«La paz os dejo, mi paz os doy»
- 22 Octubre 2015
- 22 Octubre 2015
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Evangelio según San Lucas 12,49-53.
Jesús dijo a sus discípulos: "Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!
Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente! ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra".
Karol Józef Wojtyla, conocido como Juan Pablo II desde su elección al papado en octubre de 1978, nació en Wadowice, una pequeña ciudad a 50 kms. de Cracovia, el 18 de mayo de 1920.
Era el más pequeño de los tres hijos de Karol Wojtyla y Emilia Kaczorowska. Su madre falleció en 1929. Su hermano mayor Edmund (médico) murió en 1932 y su padre (suboficial del ejército) en 1941. Su hermana Olga murió antes de que naciera él. Fue bautizado por el sacerdote Franciszek Zak el 20 de junio de 1920 en la Iglesia parroquial de Wadowice; a los 9 años hizo la Primera Comunión, y a los 18 recibió la Confirmación. Terminados los estudios de enseñanza media en la escuela Marcin Wadowita de Wadowice, se matriculó en 1938 en la Universidad Jagellónica de Cracovia y en una escuela de teatro. Cuando las fuerzas de ocupación nazi cerraron la Universidad, en 1939, el joven Karol tuvo que trabajar en una cantera y luego en una fábrica química (Solvay), para ganarse la vida y evitar la deportación a Alemania.
A partir de 1942, al sentir la vocación al sacerdocio, siguió las clases de formación del seminario clandestino de Cracovia, dirigido por el Arzobispo de Cracovia, Cardenal Adam Stefan Sapieha. Al mismo tiempo, fue uno de los promotores del ”Teatro Rapsódico”, también clandestino. Tras la segunda guerra mundial, continuó sus estudios en el seminario mayor de Cracovia, nuevamente abierto, y en la Facultad de Teología de la Universidad Jagellónica, hasta su ordenación sacerdotal en Cracovia el 1 de noviembre de 1946 de manos del Arzobispo Sapieha. Seguidamente fue enviado a Roma, donde, bajo la dirección del dominico francés Garrigou-Lagrange, se doctoró en 1948 en teología, con una tesis sobre el tema de la fe en las obras de San Juan de la Cruz (Doctrina de fide apud Sanctum Ioannem a Cruce). En aquel período aprovechó sus vacaciones para ejercer el ministerio pastoral entre los emigrantes polacos de Francia, Bélgica y Holanda. En 1948 volvió a Polonia, y fue vicario en diversas parroquias de Cracovia y capellán de los universitarios hasta 1951, cuando reanudó sus estudios filosóficos y teológicos. En 1953 presentó en la Universidad Católica de Lublin una tesis titulada ”Valoración de la posibilidad de fundar una ética católica sobre la base del sistema ético de Max Scheler”.
Después pasó a ser profesor de Teología Moral y Etica Social en el seminario mayor de Cracovia y en la facultad de Teología de Lublin. El 4 de julio de 1958 fue nombrado por Pío XII Obispo titular de Olmi y Auxiliar de Cracovia. Recibió la ordenación episcopal el 28 de septiembre de 1958 en la catedral del Wawel (Cracovia), de manos del Arzobispo Eugeniusz Baziak. El 13 de enero de 1964 fue nombrado Arzobispo de Cracovia por Pablo VI, quien le hizo cardenal el 26 de junio de 1967, con el título de San Cesareo en Palatio, Diaconía elevada pro illa vice a título presbiteral. Además de participar en el Concilio Vaticano II (1962-1965), con una contribución importante en la elaboración de la constitución Gaudium et spes, el Cardenal Wojty?a tomó parte en las cinco asambleas del Sínodo de los Obispos anteriores a su pontificado. Los cardenales reunidos en Cónclave le eligieron Papa el 16 de octubre de 1978. Tomó el nombre de Juan Pablo II y el 22 de octubre comenzó solemnemente su ministerio petrino como 263 sucesor del Apóstol Pedro. Su pontificado ha sido uno de los más largos de la historia de la Iglesia y ha durado casi 27 años. Juan Pablo II ejerció su ministerio petrino con incansable espíritu misionero, dedicando todas sus energías, movido por la ”sollicitudo omnium Ecclesiarum” y por la caridad abierta a toda la humanidad. Realizó 104 viajes apostólicos fuera de Italia, y 146 por el interior de este país. Además, como Obispo de Roma, visitó 317 de las 333 parroquias romanas.
Más que todos sus predecesores se encontró con el pueblo de Dios y con los responsables de las naciones: más de 17.600.000 peregrinos participaron en las 1166 Audiencias Generales que se celebran los miércoles. Ese numero no incluye las otras audiencias especiales y las ceremonias religiosas [más de 8 millones de peregrinos durante el Gran Jubileo del año 2000] y los millones de fieles que el Papa encontró durante las visitas pastorales efectuadas en Italia y en el resto del mundo. Hay que recordar también las numerosas personalidades de gobierno con las que se entrevistó durante las 38 visitas oficiales y las 738 audiencias o encuentros con jefes de Estado y 246 audiencias y encuentros con Primeros Ministros. Su amor a los jóvenes le impulsó a iniciar en 1985 las Jornadas Mundiales de la Juventud. En las 19 ediciones de la JMJ celebradas a lo largo de su pontificado se reunieron millones de jóvenes de todo el mundo. Además, su atención hacia la familia se puso de manifiesto con los encuentros mundiales de las familias, inaugurados por él en 1994. Juan Pablo II promovió el diálogo con los judíos y con los representantes de las demás religiones, convocándolos en varias ocasiones a encuentros de oración por la paz, especialmente en Asís. Bajo su guía, la Iglesia se acercó al tercer milenio y celebró el Gran Jubileo del año 2000, según las líneas indicadas por él en la carta apostólica Tertio millennio adveniente; y se asomó después a la nueva época, recibiendo sus indicaciones en la carta apostólica Novo millennio ineunte, en la que mostraba a los fieles el camino del tiempo futuro.
Con el Año de la Redención, el Año Mariano y el Año de la Eucaristía, promovió la renovación espiritual de la Iglesia. Realizó numerosas canonizaciones y beatificaciones para mostrar innumerables ejemplos de santidad de hoy, que sirvieran de estímulo a los hombres de nuestro tiempo: celebró 147 ceremonias de beatificación -en las que proclamó 1338 beatos- y 51 canonizaciones, con un total de 482 santos. Proclamó a santa Teresa del Niño Jesús Doctora de la Iglesia. Amplió notablemente el Colegio cardenalicio, creando 231 cardenales (más uno ”in pectore”, cuyo nombre no se hizo público antes de su muerte) en 9 consistorios. Además, convocó 6 reuniones plenarias del colegio cardenalicio. Presidió 15 Asambleas del Sínodo de los obispos: 6 generales ordinarias (1980, 1983, 1987, 1990, 1994 y 2001), 1 general extraordinaria (1985) y 8 especiales (1980, 1991, 1994, 1995, 1997, 1998 (2) y 1999). Entre sus documentos principales se incluyen: 14 Encíclicas, 15 Exhortaciones apostólicas,11 Constituciones apostólicas y 45 Cartas apostólicas. Promulgó el Catecismo de la Iglesia Católica, a la luz de la Revelación, autorizadamente interpretada por el Concilio Vaticano II. Reformó el Código de Derecho Canónico y el Código de Cánones de las Iglesias Orientales; y reorganizó la Curia Romana.
