Reciban en herencia el Reino que les fue preparado
- 02 Noviembre 2015
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Evangelio según San Mateo 25,31-46.
Jesús dijo a sus discípulos: "Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: 'Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver'. Los justos le responderán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?'.
Y el Rey les responderá: 'Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo'. Luego dirá a los de su izquierda: 'Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron'.
Estos, a su vez, le preguntarán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?'. Y él les responderá: 'Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo'. Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna".
Conmemoración de todos los fieles difuntos
Muramos con Cristo, y viviremos con él. Del libro de san Ambrosio, obispo, sobre la muerte de su hermano Sátiro Libro 2,40. 41. 132. 133. Vemos que la muerte es una ganancia, y la vida un sufrimiento.Por esto, dice san Pablo: Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir.
Cristo, a través de la muerte corporal, se nos convierte en espíritu de vida. Por tanto, muramos con él, y viviremos con él. En cierto modo, debemos irnos acostumbrando y disponiendo a morir, por este esfuerzo cotidiano, que consiste en ir separando el alma de las concupiscencias del cuerpo, que es como irla sacando fuera del mismo para colocarla en un lugar elevado, donde no puedan alcanzarla ni pegarse a ella los deseos terrenales, lo cual viene a ser como una imagen de la muerte, que nos evitará el castigo de la muerte. Porque la ley de la carne está en oposición a la ley del espíritu e induce a ésta a la ley del error. ¿Qué remedio hay para esto? ¿Quién me librará de este cuerpo presa de la muerte? Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, y le doy gracias. Tenemos un médico, sigamos sus remedios. Nuestro remedio es la gracia de Cristo, y el cuerpo presa de la muerte es nuestro propio cuerpo. Por lo tanto, emigremos del cuerpo, para no vivir lejos del Señor; aunque vivimos en el cuerpo, no sigamos las tendencias del cuerpo ni obremos en contra del orden natural, antes busquemos con preferencia los dones de la gracia. ¿Qué más diremos? Con la muerte de uno solo fue redimido el mundo. Cristo hubiese podido evitar la muerte, si así lo hubiese querido; mas no la rehuyó como algo inútil, sino que la consideró como el mejor modo de salvarnos.
Y, así, su muerte es la vida de todos. Hemos recibido el signo sacramental de su muerte, anunciamos y proclamamos su muerte siempre que nos reunimos para ofrecer la eucaristía; su muerte es una victoria, su muerte es sacramento, su muerte es la máxima solemnidad anual que celebra el mundo.
¿Qué más podremos decir de su muerte, si el ejemplo de Cristo nos demuestra que ella sola consiguió la inmortalidad y se redimió a sí misma?
Por esto, no debemos deplorar la muerte, ya que es causa de salvación para todos; no debemos rehuirla, puesto que el Hijo de Dios no la rehuyó ni tuvo en menos el sufrirla. Además, la muerte no formaba parte de nuestra naturaleza, sino que se introdujo en ella; Dios no instituyó la muerte desde el principio, sino que nos la dio como remedio. En efecto, la vida del hombre, condenada, por culpa del pecado, a un duro trabajo y a un sufrimiento intolerable, comenzó a ser digna de lástima: era necesario dar fin a estos males, de modo que la muerte resituyera lo que la vida había perdido. La inmortalidad, en efecto, es más una carga que un bien, si no entra en juego la gracia. Nuestro espíritu aspira a abandonar las sinuosidades de esta vida y los enredos del cuerpo terrenal y llegar a aquella asamblea celestial, a la que sólo llegan los santos, para cantar a Dios aquella alabanza que, como nos dice la Escritura, le cantan al son de la cítara: Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente, justos y verdaderos tus caminos, ¡oh Rey de los siglos! ¿Quién no temerá, Señor, y glorificará tu nombre? Porque tú solo eres santo, porque vendrán todas las naciones y se postrarán en tu acatamiento; y también para contemplar, Jesús, tu boda mística, cuando la esposa en medio de la aclamación de todos, será transportada de la tierra al cielo –a ti acude todo mortal–, libre ya de las ataduras de este mundo y unida al espíritu .Este deseo expresaba, con especial vehemencia, el salmista, cuando decía: Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida y gozar de la dulzura del Señor.
Oración: Escucha, Señor, nuestras súplicas, para que, al confesar la resurrección de Jesucristo, tu Hijo, se afiance tambié nuestra esperanza de que todos tus hijos resucitarán. Por nuestro Señor Jesucristo.
San Braulio de Zaragoza (c. 590-651), obispo Carta 19; PL 80, 665
«Al ver a la viuda, el Señor Jesús...le dijo: 'No llores'» (Lc 7,13)
Cristo, esperanza de los creyentes, no da el nombre de muertos a los que han dejado ya este mundo sino dormidos, cuando dice; «Lázaro, nuestro amigo, se ha dormido» (Jn 11,11); el apóstol Pablo, a su vez, no quiere que estemos «afligidos a causa de los que se han dormido» (1Tes 4,13). Por eso, si nuestra fe cree que «todos los que creen» en Cristo, según dice el Evangelio «no morirán jamás» (Jn 11,26), sabemos que él mismo no ha muerto y que nosotros tampoco moriremos. Porque «a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, el mismo Señor bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán» (1Tes 4,16). Así pues, que la esperanza de la resurrección nos llene de valentía, puesto que volveremos a ver a los que hemos perdido. Es importante que creamos firmemente en él, es decir, que obedezcamos sus preceptos, porque pone todo su supremo poder en levantar a los muertos lo que hace más fácilmente que nosotros despertar a los que duermen.
Esto es lo que decimos, y sin embargo, yo no sé por qué sentimiento, nos refugiamos en las lágrimas, y el sentimiento de dolor debilita nuestra fe. Desgraciadamente ¡cuán penosa es la condición del hombre, y cuán vana nuestra fe sin Cristo! Pero tú, muerte, que eres cruel hasta llegar a romper la unión de los esposos y separar a los que la amistad ha unido, desde ahora tu fuerza ha sido aplastada. Desde ahora tu yugo despiadado ha sido roto por aquel que te amenazó por las palabras del profeta Oseas: «Oh muerte, yo seré tu muerte» (Os 13,14 Vulg). Por eso, con el apóstol Pablo lanzamos este desafío: «Oh muerte ¿dónde está tu victoria? Oh muerte, ¿dónde está tu aguijón venenoso?» (1C 15,55). Nos ha rescatado el que te ha vencido, entregó su amada alma a manos de los impíos, para hacer de ellos sus amados.
Sería demasiado largo recordar lo que en las santas Escrituras nos puede traer a todos la consolación. Que nos sea suficiente esperar en la resurrección y levantar nuestras miradas hacia la gloria donde está nuestro Redentor, porque es en él que estamos ya resucitados, que es como nos lo hace pensar nuestra fe, según la palabra del apóstol: «Si hemos muerto con Cristo creemos que también viviremos con él» (2Tes 2,11).
Saludos después del ángelus
"Los dolorosos episodios de estos últimos días en Centroáfrica suscitan en mi alma viva preocupación. Lamo a las partes para que se ponga fin a este ciclo de violencia. Especialmente cercano a los combonianos de la parroquia de Fátima en Bangui que acogen a numerosos refugiados.
Mi solidaridad a la iglesia, a las demás confesiones religiosas y al pueblo centroafricano, tan duramente probado"
"Para manifestar la cercanía de toda la Iglesia a esta nación afligida y atormentada, el domingo 29 de noviembre abriré la puerta santa de la catedral de Bangui, durante el viaje apostólico que espero poder realizar a aauqella nación"
"Ayer, fue proclamada beata Madre Teresa Cassini, mujer contemplativa y misionera. Gracias al Señor por su testimonio"
Saluda especialmente a los peregrinos de Valencia.
