“Id en seguida a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos y va delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis.”
- 06 Abril 2015
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Resucitó
Domingo de resurrección: Sorpresa, novedad y anticipación
La muerte de la muerte
"Lucha por la justicia, la igualdad, la fraternidad, y por supuesto, por la libertad"
En esta jornada se anticipa el final, arrojando una luz capaz de agrietar la angustia de los días anteriores y, a la vez, de fundar el abrazo con el Crucificado en los crucificados de este mundo
(Jesús Martínez Gordo).- El triduo pascual tiene su cumbre en el domingo de resurrección, en el acontecimiento que es percibido y reconocido como "la muerte de la muerte" y, por ello, como el día de la sorpresa, de lo insólito, de lo imprevisto e imprevisible.
Y lo es, porque en esta jornada se anticipa el final, arrojando una luz capaz de agrietar la angustia de los días anteriores y, a la vez, de fundar el abrazo con el Crucificado en los crucificados de este mundo. Nada que ver con "la pulsión de muerte" que algunos "nuevos ateos" creen reconocer como el fundamento de la religión ni con su invitación a entender la fe y la revelación como "celebración de la nada" (M. Onfray). La anticipación del final, la capacidad iluminadora de lo percibido como anticipación y el foco articulador de lo experimentado en este día son tres de las claves fundamentales del domingo de Resurrección, de toda semana santa y, por ello, de la misma vida.
La anticipación del final. La resurrección es percibida, en primer lugar, como una anticipación en el presente del final (de un final de verdad, bondad y belleza) que permite afrontar esperanzadamente el viernes santo (con su prolongación en el grito de abandono de los calvarios contemporáneos) y el silencio que preside el sábado santo. Anticipación que, desde entonces, forma parte permanentemente del código existencial de todo cristiano y que es posible experimentar y disfrutar en infinidad de "chispazos de eternidad" que frecuentemente atraviesan la existencia en forma de fugaces (pero, a la vez, impactantes y motivantes) verdades, admirables comportamientos éticos y encuentros cargados de belleza. La anticipación del final que se visualiza en la resurrección dota a la vida de una razonabilidad, por lo menos, igualmente consistente a la de otras propuestas ateas, antiteístas o agnósticas. Se caracteriza por no imponer ni la fe ni la esperanza que la funda, sino por proponerlas, dejando siempre abierto un margen muy amplio a la libertad de decisión, es decir, a la confianza.
La luz que arroja el final anticipado. Pero del domingo de resurrección brota, además, una luz que permite comprender la segunda narración de la muerte de Jesús (la que enfatiza la confianza en el Padre) como perfectamente verosímil: la razonabilidad de la resurrección como anticipación del final permite afrontar el perecimiento (personal o colectivo) y el compromiso con los crucificados de este mundo en la confianza (y hasta certeza) de que la muerte no es ni la única ni la decisiva palabra, de que el todo, la luz y la vida que anticipadamente han irrumpido (y justificado) al Nazareno van a ser la última y definitiva palabra por pura gracia de quien es principio y fundamento de todo (Dios).
Cuando no se percibe ni experimenta (aunque sea ocasionalmente) esta esperanza se acaba abandonando, más tarde o más temprano, el compromiso callado y paciente que siempre acompaña (y sostiene) a todo seguidor del Crucificado con los crucificados de este mundo, por muy buena voluntad que se pueda tener.
En el extremo, cuando la paz y el gozo que proporcionan semejante anticipación no se entran en escena, un cierto masoquismo puede ser su particular tentación. Y con élla, la de arrojarlo todo por la borda. Todo, menos los demonios que acaban ocupando el vacío dejado por el Crucificado y los crucificados en los que se actualiza. Entre ellos, obviamente, el más poderoso y omnipresente de todos: el ídolo del dinero con su inseparable acólito, muchas veces eufemísticamente presentado como "profesionalidad".
El foco articulador del domingo. La novedad y la sorpresa del domingo de resurrección arrojan una sorprendente luz sobre los puntos ciegos y oscuros del viernes y del sábado santo. Y desde estos días últimos sobre el mismo domingo.
