«Creo en la comunión de los santos»

Creer en el cielo

En esta fiesta cristiana de «Todos los Santos», quiero decir cómo entiendo y trato de vivir algunos rasgos de mi fe en la vida eterna. Quienes conocen y siguen a Jesucristo me entenderán. Creer en el cielo es para mí resistirme a aceptar que la vida de todos y de cada uno de nosotros es solo un pequeño paréntesis entre dos inmensos vacíos. Apoyándome en Jesús, intuyo, presiento, deseo y creo que Dios está conduciendo hacia su verdadera plenitud el deseo de vida, de justicia y de paz que se encierra en la creación y en el corazón da la humanidad.

Creer en el cielo es para mí rebelarme con todas mis fuerzas a que esa inmensa mayoría de hombres, mujeres y niños, que solo han conocido en esta vida miseria, hambre, humillación y sufrimientos, quede enterrada para siempre en el olvido. Confiando en Jesús, creo en una vida donde ya no habrá pobreza ni dolor, nadie estará triste, nadie tendrá que llorar. Por fin podré ver a los que vienen en las pateras llegar a su verdadera patria.

Creer en el cielo es para mí acercarme con esperanza a tantas personas sin salud, enfermos crónicos, minusválidos físicos y psíquicos, personas hundidas en la depresión y la angustia, cansadas de vivir y de luchar. Siguiendo a Jesús, creo que un día conocerán lo que es vivir con paz y salud total. Escucharán las palabras del Padre: Entra para siempre en el gozo de tu Señor.

No me resigno a que Dios sea para siempre un «Dios oculto», del que no podamos conocer jamás su mirada, su ternura y sus abrazos. No me puedo hacer a la idea de no encontrarme nunca con Jesús. No me resigno a que tantos esfuerzos por un mundo más humano y dichoso se pierdan en el vacío. Quiero que un día los últimos sean los primeros y que las prostitutas nos precedan. Quiero conocer a los verdaderos santos de todas las religiones y todos los ateísmos, los que vivieron amando en el anonimato y sin esperar nada.

Un día podremos escuchar estas increíbles palabras que el Apocalipsis pone en boca de Dios: «Al que tenga sed, yo le daré a beber gratis de la fuente de la vida». ¡Gratis! Sin merecerlo. Así saciará Dios la sed de vida que hay en nosotros.

José Antonio Pagola  Todos los Santos – B  (Mateo 5,1-12) 1 de noviembre 2015

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS Bienaventurados
(Ap 7, 2-4. 9-14; Sal 23; 1 Jn 3, 1-3; Mt 5, 1-12a)

A los santos los llamamos “bienaventurados”, y el Sermón del Monte que pronunció Jesús es una referencia evangélica para cuantos desean unirse a la larga procesión de los que, vestidos con túnicas blancas, siguen al Cordero, a Cristo glorioso.

A veces el texto del evangelista san Mateo se emplea para dictaminar quiénes son entre nosotros los justos, y quiénes los que se apartan del canon evangélico, recurso indebido, pues no nos pertenece juzgar a nadie, ni siquiera a nosotros mismos.

Sin duda que cada uno de los títulos por los que a algunos Dios los llamará “benditos”, se pueden aplicar a Jesucristo. Él es el Santo, el Bendito, el que nos ha mirado con corazón limpio, y se ha despojado de su rango, tomando la condición humilde de nuestra naturaleza. Jesús de Nazaret es el manso, el pacífico. Él ha padecido el juicio injusto, y ha sido perseguido hasta el extremo de ser condenado a muerte.

En Jesucristo tenemos el modelo de santidad, y es Él quien nos produce la sana emulación cuando nos invita al seguimiento, a tomar nuestra cruz y a ir detrás de Él, no como adeptos, sino como discípulos y verdaderos amigos suyos.