Saluda a los participantes en la peregrinación de Todos los Santos.
"Hoy por la tarde, iré al cementerio de Verano, donde celebraré la santa misa, en sufragio por los difuntos"
"Me uno a todos los que estos días van a rezar a las tumbas de sus seres queridos en todo el mundo"
"A todos les deseo paz y serenidad en la compañía espiritual de los santos"
Texto completo de la catequesis y de los saludos del Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y buena fiesta!
En la celebración de hoy, fiesta de Todos los Santos, sentimos particularmente viva la realidad de la comunión de los santos, nuestra gran familia, formada por todos los miembros de la Iglesia, ya sea los que somos todavía peregrinos en la tierra, como aquellos inmensamente más, que ya la han dejado y se han ido al Cielo. Estamos todos unidos, todos, y esto se llama la comunión de los santos, es decir, la comunidad de todos los bautizados.
En la liturgia, el Libro del Apocalipsis se refiere una característica esencial de los santos, y dice así: ellos son personas que pertenecen totalmente a Dios. Los presenta como una multitud inmensa de "elegidos", vestidos de blanco y marcados por el "sello de Dios" (cfr 7,2-4.9-14). Mediante este último particular, con lenguaje alegórico se subraya que los santos pertenecen a Dios en modo pleno y exclusivo, son su propiedad. Y ¿qué significa llevar el sello de Dios en la propia vida y en la propia persona? Nos lo dice también el apóstol Juan: significa que en Jesucristo nos hemos transformado verdaderamente en los hijos de Dios (cfr 1 Jn 3,1-3).
¿Somos conscientes de este gran don? ¡Todos nosotros, hijos de Dios! ¿Recordamos que en el Bautismo hemos recibido el "sello" de nuestro Padre celeste y nos hemos transformado en sus hijos? Para decirlo en modo simple: ¡llevamos el apellido de Dios! Nuestro apellido es Dios, porque somos hijos de Dios. ¡Aquí está la raíz de la vocación a la santidad! Y los santos que hoy recordamos son precisamente aquellos que han vivido en la gracia de su Bautismo, han conservado íntegro el "sello" comportándose como hijos de Dios, tratando de imitar a Jesús; y ahora han alcanzado la meta, porque finalmente "ven a Dios así como Él es".
Una segunda característica propia de los santos es que son ejemplos para imitar. Pero prestemos atención, no solamente aquellos canonizados, sino también los santos, por así decir, "de la puerta al lado" que con la gracia de Dios, se han esforzado por practicar el Evangelio en su vida ordinaria. No están canonizados. De estos santos hemos encontrado tantos también nosotros; quizás hemos tenido alguno en familia, o bien entre los amigos y los conocidos. Debemos estarles agradecidos, y sobre todo debemos estar agradecidos a Dios que nos los ha dado, que nos los puso cerca, como ejemplos vivos y contagiosos del modo de vivir y de morir en la fidelidad al Señor Jesús y a su Evangelio. Pero, ¡cuánta gente buena hemos conocido en la vida! Y conocemos. Y nosotros decimos: "esta persona es un santo". Lo decimos, nos viene espontáneamente. Estos son los santos de "la puerta al lado", aquellos no canonizados pero que viven con nosotros.
Imitar sus gestos de amor y de misericordia es un poco como perpetuar su presencia en este mundo. Y, en efecto, aquellos gestos evangélicos son los únicos que resisten a la destrucción de la muerte: un acto de ternura, una ayuda generosa, un tiempo dedicado a escuchar, una visita, una palabra buena, una sonrisa... Ante nuestros ojos estos gestos pueden parecer insignificantes, pero a los ojos de Dios son eternos, porque el amor y la compasión son más fuertes que la muerte.
La Virgen María, Reina de Todos los Santos, nos ayude a confiarnos más de la gracia de Dios, para caminar con impulso en el camino de la santidad. A nuestra Madre confiamos nuestro compromiso cotidiano, y le rogamos también por nuestros queridos difuntos, en la íntima esperanza de reencontrarnos un día, todos juntos, en la comunión gloriosa del Cielo.
Llamamiento por la dolorosa situación de República Centroafricana: Abrirá la Puerta Santa de la catedral de Bangui
Los dolorosos episodios que en estos últimos días han intensificado la delicada situación de la República Centroafricana, suscitan en mi ánimo viva preocupación. Hago un llamado a las partes involucradas para que se ponga fin a este ciclo de violencias. Estoy espiritualmente cercano a los Padres Combonianos de la parroquia Nuestra Señora de Fátima en Bangui, que acogen numerosos refugiados. Expreso mi solidaridad a la Iglesia, a las otras confesiones religiosas y a la entera nación Centroafricana, tan duramente extenuada mientras realizan todo tipo de esfuerzo para superar las divisiones y retomar el camino de la paz. Para manifestar la cercanía orante de toda la Iglesia a esta nación tan afligida y atormentada y exhortar a todos los centroafricanos a ser siempre más testigos de misericordia y de reconciliación, el domingo 29 de noviembre tengo intención de abrir la puerta santa de la catedral de Bangui, durante el Viaje Apostólico que espero poder realizar a aquella nación.
Palabras del Papa después de la oración del Ángelus
Beata la Madre Teresa Casini, Visita al Cementario Campo Verano con celebración de la Eucaristía
Queridos hermanos y hermanas, ayer, en Frascati, ha sido proclamada Beata la Madre Teresa Casini, fundadora de las Hermanas Oblatas del Sagrado Corazón de Jesús. Mujer contemplativa y misionera, hizo de su vida una oblación de oración y de caridad concreta en sostén de los sacerdotes. Agradecemos al Señor por su testimonio.
Saludos a todos ustedes peregrinos, procedentes de Italia y de tantos países; en particular, aquellos de Malasia y de Valencia (España).
Saludo a los participantes en la Carrera de los Santos y en la Marcha de los Santos, promovidas respectivamente por la Fundación "Don Bosco en el mundo" y por la Asociación "Familia Pequeña Iglesia". Aprecio estas manifestaciones que ofrecen una dimensión de fiesta popular a la celebración de Todos los Santos. Saludo además a la Coral de San Cataldo, a los jóvenes de Ruvo de Puglia y aquellos de Papanice.
Esta tarde iré al Cementerio del Verano, en donde celebraré la Santa Misa en sufragio de los difuntos. Visitando el principal cementerio de Roma, me uno espiritualmente a quienes en estos días van a rezar a las tumbas de sus seres queridos, en todas partes del mundo.
A todos les deseo paz y serenidad en la compañía espiritual de los Santos. ¡Feliz domingo! Y por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
El Papa en el Cementerio del Verano: 'Las bienaventuranzas son el camino de la santidad'
Fecha: 01 de Noviembre de 2015
En la solemnidad de Todos los Santos, el papa Francisco presidió este domingo por la tarde la Santa Misa en la calle central del Cementerio Monumental del Verano de Roma, con varios panteones y tumbas a su alrededor. Durante la procesión de entrada el Santo Padre llevaba una rosa blanca en la mano, pero se detuvo en pleno trayecto y la dejó sobre una de las lápidas.
A la celebración eucarística asistieron miles de fieles de la Ciudad Eterna. Ya que, como es tradición, en estos días el principal camposanto romano registra una gran afluencia de visitas. En su homilía, el Pontífice afirmó que “en el Evangelio hemos escuchado a Jesús que enseñaba a sus discípulos y a la gente reunida sobre la colina del lago de Galilea. La palabra del Señor resucitado y vivo indica también a nosotros, hoy, el camino para alcanzar la verdadera felicidad, el camino que conduce al Cielo”. “Es un camino difícil de comprender porque va contra corriente, pero el Señor nos dice que quien va por este camino es feliz, tarde o temprano alcanza la felicidad”, añadió.
