«¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?»
- 10 Marzo 2015
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III MARTES DE CUARESMA (Dn 3, 25. 34-43; Sal 24; Mt 18, 21-35)
HUMILDAD Y HUMILLACIÓN. Los textos sagrados de este día nos permiten ver las dos caras de una moneda: por un lado la bondad de Dios, que siempre perdona y acoge la súplica humilde de quien está angustiado, y por el otro lado, el posible cinismo, actitud humillante, de quien, habiendo sido perdonado, no tiene entrañas de misericordia para quienes conviven con él, y malversa el don del perdón recibido. El pueblo de Israel, deportado a Babilonia, viéndose a punto de desaparecer, eleva súplicas al cielo: “Señor, somos el más pequeño de todos los pueblos; hoy estamos humillados por toda la tierra a causa de nuestros pecados” (Dn 3,37). Daniel, la reina Ester, Tobías, son ejemplos orantes y testigos de la misericordia divina.
Una constante en los salmos es apelar a la bondad de Dios y a su ternura, exponiéndole la necesidad que aflige, la circunstancia aciaga que conduce a desesperanza, tanto a nivel colectivo como personal. “Señor, recuerda tu misericordia” (Sal 24). En el Evangelio, se narra el contraste entre la actitud del rey hacia el súbdito que pide clemencia: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo." El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda” (Mt 18, 22). Y el comportamiento del súbdito, para con su compañero: “Él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía” (Mt 18,30). Escandaliza ver la doble vara de medir, la que a veces se desea para uno mismo, y la que podemos emplear con los demás. Es axioma “la medida con la que midieres serás medido”. Aunque nada más sea para que tenga el Señor misericordia, deberíamos ser misericordiosos.
SANTA TERESA DE JESÚS
La santa se admira y hasta se espanta del amor que nos tiene Dios, por causa de su Hijo, y de cómo nos perdona. “¡Oh Hijo de Dios y Señor mío!, ¿cómo dais tanto junto a la primera palabra? Ya que os humilláis a Vos con extremo tan grande en juntaros con nosotros al pedir y haceros hermano de cosa tan baja y miserable, ¿cómo nos dais en nombre de vuestro Padre todo lo que se puede dar, pues queréis que nos tenga por hijos, que vuestra palabra no puede faltar? Obligáisle a que la cumpla, que no es pequeña carga, pues en siendo Padre nos ha de sufrir por graves que sean las ofensas” (Camino de Perfección 27, 2). Bien distinto es lo que dice la maestra, en caso de que podamos sufrir algún agravio, o que alguien nos deba algo. “Mas esta fuerza tiene el amor, si es perfecto, que olvidamos nuestro contento por contentar a quien amamos. Y verdaderamente es así que, aunque sean grandísimos trabajos, entendiendo contentamos a Dios, se nos hacen dulces. Y de esta manera aman los que han llegado aquí, las persecuciones y deshonras y agravios. Esto es tan cierto y está tan sabido y llano, que no hay para qué me detener en ello” (Fundaciones 5, 10).
Evangelio según San Mateo 18,21-35.
Se adelantó Pedro y le dijo: "Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?". Jesús le respondió: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: "Señor, dame un plazo y te pagaré todo". El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda. Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: 'Págame lo que me debes'. El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: 'Dame un plazo y te pagaré la deuda'.
Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Este lo mandó llamar y le dijo: '¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda.
¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de tí?'.
E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía. Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos".
Santa Faustina Kowalska (1905-1938), religiosa
Pequeño diario, § 1570
«¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?»
