SÁBADO SANTO

03 de abril.- Giovanni Papini (1881-1956) narra en su Historia de Cristo (1921) los relatos heroicos de la antigüedad donde los dioses bajaron a las entrañas de la tierra, a los infiernos para consumar los hechos épicos: Istar descendiendo a Nergal, dueño del inframundo, para devolver la vida a Tammuz; Hércules para tener de trofeo al Cerbero; Teseo para devolver entre los vivos a Perséfone; Dionisio al rescatar a Sémele, su madre; de Orfeo para arrebatar de las manos de Plutón a Eurídice.

Historias épicas, maravillosas, de bravos héroes míticos consumando prodigios, mensajeros de una vida más alta que despiertan la envidia de los que no gozan este aspecto divino. No faltan quienes, haciendo una lectura de estos relatos, identifican el descenso de Cristo al lugar de los muertos, a los infiernos, como de influencia helénica en esta mitología de héroes y dioses. Descender a los infiernos causa gran inquietud. ¿Hasta dónde estremece la muerte de Cristo, quiénes son beneficiados, cómo comprender esta oblación en un sentido nuevo de entrega y redención?

En su cruz se consuma lo que no fue posible hacer con los animales y bestias ofrecidos en el templo; la sepultura recibe al cuerpo sin vida de un hombre justo, paradójicamente, más fuerte que todas las culpas, de manera que el pecado del mundo es anulado para transformar la realidad mediante el amor infinito y descender a los infiernos, las entrañas de la tierra, marcando un antes y después en la historia de la Salvación. Como tal, la fragilidad de Cristo, su precariedad y limitada humanidad, sufre padecimientos indescriptibles, el cuerpo destrozado es receptor de dolor inimaginable, del paroxismo del pecado y la maldad de la cual es capaz el ser humano. Cristo está en lo profundo de los infiernos, la víctima perfecta antagonista del mal. Contrario a los héroes mitológicos, el dolor del suplicio, la tortura de la cruz, no sirve para satisfacer a dioses olímpicos y elevar al dilecto al grado heroico. En la sepultura es Dios mismo quien reposa tomando el sufrimiento sobre sí mismo, en Su Hijo.

Una antigua homilía se consigna en el oficio de este sábado de luto. En ella se afirma que la reconciliación llega a los sumergidos en las tinieblas y en las sombras de la muerte para liberarlos de su desesperación. Descender a los infiernos es tomar la espesa e inquietante realidad de una existencia sobrenatural alejada de Dios, encadenada por el peso del mal. Un párrafo de esta antigua homilía es elocuente al respecto: “Levántate, vayámonos de aquí. El enemigo te hizo salir del Paraíso; yo, en cambio, te coloco en el trono celestial…Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te sacará del sueño de la muerte...”

La humanidad de Cristo reposa en la sepultura y en el mundo parece que no hay consolación alguna. Si este sacrificio demolió las prisiones del abismo, lo hizo a un precio muy alto donde asumió la condición de oblación y, a pesar de nuestra miseria, nos acoge. Todos los días, este descenso a los infiernos está simbolizado por la condición humana en desgracia y empecinada en el pecado. El sacrificio de Cristo debería atraer constantemente a cada persona encadenada por la muerte y la maldad. Al verlo en la cruz y ser sepultado, vemos con asombro cómo el Creador de todas las cosas, en su Hijo, vino a servir y a dar su vida en rescate de muchos, en él no peso la corrupción, no tuvo poder la muerte definitiva, no fue una sombra en los infiernos. Su muerte no es presunción como la de los dioses míticos, más bien es signo de la humildad de Dios donde desciende al hombre para elevarlo de nuevo. (Cf. Benedicto XVI. Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la resurrección. 295, 299)

Que Cristo haya descendido a los infiernos nos hace volver la mirada a nosotros mismos para escrutar si el corazón, si nuestro interior, es el lugar sobrenatural donde se ciernen las tinieblas o es iluminado por su Luz salvífica. Cada día, mientras las cosas marchan, somos testigos de la gran maldad del ser humano; esclavizando a su hermano, al prójimo, parece que el corazón es impenetrable, semejante al lugar de los muertos donde no había esta reconciliación realizada en la cruz.

Todos los días, al actualizar el pecado en cualquier aspecto, cuando el corrupto parece triunfar, el idólatra parece cantar la falsa realidad de los eidolon que desgarran la existencia, se realiza conscientemente esta participación humana para despojar a Cristo de su vida y llevarlo a la tenebrosa intimidad entre la voluntad y el hecho del pecado; sin embargo, su cuerpo destrozado, como afirma esa homilía citada arriba, es prenda de esa gratuidad definitiva de reconciliación y amor: “Mira los salivazos de mi rostro que recibí por ti, para restituirte el primitivo aliento de vida que inspiré en tu rostro. Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorado. Mira los azotes de mi espalda, que recibí para quitarte de la espalda el peso de tus pecados. Mira mis manos fuertemente sujetadas con los clavos en el árbol de la cruz por ti, que en otro tiempo extendiste funestamente una de tus manos hacia el árbol prohibido… Mi sueño te sacará del sueño de la muerte. Mi lanza ha reprimido la espada de fuego que se alzaba contra ti”.

Oración de los niños a la Virgen el Sábado Santo

ORACIÓN A LA VIRGEN, EL SÁBADO SANTO

¡Buenos días, Mamá! Te llamamos así porque Jesús, ayer en la Cruz, nos dijo que Tú eres también nuestra Madre. Seguro que te gusta mucho que te llamemos con el mismo cariño con que lo hacemos a nuestros padres.

