El Padre sabe lo que les hace falta

Raniero de Pisa, Santo

Peregrino, 17 de Junio
 
Trovador

Martirologio Romano: En Pisa, en la Toscana, san Rainerio o Raniero, pobre y peregrino por Cristo († 1160).

Breve Biografía

Nació en el año 1117 en Pisa (Italia). Sus padres, Gandulfo Scacceri, próspero comerciante, y Mingarda, perteneciente a la noble familia de los Buzzacherini, deseosos de impartirle una educación rigurosa a su único hijo, encomendaron su formación al sacerdote don Enrico de San Martino. Pero Rainiero, particularmente dotado para la música (tocaba la lira) y para el canto, prefería las diversiones y la vagancia a los estudios.

De nada valieron los esfuerzos de sus padres por conducirlo a un comportamiento más cristiano, pues el joven pisano descuidó tanto las enseñanzas de sus padres como las de don Enrico. No obstante, a los 19 años su vida cambió. Fue crucial, para su conversión y decisión de abrazar plenamente la fe y vivir en extrema austeridad, su encuentro con el eremita Alberto, establecido en el monasterio pisano de San Vito y del cual escuchó sus consejos y lo hizo su modelo.

Cuatro años después, hacia el 1140, se embarcó rumbo a Tierra Santa decidido a imitar fielmente a Cristo en los lugares donde nuestro Señor había consumado su sacrificio.

Permaneció ahí por trece años, viviendo exclusivamente de limosnas, comiendo dos veces a la semana y exponiendo su cuerpo a grandes sacrificios. Además, peregrinaba en repetidas ocasiones a todos los lugares santos, demorándose de preferencia en el Calvario cerca del Santo Sepulcro, donde recibió de un sacerdote la túnica pelosa del eremita, la "pilurica", con la cual es representado en la iconografía.

Regresó a Pisa en 1153, rodeado de fama de santidad por los muchos milagros que Dios operó a través de su mano en Tierra Santa. Fue acogido por los canónigos de la Catedral y por el pueblo, quienes estaban al corriente de su admirable vida. Vivió un año en calidad de oblato en el monasterio de San Andrés, en Chinseca, y de ahí se transfirió a San Vito, donde desarrolló una intensa actividad apostólica con la venia del clero, predicando como simple laico y obrando numerosas conversiones.

Tanta era su fama de santidad que a su muerte, acaecida el 17 de junio de 1161, fue súbitamente proclamado santo, y este día -en el que actualmente le conmemoramos- fue declarado fiesta de precepto.

En 1632 el Arzobispo de Pisa, el Clero local, el Magistrado pisano, con la anuencia de la sacra Congregación de los Ritos, eligieron a Rainiero patrono principal de la ciudad y de la diócesis; y en 1689 fueron solemnemente colocados sus restos sobre el altar mayor de la Catedral pisana.
 
Hijo del Padre

Santo Evangelio según san Mateo 6, 7-15. Jueves XI del Tiempo Ordinario
 
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesús, una vez más me tienes aquí, en tu presencia. Aumenta mi fe, Señor. Tú bien sabes que creo, pero que mi fe es débil y pequeña; sabes que me cuesta mucho mantenerme fiel en los momentos de prueba y tenerte presente en los momentos de prosperidad. Tú sabes lo presto que soy para quejarme y lo tardo para agradecerte. Aumenta por favor mi fe.

Aumenta mi confianza. Tú sabes cuánto me cuesta abandonar todas mis cosas a tu voluntad… ¡Aún más!, sabes lo mucho que me cuesta abandonarme plenamente en tus manos. Bien conoces el apego que tengo a mi manera de hacer las cosas, a mi modo de pensar, a mi forma de llevar mi vida adelante con mis propios criterios, que la mayoría de veces, no son los tuyos. Ayúdame a confiar en ti.

