«Ellos se convirtieron con la predicación de Jonás»
- 21 Julio 2014
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El helicóptero en el que Benedicto XVI abandonó el Vaticano
La imagen de la Iglesia que va dibujando Francisco
Un viaje en helicóptero que cambió la historia
"No puede haber un cristianismo de meras devociones, sin Jesús"
La Iglesia de Francico es ante todo hospital de campaña que cura heridas de emergencia
(Víctor Codina, sj)- El 28 de febrero de 2013,Benedicto XVI abandonaba el Vaticano en helicóptero para dirigirse a Castelgandolfo. Comenzaba así en la Iglesia católica el tiempo llamado Sede vacante que concluyó el 13 de marzo de 2013 con la elección de Jorge Mario Bergoglio como Papa Francisco.
Pero este viaje de Benedicto XVI a Castelgandolfo no solo cerraba su pontificado, ni significaba solo un relevo en el Vaticano, sino que iba a suponer un profundo cambio eclesial.
Para comprender esta afirmación nos hemos de remontar al tiempo de Juan XXIII y a la convocatoria del concilio Vaticano II en 1959. El Vaticano II (1962-1965) significó el "réquiem del Constantinismo", es decir la superación del estilo de Iglesia de Cristiandad vigente desde el siglo IV y que se reforzó y consolidó en tiempo de Gregorio VII: una Iglesia convertida en una gran institución clerical, centralizada desde Roma, cerrada al mundo, única áncora de salvación, una especie de gran pirámide monárquica y vertical, triunfalista y dominadora.
El Vaticano II ofrece otra imagen de Iglesia, Pueblo de Dios, que camina con toda la humanidad hacia el Reino de Dios, que respeta la libertad religiosa y reconoce que el Espíritu del Señor guía no solo a la Iglesia católica sino a todas las Iglesias cristianas y a todas las religiones y a todos pueblos hacia la salvación. De ahí nació el talante misericordioso, esperanzador y dialogante del Vaticano II, frente al dogmatismo intransigente e inquisitorial de la Iglesia Cristiandad. Fue un verdadero Pentecostés, como Juan XXIII había deseado y pedido.
Pero este concilio inaugurado por Juan XXIII y clausurado por Pablo VI pronto suscitó sospechas, reacciones contrarias y miedos. Se criticaron los abusos y exageraciones cometidos en nombre del concilio, se temía una pérdida de la identidad eclesial, preocupaba que se pudiese llegar a una ruptura y división eclesial, se añoraba la vieja y tradicional Iglesia de Cristiandad, la Iglesia de las catedrales y de las Sumas teológicas...
Esto explica que los últimos años del pontificado de Pablo VI (algunos creen que ya desde la publicación de la encíclica Humanae vitae sobre "la píldora" en 1968) y sobre todo en los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, se realizara una lectura y una hermenéutica del Vaticano II más en continuidad con la tradición anterior que con la novedad y aggiornamento que había impulsado el buen Papa Juan. Desde entonces el impulso conciliar se diluyó y se frenó en todas sus direcciones (liturgia, ecumenismo, colegialidad episcopal, autonomía de las Iglesias locales, responsabilidad laical, profetismo de la vida religiosa, nuevos signos de los tiempos, nuevas teologías, inculturación...) y se pasó de la primavera conciliar al invierno eclesial.
Sin duda Juan Pablo II tuvo un gran dinamismo geopolítico y quería reformar la Iglesia e implantar el concilio, pero manteniendo inalterada la doctrina y la estructura eclesial existente. No es casual que el Papa polaco formase parte del grupo minoritario del Vaticano II que disentía de muchas de las propuestas conciliares y defendía la llamada "línea cracoviense". Ratzinger por su parte, respaldó teológicamente el pontificado de Juan Pablo II y una vez elegido pontífice como Benedicto XVI buscó sin duda una renovación eclesial pero desde una filosofía y una teología tan ortodoxas y racionales que cerraban el camino a una real innovación en la Iglesia.
Sería falso deducir de lo anterior que el Vaticano II no produjo frutos positivos, aun en medio del invierno eclesial. Como sería falso creer que en época de Cristiandad no hubo grandes elementos de vida y santidad. El Espíritu no deja de vivificar siempre la Iglesia y suscita continuamente movimientos de reforma y de vuelta al evangelio: nunca en la Iglesia han faltado santos y santas, profetas y místicos, reformadores y renovadores. Pero no se puede ocultar que las consecuencias eclesiales de la postura neoconservadora del posconcilio han sido funestas. Benedicto XVI, comentando el episodio evangélico de la tempestad calmada, confesaba:
"También hoy la barca de la Iglesia con el viento contrario de la historia, navega por el océano agitado del tiempo. Se tiene con frecuencia la impresión de que está para hundirse. Pero el Señor está presente".
