continente.14:40
En concreto, la organización benéfica internacional hace cuatro peticiones a los miembros del G7: además de suspender los pagos de la deuda a los acreedores privados, en primer lugar pide que los gobiernos del G7 se comprometan a "explorar opciones legislativas que animen a los acreedores privados a participar en las iniciativas de alivio de la deuda". El segundo es un llamamiento al Grupo de los 7 para que "movilice fondos para satisfacer las necesidades inmediatas planteadas por el Covid (fortalecimiento de los sistemas de salud, redes de seguridad social, acceso a las vacunas) y para apoyar una recuperación justa y ecológica, sin agravar la crisis de la deuda en el Sur".
La tercera petición se refiere, en cambio, a "la nueva emisión de Derechos Especiales de Giro (DEG), para que los países menos desarrollados reciban un mejor apoyo y su deuda no aumente". De hecho, los DEG no son una moneda propiamente dicha, sino un derecho a adquirir una o varias de las "monedas de libre uso" que se encuentran en las reservas oficiales de los países miembros del Fondo Monetario Internacional. Finalmente, la última exhortación consiste en demostrar que el G7 "se toma en serio la crisis climática comprometiéndose a poner fin a las subvenciones a los combustibles fósiles".
Nardo del 13 de Junio
¡Oh Sagrado Corazón, obediente hasta la muerte!
Meditación: La oscuridad del Huerto parece que se hace más espesa…y allí Tu Figura excelsa, mi Pobre Jesús, agoniza. La Sangre Bendita cae sobre la roca fría, y hasta parece una alegoría, el corazón del hombre endurecido cual piedra fría, y sobre él cae el Sudor y el Llanto Santo que del pecado nos limpia. Como amoroso y dolorido canto te oigo decir: "Padre, si es posible que pase de Mí éste Cáliz, pero que se haga Tu Voluntad y no la Mía". La Oblación de Amor ya ha sido dada…se entrega el Hijo…se desgarra el Padre… "por Amor, a Su propio Hijo entregó". La Voluntad de Nuestro Unico y Trino Dios es dar todo por amor. Si, por amor a esta pobre criatura que soy yo, que tantas veces lo negó, que solo quiere bien vivir, y que me sirvan a mí, que no me importa conocerlo y que con mis miserias y egoísmos he construido ídolos en el lugar del Santo Templo.
Jaculatoria: ¡Enamorándome de Ti, mi Amado Jesús!
¡Oh Amadísimo, Oh Piadosísimo Sagrado Corazón de Jesús!, dame Tu Luz, enciende en mí el ardor del Amor, que sos Vos, y haz que cada Latido sea guardado en el Sagrario, para que yo pueda rescatarlo al buscarlo en el Pan Sagrado, y de este modo vivas en mí y te pueda decir siempre si. Amén.
Florecilla: Pidamos al Señor vivir cumpliendo Su Santa Voluntad, y aprender a amar. Leamos y reflexionemos la Primera Carta a los Corintios, 13.
Oración: Diez Padre Nuestros, un Ave María y un Gloria.
El secreto de Juan Pablo I
Nos preguntábamos: ¿qué tiene este Papa que cautiva a católicos y no católicos?
Este domingo 28 de septiembre se cumplen 25 años de la muerte de Juan Pablo I, el llamado «Papa de la sonrisa». Profético, su pontificado duró, apenas, 33 días. Pero, como la obra periodística de John Reed, fueron 33 días que conmovieron al mundo. Había un secreto, celosamente guardado por Albino Luciani. Y que le hizo producir una sacudida inmensa en la Iglesia: su amor por la Virgen María.
El papa Luciani tenía a María consigo: Comencé a amar a la Virgen María aun antes de conocerla... por las noches, frente al fuego de la chimenea, en las rodillas maternas, la voz de mi madre rezando el Rosario... Y esa fuerza, nacida antes que el lenguaje, inundó al pequeño Albino, al sacerdote, al obispo, al patriarca de Venecia y al Papa. También a todos los católicos que vivíamos por aquel entonces, del 26 de agosto al 28 de septiembre de 1978.
