«Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré»
- 05 Julio 2014
- 06 Julio 2014
- 06 Julio 2014
El soplo del Espíritu que recibí en mi consagración por las Manos y el Corazón de Monseñor Fernando Vargas
Aunque uno se encuentre con miles de dificultades, sabe que puede tener esperanza. Pentecostés es el soplo de una fuerza que transforma a unos seres miedosos, ocultos por temor a ser perseguidos, en receptores de una fuerza renovadora que les impulsa a lo inaudito. Los dones del Espíritu viven en la Iglesia y deben ser suplicados con insistencia.
Porque sin su fuerza estaríamos como los apóstoles escondidos en el cenáculo y muertos de miedo.
Hay decenas de invocaciones, yo tomo prestadas tres que me resultan especialmente sugerentes:
– Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu amor.
– Envía tu Espíritu, Señor, / y renueva la faz de la tierra.
– Oh Dios, que has iluminado los corazones de tus hijos con la luz del Espíritu Santo; haznos dóciles a sus inspiraciones, para gustar siempre el bien y gozar de su consuelo. Por Jesucristo, nuestro Señor
Y a continuación os dejo con uno de los dones del Espíritu más malinterpretado en nuestro tiempo que en otras épocas. “Lo primero para entender este santo temor de Dios es distinguirlo del miedo. El miedo es una “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario; recelo o aprensión que uno tiene de que le suceda una cosa contraria a lo que desea” (Diccionario de la Real Academia). El Don de Temor es un hábito sobrenatural por el cual el justo, bajo la inspiración del Espíritu Santo, adquiere DON DE TEMOR DE DIOS, AL ESPÍRITU SANTO
"Espíritu Santo, si a la hora de comprender tus dones he tenido que abrirme a un significado diferente al que el diccionario atribuye a las palabras que los denominan, es en la interpretación del don de Temor de Dios donde necesito mayor ayuda para comprender debidamente lo que quiere decir la formulación del séptimo don.
Parece, en principio, que no es propio de quien ha recibido el don de Piedad, por el que le ha revelado la entrañable misericordia de Dios, que deba reaccionar ante Él con miedo o temor, y por tanto, no se explicar que haya que pedir el regalo del “Temor de Dios”, si parece una relación inadecuada con lo que Dios ha querido desvelarnos de sí, a través de tu acción.
Sin embargo, cuando se comprende bien lo que significa tu don, surge, inmediatamente, la necesidad de pedirlo, porque sería de una gran injusticia, después de haber recibido los demás dones, el pretender caminar por propia cuenta, con riesgo de ofender a quien ha sido es tan magnánimo.
El don de Temor de Dios evita el engreimiento vanidoso, la conducta pretenciosa, el modo de actuar con protagonismo, la inconsciencia en el camino de la vida. Evita el error de avanzar por sendero engañoso, que se aparte de la voluntad divina, y convierte nuestra vida en un verdadero cántico de alabanza y de sensibilidad agradecida.
¡Ven, Espíritu Santo, derrama sobre mi el don de Temor de Dios, por el que jamás caiga en la insensibilidad ni en la inconsciencia que me hagan vivir afirmado en mis capacidades de manera orgullosa y prepotente.
Espíritu Santo, hazme humilde, reconocedor constante de la fuente de mis destrezas, y de dónde proceden las de los demás, para manifestar con mi modo de vivir y de actuar la actitud que canta el salmista: “Mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros. No pretendo grandezas que superan mi capacidad, sino que acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre” (Sal 130).”
docilidad especial para someterse totalmente a la voluntad divina por reverencia a la excelencia y a la bondad de Dios. El Temor de Dios es el temor a alejarse de Dios, el temor de no ser felices, el temor de errar el camino de felicidad que Él nos propone.
Tres llamadas de Jesús
El evangelio de Mateo ha recogido tres llamadas de Jesús que hemos de escuchar con atención sus seguidores, pues pueden transformar el clima de desaliento, cansancio y aburrimiento que a veces se respira en alguno sectores de nuestras comunidades.“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados. Yo os aliviaré”. Es la primera llamada. Está dirigida a todos los que viven su religión como una carga pesada. No son pocos los cristianos que viven agobiados por su conciencia. No son grandes pecadores. Sencillamente, han sido educados para tener siempre presente su pecado y no conocen la alegría del perdón contínuo de Dios. Si se encuentran con Jesús, se sentirán aliviados.
Hay también cristianos cansados de vivir su religión como una tradición gastada. Si se encuentran con Jesús, aprenderán a vivir a gusto con Dios. Descubrirán una alegría interior que hoy no conocen. Seguirán a Jesús, no por obligación sino por atracción.
“Cargad con mi yugo porque es llevadero y mi carga ligera”. Es la segunda llamada. Jesús no agobia a nadie. Al contrario, libera lo mejor que hay en nosotros pues nos propone vivir haciendo la vida más humana, digna y sana. No es fácil encontrar un modo más apasionante de vivir.
Jesús libera de miedos y presiones, no los introduce; hace crecer nuestra libertad, no nuestras servidumbres; despierta en nosotros la confianza, nunca la tristeza; nos atrae hacia el amor, no hacia las leyes y preceptos. Nos invita a vivir haciendo el bien.
“Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y encontraréis descanso”.
Es la tercera llamada. Hemos de aprender de Jesús a vivir como él. Jesús no complica nuestra vida. La hace más clara y más sencilla, más humilde y más sana. Ofrece descanso. No propone nunca a sus seguidores algo que él no haya vivido. Nos invita a seguirlo por el mismo camino que él ha recorrido. Por eso puede entender nuestras dificultades y nuestros esfuerzos, puede perdonar nuestras torpezas y errores, animándonos siempre a levantarnos.