Así, por ejemplo, cuando se aborda cada día por separado, entonces entran en escena diferentes extrapolaciones (herejías, dirán los teólogos más clásicos. "Enfermedades", desde otras disciplinas): el dolorismo (cuando lo único central es el viernes Santo), el apofatismo o el silencio mudo (cuando el sábado Santo llena toda la escena) y la ingenuidad -frecuentemente, postmoderna- de creer que se ha llegado al final de la historia y que todo es felicidad sin dolor y sin silencio (el domingo de resurrección sin viernes ni sábado santos).
Lo que se entiende por misterio cristiano, si realmente está fundado en el triduo pascual, es esperanza asentada en la memoria del Crucificado que se actualiza en los crucificados de este mundo (y de los todos los tiempos) y que se anticipa en el presente como "chispazos" de verdad, belleza y misericordia, es decir, de Vida definitiva. Por tanto, dicho misterio es, a la vez, abandono confiado, silencio visitado por la palabra y gozosa anticipación que alienta y sostiene en la lucha por la justicia, la igualdad y la fraternidad, además, por supuesto, de por la libertad.
Evangelio según San Mateo 28,8-15.
Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos. De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: "Alégrense". Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él. Y Jesús les dijo: "No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán". Mientras ellas se alejaban, algunos guardias fueron a la ciudad para contar a los sumos sacerdotes todo lo que había sucedido. Estos se reunieron con los ancianos y, de común acuerdo, dieron a los soldados una gran cantidad de dinero, con esta consigna: "Digan así: 'Sus discípulos vinieron durante la noche y robaron su cuerpo, mientras dormíamos'. Si el asunto llega a oídos del gobernador, nosotros nos encargaremos de apaciguarlo y de evitarles a ustedes cualquier contratiempo". Ellos recibieron el dinero y cumplieron la consigna. Esta versión se ha difundido entre los judíos hasta el día de hoy.
San Gregorio Magno (c. 540-604), papa y doctor de la Iglesia
Homilías sobre los evangelios, 26, 2-6
“Id en seguida a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos y va delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis.” (Mt 28,7)
Con una clara intención se dijo: “os precede a Galilea; allí lo veréis.” Galilea quiere decir: final del cautiverio. El redentor ya había pasado de la pasión a la resurrección, de la muerte a la vida, del castigo a la gloria, de la corrupción a la incorruptibilidad. Pero si los discípulos, después de la resurrección lo ven primero en Galilea, nosotros lo contemplamos en la alegría, en la gloria de su resurrección cuando abandonamos nuestros vicios para subir a las cimas de la virtud. Hay un camino a hacer: la noticia se da cerca del sepulcro, pero Cristo se deja ver en otra parte... Había dos caminos: nosotros conocemos uno y no el otro. Había una vida mortal y una inmortal, una corruptible y otra incorruptible, un camino de muerte y otro de resurrección. Vino el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Jesús (1 Tim 2,5) tomó sobre si la primera vida y nos reveló la segunda, perdió una vida muriendo y nos reveló la segunda resucitando. Si nos hubiera prometido a nosotros que conocemos la vida mortal una resurrección de la carne sin darnos una prueba palpable ¿quién hubiera prestado fe a sus promesas?
San Pedro de Verona, presbítero y mártir
Nació en 1205 en Verona cuando los cátaros propagaban el maniqueísmo. En su propia familia tenía a los enemigos de la fe ya que había quedado atrapada por las consignas de la herejía. Pero sus padres fueron respetuosos, abiertos y generosos permitiéndole cursar estudios en un centro católico. De allí salió pertrechado con una gran preparación que le permitiría hacer frente a los opositores con el rigor debido. Un tío suyo, cátaro convencido, tuvo ocasión de constatar de primera mano lo consolidados que estaban los principios en el ánimo del adolescente que recitó con fervor el símbolo de la fe nicena. Al escucharle, este pariente quedó impresionado por la contundencia de los argumentos esgrimidos, y no ocultó su inquietud. Más tarde, siendo Pedro estudiante universitario en Bolonia, compañías poco aconsejables le jugaron malas pasadas y se vio asaltado por distintas tentaciones. Pero ese tiempo no se dilató. Dios tenía para él grandes misiones. La Orden de Predicadores estaba en su apogeo en el momento en que el joven, que tenía 16 años, conoció a Domingo de Guzmán. Seducido por sus palabras se hizo dominico y recibió el hábito que le impuso personalmente el santo. Si de niño se había destacado por su inteligencia, sinceridad y firmeza en sus decisiones, como religioso cumplió con estricta fidelidad su compromiso. Tomó el evangelio, se aplicó en el estudio y mantuvo vivo un estado de oración. Además, buscando una penitencia radical, se abrazó a las austeridades como había hecho su fundador.