Y que lo vivimos como un vendaval. La sonrisa del papa Luciani enhebraba la bondad sabia del papa Juan (XXIII) y la sabiduría bondadosa del papa Pablo (VI), dos titanes del Concilio Vaticano II, y dos baluartes de la defensa de la fe católica en tiempos de indudable confusión. Nos preguntábamos: ¿qué tiene este Papa que cautiva a católicos y no católicos? ¿De dónde saca el aura especialísima que lo ciñe? La confesión es de su hermana Antonia, todavía con vida: del Rosario.
Cuando Charles de Foucauld decía: El amor se expresa con pocas palabras, siempre las mismas, Albino Luciani lo traducía al rezo del Rosario: siempre las mismas palabras, siempre diferentes, pero al final un ruego que yo defino así: «haznos como tú, Madre santísima, benditos, puros, íntimos, seguros de nuestra fe, deseosos de expandirla, llenos de Gracia y receptores, en el tránsito de la muerte, de tu bendición».
El secreto de Juan Pablo I es el de todos los santos, confiar los marineros del cuerpo y del alma a la capitanía de la Virgen. En la barca del Rosario. Una barca que, en las rodillas, desde muy pequeños, nos pone nuestra madre. Para que la navegación sea segura, y lleguemos a la otra orilla con el temblor emotivo de cuando zarpamos. Era la sonrisa de su madre y de la Madre de todos la que en Albino Luciani brillaba: ¿habrá mejor tesoro?
¿Qué sentido tiene la devoción al Sagrado Corazón de Jesús hoy en día?
Para muchos hoy el hablar del Sagrado Corazón es hablar de una lejana devoción de nuestros abuelos
Como cada año este celebrarémos la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Es una fecha de importancia que suele pasar sin pena ni gloria dentro de los tiempos litúrgicos. Para mi generación, hablar del Sagrado Corazón es hablar de una lejana devoción de nuestros abuelos. Tengo que confesar que lo que recogí del culto al Sagrado Corazón, de pequeño y joven, fue un barullo devocional sin pies ni cabeza. De joven me preguntaba qué razón hay para celebrar una parte de Cristo si ya celebramos su resurrección todos los domingos. Como es lógico, nunca recibí contestación alguna a mis dudas por parte de mi entorno eclesial y familiar. Pero, con el tiempo encontré una lectura que me hizo reconsiderar mi opinión y mi desinformación sobre el tema.
Aquí les traigo un fragmento:
La historia del culto al Sagrado Corazón presenta un desarrollo de lo más paradójico. Por una parte, es una devoción que hunde sus raíces en el origen mismo de la dogmática cristiana, que gozó de la estima de numerosos santos, que fue objeto de una extraordinaria intervención celestial en Paray-le-Monial en el siglo XVII, y que siempre ha sido autentificada y favorecida por el magisterio supremo de la Iglesia; pero, en contrapartida, parece haberle estado reservado un extraño destino que la condenaba a cierta incomprensión por parte del pueblo cristiano y, en la actualidad, a decir verdad, a un verdadero desafecto. Las causas de este desafecto actual son evidentes; fueron muy bien analizadas en una encuesta realizada en la década de los 50 pero cuyos resultados siguen siendo válidos todavía. De ella se desprendía que lo que aleja de esta devoción es el estrecho pietismo y el sentimentalismo en el que pronto se sumió y cuyo origen debe buscarse en un desconocimiento de la mística de tipo afectivo de los santos que han tenido revelaciones al respecto; mística que en realidad ocultaba una doctrina y una experiencia de orden totalmente teologal e intelectual en el verdadero sentido de la palabra.