Hemos de centrar nuestros esfuerzos en promover un contacto más vital con Jesús en tantos hombres y mujeres necesitados de aliento, descanso y paz. Me entristece ver que es precisamente su modo de entender y de vivir la religión lo que conduce a no pocos, casi inevitablemente, a no conocer la experiencia de confiar en Jesús. Pienso en tantas personas que, dentro y fuera de la Iglesia, viven “perdidos”, sin saber a qué puerta llamar. Sé que Jesús podría ser para ellos la gran noticia. José Antonio Pagola. 14 Tiempo ordinario (A) Mateo 11, 25-30
XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO “A”
(Zac 9, 9-10; Sal 144; Rom 8, 9. 11-13; Mt 11, 25-30)
LECTURAS
Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso, modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica. (Zac 9, 9)
El Señor sostiene a los que van a caer, endereza a los que ya se doblan. (Sal 144)
Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por el mismo Espíritu que habita en vosotros. (Rom 8,11)
“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré.” (Mt 11,28)
MEDITACIÓN
Estamos ya en el mes de julio, tiempo de estío en el hemisferio norte, para muchos el momento deseado de descanso por vacaciones. Es bueno tener un respiro, librarse del agobio cotidiano, distanciarse de los problemas. EN PERU SE CELEBRA FIESTAS PATRIAS Y SE VACACIONA.
Sin embargo, por imperativo social, cultural y consumista, hay formas de plantear el tiempo libre que, en vez de aliviar, fatigan más, y dejan después hasta arañazos depresivos, o las consecuencias de un gasto superior a las posibilidades.
Sorprende el mensaje de la primera lectura de este domingo: la alegría porque viene el rey, y lo hace con austeridad, de manera sobria y humilde. Si aplicáramos a nuestro tiempo de ocio esas notas, quizá descubriríamos la paradoja de sentir más alivio y hasta más satisfacción cuando planteamos la vida, y en concreto las vacaciones, sin alardes consumistas, sino con sobriedad.
La Palabra de Dios nos asegura que el Señor sostiene y endereza a los débiles, vivifica nuestros cuerpos y alivia nuestros agobios y cansancios. Desde estas propuestas, me atrevo a aconsejar:
Si eres una de las numerosas personas que este mes han tomado el merecido descanso y tiempo libre, plantéalos con cierta sobriedad. No hagas de tu cuerpo el centro de tu atención, y acude a quien te ofrece refrigerio, serenidad, sosiego, a Jesucristo.
Aprovecha las vacaciones, cuando tienes más disponibilidad de un tiempo personal para celebrar y avivar la relación amiga con los propios y la relación teologal con Dios. Conozco a muchos que en su agenda introducen unos días de Ejercicios Espirituales y de retiro.
Ejerce la hospitalidad y la convivencia. Las buenas relaciones familiares distienden, alegran, y graban en la memoria momentos afectivos que acompañan después en las horas bajas. ¡Felices vacaciones y en PERU ¡FELICES FIESTAS PATRIAS!
Evangelio según San Mateo 11,25-30.
Jesús dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio.
Porque mi yugo es suave y mi carga liviana".
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Confesiones, I, 1-5
«Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré»
«Grande es el Señor, merece toda alabanza, es incalculable su grandeza» (Sl 144,3). «Nuestro Señor es grande y poderoso, su sabiduría no tiene medida» (Sl 146,5) y, sin embargo, el hombre quiere alabarte, el hombre que no es más que una pequeña porción de tu creación, el hombre que lleva consigo y por todas partes su mortalidad, que lleva con él el testimonio de su pecado y que reconoce que «te opones a los orgullosos» (St 4,6). Pero el hombre, porción insignificante de tu creación, quiere alabarte. Eres tú mismo quien le empuja a buscar su gozo en tu alabanza, porque tú nos has hecho para ti, y nuestro corazón no descansa hasta que encuentra su descanso en ti...
«Alabarán al Señor los que lo buscan» (Sl 21,27). Los que lo busquen lo encontrarán, los que lo encuentren lo alabarán. ¡Que te busque, pues, Señor, invocándote, y que te invoque, creyendo en ti! Porque tú te nos has revelado por la predicación. Te invoca, Señor, esta fe que me has dado, esta fe que me has inspirado a través de la humanidad de tu Hijo por el ministerio de tu predicador. Y ¿cómo invocaré yo a mi Dios, mi Dios y mi Señor? Cuando le invocaré, le llamaré para que venga a mí. Pero ¿es que hay en mí un lugar donde mi Dios pueda venir, ese Dios que ha hecho el cielo y la tierra» (Gn 1,1)? Así, pues, mi Dios y Señor, ¿es que hay en mí alguna cosa que pueda contenerte? ¿Es que el cielo y la tierra que tú has creado, y en los cuales me has creado a mí, te pueden contener?... Puesto que yo mismo existo ¿puedo pedirte que vengas a mí, a mí que no existiría si tú no existieras en mí?...
¿Quién me concederá poder descansar en ti? ¿Quién me concederá que vengas a mi corazón, que lo embriagues para que yo olvide mis males y pueda estrecharte, a ti mi único bien? ¿Quién eres tú para mí? Ten compasión de mí para que pueda hablar. ¿Quién soy a tus ojos para que me mandes amarte?... En tu misericordia, Señor Dios mío, dime lo que tú eres para mí. «Di a mi alma: Tú eres mi salvación» (Sl 34,3). Díselo; que yo lo oiga. Mira que el oído de mi corazón está a la escucha, delante de ti, Señor, haz que te oiga, y «di a mi alma: Yo soy tu salvación». Correré hacia esta palabra y al fin te agarraré.
DE ASNOS Y BORRICOS
Zacarías 9, 9-10; Sal 144, 1-2. 8-9. 10-11. 13cd-14; Romanos 8, 9. 11-13; Mateo 11, 25-30
“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.” Me he sonrojado cuando he leído estas palabras delante del crucifijo que preside la capilla de mi parroquia. ¿Yugo llevadero y carga ligera? Parece un contrasentido cuando se mira al crucificado, pero justamente en la cruz está nuestro descanso. Me imagino que hoy seguirán los ecos del día del orgullo de aquellos que “viven según la carne,” que nos van a pasar por las narices una y otra vez. Serán imágenes de fiesta y de regocijo, de alegría vestida de rosa y nalgas al aire. Me imagino que las cifras oficiales, siempre tan precisas, dirán que los manifestantes han sido entre dos y quinientos millones de personas (a ojo de buen cubero), y se presentará como una victoria de la libertad, el progreso y eso que ahora se llama –yo aprendí otro significado-, decencia. Pero me imagino que no se quedarán toda la vida en la calle, volverán cada uno a su casa, orgullosos y victoriosos, para encontrarse consigo mismo, con ese saco de egoísmo, cerrazón de la propia carne, que llaman amor (así, con todas sus minúsculas). Pobrecillos (pobrecillas) me dan lástima, no tienen dónde ir a descansar de sí mismos, del pecado que, aunque quiera negarse e ignorarse, pasa factura.
“Mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso; modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica.” Un asno no es la mejor cabalgadura para salir victorioso. El asno suele ser pacífico, aunque cabezón; no es rápido, aunque es constante; no suele llevar la cabeza alta, pero aguanta el peso de la carga que le ha sido encomendada, no tiene una estampa envidiable, pero hace girar la noria hasta conseguir el agua necesaria.
En este año del Quijote nadie osaría elegir al rucio de Sancho Panza frente a Rocinante, por muy rocín flaco que fuese. Sin embargo el borrico siempre está ahí, no da problemas ni embiste a los molinos, cumple su cometido discreta y calladamente y cuando le fue robado provocó el llanto desconsolado del rollizo escudero.
Muchos pobrecillos locos preferirán subirse a lomos de su huesudo jamelgo, encima de su florida carroza, creyéndose dueños del mundo y de la historia, prepotentes manipuladores de casi todo, excepto del peso de su propia vida que casi no pueden mantener y del silencio de su conciencia que, aunque intenten acallar con músicas estridentes, sigue estando en el interior de su alma. Yo prefiero ser un “pollino de borrica” que, conociendo sus limitaciones “destruirá los carros de Efraín, los caballos de Jerusalén, romperá los arcos guerreros, dictará la paz a las naciones; dominará de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra.” Saber que quien dirige mi vida no soy yo mismo, sino el crucificado. Entonces la carga es ligera y el yugo es llevadero, pues ya la lleva Él en la cruz , ya ha vencido en la resurrección. No quiero ser un caballo pulgoso para llevar encima un loco, quiero ser un asno, humilde, sencillo, conocedor de mis limitaciones, pero sabiendo que quien me guía de verdad me quiere, se entrega por mí hasta la muerte para dar la vida.
Día del orgullo, pero del orgullo de saber verdaderamente quién me Ama (ahora sí, con mayúsculas), y que a pesar de lo poco que valgo en Él puedo descansar. Santa María, madre nuestra, pon un poco de cordura entre tanto loco que cabalga a lomos de su soberbia y nunca me dejes creerme corcel cuando sólo soy un borriquillo.
María Goretti, Santa
Biografía y virtudes a imitar. Julio 6 de 1902
Hoy celebramos a Santa María Goretti, una joven que vivió la virtud de la pureza hasta el heroísmo. Una santa que prefirió morir antes que ofender a Dios.
Un poco de historia...
Santa María Goretti nació en 1890 en Italia. Su padre, campesino, enfermó de malaria y murió.
Una tarde, María estaba sentada en lo alto de la escalera de la casa, remendando una camisa. Aunque aún no cumplía los doce años, era ya una mujercita.
Alejandro, un joven de 18 años, subió las escaleras con intención de violar a la niña. María opuso resistencia y trató de pedir auxilio; pero como Alejandro la tenía agarrada por el cuello, apenas pudo protestar y decir que prefería morir antes que ofender a Dios. Al oír esto, el joven desgarró el vestido de la muchacha y la apuñaló brutalmente. Ella cayó al suelo pidiendo ayuda y él huyó. María fue transportada a un hospital, en donde perdonó a su asesino de todo corazón, invocó a la Virgen y murió veinticuatro horas después.
Alejandro fue condenado a 30 años de prisión. Por largo tiempo, fue obstinado en no arrepentirse de su pecado, hasta que una noche, tuvo un sueño en el que vio a la niña María, recogiendo flores en un prado y luego ella se acercaba a él y se las ofrecía. A partir de ese momento, cambió totalmente y se convirtió en un prisionero ejemplar. Se le dejó libre al cumplir 27 años de su condena. Al salir de la cárcel, una noche de Navidad, la de 1938, pidió perdón a la mamá de María, y aquella noche, en la misa de Gallo, comulgaron juntos.
El caso de María Goretti se extendió por todo el mundo. En 1947, el Papa Pío XII la beatificó y en 1950 la canonizó. En la ceremonia estuvieron presentes su madre, de 82 años, dos hermanas y un hermano. Y, aunque parezca increíble, también asistió Alejandro, el arrepentido asesino de la santa.
Santa María Goretti fue santa no por el hecho de tener una muerte injusta y violenta, sino porque murió por defender una virtud inculcada por la fe cristiana. A esta santa se la llama la “Mártir de la pureza”. Sus imágenes la representan como una campesina con un lirio en la mano, que es el símbolo de la virginidad, y con la corona del martirio.
María Goretti era una muchacha soltera que conocía el valor del matrimonio y de las relaciones sexuales. Sabía que la complementariedad de los sexos se manifiesta plenamente en el acto sexual, en el cual el hombre y la mujer se unen íntima y totalmente en alma y cuerpo por el amor que existe entre ellos. Entendía que el acto sexual sólo puede efectuarse dentro del matrimonio ya que es una manifestación de amor entre los esposos y para la procreación de los hijos.
Los jóvenes podrán preguntarse: ¿Hasta el matrimonio? ¡Faltan “miles de años”! Y mientras... ¿qué? Pueden aprovechar el tiempo del noviazgo para conocerse, tratarse, vivir en amistad y hacerse felices el uno al otro. El noviazgo es una preparación para el futuro matrimonio.
¿Qué hacer para vivir esta virtud?
Debes cuidar todo lo que ves y oyes. Y, recordar que tú eres una persona que tiene dignidad, inteligencia y voluntad y que eres diferente de los animales que tienen relaciones sexuales por puro instinto. La virtud de la castidad te dará fuerza para dominar y controlar tu impulso sexual.