Aumenta mi amor. Sabes que me cuesta descubrirte en las personas que me rodean, sobre todo en aquellas que me resultan antipáticas. Ayúdame a amarte tanto que sea capaz de verte en todos, en todo y en todo momento; que me enamore tanto de ti, Jesús, que todo me hable de ti. Aumenta mi amor.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Mateo 6, 7-15

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando ustedes hagan oración, no hablen mucho, como los paganos, que se imaginan que a fuerza de mucho hablar serán escuchados. No los imiten, porque el Padre sabe lo que les hace falta, antes de que se lo pidan.

Ustedes pues, oren así:

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal.

Si ustedes perdonan las faltas a los hombres, también a ustedes los perdonará el Padre celestial. Pero si ustedes no perdonan a los hombres, tampoco el Padre les perdonará a ustedes sus faltas”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.

Padre… Así me invita el Evangelio a llamarte. Tú, el creador de todas las estrellas y planetas; Tú que me pensaste con amor desde toda la eternidad. Tú que, pase lo que pase, haga lo que haga, nunca dejarás de ser mi Padre.

Eres mi Padre aun cuando yo no me comporte como tu hijo. Tú te mantienes fiel en la cruz con los brazos abiertos para acoger siempre a todos tus hijos.

Eres Padre y sufres al ver que tantas veces yo no sé ser hermano de los demás. No hay dolor más grande para un padre que ver cómo sus hijos se pelean como animales, se usan como a cosas y se matan como a enemigos.

Padre, perdóname por no haberme comportado siempre como un verdadero hijo tuyo; por haber pasado tantas veces indiferente ante mi hermano que sufre pidiendo limosna por la calle o que me ha reclamado un poco de atención y cariño en mi propio hogar.?Enséñame a ser un verdadero hijo tuyo, un hermano de mi hermano. Ayúdame, Padre, a saber recibir tu infinito amor, y dame la gracia de aprender a recibir el amor que Tú me tienes.

«Decir “Padre nuestro”, significa decir: Tú que me das la identidad y tú que me das una familia. Es tan importante la capacidad de perdón, de olvidar las ofensas, esa sana costumbre de: “venga, déjalo estar… que se encargue el Señor” y no guardes rencor, resentimiento y ganas de venganza. Así si vas a rezar y dices solo “Padre”, pensando a quien te ha dado la vida y te da la identidad y te ama, y dices “nuestro” perdonando a todos, olvidando las ofensas, es la mejor oración que tú puedas hacer. En este contexto, se ruega a todos los santos y a la Virgen, todo, pero el fundamento de la oración es el “Padre nuestro”». (Homilía de S.S. Francisco, 16 de junio de 2016, en santa Marta).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy voy a rezar dos Padrenuestros pidiéndole a Dios la gracia de comportarme como verdadero hijo suyo y hermano de los demás.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

La oración: Vivir en Dios

¿Cómo hacer de la vida oración y de la oración vida?

El deseo de Dios en la oración

Nosotros los cristianos tenemos en el corazón un deseo grande de tener contacto asiduo con el Dios que conocemos. Buscamos constantemente su rostro. A veces vamos en busca de Él en lo exterior y a veces entramos dentro de nosotros mismos para encontrarlo en nuestro interior. Necesitamos saber que está ahí, que no nos ha abandonado, que está a nuestro lado. Queremos escuchar su mensaje de amor; sabernos amados por Él. A eso le llamamos oración.

Es frecuente escuchar de la boca de los cristianos esta frase: “No se orar”. A veces pensamos que la oración es algo complejo, inalcanzable, solo para algunos elegidos, que implica mucho tiempo. Esos pensamientos nos pueden bloquear y no nos permiten tener una oración sencilla, llana, cercana. Para aprender a orar lo primero que hay que tener claro es qué es la oración.

Es bueno permitir a Dios que nos rompa nuestros esquemas y nos abra nuestros horizontes para comprender cómo se nos quiere manifestar al corazón. ¿Cuáles son algunos aspectos de la oración que nos permiten ampliar nuestro concepto de la misma y así aprender a orar?