En realidad no era solo el viento adverso de la historia el que zarandeaba la barca eclesial, sino la misma estructura de la barca, muy pesada y con muchas hendiduras. Si a esto se añaden los abusos sexuales del clero y los escándalos económicos de la Banca Vaticana, se comprenderá el descrédito a que había llegado la Iglesia y el éxodo creciente de fieles que abandonaron la Iglesia. No es extraño que Benedicto XVI con gran humildad, realismo y valentía renunciase y afirmase: "Ya no tengo más fuerzas".
Los gestos simbólicos del Papa Francisco
El nuevo Papa Francisco, antes de pronunciar discursos y de escribir encíclicas ha ido realizado una serie de gestos simbólicos de gran carga significativa que han sido fácilmente captados por todo el mundo y han sido ampliamente difundidos por los medios de comunicación.
Estos gestos han ido cambiando el ambiente eclesial dominante, han acercado la Iglesia al mundo de hoy y han suscitado la esperanza de una nueva primavera eclesial: se proclama simplemente Obispo de Roma, asume el nombre de Francisco el poverello de Asís que quería reparar la Iglesia, pide oraciones por él al pueblo, besa a un niño discapacitado y abraza a un hombre con la cara totalmente deformada, el jueves santo lava los pies a una joven musulmana de una prisión, come en Asís con niños con síndrome de Down, va a la isla de Lampedusa en su primer viaje fuera de Roma, y lanza una corona de flores amarillas y blancas en memoria de los emigrantes fallecidos, convoca una jornada mundial de oración de ayuno para la paz en Siria interpelado fuertemente por los rostros de los niños muertos por armas químicas, usa sus zapatos viejos en vez de los zapatos rojos de su antecesor, no vive en los Palacios Apostólicos Vaticanos sino en la residencia de Santa Marta, viaja por Roma en un sencillo y pequeño coche para no escandalizar a la gente de los barrios periféricos populares, contesta a las preguntas de un periodista no creyente, invita a Santa Marta a rabinos de Argentina, regala unos zapatitos al nieto de Cristina Fernández de Kirschner, recibe a Gustavo Gutiérrez el padre de la teología de la liberación, lleva un ramo de flores a la tumba del P. Pedro Arrupe, invita para su cumpleaños a cuatro mendigos, visita favelas en Río y hogares de migrantes africanos en Roma... Estas "florecillas del Papa Francisco", como las "florecillas de Juan XXIII", han sido fácilmente entendidas por el pueblo.
Los expertos en semiótica resaltan el valor significativo de los gestos simbólicos, que van más allá de las palabras pues los símbolos siempre dan qué pensar.
Esto es cierto, pero al margen de esta explicación semiótica, hay otra razón más profunda que explica este cambio de receptividad eclesial y mundial: estos gestos simbólicos de Francisco tienen un profundo sabor evangélico, huelen a evangelio, a Jesús de Nazaret. Por esto, no solo sus gestos sino sus mismas palabras son acogidas ahora de una forma nueva.
Lo que Francisco dice y hace no es otra cosa que traducir el evangelio al mundo de hoy: está más preocupado del hambre del mundo que de los problemas intra eclesiales, afirma que más que centrarse obsesivamente en problemas morales hay que anunciar la gran alegría de la salvación que viene de Jesús, sueña que la Iglesia sea una Iglesia pobre y de los pobres.
Poco a poco ha ido añadiendo a los gestos simbólicos mensajes de gran contenido pastoral desde sus homilías cotidianas en la capilla de Santa Marta hasta la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, sobre el anuncio del evangelio en el mundo actual. Si Juan Pablo II y Benedicto XVI eran profesores de universidad, Francisco es ante todo pastor, como Juan XXIII.
Ha cambiado totalmente el clima pastoral, hay un aire nuevo venido esta vez del Sur, "del fin del mundo", del mundo de los pobres. Los gestos y palabras de Francisco no son fruto de una improvisación sino consecuencia de su trabajo pastoral en Buenos Aires, de su contacto con el pueblo, con las villas miserias, con los curas "villeros". Ha cambiado también el clima eclesial, hay alegría y entusiasmo entre los fieles, hay expectativa y sorpresa en los ambientes sociales y políticos que le han nombrado el hombre del año,2013 ha sido el año del Papa Francisco.