Así, el Obispo de Roma destacó que las bienaventuranzas son “el camino de la santidad”. Se trata del camino “que ha recorrido Jesús, es más, es Él mismo este camino: quien camina con Él y pasa a través de Él entra en la vida, en la vida eterna”, explicó. “Pidamos al Señor la gracia de ser personas sencillas y humildes, la gracia de saber llorar, la gracia de ser humildes, la gracia de trabajar por la justicia y la paz, y sobre todo la gracia de dejarnos perdonar por Dios para convertirnos en instrumentos de su misericordia”, dijo el Santo Padre. “Si sabemos dar a los demás el perdón que pedimos para nosotros, somos bienaventurados”, enfatizó. “Así han hecho los santos, que nos han precedido en la patria celestial. Ellos nos acompañan en nuestra peregrinación terrena, nos animan a ir adelante. Su intercesión nos ayude a caminar en la vía de Jesús, y obtenga la felicidad eterna para nuestros hermanos y hermanas difuntos, por los que ofrecemos esta Misa”, concluyó el Pontífice.
Junto al Papa concelebraron el vicario general para la diócesis de Roma, cardenal Agostino Vallini, el arzobispo Filippo Iannone, vicegerente de la misma; y el padre Armando Ambrosi, párroco de la basílica de San Lorenzo Extra Muros.
Tras la ceremonia religiosa, que tuvo lugar en la víspera de la conmemoración de los Fieles Difuntos, Francisco rezó un responso e impartió la bendición apostólica.
Si uno come de este Pan, vivirá para siempre Juan 6, 51-58. Fieles Difuntos. En este día estamos llamados a recordar a todos, incluso aquellos de los que no se acuerda nadie.
Oración introductoria
Señor, gracias por recordarme que estoy de paso en esta vida, y que este paso debe ser ágil, comprometido, responsable, entusiasta, animado y fortalecido por tu gracia.
Petición
Que a la luz de la eternidad aprendemos que todo es pasajero, relativo, y al meditar en la muerte, nos ayude a no poner nuestro corazón y nuestras seguridades en cosas materiales y efímeras.
Meditación del Papa Francisco
La Iglesia, peregrina en la historia, se regocija por la intercesión de los santos y beatos que apoyan la misión de anunciar el Evangelio; por otro, que, como Jesús, compartiendo las lágrimas de los que sufren la separación de sus seres queridos, y por Él y gracias a Él, da las gracias al Padre que nos ha sacado del dominio del pecado y de la muerte”.
Entre ayer y hoy muchos hacen una visita al cementerio, que, como dice la misma palabra, es el ‘lugar de descanso’, esperando el despertar final. Es agradable pensar que el mismo Jesús nos despertará. Jesús mismo reveló que la muerte del cuerpo es como un sueño del que Él nos despierta. Con esta fe nos detenemos - incluso espiritualmente - en las tumbas de nuestros seres queridos, de cuantos han deseado el bien y han hecho el bien.
En este día estamos llamados a recordar a todos, incluso aquellos de los que no se acuerda nadie. Recordamos a las víctimas de la guerra y la violencia; muchos mundos ‘pequeños’ aplastado por el hambre y la miseria; recordamos a los anónimos que reposan en el osario común. Recordamos a nuestros hermanos y hermanas muertos porque son cristianos; y aquellos que han sacrificado la vida para servir a los demás. Encomendamos al Señor especialmente a cuantos nos han dejado en el último año”. La tradición de la Iglesia siempre ha instado a rezar por los difuntos, en particular, ofreciendo por ellos celebración Eucarística: esa es la mejor ayuda espiritual que podemos dar a sus almas, especialmente a los más abandonados”. La memoria de los muertos, el cuidado de las tumbas y los sufragios son evidencia de confiada esperanza, enraizada en la certeza de que la muerte no es la última palabra sobre el destino del ser humano, ya que el hombre está destinado a una vida sin límites, que tiene sus raíces y su realización en Dios. Con esta fe en el destino último del hombre, nos dirigimos ahora a la Virgen María, que sufrió bajo la Cruz el drama de la muerte de Cristo y ha participado en la alegría de su resurrección. Y para poder comprender cada vez más el valor de las oraciones de sufragio por los muertos. ¡Están cerca de nosotros!. Ella nos apoya en nuestra peregrinación diaria en la tierra y nos ayuda a no perder de vista el objetivo final de la vida que es el Paraíso. Y nosotros con esta esperanza que no defrauda, ¡vamos a seguir adelante!. (P Francisco Ángelus, 2 noviembre 2014)
Reflexión
Amigo lector: permíteme que te haga una confidencia personal. ¿Sabes? A mí me gusta mucho meditar sobre la muerte. Y no por ser un tipo melancólico, pesimista o lunático, ni de carácter fúnebre o taciturno. Francamente no. Más bien, me considero una persona alegre y optimista, amante de la vida y de la aventura. Lo que sucede es que nos hemos acostumbrado a considerar la muerte como algo tétrico y negativo, y cuyo pensamiento debemos casi evitar a toda costa. Y, sin embargo, si tenemos una certeza absoluta en la vida es, precisamente, que todos vamos a morir. Pero a mí, en lo personal, esta certeza no me atemoriza, para nada. Al contrario. Me hace pensar con inmenso regocijo y esperanza en el “más allá”, en lo que hay después de la muerte. Y también me ayuda a aprovechar mejor esta vida. Pero no para “pasarla bien”, sino para tratar de llenar mi alforja de buenos frutos para la vida eterna.
Alguien dijo: “Morir es sólo morir; morir es una hoguera fugitiva; es sólo cruzar una puerta y encontrar lo que tanto se buscaba. Es acabar de llorar, dejar el dolor y abrir la ventana a la Luz y a la Paz. Es encontrarse cara a cara con el Amor de toda la vida”.
Es verdad. Lo importante de la muerte no es lo que ella es en sí, sino lo que ella nos trae; no es el instante mismo del paso a la otra vida, sino la otra vida a la que ella nos abre paso. Para quienes tenemos fe, la muerte es sólo un suspiro, una sonrisa, un breve sueño; y para los que vivimos de la dichosa esperanza de una felicidad sin fin, que encontraremos al cruzar el umbral de la otra vida, ésta no es sino un ligero parpadeo y, al abrir los ojos, contemplar cara a cara a la Belleza misma; es exhalar el más exquisito perfume –el de nuestra alma, cuando abandone el cristal que la contiene— para iniciar la más hermosa aventura y gozar del Amor en persona… ¡ahora sí, para toda la eternidad! La muerte no debería llamarse “muerte”, sino “vida” porque es el inicio de la verdadera existencia.
El libro del Apocalipsis nos dice hermosamente que allí, en el cielo, después de la muerte “ya no habrá hambre, ni sed, ni calor alguno porque el Cordero que está en medio del trono, Jesús, los apacentará –a los que han entrado en la gloria— y los guiará a las fuentes de las aguas de la vida, y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos” (Ap 7, 16-17). Ya no habrá tristeza, ni dolor, ni sufrimiento, sino amor completo y dicha sin fin. ¿No es emocionante y apetecible?
