"Yo soy el pan de la vida"
- 02 Agosto 2015
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- 02 Agosto 2015
Papa Francisco: La Eucaristía es el regalo más grande que satisface el alma y el cuerpo
¡Necesitamos tanto de la presencia de Dios en nuestra vida diaria!
Aleteia
En este domingo, queremos continuar leyendo el capítulo sexto del Evangelio de Juan. Después de la multiplicación de los panes, las personas llegaron a buscar a Jesús y finalmente lo encontraron en Cafarnaún.
Él entiende la razón de tal entusiasmo en seguirlo y revela con claridad: "me buscáis no porque vieron señales, sino porque comieron de los panes y se llenaron" (Jn 6, 26).
De hecho, esos seguidores que con el pan el día anterior habían apaciguado su hambre; no comprendían que aquel pan roto para muchos, era la expresión del amor de Jesús. Dio más valor a ese pan que su donante. Frente a esta ceguera espiritual, Jesús destaca la necesidad de ir más allá de la satisfacción inmediata de sus necesidades materiales.
Jesús llama a abrirse a una perspectiva que no es sólo de las preocupaciones de comer, vestirse, del éxito, de la carrera. Jesús habla de un alimento que no es corruptible. Él exhorta: "Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a éste señaló Dios el Padre” (v. 27).
Con estas palabras, quiere que comprendamos que, además de hambre física el hombre tiene otra, más importante que el hambre, que no puede ser satisfecho con una comida ordinaria. El hambre de vida, hambre de eternidad que sólo Él puede satisfacer, ya que es «el pan de vida» (v. 35).
Jesús no eliminan la preocupación y la búsqueda de alimento diario. Jesús nos recuerda que el verdadero significado de nuestro suelo de existencia en la eternidad, y que la historia humana con sus sufrimientos y alegrías debe ser considerada en un horizonte de eternidad.
Él, la vida del pan que viene del cielo, se nos presenta como un verdadero sentido de la existencia humana. ¿Y como Jesús es el sentido de la existencia humana? Él mismo explica: "yo soy el pan de vida; El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed.» (v. 35).
La Eucaristía es el regalo más grande que satisface el alma y el cuerpo. Conocer y saludar a Jesús en nosotros, «pan de vida», le da significado y esperanza al tortuoso camino de la vida. Pero este «pan de vida» es dado a nosotros para que podamos satisfacer nuestra hambre espiritual y material de los hermanos, proclamando el Evangelio por todas partes, incluso en las afueras de la existencia.
Mediante el testimonio de nuestra actitud fraternal y solidaria hacia los demás, hacen a Cristo y su amor presente entre los hombres. ¡Necesitamos tanto de la presencia de Dios en nuestra vida diaria!
En los días de trabajo y preocupaciones, como en los de descanso y vacaciones, el Señor nos invita a que no hay que olvidar que, si es correcto preocuparse del pan material para reforzar las fuerzas, incluso más necesario es fortalecer nuestra fe en él, «pan de vida», que satisface nuestro deseo de verdad, justicia y consuelo.
La Santísima Virgen nos apoya en el seguimiento de su hijo Jesús, el «pan verdadero», que es incorruptible y que perdura hasta la vida eterna.
Evangelio según San Juan 6,24-35.
Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús.
Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo llegaste?".
Jesús les respondió: "Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse.
Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello".
Ellos le preguntaron: "¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?".
Jesús les respondió: "La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado".
Y volvieron a preguntarle: "¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas?
Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del cielo".
Jesús respondió: "Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo".
Ellos le dijeron: "Señor, danos siempre de ese pan".
Jesús les respondió: "Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed.
"Yo soy el pan de la vida"
La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia. Ésta experimenta con alegría cómo se realiza continuamente, en múltiples formas, la promesa del Señor: « He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo » (Mt 28, 20); en la sagrada Eucaristía, por la transformación del pan y el vino en el cuerpo y en la sangre del Señor, se alegra de esta presencia con una intensidad única. Desde que, en Pentecostés, la Iglesia, Pueblo de la Nueva Alianza, ha empezado su peregrinación hacia la patria celeste, este divino Sacramento ha marcado sus días, llenándolos de confiada esperanza.