De manera concienzuda preparaba ante Cristo su predicación, para lo cual se recogía durante la noche meditando y orando ante Él. Mientras evangelizaba en Lombardía, en estas cotidianas vigilias que tenían lugar en su celda, hallándose en estado de contemplación se le presentaron tres santas que fueron martirizadas: Inés, Cecilia y Catalina de Alejandría, con las cuales mantuvo un diálogo. Informado el prior por otros frailes, que habían escuchado voces tras los muros, fue severamente reprendido en el capítulo. Le recriminaron por haber violado la clausura amén de introducir a mujeres en su humilde aposento. Se juzgó con severidad esta supuesta imprudencia que revestía innegable gravedad para un consagrado. Él guardó escrupuloso silencio y acogió obedientemente su traslado al convento de la Marca Ancona. Le habían prohibido predicar, de modo que se dedicó a estudiar con más ahínco. Suplicaba a Dios con insistencia. El peso del apego a la fama era importante. Él conocía su inocencia, pero, ¿qué pensarían los demás? Un día se dirigió al crucifijo y mostró su desconsuelo: «Señor, Tú sabes que no soy culpable. ¿Por qué permites que me calumnien?». Jesús respondió: «¿Y qué hice yo, Pedro, para merecer la pasión y la muerte?». Impactado por estas palabras, se sintió avergonzado y afligido. También salió fortalecido para afrontar la pena. Poco tiempo después quedó al descubierto su inocencia.Volvió a la predicación y cosechó mayores frutos apostólicos. Ordenado sacerdote, y siendo hombre de diálogo, comenzó a difundir el evangelio por la Toscana, Milanesado y la Romaña. Su objetivo primordial eran los cátaros.
Fueron incontables los herejes que volvieron a la Iglesia tras escuchar sus palabras. Uno de ellos Rainiero de Piacenza. Las multitudes buscaban su curación espiritual y física tratando de acceder a él aunque para ello tenían que abrirse paso a empujones.
Él mismo tenía que ser izado porque de otro modo habrían podido arrollarle. Las iglesias y espacios al aire libre servían a los fieles para acoger jubilosos a este gran confesor. Tenía para cada uno de los penitentes el juicio justo, sabio, encarnado en el amor misericordioso de Dios. En la intensa labor evangelizadora que llevaba a cabo su virtud le precedía. Creó las «Asociaciones de la fe» y la «Cofradía para la alabanza de la Virgen María». A lo largo de su vida experimentó muy diversas pruebas, menosprecios y ataques. Pero amaba a Cristo y nada trocó su voluntad. Llegó a ser superior de los conventos de Piacenza, Como y Génova. Predicó por Roma, Florencia, Milán… Por todos los lugares iba dejando una estela de milagros, don con el que fue agraciado. Alguna vez personas maliciosas intentaron tentarle fingiendo una enfermedad. Es lo que hizo un hereje en Milán que gozaba de buena salud. Si lograba confundir al santo, lo dejaría en evidencia. Pedro le dijo: «Ruego al Señor de todo lo creado, que si tu enfermedad no es verdadera, te trate como lo mereces». Inmediatamente sufrió el mentiroso los síntomas de la lesión que simuló, y rogó la curación que en ese momento precisaba para huir de tan punzantes dolores. Compadecido el santo de su arrepentimiento, trazó la señal de la cruz y le liberó del mal. Además, logró su conversión. A Pedro siempre le acompañó su sed de martirio que no dudaba en suplicar le fuera concedida. En 1232 Gregorio IX, que lo conocía, le nombró inquisidor general (como luego hizo Inocencio IV), lo que suscitó muchas enemistades. Incluso hubo una conjura para asesinarle.