La santidad es una vocación bautismal, y a la vez un fruto por haber vivido la misericordia. En otro lugar del mismo Evangelio de san Mateo, se nos ofrece el veredicto divino, que eleva a bienaventurados a todos los que han practicado la misericordia con sus prójimos, aunque no lo hayan hecho por ser bautizados.

Si el verdaderamente Bendito es Jesucristo, también es el Misericordioso. En Él se nos revela el rostro de la misericordia divina. Quienes deseen seguir al Señor como discípulos y amigos suyos, tienen en las “Bienaventuranzas”, y en las “Obras de Misericordia” el código que deben seguir.

Tú y yo tenemos la llamada a ser felices, dichosos, y el Evangelio nos revela la forma de serlo ya en esta vida, de forma paradójica, porque los que pierden, ganan; los que lloran, reirán; los que se dan y se niegan a sí mismo por amor, se afirman. La prueba la tenemos en el Crucificado, Resucitado.

Una pauta para vivir la vocación esencial cristiana es creer en la persona de Jesucristo por habernos encontrado con Él, mantenernos confiados en su Palabra, y entregados al bien hacer por amor.
Y hoy, además, felicidades, porque también es tu santo, tu fiesta.

Solemnidad de Todos los Santos Ap 7,2-4.9-14; Salmo 23; 1Jn 3,1-3; Mt 5, 1-12a

Nexo entre las lecturas
La solemnidad de todos los santos nos ofrece una liturgia rica en contenido, en simbolismo y en profundidad doctrinal. El libro del Apocalipsis presenta uno de los pasos más consoladores de la Escritura. Se nos habla del tiempo presente como el tiempo del perdón, el tiempo que hay que “imprimir el sello de Dios en la frente de todos sus siervos”, el tiempo de la predicación evangélica, de la misión. En un segundo momento el apóstol contempla el cielo, ve una multitud inmensa que “ha lavado sus vestiduras en la sangre del cordero”, han pasado por la “gran tribulación”. Son los santos que, después de su gesta terrena, adoran eternamente a Dios en el cielo (1L). El evangelio nos muestra el camino de la santidad: las bienaventuranzas. Quien practica la doctrina de Cristo y sigue sus huellas, es bienaventurado: es puro de corazón, es manso, sabe sufrir por la justicia, llora, es pobre de espíritu. Este es el camino de la felicidad verdadera. Es el camino para dar Gloria a Dios y para salvar a las almas (Ev). Podemos tener esperanza, a pesar de las apariencias tristes de este mundo, porque el Señor nos ha amado y nos ha llamado a ser sus hijos. Nos ha llamado con una vocación santa para darle gloria y vivir eternamente con Él en el cielo (2L).

Mensaje doctrinal
1. La visión de la Apocalipsis. Es preciso que nos detengamos a considerar brevemente las características de la visión de los últimos tiempos que nos ofrece el apóstol. Juan presenta al Ángel venido de Oriente, lugar de donde llega la salvación, que, llevando el sello de Dios, grita con voz potente a otros cuatro ángeles para que no dañen la tierra. Se trata de dar tiempo para que todos los “siervos de nuestro Dios reciban el sello sobre su frente”. En realidad, se trata de una visión teológica del tiempo presente. Del tiempo de la espera de Dios, del tiempo del perdón, del tiempo en el que es necesario extender el Reino de Cristo hasta los confines de la tierra; es el tiempo para poner sobre la frente de los siervos de Dios el sello que los distingue. Así, nuestro tiempo terreno es el tiempo para evangelizar, para anunciar la buena nueva, para bautizar, para llamar a todos a la convocación de nuestro Dios y Señor. La vida de cada uno de nosotros tiene un tiempo determinado y cada uno de los momentos de la misma tiene un valor específico. Cada momento me propone un rasgo concreto de mi donación. A través de esos momentos voy yo construyendo mi poción en la historia de la salvación. Así, el tiempo terreno revela todo su valor: es la preparación de la liturgia celeste, de los coros angélicos y de los santos que alaban al Señor día y noche. Recorramos, pues, el tiempo presente con la conciencia de los tiempos futuros.