La Iglesia del Papa Francisco
Después de un año ¿cuál es el balance del pontificado de Francisco, cuál es la imagen de Iglesia de Francisco que se va dibujando? ¿Cuáles son los rasgos de la Iglesia según Francisco? Presentemos un pequeño decálogo.
1. De una Iglesia poderosa, distante, fría, acartonada, miedosa, reaccionaria, de la cual la gente se aleja y se va... a una Iglesia pobre, sencilla, cercana, acogedora, sincera, realista, que promueve la cultura del encuentro y de la ternura. El nuevo obispo de Roma, Francisco, se reconoce pecador y pide oraciones; recuerda que la Iglesia necesita una conversión y una continua reforma evangélica, una reforma a lo Francisco de Asís.
2. De una Iglesia moralista obsesionada por el aborto, el control de natalidad, el matrimonio homosexual... a una Iglesia que va a lo esencial, que se centra en Jesucristo contemplado y adorado, recupera el evangelio, anuncia la gran buena noticia de la salvación en Cristo, pues Jesús es lo único que atrae; quiere difundir el olor del evangelio de Jesús, pide a los jóvenes que no se avergüencen de ser cristianos, que pongan a Jesucristo en el centro de su vida, la fe en Jesucristo es cosa seria, no una fe descafeinada. No puede ser un cristianismo de meras devociones sin Jesús.
El Papa, como Pedro, no tiene oro ni plata pero trae lo más valioso: Jesucristo, él es la única riqueza. Pero un Jesucristo muerto y resucitado, no hay que quedarse en el sepulcro, no ser cristianos de cuaresma sin Pascua... La alegría del evangelio llena el corazón de todos los que se encuentran con Jesús.
3. De una Iglesia centrada en el pecado y que ha hecho una tortura del sacramento de la confesión y ha convertido la petición de sacramentos en una aduana inquisitorial... a una Iglesia de la misericordia de Dios, de la ternura, de la compasión, con entrañas maternales, que refleje la misericordia del Padre, una Iglesia ante todo hospital de campaña que cure heridas de emergencia, que cuide la creación, en la que los sacramentos son para todos, no solo para los perfectos. La convocatoria de un Sínodo sobre la familia y la encuesta que ha enviado sobre temas pastorales acuciantes como la situación de los divorciados vueltos a casar, la unión de homosexuales, las relaciones prematrimoniales, el matrimonio a prueba, el control de natalidad y el magisterio sobre moral sexual...indica que hay un deseo de ampliar el campo de la misericordia y extenderlo a todas las situaciones conflictivas.
4. De una Iglesia centrada en ella misma, autorreferencial, preocupada por el proselitismo...a una Iglesia de los pobres preocupada ante todo del dolor y del sufrimiento humano, de la guerra, del hambre, del paro juvenil, de los ancianos, donde los últimos sean los primeros, donde no se pueda servir a Dios y al dinero; una Iglesia profética, libre ante los poderes de este mundo; en Evangelii gaudium afirma que el actual sistema económico basado en la idolatría del dinero es injusto, pues enriquece a unos pocos y convierte a una gran mayoría en masas sobrantes, es un sistema excluyente que mata; por esto lanza un "no" a una economía de exclusión, un "no" a la nueva idolatría del dinero, un "no" al dinero que gobierna en lugar de servir, un "no" a la inequidad que genera violencia.
En Lampedusa critica la actitud de los países ricos ante los emigrantes africanos y asiáticos, muchos de los cuales mueren en el intento de llegar a las costas europeas: es una vergüenza, vivimos en la burbuja del consumo y con el corazón anestesiado ante el sufrimiento ajeno; en Brasil les dice a los jóvenes que hagan lío y sean revolucionarios en busca de un mundo mejor y más justo; afirma que las confesiones religiosas del mundo deben aunarse para resolver el problema del hambre y de la falta de educación...
5. De una Iglesia encerrada en sí misma, reliquia del pasado, con tendencia a mirarse el ombligo, con sabor a invernadero, que espera que vengan los otros... a una Iglesia que sale a la calle, "callejea la fe", va los márgenes sociales y existenciales, a las fronteras, a los que están lejos, aun con riesgo de tener accidentes; no teme una Iglesia minoritaria y pequeña, con tal que sea semilla y levadura, que abra caminos nuevos, que vaya sin miedo a servir, una Iglesia a la intemperie, que sale a las cunetas del mundo, una Iglesia en estado de misión.