La oración es diálogo

En primer lugar hay que aprender a considerar la oración como un diálogo. Es ese momento de calidad en el que nosotros, hijos del Padre, levantamos la mirada a Él para entrar en un íntimo diálogo con Él. Cuando uno esta acostumbrado a hacer una meditación de tipo discursiva puede caer en el peligro de pensar en ideas sobre Dios. Es decir, Dios es bueno, Dios es creador, Dios es salvador. Son reflexiones sobre Dios pero no son oración. Se hace un gran discurso sobre Dios pero no se relaciona uno con Él. La oración, por tanto, no son ideas bonitas sobre Dios sino que es un diálogo con ese Dios que conozco también por las ideas.

La oración es encuentro

En segundo lugar, la oración es encuentro. No es el único lugar en el que el cristiano se encuentra con Dios ya que, los sacramentos, son por excelencia el lugar de encuentro con el Señor pero es un espacio privilegiado. La oración no es una cierta interiorización para encontrarnos con nosotros mismo, con nuestro centro, con nuestro yo. Si no hay contacto con Alguien, no hay oración. Por eso es necesario comprender que la oración es encuentro. Y para hacer de la oración encuentro es bueno siempre poner el yo en juego. Podemos pensar que Dios es creador y eso no necesariamente nos lleva a la oración. Sin embargo, podemos pensar: “Dios es mi creador”. Ese cambio de perspectiva nos permite tener ya un encuentro con alguien. En este caso con mi creador. Y así todas las ideas sobre Dios se convierten en encuentro: Dios es mi Padre, Dios es mi salvador, Dios es el amor de mi alma.

La oración es la obra de Dios en nosotros

En tercer lugar la oración es la obra de Dios es cada uno de nosotros. Es un espacio para que la gracia de Dios actúe en nosotros con toda su fuerza. A veces nos preguntamos: “¿Dónde acojo la gracia de Dios? ¿Dónde obtengo su fuerza? ¿Dónde recibo su consuelo? ¿Dónde me dejo transformar por Él?”. Y la respuesta es clara: en la oración. En la oración es donde Dios va saciando nuestros deseos, nos va transformando, nos va llenando con su gracia, con su presencia. Dejar que Dios obre en nosotros es lo más importante. Pasamos de una relación de simple comunicación a una relación que tiene un dinamismo de acción sobre nosotros. Pasamos de una idea sobre Dios: “Dios es creador”. De un encuentro con Él: “Dios es mi creador”. A permitirle actuar: “Dios me está creando”. En ese momento de oración se está realizando lo que nuestra alma tanto desea. Dios, en ese espacio, nos está salvando, nos está sanando, nos está santificando.

La oración es amor

Por último y quizá el objetivo de la oración y la razón de ser de la misma es que la oración es amor. “Dios y yo nos estamos amando”. Eso es lo importante. Nuestro corazón recibe el amor de Dios y nuestro corazón se entrega a Él. La clave del éxito de la oración no es si nos distrajimos poco o mucho, si terminamos la oración con grandes revelaciones del Señor, si sentimos bonito. La clave del éxito es saber, en la fe, que Dios nos está amando y asegurarse que el corazón esta volcado a Él. Así el camino de la oración se vuelve camino de intimidad. Es estar con aquel que tanto nos ama y que tanto amamos. Esto hace que la oración se vuelva cada vez más sencilla. Es una oración de presencia. Estamos con Él, Él esta con nosotros y eso nos basta.