Publicó también cinco libros como doctor privado: ”Cruzando el umbral de la esperanza” (octubre de 1994);”Don y misterio: en el quincuagésimo aniversario de mi ordenación sacerdotal” (noviembre de 1996); ”Tríptico romano – Meditaciones”, libro de poesías (marzo de 2003); ?¡Levantaos! ¡Vamos!? (mayo de 2004) y ?Memoria e identidad? (febrero de 2005). Juan Pablo II falleció el 2 de abril de 2005, a las 21.37, mientras concluía el sábado, y ya habíamos entrado en la octava de Pascua y domingo de la Misericordia Divina. Desde aquella noche hasta el 8 de abril, día en que se celebraron las exequias del difunto pontífice, más de tres millones de peregrinos rindieron homenaje a Juan Pablo II, haciendo incluso 24 horas de cola para poder acceder a la basílica de San Pedro.
El 28 de abril, el Santo Padre Benedicto XVI dispensó del tiempo de cinco años de espera tras la muerte para iniciar la causa de beatificación y canonización de Juan Pablo II. La causa la abrió oficialmente el cardenal Camillo Ruini, vicario general para la diócesis de Roma, el 28 de junio de 2005. Fue beatificado por Benedicto XVI el 1 de mayo de 2011, que en su homilía lo recordó así: ”Hoy resplandece ante nuestros ojos, bajo la plena luz espiritual de Cristo resucitado, la figura amada y venerada de Juan Pablo II. Hoy, su nombre se añade a la multitud de santos y beatos que él proclamó durante sus casi 27 años de pontificado, recordando con fuerza la vocación universal a la medida alta de la vida cristiana, a la santidad, como afirma la Constitución conciliar sobre la Iglesia Lumen gentium”.
”El nuevo Beato escribió en su testamento: ”Cuando, en el día 16 de octubre de 1978, el cónclave de los cardenales escogió a Juan Pablo II, el primado de Polonia, cardenal Stefan Wyszy½ski, me dijo: ”La tarea del nuevo Papa consistirá en introducir a la Iglesia en el tercer milenio”. Y añadía: ”Deseo expresar una vez más gratitud al Espíritu Santo por el gran don del Concilio Vaticano II, con respecto al cual, junto con la Iglesia entera, y en especial con todo el Episcopado, me siento en deuda. Estoy convencido de que durante mucho tiempo aún las nuevas generaciones podrán recurrir a las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha regalado. Como obispo que participó en el acontecimiento conciliar desde el primer día hasta el último, deseo confiar este gran patrimonio a todos los que están y estarán llamados a aplicarlo. Por mi parte, doy las gracias al eterno Pastor, que me ha permitido estar al servicio de esta grandísima causa a lo largo de todos los años de mi pontificado”. ¿Y cuál es esta ”causa”? Es la misma que Juan Pablo II anunció en su primera Misa solemne en la Plaza de San Pedro, con las memorables palabras: ”(No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!”. Aquello que el Papa recién elegido pedía a todos, él mismo lo llevó a cabo en primera persona: abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante, fuerza que le venía de Dios, una tendencia que podía parecer irreversible. Con su testimonio de fe, de amor y de valor apostólico, acompañado de una gran humanidad, este hijo ejemplar de la Nación polaca ayudó a los cristianos de todo el mundo a no tener miedo de llamarse cristianos, de pertenecer a la Iglesia, de hablar del Evangelio. En una palabra: ayudó a no tener miedo de la verdad, porque la verdad es garantía de libertad. Más en síntesis todavía: nos devolvió la fuerza de creer en Cristo, porque Cristo es Redemptor hominis, Redentor del hombre: el tema de su primera Encíclica e hilo conductor de todas las demás”.
”Karol Wojtyla subió al solio de Pedro llevando consigo la profunda reflexión sobre la confrontación entre el marxismo y el cristianismo, centrada en el hombre. Su mensaje fue éste: el hombre es el camino de la Iglesia, y Cristo es el camino del hombre. Con este mensaje, que es la gran herencia del Concilio Vaticano II y de su ”timonel”, el Siervo de Dios el Papa Pablo VI, Juan Pablo II condujo al Pueblo de Dios a atravesar el umbral del Tercer Milenio, que gracias precisamente a Cristo él pudo llamar ”umbral de la esperanza”. Sí, él, a través del largo camino de preparación para el Gran Jubileo, dio al cristianismo una renovada orientación hacia el futuro, el futuro de Dios, trascendente respecto a la historia, pero que incide también en la historia. Aquella carga de esperanza que en cierta manera se le dio al marxismo y a la ideología del progreso, él la reivindicó legítimamente para el cristianismo, restituyéndole la fisonomía auténtica de la esperanza, de vivir en la historia con un espíritu de ”adviento”, con una existencia personal y comunitaria orientada a Cristo, plenitud del hombre y cumplimiento de su anhelo de justicia y de paz”. Juan Pablo II fue canonizado, junto con Juan XXIII, por el Papa Francisco en una ceremonia histórica a la que asistió el Papa emérito, Benedicto XVI, el 27 de abril de 2014.
Vatican Information Service
Karol Józef WoJtyła nació en Wadowice (Polonia), el 18 de mayo de 1920.
Fue el segundo de los dos hijos de Karol Wojtyła y de Emilia Kaczorowska, que murió en 1929. Su hermano mayor Edmund, de profesión médico, murió en 1932 y su padre, suboficial del ejército, en 1941.
A los nueve años recibió la Primera Comunión y a los dieciocho el sacramento de la Confirmación. Terminados los estudios en la escuela media de Wadowice, en 1938 se matriculó en la Universidad Jagellónica de Cracovia.
Cuando las fuerzas de la ocupación nazi cerraron la Universidad en 1939, el joven Karol trabajó (1940-1944) en una cantera y en una fábrica química de Solvay para poder mantenerse y evitar la deportación a Alemania.
Sintiendo la llamada al sacerdocio, a partir de 1942 siguió los cursos de formación en el seminario mayor clandestino de Cracovia, dirigido por el Card. Arzobispo Adam Stefan Sapieha. Al mismo tiempo, fue uno de los promotores del "Teatro Rapsódico", también éste clandestino.
Después de la guerra, continuó sus estudios en el seminario mayor de Cracovia, nuevamente abierto, y en la Facultad de Teología de la Universidad Jagellónica, hasta su ordenación sacerdotal, que tuvo lugar en Cracovia el 1 de noviembre de 1946. Seguidamente, fue enviado por el Card. Sapieha a Roma, donde obtuvo el doctorado en teología (1948) con una tesis sobre el tema de la fe en las obras de san Juan de la Cruz. En este período -durante las vacaciones- ejerció el ministerio pastoral entre los emigrantes polacos en Francia, Bélgica y Holanda.