Es más persona quien sabe dominarse, quien sabe controlarse, quien sabe guardarse íntegro para entregarse sin reservas a su futura esposa o esposo, que aquel cobarde y sin fuerzas de voluntad que entrega su cuerpo a cualquiera ante el primer estímulo que pasa frente a sus ojos.
¿Qué nos enseña la vida de María Goretti?· La principal enseñanza es la vivencia de la virtud de la pureza: pureza de alma y cuerpo.· A perdonar a nuestros enemigos, a pesar de que nos hayan causado un daño irreparable. Como también lo hizo el Papa Juan Pablo II, al perdonar a AlíAgca, quien tratara de asesinarlo en 1981.· María Goretti nos enseña a ser fuertes ante situaciones difíciles, confiando siempre en Dios.
Oración: Santa María Goretti, este día te pido que me ayudes a vivir la virtud de la pureza, para entender que la castidad es un medio para cultivar mi voluntad y así, lograr la santidad en el estado de vida al que Dios me llama. Amén.
Santa María Goretti
María nació el 16 de octubre de 1890, en Corinaldo, provincia de Ancona, Italia. Hija de Luigi Goretti y Assunta Carlini, tercera de siete hijos de una familia pobre de bienes terrenales pero rica en fe y virtudes, cultivadas por medio de la oración en común, rosario todos los días y los domingos Misa y sagrada Comunión. Al día siguiente de su nacimiento fue bautizada y consagrada a la Virgen. A los seis años recibirá el sacramento de la Confirmación.
Después del nacimiento de su cuarto hijo, Luigi Goretti, por la dura crisis económica por la que atravesaba, decidió emigrar con su familia a las grandes llanuras de los campos romanos, todavía insalubres en aquella época. Se instaló en Ferriere di Conca, poniéndose al servicio del conde Mazzoleni, es aquí donde María muestra claramente una inteligencia y una madurez precoces, donde no existía ninguna pizca de capricho, ni de desobediencia, ni de mentira.
Es realmente el ángel de la familia. Tras un año de trabajo agotador, Luigi contrajo una enfermedad fulminante, el paludismo, que lo llevó a la muerte después de padecer diez días. Como consecuencia de la muerte de Luigi, Assunta tuvo que trabajar dejando la casa a cargo de los hermanos mayores. María lloraba a menudo la muerte de su padre, y aprovecha cualquier ocasión para arrodillarse delante de su tumba, para elevar a Dios sus plegarias para que su padre goce de la gloria divina. Junto a la labor de cuidar de sus hermanos menores, María seguía rezando y asistiendo a sus cursos de catecismo. Posteriormente, su madre contará que el rosario le resultaba necesario y, de hecho, lo llevaba siempre enrollado alrededor de la muñeca. Así como la contemplación del crucifijo, que fue para María una fuente donde se nutría de un intenso amor a Dios y de un profundo horror por el pecado. María desde muy chica anhelaba recibir la Sagrada Eucaristía. Según era costumbre en la época, debía esperar hasta los once años, pero un día le preguntó a su madre: -Mamá, ¿cuándo tomaré la Comunión?. Quiero a Jesús. -¿Cómo vas a tomarla, si no te sabes el catecismo? Además, no sabes leer, no tenemos dinero para comprarte el vestido, los zapatos y el velo, y no tenemos ni un momento libre. -¡Pues nunca podré tomar la Comunión, mamá! ¡Y yo no puedo estar sin Jesús! -Y, ¿qué quieres que haga? No puedo dejar que vayas a comulgar como una pequeña ignorante.
Ante estas condiciones, María se comenzó a preparar con la ayuda de una persona del lugar, y todo el pueblo la ayuda proporcionándole ropa de comunión. De esta manera, recibió la Eucaristía el 29 de mayo de 1902. La comunión constante acrecienta en ella el amor por la pureza y la anima a tomar la resolución de conservar esa angélica virtud a toda costa. Un día, tras haber oído un intercambio de frases deshonestas entre un muchacho y una de sus compañeras, le dice con indignación a su madre: -Mamá, iqué mal habla esa niña!
-Procura no tomar parte nunca en esas conversaciones. -No quiero ni pensarlo, mamá; antes que hacerlo, preferiría...Y la palabra morir queda entre sus labios. Un mes después, sucedería lo que ella sentenció.
Al entrar al servicio del conde Mazzoleni, Luigi Goretti se había asociado con Giovanni Serenelli y su hijo Alessandro. Las dos familias viven en apartamentos separados, pero la cocina es común. Luigi se arrepintió enseguida de aquella unión con Giovanni Serenelli, persona muy diferente de los suyos, bebedor y carente de discreción en sus palabras. Después de la muerte de Luigi, Assunta y sus hijos habían caído bajo el yugo despótico de los Serenelli, María, que ha comprendido la situación, se esfuerza por apoyar a su madre: -Ánimo, mamá, no tengas miedo, que ya nos hacemos mayores. Basta con que el Señor nos conceda salud. La Providencia nos ayudará. ¡Lucharemos y seguiremos luchando! Desde la muerte de su marido, Assunta siempre estuvó en el campo y ni siquiera tiene tiempo de ocuparse de la casa, ni de la instrucción religiosa de los más pequeños.