Con razón ha proclamado el Concilio Vaticano II que el Sacrificio eucarístico es «fuente y cima de toda la vida cristiana».(LG.11) «La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo ».(PO5) Por tanto la mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el Sacramento del altar, en el cual descubre la plena manifestación de su inmenso amor.
Del santo Evangelio según san Juan 6, 24-35
Oración introductoria
Señor, ¡dame siempre de tu pan! De ese pan Eucaristía que diviniza mi humanidad. De ese pan de tu Palabra que me muestra el camino que hay que recorrer, con sus luces y sombras. Y en este momento, de ese pan de la oración que fortalece mi espíritu, por eso te pido que ilumines esta oración para llenarme de Ti y poder, así, llevarte a los demás.
Petición
Señor, no permitas que busque señales sino que siempre confíe en tu amor.
Meditación del Papa Benedicto XVI
"Que creáis en el que Él ha enviado…Este es el Misterio de la fe". Con esta expresión, pronunciada inmediatamente después de las palabras de la consagración, el sacerdote proclama el misterio celebrado y manifiesta su admiración ante la conversión sustancial del pan y el vino en el cuerpo y la sangre del Señor Jesús, una realidad que supera toda comprensión humana. En efecto, la Eucaristía es “misterio de la fe” por excelencia: "es el compendio y la suma de nuestra fe". La fe de la Iglesia es esencialmente fe eucarística y se alimenta de modo particular en la mesa de la Eucaristía. La fe y los sacramentos son dos aspectos complementarios de la vida eclesial. La fe que suscita el anuncio de la Palabra de Dios se alimenta y crece en el encuentro de gracia con el Señor resucitado que se produce en los sacramentos: "La fe se expresa en el rito y el rito refuerza y fortalece la fe". Por eso, el Sacramento del altar está siempre en el centro de la vida eclesial; "gracias a la Eucaristía, la Iglesia renace siempre de nuevo". Cuanto más viva es la fe eucarística en el Pueblo de Dios, tanto más profunda es su participación en la vida eclesial a través de la adhesión consciente a la misión que Cristo ha confiado a sus discípulos. Benedicto XVI, Exhortación apostólica Sacramentum caritatis, n. 6.
Reflexión
Después de la multiplicación de los panes, san Juan nos presenta el discurso eucarístico.
Juan nos narra el milagro de los panes en función de la Eucaristía y lo coloca precisamente antes del sermón eucarístico de Jesús. Es posible que históricamente así haya ocurrido porque Juan se preocupa más por la cronología de los hechos, pero los otros evangelios no lo refieren. Mateo y Marcos nos ofrecen esta narración dentro del ministerio público de nuestro Señor: Jesús es visto como el gran Maestro y taumaturgo, entregado en cuerpo y alma a la predicación del Reino; y, en consecuencia, se dedica a curar a numerosos enfermos de todos los males de los que padecían. Pero no sólo. Jesús es el Hijo de Dios a quien todo le está sometido, aun las fuerzas de la naturaleza, y se muestra como el señor absoluto de la materia. Además, es el Mesías anunciado por los profetas, descrito como el buen Pastor del pueblo elegido. Es manso y misericordioso, y siente ternura y compasión por todas esas gentes "porque andaban como ovejas sin pastor". La multiplicación de los panes es, pues, una respuesta a esas necesidades de la multitud, una manifestación de la infinita caridad y compasión de Jesús. Pero Juan nos presenta el milagro a la luz de la Eucaristía, de la que ahora nos va a hablar el Señor con tonos sublimes e impresionantes.