En 1948, regresó a Polonia y fue coadjutor, primero, en la parroquia de Niegowić, en los alrededores de Cracovia, y después en la de San Florián, en la ciudad, donde fue también capellán de los universitarios hasta 1951, cuando retomó sus estudios filosóficos y teológicos. En 1953, presentó en la Universidad Católica de Lublín una tesis sobre la posibilidad de fundamentar una ética cristiana a partir del sistema ético de Max Scheler. Más tarde, fue profesor de Teología Moral y Ética en el seminario mayor de Cracovia y en la Facultad de Teología de Lublín.
El 4 de julio de 1958, el Papa Pío XII lo nombró Obispo Auxiliar de Cracovia y titular de Ombi. Recibió la ordenación episcopal el 28 de septiembre de 1958, en la catedral de Wawel (Cracovia), de manos del Arzobispo Eugeniusz Baziak.
El 13 de enero de 1964, fue nombrado Arzobispo de Cracovia por Pablo VI, que lo crearía Cardenal el 26 de junio 1967.
Participó en el Concilio Vaticano II (1962-65) dando una importante contribución a la elaboración de la constitución Gaudium et spes. El Cardenal Wojtyła participó también en las cinco asambleas del Sínodo de los Obispos, anteriores a su Pontificado.
Fue elegido sucesor de San Pedro, con el nombre de Juan Pablo II, el 16 de octubre de 1978, y el 22 de octubre inició su ministerio de Pastor universal de la Iglesia.
El Papa Juan Pablo II realizó 146 visitas pastorales en Italia y, como Obispo de Roma, visitó 317 de las 332 actuales parroquias romanas. Los viajes apostólicos por el mundo -expresión de la constante solicitud pastoral del Sucesor de Pedro por todas las Iglesias- han sido 104.
Entre sus documentos principales, se encuentran 14 Encíclicas, 15 Exhortaciones apostólicas, 11 Constituciones apostólicas y 45 Cartas apostólicas. Al Papa Juan Pablo II se le atribuyen también 5 libros: "Cruzando el umbral de la esperanza" (octubre 1994); "Don y misterio: en el cincuenta aniversario de mi sacerdocio" (noviembre 1996); "Tríptico romano", meditaciones en forma di poesía (marzo 2003); "¡Levantaos, vamos!" (mayo 2004) y "Memoria e Identidad" (febrero 2005).
El Papa Juan Pablo celebró 147 ritos de beatificación -en los cuales proclamó 1338 beatos- y 51 canonizaciones, con un total de 482 santos. Tuvo 9 consistorios, en los que creó 231 (+ 1 in pectore) Cardenales. Presidió también 6 reuniones plenarias del Colegio Cardenalicio.
Desde 1978, convocó 15 asambleas del Sínodo de los Obispos: 6 generales ordinarias (1980, 1983, 1987, 1990, 1994 y 2001), 1 asamblea general extraordinaria (1985) y 8 asambleas especiales (1980, 1991, 1994, 1995, 1997, 1998 [2] y 1999).
El 13 de mayo de 1981 sufrió un grave atentado en la plaza de San Pedro. Salvado por la mano maternal de la Madre de Dios, después de una larga hospitalización y convalecencia, perdonó a su agresor y, consciente de haber recibido una nueva vida, intensificó sus compromisos pastorales con heroica generosidad.
En efecto, su solicitud de Pastor encontró además expresión en la erección de numerosas diócesis y circunscripciones eclesiásticas, en la promulgación de los Códigos de derecho canónico latino y de las iglesias orientales, en la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica. Proponiendo al Pueblo de Dios momentos de particular intensidad espiritual, convocó el Año de la Redención, el Año Mariano y el Año de la Eucaristía, además del Gran Jubileo de 2000. Se acercó a las nuevas generaciones con las celebraciones de la Jornada Mundial de la Juventud.
Ningún otro Papa ha encontrado a tantas personas como Juan Pablo II: en las Audiencias Generales de los miércoles (más de 1.160) han participado más de 17 millones y medio de peregrinos, sin contar todas las demás audiencias especiales y las ceremonias religiosas (más de 8 millones de peregrinos sólo durante el Gran Jubileo del año 2000), y los millones de fieles con los que se encontró durante las visitas pastorales en Italia y en el mundo; numerosas también las personalidades políticas recibidas en audiencia: se pueden recordar a título de ejemplo las 38 visitas oficiales y las 738 audiencias o encuentros con Jefes de Estado, e incluso las 246 audiencias con Primeros Ministros.
Murió en Roma, en el Palacio Apostólico Vaticano, el sábado 2 de abril de 2005 a las 21.37 h., en la vigilia del Domingo in Albis y de la Divina Misericordia, instituida esta última por él. Los solemnes funerales en la Plaza de San Pedro y su sepultura en las Grutas Vaticanas fueron celebrados el 8 de abril.
Dionisio, el Cartujo (1402-1471), monje
Comentario al evangelio de Lucas; Opera omnia, 12, 72
«La paz os dejo, mi paz os doy» (Jn 14,27)
«¿Pensáis que he venido a traer al mundo la paz?» Es como si Cristo dijera: «No penséis que he venido a dar a los hombres la paz según la carne y este mundo de aquí abajo, la paz sin ninguna regla, que les haría vivir en armonía con el mal y les aseguraría la prosperidad en esta tierra. No, os lo digo, no he venido a traer una paz de este género sino la división, una buena y saludable separación de los espíritus e incluso de los cuerpos.
Así, los que creen en mí, puesto que aman a Dios y buscan la paz interior, se encontraran, naturalmente, en desacuerdo con los malvados; se separarán de los que intentan alejarlos del progreso espiritual y de la pureza del amor divino, o bien se esfuerzan en crearles dificultades».
La paz espiritual, pues, la paz interior, la buena paz, es la tranquilidad del alma en Dios, y la buena armonía según el justo orden. Cristo vino, ante todo, a traer esta paz... La paz interior tiene su fuente en el amor. Consiste en un gozo inalterable del alma que está en Dios.
Se le llama la paz del corazón. Es el comienzo y un anticipo de la paz de los santos que están en la patria, de la paz de la eternidad.
El Papa, con las familias
"Amor es palabra, la esencia dialogal de toda familia"
Trece propuestas para el Sínodo de la Familia
"Fidelidad matrimonial y servicio a los pobres, es decir, al Reino de Dios"
Xabier Pikaza, 21 de octubre de 2015 a las 19:34
El matrimonio no es sólo unión para engendrar, sino para vivir en comunión y fidelidad personal. Por eso, no es necesario que todas las parejas matrimoniales tengan como finalidad el surgimiento de nuevas vidas
(Xabier Pikaza).- Se han votado en el Sínodo de Roma las propuestas sobre la familia cristiana. Evidentemente, no puedo publicar en mi blog todavía esas propuestas, pero puedo y quiero ofrecer las mías, pues he venido siguiendo con interés de cristiano y "complicidad" de teólogo los avatares del sínodo desde el comienzo de su preparación, el 2013, hasta ahora. En ese contexto de avance y reflexión sobre el sínodo publiqué además un libro (La Familia en la Biblia, 2014), que ofrece una base de conocimiento sobre el tema.