Oh Dios de gran misericordia, Bondad infinita, mira como hoy la humanidad entera clama desde el abismo de su miseria a tu misericordia, a tu compasión, oh Dios; clama con la poderosa voz de la miseria. Dios bondadoso, no rechaces las plegarias de los exiliados de esta tierra. Oh Señor, bondad inconcebible, conoces nuestra miseria hasta el fondo y sabes que no podríamos, con nuestras solas fuerzas, elevarnos hasta ti. Por eso te suplicamos, adelántate con tu gracia y sin cesar aumenta en nosotros tu misericordia, a fin de que cumplamos fielmente tu santa voluntad durante toda la vida, como también en la hora de nuestra muerte. Que el poder infinito de tu misericordia nos proteja de las asechanzas del enemigo de nuestra salvación, para que esperemos confiadamente, como a hijos tuyos, tu última venida, cuyo día sólo tú conoces. Y nosotros, a pesar de nuestra miseria, esperamos recibir todo lo que nos prometió Jesús porque él es nuestra esperanza; pasamos por su corazón misericordioso como por las puertas abiertas del cielo.
10 de marzo 2015 Martes III de cuaresma Dn 3, 25.34-43
El libro de Daniel nos cuenta que Azarías, cuando fue arrojado al fuego hizo una gran y larga oración, en la que recuerda el amor de Dios para con su pueblo, pero ahora mismo no tiene nada de material para ofrecer: le ofrece el corazón, para que de nuevo se compadezca y salve a su pueblo. Hasta ahora hemos ensayado una oración personal a partir de la propia experiencia individual. ¿Por qué no ensayamos de orar en nombre de todos? He aquí una propuesta extraída de esta oración de Azarías: «Señor, por culpa de nuestros pecados, somos el más pequeño de todos los pueblos ... Pero acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humillado. Que esto sea agradable a su presencia. Por su paciencia y su amor, sed bondadoso con nosotros ».
Mártires de Sebaste
Los 40 mártires de Sebaste (a. 320) La Legión XII Fulminata se hizo célebre entre los cristianos del siglo IV por el martirio de 40 de sus soldados. Junto a la Legión XV Apollinaris tenía a su cargo la defensa de Asia Menor. En el año 312 Constantino y Licinio publicaron un edicto favorable a los cristianos. Majencio había sido derrotado el 28 de Abril de ese año junto al puente Milvio y quedaba Constantino como único emperador de Occidente. En Oriente, vencido Maximiano Daia, es Licinio el único dueño. Constantino y Licinio son emperadores asociados. Por ese momento hay abundantes cristianos enrolados en las filas del ejército por la tranquilidad que por años los fieles cristianos van disfrutando al amparo del edicto imperial. En lenguaje de Eusebio, el ambicioso Licinio se quita la máscara e inicia en Oriente una cruenta persecución contra los cristianos. La verdad histórica del martirio, con sus detalles más nimios, no llega uniformemente a nuestros tiempos. La predicación viva de su entrega hasta la muerte -propuesta una y otra vez como paradigma a los fieles- está necesariamente adaptada a la necesidad interior de los diferentes auditorios; esto hace que se resalten más unos aspectos que otros, según lo requiera el mayor provecho espiritual, a los distintos oyentes y probablemente ahí radique la diferencia de las memorias. San Gregorio de Nisa, apologista acérrimo de los soldados mártires, sitúa el lugar del martirio en Armenia, cerca de la actual Sivas, en la ciudad de Sebaste. Fue en el año 320 y en un estanque helado. (San Efrén, al comentarlo, debió imaginarlo tan grande que lo llamó “lago”) Dice que de la XII Fulminata, cuarenta hombres aguerridos prefirieron la muerte gélida a renunciar a su fe cristiana. Sobre el hielo y hundiéndose en el rigor del agua fría, los soldados, con sus miembros yertos, se animan mutuamente orando: “Cuarenta, Señor, bajamos al estadio; haz que los cuarenta seamos coronados”. Quieren ser fieles hasta la muerte... pero uno de ellos flaquea y se escapa; el encargado de su custodia , asombrado por la entereza de los que mueren y aborreciendo la cobardía del que huye, entra en el frío congelador y completa el número de los que, enteros, mantienen su ideal con perseverancia.