6. De una Iglesia que discrimina a los que piensan diferente, a los diversos, a los otros... a una Iglesia que respeta a los que siguen su propia conciencia, a las otras religiones, a los ateos, a los homosexuales, dialoga con no creyentes, con judíos, nuestros hermanos mayores, una Iglesia de puertas abiertas, atenta a los nuevos signos de los tiempos.
7. De una Iglesia con tendencia restauracionista y de vuelta atrás que añora el pasado... a una Iglesia que considera que el Vaticano II es irreversible, que hay que implementar sus intuiciones sobre la colegialidad, evitar el centralismo y el autoritarismo en el gobierno, caminar en medio de las diferencias. El mismo título de Obispo de Roma es un refrendo a la colegialidad episcopal, a la colegialidad con sus hermanos obispos. El Papa reconoce que no tiene la respuesta a todas las cuestiones, que hay que reformar el Papado, que hay que dar responsabilidad a los laicos, dar mayor protagonismo a la mujer, desclericalizar la Iglesia, pues el clericalismo no es cristiano.
8. De una Iglesia con pastores encerrados en sus parroquias, clérigos de despacho, que buscan hacer carrera, que están en el laboratorio y a veces acaban siendo coleccionistas de antigüedades, con obispos siempre en aeropuertos ... a pastores que huelan a oveja, que caminen delante, detrás y en medio del pueblo; el carrerismo es la lepra del Papado, la curia es vaticano-céntrica y fácilmente traslada su visión al mundo.
9. De una Iglesia envejecida, triste, con gente con cara de cadáver o con sonrisas de azafata... a una Iglesia joven y alegre, levadura y fermento en la sociedad, con la alegría y la libertad del Espíritu, con luz y transparencia, sin nada que ocultar, con flores en la ventana y olor de hogar, donde los jóvenes sean protagonistas, pues son como las niñas de los ojos de la Iglesia.
10. De una Iglesia ONG piadosa, clerical, machista, monolítica, narcisista,...a una Iglesia Casa y Pueblo de Dios, mesa más que estrado, que respete la diversidad, donde jueguen un papel relevante los laicos, las mujeres, las familias. Es la Iglesia de Aparecida, de discípulos y misioneros para que nuestros pueblos en Cristo tengan vida, una casa eclesial donde reina la alegría.
çEn realidad, después de un año de su gestión pastoral como Obispo de Roma podemos afirmar que con Francisco se ha retomado el Vaticano II que había quedado de algún modo silenciado y aparcado. No inventa nada nuevo, reasume el impulso pentecostal del Vaticano II. La Iglesia del Papa Francisco en el fondo es la Iglesia del Vaticano II, la misma Iglesia que soñó Juan XXIII y que hasta ahora había sido fuertemente frenada y diluida. Vuelve a renacer una primavera eclesial.
No es casual que Bergoglio provenga de América Latina, una Iglesia que recibió el Vaticano II con gran creatividad y profundidad: la Iglesia de Medellín y Aparecida, la Iglesia con algunos obispos verdaderos Santos Padres de la Iglesia de los pobres -como Helder Cámara y Romero-, la Iglesia de las comunidades de base, de la Biblia devuelta al pueblo, la Iglesia de la profunda religiosidad popular de los pobres, la Iglesia de laicos comprometidos con la justicia y con la pastoral, la Iglesia de una vida religiosa inserta entre los pobres, la Iglesia de numerosos mártires asesinados por defender la fe y la justicia.
Cuestionamientos e interrogantes
Es mucho lo que ha realizado el Papa Francisco en su primer año de pontificado, pero es mucho lo que queda por hacer todavía. Le toca a Francisco llevar a término cuestiones que el Concilio inició pero no llegó a concretar, como el modo de elección de los obispos, hacer que los sínodos sean no solo consultivos sino deliberativos, favorecer la autonomía y responsabilidad de las Iglesias locales...
Y afrontar lo que el Vaticano II no trató pero que son tareas y desafíos urgentes: reforma del papado y de la curia, abandono de la jefatura del Estado Vaticano, cambiar el modo de elección del Papa, revisión de la estructura de cardenales y nuncios, abandonar el episcopado honorífico y sin diócesis real de los dirigentes de los dicasterios de la curia, repensar el papel de la mujer en la Iglesia, promover la ordenación de hombres casados, revisar la moral sexual y matrimonial, la pastoral con los divorciados vueltos a casar, el problema de la homosexualidad, la relación con los teólogos, asumir el gran desafío ecológico...