Mientras aparecen, pues, las propuesta oficiales, presento yo las mías, elaboradas en un contexto de estudio de la Biblia, escucha de la voz de muchísimos cristianos (¡sensus fidei!), reflexión y valoración de algunas aportaciones del Sínodo, tomando como base las últimas páginas de mi libro sobre La familia en la Biblia. Buen día a todos.
13 propuestas para el Sínodo sobre la Familia 2015
1. La familia es un institución histórica, que se va expresando y realizando a través del tiempo. Ciertamente, tiene un elemento natural, vinculado a la historia de la naturaleza y de la vida, como muestra la dualidad sexual (varón y mujer) y el hecho de que el hombre es un ser natal que proviene de otros hombres, no sólo en un plano biológico, sino (y sobre todo) cultural, a través de la palabra que le ofrecen y en la que le inician otros seres humanos.
Lógicamente, a partir de esa esa "base natural", las formas de la vida familia han cambiado, como sabemos por la historia, y conocemos por la misma Biblia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis. En ese sentido, podemos afirmar que la Biblia es un libro sobre las "transformaciones" de la familia, pues su sentido y valor no está dado de antemano, sino que se va configurando a lo largo de la historia. En esa misma línea podemos decir que, sobre la base de los principios de Jesús, las formas de familia han cambiado también a lo largo de la vida de la Iglesia.
2. Tendencia al matrimonio monogámico. A pesar del predominio del patriarcalismo y de la existencia de la poligamia, la Biblia ha dado primacía al matrimonio monogámico, igualitario y duradero (para toda la vida) entre dos personas (normalmente un hombre y una mujer), como muestra el camino que va de Gen 1-2 hasta Mc 10, 1-9 (mensaje de Jesús) y el gran signo de Ap 21-22 (las Bodas del Cordero). En ese contexto resulta fundamental la vinculación entre monoteísmo profético (Dios ama a su pueblo como esposo fiel) y la monogamia (el amor y la fidelidad entre un hombre y una mujer es signo y presencia divina en la historia).
Pero la monogamia no se ha impuesto por ley, ni en la Biblia ni en la Iglesia, pues, más que una norma que obliga desde fuera, ha sido y es una experiencia de maduración humana, en línea de unión personal, para el amor de dos y para el engendramiento de la vida. La realidad modélica de la familia, vinculada al despliegue de la vida, está básicamente vinculada al matrimonio monogámico entre un hombre y una mujer.
3. Otras formas experiencias, la poligamia. El matrimonio monogámico y heterosexual ha de entenderse como punto de referencia, pero se han dado y pueden darse otras formas de matrimonio, entre las que empiezo indicando, desde la Biblia, el modelo de unión poligámica, que se ha dado en ciertos momentos de la Biblia y sigue dándose en algunas culturas religiosas y sociales, de manera que la iglesia, en principio, debe respetarlo e incluso admitirlo de hecho en algunas situaciones quizá marginales, pero significativas de África y Asía.
Pero ese tipo de matrimonio parece ir en contra de la igualdad y exclusividad en el amor de la pareja, tal como aparece no sólo en el camino del Antiguo Testamento, sino en la experiencia de Jesús. De todas formas, a fin de que el matrimonio monogámico sea efectivo, en contra de una poligamia conteporánea o sucesiva (con cambio frecuente de mujeres o maridos), tiene que cambiar la visión de la libertad personal (de la estructura social y de la economía) de cada uno de los casados, para un compromiso unitario y duradero, partiendo del valor y autonomía de cada una de las personas (en especial de las mujeres).
4. Otras formas de matrimonio. Parejas homosexuales. La realidad humana es compleja, y no responde a un único modelo de relación personal. Por eso, junto a un centro más extenso, formados por las parejas heterosexuales (con posibilidad de engendrar hijos propios) pueden darse y se dan, dentro del gran arco-iris de colores de la vida, otros tipos de afecto y vinculación personal, que se expresan sobre todo en las relaciones gays, y en las parejas homosexuales.
La Iglesia, por ahora, no se atreve a llamar matrimonio a las parejas estables de homosexuales, pero la reconoce y bendice, como expresión de la riqueza y variedad de la vida humana, deseando que ellas puedan ser relaciones duraderas y fieles, no sólo para bien de los que así se vinculan en amor, sino para enriquecimiento de la misma sociedad, y de un modo especial de la Iglesia. Los homosexuales, célibes o casados, que quieran ser fieles al evangelio (a los principios del Sermón de la Montaña) pueden y deber ser admitidos en la comunidad cristiana, participando no sólo de la comunión eucarística, sino de todos los derechos y deberes de los demás cristianos en un plano de confesión de la fe y de recepción y ejercicio de los diversos ministerios eclesiales.
5. Familia e hijos. El matrimonio no es sólo unión para engendrar, sino para vivir en comunión y fidelidad personal. Por eso, no es necesario que todas las parejas matrimoniales tengan como finalidad el surgimiento de nuevas vidas. Pero, dicho eso, debemos añadir que el hombre es un ser natal: Un ser engendrado a partir de la comunión de otras personas (un hombre, una mujer), no fabricado, de manera que en ese contexto es básica la institución del matrimonio. Las cosas se producen y fabrican, pero los hijos no son “obra” fabricada, sino que nacen por generación creadora de los padres, en la que interviene de un modo especial el mismo Dios.
Por eso, cada nacimiento es un signo de Dios, una expresión de su Palabra. Este carácter “natal” y comunitario del ser humano, que existe por obra/amor otros seres humanos (al menos dos), constituye un elemento clave de la experiencia cristiana. Así dice la Biblia que el hombre nace de Dios (de su Palabra: cf. Jn 1, 11-12) a través de la palabra que le ofrecen otros seres humanos, especialmente los padres. Por eso, el ser humano no es alguien que se limita a compartir la esencia humana (como han pensado falsamente algunos pensadores helenistas y después cristianos), sino que un individuo concreto que “nace” de individuos hombres concretos, en un contexto de genealogía/familiar.
6. Experiencia “sexual”, recuperación del placer. Quedando claro lo anterior (el hombre es ser natural, su esencia es la familia) puede darse un paso más, afirmando el valor prioritario de la experiencia sexual, como aparece no sólo el Cantar de los Cantares, sino en la primera palabra del hombre cuando despierta a la vida (Gen 2, 23-24). Una larga tradición helenista, defensora de la oposición entre materia y espíritu, que se ha introducido sobre todo en la gnosis y en algunos eclesiásticos antiguos (como San Agustín), ha minusvalorado (y casi demonizado) el placer, afirmando que el sexo sólo puede expresarse de un modo legítimo al servicio de la generación.