Los sepultaron, también juntos, en el Ponto, dato difícil de interpretar por ser armenios los mártires. Pronto comenzó el culto a los soldados y se propagó por Constantinopla, Palestina -donde santa Melania la Joven construyó un monasterio poniéndolo bajo su protección-, Roma y de allí a toda la cristiandad. La antigüedad cristiana vibraba con la celebración del heroísmo de sus soldados, admiró la valentía, la constancia, el desprendimiento, la renuncia a una vida larga y privilegiada. Deseaban las iglesias particulares conseguir alguna de sus reliquias tanto que san Gaudencio afirma se valoraban más que el oro y san Gregorio Niseno las apreciaba hasta el punto de colocarlas junto a los cuerpos de sus padres para que en la resurrección última lo hicieran junto a sus valientes intercesores.
Oremos:Dios todopoderoso y eterno, que diste a los santos mártires de Sebaste la valentía de aceptar la muerte por el nombre de Cristo: concede también tu fuerza a nuestra debilidad para que, a ejemplo de aquellos que no dudaron en morir por ti, nosotros sepamos también ser fuertes, confesando tu nombre con nuestras vidas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Calendario de Fiestas Marianas: Nuestra Señora de la Vid, Tuscani, Italia.
Bergoglio, durante sus años como arzobispo en las Villas de Buenos Aires
El Papa concede una entrevista a los villeros argentinos, y anuncia visita al país en 2016
Francisco: "A mí nunca me fue mal escuchando a las personas"
"Metemos la pata a cada rato, nos equivocamos, pecamos, pero Él siempre nos perdona"
Mirá, la vida está en manos de Dios. Yo le dije al Señor: Vos cuidame. Pero si tu voluntad es que yo me muera o que me hagan algo, te pido un solo favor: que no me duela. Porque yo soy muy cobarde para el dolor físico
Curas villeros
(Alver Metalli, en Tierras de América).- "A mí nunca me fue mal con escuchar a las personas. Cada vez que las escucho, siempre me va bien. Las veces que no las escuché me fue mal (...). Esta es la riqueza del diálogo. Dialogando, escuchando, uno se enriquece". Con motivo del segundo aniversario de su elección papal, Francisco concedió una jugosa entrevista a "La Cárcova" de los villeros argentinos.
En la misma, el Papa anuncia que seguramente viajará a Argentina en 2016,insiste en que "nosotros, los hijos de Dios, metemos la pata a cada rato, nos equivocamos, pecamos, pero cuando pedimos perdón, Él siempre nos perdona. No se cansa de perdonar", y deja un mensaje final: "Mirá, la vida está en manos de Dios. Yo le dije al Señor: Vos cuidame. Pero si tu voluntad es que yo me muera o que me hagan algo, te pido un solo favor: que no me duela. Porque yo soy muy cobarde para el dolor físico".
Usted habla mucho de periferia. Es una palabra que usa muchas veces. ¿En qué piensa cuando habla de periferias? ¿En nosotros, en la gente de la villa?
Cuando hablo de periferia hablo de límites. Normalmente nosotros nos movemos en espacios que de alguna manera controlamos. Ése es el centro. Pero a medida que vamos saliendo del centro vamos descubriendo más cosas. Y cuando miramos el centro desde esas nuevas cosas que descubrimos, desde nuestras nuevas posiciones, desde esa periferia, vemos que la realidad es distinta. Una cosa es ver la realidad desde el centro y otra cosa es verla desde el último lugar a donde vos llegaste. Un ejemplo. Europa, vista desde Madrid en el siglo XVI era una cosa, pero cuando Magallanes llega al fin del continente americano y mira Europa, desde ahí entiende otra cosa. La realidad se ve mejor desde la periferia que desde el centro. También la realidad de una persona, de las periferias existenciales e incluso la realidad del pensamiento. Vos podés tener un pensamiento muy armado, pero cuando te confrontás con alguien que está fuera de ese pensamiento de alguna manera tenés que buscar las razones del tuyo, empezás a discutir, te enriquecés desde la periferia del pensamiento del otro.