Ciertamente el tiempo presente es considerado también como “la gran tribulación”. Desde el inicio de su evangelio, el apóstol Juan nos presenta la venida del Hijo de Dios hecho hombre como el inicio de un combate decisivo entre las tinieblas y la luz (la luz luce en las tinieblas).

La vida terrena de Jesús es una vida de entrega a la voluntad del Padre para dar testimonio de la verdad. Él es una bandera de contradicción. Él será juzgado en los acontecimientos de la pasión por defender el amor y la verdad. Es la “gran tribulación”. Sus discípulos no seguirán una senda diversa. También ellos serán juzgados y llevados a tribunales a causa del nombre de Jesús. Pero todos son purificados por la sangre del Cordero, la sangre de Cristo derramada en la cruz por nuestra redención.

Es muy instructivo contemplar las escenas del cielo que nos ofrecen pintores como el Giotto en la Capilla de los Scrovegni en Padua, o de Giusto de’ Menabuoi, o del Beato Angélico. En ellas se distinguen, en orden jerárquico, todas las esferas de los santos que alaban a Dios. En primer lugar María Santísima, reina de los santos. A continuación los apóstoles, los mártires, los confesores etc. En todos ellos se descubre la alegría, danzan, cantan, se felicitan. Parece que tocan con sus manos la luz que emana del cielo. En sus rostros hay paz, alegría, serenidad. Muchos de ellos tienen instrumentos y parece que entonan himnos y cánticos inspirados (Cf. Ef 5,19). Ciertamente son pinturas, pero nos ayudan a penetrar con la fe esa realidad que supera todo lo que podemos esperar y que llamamos cielo, vida eterna, encuentro definitivo con Dios que es amor.

2. El amor con el que nos ha amado el Padre. El amor con el que Dios nos ama es una de las constantes en el pensamiento de san Juan. El apóstol hace memoria frecuentemente de este amor, para que los cristianos sientan el deseo de corresponder a tan grande amor... Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él. Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. (1 Jn 4, 16). Se trata, pues, de considerar el amor con el que el Padre nos ha amado, de forma que nos ha llamado Hijos de Dios y los somos en realidad. Por ello, el Verbo se encarnó, para manifestar el amor del Padre.

En un mundo transido por conflictos sociales, políticos, económicos; un mundo que ha visto el sucederse de genocidios en el siglo pasado; un mundo que se asoma temeroso al tercer milenio por el riesgo del terrorismo y la ruina de la civilización; en un mundo así, parece especialmente importante la predicación del amor del Padre; la predicación del triunfo del bien sobre el mal; la predicación de la necesidad de amar porque Dios nos ha amado y nos ha enviado a su Hijo en rescate de todos. En su último mensaje mundial de la paz, el 1 de enero de 2002, el Papa escribía:

“Ante estos estados de ánimo, la Iglesia desea dar testimonio de su esperanza, fundada en la convicción de que el mal, el mysterium iniquitatis, no tiene la última palabra en los avatares humanos. La historia de la salvación descrita en la Sagrada Escritura proyecta una gran luz sobre toda la historia del mundo, mostrando que está siempre acompañada por la solicitud diligente y misericordiosa de Dios, que conoce el modo de llegar a los corazones más endurecidos y sacar también buenos frutos de un terreno árido y estéril”.

Juan Pablo II Mensaje para la jornada mundial de la paz 1 de enero de 2002.