Pero esa oposición al sexo es no sólo antibíblica (contraria al Antiguo Testamento), sino también anticristiana, como muestra el mismo San Pablo cuando pide a los esposos que expresen su amor y cohabiten todos los días, privándose sólo durante algunos tiempos limitados, para orar en común, por decisión compartida (cf. 1 Cor 7, 3-5). Ciertamente, una parte de la Iglesia Católica ha sentido prevención ante el sexo, y de esa forma ha corrido el riesgo de entender mal el sentido de las relaciones humanas y de la familia, como fuente y espacio de encuentro creador entre personas
7. Libertad personal, una posible opción por el celibato. En esa línea, la familia cristiana es una experiencia concreta y muy fuerte de libertad, aunque en muchos momentos la Biblia y la misma Iglesia ha tendido a entender el matrimonio como algo que ha de hacerse por necesidad, no sólo al servicio de la procreación, sino también de la casa-hacienda. En esa línea, en muchos casos, no existía verdadera libertad para casarse o para quedar solteros, y eso se aplicaba en especial a las mujeres, que debían someterse al dictado de sus familiares, casándose por conveniencia económica y social, con un hombre buscado por otros.
Pero esa “imposición” matrimonial ha sido superada en la misma Biblia, y de un modo especial por Jesús, no sólo al recibir en su seguimiento a varones y mujeres que podían estar casados o solteros, sino también al valorar y acoger a personas que no podían o solían casarse (eunucos, prostitutas…). Por lo que sabemos, quien más ha desarrollado las implicaciones de esta novedad de Jesús ha sido Pablo, que ha puesto de relieve el valor de la Iglesia (comunidad cristiana), dejando a los hombres y mujeres concretos en libertad para el matrimonio o celibato, que no son, por tanto, imposición ni obligación, sino vocación. Hombres y mujeres tienen valor en sí mismos, dentro de una Iglesia que les acepta y aprecia como tales, de tal forma que no están obligados a casarse, sino que pueden vivir en celibato (virginidad), al servicio de los demás (es decir, del evangelio), con las dificultades que ello implica y los valores que ofrece.
En esa línea, conforme a la enseñanza de Pablo en 1 Cor 7, puede haber personas célibes (eunucos…: Mt 19, 12) por el Reino de los Cielos, tanto por condición antropológica, como por opción personal. El célibe o eunuco, así entendido, no es un hombre o mujer carente de amor, sino al contrario, un hombre o mujer que convive desde el mensaje del Reino con otros eunucos, expulsados sociales o necesitados y con el conjunto de la sociedad, pudiendo ofrecer un testimonio familiar distinto, no para oponerse a la familia matrimonial con hijos, sino para ofrecerle un complemente muy valioso. Pero puede y debe haber también matrimonios en perspectiva del Reino de los Cielos, como amor de pareja (comunión personal) que se expande no sólo al servicio de los hijos propios, sino también de otros excluidos y necesitados. Entendido así, ni el matrimonio es una ley, ni es una ley el celibato, sino que ambos aparecen como expresión de un amor abierto, de modos distintos, a la familia.
8. Un camino a favor de la igualdad real de la mujer. La Biblia es una “historia de la familia”, no un tratado teórico, y de esa forma va narrando acontecimientos y trazando caminos, sin imponer una determinada perspectiva. Por eso, en un nivel, ella acoge desde el principio a la mujer como persona (Gen 1-2), pero, en otro, tiende a convertirla en sierva del varón patriarca, destacando su función materna. Sólo en algunos momentos especiales, el Antiguo Testamento ha valorado a la mujer, en distinción e igualdad radical con el varón (así en el Cantar de los Cantares), sin necesidad de que ella sea madre en una familia al servicio del varón y de la casa (hacienda).
Esa nueva valoración aparece en el Nuevo Testamento, pero cierta tradición cristiana posterior ha tenido dificultad en aceptarla, volviendo a ratificar una visión patriarcalista de la vida y de los ministerios eclesiales (Cartas Pastorales). Volviendo a la raíz de Gen 1-2, con el Cantar de los Cantares y el mensaje de Jesús y Pablo, debemos reforzar la igualdad radical del varón y mujer, no en forma de identificación, sino de complementariedad, pues cuanto más se diferencia más iguales son, valorándolos como personas.
Así pasamos del plano de la naturaleza al de la dignidad personal, descubriendo que la diferencia sexual está al servicio de la mayor igualdad, y la igualdad al servicio de la diferencia, personal de manera que, siendo iguales y distintos, en comunión personal (pudiendo ser célibes), hombres y mujeres pueden crear parejas de relaciones estables (de diverso tipo), destacando entre ellas las parejas heterosexuales, capaces de engendrar nuevas vidas.
9. Amor es palabra, la esencia dialogal de toda familia. Crear familia es en el fondo dar y compartir palabra, abriendo así un espacio de comunión entre personas. La misma diferencia de sexo, al servicio del encuentro personal, se desarrolla en forma de trasmisión de conocimiento de vida. Ciertamente, los hijos nacen del semen masculino/femenino, en un plano biológico, y cada nuevo ser humano tiene un genoma distinto. Pero el verdadero nacimiento personal humano acontece en el nivel de la palabra que le ofrecen los padres (biológicos y/o personales) al acogerle y educarle. El germen humano sólo se personaliza a través de la palabra engendradora, de forma que sin ella no hay nacimiento personal, pues un hijo simplemente “biológico”, sin educación cultural (amor, palabra, comunidad) es inviable como persona.
La familia nace y se expande de esa forma en un espacio de palabra compartida que los padres y/o los educadores ofrecen al niño que así nace de un modo personal. Se podría pensar que en los primeros años el niño recibe sólo la palabra de los padres y/o de algunos pocos familiares y educadores, pero a través de ella le llega la voz y la cultura de todo un pueblo, que se expresa en el idioma. Por eso, lo que suscita y define a la familia es la hondura de palabra que cada uno de sus miembros ofrece, recibe y comparte. De un modo consiguiente, el matrimonio (y el engendramiento de hijos) constituye un compromiso de vida compartida que se establece y expresa en el nivel de la palabra. Sólo en la medida en que un hombre y una mujer se “conocen” en sentido bíblico, siendo sujetos de palabra, y la comparten en libertad, puede haber matrimonio (con hijos “humanos”).
10. Indisolubilidad, una más alta experiencia de comunión. El matrimonio sólo tiene sentido allí donde abre un espacio en el que cada esposo madure en humanidad, de forma que su amor mutuo (común), expresado en forma de palabra dialogada, sea forma de vida permanente, que nada ni nadie puede romper. En esa línea, el matrimonio es una promesa de vida compartida y regalada: Varones y mujeres son los únicos seres que pueden prometerse vida (com-prometerse) desde Dios, es decir, uno con el otro, creando una realidad más alta, algo que antes no había, y que no es la mera suma de dos, pues los casados no son ya lo que antes eran, sino que tienen una nueva realidad de tipo dual, una vida más alta, siendo principio común de vida.
Sin duda, puede haber otras uniones temporales o definitivas muy dignas, y también otras formas de vida, como sabe Jesús al hablar de los eunucos (Mt 19, 12): uniones de amigos o amigas, del mismo o diverso sexo, comunidades religiosa, parejas homo- y/o hétero-sexuales, y su valor dependerá de la “palabra” de comunión que susciten y desarrollen, y también de la vida que desplieguen en compromiso de amor (aunque no tengan hijos). La dignidad de esas uniones no dependerá de leyes estatales (aunque cierta regulación social puede ser importante), sino de la humanidad que ellas logren compartir y expresar.