La muchedumbre sigue entusiasmada a Jesús. Pero El se da cuenta de que esa búsqueda no es totalmente desinteresada. "Me buscáis –les dice con toda claridad– no porque habéis visto signos, sino porque habéis comido pan hasta saciaros". O sea, que lo buscan no porque creen de verdad en El, sino por conveniencia personal; más por lo que esperan recibir que por la Persona misma de nuestro Señor. ¡Cuántas amistades humanas se fundan precisamente en intereses materiales y en cálculos egoístas! Diría yo que casi infinitas.... Como aquel rey persa que cruzaba el desierto, con sus camellos cargados de joyas y de diamantes.... ¿Recuerdas en qué acaba la historia? Pues sí, aquel ministro fiel, que prefirió seguir a su rey en vez de quedarse con los tesoros, afirmó: "Me importa más mi rey que todas las perlas de mi rey". ¡Qué pocos son este tipo de hombres!
Pero, volviendo al evangelio, Jesús, en todo el discurso que viene a continuación, con un esfuerzo colosal de paciencia, va a tratar de "elevar" a esa gente a un plano superior: les va a hablar de otro pan muy distinto al que han comido, del "pan que no perece, sino que perdura, que baja del cielo y da la vida eterna".
Al multiplicar los panes, Jesús les quiere hacer ver que El tiene el poder para saciar su hambre; pero habla del hambre que anida en lo más profundo del corazón humano. Y con este milagro nos ofrece un “signo” para que creamos en El. Juan, en su evangelio, habla más de "signos" que de milagros, porque las obras de Cristo son, precisamente, "signos" para suscitar la fe de sus oyentes. Y es necesario querer creer para poder creer. Por eso, les dice a los que lo buscan: "Esta es la obra que Dios quiere: que creáis en aquel que El ha enviado". Es la primera condición para poder buscarlo y seguirlo, porque bien sabe lo que va a decirles a continuación. Y sólo si tienen FE, van a escuchar y acoger sus palabras, pues van a ser palabras muy fuertes... Y sin fe, seguro que se van a escandalizar; como, de hecho, sucedió a muchos de esos judíos.
Sólo con una fe auténtica, profunda y sincera podemos acercarnos a este misterio sacrosanto de la Eucaristía. De lo contrario, nos sucederá lo que casi siempre nos ocurre: que no nos damos cuenta del misterio que celebramos, ante quién estamos o qué es lo que sucede allí en el altar... Tristemente, somos a veces tan superficiales y nos hemos acostumbrado a fuerza de rutina, que ya no nos dice cada nada la presencia de Jesús en el Sagrario o en la Santa Misa... ¡y el que está allí es Dios mismo! "Si nos acercáramos con fe a la Eucaristía –afirmaba santa Teresa– estoy segura de que obtendríamos milagros".
Concluyo con un breve recuerdo: en una ocasión en que fui de misiones a la sierra de Puebla, me decía una señora protestante: "Si yo creyera que Jesús está de verdad en la Eucaristía, nadie sería capaz de moverme del Sagrario". Y tú y yo, querido amigo, ¿lo creemos de verdad?
Propósito
Motivado por el amor a Cristo, revisar mi vida sacramental y poner medios concretos para mejorar mi participación en la Eucaristía.
Diálogo con Cristo
Perdona, Señor, mi ingratitud. En mi necedad me limito a pedirte cosas pasajeras, alimento que me satisface hoy pero no es suficiente para mañana, mientras que Tú me ofreces el alimento espiritual que auténticamente puede saciar mi hambre. Gracias, Señor, por tu Eucaristía, por el gran don de Ti mismo, gracias por esta gran prueba de tu amor. Quiero corresponderte siempre.
Nuestra Señora de los Ángeles
Patrona de Costa Rica, 2 de agosto
Fuente: Corazones.org
La ciudad de Cartago, como muchas otras en la época colonial, segregaba a los blancos de los indios y mestizos. A todo el que no fuera blanco puro se le había prohibido el acceso a la ciudad, donde una cruz de piedra señalaba la división y los límites.