Veinte años más tarde, mientras predicaba en Como, fue informado de que se conspiraba contra su vida tasada en 40 libras milanesas. Respondió sin inmutarse: «Dejadles tranquilos; después de muerto seré todavía más poderoso».Transcurridos quince días, concretamente el 6 de abril de 1252, cuando regresaba a Milán desde Como, convento del que era prior, cerca de la localidad de Barlassina recibió dos hachazos en la cabeza que le asestaron los enemigos de la fe. Sangrando, pero aún con vida, recitaba el Credo y, según narran las crónicas, a punto de expirar con su propia sangre escribió con un dedo en el suelo: «Credo in Deum». Tenía 46 años. El 25 de marzo del 1253, al año siguiente de su muerte, fue canonizado por Inocencio IV. Es protomártir de la orden dominicana. Carino, ejecutor del santo, se arrepintió después, y se hizo dominico. Sus signos visibles de virtud hicieron que fuese venerado por parte del pueblo.
Oremos
« En esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Y ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe; porque, ¿ quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? « 1Juan 5, 3–5 Señor, tú que ha hecho hermosa a la Iglesia al glorificar con el triunfo del martirio a San Pedro de Verona concédenos, te rogamos, que así como a él le diste la gracia de imitar con su muerte la pasión de Cristo, alcancemos nosotros, siguiendo las huellas de tu mártir, los premios eternos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
DOMINGO DE PASCUA. MISA DEL DÍA Jn 20, 1-9
Queridos hermanos y hermanas en Cristo resucitado:
El sepulcro donde fue puesto Jesús se convirtió, desde el primer mañana radiante de Pascua, fuente de vida. Hoy damos gloria a Dios misericordioso que nos ha llamado a compartir, ante el sepulcro vacío, la fe de Pedro y la del discípulo que Jesús amaba; la de María Magdalena tras encontrarse con el Señor que vive. De este sepulcro que ha acogido el Crucificado ha brotado la salvación del mundo.
Este sepulcro vacío, gracias a Jesucristo que fue puesto a causa de la realidad cruel de su muerte y que salió victorioso, nos ofrece un mensaje que atraviesa los siglos. Y que es muy necesario en nuestro tiempo. Este mensaje es que la historia no puede ser programada para nadie porque la última palabra sobre la historia no pertenece a el ser humano sino a Dios. La muerte y la sepultura de Jesús parecían el fracaso final de una predicación maravillosa. Y no fue así, aunque había quien lo quería. En vano poner una piedra muy grande y difícil de hacer rodar el cierre la entrada de la sepultura y en vano la sellaron (cf. Mt 27, 60.66).
En vano los soldados en velar la tumba (Cf. Mt 27, 66). Todas las estrategias de los poderes mundanos estrellan contra la realidad de Jesucristo resucitado, aunque aparentemente por un cierto tiempo pueda parecer que triunfan, también en nuestros días. Por eso cualquier esfuerzo de la humanidad contemporánea de querer modelar el futuro sin Dios es una vana presunción (cf. Bartolomé I, Homilía en la Basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén, 25 de mayo 2014). El sepulcro vacío nos invita, además, a no dejarnos vencer por otro temor que quizá es el más difundido en nuestros tiempos, el temor del otro, de aquel que es diferente, el miedo quien pertenece a otra raza, otra religión, a otra cultura. Esta tumba destruye las discriminaciones de todo tipo y nos invita a amar al otro, con todas las sus diferencias, a quererlo como hermano o hermana. Aunque el otro no nos ame. Porque el odio lleva a la muerte, mientras que el amor echa al temor y lleva a la vida (Cf. 1Jn 4, 18).
El sepulcro vacío donde fue puesto el Señor continúa repitiendo año tras año: no temáis
(Mc 16, 6). Nos llama, pues, a sacar de nuestro corazón toda clase de miedo, todo tipo de desesperación. De este sepulcro salen mensajes de aliento, de esperanza, de vida, desde el momento que no ha podido retener muerto el Señor de la vida. Por eso el primero de los grandes mensajes de esta tumba vacía es que nuestro último enemigo, la muerte (cf. 1C 15,26), que es fuente de todo tipo de miedo, ha sido vencido. La muerte no es la última palabra de nuestra vida. Por eso no deberíamos tener miedo. La muerte ha sido vencida por el amor de aquel que voluntariamente aceptó de morir por amor a los demás.