La deformación de esta mística y su «estereotipado», por decirlo así, originó manifestaciones devocionales privadas, de naturaleza totalmente superficial, libros piadosos que se aplicaban ante todo, o únicamente, a aspectos secundarios del culto en cuestión, además de una confusión fundamental que hacía que no se viese en el «corazón» otra cosa que un símbolo afectivo; y por último, y tal vez sobre todo, originó toda aquella masa de cantos amanerados, dulzarrones o ñoños, aquella proliferación de imágenes y estatuas pintarrajeadas del peor gusto, y la representación del Corazón Divino en la forma extremadamente realista de víscera sanguinolenta, cosa que únicamente podía provocar repulsión y desacreditar indirectamente a un culto que naturalmente no tiene nada que ver con ese pietismo repulsivo.(Jean Hanni, Mitos, Ritos y Símbolos, Vías Espirituales, Culto al Sagrado Corazón)
Hoy en día la Liturgia se ha convertido en una escusa para que la comunidad cristiana y la familia cercana, se reúna en ocasiones especiales: bodas, bautizos, comuniones, funerales, etc. En el mejor caso, nos esforzamos por reunirnos semanalmente poniendo de escusa que tenemos que “ir a misa” como obligación. Pocas personas ven en los sacramentos algo más que excusas para verse y celebrar la comunidad, por encima de todo. Dios se ha ido retirando de nuestras vidas, por lo que los sacramentos parecen algo desfasado. De hecho estamos en estos momentos dilucidando si la exclusión de la comunión a las personas divorciadas y vueltas a casar, es una cruel discriminación social que hay que solucionar.
En una sociedad postmoderna y en una Iglesia que tiende a ser agnosticista-pelagiana, hablar del Sagrado Corazón de Jesús es un atrevimiento importante. Espero que me perdonen por sacar este tema todos los años. ¿Cómo nos atrevemos a hacer actual esta devoción, cuando vivimos en los tiempos de los flasmobs y los hashtags? ¿Cómo sentirnos interrogados por el Corazón de Jesús cuando lo que está de moda es una espiritualidad indiferente y lejana a toda sobrenaturalidad? Parece que hablar de mística es hablar de algo del siglo XVI como poco. Pero, atrevámonos ¿Qué es el Sagrado Corazón de Jesús hoy en día?
Es simple, el corazón de cualquier cosa o persona, es su ser, su esencia, su totalidad. Hablar del Sagrado Corazón de Cristo es hablar de la Palabra, el Logos hecho carne que habita constantemente entre nosotros. Esa es la maravillosa revelación de Paray-le-Monial. Un recordatorio de la promesa de Cristo:
Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado; y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. (Mt 28. 19-20)
Tiene sentido transmitir el Mensaje, el Misterio y el Compromiso cristiano, porque Cristo vive junto a cada uno de nosotros.
Comparto un fragmento de la primera de las revelaciones, aunque las Armas y la totalidad revelaciones son muy interesantes de leer y meditar. Lean este fragmento pensando que Cristo le habla directamente a usted: “Mi Divino Corazón, está tan apasionado de Amor a los hombres, en particular hacia ti, que, no pudiendo contener en el las llamas de su ardiente caridad, es menester que las derrame valiéndose de ti y se manifieste a ellos para enriquecerlos con los preciosos dones que te estoy descubriendo los cuales contienen las gracias santificantes y saludables necesarias para separarles del abismo de perdición. Te he elegido como un abismo de indignidad y de ignorancia, a fin de que sea todo obra mía.”
Sería necesario que todos los cristianos, recordaramos esta presencia constante, amorosa, apasionada, que Cristo nos ha prometido. Una presencia que está dispuesta a darnos los dones necesarios para superar los problemas, males y pruebas que nos ofrece diariamente el mundo. Una presencia que busca que nosotros seamos la herramienta a través de la cual El se manifiesta en el mundo. Una presencia que no quiere una vida de fe cerrada y penosa, centrada en nosotros mismos. Dios no quiere nuestro mal, sino purificarnos y convertirnos en herramientas eficaces para hacer Su Voluntad.