Añadamos a lo anterior la necesidad de responder a la problemática religiosa y espiritual que surge del nuevo contexto socio-cultural, científico y técnico del mundo de hoy, del nuevo tiempo axial que está apareciendo con paradigmas que rompen los esquemas religiosos provenientes del neolítico- centrados en el sacerdote, el altar y el sacrificio-, reaccionar ante las nuevas formas de espiritualidad y de agnosticismo, etc. Hoy el problema ya no es, como en el Vaticano II, preguntar "Iglesia ¿qué dices de ti misma", sino "Iglesia, ¿qué dices acerca del misterio de Dios?"
¿Podrá un solo hombre llevar a cabo estas reformas tan necesarias y urgentes? ¿No es excesiva carga para el primado de Pedro? ¿No debería ser una tarea colegial de todos los obispos, más aún de toda la Iglesia? ¿No es el mismo Francisco el que nos pide que todos seamos "audaces y creativos"?
Hay que afirmar que es una ilusión el pensar que las reformas y cambios eclesiales solo vienen de arriba. La historia nos enseña que las grandes transformaciones de la Iglesia (como también de la sociedad...) han surgido desde abajo, desde donde ordinariamente actúa el Espíritu: desde los laicos, desde los pobres, desde las mujeres, desde la gente marginada. A todos nos toca renovar y reformar la Iglesia desde el evangelio, convirtiéndonos a Jesús de Nazaret y a su Reino. Sin la cooperación e iniciativa de la base, la Iglesia no podrá cambiar nunca.
Mientras agradecemos al Señor por el gran don del Papa Francisco que devolvió la alegría a la Iglesia, estemos dispuestos a colaborar en la renovación de la Iglesia. El Papa Francisco ya nos ha abierto el camino.
Acabemos con una poesía de Rafael Alberti en la que simula un diálogo entre la estatua de bronce de Pedro del Vaticano y el Señor:
Di, Jesucristo
¿Por qué me besan tanto los pies?
Soy San Pedro aquí sentado,
en bronce inmovilizado,
no puedo mirar de lado ni pegar un puntapié,
pues tengo los pies gastados, como ves.
Haz un milagro, Señor.
Déjame bajar al río
volver a ser pescador
que es lo mío".
Evangelio según San Mateo 12,38-42.
Entonces algunos escribas y fariseos le dijeron: "Maestro, queremos que nos hagas ver un signo". El les respondió: "Esta generación malvada y adúltera reclama un signo, pero no se le dará otro que el del profeta Jonás. Porque así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra tres días y tres noches. El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay alguien que es más que Jonás. El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra esta generación y la condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay alguien que es más que Salomón."
Cardenal José Ratzinger [Benedicto XVI, papa de 2005 a 2013]
Retiro predicado en el Vaticano en 1983
«Ellos se convirtieron con la predicación de Jonás»
Jesús no rechaza cualquier forma de signo, sino que rechaza el signo concreto que pide «esta generación». El Señor promete y da su propio signo, la verdadera certeza que concuerda con la siguiente verdad: «Igual que Jonás fue un signo para los Ninivitas, de la misma manera el Hijo del Hombre será un signo para esta generación» (Lc 11,30)...
Jesús mismo, la persona de Jesús, tanto su palabra como el conjunto de su personalidad, es el signo para todas las generaciones. Es una respuesta muy profunda sobre la que hay que meditar constantemente. «Quien me ha visto a mí ha visto al Padre», afirma el Señor a Felipe cuando le pide: «Muéstranos al Padre» (Jn 14,8). Queremos ver, y así adquirir la certeza. Jesús responde: «Sí, podéis ver». En el Hijo el Padre se hace visible. Ver a Jesús, -- esta es la respuesta. Recibimos el signo, la realidad que se demuestra ella misma. Y, de hecho, ¿no es realmente un signo extraordinario la presencia de Jesús en todas las generaciones, esta fuerza de su persona que atrae también a los paganos, a los no-cristianos, a los ateos?
Ver a Jesús, aprender a verle. Este retiro ofrece la ocasión de empezar de nuevo; es, al fin y al cabo, el contenido único y suficiente de todo retiro. Ver a Jesús. Contemplémosle en sus palabra inagotables; contemplémosle en sus misterios...: en los de la natividad, en los de la vida escondida, en los misterios de la vida pública, en el misterio pascual, en los sacramentos, en la historia de la Iglesia. El Rosario y el Via-Crucis no son más que un guía que la Iglesia ha encontrado en su corazón para aprender a «ver a Jesús» y llegar así a la respuesta de los Ninivitas: la penitencia, la conversión.