La oración que se hace vida

Con esta amplitud de mira comprendemos que la oración no se reduce a un momento del día en el que dedicamos 15 o 20 minutos al Señor. Es evidente que quien desea tener una relación cada vez más profunda del Señor le dedicará tiempo. Pero no siempre nuestra realidad nos permite tener ese tiempo. La vida laical exige compromisos del mundo que son irrenunciables. Una madre de familia tiene que atender su hogar, un padre de familia tiene que llevar el dinero a la casa, un profesionista tiene que realizarse en su profesión, un estudiante tiene que cumplir con su obligación e ir al colegio. Es por eso que concebir la oración como diálogo, encuentro, la obra de Dios en nosotros y amor nos permite hacer de nuestro día oración. Todo lo que nos sucede en el día puede convertirse en diálogo con el Señor. Todo es espacio de encuentro con Él. Las circunstancias son las excusas para que Dios pueda obrar en nosotros. Y si vivimos amando a Dios y nos unimos a Él en su voluntad somos oración. Es así como, progresivamente, nuestra vida se hace oración y nuestra oración vida.

El punto de partida para orar: la propia situación existencial

Ahora bien, la condición previa para que la oración sea diálogo, encuentro, la obra de Dios en nosotros, para que la oración sea amor, es presentarse como uno es. Dios nos quiere hablar a nosotros, a nuestro hoy, a nuestra vida, a nuestra historia. A esto se le puede llamar: la situación existencial.

A veces pensamos que para orar hay que hacer un cierto vacío de nuestra mente, no pensar en nada más que en Dios, hacer un silencio que deje espacio a que la voz de Dios se pueda percibir. Es común escuchar que las personas dicen: “Yo no puedo orar porque me distraigo mucho”. Esto puede reflejar un concepto de oración en el que se cree que se entra en un especie de trance que nos hace solo pensar en Dios. Cuando estamos distraídos es bueno detenerse un poco y preguntarse ¿Qué refleja ese pensamiento que me distrae? ¿Por qué me viene a la mente constantemente? Puede ser una preocupación sobre algún familiar, puede ser un dolor por una traición, puede ser una decisión que tengo que tomar y que no se qué dirección elegir. Esas distracciones en el fondo reflejan lo que más íntimamente nos esta preocupando. Y dejar a un lado eso es dejarnos a un lado a nosotros mismos. Esa es nuestra situación existencial y eso es lo que hay que presentar a Dios para que Dios nos responda. Las distracciones se convierten en el contenido de nuestra oración.

Si no oramos así corremos el riesgo de estar creando una distancia entre nuestra vida y nuestra religiosidad. El peligro es grave porque Dios no logra ser parte de nuestra historia. Dios no irrumpe en nuestra cotidianidad. Dios no puede intervenir en nuestro día a día. El Señor quiere ser parte, tan parte de nuestra vida, hasta llenarla de sentido introduciéndose dentro de ella y llenándola de su presencia de amor. Pero para que pueda realizar esto hay que darle entrada, espacio y lo hacemos al presentarle con sencillez nuestra situación existencial.

Este es el primer paso en la oración. Al estar ante la presencia del Señor lo primero que se aconseja es pedir mucha luz al Espíritu Santo para descubrir cómo venimos a la oración. Quiénes somos, qué vivimos, qué necesitamos. Y al haber individuado la propia situación existencial entonces si esperar de Dios una respuesta. Si llegamos a la oración con el corazón herido por una traición esperamos de Dios su bálsamo que nos cura con su amor incondicional. Si llegamos a la oración sin saber qué camino debemos elegir, qué decisión tomar, esperamos del Espíritu su luz para discernir lo que es mejor para nuestra vida. Si llegamos a la oración con el dolor por la enfermedad de un ser querido y la impotencia de no poder hacer nada por él esperamos de Jesús que nos conceda un milagro. Es así como la oración va permeando toda nuestra vida. Se va llenado la vida de Dios. Se lleva la vida a la oración y desde ahí se vive en Dios.