Desde entonces toda muerte por amor al otro es transformada en vida; tanto la muerte de quien da literalmente la vida por los demás como la muerte de quien la gasta cada día amando.
El sepulcro vacío nos dice que no deberíamos tener miedo tampoco del mal, sea cual sea su forma concreta. Jesucristo en la cruz cargó sobre su todas las formas de mal: el odio, la violencia, la injusticia, el sufrimiento, la humillación. Jesucristo se ha cargado todo el dolor de los pobres, de las personas frágiles, de los oprimidos, de los explotados, de los marginados, de los afligidos, de las víctimas del terrorismo, ... Todo el que, como Jesucristo, sea crucificado -literalmente, como todavía ocurre hoy, o en la forma que sea- verá como la resurrección sigue a la cruz. El odio, la violencia y la inequidad, aunque parezca que dominen buena parte del mundo, no tienen futuro. Desde la cruz gloriosa de Jesucristo, el futuro es de la justicia, del amor, de la vida. Por ello, con la luz y la fuerza que nos vienen de Cristo resucitado tenemos que trabajar con todas las energías para que vayan extendiéndose cada vez más.
Como signo de nuestra voluntad de amar y ser solidarios de los demás y como concreción de nuestra ayuda fraterna, le proponemos colaborar, al igual que hemos hecho en la noche santa, en una colecta a favor de los cristianos de Tierra Santa y de Oriente Medio de los que el Papa pide que nos recordamos especialmente estos días santos.
El sepulcro vacío nos habla de la vida más allá de la muerte que Jesucristo nos ha ganado con su entrega en la cruz. Pero no debemos esperar el más allá para recibir la vida eterna que nos viene de la Pascua. Ahora ya podemos tener como primicia de la realidad futura cuando nos alimentamos de Jesucristo en la Eucaristía. Él, el Resucitado, nos comunica la vida futura; dice quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna (Jn 6, 54). Y, además, nos ofrece la garantía de la resurrección más allá de la muerte: y yo lo resucitaré en el último día, concluye.
Por ello, en el s. I, san Ignacio de Antioquía decía que el Pan eucarístico que recibimos es "fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte" eterna (Ef, 20). Hoy, en esta celebración pascual, recibirán por primera vez muchos este alimento de vida eterna. Jesucristo les da como alimento para poder entrar dentro de ellos y tener una relación de amigo a amigo con cada uno.
Ellos y nosotros, pues, ya en la tierra, tenemos la primicia de la plenitud futura inaugurada por sepulcro vacío. Y podemos disfrutar de la amistad íntima con Jesucristo y de una relación confiada con el Padre, siempre gracias a la acción del Espíritu Santo que, por la oración de la Iglesia, hace presente el Resucitado en el pan y el vino de la Eucaristía.
LA ALEGRÍA DE LA PASCUA
Invitar a la alegría en un tiempo recio como el nuestro, puede parecer una falta de sensibilidad y de respeto hacia quienes viven situaciones dramáticas de deportación, exilio, persecución, enfermedad, pobreza, soledad, quiebra familiar…
Normalmente, la alegría la imaginamos siempre unida a la fiesta, a veces un tanto desenfadada, y hasta algo frívola, en la que no falta la diversión, la bebida y el bien comer. Pero la alegría a la que nos invitan la Palabra de Dios y la celebración del Misterio Pascual de Jesucristo responde a razones distintas, más profundas que la necesidad natural de fiesta y de diversión.
El Aleluya pascual es cántico de alegría, porque Jesucristo ha vencido a la muerte, porque hemos sido redimidos de nuestros pecados, y se nos ofrece el perdón de todos ellos y de todas nuestras culpas; porque podemos sentirnos y sabernos amados de Dios, tanto que nos dice que desea habitar en nuestro interior y hacernos su morada.