¿Sabes? Estamos esta mañana aquí, en tu ermita, porque sentimos en nuestro corazón que te gusta mucho vernos. También a nosotros nos gusta mucho venir a verte, no nos importa el frío, ni el camino. Y, además, nuestros padres se alegran cuando ven que te miramos y que tú también nos miras.

Aunque te pediremos que nos bendigas, no venimos solo por eso, sino porque te queremos mucho, y nos duele verte sola y triste, por la muerte de Jesús, tu Hijo, y por el sufrimiento de tantos hijos tuyos, que, como Jesús, son maltratados, y hasta martirizados por ser cristianos.

Sabemos que hay lugares donde los niños han quedado huérfanos, y no tienen lo necesario para vivir. Nosotros queremos comprometernos a usar bien lo que tenemos, y a no exigir lo que no nos hace falta.

Nuestros padres se miran en nosotros, y somos para ellos motivo de preocupación. Virgen María, te pedimos por ellos a ti, que conoces el dolor de la soledad, para que no se sientan nunca solos y encuentren en ti y también en nosotros siempre amor, porque te queremos y los queremos mucho, y tú también los quieres. Sabemos que, cuando los niños se hacen mayores, a algunos les da vergüenza rezar. Virgen María, te pedimos que nosotros, los que hoy estamos aquí, nunca nos olvidemos ni nos avergoncemos de ti y, en caso de sentir dificultades, que siempre acudamos a ti. Tú intercede por nosotros ante Jesús, para que seamos sus amigos. Virgen María, Madre de Jesús y Madre nuestra, ahora sí te pedimos la bendición para nuestras familias y amigos. Bendícenos a todos, ayuda a los que están tristes y se siente más solos.
Sabes que te queremos mucho. Un beso muy fuerte. Adiós.

Stabat Mater para el Sábado Santo

¿Qué mejor que este conocidísimo himno cuyo texto data del siglo XIII. El que vamos a disfrutar hoy quizá sea el más conocido de todos, que aún no había parecido por aquí, algo imperdonable, lo reconozco. Pero es fácil paliar eso, con lo que vamos a pasar un rato estupendo con esta maravillosa música, que ponga trascendencia a este día en que esperamos la Resurrección.

Hoy nos acompaña Giovanni Battista Pergolesi (1710-1736), maestro italiano nacido en Iesi. Cuando era niño estudió con Santini y cuando cumplió los dieciséis años fue enviado a Nápoles para estudiar música con Francesco Durante y Francesco Feo. Con muy poca edad (recuerda que murió con 26 años) se convirtió en un virtuoso del violín y hacía unas extraordinarias improvisaciones. En esa corta vida que vivió compuso óperas, obras sacras, oratorios, etc. Quizá su ópera más famosa fue "La serva padrona", una bella ópera bufa. Puede parecer un músico marginal pero no es nada de eso. Bach lo apreciaba grandemente y adaptó algunas obras de Pergolesi. Enfermó de tuberculosis pero eso no minó su ánimo ya que el maestro siguió componiendo hasta su muerte.

La obra obra más famosa de Pergolesi es su Stabat Mater. Fue compuesta hacia 1730. Fue un encargo de la Confraternità dei Cavalieri di San Luigi di Palazzo. Allí se interpretaba cada Viernes Santo un "Stabat Mater" compuesto por Alessandro Scarlatti pero la congregación decidió cambiarlo y se lo pidió al maestro de Iesi. La obra encantó a todos desde el mismo momento de su estreno. Rousseau dijo que era una de las obras más bellas que había salido jamás de la pluma de un compositor. Mucha de la música de este "Stabat Mater" es una reelaboración de una música anterior compuesta por Pergolesi para un "Dies Irae".

María es la primera partícipe de todo el sacrificio

Sábado Santo. Tratemos de imitar a María en su fe, en su esperanza y en su amor, que la sostienen en medio de la prueba. 

Contemplemos el corazón de la Santísima Virgen -dolorido en la pasión, en las lamentaciones del profeta Jeremías. El profeta está refiriéndose a la destrucción de Jerusalén, pero en esta poesía, que es la lamentación, hay muchos textos que recogen el dolor de una madre, el dolor de María. Como dice el profeta: "Un Dios que rompe las vallas y entra en la ciudad".

Podría ser interesante el tomar este texto desde el capítulo II de las lamentaciones de Jeremías, e ir viendo cómo se va desarrollando este dolor en el corazón de la Santísima Virgen, porque puede surgir en nuestra alma una experiencia del dolor de María, por lo que Dios ha hecho en Ella, por lo que Dios ha realizado en Ella; pero puede darnos también una experiencia muy grande de cómo María enfrenta con fe este dolor tan grande que Dios produce en su corazón.

Un dolor que a Ella le viene al ver a su hijo en todo lo que había padecido; un dolor que le viene al ver la ingratitud de los discípulos que habían abandonado a su hijo; el dolor que tuvo que tener María al considerar la inocencia de su hijo; y sobre todo, el dolor que tendría que provenirle a la Santísima Virgen de su amor tan tierno por su hijo, herido por las humillaciones de los hombres.

María, el Sábado Santo en la noche y domingo en la madrugada, es una mujer que acaba de perder a su hijo. Todas las fibras de su ser están sacudidas por lo que ha visto en los días culminantes de la pasión. Cómo impedirle a María el sufrimiento y el llanto, si había pasado por una dramática experiencia llena de dignidad y de decoro, pero con el corazón quebrantado.