Nuestra Madre, la Iglesia, nos ha enseñado a ver con ojos muy distintos la realidad de la muerte, a mirarla con gran serenidad y a aceptarla con paz y esperanza; incluso con alegría y regocijo –si es viva nuestra fe— porque aquel bendito día será el más glorioso de toda nuestra existencia: el de nuestro encuentro personal con Dios, el Amor que nuestro corazón reclama. ¡Claro!, sólo es posible hablar así cuando tenemos fe. Por eso, los santos se expresaban de ella –de la muerte— con un lenguaje desconcertante para el mundo. San Francisco de Asís la llamaba “hermana muerte”, y deseaba que llegara pronto. San Pablo afirmaba que para él la muerte era una ganancia porque así podría estar ya para siempre con el Señor (Fil 1, 21-23); y santa Teresa de Jesús también se consumía por el anhelo de que ésta no se demorara tanto en venir: “Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero” –decía en uno de sus poemas místicos— que, en nuestro lenguaje común, podríamos traducirlo con un “me muero de ganas de morirme”. Y hallamos la misma experiencia en tantos otros santos y mártires, que veían en la muerte no precisamente un castigo o una maldición, sino el momento dichoso de su definitivo y eterno encuentro con el Señor.
Fue Jesucristo quien nos enseñó a ver así las cosas. Durante su vida pública muchas veces nos habló de este tema, y en el Evangelio encontramos páginas muy bellas que robustecen nuestra fe y alimentan nuestra esperanza. Como aquella parábola de las diez vírgenes, en la que nos exhorta a vivir “esperando la llegada del esposo” –o sea, de Cristo el Señor—. La parábola de los talentos, de las minas, de los invitados a la boda, del rico epulón y del pobre Lázaro y muchas otras enseñanzas tienen esta misma temática.
Y es que, si nos tomamos en serio esta meditación, la muerte nos enseña a vivir mejor y a valorar el poco tiempo del que disponemos para hacer méritos que perduren. Nos educa en la justa consideración de las cosas y de los bienes terrenos: a la luz de la eternidad aprendemos que todo es pasajero, relativo, accidental y caduco; y nos ayuda, en consecuencia, a no poner nuestro corazón y nuestras seguridades en cosas tan baladíes y efímeras. Nos da, en definitiva, la auténtica sabiduría, esa que no engaña y que nos hace vivir según la Verdad, que es Dios mismo. Entonces, es muy saludable pensar de vez en cuando en la muerte. Y si la tenemos siempre presente en nuestra vida, tanto mejor. Ahora sí nos damos cuenta de que celebrar a los fieles difuntos tiene mucho sentido y de que, en vez de temer a la muerte, de rehuirla o de reírnos de ella, es mucho más provechoso aprender las lecciones de vida que ella nos ofrece.
Propósito
Ver con ojos muy distintos la realidad de la muerte, a mirarla con gran serenidad y a aceptarla con paz y esperanza; incluso con alegría y regocijo a través de la fe. Rezar por nuestros difuntos para que estén disfrutando de la gloria de Dios.
El misterio de la muerte
La muerte no es sólo el último acto; es, de algún modo, compendio de una vida
El mes de Noviembre, que se abre con la Solemnidad de Todos los Santos y con la Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos, pone ante nuestra mirada la realidad de la muerte. La muerte vista cara a cara, como un paso que hemos de dar en primera persona. No se trata sólo de que exista "la" muerte, o de que "los otros" mueran; no, se trata de algo mucho más íntimo y más próximo: se trata de "mi" muerte. Sólo contemplada así, la muerte acaba por ser, de verdad, "maestra de la filosofía de la vida".
De la propia muerte, intuida como inminente, saludada como cercana, ha escrito el Papa Pablo VI un texto de sorprendente belleza y profundidad: "Meditación ante la muerte". Un texto en el que la confesión de fe se une al conocimiento de la condición humana, y la esperanza del creyente a la sensibilidad de un fino pensador e incluso de un poeta.
"No es sabia la ceguera ante este destino indefectible, ante la desastrosa ruina que comporta, ante la misteriosa metamorfosis que está para realizarse en mi ser, ante lo que se avecina". Desde la "peculiar claridad oscura" que alumbra el fin de la vida temporal, Pablo VI se pregunta sobre sí mismo, sobre las responsabilidades que en ese momento le salen al paso, sobre la necesidad de redimensionar las esperanzas para situarlas en el lugar que les corresponde: el más allá. Pero este último coloquio no es nunca un monólogo del hombre aprisionado por el drama de su partida, sino siempre un diálogo con la Realidad divina, desde la desnudez de la muerte y desde la confianza de la fe. ¿Cuáles son los sentimientos que afloran en ese diálogo? Ante todo, el reconocimiento y la gratitud por el don de la vida. "Todo era don, todo era gracia". La belleza del mundo, de la vida, de lo creado, es un signo que apunta a la grandeza de Dios, a la sublimidad de su amor. Y junto al reconocimiento agradecido, la petición de perdón, la llamada a la misericordia desde el arrepentimiento: "Que al menos sepa yo hacer esto: invocar tu bondad y confesar con mi culpa tu infinita capacidad de salvar".
Miseria y misericordia: he ahí la síntesis de la vida, su apretado resumen.
¿Qué queda al final? ¿Cómo se hace balance de una vida? ¿Qué ha sido lo primero y principal de cuanto en ella ha acaecido? Pablo VI no duda a la hora de dar la respuesta: "el acontecimiento más grande entre todos para mí fue, como lo es para cuantos tienen igual suerte, el encuentro con Cristo, la Vida". Y con palabras del pregón pascual, añade: "de nada nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados". Éste es "el criterio de valoración de cada cosa que mira a la existencia humana y a su verdadero y único destino, que sólo se determina en relación a Cristo".
Misterio de encuentro con Cristo y misterio de vocación al seguimiento de Cristo. Misterio de servicio, del que no escapa la misma muerte: "El ocaso de la vida presente, que había soñado reposado y sereno, debe ser, en cambio, un esfuerzo creciente de vela, de dedicación, de espera. Es difícil; pero la muerte sella así la meta de la peregrinación terrena y ayuda para el gran encuentro con Cristo en la vida eterna".
La muerte impone un último deber al discípulo: morir piadosamente; hacer de la propia muerte un sacrificio, a semejanza de la entrega sacrificial de Cristo: "Por tanto ruego al Señor que me dé la gracia de hacer de mi muerte próxima don de amor para su Iglesia. Puedo decir que siempre la he amado; fue su amor quien me sacó de mi mezquino y selvático egoísmo y me encaminó a su servicio; y para ella, no para otra cosa, me parece haber vivido. Pero quisiera que la Iglesia lo supiese y que yo tuviese la fuerza de decírselo, como una confidencia del corazón que sólo en el último momento de la vida se tiene el coraje de hacer".
La muerte no es sólo el último acto; es, de algún modo, compendio de una vida. Mirarla de frente es aprender a vivir en el reconocimiento agradecido, en la súplica penitente, en el deseo de seguir a Cristo, Esposo de la Iglesia y Salvador del mundo. Si la vida de Pablo VI fue una hermosa lección, su "meditación ante la muerte" es un no menos precioso epílogo.
El Día de Muertos en América Latina
Los latinoamericanos aprovechan esta ocasión para acercarse a sus queridos difuntos y celebrar la vida
¿Qué decir del Día de los Muertos en América Latina? Para empezar es toda una fiesta, llena de colores y motivos alegres... que refieren a la muerte, pero a la muerte desde otra perspectiva. Con la herencia de la cultura indígena, los latinoamericanos que festejan el Día de los Muertos aprovechan esta ocasión para acercarse a sus queridos difuntos y celebrar la vida. Aunque el Día de los Muertos se relaciona sólo con México, son varios los países latinoamericanos que conmemoran esta fecha, cada uno de forma diferente... El tema puede inquietar a unos cuantos, sobre todo a los que relacionan la muerte de manera negativa, pero en México y los países que festejan esta fiesta, el tema de los muertos tiene otras connotaciones. Los espíritus de sus ancestros no son para nada de temer, sino todo lo contrario y el Día de los Muertos es la ocasión para reunirse con ellos.