Para un cristiano que ora así, que aprende a poner su vida en manos de Dios, la oración se convierte en una necesidad vital. No podemos caminar, no podemos decidir, no podemos actuar, sin que antes toda nuestra vida haya sido presentada al Señor para que Él responda a través de la oración. Orar ya no es un deber religioso, ni una obligación, ni siquiera un gusto. Se vuelve el único modo en el que podemos ir afrontando nuestro caminar y todo lo que implica estar en este mundo peregrinando hacia la eternidad.

Podemos hacer esta oración al Señor para que nos enseñe a orar y hacer de nuestra vida oración y de la oración vida:

“Señor Jesús, enséñanos a orar. Dirige nuestra mirada y nuestro corazón al cielo para reconocer la presencia del Padre celestial. Muéstranos el modo de entrar dentro de nosotros para encontrar en el santuario de nuestra alma a Dios que viene a hacerse uno con nosotros. Unidos con Él y en Él en intimidad aprenderemos a vivir desde Él irradiando a nuestros hermanos el mismo amor de Dios. Llena nuestra vida con tu presencia que es fuerza, paz y consuelo. Manda tu Espíritu para que unidos en comunión seamos una sola cosa contigo. Enséñanos a hacer de nuestra vida oración y de nuestra oración vida para así vivir en Dios. Amén”
 
Este artículo fue escrito por Tais Gea  (Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.) autora del libro: La oración: Vivir en Dios.
 
Última catequesis sobre la oración: en Jesús encontramos salvación total

Catequesis del Papa Francisco, 16 de junio de 2021

Después de varios meses en los que el Pontífice ha reflexionado sobre la oración cristiana, Francisco recuerda hoy, en su última catequesis sobre este tema, cómo la oración es una de las características más evidentes de la vida de Jesús: “Jesús rezaba y rezaba tanto - ha dicho el Papa – y durante su misión, Jesús se sumerge en ella, porque el diálogo con el Padre es el núcleo incandescente de toda su existencia”.

De hecho – continúa el Papa – “los Evangelios testimonian cómo la oración de Jesús se hizo todavía más intensa y frecuente en la hora de su pasión y muerte”, asegurando que estos sucesos culminantes constituyen el núcleo central de la predicación cristiana, el kerygma: “esas últimas horas vividas por Jesús en Jerusalén son el corazón del Evangelio no solo porque a esta narración los evangelistas reservan, en proporción, un espacio mayor, sino también porque el evento de la muerte y resurrección arroja luz sobre todo el resto de la historia de Jesús”.

Jesús no ofrece salvación episódica, sino la salvación total

Francisco después ha explicado que Jesús no fue “un filántropo” que se hizo cargo de los sufrimientos y de las enfermedades humanas: “fue y es mucho más” dice el Papa. “En Él no hay solamente bondad: hay algo más, está la salvación, y no una salvación episódica – la que me salva de una enfermedad o de un momento de desánimo – sino la salvación total”.

La oración de Jesús es intensa, constante y única

Después, el Papa enumera una serie de acontecimientos en los que vemos a Jesús rezando: “Son las horas decisivas de la pasión y de la muerte, en las que vemos una oración intensa, única y que se convierte en el modelo de nuestra oración” asegura el Papa.

“Él reza de forma dramática en el huerto del Getsemaní, asaltado por una angustia mortal. Reza también en la cruz, envuelto en tinieblas por el silencio de Dios. Es la oración más audaz, porque en la cruz Jesús es el intercesor absoluto: reza por los otros, por todos, también por aquellos que lo condenan, sin que nadie, excepto un pobre malhechor, se ponga de su lado. Todos estaban en contra de Él o eran indiferentes. Sólo ese malhechor reconoció el poder. En medio del drama, en el dolor atroz del alma y del cuerpo, Jesús reza con las palabras de los salmos; con los pobres del mundo, especialmente con los olvidados por todos. Sintió el abandono; y rezó”.

Al final, en la cruz “se cumple el don del Padre – dice el Papa – que ofrece el amor, es decir, se cumple nuestra salvación”.