San Lorenzo de Brindis, presbítero y doctor de la Iglesia
San Lorenzo de Brindis, presbítero y doctor de la Iglesia, de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, predicador incansable por las regiones de Europa, que, de carácter sencillo y humilde, cumplió fielmente todas las misiones que se le encomendaron, como defender la Iglesia contra los infieles, reconciliar a los príncipes enfrentados y llevar el gobierno de su Orden religiosa. Murió en Lisboa, en Portugal, el veintidós de julio de 1619.
Al día siguiente de nacer en Brindisi, Italia, el 22 de julio de 1559, Lorenzo fue bautizado con el nombre de Julio César. Tal vez sus padres intuían que él también sería grande, infinitamente más que el valiente emperador y líder romano, porque este niño estaba llamado a dar gloria a Cristo y a su Iglesia, de la que a su tiempo sería nombrado doctor. El pequeño era delicioso en su trato: afable, sencillo, dócil y humilde, virtudes que se acrecentarían con los años. De modo que cuando murió su padre cuando él tenía 7 años, y fue acogido en el convento entre los niños oblatos, su presencia en las aulas constituyó una bendición. Además de su excelente carácter, tenía inteligencia, y una memoria excepcional, lo cual hizo de él un alumno más que aventajado. Perdió a su madre en la adolescencia y fue enviado a Venecia junto a un tío sacerdote que estaba al frente de un centro docente privado. Allí tomó contacto con los padres capuchinos y decidió ingresar en la Orden. Entró sabiendo lo que significaba la vida de consagración, con sus renuncias y contrariedades. Pero cuando el superior le informaba, simplemente preguntó: «Padre, ¿en mi celda habrá un crucifijo?». Al recibir respuesta afirmativa, manifestó rotundo: «Pues eso me basta. Al mirar a Cristo crucificado tendré fuerzas para sufrir por amor a Él cualquier padecimiento».
Tomó el hábito en 1575 y el nombre de Lorenzo. Profesó en 1576 y se trasladó a Padua para cursar estudios de lógica, que completó después en Venecia con los de filosofía y teología. En esta etapa ya comenzó a atisbarse su extraordinaria capacidad para penetrar en problemas de índole antropológica y teológica. La Sagrada Escritura no tenía secretos para él. Tanto es así, que confidenció a un religioso que de perderse la Biblia podría recuperarse plenamente porque la tenía grabada en su mente. Fue autodidacta en el estudio de las lenguas bíblicas sorprendiendo hasta a los propios rabinos con su excepcional preparación y dominio de la literatura rabínica. La oración y el estudio eran los polos sobre los que gravitaba su vida; no podía decirse donde comenzaba la una o culminaba la otra, y viceversa. Aludía a la oración diciendo: «¡Oh, si tuviésemos en cuenta esta realidad! Es decir que Dios está de verdad presente ante nosotros cuando le hablamos rezando; que escucha verdaderamente nuestra oración, aunque si solo rezamos con el corazón y con la mente. Y no sólo está presente y nos escucha, sino que puede y desea contestar voluntariamente y con máximo placer nuestras preguntas».
Ordenado sacerdote en Venecia en 1582 se convirtió desde entonces en un ministro de la Palabra fuera de lo común. Poseía para ello unas dotes formidables a todos los niveles. La predicación la conceptuó como: «Misión grande, más que humana, angélica, mejor divina». Los fieles que le escuchaban quedaban subyugados porque hablaba «con tanto celo, espíritu y fervor, que parecía salirse fuera de sí, y, llorando él, conmovía también al pueblo hasta las lágrimas». Cuidaba sus sermones con oraciones que podían prolongarse varias horas, y penitencias. La celebración de la Santa Misa, usualmente de larga duración, junto a su meditación en los pasajes evangélicos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo eran igualmente prioritarias en su quehacer. A la exigencia del carisma capuchino, añadía mortificaciones diversas aún a costa de su salud. Pero se preparaba para ser un santo sacerdote. Su «libro» era la Sagrada Escritura. Para dilucidar lo que debía decir se postraba a los pies de una imagen de María, tomando nota in situ de lo que le era inspirado. En Cuaresma su comida, que ya era frugal de por sí, se reducía a la mínima expresión.