María -no lo olvidemos-, es madre; y en ella está presente la fuerza de la carne y de la sangre y el efecto noble y humano de una madre por su hijo. Este dolor, junto con el hecho de que María haya vivido todo lo que había vivido en la pasión de su hijo, muestra su compromiso de participación total en el sacrificio redentor de Cristo. María ha querido participar hasta el final en los sufrimientos de Jesús; no rechazó la espada que había anunciado Simeón, y aceptó con Cristo el designio misterioso de su Padre. Ella es la primera partícipe de todo sacrificio. María queda como modelo perfecto de todos aquellos que aceptaron asociarse sin reserva a la oblación redentora.

¿Qué pasaría por la mente de nuestra Señora este sábado en la noche y domingo en la madrugada? Todos los recuerdos se agolpan en la mente de María: Nazaret, Belén, Egipto, Nazaret de nuevo, Canaán, Jerusalén. Quizá en su corazón revive la muerte de José y la soledad del Hijo con la madre después de la muerte de su esposo...; el día en que Cristo se marchó a la vida pública..., la soledad durante los tres últimos años. Una soledad que, ahora, Sábado Santo, se hace más negra y pesada. Son todas las cosas que Ella ha conservado en su corazón. Y si conservaba en el corazón a su Hijo en el templo diciéndole: "¿Acaso no debo estar en las cosas de mi Padre?". ¡Qué habría en su corazón al contemplar a su Hijo diciendo: "¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu, todo está consumado!"

¿Cómo estaría el corazón de María cuando ve que los pocos discípulos que quedan lo bajan de la cruz, lo envuelven en lienzos aromáticos, lo dejan en el sepulcro? Un corazón que se ve bañado e iluminado en estos momentos por la única luz que hay, que es la del Viernes Santo. Un corazón en el que el dolor y la fe se funden. Veamos todo este dolor del alma, todo este mar de fondo que tenía que haber necesariamente en Ella. Apenas hacía veinticuatro horas que había muerto su hijo. ¡Qué no sentiría la Santísima Virgen!

Junto con esta reflexión, penetremos en el gozo de María en la resurrección. Tratemos de ver a Cristo que entra en la habitación donde está la Santísima Virgen. El cariño que habría en los ojos de nuestro Señor, la alegría que habría en su alma, la ilusión de poderla decir a su madre: "Estoy vivo".El gozo de María podría ser el simple gozo de una madre que ve de nuevo a su hijo después de una tremenda angustia; pero la relación entre Cristo y María es mucho más sólida, porque es la relación del Redentor con la primera redimida, que ve triunfador al que es el sentido de su existencia.

Cristo, que llega junto a María, llena su alma del gozo que nace de ver cumplida la esperanza. ¡Cómo estaría el corazón de María con la fe iluminada y con la presencia de Cristo en su alma! Si la encarnación, siendo un grandísimo milagro, hizo que María entonase el Magníficat: "Mi alegría qué grande es cuando ensalza mi alma al Señor. Cuánto se alegra mi alma en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava, y desde ahora me dirán dichosa todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí, su nombre es Santo". ¿Cuál sería el nuevo Magníficat de María al encontrarse con su hijo? ¿Cuál sería el canto que aparece por la alegría de ver que el Señor ha cumplido sus promesas, que sus enemigos no han podido con Él?

Y por qué no repetir con María, junto a Jesús resucitado, ese Magníficat con un nuevo sentido. Con el sentido ya no simplemente de una esperanza, sino de una promesa cumplida, de una realidad presente. Yo, que soy testigo de la escena, ¿qué debo experimentar?, ¿qué tiene que haber en mí? Debe brotar en mí, por lo tanto, sentimientos de alegría. Alegrarme con María, con una madre que se alegra porque su hijo ha vuelto. ¡Qué corazón tan duro, tan insensible sería el que no se alegrase por esto!

Tratemos de imitar a María en su fe, en su esperanza y en su amor. Fe, esperanza y amor que la sostienen en medio de la prueba; fe, esperanza y amor que la hicieron llenarse de Dios. La Santísima Virgen María debe ser para el cristiano el modelo más acabado de la nueva criatura surgida del poder redentor de Cristo y el testimonio más elocuente de la novedad de vida aportada al mundo por la resurrección de Cristo.

Tratemos de vivir en nuestra vida la verdadera devoción hacia la Santísima Virgen, Madre amantísima de la Iglesia, que consiste especialmente en la imitación de sus virtudes, sobre todo de su fe, esperanza y caridad, de su obediencia, de su humildad y de su colaboración en el plan de Cristo.

Sábado Santo
Jesús está sepultado. Es un día de reflexión y silencio.

La Vigilia Pascual
El sábado santo es un día de oración junto a la tumba esperando la resurrección. Es día de reflexión y silencio. Es la preparación para la celebración de la Vigilia Pascual

Por la noche se lleva a cabo la celebración de la Vigilia Pascual. Dicha celebración tiene tres partes importantes que terminan con la Liturgia Eucarística:

1. Celebración del fuego nuevo.
2. Liturgia de la Palabra.
3. Liturgia Bautismal.

Era costumbre, durante los primeros siglos de la Iglesia, bautizar por la noche del Sábado Santo, a los que querían ser cristianos. Ellos se preparaban durante los cuarenta días de Cuaresma y acompañados por sus padrinos, ese día se presentaban para recibir el Bautismo.

También, ese día los que hacían penitencia pública por sus faltas y pecados eran admitidos como miembros de la asamblea.