Orígenes del Día de los Muertos
Los orígenes de la celebración del Día de Muertos se encuentran en los antiguas culturas indígenas de los Aztecas, Mayas, Purepechas, Nahuas y Totonacas que durante 3 mil años hicieron rituales dedicados a sus ancestros coincidiendo con estas fechas. Estos rituales simbolizaban la muerte y el renacimiento que en la época prehispánica se representaba con los cráneos de los muertos. Las festividades eran presididas por el dios Mictecacihuatl, conocido como la "Dama de la muerte" (actualmente corresponde con "la Catrina") y eran dedicadas a la celebración de los niños y las vidas de parientes fallecidos. Así como se sienten muchos extranjeros al ver esta celebración que tiene algo de morboso y mucho de pagano, los conquistadores españoles del siglo XV estuvieron aterrados por las practicas de los indígenas, y en un intento de convertir a los nativos americanos al catolicismo cambiaron la fecha del festival para el inicio de noviembre; de esta manera coincidían con las festividades católicas del Día de todos los Santos y Todas las Almas.
Cómo se celebra
El 1 y 2 de noviembre son dos días bien diferenciados en las festividades. El 1 es el día en que regresan las almas de los niños y el 2 las almas de los adultos. Para ambos días los pueblos y ciudades preparan una serie de objetos que forman parte del ritual de todos los noviembres. En primer lugar están las calaveras, que se ven representadas tanto en artesanías como en los platos de la víspera. También existen máscaras con forma de cráneo y calaveras a las que se les inscriben en la frente el nombre de los difuntos o de gente viva como una broma. Para nada tétricas, las formas de los objetos son siempre redondeadas, las calaveras muestran una irónica sonrisa y la comida es por lo general dulce y la parte más esperada para los niños a los que se convida con todo tipo de golosinas. El Día de los Muertos se celebra en muchos países de América Latina y aunque en todos tiene el mismo significado, cada uno le da a un toque personal.
México: el lugar señalado
En México, debido a su cercanía con Estados Unidos la fiesta de Halloween se ha hecho muy popular, pero es el Día de los Muertos el principal en el calendario mexicano. Mientras que en los pueblos y pequeñas ciudades el Día de los Muertos se celebra según la tradición, también se celebra en las ciudades con un toque de modernidad. Por lo general el momento principal es cuando la gente va al camposanto en la noche y adorna las tumbas, principalmente usando una flor naranja llamada xempazuchitl. En las casas se hace un altar en honor a los parientes difuntos, en los que se colocan fotos de ellos, alimentos y bebidas para que el difunto en la noche venga a recordar esos gustos de su vida mundana. La fiesta en México representa toda una serie de elementos del folklore que únicamente se ven en esta época del año. Uno de ellos es el pan dulce llamado "pan de muerto" hecho con levadura que todos degustan en la cena. También son muy tradicionales los cráneos hechos de azúcar, que se regalan a las amistades, con su nombre escrito en la frente. Las calaveritas son parte de los obsequios; son versos con rima escritos por la gente, y que narran de forma graciosa el encuentro con la Muerte de amigos o personajes de la política. Los comerciantes han sabido aprovechar esta fiebre mortuoria y quizás gracias a ellos es que en la actualidad las ciudades también festejan este evento tradicional. Aunque en las ciudades las celebraciones son muy importantes, los lugares más tradicionales para son Pátzcuaro y Oaxaca.
Guatemala: una fiesta con flores
En Guatemala se tiene la creencia de que las ánimas benditas salen de los cementerios y aparecen en algunos lugares. Muchos dejan los altares caseros con un vaso de agua, una veladora y una fotografía del difunto. Por ello, desde días antes de la festividad, muchos decoran las tumbas o las limpian. Algo muy típico en Guatemala es la flor de muerto, de color amarillo, que sólo florece en esta época, además del ciprés, utilizados para la decoración de las casas y lugares de reunión donde las celebraciones privadas entre familiares y amigos incluyen un gran banquete. En esta celebración también aparecen algunas revelaciones y son muchos los creyentes que aseguran tener visiones de los difuntos u oír cosas extrañas que señalan su presencia.
Perú: agasajando a los muertos
En las zonas rurales los peruanos creen fielmente que las almas de los muertos regresan para disfrutar de los altares que se preparan en las casas con objetos que reflejan algún aspecto de la vida de la persona fallecida. En los altares dedicados al difunto se ubica su foto, velas y flores que llevarán al cementerio al siguiente día. Las ofrendas para el fallecido incluyen comidas que el difunto disfrutaba cuando estaba con vida o alguna cosa con importancia para él. La costumbre es dejar las ofrendas durante toda la noche, para que el difunto pueda tener tiempo de disfrutarlas. Al siguiente día, se reza la comida o bebida que fue puesta para el muerto y una vez que la oración ha sido hecha todos pueden disfrutar del especial almuerzo. El momento más emotivo se da en el cementerio, donde los allegados al difunto visitan su tumba y dejan flores en honor a su memoria. En las áreas urbanas de Perú, el día de los Muertos también es celebrado, pero un poco diferente y en lugar de poner las ofrendas para velarlas toda la noche, la gente simplemente pone las ofrendas el 2 de noviembre. Al atardecer las familias van al cementerio a visitar a sus muertos y dejarles flores. Esta fecha se ve con alegría y la celebración muestra esa felicidad en la que familiares y amigos se reúnen en la casa del fallecido para recordarlo. Durante esta pequeña reunión se acostumbra tomar café, mientras se conversa y recuerdan cosas del difunto.
Venezuela: de visita al cementerio
En Venezuela la procesión va por dentro. Un poco olvidada la tradición del Día de los Muertos, lo venezolanos se toman esta fecha para rendir honor a sus muertos y llevarles flores al cementerio. No hay ritos o fiestas importantes, sino un tiempo para recordar a los que se han ido en la privacidad del hogar. También se aprovecha para limpiar y adornar las tumbas.
El Salvador: raíces de tradición
En El Salvador el Día de los Muertos se celebra el 2 de noviembre. Aunque en menor escala que las grandes fiestas de otros países, los salvadoreños siguen la tradición de sus raíces y recuerdan a los difuntos en este día, pero más que recordar, es un día en el que se celebra la vida de los que siguen aquí.
Nicaragua: durmiendo con los muertos
Los nicaragüenses se toman muy en serio esta fecha y van mucho más allá de cualquier ofrenda u homenaje que alguien puede hacer. El Día de los Muertos en Nicaragua se festeja en el cementerio y por la noche, algo que a simple vista parece terrorífico y por lo que muy pocas personas en el mundo están dispuestas a pasar. Sin embargo los nicaragüenses elijan esta forma para honrar a sus difuntos: pasan una noche con ellos. Sí, es la ocasión en que los nicaragüenses van al panteón en la noche y se duermen al lado de las tumbas de sus familiares.
Honduras, Costa Rica y Colombia: la fiesta religiosa
Es en Honduras, Costa Rica y Colombia donde los creyentes asisten a los cementerios para llevar romerías de amor, es decir, ofrendas en símbolo de agradecimiento a los favores concedidos por los santos en favor de sus seres queridos. Es por eso que en ambos países el pueblo llega el 1 de noviembre a los cementerios con coronas y palmas para adornar las sepulturas y rendir homenaje a los que se fueron. También se concurre a la Iglesia para rezar por los difuntos y pedir por la salud y felicidad de los vivos.