Fue lector, guardián, maestro de novicios, vicario provincial, provincial, definidor general y general de la Orden. Fidelísimo y obediente cumplidor en todas las misiones, destacaba también por sus dotes diplomáticas; eran singulares. Así logró, entre otras, la reconciliación de gobernantes enemistados, y defendió a la Iglesia ante los turcos. Su dominio de lenguas, entre las que se hallaba la hebrea, le permitió llevar a cabo exitosamente la misión que el papa Clemente VIII le encomendó: la conversión de los judíos. Impulsó la fundación de la Orden en Praga superando toda clase de pruebas y dificultades, penurias y enfermedades, injurias y atropellos. La fecundidad apostólica que surgía tras su predicación le atraía no pocas hostilidades de los adversarios de la fe. Abrió otros conventos en Europa, entre ellos los de Viena y Graz. Cuando fue elegido general tenía 43 años y un vastísimo territorio que visitar; lo hizo a pie. Así recorrió gran parte de Italia y de Europa; pasó también por España. Nunca aceptó tratos de favor; quiso ser considerado como los demás y participó en todas las tareas domésticas con humildad y gozoso espíritu. Dejó escritas numerosas obras. Los grandes hombres, gobernantes y religiosos se rindieron a este santo que falleció en Lisboa el 22 de julio de 1619, cuando tenía 60 años. Había ido con la intención de entrevistarse allí con el rey de España, Felipe III, para mediar por los derechos de los ciudadanos napolitanos vulnerados por el gobierno local. Fue canonizado por León XIII el 8 de diciembre de 1881. En 1959 Juan XXIII lo declaró Doctor de la Iglesia, añadiendo el título de Doctor Evangélico.
Oremos
Oh Dios, que para gloria de tu nombre y salvación de las almas otorgaste a san Lorenzo de Brindis espíritu de consejo y fortaleza, concédenos llegar a conocer, con ese mismo espíritu, las cosas que debemos realizar y la gracia de llevarlas a la práctica después de conocerlas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
ESTAR ATENTOS
Miqueas 6, 1-4. 6-8; Sal 49, 5-6. 8-9. 16bc-17. 21 y 23; Mateo 12, 38-42
En el Evangelio de hoy no encontramos con una petición que es una excusa. Le piden a Jesús un signo que pruebe su divinidad y Él responde diciendo que lo que necesitan es atender a lo que sucede a su lado porque ya tienen pruebas suficientes, Para ello da dos ejemplos: el de Jonás y el de la reina de Saba, que emprendió un largo viaje para conocer a Salomón.
En el caso de la Reina de Saba, lo que hizo fue ponerse en camino por las noticias que le llegaban. Lo que le contaban era muy grande y los testimonios creíbles. Por eso dejó su país y fue a Jerusalén para conocer al famoso Rey. Algo semejante hace mucha gente estos días en que ha de elegir dónde ir de vacaciones. Visitarán lugares que no conocen y lo harán porque alguien les ha hablado de ellos y les dice que vale la pena. Es igual que sea un amigo o una agencia de viajes, lo que importa e que hacen caso de lo que les dicen y emprenden un viaje con la esperanza de disfrutar del paisaje o descansar.
Jesús, con su predicación, con los milagros que realizaba y con el cambio que se producía entre los que le seguían era signo suficiente para sus contemporáneos.
También lo es ahora la Iglesia. Pero ese signo no lo es sólo para los que están alejados y aún n profesan la fe en Jesucristo, sino que también lo es para cada uno de nosotros. En el avanzar de la vida cristiana, cuando nos preguntamos por dónde hemos de seguir o nos interrogamos sobre nuestra vida espiritual, no podemos dejar de atender a lo que sucede a nuestro alrededor.
Veremos que hay personas más contentas, o que son capaces de vivir más intensamente la liturgia; veremos a otros que afrontan con mayor paciencia las dificultades laborales o de su familia; seguro que encontramos personas entregadas para las que parece no ser ninguna carga el entregarse al servicio a los demás… Mirando a esas personas, y preguntándoles por el misterio que encierra su vida daremos con Jonás.