Usted conoce nuestros problemas. La droga avanza y no se detiene, entra en las villas y ataca a nuestros jóvenes. ¿Quién tiene que defendernos? ¿Y nosotros, cómo podemos defendernos?
Es verdad, avanza y no se detiene. Hay países que ya son esclavos de la droga y nos preocupa. Lo que más me preocupa es el triunfalismo de los traficantes. Esta gente ya canta victoria, han vencido, han triunfado. Y eso es una realidad. Hay países o zonas donde todo está bajo el dominio de la droga. Con respecto a Argentina, puedo decir sólo esto: hace 25 años era un lugar de paso de la droga, hoy en día se consume. Y no tengo la certeza, pero creo que también se fabrica.
¿Qué es lo más importante que debemos darle a nuestros hijos?
La pertenencia, la pertenencia a un hogar. La pertenencia se da con amor, con cariño, con tiempo, llevándolos de la mano, escuchándolos, jugando con ellos, dándoles lo que necesitan en cada momento para su crecimiento. Sobre todo dándoles lugar para que se expresen. Si vos no jugás con tus hijos, les estás privando de la dimensión de la gratuidad. Si vos no le das lugar para que él diga lo que siente y pueda incluso hasta discutir con vos, porque se siente libre, no lo estás dejando crecer.
Pero lo más importante es la fe. A mí me duele mucho cuando encuentro chicos que no saben hacerse la señal de la cruz. A esos chicos no les ha llegado lo más importante que un padre y una madre les pueden dar: la fe.
Usted cree que siempre existe la posibilidad de un cambio, tanto en situaciones difíciles de personas que han sido muy probadas por la vida, como en situaciones sociales o internacionales que son causa de grandes sufrimientos para la población. ¿De dónde saca ese optimismo, incluso cuando habría que desesperarse?
Toda persona puede cambiar, incluso las muy probadas. Yo conozco gente que estaba tirada en la existencia de su vida, y hoy día se han casado, tienen su hogar. Esto no es optimismo, esto es certeza en dos cosas. Primero, en el hombre, en la persona. La persona es imagen de Dios, y Dios no desprecia su imagen, siempre la rescata de alguna manera. Y segundo en la fuerza del mismo Espíritu Santo, que va cambiando la conciencia. No es optimismo, es fe en la persona, porque es hija de Dios. Dios no abandona a sus hijos. Me gusta repetir la frase que nosotros, los hijos de Dios, metemos la pata a cada rato, nos equivocamos, pecamos, pero cuando pedimos perdón,
Él siempre nos perdona. No se cansa de perdonar. Somos nosotros que, cuando nos creemos importantes, nos cansamos de pedir perdón.
Perdona no sólo siete veces, sino setenta veces siete
Mateo 18, 21-35. Cuaresma. Te pido, Señor, la gracia de tener un corazón como el tuyo, que sepa amar y perdonar.
Oración introductoria
Jesús mío, Tú me has amado tanto que has querido dar tu vida por mí. Tú has amado a cada hombre hasta el punto de morir por nosotros, a través del sacrificio de la cruz. Padre bueno, bendícenos a nosotros, a nuestros padres, a nuestras familias y nuestros amigos. Te ofrezco esta meditación por todos mis parientes, especialmente por aquellos que están más alejados de tu gracia y de tu amor. Por aquellos que están peleados o tienen riñas dentro del hogar. Abre nuestros corazones, para que hagamos siempre lo que tú nos pides y te descubramos en el prójimo, para saber perdonarlo de corazón.
Petición
Señor, que a ejemplo tuyo, perdone al que me ofenda. Que tenga paciencia con aquellos que son más ásperos o que pueden ser un poco duros, que te vea en mis hermanos y en ellos te ame con corazón magnánimo.