María se encarga de todo, en la medida de lo posible. Durante las comidas, no se sienta a la mesa hasta que no ha servido a todos, y para ella sirve las sobras. Su obsequiosidad se extiende igualmente a los Serenelli. Por su parte, Giovanni, cuya esposa había fallecido en el hospital psiquiátrico de Ancona, no se preocupa para nada de su hijo Alessandro, joven robusto de diecinueve años, grosero y vicioso, al que le gusta empapelar su habitación con imágenes obscenas y leer libros indecentes. En su lecho de muerte, Luigi Goretti había presentido el peligro que la compañía de los Serenelli representaba para sus hijos, y había repetido sin cesar a su esposa: -Assunta, regresa a Corinaldo! Por desgracia Assunta está endeudada y comprometida por un contrato de arrendamiento. Después de tener mayor contacto con la familia Goretti, Alessandro comenzó a hacer proposiciones deshonestas a la inocente María, que en un principio no comprende. Más tarde, al adivinar las intenciones perversas del muchacho, la joven está sobre aviso y rechaza la adulación y las amenazas. Suplica a su madre que no la deje sola en casa, pero no se atreve a explicarle claramente las causas de su pánico, pues Alessandro la ha amenazado: -Si le cuentas algo a tu madre, te mato. Su único recurso es la oración. La víspera de su muerte, María pide de nuevo llorando a su madre que no la deje sola, pero, al no recibir más explicaciones, ésta lo considera un capricho y no concede ninguna importancia a aquella reiterada súplica. El 5 de julio, a unos cuarenta metros de la casa, están trillando las habas en la tierra. Alessandro lleva un carro arrastrado por bueyes. Lo hace girar una y otra vez sobre las habas extendidas en el suelo. Hacia las tres de la tarde, en el momento en que María se encuentra sola en casa, Alessandro dice: -"Assunta, ¿quiere hacer el favor de llevar un momento los bueyes por mí?" Sin sospechar nada, la mujer lo hace. María, sentada en el umbral de la cocina, remienda una camisa que Alessandro le ha entregado después de comer, mientras vigila a su hermanita Teresina, que duerme a su lado. -"¡María!, grita Alessandro. -¿Qué quieres? -Quiero que me sigas. -¿Para qué? -¡sígueme! -Si no me dices lo que quieres, no te sigo". Ante semejante resistencia, el muchacho la agarra violentamente del brazo y la arrastra hasta la cocina, atrancando la puerta.
La niña grita, pero el ruido no llega hasta el exterior. Al no conseguir que la víctima se someta, Alessandro la amordaza y esgrime un puñal. María se pone a temblar pero no sucumbe. Furioso, el joven intenta con violencia arrancarle la ropa, pero María se deshace de la mordaza y grita: -No hagas eso, que es pecado... Irás al infierno. Poco cuidadoso del juicio de Dios, el desgraciado levanta el arma: -Si no te dejas, te mato. Ante aquella resistencia, la atraviesa a cuchilladas. La niña se pone a gritar: -¡Dios mío! ¡Mamá!, y cae al suelo. Creyéndola muerta, el asesino tira el cuchillo y abre la puerta para huir, pero, al oírla gemir de nuevo, vuelve sobre sus pasos, recoge el arma y la traspasa otra vez de parte a parte; después, sube a encerrarse a su habitación. María recibió catorce heridas graves y quedó inconsciente. Al recobrar el conocimiento, llama al señor Serenelli: -¡Giovanni! Alessandro me ha matado... Venga. Casi al mismo tiempo, despertada por el ruido, Teresina lanza un grito estridente, que su madre oye. Asustada, le dice a su hijo Mariano: -Corre a buscar a María; dile que Teresina la llama.
En aquel momento, Giovanni Serenelli sube las escaleras y, al ver el horrible espectáculo que se presenta ante sus ojos, exclama: -¡Assunta, y tú también, Mario, venid! . Mario Cimarelli, un jornalero de la granja, trepa por la escalera a toda prisa.
La madre llega también: -¡Mamá!, gime María. -¡Es Alessandro, que quería hacerme daño! Llaman al médico ya los guardias, que llegan a tiempo para impedir que los vecinos, muy excitados, den muerte a Alessandro en el acto. Al llegar al hospital, los médicos se sorprendieron de que la niña todavía no haya sucumbido a sus heridas, pues ha sido alcanzado el pericardio, el corazón, el pulmón izquierdo, el diafragma y el intestino. Al diagnosticar que no tiene cura, llamaron al capellán. María se confiesa con toda claridad. Luego, durante dos horas, los médicos la cuidaron sin dormirla.
María no se lamenta, y no deja de rezar y de ofrecer sus sufrimientos a la santísima Virgen, Madre de los Dolores. Su madre consiguió que le permitan permanecer a la cabecera de la cama. María aún tiene fuerzas para consolarla: -Mamá, querida mamá, ahora estoy bien... ¿Cómo están mis hermanos y hermanas? En un momento, María le dice a su mamá: -Mamá, dame una gota de agua. -Mi pobre María, el médico no quiere, porque sería peor para ti. Extrañada, María sigue diciendo: -¿Cómo es posible que no pueda beber ni una gota de agua? Luego, dirige la mirada sobre Jesús crucificado, que también había dicho ¡Tengo sed!, y entendió. El sacerdote también está a su lado, asistiéndola paternalmente. En el momento de darle la Sagrada Comunión, le preguntó: -María, ¿perdonas de todo corazón a tu asesino? Ella le respondió: -Sí, lo perdono por el amor de Jesús, y quiero que él también venga conmigo al paraíso. Quiero que esté a mi lado... Que Dios lo perdone, porque yo ya lo he perdonado. Pasando por momentos análogos por los que pasó el Señor Jesús en la Cruz, María recibió la Eucaristía y la Extremaunción, serena, tranquila, humilde en el heroísmo de su victoria. Después de breves momentos, se le escucha decir: "Papá". Finalmente, María entra en la gloria inmensa de la Comunión con Dios Amor. Es el día 6 de julio de 1902, a las tres de la tarde. En el juicio, Alessandro, aconsejado por su abogado, confesó: -"Me gustaba. La provoqué dos veces al mal, pero no pude conseguir nada. Despechado, preparé el puñal que debía utilizar". Por ello, fue condenado a 30 años de trabajos forzados. Aparentaba no sentir ningún remordimiento del crimen tanto así que a veces se le escuchaba gritar: -"¡Anímate, Serenelli, dentro de veintinueve años y seis meses serás un burgués!".