Ecuador: un verdadero banquete
El Día de los Muertos es en Ecuador una verdadera fiesta. Las familias se reúnen alrededor de una comida tradicional: guaguas de pan (figuras de pan con forma de niños), acompañadas con la colada morada, una bebida hecha a base de maíz violeta, de moras y de otras frutas. Algunas comunidades indígenas celebran aún un antiguo rito, el encuentro con el fiel difunto durante una comida sobre su tumba. Según la creencia, el muerto vuelve cada año, entonces hay que prepararle sus platos preferidos. Los vivos esperan que el invitado haya terminado de comer, antes de servirse. Muchas veces, sólo les quedan les sobras… En algunas regiones se le trae además las armas y los objetos que le eran valiosos, o se le invita también a jugar al Juego del Piruruy (un juego de dados). Según la suerte que tire, se pueden conocer sus necesidades o sus reproches. Y gracias a este dado tallado en un hueso de llama, se pueden también resolver los desacuerdos...
Fieles difuntos
2 de noviembre. Conoce el significado de las costumbres y tradiciones relacionadas con esta fiesta.
Un poco de historia
La tradición de rezar por los muertos se remonta a los primeros tiempos del cristianismo, en donde ya se honraba su recuerdo y se ofrecían oraciones y sacrificios por ellos.
Cuando una persona muere ya no es capaz de hacer nada para ganar el cielo; sin embargo, los vivos sí podemos ofrecer nuestras obras para que el difunto alcance la salvación.
Con las buenas obras y la oración se puede ayudar a los seres queridos a conseguir el perdón y la purificación de sus pecados para poder participar de la gloria de Dios.
A estas oraciones se les llama sufragios. El mejor sufragio es ofrecer la Santa Misa por los difuntos.
Debido a las numerosas actividades de la vida diaria, las personas muchas veces no tienen tiempo ni de atender a los que viven con ellos, y es muy fácil que se olviden de lo provechoso que puede ser la oración por los fieles difuntos. Debido a esto, la Iglesia ha querido instituir un día, el 2 de noviembre, que se dedique especialmente a la oración por aquellas almas que han dejado la tierra y aún no llegan al cielo.
La Iglesia recomienda la oración en favor de los difuntos y también las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia para ayudarlos a hacer más corto el periodo de purificación y puedan llegar a ver a Dios. "No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos".
Nuestra oración por los muertos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión a nuestro favor. Los que ya están en el cielo interceden por los que están en la tierra para que tengan la gracia de ser fieles a Dios y alcanzar la vida eterna.
Para aumentar las ventajas de esta fiesta litúrgica, la Iglesia ha establecido que si nos confesamos, comulgamos y rezamos el Credo por las intenciones del Papa entre el 1 y el 8 de noviembre, “podemos ayudarles obteniendo para ellos indulgencias, de manera que se vean libres de las penas temporales debidas por sus pecados”. (CEC 1479)
Costumbres y tradiciones.
El altar de muertos
Es una costumbre mexicana relacionada con el ciclo agrícola tradicional. Los indígenas hacían una gran fiesta en la primera luna llena del mes de noviembre, para celebrar la terminación de la cosecha del maíz. Ellos creían que ese día los difuntos tenían autorización para regresar a la tierra, a celebrar y compartir con sus parientes vivos, los frutos de la madre tierra.
Para los aztecas la muerte no era el final de la vida, sino simplemente una transformación. Creían que las personas muertas se convertirían en colibríes, para volar acompañando al Sol, cuando los dioses decidieran que habían alcanzado cierto grado de perfección.
Mientras esto sucedía, los dioses se llevaban a los muertos a un lugar al que llamaban Mictlán, que significa “lugar de la muerte” o “residencia de los muertos” para purificarse y seguir su camino.
Los aztecas no enterraban a los muertos sino que los incineraban. La viuda, la hermana o la madre, preparaba tortillas, frijoles y bebidas. Un sacerdote debía comprobar que no faltara nada y al fin prendían fuego y mientras las llamas ardían, los familiares sentados aguardaban el fin, llorando y entonando tristes canciones. Las cenizas eran puestas en una urna junto con un jade que simbolizaba su corazón.
Cada año, en la primera noche de luna llena en noviembre, los familiares visitaban la urna donde estaban las cenizas del difunto y ponían alrededor el tipo de comida que le gustaba en vida para atraerlo, pues ese día tenían permiso los difuntos para visitar a sus parientes que habían quedado en la tierra.
El difunto ese día se convertía en el "huésped ilustre" a quien había de festejarse y agasajarse de la forma más atenta. Ponían también flores de Cempazúchitl, que son de color anaranjado brillante, y las deshojaban formando con los pétalos un camino hasta el templo para guiar al difunto en su camino de regreso a Mictlán.
Los misioneros españoles al llegar a México aprovecharon esta costumbre, para comenzar la tarea de la evangelización a través de la oración por los difuntos.
La costumbre azteca la dejaron prácticamente intacta, pero le dieron un sentido cristiano: El día 2 de noviembre, se dedica a la oración por las almas de los difuntos. Se visita el cementerio y junto a la tumba se pone un altar en memoria del difunto, sobre el cual se ponen objetos que le pertenecían, con el objetivo de recordar al difunto con todas sus virtudes y defectos y hacer mejor la oración.
El altar se adorna con papel de colores picado con motivos alusivos a la muerte, con el sentido religioso de ver la muerte sin tristeza, pues es sólo el paso a una nueva vida.
Cada uno de los familiares lleva una ofrenda al difunto que se pone también sobre el altar. Estas ofrendas consisten en alimentos o cosas que le gustaban al difunto: dulce de calabaza, dulces de leche, pan, flores. Estas ofrendas simbolizan las oraciones y sacrificios que los parientes ofrecerán por la salvación del difunto.
Los aztecas fabricaban calaveras de barro o piedra y las ponían cerca del altar de muertos para tranquilizar al dios de la muerte. Los misioneros, en vez de prohibirles esta costumbre pagana, les enseñaron a fabricar calaveras de azúcar como símbolo de la dulzura de la muerte para el que ha sido fiel a Dios.
El camino de flores de cempazúchitl, ahora se dirige hacia una imágen de la Virgen María o de Jesucristo, con la finalidad de señalar al difunto el único camino para llegar al cielo.
El agua que se pone sobre el altar simboliza las oraciones que pueden calmar la sed de las ánimas del purgatorio y representa la fuente de la vida; la sal simboliza la resurrección de los cuerpos por ser un elemento que se utiliza para la conservación; el incienso tiene la función de alejar al demonio; las veladoras representan la fe, la esperanza y el amor eterno; el fuego simboliza la purificación.
Los primeros misioneros pedían a los indígenas que escribieran oraciones por los muertos en los que señalaran con claridad el tipo de gracias que ellos pedían para el muerto de acuerdo a los defectos o virtudes que hubiera demostrado a lo largo de su vida.
Estas oraciones se recitaban frente al altar y después se ponían encima de él. Con el tiempo esta costumbre fue cambiando y ahora se escriben versos llamados “calaveras” en los que, con ironía, picardía y gracia, hablan de la muerte.
La Ofrenda de Muertos contiene símbolos que representan los tres “estadios” de la Iglesia:
1) La Iglesia Purgante, conformada por todas las almas que se encuentran en el purgatorio, es decir aquéllas personas que no murieron en pecado mortal, pero que están purgando penas por las faltas cometidas hasta que puedan llegar al cielo. Se representa con las fotos de los difuntos, a los que se acostumbra colocar las diferentes bebidas y comidas que disfrutaban en vida.
2) La Iglesia Triunfante, que son todas las almas que ya gozan de la presencia de Dios en el Cielo, representada por estampas y figuras de santos.
3) La Iglesia Militante, que somos todos los que aún estamos en la tierra, y somos los que ponemos la ofrenda.
En algunos lugares de México, la celebración de los fieles difuntos consta de tres días: el primer día para los niños y las niñas; el segundo para los adultos; y el tercero lo dedican a quitar el altar y comer todo lo que hay en éste. A los adultos y a los niños se les pone diferente tipo de comida.