En la segunda Arma revelada a Santa Margarita María Alacoque, Cristo nos señala que su cercanía es un don maravilloso, nunca una pesada carga: “Te engañas creyendo que puedes agradarme con esa clase de acciones y mortificaciones en las cuales la voluntad propia, hecha ya su elección, más bien que someterse, consigue doblegar la voluntad de las superioras. ¡Oh! yo rechazo todo eso como fruto corrompido por el propio querer, el cual en un alma religiosa me causa horror, y me gustaría más verla gozando de todas sus pequeñas comodidades por obediencia, que martirizándose con austeridades y ayunos por voluntad propia”
La devoción al Sagrado Corazón de Jesús es todo menos una mística de penalidades emocionales, dulzona y empalagosa. Es un recordatorio de la presencia divina entre nosotros, en nuestro día a día. Queda a nuestra voluntad aceptar esta presencia de Cristo y dejarnos transformar por su Gracia. Todo un Misterio.
El Papa en el Ángelus: Jesús nos infunde confianza, el bien crece en silencio
Este domingo, 13 de junio, en su alocución antes de rezar a la Madre de Dios, el Santo Padre invitó a los fieles a cultivar la confianza de estar en las manos de Dios y, al mismo tiempo, a esforzarnos todos por reconstruir y recomenzar, con paciencia y constancia, para así salir bien de la pandemia
“Que María Santísima, la humilde sierva del Señor, nos enseñe a ver la grandeza de Dios que obra en las cosas pequeñas, y a vencer la tentación del desánimo fiándonos de Él cada día”, lo dijo el Papa Francisco en su alocución antes de rezar la oración mariana del Ángelus, de este XI Domingo del Tiempo Ordinario.
Buscar y hallar a Dios en todas las cosas
El Santo Padre señaló que, el Evangelio de este domingo, 13 de junio, en el que retomamos el tiempo litúrgico “Ordinario”, nos presenta dos parábolas que se inspiran precisamente en la vida ordinaria, y revelan la mirada atenta y profunda de Jesús, que observa la realidad y, mediante pequeñas imágenes cotidianas, abre ventanas hacia el misterio de Dios y la historia humana. “Así, nos enseña que incluso las cosas de cada día – precisó el Pontífice – esas que a veces parecen todas iguales y que llevamos adelante con distracción o cansancio, están habitadas por la presencia escondida de Dios”. Por tanto, necesitamos ojos atentos para saber “buscar y hallar a Dios en todas las cosas”, como le gustaba decir a San Ignacio de Loyola.
El bien crece de modo humilde, a menudo invisible
Con estas parábolas, afirmó el Papa Francisco, Jesús compara el Reino de Dios, su presencia que habita el corazón de las cosas y del mundo, con el grano de mostaza, la semilla más pequeña que hay. “A veces, el fragor del mundo y las muchas actividades que llenan nuestras jornadas nos impiden detenernos y vislumbrar en qué modo el Señor conduce la historia. Y, sin embargo – asegura el Evangelio – Dios está obrando, como una pequeña semilla buena que silenciosa y lentamente germina. Y, poco a poco, se convierte en un árbol frondoso que da vida y reparo a todos”. También la semilla de nuestras buenas obras puede parecer poca cosa; mas todo lo que es bueno pertenece a Dios y, por tanto, humilde y lentamente, da fruto. El bien – recordémoslo – crece siempre de modo humilde, escondido, a menudo invisible.
Dios actúa siempre en el terreno de nuestra vida
Con esta parábola, ratificó el Pontífice, Jesús quiere infundirnos confianza. De hecho, en muchas situaciones de la vida puede suceder que nos desanimemos al ver la debilidad del bien respecto a la fuerza aparente del mal. “Y podemos dejar que el desánimo nos paralice cuando constatamos que nos hemos esforzado, pero no hemos obtenido resultados y parece que las cosas nunca cambian”. El Evangelio – señaló el Papa – nos pide una mirada nueva sobre nosotros mismos y sobre la realidad; pide que tengamos ojos grandes que saben ver más allá, especialmente más allá de las apariencias, para descubrir la presencia de Dios que, como amor humilde, está siempre operando en el terreno de nuestra vida y en el de la historia.