Sin embargo, unos años más tarde, Mons. Blandini, Obispo de la diócesis donde está la prisión, decide visitar al asesino para encaminarlo al arrepentimiento."Está perdiendo el tiempo, monseñor -afirma el carcelero-, ¡es un duro!" Alessandro recibió al obispo refunfuñando, pero ante el recuerdo de María, de su heroico perdón, de la bondad y de la misericordia infinitas de Dios, se deja alcanzar por la gracia. Después de salir el Prelado, llora en la soledad de la celda, ante la estupefacción de los carceleros. Después de tener un sueño donde se le apareció María, vestida de blanco en los jardines del paraíso, Alessandro, muy cuestionado, escribió a Mons. Blandino: "Lamento sobre todo el crimen que cometí porque soy consciente de haberle quitado la vida a una pobre niña inocente que, hasta el último momento, quiso salvar su honor, sacrificándose antes que ceder a mi criminal voluntad. Pido perdón a Dios públicamente, y a la pobre familia, por el enorme crimen que cometí. Confío obtener también yo el perdón, como tantos otros en la tierra". Su sincero arrepentimiento y su buena conducta en el penal le devuelven la libertad cuatro años antes de la expiración de la pena. Después, ocupará el puesto de hortelano en un convento de capuchinos, mostrando una conducta ejemplar, y será admitido en la orden tercera de san Francisco. Gracias a su buena disposición, Alessandro fue llamado como testigo en el proceso de beatificación de María. Resultó algo muy delicado y penoso para él, pero confesó: "Debo reparación, y debo hacer todo lo que esté en mi mano para su glorificación. Toda la culpa es mía. Me dejé llevar por la brutal pasión. Ella es una santa, una verdadera mártir. Es una de las primeras en el paraíso, después de lo que tuvo que sufrir por mi causa". En la Navidad de 1937, Alessandro se dirigió a Corinaldo, lugar donde Assunta Goretti se había retirado con sus hijos. Lo hace simplemente para hacer reparación y pedir perdón a la madre de su víctima. Nada más llegar ante ella, le pregunta llorando. -"Assunta, ¿puede perdonarme? -Si María te perdonó -balbucea-, ¿cómo no voy a perdonarte yo?" El mismo día de Navidad, los habitantes de Corinaldo se ven sorprendidos y emocionados al ver aproximarse a la mesa de la Eucaristía, uno junto a otro, a Alessandro y Assunta.
Oremos
Señor Dios, que eres fuerza de las almas inocentes y te complaces en los corazones limpios, tú que otorgaste a Santa María Goretti la palma del martirio en la edad juvenil, concédenos, por su intercesión, la constancia en tus mandamientos, así como a esta virgen le diste la victoria en el combate. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Decimocuarto domingo -
Za 9, 9-10; Rm 8, 9.11-13; Mt 11,25-30
1 – Jesús en los evangelios, nos habla a menudo del Padre, de cómo cumplir su voluntad, de su misión y de muchas otras cosas. Pero nos habla muy poco de su propia persona. Hoy, en cambio, es de las pocas veces que se propone él mismo como modelo y que nos pide explícitamente que la imitemos: "Hágase discípulos míos que soy manso y humilde de corazón".
"Hágase mis discípulos", es decir, tomarme por el-Maestro, imitadme. Y en qué quiere que le imitemos?
Pues a ser "benévolos y humildes de corazón". Esto nos hace ver que esta actitud es esencial para ser discípulo de Jesús. Debemos querer ser benévolos y humildes de corazón.
2 - Pero hay que reconocer que a menudo interpretamos mal eso de ser benévolos y humildes. Muchos lo consideran como un signo de debilidad, de falta de personalidad, de personas resignadas y pasivas, de poco empuje, sin pasiones ni emociones. Pero esto no es cierto. La bondad, la humildad, es algo muy diferente de todo esto. Tomemos un ejemplo conocido que es muy ilustrativo: Moisés. Todos sabemos que Moisés inauguró su carrera pública con un homicidio: en presenciar una injusticia, la sangre le subió a la cabeza y mató aquel egipcio. Esto demuestra que tenía un temperamento violento, apasionado, agresivo.
Y sin embargo, al cabo de un tiempo, la Bíblica define Moisés diciendo que "era el hombre más humilde de toda la tierra" (Números 12,3). El contacto con el Señor lo había cambiado.
Por tanto, la bondad, la humildad, no es un punto de partida. No es una cuestión genética, como si ya se naciera. Es más bien el final de un largo proceso. Se llega a través de un trabajo duro y paciente contra nuestras propias tendencias negativas.
Por ello, para adquirirla, hace falta mucha fuerza, hay que ser muy valiente. La humildad no es pasividad, sino fruto de una gran victoria sobre uno mismo. No es extraño que Jesús haya formulado aquella bienaventuranza: "Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra" Mt 5,5.
Me esfuerzo por ser manso y humilde de corazón? Si no fuera así, no sería discípulo de Cristo.
3 - En este evangelio hay también otra invitación de Jesús. Nos dice: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré". Realmente lo necesitamos, porque la vida, con su ritmo, va erosionando nuestras fuerzas y nuestra esperanza. Y entonces empezamos a dudar de la cercanía de Dios y, incluso, del amor que nos tiene.
Jesús, conocedor de nuestras rupturas interiores, nos ofrece a todos la posibilidad de recuperar la paz del corazón y la confianza.
Sólo nos pone una condición: que aceptemos su yugo. Esto que, de momento, puede parecer un peso, en realidad es fuente de paz porque, si cumplimos la voluntad de Dios, su Espíritu habitará en nosotros. Lo hemos escuchado en la segunda lectura.
Y con la luz y la fuerza de este Espíritu, nos damos cuenta que las dificultades de la vida son más bien posibilidades de crecimiento. Y entonces, pase lo que pase, no nos hundiremos.
El Señor no nos sacará las cargas, ciertamente, pero nos las hará más ligeras. Porque el Espíritu que llevamos dentro es como una fuerza ascensional "que hace más ligero el peso:" Mi yugo es suave y mi carga ligera ". Nos lo creemos eso?
4 - Es claro que, para captar eso, debemos ser sencillos, porque, de lo contrario, no lo entenderemos. Nos lo advierte Jesús: "Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y la tierra, porque has revelado a la gente sencilla que ha ocultado a los sabios y entendidos".
Los sencillos no son los tontos, los que "están en la luna", sino aquellos que saben captar las cosas de Dios. Es decir, los que necesitan a Dios, los que saben escucharlo, los que saben admirarse y sorprenderse por sus obras y maravillas, los que se dejan llenar de su felicidad.