Estamos en los alrededores del año 1635, en la sección llamada "Puebla de los Pardos" y Juana Pereira, una pobre mestiza, se ha levantado al amanecer para, como todos los días, buscar la leña que necesita. Es el 2 de agosto, fiesta de la Virgen de los Angeles, y la luz del alba que ilumina el sendero entre los árboles, le permite a la india descubrir una pequeña imagen de la Virgen, sencillamente tallada en una piedra oscura, visiblemente colocada sobre una gran roca en la vereda del camino. Con gran alegría Juana Pereira recogió aquel tesoro, sin imaginar que otras cinco veces más lo volvería a hallar en el mismo sitio, pues la imagen desaparecía de armarios, cofres, y hasta del sagrario parroquial, para regresar tenazmente a la roca donde había sido encontrada. Entonces todos entendieron que la Virgen quería tener allí un lugar de oración donde pudiera dar su amor a los humildes y los pobres.
La imagen, tallada en piedra del lugar, es muy pequeña, pues mide aproximadamente sólo tres pulgadas de longitud. Nuestra Señora de los Angeles lleva cargado a Jesús en el brazo izquierdo, en el que graciosamente recoge los pliegues del manto que la cubre desde la cabeza. Su rostro es redondeado y dulce, sus ojos son rasgados, como achinados, y su boca es delicada. Su color es plomizo con algunos destellos dorados como diminutas estrellas repartidas por toda la escultura.
La Virgen se presenta actualmente a la veneración de sus fieles en un hermoso ostensorio de nobles metales y piedras preciosas, en forma de resplandor que la rodea totalmente, aumentando visualmente su tamaño. De la base de esta "custodia" brota una flor de lis rematada por el ángel que sostiene la imagen de piedra. De esta sólo se ven los rostros de María y el Niño Jesús, pues un manto precioso la protege a la vez que la embellece.
La "Negrita" como la llama el cariño de los costarricenses, fue coronada solemnemente el 25 de abril de 1926. Nueve años más tarde, su Santidad Pío XI elevó el Santuario de la Reina de los Angeles a la dignidad de Basílica menor.
A Cartago llega un constante peregrinar de devotos que vienen a visitar a su Madre de los cielos; muchos entran de rodillas, como acto de humildad y de acción de gracias y luego van a orar ante la roca donde fue hallada la bendita imagen. Esta piedra se ha ido gastando por el roce de tantas manos que la acarician agradecidas mientras oran, dan gracias y piden alivio a su dolor, sus sufrimientos o sus necesidades. Debajo de esta piedra brota un manantial cuyas aguas recogen los que acuden en busca de la misericordia y la salud. El agua es signo del bautismo. No hay otra cosa que mas quiera la Virgen a que vivamos profundamente las gracias de nuestro bautismo.
SAN FRANCISCO Y LA PORCIUNCULA
Fiesta de Santa María de los Ángeles
Juan Pablo II en la reapertura de la Porciúncula
Por Jesús Marti Ballester
San Francisco de Asís pidió a Cristo, mediante la intercesión de la Reina de los Ángeles, el gran perdón o «indulgencia de la Porciúncula», confirmada por mi venerado predecesor el Papa Honorio III a partir del 2 de agosto de 1216. Desde entonces empezó la actividad misionera que llevo a Francisco y a sus frailes a algunos países musulmanes y a varias naciones de Europa. Allí por último, el Santo acogió cantando a <nuestra hermana la muerte corporal> (Cántico de las criaturas). De la experiencia del Poverello de Asís la iglesita de la Porciúncula conserva y difunde un mensaje y una gracia peculiares, que perduran todavía hoy y constituyen un fuerte llamamiento espiritual para cuantos se sienten atraídos por su ejemplo. A este propósito es significativo el testimonio de Simone Weil, hija de Israel fascinada por Cristo: <Mientras estaba sola en la capillita románica de Santa María de los Ángeles, incomparable milagro de pureza, donde san Francisco rezo tan a menudo, algo mas fuerte que yo me obligo, por primera vez en mi vida, a arrodillarme> (Autobiografía espiritual). La Porciúncula es uno de los lugares mas venerados del franciscanismo, no solo muy entrañable para la Orden de los Frailes Menores, sino también para todos los cristianos que allí, cautivados por la intensidad de las memorias históricas reciben luz y estimulo para una renovación de vida, con vistas a una fe mas enraizada y a un amor mas autentico. Por tanto, me complace subrayar el mensaje especifico que proviene de la Porciúncula y de la indulgencia vinculada a ella” Con estas palabras comenzaba el mensaje de Juan Pablo II en 1999, dirigido al Ministro General de la Orden Franciscana, en la reapertura de la Basílica y de la capilla de la Porciúncula.