Jesús nunca nos abandona, siempre reza por nosotros

Al final de su reflexión, Francisco recuerda que incluso en el más doloroso de nuestros sufrimientos, “nunca estamos solos” y “la oración de Jesús está con nosotros para que su palabra nos ayude a avanzar”.

“Recordad – dice el Papa – la gracia de que nosotros no solamente rezamos, sino que, por así decir, hemos sido “rezados”, ya somos acogidos en el diálogo de Jesús con el Padre, en la comunión del Espíritu Santo”. Y no olvidemos – prosigue – que “Jesús reza por mí, incluso en los peores momentos”.

La exhortación final del Pontífice es a “tener coraje y esperanza para sentir fuertemente la oración de Jesús y seguir adelante: que nuestra vida sea un dar gloria a Dios sabiendo que Él reza por mí”.

El Sagrado Corazón de Jesús y nuestro corazón

Durante este mes de junio nos llama nuevemente a nosotros: ¡Mirad cómo os he amado! ¡Sólo os pido una cosa: que correspondáis a mi amor!

Todo este mes de junio está dedicado al Sagrado Corazón de Jesús. Por eso vamos a meditar, sobre el significado y la actualidad de la devoción al Corazón de Jesús.

Este culto se basa en el pedido del mismo Jesucristo en sus apariciones a Santa Margarita María de Alacoque. Él se mostró a ella y señalando, con el dedo, el corazón, dijo: “Mira este corazón que tanto ha amado a los hombres y a cambio no recibe de ellos más que ultrajes y desprecio. Tú, al menos ámame”. Esta revelación sucedió en la segunda mitad del siglo diecisiete.

Hoy en día, tenemos que preguntarnos: ¿es popular entre los jóvenes esta devoción? ¿La devoción al Sagrado Corazón de Jesús es de interés palpitante para nuestro tiempo actual?

Cuando hablamos del Corazón de Jesús, importa menos el órgano que su significado. Y sabemos que el corazón es símbolo del amor, del afecto, del cariño. Y el corazón de Jesús significa amor en su máximo grado; significa amor hecho obras; significa impulso generoso a la donación de sí mismo hasta la muerte.

Cuando Cristo mostró su propio corazón, no hizo más que llamar nuestra atención distraída sobre lo que el cristianismo tiene de más profundo y original; el amor de Dios. También durante este mes nos llama nuevemente a nosotros: ¡Mirad cómo os he amado! ¡Sólo os pido una cosa: que correspondáis a mi amor!

Nuestra respuesta del amor, en general, no es muy adecuada a su llamada. Porque sufrimos una grave y crónica afección cardíaca, que parece propia de nuestro tiempo: está disminuyendo e incluso muriendo el amor; el corazón se enfría y ya no es capaz de amar ni de sentirse amado.

Es una característica de los últimos tiempos - como nos indica la Santa Escritura – de que se “enfriará la caridad de muchos” (Mt 24,12).

¿Quién de nosotros no sufre bajo esta enfermedad del tiempo actual? ¿Quién de nosotros no sufre bajo esta falta de amor desinteresado hacia Dios y hacia los demás? ¿Quién de nosotros no se siente cautivo de su propio egoísmo, el cual es el enemigo mortal de cada amor auténtico? ¿Y quién de nosotros no experimenta, día a día, que no es amado verdaderamente por los que lo rodean?

Cuántas veces nuestro amor es fragmentario, defectuoso, impersonal, porque no encierra la personalidad total del otro. Amamos algo en el otro, tal vez un rasgo característico, tal vez un atributo exterior (- su lindo rostro, su peinado, sus movimientos graciosos -) pero no amamos la persona como tal, con todas sus propiedades, con todas sus riquezas y también con todas sus fragilidades.

Tampoco amamos a Dios tal como Él lo espera: “con todo nuestro corazón. Con toda nuestra alma. Con toda nuestra mente y con todas nuestras fuerzas” (Mc 12,30).