Actualmente, la Vigilia Pascual conserva ese sentido y nos permite renovar nuestras promesas bautismales y acercarnos a la Iglesia con un espíritu renovado.

a) Celebración del fuego nuevo:

Al iniciar la celebración, el sacerdote apaga todas las luces de la Iglesia, enciende un fuego nuevo y con el que prende el cirio pascual, que representa a Jesús. Sobre el cirio, marca el año y las letras griegas "Alfa" y "Omega", que significan que Jesús es el principio y el fin del tiempo y que este año le pertenece.

El sacerdote llevará a cabo la bendición del fuego. Luego de la procesión, en la que se van encendiendo las velas y las luces de la Iglesia, el sacerdote canta el Pregón Pascual.

El Pregón Pascual es un poema muy antiguo (escrito alrededor del año 300) que proclama a Jesús como el fuego nuevo.

b) Liturgia de la Palabra:

Después de la Celebración del fuego nuevo, se sigue con la lectura de la Palabra de Dios. Se acostumbra leer siete lecturas, empezando con la Creación hasta llegar a la Resurrección.

Una las lecturas más importantes es la del libro del Éxodo, en la que se relata el paso por el Mar Rojo, cómo Dios salvó a los israelitas de las tropas egipcias que los perseguían. Se recuerda que esta noche Dios nos salva por Jesús.

c) Liturgia Bautismal:

Suelen haber bautizos este día, pero aunque no los haya, se bendice la Pila bautismal o un recipiente que la represente y se recita la Letanía de los Santos. Esta letanía nos recuerda la comunión de intercesión que existe entre toda la familia de Dios. Las letanías nos permiten unirnos a la oración de toda la Iglesia en la tierra y la Iglesia triunfante, de los ángeles y santos del Cielo.

El agua bendita es el símbolo que nos recuerda nuestro Bautismo. Es un símbolo que nos recuerda que con el agua del bautismo pasamos a formar parte de la familia de Dios.

A todos los que ya estamos bautizados, esta liturgia nos invita a renovar nuestras promesas y compromisos bautismales: renunciar a Satanás, a sus seducciones y a sus obras. También, de confirmar nuestra entrega a Jesucristo.

Sugerencias para vivir la fiesta

Hay quienes acostumbran este día encender sus velas del bautismo y llevar un cirio pascual a la iglesia o agua bendita, para tener en sus hogares.

¿Qué significa el Cirio Pascual?
El cirio más importante es el que se enciende en la Vigilia Pascual como símbolo de Cristo Luz...

La palabra “cirio” viene del latín “cereus”, de cera, el producto de la abejas. Al hablar de las “candelas”, aludíamos al uso humano y al sentido simbólico de la luz que produce los cirios, también en la liturgia cristiana.

El cirio más importante es el que se enciende en la Vigilia Pascual como símbolo de Cristo – Luz, y que sitúa sobre una elegante columna o candelabro adornado.

El Cristo Pascual es ya desde los primeros siglos uno de los símbolos más expresivos de la Vigilia. En medio de la oscuridad (toda la celebración se hace de noche y empieza con las luces apagadas), de una hoguera previamente preparada se enciende el Cirio, que tiene una inscripción en forma de cruz, acompañada de la fecha del año y de las letras Alfa y Omega, la primera y la última del alfabeto griego, para indicar que la gracia de Cristo, principio y fin del tiempo y de la eternidad, nos alcanza con fuerza siempre nueva en el año concreto en que vivimos.

Menor importancia tiene los granos de incienso que también se puede incrustar en la cera, simbolizando las cinco llagas de Cristo en la Cruz. Este Cirio “para la veracidad del signo, ha de ser de cera, nuevo cada año, único, relativamente grande, nunca ficticio, para que pueda evocar realmente que Cristo es la luz del mundo”.

En la procesión de entrada de Vigilia se canta por tres veces la aclamación al Cirio: “Luz de Cristo. Demos gracias a Dios”, mientras progresivamente se van encendiendo los cirios de los presentes y las luces de la iglesia. Luego se coloca el Cirio en la columna o candelero que va a ser su soporte, y se proclama en torno a él, después de insertarlo, el solemne Pregón Pascual.

Además del simbolismo de la luz, tiene también el de la ofrenda, como cera que se gasta en honor a Dios, espaciando su luz: “acepta, Padre santo, el sacrificio vespertino de esta llama, que la santa Iglesia te ofrece en la solemne ofrenda del cirio, obra de las abejas. Sabemos ya lo que anuncia esta columna de fuego, ardiendo en llama viva para gloria de Dios...Te rogamos que este cirio, consagrado a tu nombre, arda sin apagarse para destruir la oscuridad de esta noche”.
Lo mismo que van anunciando las lecturas, oraciones, cantos, el Cirio lo dice con el lenguaje diáfano de su llama viva. La iglesia, la esposa, sale al encuentro de Cristo, el Esposo, con la lámpara encendida en la mano, gozándose con Él en la noche victoriosa en la que se anuncia – en el momento culminante del evangelio – la gran noticia de su Resurrección.

El Cirio estará encendido en todas las celebraciones durante las siete semanas de la cincuentena, al lado del ambón de la Palabra, hasta la tarde del domingo de Pentecostés. Una vez concluido el Tiempo Pascual, conviene que el Cirio se conserve dignamente en el baptisterio, y no en el presbiterio.

Durante la celebración del Bautismo debe estar encendido, para encender de él el cirio de los nuevos bautizados. También se enciende el Cirio Pascual, junto al féretro, en las exequias cristianas, para indicar que la muerte del cristiano es su propia Pascua. Así se utiliza el simbolismo de este Cirio en el bautizo y en las exequias, el principio y la conclusión de la vida: un cristiano participa de la luz de Cristo a lo largo de todo su camino terreno, como garantía de su definitiva incorporación a la luz de la vida eterna.