Meditación del Papa Francisco
En el Evangelio de hoy, Pedro pregunta al Señor: “Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?”. Y el Señor le responde: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. Estas palabras son centrales en el mensaje de reconciliación y de paz de Jesús. Obedientes a su mandamiento, pedimos cada día a nuestro Padre del cielo que nos perdone nuestros pecados “como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden”. Si no estuviésemos dispuestos a hacerlo, ¿cómo podríamos rezar sinceramente por la paz y la reconciliación?
Jesús nos pide que creamos que el perdón es la puerta que conduce a la reconciliación. Diciéndonos que perdonemos a nuestros hermanos sin reservas, nos pide algo totalmente radical, pero también nos da la gracia para hacerlo. Lo que desde un punto de vista humano parece imposible, irrealizable y, quizás, hasta inaceptable, Jesús lo hace posible y fructífero mediante la fuerza infinita de su cruz. La cruz de Cristo revela el poder de Dios que supera toda división, sana cualquier herida y restablece los lazos originarios del amor fraterno.» (Homilía de S.S. Francisco, 18 de agosto de 2014).
Reflexión
La entrega de Jesucristo en la cruz por nosotros, no puede dejarnos indiferentes. Esforcémonos particularmente por perdonar a nuestro prójimo y sobre todo saber pedir perdón a Dios. Necesito salir de mí mismo; que mi alma vaya cambiando y creciendo en amor a los demás. Que con mi testimonio anime aquellos que están lejos del amor a Dios y que les acerque al sacramento de la confesión.
Propósito
Tendré paciencia y perdonaré a aquél que sea ofensivo conmigo; a ejemplo de Cristo que perdonó a todos los que le crucificaban.
Diálogo con Cristo
Jesús, me alegra tanto saber que Tú siempre estas allí para enseñarme a perdonar y sobre todo que me enseñas tu perdón; cuando yo peco también te estoy condenando y ofendiendo nuevamente, al igual que tus verdugos. Cuando ofendo a mi hermano también te hago daño a ti. Pero a pesar de ser así, me queda el consuelo más grande de mi fe: ¡Dios me ama! Te pido, Señor, la gracia de tener un corazón como el tuyo, que sepa amar y perdonar a pesar de las grandes o pequeñas dificultades de la vida.
"Que la Santa Madre de Dios, que nos indica a su Hijo, nuestro hermano, nos recuerde a los cristianos de todo lugar el deber de amar a nuestro prójimo, de ser constructores de paz y los primeros en perdonar a quien ha pecado contra nosotros, así como nosotros hemos sido perdonados" (Benedicto XVI, 22 de marzo de 2009)
Dios pide el sacrificio de nuestro corazón
Martes tercera semana Cuaresma. ¿De qué nos sirve sacrificar nuestras cosas si no nos sacrificamos nosotros?
“El que en Ti confía no queda defraudado”.
Esta oración del Antiguo Testamento podría resumir la actitud de quien comprende dónde está la esencia fundamental del hombre, dónde está lo que verdaderamente el hombre tiene que llevar a su Creador: un corazón contrito y humillado, como auténtico y único sacrificio, como verdadero sacrificio. ¿De qué nos sirve sacrificar nuestras cosas si no nos sacrificamos nosotros? ¿De qué nos sirve ofrecer nuestras cosas si no nos ofrecemos nosotros? El mensaje de la Escritura es, en este sentido, sumamente claro: es fundamental, básico e ineludible que nosotros nos atrevamos a poner nuestro corazón en Dios nuestro Señor.
“Ahora te seguiremos de todo corazón”. Quizá estas palabras podrían ser también una expresión de lo que hay en nuestro corazón en estos momentos: Padre, quiero seguirte de todo corazón. Son tantas las veces en las que no te he seguido, son tantas las veces en las que no te he escuchado, son tantos los momentos en los que he preferido ser menos generoso; pero ahora, te quiero seguir de todo corazón, ahora quiero respetarte y quiero encontrarte.