“Y esta es nuestra confianza, es esto lo que nos da fuerzas para seguir adelante cada día con paciencia, sembrando el bien que dará fruto. ¡Qué importante es esta actitud para salir bien de la pandemia! Cultivar la confianza de estar en las manos de Dios y, al mismo tiempo, esforzarnos todos por reconstruir y recomenzar, con paciencia y constancia”
Con Dios siempre hay esperanza de nuevos brotes
Finalmente, el Papa Francisco explicó la segunda parábola que nos presenta el Evangelio de hoy y dijo que, también en la Iglesia puede arraigar la cizaña del desánimo, sobre todo cuando asistimos a la crisis de la fe y al fracaso de varios proyectos e iniciativas. Pero no olvidemos nunca – afirmó el Papa – que los resultados de la siembra no dependen de nuestras capacidades: dependen de la acción de Dios. A nosotros nos toca sembrar con amor, esfuerzo, paciencia. Pero la fuerza de la semilla es divina. Con Dios siempre hay esperanza de nuevos brotes, incluso en los terrenos más áridos.
«Los resultados de la siembra no dependen de nuestras capacidades, dependen de la acción de Dios»
Jesús en los Evangelios recurre a imágenes e historias sencillas, como la semilla de mostaza o la parábola del sembrador, que explicó el Papa este domingo en el Angelus.
13 junio 2021
Francisco comentó este domingo en el Angelus de la Plaza de San Pedro las parábolas que somete la liturgia a la consideración de los cristianos, que "se inspiran en la vida ordinaria y revelan la mirada atenta de Jesús, que observa la realidad y, mediante pequeñas imágenes cotidianas, abre ventanas hacia el misterio de Dios y la historia humana".
"Jesús hablaba en un modo fácil de entender, hablaba con imágenes de la realidad, de la vida cotidiana", dijo el Papa, para enseñarnos "que incluso las cosas de cada día, esas que a veces parecen todas iguales y que llevamos adelante con distracción o cansancio, están habitadas por la presencia escondida de Dios, es decir, tienen un significado. Por tanto, necesitamos ojos atentos para saber 'buscar y hallar a Dios en todas las cosas'”.
Es Dios quien hace dar fruto a la semilla
La parábola de la semilla de mostaza, que es la más pequeña pero crece hasta convertirse en el árbol más grande, nos permite "vislumbrar cómo el Señor conduce la historia", a través de "una pequeña semilla buena que silenciosa y lentamente germina". Es la semilla de nuestras buenas obras, que pueden parecer "poca cosa", pero como "todo lo que es bueno pertenece a Dios", también dan fruto, aunque "de modo escondido, a menudo invisible".
Con esta parábola "Jesús quiere infundirnos confianza", ante "la debilidad del bien respecto a la fuerza aparente del mal", o cuando nuestros esfuerzos no parecen obtener resultado: "El Evangelio nos pide una mirada nueva sobre nosotros mismos y sobre la realidad" para ver más allá de las apariencias y "descubrir la presencia de Dios que, como amor humilde, está siempre operando en el terreno de nuestra vida y en el de la historia".
Cientos de fieles escucharon al Papa en la Plaza de San Pedro este domingo.
"También en la Iglesia puede arraigar la cizaña del desánimo", concluyó, "sobre todo cuando asistimos a la crisis de la fe y al fracaso de varios proyectos e iniciativas": "Pero no olvidemos nunca que los resultados de la siembra no dependen de nuestras capacidades: dependen de la acción de Dios. A nosotros nos toca sembrar, y sembrar con amor, con esfuerzo, con paciencia. Pero la fuerza de la semilla es divina".
Como en la segunda parábola del día, la del sembrador que echa la semilla de noche y no ve cómo ni cuándo crece, pero crece "cuando él menos se lo espera": "Con Dios siempre hay esperanza de nuevos brotes, incluso en los terrenos más áridos".