Id a Galilea, allí lo veréis

El relato evangélico que se lee en la noche pascual es de una importancia excepcional. No solo se anuncia la gran noticia de que el crucificado ha sido resucitado por Dios. Se nos indica, además, el camino que hemos de recorrer para verlo y encontrarnos con él. Marcos habla de tres mujeres admirables que no pueden olvidar a Jesús. Son María de Magdala, María la de Santiago y Salomé. En sus corazones se ha despertado un proyecto absurdo que solo puede nacer de su amor apasionado: «comprar aromas para ir al sepulcro a embalsamar su cadáver».

Lo sorprendente es que, al llegar al sepulcro, observan que está abierto. Cuando se acercan más, ven a un «joven vestido de blanco» que las tranquiliza de su sobresalto y les anuncia algo que jamás hubieran sospechado.

«¿Buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado?». Es un error buscarlo en el mundo de los muertos. «No está aquí». Jesús no es un difunto más. No es el momento de llorarlo y rendirle homenajes. «Ha resucitado». Está vivo para siempre. Nunca podrá ser encontrado en el mundo de lo muerto, lo extinguido, lo acabado.

Pero, si no está en el sepulcro, ¿dónde se le puede ver?, ¿dónde nos podemos encontrar con él? El joven les recuerda a las mujeres algo que ya les había dicho Jesús: «Él va delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis». Para «ver» al resucitado hay que volver a Galilea. ¿Por qué? ¿Para qué?

Al resucitado no se le puede «ver» sin hacer su propio recorrido. Para experimentarlo lleno de vida en medio de nosotros, hay que volver al punto de partida y hacer la experiencia de lo que ha sido esa vida que ha llevado a Jesús a la crucifixión y resurrección. Si no es así, la «Resurrección» será para nosotros una doctrina sublime, un dogma sagrado, pero no experimentaremos a Jesús vivo en nosotros.

Galilea ha sido el escenario principal de su actuación. Allí le han visto sus discípulos curar, perdonar, liberar, acoger, despertar en todos una esperanza nueva. Ahora sus seguidores hemos de hacer lo mismo. No estamos solos. El resucitado va delante de nosotros. Lo iremos viendo si caminamos tras sus pasos. Lo más decisivo para experimentar al «resucitado» no es el estudio de la teología ni la celebración litúrgica sino el seguimiento fiel a Jesús.

José Antonio Pasgola. Domingo de Resurrección – B  (Marcos 16,1-7). 05 de abril 2015

Pascua de Resurrección. CARTA DE BUENAFUENTE PASCUA, 2015

Querido Amigo

Deseo salir a tu paso, pues quizá vas en dirección a Emaús, camino oscuro; o hacia el lugar donde aún guardabas las antiguas redes, como refugio ante la pena que te embarga o como alivio de la angustia, porque no has sentido el paso del Señor resucitado, a pesar de ser la Pascua. Yo, este año, he tomado consejo de la maestra del alma, Teresa de Jesús, y llevo en mi bolsillo, metida en la herramienta que hoy usamos tanto, la imagen de Cristo, que me muestra las palmas de sus manos, aunque llagadas, como saludo de paz, sin evasión del drama de la vida. Dice la santa de Ávila que es bueno para los tiempos recios avivar el amor, trayendo ante los ojos el semblante de Aquel a quien queremos bien. No solo llevarlo en la cartera, para nunca mirarlo, sino que es bueno cruzarse con sus ojos, y sentir que te mira. Te confieso que está siendo algo providente este consejo práctico de la monja andariega, y me despierto sorprendido, como si tuviera cerca al Señor, aun sin verlo, que espera, paciente y sereno, un gesto de amor y que lo siga.

Y da un vuelco el corazón por ser tan cierto que es así, aunque no lo veamos. Que Él sale a nuestro paso, y nos aguarda hasta que superamos la torpeza y la ceguera. Yo espero a que me diga algo, y también le hablo, y así comienza la jornada, ¡tan distinta!, sabiendo que me acompaña Jesucristo vivo, que me enseña, por gesto solidario, las heridas. No te cuento estas cosas por invento, ni por compromiso de escribirte en Pascua. Quizá tú no necesites tener ante los ojos el rostro de luz de Jesucristo, porque lo sientes dentro. Si es así, seguro que en eso me adelantas. Pero por si acaso te sucede que entras en la duda por no sentir el paso del Señor que te acompaña, te recomiendo lo que nos enseña la monja castellana: que no hay puerta mejor para gustar después el trato con Aquel que nos ama y nos habita, que entrar por lo visible, pues somos de momento solo humanos.

Te deseo vivamente que encuentres el medio a tu alcance para saberte acompañar del mejor modo, con la verdad mas cierta, la de que Jesucristo nos quiere y espera a que lo reconozcamos vivo. Cabe que sea en el compañero, en quien convive junto a ti, cabe que sea en el Sacramento, o que te produzca atracción la imagen que veneras, o aquella que llevas en estampa más adentro.

Deseo que experimentes el paso del Señor. Todo será distinto, como les ocurrió a los suyos, que caminaban hacia la noche, y se volvieron llenos de luz a sus amigos. ¡Feliz Pascua!

Domingo de resurrección - Tiempo Pascual Ac 10,34a.37-43; Col 3,1-4; Jn 20,1-9
Se lo han llevado!