Ésta es la gran inquietud que debe brotar en el alma de todos y cada uno de nosotros: Te respetamos y queremos encontrarte. Si éste fuese nuestro corazón hoy, podríamos tener la certeza de que estamos volviéndonos al Señor, de que estamos regresando al Señor y de que lo estamos haciendo con autenticidad, sin posibilidad de ser defraudados.
¿Es así nuestro corazón el día de hoy? ¿Hay verdaderamente en nuestro corazón el anhelo, el deseo de volvernos a Dios? Si lo hubiese, ¡cuántas gracias tendríamos que dar al Señor!, porque Él permite que nuestra vida se encuentre con Él, porque Él permite que nuestra vida regrese a Él. Y si no lo hubiese, si encontrásemos nuestro corazón frío, temeroso, débil, ¿qué es lo que podríamos hacer? La oración continúa y dice: “Trátanos según tu clemencia y tu abundante misericordia”.
También el Señor es consciente de que a veces en el corazón del hombre puede haber un quebranto, una duda, un interrogante. Y es consciente de que, en el corazón humano, tiene que haber un espacio para la misericordia y la clemencia de Dios. Dejemos entrar esta clemencia y esta misericordia en nuestra alma; hagamos de esta Cuaresma el cambio, la transformación, los días de nuestra decisión por Cristo. No permitamos que nuestra vida siga corriendo engañada en sí misma.
Sin embargo, Dios está pidiendo el sacrificio de nuestro corazón: “Un sacrificio de carneros y toros, un millar de corderos cebados”. El reto de responder a ese Dios que nos llama por nuestro nombre, el reto de respoder a ese Dios que nos invita a seguirlo en nuestro corazón, en nuestra vida, en nuestra vocación cristiana puede ser, a veces, un reto muy pesado; sin embargo, ahí está Dios nuestro Señor dispuesto a prestarnos el suplemento de fuerza, el suplemento de generosidad, el suplemento de entrega y el suplemento de fidelidad que quizá a nosotros nos pudiese faltar en nuestro corazón.
Si nos sentimos flaquear, si no somos capaces, Señor, de encontrarnos contigo, de estar a tu lado, de resistir tu paso, de ir al ritmo que Tú nos estás pidiendo, hagamos la oración tan hermosa de la primera lectura: “Trátanos según tu clemencia y tu abundante misericordia”. Si tengo miedo de soltar mi corazón, si tengo miedo de pagar alguna deuda que hay en mi alma... “Trátame según tu clemencia y tu abundante misericordia”. Si todavía en mi interior no hay esa firme decisión de seguirte , tal y cómo Tú me lo pides, con el rostro concreto por el cual Tú me quieres llamar... “Trátame según tu clemencia y tu abundante misericordia”.
Que ésta sea la actitud de nuestra alma, que éste sea el auténtico sacrificio que ofrecemos a Dios nuestro Señor. A Él no le interesan nuestras cosas, le interesamos nosotros; no busca nuestras cosas, nos busca a nosotros. Somos, cada uno de nosotros, el objeto particular de la predilección de Dios nuestro Señor.
Que en esta Cuaresma seamos capaces de abrir nuestro corazón, como auténtico sacrificio, en la presencia de Dios. O, que por lo menos, se fortalezca en nuestro interior la firme decisión de dar al Señor lo que quizá hasta ahora hemos reservado para nosotros. Quitar ese miedo, esa inquietud, esa falta total de disponibilidad que, a lo mejor, hasta estos momentos teníamos exclusivamente en nuestras manos.