¿Qué ocurrió en la Porciúncula?
Cuenta Dona Emilia de Pardo Bazan en su “Vida de San Francisco” que una noche, en el monte cercano a la Porciúncula, ardía Francisco de Asís en ansias de la salvación de las almas. Un ángel le ordeno bajar del monte a su Santa Maria de los Angeles. Allí vio a Jesucristo, a su Madre y a multitud de espíritus. Oyó la voz de Jesus: – Pues tantos son tus afanes por la salvación de las almas, pide, Francisco, pide. Francisco pidió una indulgencia plenaria, que se ganase con solo entrar confesado y contrito en aquella capilla de los Angeles.- Mucho pides, Francisco, pero accedo contento. Acude a mi Vicario, que confirme mi gracia. Al alba, tomo el camino de Perusa, acompañado de Maseo de Marignano. Estaba en Perusa el Papa Honorio III. – Padre Santo -dijo Francisco, en honor de Maria he reparado una iglesia; hoy vengo a solicitar para ella indulgencia. Dime cuantos anos e indulgencias pides.- Padre Santo -replico Francisco-, lo que pido no son anos, sino almas. No puede conceder esto la Iglesia -objeto el Papa.- Señor -replico Francisco-, no soy yo, sino Jesucristo, quien os lo ruega. En esta frase hubo tal calor, que ablando el animo de Honorio, moviendole a decir: – Me place, me place, me place otorgar lo que deseas. Y llamo a Francisco: -Otorgo, pues, que cuantos entren confesados en Santa Maria de los Angeles sean absueltos de culpa y pena; esto todos los anos perpetuamente, mas solo en el espacio de un dia natural. Bajo Francisco la cabeza en señal de aprobación, y sin despegar los labios salió de la cámara. – ¿Adonde vas, hombre sencillo? -gritó el Papa-. Me basta -respondió Francisco- lo que oí; si la obra es divina, Dios se manifestara en ella. Sirva de escritura la Virgen, Cristo el notario y testigos los ángeles. Y se volvió de Perusa a Asís. Llegando a Collestrada, se desvió de sus compañeros para desahogar su corazón en ríos de lagrimas; al volver de aquel estado de plenitud y de gozo, llamo a Maseo a voces: ¡Maseo, hermano!
De parte de Dios te digo que la indulgencia que obtuve del Pontifice esta confirmada en los cielos.
Retraso
El tiempo corria el tiempo sin que Honorio autorizara la indulgencia; el retraso atribulaba a Francisco. En una fría noche de enero se encontraba abismado. Impensadamente pensó que obraba mal, que faltaba a su deber trasnochando y extenuandose a fuerza de vigilias, siendo un hombre cuya vida era tan esencial para el sostenimiento de su Orden. Pensó que tanta penitencia pararía en enflaquecer y perder su razon, y le entro congoja.
Para desechar esta tentación, nacida del cansancio de su cuerpo, se levanto, y se arrojo sobre una zarza, revolcándose en ella. Manaba sangre de su piel, y se cubría el zarzal de rosas, como las de mayo. Francisco se encontró rodeado de ángeles que cantaban a coro:- Ven a la iglesia; te aguardan Cristo y su Madre. Francisco se levanto transportado y camino luminoso. Sobre su cuerpo veía Francisco un vestido transparente como el cristal. Tomó de la zarza florida doce rosas blancas y doce rojas, y entro en la capilla. Allí estaban Cristo y su Madre, con innumerables ángeles.