Si nos preguntamos, pues, cuál es el camino de santidad que debe recorrer un cristiano, podemos responder: el camino de las bienaventuranza. Allí encontramos como la “carta magna” del cristianismo. En la bienaventuranzas encontramos la respuesta a la pregunta ¿Cómo ser cristiano? ¿Cómo serlo especialmente en este mundo tan conflictivo? El camino es de la pobreza de espíritu, de la mansedumbre, del sufrimiento tolerado por amor, el camino de la justicia y del perdón, el camino de la paz y concordia de corazones. ¡Qué tarea tan enorme y entusiasmante nos espera! ¡Que nada nos detenga en este camino de santidad, en este itinerario del cielo! Ahora es el tiempo de la salvación, ahora es el tiempo del perdón, ahora es el tiempo de la evangelización, no dejemos nuestras manos estériles u ociosas ante tan grande y hermosa tarea.

Sugerencias pastorales
1. La búsqueda de la santidad. La llamada a la santidad es una llamada universal. No se dirige sólo a los sacerdotes o religiosos o religiosas. No. Es una llamada universal que toca a todo cristiano. Toca a todo hombre que, en Cristo, ha sido llamado a formar parte de la Iglesia. La santidad no es el dedicarse a grandes rezos o sacrificios. La santidad es la comunión con Dios. La santidad es la obediencia filial y amorosa al Padre de las misericordias. Y a los santos los encontramos por todas partes. Están ciertamente los santos canonizados solemnemente por el Papa, pero se encuentra también ese ejército innumerable de santos que viven en sus hogares, en su trabajo, en sus familias, haciendo siempre y con amor la voluntad de Dios. Personas que por su humildad transmiten a Dios, llevan a Dios en el corazón, en su palabra y en su testimonio de vida. Sin ellos darse cuenta, difunden a Cristo, predican a Cristo, hablan de Cristo. Pensemos ahora en el caso, no infrecuente -especialmente en Italia-, de madres que prefieren llevar su embarazo adelante, a pesar de que eso pone en riesgo su vida. Pensemos en el caso de médicos que atienden gratis a miles de pacientes que no tienen con qué pagar en zonas rurales o de misión. Pensemos en el caso de maestros y maestras de escuelas primarias que han dado su vida entera a la enseñanza de sus alumnos sacrificando horas de esparcimiento y descanso personal. Todos conocemos casos de esta índole. Es fácil encontrarlos en cualquier latitud, pueblo y nación. Por eso, surge siempre la inquietud: ¿por qué no ser yo también santo? ¿Por qué no dejar paso abierto a Dios en mi vida? ¿Por qué no darle a Él, que es amor, el primer lugar en mi corazón?

Decía Amado Nervo:
Si amas a Dios, en ninguna parte has de sentirte extranjero,
porque Él estará en todas las regiones,
en lo más dulce de todos los países, en el límite
indeciso de todos los horizontes.
Si amas a Dios, en ninguna parte estarás triste, porque,
a pesar de la diaria tragedia, Él llena de júbilo el universo.

Si amas a Dios, no tendrás miedo de nada ni de nadie,
porque nada puedes perder, y todas las fuerzas del cosmos
serían impotentes para quitarte tu heredad.
Si amas a Dios, ya tienes alta ocupación para todos
los instantes, porque no habrá acto que no ejecutes
en su nombre, ni el más humilde ni el más elevado.
Si amas a Dios, ya no querrás investigar los enigmas,
porque le llevas a Él, que es la clave y resolución de todos.
Si amas a Dios, ya no podrás establecer con angustia
una diferencia entre la vida y la muerte, porque
en Él estás y Él permanece incólume a través de
todos los cambios.

2. La santidad infantil. El 13 de mayo de 2000, el Santo Padre beatificó a Jacinta de Jesús Marto de 10 años de edad y a Francisco Marto de 11 años de edad. Son los niños de las apariciones de la Virgen de Fátima. Esta beatificación puso ante nuestros ojos una realidad estupenda: la santidad de los niños. Puesto que Dios se revela especialmente a los pequeños y a los sencillos de corazón, debemos tener por ellos un santo respeto. Ellos son capaces de un amor muy profundo por Jesús. No debemos, por ello, menospreciar su edad, capacidad de discernimiento y, en consecuencia, no debemos descuidar su formación cristiana; no debemos olvidarnos de la catequesis; Pongamos ante sus ojos modelos de santidad como los de santo Domingo sabio, Maria Goretti, los tres niños mártires de Tlaxcala y tantos otros. Ellos se sentirán animados a hacer grandes cosas por Dios y por los demás.