11. Divorcio, nueva comunión. En principio, como digo, el matrimonio es indisoluble: compromiso de unión definitiva y creadora de dos personas, y en esa línea Jesús ha criticado y condena (Mt 10, Mt 19 etc.) el poder que en su tiempo tenían los varones de “expulsar” a sus mujeres, rompiendo así el compromiso matrimonial. El ideal y camino del matrimonio es por tanto la unidad indisoluble de dos personas. Pero, firme eso, el mismo, el NT y la Iglesia saben (como dicen Mt 19 y Pablo en 1 Cor 7) que hay casos en los que el matrimonio se rompe por dentro, volviéndose inválido o nulo, de manera que los antiguos esposos quedan en libertad de casarse de nuevo.
En los casos en que los esposos declaren su matrimonio inválido o roto (nulo), la Iglesia puede ratificar su ruptura, con el consenso de la comunidad que respeta y acoge su proceso de separación, como una forma de recuperación de auténtica libertad para vivir como célibes o para establecer un nuevo matrimonio, con la prudencia que exigen cada caso, buscando siempre el bien de los esposos, de sus posibles hijos y de la comunidad creyentes.
12. El valor de los niños. En este contexto sigue siendo fundamental la experiencia y tarea de engendramiento de la vida, pues cada familia empieza siendo “una” realidad de “dos” que se unen (se transfiguran), engendrando vida en común, de manera que ya no se aman solamente uno al otro, en línea horizontal, sino abriéndose juntos a un tercero. Su amor mutuo viene a presentarse así como principio de vida, y así cuanto más fuerte sea la intimidad de la unión de pareja o familia, más grande será (ha de ser) su apertura creadora (la de cada uno de sus miembros) hacia los hombres y mujeres de su entorno.
Mirado desde nuestra perspectiva, el Antiguo Testamento en su conjunto apenas ha logrado establecer uniones igualitarias de familias. Sólo el descubrimiento del valor radical de la mujer, y la experiencia más honda de fidelidad personal de ambos (varón y mujer), puede hacer que nazca la paternidad/maternidad compartida. Esta visión latía ya en el mismo libro del Génesis, donde Adán y Eva aparecen como iguales en humanidad, pero ella sólo ha logrado desarrollarse lentamente, sin haber culminado aún hasta el día de hoy, a pesar de la experiencia radical de comunión que implica el evangelio cristiano.
El matrimonio aparece así como proyecto de comunicación definitiva entre dos personas, como relación de crecimiento y generación de nuevos seres humanos, a quienes madre y padre ofrecen no sólo su ADN (herencia genética), sino algo mucho más importante, que podemos llamar ADN personal, en palabra y amor.
13. Fidelidad matrimonial y servicio a los pobres, es decir, al Reino de Dios. El amor matrimonial cristiano sólo es completo allí donde dos personas se vinculan (se entregan/conocen) mutuamente para amar juntos a un “tercero”, es decir, a los hijos o al conjunto de la sociedad, al servicio de la vida, y de un modo especial de aquellos que no tienen familia… En ese contexto se sitúa el proyecto de Jesús, que ha sido célibe, pero no por falta de amor, sino al contrario, por apertura de amor concreto hacia los marginados y expulsados familiares y sociales.
Para el cardenal Kasper, "es evidente que a algunos no les gusta este papa"
La sombra de la conjura planea sobre el Vaticano
Víctor Manuel Fernández: "Estrategia para que la gente crea que es necesario que llegue otro"
Redacción, 22 de octubre de 2015 a las 10:51
La noticia del tumor en el cerebro "es una noticia falsa difundida con malas intenciones
El diario de la Santa Sede, "L'Osservatore Romano", con la publicación de una nota breve y no firmada, ha resumido con una dureza inusual el clima que se vive estos días en el Vaticano al hablar de intentos de manipulación. El diario vaticano se refería a la publicación de ayer por parte de un grupo de diarios de la noticia de que al papa se le había descubierto un pequeño tumor cerebral, justo en el momento en el que el Sínodo de los obispos llega a su fin y en el día en el que se publicaban importantes resúmenes de sus participantes.
Relaciones que mostraban divisiones y falta de valentía en la toma de decisiones respecto a cuestiones importantes de la familia actual, pero que se quedaron en segundo plano ante el shock de la noticia de un posible papa enfermo.
Pero la ya de por sí extraña historia del papa que viaja hasta Toscana en helicóptero para ser recibido por un médico japonés se suma a los escándalos que han estallado desde que comenzó el Sínodo de los obispos.
Nunca como en estas tres semanas el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, ha sido requerido tantas veces seguidas para explicar lo qué sucedía.
Por ello, los diarios de hoy en Italia no pueden más que titular con palabras como"misterio", "complot" o "trampas contra el papa Francisco" y dedicar páginas a los convulsos días que se viven en la Santa Sede.
Para la prensa italiana, pero también para muchos prelados, todo esto no es casual.
La confesión del cura y teólogo polaco y miembro de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Krysztof Charamsa, de que era homosexual y que tenía una pareja llegaba justo el día antes del inicio del Sínodo.
Después, la filtración de una carta con la supuesta firma de 13 cardenales dirigida al papa con acusaciones y críticas de cómo se desarrollaba el Sínodo volvía a causar escándalo.
Mientras que en Roma estallaba también la turbia historia de los supuestos festines de sexo y drogas de algunos sacerdotes de los Carmelitas Descalzos.
La sombra se alargaba.
Y el papa, con semblante serio, pedía por sorpresa durante la audiencia general perdón en nombre de la Iglesia por todos los últimos escándalos cometidos en Roma y en el Vaticano, pero sin citar a qué se refería.
"Es probable que se haya querido cometer una acción de distorsión. Un poco como la historia de Charamsa al inicio del Sínodo. Todos han entendido cuál era la intención, pero no nos hemos dejado manipular y no ha tenido ningún efecto en el Sínodo", asegura el cardenal alemán Walter Kasper en declaraciones recogidas hoy por los diarios "La Repubblica" y "Corriere della Sera".
Para Kasper, "quien siembra dudas sobre la salud del papa lo hace por otros motivos" y asegura que "es evidente que a algunos no les gusta este papa".
El obispo y teólogo argentino Víctor Manuel Fernández habla incluso en una entrevista en "La Repubblica" de una "especie de estrategia apocalíptica, ya presente en la Biblia y desde siempre usada".
Y añade: "Intenta desacreditar a quien tiene el poder, hablando mal de él y difundiendo noticias increíblemente falsas, de manera que las personas empiecen a pesar que es necesario que se produzca un cambio, que llegue otro".
La noticia del tumor en el cerebro "es una noticia falsa difundida con malas intenciones, ya que hablar de esta manera es porque alguien tiene la voluntad de desestabilizarle", añade el obispo argentino.