He aquí, pues, el sentido y la actualidad de nuestra devoción al Sagrado Corazón de Jesús. A este tan enfermo corazón moderno contraponemos el corazón de Jesús, movido de un amor palpable y desbordante. Y le pedimos que una nuestro corazón con el suyo, que lo asemeje al suyo. Le pedimos un intercambio, un transplante de nuestro pobre corazón, reemplazándolo por el suyo, lleno de riqueza.

¡Que tome de nosotros ese egoísmo tan penetrante, que reseca nuestro corazón y deja inútil e infecunda nuestra vida! ¡Que encienda en nuestro corazón el fuego del amor, que hace auténtica y grande nuestra existencia humana!

Debiéramos juntarnos también con la Santísima Virgen María. Ella tiene tan grande el corazón que puede ser Madre de toda la humanidad. ¡Que, con cariñoso corazón maternal, ella nos conduzca en nuestros esfuerzos hacia un amor de verdad, sin egoísmo y sin límites!

¡Qué así sea!

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Oraciones por la lluvia

La fe siempre añade algo a la ciencia: la apertura y la confianza en la acción de Dios en nuestro mundo.

Después de varios meses de sequía, el obispo pidió oraciones por la lluvia. El domingo, los párrocos invitaron a la gente a suplicar a Dios el don del agua.

Dos días antes, el pronóstico del tiempo anunciaba la llegada de lluvias abundantes a partir del lunes. Y el lunes, puntualmente, empeza.

Un crítico observó estos hechos y publicó sus impresiones. En concreto, dijo que era muy fácil pedir la lluvia cuando ya estaba anunciada en los pronósticos...

Según pensaba ese crítico, hacer oraciones por la lluvia un domingo cuando se sabía que iba a llegar al día siguiente, ¿no sería una forma curiosa de engañar a la gente?

Porque los católicos, al constatar el lunes la lluvia generosa que aliviaba los campos y las ciudades, podrían pensar falsamente (según juzgaba el crítico) que llovía gracias a sus oraciones.

Si analizamos la situación más a fondo, tanto el crítico como los creyentes saben que la lluvia no llega porque lo diga el servicio meteorológico (que muchas veces se equivoca) sino por otras causas.

Pero el crítico y los creyentes ven esas causas de modo diferente. Para el crítico, la lluvia llega por fuerzas ciegas que nadie (ni siquiera una divinidad) puede controlar.

En cambio, los creyentes miran el mundo, con todas sus leyes complejas, como algo querido por Dios. Un Dios que es bueno, que ama a sus hijos y que "hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos" (Mt 5,45).

¿Se trata de dos visiones incompatibles? No, pues la ciencia intenta explicar la naturaleza con leyes que describen los fenómenos, pero sin excluir la existencia de un Dios que actúa desde lo propio de la física y de la química.

Por su parte, la fe no renuncia a conocer esas leyes, ni deja de mirar los pronósticos para decidir si uno sale de casa con o sin paraguas. Simplemente añade algo a la ciencia: la apertura y la confianza en la acción de Dios en nuestro mundo.

El lunes, las campanas han tocado a rebato con alegría: la lluvia ha empezado a aliviar un territorio debilitado tras largos meses de una sequía dañina.

Los creyentes dan gracias a Dios, que nuevamente ofrece el don del agua a sus hijos y a tantas creaturas (plantas y animales) que comparten con nosotros la maravillosa aventura de la vida terrena...

Nardo del 17 de Junio

!Oh Sagrado Corazón, taladrado por clavos!