Que la Eucaristía se convierta para nosotros en una poderosa intercesión ante Dios Padre por medio de su Hijo Jesucristo, para que en este tiempo de Cuaresma logremos renovarnos y transformarnos verdaderamente. Que nos permita abrir nuestra mente a nuestro Señor, con un corazón dispuesto a lanzarse en esa obra hermosísima de la santificación que Dios nos pide a cada uno de nosotros.
En Santa Marta: 'Dios siempre perdona. Pero me pide que perdone'
Pedir perdón a Dios, siguiendo la enseñanza del Padre Nuestro. O sea, arrepentirse con sinceridad de los propios pecados, sabiendo que Dios perdona siempre, y que nos pide perdonar a los otros con la misma generosidad de corazón.
Lo indicó el papa Francisco durante la homilía de este martes en la misa que ha celebrado en la capilla de la residencia Santa Marta, precisando que Dios omnipotente de alguna manera se detiene cuando un corazón le cierra la puerta, o sea un corazón que no quiere perdonar a quien lo ha herido.
El Santo Padre se inspira en el pasaje evangélico de hoy, en el cual Jesús le explica a Pedro que tiene que perdonar 'setenta veces siete', lo que significa 'siempre', para reafirmar que el perdón de Dios y nuestro perdón a los demás está íntimamente relacionado.
Y todo depende de como nos presentamos a Dios para pedir ser perdonados. El Papa indica la lectura que muestra al profeta Azaría invocar clemencia por el pecado de su pueblo, que está sufriendo, si bien es culpable de haber 'abandonado la ley del Señor'. Azaría, indica Francisco, no protesta, no se lamenta delante de Dios, reconoce los errores del pueblo y se arrepiente.
“Pedir perdón es una cosa, y otra cosa es pedir disculpas. ¿O me equivoco? No tiene nada que ver una cosa con la otra. El pecado no es una simple equivocación. El pecado es idolatría, es adorar a un ídolo, el del orgullo, el de la vanidad, el de dinero, el de sí mismo. Y por ello es que Azaría no pide disculpa, sino que pide perdón”.
Por ello, señala el Pontífice que el perdón se pide sinceramente, con el corazón, y tiene que ser donado con el corazón a quien cometió el mal. Como el patrón de la parábola evangélica contada por Jesús, que perdona una deuda enorme a un siervo, movido por la compasión de sus súplicas. Y no como el otro siervo hace con su igual, tratándolo sin piedad y haciéndolo llevar a la cárcel aunque fuera deudor de una suma irrisoria. La dinámica del perdón, es la que enseñó Jesús en el Padre Nuestro. “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
Si no soy capaz de perdonar, no son capaz de pedir perdón.
- "Pero padre yo me confieso
- ¿Y qué haces antes de confesarte?
- Bueno, pienso a las cosas que hice mal...
- Está bien.
- Después pido perdón al Señor y prometo no volverlo a hacer...
- Bien. ¿Y después vas al sacerdote? Antes te falta una cosa: ¿has perdonado quienes que te han hecho mal?", porque “el perdón que Dios te dará” supone “el perdón que tu das a los otros”.
Lo que Jesús nos enseña es: “primero, pedir perdón y no simplemente pedir disculpas es tener consciencia del propio pecado, de la idolatría cometida, de las diversas idolatrías; Segundo. Dios siempre perdona, siempre. Pero pide que yo perdone. Si yo no perdono, en cierto sentido cierro la puerta al perdón de Dios.