El columnista de "La Repubblica" Vito Mancuso titula su artículo sobre estos momentos en el Vaticano con un elocuente "los buitres". Y es que son días que tanto recuerdan a aquellos en los que las palomas dejaron el espacio a los famosos "cuervos" que sobrevolaron los cielos del pontificado de Benedicto XVI. (RD/Agencias)
He venido a arrojar un fuego sobre la tierra
Lucas 12, 49-53. Tiempo Ordinario. La caridad es el fuego que Cristo espera arder en los corazones de los que le amen.
Del santo Evangelio según Lucas 12, 49-53
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido! Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla! ¿Creéis que estoy aquí para dar paz a la tierra? No, os lo aseguro, sino división. Porque desde ahora habrá cinco en una casa y estarán divididos; tres contra dos, y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.
Oración introductoria
Padre, es estos momentos de oración, te pedimos que el fuego de Tu amor arda en nuestros corazones.
Petición
Dios mio, te pedimos el don de la caridad, de un amor apasionado a Cristo que traiga la guerra a las fuerzas que quieren destruir la verdadera paz en la tierra.
Meditación del Papa Francisco
La palabra del Señor, ayer como hoy, provoca siempre una división: la Palabra de Dios divide, ¡siempre! Provoca una división entre quien la acoge y quien la rechaza. A veces también en nuestro corazón se enciende un contraste interior; esto sucede cuando advertimos la fascinación, la belleza y la verdad de las palabras de Jesús, pero al mismo tiempo las rechazamos porque nos cuestionan, nos ponen en dificultad y nos cuesta demasiado observarlas.
Hoy he venido a Nápoles para proclamar juntamente con vosotros: ¡Jesús es el Señor! Pero no quiero decirlo sólo yo: quiero escucharlo de vosotros, de todos, ahora, todos juntos “¡Jesús es el Señor!”, otra vez “¡Jesús es el Señor!”. Nadie habla como Él. Sólo Él tiene palabras de misericordia que pueden curar las heridas de nuestro corazón. Sólo Él tiene palabras de vida eterna.
La palabra de Cristo es poderosa: no tiene el poder del mundo, sino el de Dios, que es fuerte en la humildad, también en la debilidad. Su poder es el del amor: este es el poder de la Palabra de Dios. Un amor que no conoce confines, un amor que nos hace amar a los demás antes que a nosotros mismos. (Homilía de S.S. Francisco, 21 de marzo de 2015).
Reflexión
Cuando se ha entendido que la esencia del cristianismo se halla en la caridad, en el apasionado amor a Dios y sus cosas, estas palabras del Señor no deberían sonar extrañas o contradictorias. ¡Fuera de esto sino todo lo contrario! Es más, Cristo está empleando un lenguaje contradictorio en apariencia para dar a entender precisamente en qué consiste el verdadero amor a Él. Sí, porque el amor, realmente como lo ha de entender el cristiano está muy lejos de ser un diluido sentimiento de afecto, bonito y pasajero como una flor de primavera.
Más bien es como el fuego que a la vez lo enciende todo y va consumiendo una y otra cosa; es algo que se extiende, que tiende por su naturaleza a expandirse con calor, con pasión y que divide a los corazones fríos y mezquinos que nada más piensan en llenar sus pobres pretensiones. Así es la caridad. Ese es el fuego que Cristo espera arder en los corazones de los que le amen.
Están, por tanto, muy lejos de ser sus palabras interpretadas con la literalidad de la carne. Hay que haber experimentado el fuego de su amor para entenderlas correctamente.
Pidamos saber amar hasta ser incomprendidos por los egoístas de nuestro mundo. Pidamos vivir en estado de lucha, en la lucha del que cree en la fuerza del amor y consigue que el mayor número de seres humanos conozca a ese Dios que se entregó por ellos por puro amor. En esto conocerán los demás que somos de Cristo. Y a tener confianza en Él. Porque el amor siempre logrará la victoria definitiva sobre el pecado y la muerte.
Propósito
Todas las actividades y oraciones de este día, ofrecerlas por aumentar ese amor a Cristo en nuestros corazones y que ese fuego encendido ilumine a nuestra familia, compañeros y amigos.
Diálogo con Cristo
Santísima Trinidad, gracias por esta oración y por el don de mi bautismo. Esa chispa de vida divina que recibí debe estar en continuo crecimiento. No quiero que las presiones externas o mi propia debilidad, me lleven a la mediocridad o la indiferencia que puede apagar esta luz. Te agradezco mi familia y te suplico que nunca permitas que yo sea piedra de tropiezo en su fe. Dame la sabiduría para saber cuándo hablar y cuándo quedarme callado.
San Juan Pablo II - 22 de octubre
Karol Józef Wojtyła, aclamado pontífice Juan Pablo II, conmovió al mundo durante casi tres décadas del siglo XX. Sus gestos de bondad, la capacidad para llegar al corazón de creyentes y no creyentes, sus dotes de comunicador, los incesantes viajes apostólicos en los que no cesó de transmitir el amor de Dios, como hizo con su ingente obra, sedujeron a millones de jóvenes y adultos. El dolor humano, con su carácter de esencial ofrenda a Cristo, ha tenido en él uno de sus insignes valedores. Al ver los estragos del sufrimiento en su persona, todo el planeta pudo constatar la grandeza del mismo cuando se asume como él lo hizo. Así coronó su vida de entrega entrado el siglo XXI, siendo faro para todos los que sufren
Nació en Wadowice, Cracovia, Polonia, el 18 de mayo de 1920. Fue el menor de tres hermanos, aunque Olga apenas sobrevivió. Perdió a su madre a los 9 años y poco después a Edmund, el primogénito, un médico que se contagió en el ejercicio de su profesión. Sus padres dejaron en Karol fuertemente arraigada la semilla de la fe católica. Brillante en sus estudios, con una mente privilegiada, cursó filosofía en la universidad Jagellónica de Cracovia. Al mismo tiempo se vinculó a un círculo teatral. En esa época obtuvo varios galardones como jugador de ajedrez. En 1939, durante la invasión nazi, fue peón en una cantera y obrero en una fábrica química. Era un líder nato, joven atractivo, de carismática personalidad y singular magnetismo para atraer a la gente. Gozaba del respeto y admiración de sus compañeros, católicos idealistas y entusiastas, que conformaron el grupo Unia y que defendían a los más débiles. En 1941, en plena ocupación alemana, falleció su padre, oficial del ejército polaco.
La Gestapo iba tras él, y se recluyó en una buhardilla. Un sastre le dio a conocer a san Juan de la Cruz y se entusiasmó. En esa época se sintió llamado al sacerdocio. Tuvo que formarse en el seminario clandestino de Cracovia hasta que el arzobispo, cardenal Stefan Sapieha, acogió al grupo de aspirantes en su palacio. Ordenado sacerdote en noviembre de 1946, él lo envió a Roma. Estudió en el Angellicum doctorándose en teología con una tesis sobre su estimado santo y reformador carmelita español. En Polonia fue vicario parroquial, capellán universitario y profesor de teología moral y de ética en el seminario y en las universidades Jagellónica y de Lublin; era afín al pensamiento de Scheler, sobre el que hizo su tesis. En 1958 Pío XII lo designó obispo auxiliar de Cracovia. En 1962 participó en el Concilio Vaticano II, donde sus intervenciones sobre el ateísmo y la libertad religiosa no pasaron desapercibidas. Pablo VI lo nombró cardenal en 1967. Al fallecer Juan Pablo I, tras su fugaz asunción de la Cátedra de Pedro, fue elegido para sucederle; tomó el nombre de este antecesor.