De madrugada, cuando todavía estaba oscuro, la sensibilidad y la impaciencia de María Magdalena la puerta al sepulcro, y ve con sus ojos sensibles que la piedra había sido sacada de la entrada del sepulcro. Y a continuación lo comunica a Pedro ya Juan, dando a una interpretación razonable y plausible: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto!" Pedro y el discípulo amado salen a correr cocida a comprobarlo con sus propios ojos y ven lo mismo que María Magdalena y algo más: una serie de detalles sobre la sábana y el pañuelo de la cabeza que pueden confirmar la interpretación de la mujer .

"Lo vio y creyó"

Pero, sorprendentemente, la interpretación que da ese nuevo testimonio del sepulcro vacío, ya no es el robo del cuerpo, sino el hecho de la resurrección de Jesús. Hecho que ya no pertenece a una interpretación del ámbito de la sospecha humana y razonable, sino al ámbito de la fe. La interpretación de la Magdalena se basaba en la fuerza de lo que veían sus sentidos. La interpretación del discípulo amado se basa en la fuerza de la presencia de lo invisible (no por invisible, menos real) del mismo Jesús, que, resucitado a la vida nueva y llena de Dios, le infundía la fe.

"Tenía que resucitar!"
Y hoy somos nosotros los que en este domingo venimos al encuentro de aquel Jesús, muerto y sepultado viernes, porque Él, ya resucitado, confirme nuestra fe, y sentimos en lo más profundo de nuestro interior la alegría que esto debe provocarnos porque Jesús, el Enviado del Padre pasó haciendo el bien y liberando a los oprimidos por cualquier daño, como hemos recordado en la primera lectura.

"Hemos resucitado!"
Y nuestra fe en la resurrección de Jesús nos debe alegrar porque ella es la garantía de nuestra resurrección. Y nuestra alegría debe ser comunicada a todos. No es una alegría superficial. Es una alegría que debe comunicarse no sólo con palabras y sonrisas, sino, sobre todo, con el testimonio de la vivencia de aquellos valores que vienen de arriba. Son aquellos que Jesús vivió durante su vida entre nosotros.

Signos de resurrección. La Eucaristía, como bien sabemos, es el encuentro con Jesús resucitado presente en el pan y el vino que compartimos, como Jesús hizo en la cena que recordamos y celebrar jueves. Reafirmamos, pues, nuestra fe en Él para que, entrando en comunión con El, nos sentimos estimulados a vivir sus valores en nuestra actuación diaria en favores de los demás. Y vivamos contentos! Y debemos descubrir también la presencia de Jesús resucitado donde haya personas que vivan estos valores en su vida familiar, profesional o social. Hay ... y muchas! Descubrimos-las: veamos y creamos! Y ... alegramos de ello !!!

Pascua, la fiesta de las fiestas

¡La resurrección de Jesús es la fiesta de las fiestas! Es el núcleo del cristianismo. Sin la resurrección de Jesús se desploma. La resurrección es la respuesta dada por Dios Padre a la vida, mensaje, condena y muerte de Jesús.

A los pocos días de haber sido crucificado Jesús, se anuncia lo que es sorprendente para todos. Los evangelios nos presentan la resurrección como un acontecimiento que sorprendió a los Apóstoles. Así, cuando las mujeres les llevan la noticia de la resurrección de Jesús, los Apóstoles se toman sus palabras como un desvarío y no se las creen. Las apariciones de Jesús resucitado y el sepulcro vacío llevan a los Apóstoles a exclamar con alegría: "¡Es verdad, el Señor ha resucitado!"

El sentido pleno del acontecimiento de la resurrección de Jesús sólo es accesible a través de la fe. La afirmación "Jesús ha resucitado de entre los muertos" es la expresión de un acto de fe que incluye dentro de sí mismo un juicio razonable de credibilidad.

La resurrección de Cristo implica la continuidad de la persona, como vemos en los encuentros de Jesús con los Apóstoles, mostrando sus heridas, ofreciéndose para que las puedan tocar, comiendo con ellos. El misterio está en el hecho de que aquél que fue crucificado ahora está vivo, ha resucitado. Las huellas de la resurrección de Jesús en la historia son, siguiendo los evangelios, tres: el sepulcro vacío, la aparición a María Magdalena y a las mujeres, y las apariciones a los Apóstoles.

Lo que vivieron con Jesús antes de la Pascua y la experiencia pascual convirtieron definitivamente a los discípulos en Apóstoles, en testigos valientes del Señor. La vida nueva de Jesús se refleja en el cambio experimentado en sus discípulos: pasan del desaliento a la esperanza, de la tristeza al gozo, de la dispersión a la comunidad, de la cobardía a la valentía. Algo sucedió en el contacto que tuvieron con Jesús resucitado, vencedor de la muerte.

La resurrección de Cristo es la victoria de la vida sobre la muerte. Con él nace un mundo nuevo. Y aquí se encuentra el fundamento de nuestra esperanza y el sentido de todos los esfuerzos para alcanzar el bien, el amor, la justicia, la paz, la reconciliación. El cristianismo tiene como fundamento la fe confiada en Dios, que nos ha dado a su Hijo y nos ha prometido la vida eterna. La convicción de que ha resucitado a Cristo como primicia del mundo nuevo y como "primogénito entre muchos hermanos" nos permite esperar contra toda esperanza, en medio de todas las oscuridades y dificultades. Y nos invita a vivir la alegría de la fe para que, como nos ha dicho el papa Francisco, "no vivamos una Cuaresma sin Pascua". ¡Deseo a todos una santa y gozosa Pascua de resurrección!