Evangelio según San Mateo 5,1-12a. 

Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. 
Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo: 
"Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. 
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. 
Felices los afligidos, porque serán consolados. 
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. 
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. 
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. 
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. 
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. 
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. 
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron." 

Fiesta de todos los Santos

La fiesta de hoy se dedica a lo que san Juan describe como «una gran muchedumbre que nadie podía contar, de todas las naciones, tribus y lenguas»; los que gozan de Dios, canonizados o no, desconocidos las más de las veces por nosotros, pero individualmente amados y redimidos por Dios, que conoce a cada uno de sus hijos por su nombre y su afán de perfección.   Hay quien pone reparos a éste o aquél, reduce el número de las legiones de mártires, supone un origen fabuloso para tal o cual figura venerada. La Iglesia puede permitirse esos lujos, un solo santo en la tierra bastaría para llenar de gozo al universo entero, y hay carretadas.   ¡Aquellos veinticuatro carros repletos de huesos de mártires que Bonifacio IV hace trasladar al Panteón del paganismo para fundarlo de nuevo sobre cimientos de santidad! Montones, carretadas de santos, sobreabundancia de cristianos de quienes ni siquiera por aproximación conocemos el número, para los que faltan días en el calendario.   Por eso hoy se aglomeran en la gran fiesta común. Los humanamente ilustres, Pedro, Pablo, Agustín, Jerónimo, Francisco, Domingo, Tomás, Ignacio, y los oscuros: el enfermo, el niño, la madre de familia, un oficinista, un albañil, la monjita que nadie recuerda, gente que en vida parecía tan gris, tan irreconocible, tan poco llamativa, la gente vulgar y buena de todos los tiempos y todos los lugares.  

Cualquiera que en cualquier momento y situación supo ser fiel sin que a su alrededor se enterara casi nadie, cualquiera sobre quien, al morir, alguien quizá comentó en una frase convencional: Era un santo.

Y no sabíamos que se había dicho con tanta propiedad. Cristianos anónimos que a su manera, a escala humana, se parecían a Cristo.  

La solemnidad de Todos los Santos nació en el siglo Vlll entre los celtas la Iglesia nos propone esta Visión de gloria al comienzo del invierno, para invitarnos a vivir en la esperanza de una primavera, más allá de la muerte. Quiere también que caigamos en la cuenta de nuestra solidaridad con cuantos han pasado al mundo invisible.   Festejamos con alegría a los Santos, pues creemos «que gozan de la gloria de la inmortalidad», en donde interceden por nosotros. Cada Santo vive intensamente la visión de Dios y su amor, mas su conjunto forma una ciudad, «la Jerusalén celeste», un Reino abierto a cuantos vivan de acuerdo con las Bienaventuranzas. Son la Iglesia del cielo.   La Gloria de los «Santos, nuestros hermanos», procede de Dios, cuya imagen reproduce cada uno de ellos de una manera única. Por consiguiente, al venerarlos, proclamamos a Dios «admirable y solo Santo entre todos los Santos». Todos fueron salvados por Cristo, todos nacieron de su costado abierto. Este es el motivo por el que el lugar por excelencia de comunión con los Santos es la Eucaristía.   En ella les santificó el Señor Jesús con la plenitud de su amor»; en ella podemos también nosotros suplicarle con humildad a Dios que nos haga pasar «de esta mesa de la Iglesia peregrina al banquete del Reino de los cielos».

Santos no ejemplares

La santificación se da en la misteriosa unión de la gracia de Dios y de la libertad humana, pero ambas, gracia y libertad, transcienden en última instancia todo condicionamiento exterior a ellas.