A partir de entonces este polaco, primero en ostentar la altísima misión como Vicario de Cristo en la tierra, inició un pontificado excepcional. Enamorado de la Eucaristía y devoto de María, supo llegar al corazón de todos con independencia de razas, credos, edades, profesiones... Fue un atleta de Cristo, sacerdote y obispo ejemplar, un gran Pastor. También filósofo y teólogo destacado, defensor de la moral y de los derechos humanos, de la cultura de la vida, amante de la paz y de la justicia, papa de los jóvenes y de las familias, adalid de los derechos del no nacido, de los ancianos y de los enfermos. Apóstol de la reconciliación que supo aglutinar a credos diversos en Asís abriendo una vía ecuménica del diálogo interreligioso de un valor incalculable. El papa viajero que recorrió el mundo una y otra vez abrazando y bendiciendo a todos. En su pontificado se registró la caída de la cortina de hierro y el desmoronamiento del imperio soviético, lo que es atribuido por muchos estudiosos a la presencia de un papa del este europeo.
El gravísimo atentado sufrido en mayo de 1981, poco a poco fue minando su salud. Perdonó al agresor y siguió viviendo alumbrado por Cristo y por María, que lo rescató de una muerte prematura, pudiendo ejercitar de manera heroica su responsabilidad. Afrontó magistralmente numerosos problemas y dificultades que se le presentaron. Fue un hombre de oración que mostró siempre una imponente fortaleza ante las adversidades.
Los últimos años de su vida no ocultó al mundo su deterioro físico; se mantuvo al frente de la sede de Pedro dando ejemplo de su inalterable fidelidad a Cristo y a la Iglesia. Catorce encíclicas, once constituciones apostólicas y 1060 audiencias públicas celebradas dan prueba del alcance de su entrega y ardor apostólico. En uno de sus mensajes recordó: «La vocación del cristiano es la santidad, en todo momento de la vida. En la primavera de la juventud, en la plenitud del verano de la edad madura, y después también en el otoño y en el invierno de la vejez, y por último, en la hora de la muerte». Él lo cumplió con creces. Si se pudiera hablar en términos numéricos sería uno de los pocos pontífices que ostentó uno de los records más altos. Y no solo por los casi veintisiete años de duración de su pontificado, el tercero más largo de la historia. También por la muchedumbre que le siguió en directo y en diferido multiplicando sus palabras y gestos gracias a los diversos medios de comunicación. Ellos mostraron el dolor que produjo su muerte acaecida el 2 de abril de 2005, y el impresionante gentío que se dio cita en su duelo. Hay que dejar atrás los detractores que tuvo y sigue teniendo, que también han perseguido a otros integrantes de la vida santa, como se ha recordado aquí para otras biografías; ahí está la reciente de Teresa de Calcuta. Es inútil que traten de silenciar con absurdo griterío el eco de las obras de los grandes hijos de Dios. Él es su valedor; no se le puede acallar. Habla a través de los santos aunque pasen los siglos. La realidad es que por sus muchas virtudes Juan Pablo II fue beatificado por Benedicto XVI el 1 de mayo de 2011, y Francisco lo canonizó el 27 de abril de 2014, fiesta de la Divina Misericordia que este gran polaco instituyó.
Los tres secretos del Papa
Tres signos que apuntan, sin palabras, al misterio de la vida y el pontificado de san Juan Pablo II
En el imaginario colectivo, el Vaticano está plagado de secretos y de misterios. El Portón de Bronce, que da acceso al Palacio Apostólico, es visto como el umbral que conduce a lo arcano, a lo incógnito, a lo desconocido... No es ajeno este "fascino" por la intriga al genio de los romanos. Cada calle de Roma, cada palacio, cada iglesia tiene su misterio. El Vaticano parece acumularlos todos y custodiarlos tras sus muros centenarios.
Los tres "secretos" del Papa están, sin embargo, a la vista de todos. Pero pueden pasar desapercibidos, si uno no está atento, si no investiga. Los tres "secretos" son tres innovaciones que san Juan Pablo II introdujo en el Vaticano: en la Basílica y en la Plaza de San Pedro.
Si uno recorre la majestuosa Basílica encontrará una capilla, en la que unas grandes cortinas impiden divisar lo que hay dentro. El visitante puede acceder al interior, pero no para hacer turismo o tomar fotografías. Allí sólo se entra para rezar. ¿Qué misterio alberga este recinto? La mirada se concentra inmediatamente en la Custodia, en la que está expuesto el Santísimo. En los primeros bancos, de rodillas, unas monjas hacen guardia, orando ante el Señor. Y, con ellas, muchos peregrinos, de todas las edades y condiciones. Ha sido san Juan Pablo II quien dispuso que este lugar se reservase, en el corazón de la basílica mayor de la cristiandad, para la adoración a Cristo. Aquí está uno de los "secretos" del Papa: el amor a la Eucaristía, la contemplación silenciosa de Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
El segundo "secreto" es el Via Crucis que el Papa hizo colocar en los muros que unen la columnata de San Pedro con la Basílica. Se trata de unos cuadros que contienen, en unos relieves de bronce, las escenas de la Pasión y de la Muerte de Jesús. Juan Pablo II, sin decir nada, vuelve a darnos una pista. La vida cristiana es el seguimiento de ese camino de dolor, tras las huellas de Cristo. Todo su pontificado fue una identificación creciente con los pasos del Nazareno hacia el Calvario. El signo de contradicción de la Cruz es resumen y exponente de las dos pasiones del Papa: la preocupación por el hombre y la conciencia de que sólo el amor de Dios, capaz de vencer la muerte, puede redimir su sufrimiento. El cristianismo es, por antonomasia, la religión de la compasión; de la compasión divina, que vence el dolor haciéndolo suyo. Recorriendo las estaciones del Vía crucis Juan Pablo II aprendió y nos enseñó a recorrer toda la geografía del dolor humano, evitando la banalización y la desesperanza.
El tercer "secreto" es un mosaico de María, la Mater Ecclesiae, que el Papa quiso que se pusiese bajo uno de los balcones de la Secretaría de Estado, de modo que pudiese ser visto desde toda la Plaza. Con este icono, Juan Pablo II dice a todo el pueblo cristiano que acude a San Pedro que en la familia de la Iglesia, que abre sus brazos a la humanidad entera, no falta la Madre. En la parte inferior del mosaico, en una esquina, el escudo del Pontífice, sin llaves de Pedro y sin tiara, y su lema: "Totus Tuus".
Los tres "secretos" del Papa son, para quien quiera descubrirlos, tres signos que apuntan, sin palabras, al misterio de su pontificado.