Meditación: Llegaste Señor...es la cima del Gólgota, la montaña de nuestra maldad y miserias. La regaste con Tu Preciosísima Sangre, y ahora Señor, en la hora en que el infierno todo te destroza, es el momento de Tu Victoria, el supremo misterio que comenzaste en el Huerto. La mañana se pone oscura, parece que el cielo ha perdido toda hermosura. El Madero, Tu Madre, Juan, y algunas pocas mujeres y discípulos te acompañan en Tu momento final. Los soldados han comenzado su trabajo y taladran en Tu Santo Cuerpo los clavos, te han desnudado. Pobre mi Señor, pobre mi Amor, se desgarra aún más Tu Corazón, y el de Tu Santa Madre despedazándose está...quisiera gritar "¡basta ya!", pero al igual que hoy, ya nadie detendrá Tu Pasión. ¡No quieren parar, no quieren escuchar!.

¿Y saben, hermanos?, el Calvario de ayer y hoy es parte del plan más sublime de Amor que hizo nuestro Dios para nuestra salvación, es el Triunfo del Corazón. Si, del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María. Y así ayer como hoy, mi Señor, quiero bajarte de la Cruz, quiero sacarte los clavos que yo mismo te he clavado con mi pecado. Permíteme morir por Ti para resucitar en Ti.

Jaculatoria: ¡Enamorándome de Ti, mi Amado Jesús!

¡Oh Amadísimo, Oh Piadosísimo Sagrado Corazón de Jesús!, dame Tu Luz, enciende en mí el ardor del Amor, que sos Vos, y haz que cada Latido sea guardado en el Sagrario, para que yo pueda rescatarlo al buscarlo en el Pan Sagrado, y de este modo vivas en mí y te pueda decir siempre si. Amén.

Florecilla: Que podamos morir a nuestra voluntad, sacando afuera todo lo que no es de Dios, y viviendo cada instante como lo haría el Señor .

Oración: Diez Padre Nuestros, un Ave María y un Gloria.

Una oración para proteger a tu familia del demonio

Confía a tu familia a la Virgen María y resguárdala del poder del mal

El mayor enemigo de la vida familiar es también el más invisible. Desde el principio de los tiempos, Satanás ha buscado dividir a la familia. Incluso su nombre en griego, diabolos, significa «dividir».

Una arma poderosa contra este enemigo insidioso es la devoción a la Virgen María.

Durante el Rito de Exorcismo, el sacerdote ora:

«La Madre gloriosa de Dios, la Virgen María, te lo ordena; ella que por su humildad y desde el primer momento de su Inmaculada Concepción aplastó tu orgullosa cabeza…».

Su humildad fue tan radical que aplasta la «orgullosa cabeza» de Satanás, y sigue siendo la defensa más segura contra él y sus ataques.

San Alfonso de Ligorio, un santo que se dedicó a la Madre del cielo, compuso una oración para que las familias se dedicaran a la Virgen María, e invoca su protección contra todos los asaltos del diablo:

Oh, Bendita e Inmaculada Virgen, Reina y Madre nuestra, refugio y consuelo de todos los que están en la miseria: yo, postrado ante tu trono con toda mi familia, te elijo como mi Señora, Madre y Abogada ante Dios.

Yo, con todos los que me pertenecen, me dedico para siempre a tu servicio, y te ruego, oh Madre de Dios, que nos recibas entre tus siervos en la hora de nuestra muerte.

Oh, Madre de Misericordia, te elijo como Señora y gobernante de toda mi casa, de mis parientes, de mis intereses y de todos mis asuntos. No dejes de cuidarlos; dispón de ellos como te plazca.

Bendíceme, entonces, y a toda mi familia, y no permitas que ninguno de nosotros ofenda a tu Hijo. Defiéndenos en las tentaciones, libéranos de los peligros, aconséjanos en nuestras dudas, consuélanos en las aflicciones, acompáñanos en la enfermedad y, especialmente, en la agonía de la muerte.

No permitas que el diablo se gloríe de tener en sus garras a ninguno de los que estamos consagrados a ti; sino haz que podamos darte las gracias en el cielo, y juntos, contigo, alabemos y amemos a Jesús, nuestro redentor, por toda la eternidad. Amén, así sea.

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