La alegría cristiana se manifiesta en la paz del corazón, que nace de coincidir con la voluntad divina, de la certeza que da la fe en Cristo resucitado, y de la esperanza de que se cumpla la Palabra, que nos ofrece el consuelo de la misericordia divina. La alegría se convierte en cántico de alabanza, en actitud positiva y animosa, en apertura hacia quienes tienen necesidad, en serenidad constructiva. Y esto no tiene nada que ver con una extroversión descontrolada, ni con un ansia desmedida de consumo. La alegría del corazón es contagiosa, difusiva, atrae, admira. En un mundo apesadumbrado y violento, la alegría cristiana es evangelizadora, profética y llega a ser un servicio a la sociedad, sobre todo cuando se padece la tentación del escepticismo, por desengaño de las palabras y promesas incumplidas, que contienen tantos discursos.
La alegría se instala en el corazón del creyente porque experimenta o ve que se acerca la bendición; porque habita en la presencia divina, y celebra el encuentro con el Señor resucitado, vivo.
Desde la alegría pascual es posible la celebración fraterna de la vida, propia de quienes siguen generosamente a Jesucristo.
El lunes del Ángel
Esta fiesta civil, con un trasfondo religioso, fue instaurada en Italia después de la Gran guerra.
El lunes de la octava de Pascua es fiesta en la mayoría de países europeos y en algunas comunidades españolas. Esta costumbre tiene sus orígenes en el hecho de que entre los siglos IX al XIII en la mayor parte de los lugares se oía Misa y se abstenían de trabajos serviles durante toda la semana de Pascua; más tarde esta norma se limitó a dos días (lunes y martes) y desde finales del siglo XVIII, quedo reducida al lunes solamente. En algunos países como los Estados Unidos y actualmente en España en algunas comunidades, incluso el lunes no es fiesta de precepto.
También ocurre esto último en Italia, donde no es un día de precepto pero si un día festivo que tiene una denominación especial, se le llama el “lunedì dell’Angelo” (el lunes del Ángel) y que recibe el nombre popular de Pasquetta en casi toda Italia, con pequeñas excepciones, como los genoveses entre otros, que le dan este nombre al seis de enero.
En el evangelio de Marcos se cuenta cómo pasado el sábado Maria Magdalena, María la de Santiago y Salome compraron aromas para ungir el cuerpo de Jesús. Iban preocupadas porque no sabían quién les removería la piedra de la puerta del monumento. Cuando llegaron vieron que la piedra estaba removida. Entrando en el monumento vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de una túnica blanca y quedaron sobrecogidas de espanto. El Ángel les dijo “No os asustéis. Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado; no está aquí; mirad el sitio donde lo pusieron. (Cfr Mc 16, 1-8).
A pesar de que estos hechos que relatamos ocurrieron el día después de la Pascua (hebrea), que cayó en sábado en aquella ocasión, la tradición los ha trasladado al día después de nuestra Pascua.
Esta fiesta civil, con un trasfondo religioso, fue instaurada en Italia después de la Gran guerra, con el fin de prolongar la fiesta de la Pascua y los italianos, aprovechando la recién llegada primavera, suelen ocupar saliendo al campo con la familia y los amigos.
Pero volvamos al sentido religioso de la celebración, en 1994 el recordado Beato Juan Pablo II, en sus palabras después del rezo de Regina Coeli el día del Ángel se preguntaba “¿Por qué se le llama así? Me parece que es acertado ese nombre: lunes del ángel. Conviene dejar un poco de espacio a este ángel, que dijo desde lo más profundo del sepulcro: Ha resucitado.”
Estas palabras eran muy difíciles de pronunciar, de expresar, para una persona humana. También las mujeres que fueron al sepulcro lo encontraron vacío, pero no pudieron decir: Ha resucitado, sólo afirmaron que el sepulcro estaba vacío. El ángel dice más: no está aquí, ha resucitado.
Esto lo podía decir sólo un ángel, como fue también un ángel quien dijo a María: Concebirás un hijo, que será Hijo de Dios. Ninguna persona humana podía pensar en un Dios-hombre, un Dios que se hace hombre. Debía ser un ángel, enviado por el Padre, el que dijera esto a María.