Texto completo de la homilía del Papa en la Vigilia Pascual
 Fecha: 04 de Abril de 2015


Esta noche es noche de vigilia.

El Señor no duerme, vela el guardián de su pueblo (cf. Sal 121,4), para sacarlo de la esclavitud y para abrirle el camino de la libertad.

El Señor vela y, con la fuerza de su amor, hace pasar al pueblo a través del Mar Rojo; y hace pasar a Jesús a través del abismo de la muerte y de los infiernos.

Esta fue una noche de vela para los discípulos y las discípulas de Jesús. Noche de dolor y de temor. Los hombres permanecieron cerrados en el Cenáculo. Las mujeres, sin embargo, al alba del día siguiente, fueron al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús. Sus corazones estaban llenos de emoción y se preguntaban: «¿Cómo haremos para entrar?, ¿quién nos removerá la piedra de la tumba?...». Pero he aquí el primer signo del Acontecimiento: la gran piedra ya había sido removida, y la tumba estaba abierta.

«Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco» (Mc 16,5). Las mujeres fueron las primeras que vieron este gran signo: el sepulcro vacío; y fueron las primeras en entrar.

«Entraron en el sepulcro». En esta noche de vigilia, nos viene bien detenernos en reflexionar sobre la experiencia de las discípulas de Jesús, que también nos interpela a nosotros. Efectivamente, para eso estamos aquí: para entrar, para entrar en el misterio que Dios ha realizado con su vigilia de amor.

No se puede vivir la Pascua sin entrar en el misterio. No es un hecho intelectual, no es sólo conocer, leer... Es más, es mucho más.

«Entrar en el misterio» significa capacidad de asombro, de contemplación; capacidad de escuchar el silencio y sentir el susurro de ese hilo de silencio sonoro en el que Dios nos habla (cf. 1 Re 19,12).

Entrar en el misterio nos exige no tener miedo de la realidad: no cerrarse en sí mismos, no huir ante lo que no entendemos, no cerrar los ojos frente a los problemas, no negarlos, no eliminar los interrogantes...

Entrar en el misterio significa ir más allá de las cómodas certezas, más allá de la pereza y la indiferencia que nos frenan, y ponerse en busca de la verdad, la belleza y el amor, buscar un sentido no ya descontado, una respuesta no trivial a las cuestiones que ponen en crisis nuestra fe, nuestra fidelidad y nuestra razón.

Para entrar en el misterio se necesita humildad, la humildad de abajarse, de apearse del pedestal de nuestro yo, tan orgulloso, de nuestra presunción; la humildad para redimensionar la propia estima, reconociendo lo que realmente somos: criaturas con virtudes y defectos, pecadores necesitados de perdón. Para entrar en el misterio hace falta este abajamiento, que es impotencia, vaciándonos de las propias idolatrías... adoración. Sin adorar no se puede entrar en el misterio.

Todo esto nos enseñan las mujeres discípulas de Jesús. Velaron aquella noche, junto la Madre. Y ella, la Virgen Madre, las ayudó a no perder la fe y la esperanza. Así, no permanecieron prisioneras del miedo y del dolor, sino que salieron con las primeras luces del alba, llevando en las manos sus ungüentos y con el corazón ungido de amor. Salieron y encontraron la tumba abierta. Y entraron. Velaron, salieron y entraron en el misterio. Aprendamos de ellas a velar con Dios y con María, nuestra Madre, para entrar en el misterio que nos hace pasar de la muerte a la vida.

Francisco, hoy, en la Vigilia Pascual

El Papa reclama “humildad” y valentía para comprender el Misterio de la Resurrección
Francisco pide a los cristianos “no cerrar los ojos frente a los problemas, no negarlos, no eliminar los interrogantes”

Anima a seguir el ejemplo de las mujeres y “no permanecer prisioneros del miedo y del dolor”

Entrar en el Misterio significa capacidad de asombro, de contemplación, capacidad de escuchar el silencio y sentir el susurro de ese hilo de silencio sonoro en el que Dios nos habla

(Jesús Bastante).- No busquéis entre los muertos al que está vivo. Cristo vive, ha resucitado. Al tercer día, la oscuridad se transforma en luz, las lágrimas en agua, el silencio en palabras... Todos los seguidores de Jesús celebran esta noche la Resurrección. También el Papa Francisco, quien en la Vigilia Pascual de San Pedro pidió "entrar en el sepulcro" como hicieron las mujeres. Con humildad, con fe, con decisión. Porque "no se puede vivir la Pascua sin entrar en el Misterio".

Y "entrar en el Misterio nos exige no tener miedo de la realidad, no cerrarse en sí mismos, no huir ante lo que no entendemos, no cerrar los ojos frente a los problemas, no negarlos, no eliminar los interrogantes".

La ceremonia arrancó con una completa oscuridad, que se abrió con el rito de bendición del fuego, el encendido del cirio pascual, y siguió con la liturgia de la Palabra y el Aleluya. Por último, la liturgia del agua, en la que Francisco bautizó a diez nuevos catecúmenos.

En su breve y directa homilía, Francisco recordó que "esta noche es noche de vigilia", pues "el Señor no duerme". "El Señor vela, y con la fuerza de su amor hace pasar a su pueblo a través del Mar Rojo, y hace pasar a Jesús a través del abismo de la muerte y de los infiernos".

Una noche de vigilia, como la que vivieron los discípulos de Jesús. Los hombres, "con dolor y miedo", la pasaron "encerrados en el Cenáculo". "Las mujeres, sin embargo, fueron al lugar donde fue entregado Jesús", entraron en el sepulcro y lo vieron vacío.