Tenemos un buen ejemplo de persona sencilla en la Virgen María. Ella expresa perfectamente este espíritu en el canto del Magnificat. Nos esforzamos para imitarla?
5 - Y digamos, para terminar, que si fuéramos más sencillos y humildes de corazón, tendríamos más armonía interior, una mejor relación con los demás y una fe más estimulante. Es decir, seríamos más felices y no crearíamos tantos conflictos en nuestro entorno. Ojalá nos esforzamos por ser así.
Para tener el mismo latido del corazón de Cristo
Acabamos de celebrar la fiesta del Sagrado Corazón. Siempre he vivido esta fiesta con una especial profundidad, quizá porque en mi casa siempre hubo una imagen del Sagrado Corazón a la que siempre nos remitían y nos decían que había que tener ese mismo Corazón. Hoy doy gracias a Dios de aquella impronta que creó en mi vida esa enseñanza.
¡Qué profundidad y qué horizonte tan distinto adquiere la vida cristiana cuando descubrimos ese Corazón de Cristo en el Misterio de la Eucaristía, en la comunión real y verdadera con Jesucristo! ¡Qué bien se entienden y se viven esas expresiones de “un solo pan, un solo cuerpo” y “un solo corazón y una sola alma”! Sí, en esa comunión con Jesucristo el latido de nuestro corazón va al unísono con el de Jesucristo. Recibir la Eucaristía significa entrar en comunión profunda con Jesús.
Y, desde esa comunión, sabernos un solo cuerpo y, juntos todos y unidos al Señor, un solo corazón y una sola alma. Entrar en esa comunión es entrar en esa realidad que, con palabras de Jesús, cada cristiano quiere asumir en su vida, para que ésta tenga el significado y densidad propios de ella: “para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17, 21).
Hace muchos años leía en Miguel de Unamuno la descripción que hace de la última Cena. Él la describe como “cena nupcial” y me impresionó tal descripción. Habla de la cena de bodas entre el amor y la muerte o cena de despedida del que amó a los suyos hasta el extremo, respondiéndoles con un gesto de entrega cuando le traicionan y con un rito de vida cuando le asestan un golpe de muerte (cf. Miguel de Unamuno, El Cristo de Velázquez, Obras Completas, Madrid 1969. VI, 417-496). Además, el gesto último de Jesús va acompañado de un encargo esencial: “haced esto en memoria mía…, cada vez que comáis y bebáis de este cáliz anunciaréis mi muerte hasta que vuelva”. ¿No creéis que esto es lo más necesario en nuestro mundo, responder como Jesús con un gesto de amor hasta el extremo, que lo es de entrega y de vida? ¿Dónde aprendemos a vivir ese gesto de entrega y de vida? Ciertamente, cuando nos sumergimos en el Misterio de la Eucaristía.
La unidad, la comunión y la entrega del Amor de Dios a los hombres nacen en el encuentro con Cristo. Como Iglesia que somos de Jesucristo, estamos en el mundo para mantener con fuerza y bien en alto la memoria viva de Jesús. Hay que dar cumplimento al encargo recibido de Él: “haced esto”. Pero surge necesariamente una pregunta ante el mandato del Señor de “haced esto”: ¿Qué memoria hemos de hacer y cómo lo haremos? Naturalmente que se trata de hacer memoria de Él, de su rostro, de su persona. Encontrarnos con Él, vivir en su presencia y desde su presencia, desde su aliento y desde su amor. Hay que hacer memoria de su amor, de ese amor que le impulsó desde el inicio mismo de su predicación a vivir con todos su amor y su perdón, su cercanía, su solidaridad, su obediencia fiel y hasta las últimas consecuencias. ¿Qué tenemos que hacer nosotros? Repetir esto, es decir, hacer memoria de Él, de su persona y, como consecuencia, de sus acciones y comportamientos, de su manera existencial de vivir y de sus planteamientos. Contemplar el Sagrado Corazón de Jesús nos lleva a vivir en la necesidad de un encuentro con Él, de una comunión viva con Él. Por eso, la Eucaristía es síntesis de su existencia y también, por decirlo de alguna manera, síntesis de la existencia de la Iglesia, o mejor, cifra verdadera e identidad auténtica de la misión de la Iglesia.
La Eucaristía es sacramento permanente donde Cristo está realmente presente, es sacramento de unidad y sacramento de Amor entre los hermanos. Es cierto que en todas partes podemos reavivar nuestro contacto con el Señor, pero la fe nos asegura que el Dios con nosotros, el Emmanuel, se quedó bajo las especies sacramentales de pan y de vino en la Eucaristía. Ahí está Dios; ahí vive Dios; ahí se perpetúa la entrega y el amor de Jesucristo, el amor redentor hacia los hombres. En la Eucaristía toda la creación, la historia y los hombres vivos se hacen oferentemente presentes a Dios. En la Eucaristía llegamos a ser en presencia de Dios, nos dejamos transir por su vida, entramos en comunión con el Cuerpo y Sangre de Cristo y, así, llegamos a alcanzar nuestro verdadero cuerpo y nuestra personalidad eternizada. En la Eucaristía alcanzamos la salud, como es tener la verdadera relación sanante y sanadora. En la comunión con Jesucristo tenemos su mismísimo misterio relacional: relación con la naturaleza, relación con el prójimo, relación con la historia y relación con el Misterio de amor y de gracia que es Dios. En la Eucaristía nuestro corazón late al unísono con el de Jesucristo. ¡Qué maravillosa resulta la contemplación de la Eucaristía desde la perspectiva del gesto supremo de Jesús en la última cena! Él, en un gesto supremo de su libertad, vivida como donación y no como reserva de su existencia o de distanciamiento de los hombres, invierte la traición y el abandono en un signo de solidaridad y acompañamiento. Precisamente por eso, anticipa el amor y la generosidad con que se va a ofrecer a Dios por todos los hombres. En esta entrega y reparto de su vida por todos, “esto es mi cuerpo; esta es mi sangre por vosotros y por muchos”, está la estructura constituyente de la Eucaristía y se establecen las leyes para la celebración de la Eucaristía y de la presencia de la Iglesia en el mundo. La Iglesia nació en el momento en que el Amor fue más fuerte y más grande que la muerte, haciendo que apareciese el hombre nuevo.