Esto significa que la santidad esencial no puede verse limitada por adversas circunstancias psíquicas, corporales o ambientales, pero éstas sí pueden limitar, sin que haya culpa, la íntima experiencia psicológica de la santidad, así como su ejercicio moral en actos concretos.

Sabemos que concretamente en los cristianos, Dios santifica al hombre contando con el concurso de sus facultades mentales. Pero sabemos que Dios también santifica al hombre sin el concurso consciente y activo de sus potencias psicológicas. Así son santificados los niños sin uso de la razón. Los locos durante su tiempo de alienación mental. Los paganos, pues los que son santificados sin fe-conceptual (no conocen a Cristo), habrán de tener un cierto modo de fe-ultra conceptual, ya que sin la fe no podrían agradar a Dios (Heb. 11, 5-6) Los místicos, cuando al orar o al actuar bajo la intensa acción de los dones del Espíritu Santo, no ejercitan activamente las potencias psicológicas; ellos nos hablan de cómo la fe ha de trascender tanto lo inferior sensitivo como lo racional y superior. Por otra parte, la distinción real que hay entre el alma y las potencias que de ella fluyen nos ayuda también mucho a comprender estos modos de santificación al margen de las potencias del hombre. En efecto, lo que santifica al hombre es la gracia, pero propiamente la gracia perfecciona la esencia misma del alma, que es distinta de sus potencias psicológicas; éstas, en la santificación, pueden quedar eventualmente incultas, por designio divino. Este designio de Dios, como decíamos, parece bastante frecuente, pues hay que reconocer que entre los hombres – y también a veces los «cristianos»- el número de niños, locos y paganos  son muy grande. Entre todos éstos la santificación de Dios realizará no pocas veces «santos no ejemplares».   Recordemos también en esto que la santificación cristiana es escatológica: se realizará plenamente en la resurrección. Pero aquí en la tierra muchas veces el Espíritu Santo habita y santifica realmente a hombres cuya lamentable circunstancia, impide todavía ciertas vivencias psicológicas y ciertas manifestaciones éticas que corresponderían normalmente a la santidad.    Ahora bien, si desde el fondo de su humillación, esos hombres aceptan la cruz de la vergüenza, son santos: las realizaciones psicológicas y morales de la santidad pueden ser en ellos desastrosas, pero son santos.   No son santos «canonizables», por supuesto, ya que la Iglesia sólo canoniza santos ejemplares. La obra santificante de Dios, en esta vida histórica, produce, pues, dos tipos de santos, según que la gracia actúe sobre naturalezas individuales relativamente sanas o particularmente deterioradas, o más exactamente, según los designios de la Providencia. En palabras de Beirnaert:   « Existen los santos cuyos psiquismos son desfavorecidos y pobres, la multitud de los angustiados, agresivos,  carnales, todos aquellos que arrastran el peso insoportable de los determinismos... Y  junto a ellos existen los santos de feliz psiquismo, los santos castos, fuertes y dulces, los santos modelo, canonizados o canonizables, los santos admirables que provocan la acción de gracias y en quienes vemos a la humanidad transformada por la gracia    ( L. Beirnaert, Experiencia Cristiana y sicología, Barcelona, Estela 1969). La gracia de Dios, en cada hombre concreto, no sana necesariamente en esta vida todas las enfermedades y atrofias de la naturaleza humana; sana lo que, en los designios de la Providencia, viene requerido para la divina unción. Permite, pues, a veces que perduren en el hombre deificado no pocas deficiencias psicológicas y morales inculpables, que para la persona será una no pequeña humillación y sufrimiento. Fuente:  José Rivera y José María Irabury; « Espiritualidad Cristiana»; Prólogo de Don Marcelo González Martín, Arzobispo de Toledo, Cardenal Primado de España; Centro de estudios de Teología Espiritual; Madrid 1982 (Pág. 408 a 413)