A mediodía, este Lunes de la Octava de Pascua, o Lunes “del Ángel” el Santo Padre Francisco ha rezado el Regina Coeli, es decir la oración que sustituye el ángelus en este tiempo pascual, con los miles de fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro. Es costumbre que este día los Papas recen públicamente el Regina Coeli.
¡Feliz Pascua de Resurrección a todos!
La alegría de la Resurrección
Mateo 28, 8-15. Lunes de Pascua. El cristiano tiene a Dios y con Él es feliz y todo lo puede.
Oración Introductoria
Padre, pongo en tus manos mi oración y mis súplicas, pues tengo la seguridad de que me escuchas. Sabes que soy frágil, pero me acojo a tu infinita misericordia. Dios mío, yo creo, te adoro, espero y te amo.
Petición
María, alcánzame de Jesús el don de la oración y de la alegría de ser cristiano.
Meditación del Papa Francisco
«‘No tengan miedo’, ‘no teman’: es una voz que anima a abrir el corazón para recibir este mensaje. Después de la muerte del Maestro, los discípulos se habían dispersado; su fe se deshizo, todo parecía que había terminado, derrumbadas las certezas, muertas las esperanzas. Pero entonces, aquel anuncio de las mujeres, aunque increíble, se presentó como un rayo de luz en la oscuridad. La noticia se difundió: Jesús ha resucitado, como había dicho… Y también el mandato de ir a Galilea; las mujeres lo habían oído por dos veces, primero del ángel, después de Jesús mismo: ‘Que vayan a Galilea; allí me verán’. ‘No teman’ y ‘vayan a Galilea’. Galilea es el lugar de la primera llamada, donde todo empezó.
Volver allí, volver al lugar de la primera llamada. Jesús pasó por la orilla del lago, mientras los pescadores estaban arreglando las redes. Los llamó, y ellos lo dejaron todo y lo siguieron. Volver a Galilea quiere decir releer todo a partir de la cruz y de la victoria; sin miedo, ‘no teman’. Releer todo: la predicación, los milagros, la nueva comunidad, los entusiasmos y las defecciones, hasta la traición; releer todo a partir del final, que es un nuevo comienzo, de este acto supremo de amor. También para cada uno de nosotros hay una ‘Galilea’ en el comienzo del camino con Jesús. ‘Ir a Galilea’ tiene un significado bonito, significa para nosotros redescubrir nuestro bautismo como fuente viva, sacar energías nuevas de la raíz de nuestra fe y de nuestra experiencia cristiana. Volver a Galilea significa sobre todo volver allí, a ese punto incandescente en que la gracia de Dios me tocó al comienzo del camino. Con esta chispa puedo encender el fuego para el hoy, para cada día, y llevar calor y luz a mis hermanos y hermanas.» (Homilía de S.S. Francisco, 19 de abril de 2014).
Reflexión .Todos los cristianos somos portadores del amor de Cristo. Tenemos a Dios y debemos llevarlo a los demás con nuestro ejemplo, con el cumplimiento de nuestras obligaciones, con nuestra alegría, con nuestra caridad y entrega al prójimo. Jesús nos invita a ser apóstoles alegres y sin temor alguno, pues le tenemos a Él como nuestro amigo y nuestra fuerza. «Todo lo puedo en aquel que me conforta». El cristiano tiene a Dios y con Él es feliz y todo lo puede.
Propósito. Viviré mi jornada con un especial espíritu de agradecimiento a Dios por sus innumerables benenficios.
Diálogo con Cristo
Gracias Señor por estar conmigo el día de hoy y darme lo que más necesito. Te pido perdón por las veces que te he fallado. Concédeme ser cada día mejor cristiano, que realmente te conozca y te transmita a los demás. Quiero pedirte por mis hermanos en la fe que son perseguidos por creer en Ti y amarte, para que Tú les fortalezcas, perdones a sus perseguidores y seas más conocido y amado en todo el mundo.
La oración para mí, es un impulso del corazón, es una simple mirada lanzada al cielo, es un grito de agradecimiento y de amor, en medio de la prueba, como en medio de la alegría. Santa Teresa de Lissieux.