Francisco cayo de rodillas. María se inclino hacia su hijo, y este hablo así:
– Por mi madre te otorgo lo que solicitas; y sea el día aquel en que mi apóstol Pedro, encarcelado por Herodes, vio milagrosamente caer sus cadenas (1 de agosto). Ve a Roma; notifica mi mandamiento a mi Vicario; llévale rosas de las que han brotado en la zarza; yo moveré su corazón.
Francisco se levanto, fue a Roma con Bernardo de Quintaval, Ángel de Rieti, Pedro Cataneo y fray León, la ovejuela de Dios.
Tres Rosas
Se presento al Papa llevando en sus manos tres rosas encarnadas y tres blancas de las del prodigio. Intimo a Honorio de parte de Cristo que la indulgencia había de ser en la fiesta de San Pedro ad Vincula. Le ofreció las rosas, frescas y fragantes. Se reunió el Consistorio, y ante las flores que representaban en enero la primavera, fue confirmada la indulgencia.
Escribió el Papa a los obispos circunvecinos de la Porciúncula, citándoles para que se reunieran en Asís el primer día de Agosto, a fin de promulgar la indulgencia solemnemente. En el día convenido apareció Francisco en un palco con los siete obispos a su lado, y pronuncio una platica ferviente sobre la indulgencia. Los obispos se indignaron, y cuando el obispo de Asís se levanto resuelto a proclamar la indulgencia por diez anos solos, en vez de esto repitió las palabras de Francisco; unos después de otros, reprodujeron los obispos el primer anuncio.
La Porciúncula
Durante muchos anos, fue solo conocida oralmente la indulgencia de la Porciúncula. Medio siglo después del transito de Francisco hallamos el primer documento de Benito de Arezzo, que dice así: <En el nombre de Dios, Amen. Yo Fray Benito de Arezzo, que estuve con el beato Francisco mientras aun vivía, y que por auxilio de la gracia fui recibido en su Orden por el mismo Padre Santísimo; yo que fui compañero de sus compañeros, y con ellos estuve frecuentemente, ya mientras vivía el santo Padre nuestro, ya después que se partió de este mundo, y con los mismos conferencie frecuentemente de los secretos de la Orden, declaro haber oído repetidas veces a uno de los compañeros del beato Francisco, llamado Fray Maseo de Marignano, que estuvo con el hermano Francisco en Perusa, en presencia del papa Honorio, cuando el santo pidió la indulgencia de todos los pecados para los que, contritos y confesados, viniesen al lugar de Santa Maria de los Angeles (que por otro nombre se llama Porciúncula) el primer día de agosto, desde las vísperas de dicho día hasta las vísperas del día siguiente. La cual indulgencia, habiendo sido pedida por el beato Francisco, fue otorgada por el Sumo Pontífice, aunque el mismo dijo no ser costumbre en la Sede Apostólica conceder tales indulgencias> Del entusiasmo que en el pueblo despertaban las indulgencias podemos juzgar por las crónicas que refieren el acontecimiento que, estremeciendo hasta las ultimas fibras de la conciencia de Dante, dio por resultado la Divina Comedia. La multitud que acudía a Asís a lucrar la indulgencia era enorme. El jubileo determinaba una suspensión de discordias y luchas: la tregua de Dios.
Sitiado Asís por las tropas de Perusa, el día 2 de Agosto se interrumpió el ataque, para que los peregrinos pudieran entrar en la villa para obtener la indulgencia. Gregorio XV, hizo extensivo el jubileo de la Porciúncula a todas las iglesias franciscanas del mundo. Según Fray Panfilo de Magliano, la indulgencia fue concedida el ano 1216, y en 1217 la proclamación solemne de la Porciúncula por siete obispos. La víspera del solemne día llamaba a los fieles la Campana de la Predicación; se cubría el campo de toldos y enramadas y acampaban al raso los peregrinos. Al lucir el nuevo sol se verificaba la ceremonia de la absolución, descrita por el Dante, en el canto IX del Purgatorio.
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