Oremos
Dios todopoderoso y eterno, que nos concedes celebrar los méritos de todos los santos en una misma solemnidad, te rogamos que, por las súplicas de tan numerosos intercesores, nos concedas en abundancia los dones que te pedimos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Santa Catalina de Siena (1347-1380), terciaria dominica, doctora de la Iglesia, copatrona de Europa 
El Diálogo, c. 41

«Creo en la comunión de los santos» (Credo)

Dios ha dicho a santa Catalina: El alma justa que acaba su vida en caridad y ligada con el amor, no puede crecer en las virtudes, porque pasó el tiempo; pero puede amar con aquel amor con que viene a Mí, y con esta medida será medida. Así es que siempre me desea y cada vez más, pero no queda frustrado su deseo, sino que, teniendo hambre, se sacia, y saciándose tiene hambre; pero el hastío está muy lejos de esta hartura y la congoja del hambre. En el amor gozan mi eterna visión, participando aquel bien que Yo tengo en Mí mismo, y doy a cada cual según su medida de amor con que vinieron a Mí, porque vivieron en mi caridad común y la particular, que dimana de una misma.

Ellos se gozan y alegran, participando del bien los unos de los otros con el afecto de la caridad, además del bien universal con que todos se huelgan. También se regocijan y alegran con los ángeles, entre quienes fueron colocados según las diversas y varias virtudes que tuvieron en el mundo, estando todos unidos con el vínculo de la caridad. Tienen singular participación con aquellos a quienes amaban en el mundo con singular cariño, por cuyo amor crecían en gracia, creciendo en virtud, y uno daba motivo al otro de manifestar la gloria y alabanza de mi nombre en ellos y en el prójimo. Por dicha suya, en la vida eterna, no pierden, antes bien, conservan dicho amor, participando estrechamente con mayor abundancia un amor del otro, añadiéndoseles esto al bien universal.

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El Papa, en la ventana

"Me uno a todos los que van a rezar a las tumbas de sus seres queridos"
El Papa hace un llamamiento para que se ponga fin "al ciclo de violencia" en Centroáfrica
"El domingo 29 de noviembre abriré la puerta santa de la catedral de Bangui"

José Manuel Vidal, 01 de noviembre de 2015 a las 12:24

Se muestra especialmente cercano a los combonianos de la parroquia de Fátima en Bangui que acogen a numerosos refugiados

(José M. Vidal).- En la fiesta de Todos los Santos, el Papa Francisco recuerda a los santos canonizados y a "los de la puerta de al lado". También se une a todos los que, en el mundo, rezan estos días "ante las tumbas de sus seres queridos" y pide el fin del "cilclo de la violencia" en Centroáfrica. Por eso, para ayudar a que llegue pronto la paz a ese país martirizado, el 29 de noviembre abrirá la puerta santa de la catedral de Bangui.

Algunas frases de la homilía papal
"Una multitud vestida de blanco y marcada con el sello de Dios"
"Pertecenen a Dios, son su propiedad"
"Llevar el sello de Dios significa que, en Cristo, somos hijos de Dios"
"Todos nosotros somos hijos de Dios"
"Hemos recibido el sello de nuestro padre celeste"
"Para decirlo, sencillamente, llevamos el apellido de Dios, porque somos hijos de Dios"
"Los santos que recordamos son los que vivieron en la gracia de su bautismo y conservaron su sello"
"Ven a Dios como es"
"La segunda característica de los santos es que son ejemplos para imitar"
"No sólo los canonizados, sino también los de la puerta de al lado"
"No están canonizados"
"Hemos encontrado muchos de estos santos"
"Gracias a Dios que nos los ha donado"
"¡Cuánta gente buena hemos conocido y conocemos en la vida!"
"Lo decicmos: Ésta persona es un santo"
"El amor y la compasión son más fuertes que la muerte"

Saludos después del ángelus
"Los dolorosos episodios de estos últimos días en Centroáfrica suscitan en mi alma viva preocupación. Llamo a las partes para que se ponga fin a este ciclo de violencia. Especialmente cercano a los combonianos de la parroquia de Fátima en Bangui que acogen a numerosos refugiados.