"Las mujeres fueron las primeras que vieron este gran signo, el sepulcro vacío, y fueron las primeras en entrar. Entraron en el sepulcro", señaló el Papa, quien reclamó reflexionar y aprender sobre el papel de las mujeres en este crucial momento para la fe cristiana. Porque "para eso estamos aquí: para entrar. Para entrar en el Misterio de Jesús con su vigilia de amor".

Porque la Pascua "no es un hecho intelectual, no es conocer, leer, es mucho más", señaló Francisco, quien insistió en que "entrar en el Misterio significa capacidad de asombro, de contemplación, capacidad de escuchar el silencio y sentir el susurro de ese hilo de silencio sonoro en el que Dios nos habla".
Entrar en el Misterio "nos exige no tener miedo de la realidad, no cerrarse en sí mismos, no huir ante lo que no entendemos, no cerrar los ojos frente a los problemas, no negarlos, no eliminar los interrogantes"; supone "ir más allá de las cómodas certezas, más allá de la pereza y de la indiferencia que nos frenan", y "ponernos en búsqueda de la verdad, de la belleza y del amor".

Implica "buscar una respuesta que no sea banal ante las preguntas que ponen en cuestión nuestra fidelidad, nuestra fe y razón", añadió el Obispo de Roma, quien también pidió "humildad" para "abajarse, apearse del pedestal de nuestro yo, de nuestro orgullo, de nuestra presunción", y "reconocer lo que somos, criaturas con virtudes y defectos,pecadores necesitados de perdón". Y para ello es preciso "vaciarnos de las propias idolatrías", y "adorando".

"Todo esto nos enseñan las mujeres discípulas de Jesús. Ellas velaron aquella noche junto con la Madre, y ella las ayudó a no perder la fe y la esperanza. Así no permanecieron prisioneras del miedo y del dolor, sino que salieron con las primeras luces del alba, llevando en las manos sus ungüentos y con el corazón ungido de amor. Salieron y encontraron la tumba abierta, y entraron. Velaron, salieron y entraron en el Misterio", concluyó el Papa. "Aprendamos de ellas, a velar con Dios y con María, para entrar en el Misterio que nos hace pasar de la Muerte a la Vida".

 

Esta fue la homilía del Papa:

Esta noche es noche de vigilia.

El Señor no duerme, vela el guardián de su pueblo (cf. Sal 121,4), para sacarlo de la esclavitud y para abrirle el camino de la libertad.
El Señor vela y, con la fuerza de su amor, hace pasar al pueblo a través del Mar Rojo; y hace pasar a Jesús a través del abismo de la muerte y de los infiernos.

Esta fue una noche de vela para los discípulos y las discípulas de Jesús. Noche de dolor y de temor. Los hombres permanecieron cerrados en el Cenáculo. Las mujeres, sin embargo, al alba del día siguiente, fueron al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús. Sus corazones estaban llenos de emoción y se preguntaban: «¿Cómo haremos para entrar?, ¿quién nos removerá la piedra de la tumba?...». Pero he aquí el primer signo del Acontecimiento: la gran piedra ya había sido removida, y la tumba estaba abierta.

«Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco» (Mc 16,5). Las mujeres fueron las primeras que vieron este gran signo: el sepulcro vacío; y fueron las primeras en entrar.

«Entraron en el sepulcro». En esta noche de vigilia, nos viene bien detenernos en reflexionar sobre la experiencia de las discípulas de Jesús, que también nos interpela a nosotros. Efectivamente, para eso estamos aquí: para entrar, para entrar en el misterio que Dios ha realizado con su vigilia de amor.

No se puede vivir la Pascua sin entrar en el misterio. No es un hecho intelectual, no es sólo conocer, leer... Es más, es mucho más.
«Entrar en el misterio» significa capacidad de asombro, de contemplación; capacidad de escuchar el silencio y sentir el susurro de ese hilo de silencio sonoro en el que Dios nos habla (cf. 1 Re 19,12). Entrar en el misterio nos exige no tener miedo de la realidad: no cerrarse en sí mismos, no huir ante lo que no entendemos, no cerrar los ojos frente a los problemas, no negarlos, no eliminar los interrogantes...

Entrar en el misterio significa ir más allá de las cómodas certezas, más allá de la pereza y la indiferencia que nos frenan, y ponerse en busca de la verdad, la belleza y el amor, buscar un sentido no ya descontado, una respuesta no trivial a las cuestiones que ponen en crisis nuestra fe, nuestra fidelidad y nuestra razón.

Para entrar en el misterio se necesita humildad, la humildad de abajarse, de apearse del pedestal de nuestro yo, tan orgulloso, de nuestra presunción; la humildad para redimensionar la propia estima, reconociendo lo que realmente somos: criaturas con virtudes y defectos, pecadores necesitados de perdón. Para entrar en el misterio hace falta este abajamiento, que es impotencia, vaciándonos de las propias idolatrías... adoración. Sin adorar no se puede entrar en el misterio.

Todo esto nos enseñan las mujeres discípulas de Jesús. Velaron aquella noche, junto la Madre. Y ella, la Virgen Madre, las ayudó a no perder la fe y la esperanza. Así, no permanecieron prisioneras del miedo y del dolor, sino que salieron con las primeras luces del alba, llevando en las manos sus ungüentos y con el corazón ungido de amor. Salieron y encontraron la tumba abierta. Y entraron. Velaron, salieron y entraron en el misterio. Aprendamos de ellas a velar con Dios y con María, nuestra Madre, para entrar en el misterio que nos hace pasar de la muerte a la vida.

 

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