DOMINGO III DE CUARESMA (B) Ex 20, 1-17 / 1 Co 1, 22-25 / Jn 2, 13-25. 8 de marzo de 2015
Queridos hermanos y hermanas, nos vamos adentrando en el tiempo de Cuaresma, y la liturgia nos lleva hoy como primera lectura la institución por Dios del decálogo, esto es, lo que nosotros conocemos como los mandamientos de la ley de Dios. El hecho mismo de que en este tiempo fuerte de Cuaresma se nos invite a escucharlos y a meditarlo si procede; ya es una invitación a considerar la importancia de estos mandamientos para nuestra vida cristiana. Estos mandamientos no han sido nunca derogados. Lo dijo el mismo Jesús en otro lugar de la Escritura: "No penséis que he venido a anular los libros de la Ley o los Profetas; no he venido a abolir, sino a llevarlos a la plenitud ". ¿Y como los llevó a la plenitud? Él mismo nos lo fue mostrando a lo largo de su vida, con su palabra y también con su ejemplo. Cuando los fariseos le preguntaron en una ocasión cuál era el mandamiento principal de la Ley, Jesús les contestó: "Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo lo pensamiento. Este mandamientos es el más grande y el primero. El segundo es semejante: Ama a los demás como a ti mismo. Y añadió: "Todos los mandamientos de la Ley y de los profetas se fundamentan en estos dos ". El mismo Jesús nos fue mostrando a lo largo de su vida que el amor a Dios, a quien no vemos, se demuestra en el amor a los hermanos, a los que sí vemos, ya que los tenemos junto a nosotros. Y este amor se demuestra dando la vida por los hermanos, normalmente poco a poco. Podemos ayudar a quien lo necesita, con comida, vestido, dinero, compañía; y de muchas otras maneras. Pero Jesús llevó su amor hasta el extremo. Dio su vida por nosotros, con una muerte de cruz, para redimirnos. Él mismo nos lo dijo: "Nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos ". Con todo, esto no lo entiende todo el mundo, hermanos. Ya nos lo advierte San Pablo en la segunda lectura de hoy, que es un fragmento de su primera carta a los corintios. Nos dice "Hermanos, los judíos piden signos prodigiosos, los griegos (en este grupo y somos nosotros) buscan sabiduría, pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, que es un escándalo para los judíos, y para los demás (por tanto también para nosotros) un absurdo. Pero aquellos que Dios ha llamado, tanto judíos como griegos, ven en él el poder y la sabiduría de Dios, porque en el absurdo de la obra de Dios hay una sabiduría superior a la de los hombres, y en la debilidad de la obra de Dios hay un poder superior al de los hombres.
El evangelio de hoy es el episodio conocido como la purificación del templo, según San Juan; que lo sitúa en el inicio de la vida pública de Jesús; a diferencia de los evangelios sinópticos, que lo sitúan poco antes de su pasión. Pero el contenido es el mismo. Se trata de la expulsión del templo de los vendedores de bueyes, ovejas y palomas; y los cambistas sentados en sus mesas. Jesús les decía al expulsarlos: "Quitad esto de aquí, no hagáis de la casa de mi Padre ".
Nos es difícil, al menos para mí, imaginarme hoy como debería producirse este episodio de la vida de Jesús. Pero lo que sí nos ha transmitido el evangelista es la alarma que produjo este hecho en las autoridades del templo. Este preguntaron a Jesús: ¿Qué señal nos das y muestras para hacer esto? La respuesta de Jesús fue lacónica y enigmática: "Destruid este templo, y el en tres días". Los judíos se escandalizó al oír esta respuesta, que ellos interpretaron en sentido literal. Pero el evangelista nos dice que se hablaba del templo de su cuerpo. Es decir se refería a su próxima muerte, y su resurrección a los tres días. Con este episodio parece que Jesús quería quitar importancia al aspecto mercantilista de obtener la salvación haciendo ciertas obras de culto, que se hacían en el templo. No se trata de "comprar los favores de Dios", por decirlo de alguna manera, sino de acercarnos en la persona de Jesucristo, que es el templo verdadero. Entrar en la vida de fe y de confianza en Él. Adentrarnos en su amor, que es el mismo amor del Padre, manifestado en la persona humana de su Hijo, Jesucristo nuestro Señor; que es el Camino, la Verdad y la Vida. Esta es la auténtica vida cristiana. Es la vida que podríamos pedir a Dios que nos conceda en esta Eucaristía que estamos celebrando. Que así sea.