Mi solidaridad a la iglesia, a las demás confesiones religiosas y al pueblo centroafricano, tan duramente probado"
"Para manifestar la cercanía de toda la Iglesia a esta nación afligida y atormentada, el domingo 29 de noviembre abriré la puerta santa de la catedral de Bangui, durante el viaje apostólico que espero poder realizar a aauqella nación"
"Ayer, fue proclamada beata Madre Teresa Cassini, mujer contemplativa y misionera. Gracias al Señor por su testimonio"
Saluda especialmente a los peregrinos de Valencia.
Saluda a los participantes en la peregrinación de Todos los Santos.
"Hoy por la tarde, iré al cementerio de Verano, donde celebraré la santa misa, en sufragio por los difuntos"
"Me uno a todos los que estos días van a rezar a las tumbas de sus seres queridos en todo el mundo"
"A todos les deseo paz y serenidad en la compañía espiritual de los santos"
 

Noviembre: santos y difuntos

Fecha: 01 de Noviembre de 2015

Hoy vivimos exageradamente al día. Tenemos poco tiempo para mirar atrás de vez en cuando y recordar. Los dos primeros días de noviembre nos ayudan a tener un momento de recuerdo para nuestros antepasados. Al principio de este mes celebramos la doble fiesta de Todos los Santos y la Conmemoración de los Fieles Difuntos.

Estas dos fiestas expresan la solidaridad esperanzada con aquellos hermanos nuestros que han atravesado el umbral oscuro de la muerte y han entrado en la condición definitiva de su historia. Esta solidaridad con nuestros antepasados se convierte en un desafío crítico a la mentalidad de nuestro tiempo, que intenta olvidar a los muertos y apartarnos de la comunión con ellos.

La Iglesia es la "comunión de los santos", según la expresión tradicional del Símbolo de la fe católica. Así lo decimos en la profesión de fe. Esta comunión, en sus elementos invisibles, existe no sólo entre los miembros de la Iglesia que peregrina en la tierra -que somos nosotros-, sino también entre éstos y todos aquellos que forman la Iglesia celestial o que serán incorporados tras su purificación. Existe una relación espiritual mutua entre todos, y de ahí la importancia de la intercesión de los santos y de la oración por los difuntos.

La fiesta de Todos los Santos pone de relieve la vocación universal de los cristianos a la santidad. El apóstol Juan, en un género literario apocalíptico, nos hace ver "una muchedumbre inmensa, incontable. Gentes de toda nación, raza, pueblo y lengua; todos de pie delante del trono y del Cordero; todos vestidos con túnica blanca, llevando palmas en la mano y proclamando con voz poderosa: La salvación viene de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero."

La fiesta de Todos los Santos da el sentido auténtico a la muerte. Es evidente lo que dice el Concilio Vaticano II cuando afirma que la muerte "es el enigma más grande de la vida humana". Sin embargo, Jesús ilumina este enigma con sus palabras: "Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque muera, vivirá". La muerte, para un creyente en Cristo, es ciertamente el final de la vida terrenal, pero es también el alba de una vida nueva y feliz en la posesión de Dios por toda la eternidad. Por eso, san Francisco de Asís no dudó en llamar a este enigma con el nombre de "nuestra hermana la muerte corporal, de la cual ningún hombre viviente puede escapar. ¡Ay de aquellos que mueran en pecado mortal! Bienaventurados aquellos a quienes encuentre en tu santísima voluntad, porque la muerte segunda no les hará mal. Load y bendecid a mi Señor, y dadle gracias y servidle con gran humildad.”

Por la gran misericordia de Dios, Todos los Santos y la Conmemoración de los Difuntos son dos días para reafirmar nuestra esperanza.

+ Lluís Martínez Sistach Cardenal arzobispo de Barcelona

 

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