¿Qué es la muerte para los católicos?
La muerte no tiene que ser vista como algo desagradable. ¡Es el encuentro definitivo con Dios!
¿Cómo entendemos los católicos la muerte?
El día dos de noviembre de cada año los católicos celebran el día de los fieles difuntos. La realidad de la muerte está presente en nuestra vida cada día, cada momento.
1.- ¿Cómo entiende la sociedad la muerte?
La muerte en la sociedad es para muchas personas un tabú. La gente no quiere siquiera que se nombre la palabra "muerte", piensan que así se ignora esa realidad.
Por otro lado, estamos siempre viendo la muerte como espectáculo, en la televisión, en los accidentes. Vemos que la muchas personas disfrutan viendo una y otra vez las imágenes donde hay personas que mueren...
• ¿Tienes miedo a la muerte?
• ¿Por qué?
• ¿Qué experiencias tienes de la muerte de otras personas?
2.- La muerte para los católicos
Para los católicos, la muerte forma parte de la vida; no es una ruptura especialmente importante. Nosotros nos fiamos de Jesús que dio su vida por nosotros para que nosotros tengamos vida eterna. Creemos que Jesús resucitó y también nosotros resucitaremos con Él. * ¿Te fías tú de Jesús y de lo que Jesús dijo sobre la muerte, de su propia muerte y de la nuestra? 3.- ¿Por qué existe la muerte? ¿Por qué tenemos que morir? La respuesta nos la da la Biblia: "Así pues, por medio de un solo hombre entró el pecado en el mundo, y con el pecado la muerte, y la muerte pasó a todos porque todos pecaron." (Romanos 5, 12). "El pago que da el pecado es la muerte; pero el don que da Dios es vida eterna en unión con Cristo Jesús, nuestro Señor." La muerte existe en el mundo como consecuencia del pecado. Como nosotros también somos pecadores, un día moriremos. Desde la fe vemos que en la muerte unidos a Cristo también resucitaremos con Él.
• ¿Crees que el pecado produce "muerte" en distintos aspectos de la vida?
• ¿Produce el pecado muerte física? ¿En qué casos? ¿Por qué?
4.- ¿Cómo afrontamos los católicos la muerte?
Con serenidad, con confianza. Para nosotros la muerte no es "nada del otro mundo". Nos fijamos en Jesús cuando vio que su muerte se aproximaba y tratamos de tener sus mismas actitudes y su confianza en el Padre Dios: "Adelantándose unos pasos, se inclinó hasta el suelo, y oró diciendo: Padre mío, si es posible, líbrame de esta copa de amargura; pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú." (Mateo 26, 39) Hay que aprender a aceptar la muerte como algo que forma parte de la vida. Esto se logra poco a poco, fiándonos de Dios, poniendo en Él nuestra confianza. Los cristianos sabemos que todo no acaba con la muerte. Sabemos que el amor es más fuerte que la muerte. Cuando muere una persona que queremos, nuestro amor hacia ella permanece intacto y, aunque pasen los años, el amor no muere nunca. Si hemos amado a Jesús con toda nuestra vida y con todo nuestro corazón, podemos decir con el apóstol san Pablo: "Porque para mí la vida es Cristo, y la muerte ganancia. Pero si viviendo en este cuerpo puedo seguir trabajando para bien de la causa del Señor, entonces no sé qué escoger. Me es difícil decidirme por una de las dos cosas: por un lado, quisiera morir para ir a estar con Cristo, pues eso sería mucho mejor para mí; pero por otro lado, es más necesario por causa de ustedes que siga viviendo." (Filipenses 1, 21-24).
• ¿Te fías de verdad de lo que dice la Palabra de Dios? ¿Por qué?
5.- Los Católicos ¿Creemos en la reencarnación?
No. Los cristianos en general no creemos en la reencarnación. La Palabra de Dios nos dice: "Y así como todos han de morir una sola vez y después vendrá el juicio." (Hebreos 9, 27) No hay reencarnación después de la muerte. Tenemos la seguridad tal y como nos dice la palabra de Dios: "Esto es muy cierto: Si morimos con Él, también viviremos con Él; si sufrimos, tendremos parte en su reino." (2 Timoteo 2, 11).
• ¿Por qué crees tú que hay personas que piensan que la reencarnación es posible?
• ¿Piensas que las personas tenemos con una sola vida la posibilidad de llegar a ser felices con Dios?
6.- ¿Qué hay después de la muerte?
Ya hemos dicho que para los cristianos la muerte es sólo el final de la vida terrena, pero no el final de la vida. Lo que creemos los católicos es lo siguiente: Creemos que tenemos un alma inmortal creada por Dios que no muere con la muerte sino que pervive en una vida eterna. No es que seamos dos cosas distintas. El ser humano es una unidad. Yo soy alma y cuerpo a la vez. Mi cuerpo muere, pero mi "yo" pervive eternamente.
• ¿Qué es para ti el "alma"?
• ¿Puede ir alma y cuerpo por separado?
• ¿Crees que el ser humano está formado por dos partes distintas o más bien es una unidad?
7.- ¿Qué es eso de la "Vida Eterna"?
La vida eterna no es igual a esta vida. Cada persona que muere vivirá en la vida eterna lo que ha elegido previamente en esta vida. Jesús nos da la salvación (la vida eterna), pero no nos obliga a aceptarla. Eres tú quien tiene que aceptarlo en tu vida de una manera voluntaria, amorosa. En la vida eterna, una vez muertos, los católicos creemos que hay tres posibilidades para el ser humano. Tu "yo personal", lo que llamamos "el alma", pasará a una de estas tres opciones: 1. El cielo, contemplando a Dios. 2. El purgatorio, purificándose para poder entrar en comunión con Dios. 3. El infierno, quedará definitivamente separada de Dios.
• ¿Cómo te imaginas lo que es la "vida eterna"?
• ¿Disfrutamos en esta vida ya de algo de la "vida eterna"?
• ¿Cómo puede entrar una persona en la "vida eterna"?
8.- ¿Qué es el Juicio Final después de la Muerte?
Los católicos creemos que una persona cuando muere queda sometido a un juicio inmediato del Señor, que decidirá definitivamente su suerte. En el Nuevo Testamento hay varios ejemplos donde se nos habla de que la persona nada más morir, recibirá su retribución según hayan sido sus obras en la tierra:
• Lc 16, 19-22: parábola de Epulón y Lázaro.
• Lc 23,43: Jesús al buen ladrón.
Cada persona, al morir, recibe en su alma inmortal la "herencia" según en su vida haya aceptado a Jesús como su salvador y su vida haya sido coherente con el mensaje de su salvador.
• ¿Cómo te imaginas el juicio final?
• Si Dios es tan bueno ¿Cómo nos va a hacer un "juicio"?
• ¿Qué nos salva: sólo la fe o sólo las obras?
9.- ¿Qué es "el Cielo"?
Para los cristianos, el cielo es la vida definitiva junto a Dios, para siempre, para toda la eternidad. Mientras estamos en esta vida caemos y nos alejamos de Dios con frecuencia. El cielo es el estar con Dios para toda la eternidad. En el cielo seremos totalmente felices y de una manera definitiva, una felicidad absoluta. San Pablo nos dice: "Ni ojo vio, ni oído oyó, ni el hombre pudo pensar lo que Dios ha preparado para los que le aman." (1 Cor 2,9). Al cielo llega inmediatamente una persona que acaba de morir en gracia y amistad con Dios. "Cuando vaya y les prepare sitio, vendré de nuevo y les acogeré conmigo; así, donde estoy yo estarán también ustedes. Y para ir adonde yo voy, ya saben el camino. " (Jn 14,3-4) Vivir en el cielo es estar con Cristo. La Palabra de Dios nos habla del cielo dándole varios nombres distintos: vida, luz, banquete de bodas, vino del reino, casa del Padre, Jerusalén celeste, paraíso... Ten en cuenta que el cielo no es "un lugar" al que vamos, es un estado en el que se encontrará nuestra vida (el alma).