Y así, la Iglesia tiene a la Eucaristía como manantial y fuente de su nacimiento. Al celebrar la Eucaristía, la Iglesia se reconoce a sí misma pues, naciendo de la vida de Jesús y siendo enviada al mundo para que entregue esa vida misma de Jesús a todos los hombres, viviendo como un solo cuerpo y siendo un solo corazón y una sola alma, encuentra la hondura de su misión.
La Iglesia que nace de la comunión con Cristo hasta el límite, al comulgar todos en su Cuerpo entregado y en su Sangre derramada, se ve inducida a una comunión universal.
De tal manera que el cristianismo, por la Eucaristía, introduce e induce a una subversión, pues todo queda relativizado frente a la persona, todo está subordinado a la persona que se interpreta a sí misma y conoce su destino a la luz de la existencia humana de Jesucristo.
Quien celebra la Eucaristía no puede dejar de percibir el imperativo sagrado de la comunión y, por tanto, de la unidad y del amor.
La Eucaristía es escuela auténtica y única de humanidad verdadera. Y es que Cristo revela plenamente el hombre al hombre.
Quien participa en la Eucaristía aprende a encontrarse plenamente en la entrega sincera de sí mismo, en la comunión con Dios y con los demás que son sus hermanos.
La Eucaristía nos llena del Amor de Dios, que nos hace tener los mismos sentimientos de Cristo, nos hace vivir no en el distanciamiento sino en el apoyo al otro y ordenando la vida a favor del otro, nos hace ser solidarios, serviciales y entregados, nos hace vivir el compromiso con los demás. La celebración de la Eucaristía nos hace ser creativos en la caridad, que es el Amor de Cristo y, así, regalarlo.
Francisco, durante el Angelus
Anima a vencer la “indiferencia” que nos impide ser hermanos de nuestro prójimo
Francisco vuelve a denunciar “el peso de un sistema económico que explota al hombre”
“Las palabras de Jesús dan siempre esperanza”, recuerda Bergoglio en el Angelus
¡Cuánto mal hace a los necesitados la indiferencia humana! Y peor todavía la de los cristianos
(Jesús Bastante).- Tras su impactante viaje a Molise, Francisco volvió a acudir a su cita dominical con miles de fieles en la plaza de San Pedro. En un nuevo y multitudinario Angelus, Bergoglio volvió a denunciar "elpeso de un sistema económico que explota al hombre, que le impone un yugo insoportable que los pocos privilegiados no quieren llevar".
Al tiempo, invitó a que seamos capaces devencer "la indiferencia", que nos impide ser hermanos de nuestro prójimo. "Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré", dice el Evangelio de hoy. "Cuando Jesús decía esto, tiene delante de sus ojos las personas que ve cada día por los caminos de Galilea. Mucha gente sencilla, pobre, enferma, pecadores y marginados. Estas gentes siempre lo han seguido para escuchar su palabra, una palabra que da esperanza. Las palabras de Jesús dan siempre esperanza", recordó Francisco.
"Jesús buscaba estas multitudes cansadas y extenuadas, como ovejas sin pastor. Y las buscaba para anunciarles el Reino de Dios, y para curar a muchos en el cuerpo y el espíritu", y les prometía "alivio y nuevas fuerzas".Una invitación "que sigue viva en nuestros días", para que llegue "a muchos hermanos oprimidos por las condiciones de vida precarias, por situaciones existenciales difíciles, y a veces faltos de puntos de referencia válidos"."En los países más pobres, y también en las periferias de los países ricos, se encuentranpersonas cansadas, extenuadas bajo el peso del abandono y la indiferencia. ¡Cuánto mal hace a los necesitados la indiferencia humana! Y peor todavía la de los cristianos", denunció Francisco.
En su alocución, el Papa recordó cómo "en los márgenes de la sociedad son muchos los jóvenes y personas que sufren la indigencia, pero también por las frustraciones", muchos de ellos "obligados a emigrar de su patria, poniendo en riesgo la propia vida. Muchos más llevan cada día el peso de un sistema económico que explota al hombre, que le impone un yugo insoportable que los pocos privilegiados no quieren llevar"."A cada uno de estos hijos del Padre, Jesús repite: Venid a mí todos vosotros. Pero también lo dice a aquellos que poseen todo, pero su corazón está vacío. Corazón vacío y sin dios. También a ellos les dirige esta invitación", añadió el Pontífice.
"La invitación de Jesús es para todos, pero de manera especial para aquellos que sufren más. Jesús promete aliviar a todos, pero también les invita, como un mandamiento: cargad con mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón".
¿En qué consiste este yugo? "En cargar con el peso de los otros con amor fraterno. Una vez recibido el alivio de Cristo estamos llamados a convertirnos en alivio para nuestros hermanos, con una actitud humilde y mansa. La mansedumbre y la humildad del corazón nos ayudan no sólo a hacernos cargo del peso de los otros, sino a no mirarlos ocn nuestros juicios, críticas o nuestra indiferencia".
Tras el Angelus, el Papa saludó a todos, "romanos y peregrinos", y recordó que "no os olvidéis de rezar por mí, yo también lo hago por vosotros".
CUARENTA AÑOS DE SERVIR AL PUEBLO DE DIOS LLEGANDO A MUCHOS CORAZONES QUE SINTIERON EL AMOR Y LA GRACIA QUE INUNDABAN SUS VIDAS Y LAS DE SUS FAMILIAS.
DE UN MODO ESPECIAL A TODOS LOS ENFERMOS QUE RECIBIERON LOS SACRAMENTOS.
LES DOY GRACIAS AL SEÑOR POR CADA EUCARISTIA CELEBRADA CON LOS HERMANOS EN
PLENA COMUNION CON LA IGLESIA EN COMUNIDAD DE JESUS Y POR EL DON DE PAX HD.
MUCHAS GRACIAS POR SU CARIÑO Y BONDAD Y LA AYUDA GENEROSA PARA ARMAR PAX.
MUCHAS GRACIAS A CADA CORAZON. P. Roberto +