• ¿Cómo te imaginas el cielo?
• ¿Crees que el cielo es un lugar? ¿Por qué?
• ¿Cielo y felicidad son lo mismo?
10.- ¿Qué es el "Infierno"?
Es la condenación eterna. Es cuando una persona rechaza conscientemente en su vida terrenal a Dios. Dios nos invita a salvarnos, nos invita al cielo, pero los seres humanos somos libres para elegir. Si rechazamos a Dios, si no lo tenemos en cuenta en nuestra vida, estamos auto condenándonos. "Tampoco tengan miedo de los que matan el cuerpo pero no pueden matar la vida; teman si acaso al que puede acabar con vida y cuerpo en el fuego." (Mt 10,28). En el Evangelio se puede presuponer por las palabras de Jesús que existen y existirán personas condenadas en el infierno:
• "el hijo de la perdición": Jn 17,12
• "vayan malditos al fuego eterno..." Mt 25,41
La Iglesia católica nunca ha dicho que haya alguien condenado, aunque sí ha dicho que las almas de quienes mueren en pecado mortal son llevadas inmediatamente al infierno, donde son atormentadas con penas inacabables. "Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y saben que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él." (1 Jn 3,15) Los católicos no creemos en el destino. Nosotros no creemos que la vida de cada persona "esté ya escrita". Cada ser humano es libre de elegir el estado que quiere para su vida. Los católicos creemos que para ir al "estado de infierno" (recuerda que el infierno no es tampoco "un sitio" al que vamos después de morir...) la persona tiene que tener una voluntaria aversión a Dios (un pecado mortal) y persistir en ese pecado hasta el final.
• ¿Cuál es el motivo por el cual una persona puede acabar en el "estado de infierno"?
• ¿Es fácil o difícil ir al infierno? ¿Por qué?
• ¿Que quiere decir la gente cuando afirma que "el infierno está aquí..."?
11.- ¿Qué es el "Purgatorio"?
Es un estado, tampoco es un "lugar" o espacio físico. La Iglesia siguiendo el consejo de la Escritura (2 Macabeos 12,46) siempre rezó por los difuntos. Creemos que los que mueren en gracia y amistad con Dios sin estar, sin embargo, plenamente purificados o con algún resto de pecado, sufrirán una purificación antes de llegar a Dios. El rezar por los difuntos, y de una manera especial la santa misa, ofrecida por los difuntos pueden ayudar a su pronta purificación.
12.- ¿Qué es la "Resurrección de la Carne"?
Los cristianos católicos creemos que al final de los tiempos resucitaremos todos. Creemos que del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, y vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que Él los resucitará en el último día: "Y éste es el designio del que me envió: que de todo lo que me ha entregado no pierda nada, sino que lo resucite el último día. Porque este es el designio de mi Padre, que todo el que reconoce al Hijo y le presta adhesión tenga vida definitiva, y lo resucite yo el último día. " (Jn 6, 39-40). Creer en la resurrección de los muertos ha sido desde sus comienzos el elemento esencial de la fe cristiana: "Ahora bien, si nuestro mensaje es que Cristo ha resucitado. ¿cómo dicen algunos de ustedes que los muertos no resucitan? Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, el mensaje que predicamos no sirve para nada, ni tampoco sirve para nada la fe que tienen. Pero lo cierto es que Cristo ha resucitado. Él es el primer fruto de la cosecha. Ha sido el primero en resucitar." (1 Cor. 15 12-14.20) "¡Y Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos!" (Mc 12,27) Jesús liga la fe en la resurrección a la fe en su propia persona: "Jesús le dijo entonces: Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y ninguno de los que viven y creen en mí morirá jamás. ¿Crees esto?" (Jn 11,25)
13.- ¿Cómo resucitan los muertos?
¿Qué es resucitar?
No es volver de nuevo a esta vida material. En la muerte, separación del alma y del cuerpo, el cuerpo de la persona cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su infinito poder dará a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la resurrección de Jesús.
¿Quién resucitará?
Todas las personas que han muerto: "No se admiren de esto, porque va a llegar la hora en que todos los muertos oirán su voz y saldrán de las tumbas. Los que hicieron el bien, resucitarán para tener vida; pero los que hicieron el mal, resucitarán para ser condenados." (Jn 5, 28-29).
¿Cómo resucitaremos?
Cristo resuitó con su propio cuerpo: "Vean mis manos y mis pies: ¡soy yo mismo! Tóquenme y miren: un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo." (Lc 24,39) Pero Jesús no volvió a la vida terrenal. Del mismo, en Él: "Nosotros somos ciudadanos del cielo, y estamos esperando que del cielo venga el Salvador, el Señor Jesucristo, que cambiará nuestro cuerpo miserable en un cuerpo glorioso como el suyo. Y lo hará por medio del poder que tiene para dominar todas las cosas." (Filpenses 3, 20-21) Será un "cuerpo espiritual": "Tal vez alguno preguntará: "¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Qué clase de cuerpo tendrán?" ¡Es una pregunta tonta! Cuando se siembra, la semilla tiene que morir, para que tome vida la planta. Lo que se siembra no es la planta que ha de brotar, sino el simple grano, sea de trigo o de otra cosa. Lo mismo sucede con la resurrección de los muertos: lo que se entierra es corruptible y lo que resucita es incorruptible. Pues nuestra naturaleza corruptible se revestirá de lo incorruptible, y nuestro cuerpo mortal se revestirá de inmortalidad." (1 Corintios 15, 35-37 42.53). Nosotros no sabemos el "cómo" será ese cuerpo, porque ese conocimiento va mucho má allá de lo que como humanos podemos imaginar y no lo sabemos sino por la fe.
14.- ¿Cuándo resucitaremos?
Sin duda, en el último día, al fin del mundo.
Participar en la misa es también participar en la resurrección de Jesús:
"Jesús les dijo: Les aseguro que, si no comen el cuerpo del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida. El que come mi cuerpo y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré el último día. Porque mi cuerpo es verdadera comida, y mi sangre verdadera bebida. El que come mi cuerpo y bebe mi sangre, vive unido a mí; y yo vivo unido a él. El Padre , que me ha enviado, tiene vida, y yo vivo por él. De la misma manera, el que me coma vivirá por mí. Hablo del pan que ha bajado del cielo. Este pan no es el que comieron sus antepasados, que a pesar de haberlo comido murieron. El que coma de este pan, vivirá para siempre." (Jn 6, 53-58).
El Bautismo también nos hace participar en la resurrección de Cristo: "Al ser bautizados, fueron sepultados con Cristo y resucitados también con él, porque creyeron en el poder de Dios que le resucitó. Por lo tanto, ya que han sido resucitados con Cristo, busquen las cosas del cielo, donde está Cristo sentado a la derecha del Padre". (Colosenses 2, 12; 3,1)
El creyente espera la resurrección, esperamos "en Cristo":
"...el cuerpo es para el Señor, y el Señor es para el cuerpo. Y así como Dios resucitó al Señor, también nos resucitará a nosotros por su poder. ¿No saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que Dios les ha dado, y que el Espíritu Santo vive en ustedes? No son ustedes sus propios dueños, porque Dios les ha comprado por un precio. Por eso deben honrar a Dios en el cuerpo." (1 Corintios 6, 13-15. 19-20).