Jonás pasó tres días en el vientre de una ballena. En eso es signo del misterio pascual de Jesucristo. Antes de ser engullido por el cetáceo era un hombre insatisfecho que huía de sus obligaciones y que, a su paso, iba sembrando el mal. Dios permitió que se hundiera para después devolverlo sano a la playa y que fuera capaz de cumplir con lo que le había encomendado. Los santos, todos, han participado del misterio pascual de Jesucristo (de su muerte y resurrección) y ahí está la razón de esa vida transformada. Ellos se convierten en signos y cuando alguien les pide una señal han de responder como lo hace Jesús en el evangelio de hoy. No pueden realizar signos prodigiosos sino señalar a Jesús que sigue actuando a través de la Iglesia. Remiten a los sacramentos y señalan que el inicio de todo cambio, la transformación que desean se encuentra en el Señor. Hay que unirse a su persona, porque Él es el signo y la presencia.
DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO (A) Sa 12, 13.16-19; Ro 8, 26-28; Mt 13, 24-43.
El Reino de Dios era un concepto conocido en la época de Jesús pero tenía diferentes versiones. Jesús nos dice que con él ha empezado a actuar, pero no nos da una definición dogmática, sólo lo demuestra con hechos. Por eso lo explica el evangelista citando el salmo: "Expondré las cosas que han sido secretas desde la creación del mundo". Y es que el Reino de Dios es un misterio escondido desde la creación del mundo: el plan de Dios sobre la Humanidad, su designio eterno manifestado finalmente en Jesucristo. Y Cristo sólo describe sus rasgos en imágenes.
El Evangelio de hoy nos propone tres flashes: en la primera parábola o comparación nos hace ver que en este Reino hay conjuntamente trigo y cizaña, buena y mala hierba. Esta cizaña no ha sido sembrada por Dios, sino por el enemigo. La Biblia nos dice que Dios lo hace todo bueno, pero hoy constatamos que en el mundo y en la Iglesia hay bueno y malo. El mundo tiene una autonomía se cometen errores que no vienen de Dios. También el hombre es libre y puede decidir cosas equivocadas. El hombre ha sido creado bueno y para el bien, ciertamente, pero, como sabemos, está inclinado al mal desde que nace. Dios, sin embargo, no puede permitir que para sacar este mal pueda recibir un daño al bien, ya que la violencia crea violencia, y Dios quiere preservar el buen grano. Hay que esperar la siega y entonces la cizaña será reunida en haces y quemada. Será el juicio final de Dios. Hay, pues, esperar. Y, ¿por qué tarda tanto este final? Jesús nos responde que el Reino es como un grano de mostaza, una semilla pequeña con una cabeza de alfiler, pero cuando crece se hace un arbusto. el mes de abril, en Palestina, se pueden ver estos arbustos llenos de jilgueros que cobijan en sus ramas. Esto quiere decir que el comienzo es muy pequeño, pero que tiene una capacidad grande de crecer. De hecho, con sólo 12 apóstoles recogidos en medio del pueblo sencillo, Dios ha hecho la Iglesia universal donde hay gente de toda raza, lengua y nación. También de nuestra fe pequeña, y hasta defectuosa, Dios puede hacer salir una fe madura y esplendorosa.
Finalmente, Dios podrá transformar este nuestro mundo aparentemente enemigo de Dios?
¿Como se las arreglará para convertir la Humanidad en Cristo? Jesús no nos lo dice, sólo afirma que el Reino es como un puñado de levadura que una mujer mezcla en medio saco de harina, hasta que toda ha fermentado. El Reino es poca cosa en apariencia, pero tiene una fuerza inmensa. Esta levadura viene a ser el Espíritu Santo, capaz de transformar una multitud. Recordemos los primeros años del cristianismo, la fuerza de influencia de algunos personajes de la Iglesia, los santos; las reformas de los Concilios. Recordemos el buen San Juan XXIII y su Concilio, que ahora con el Papa Francisco parece que llegará a frutar generosamente. Son todas manifestaciones de ese poder oculto que hace transformar la Iglesia y a través de ella toda la sociedad. Ahora bien, Dios no es espectacular. Jesús no quiso hacer ninguna obra extraordinaria para cegar, como le pedían. Dios no nos aturde con acciones maravillosas, sino con acciones intrascendentes, sencillas, discretas. Este es el distintivo de las tres parábolas: todo es humilde, pero potente. Y es que Dios no es un juez implacable que aplasta al malvado, sino que ha querido salvar. Dios es el Dios de la vida y que hace vivir. Dios es poderoso, pero discreto. Porque Dios es amor y nos está invitando a todos a ser como Él. El amor no obliga, no coacciona, sino que invita, atrae; el amor no vence, sino que convence. El amor es humilde y no es amante del espectáculo ni de las apariencias. Dios es bueno y sólo quiere el bien. Dejémonos, pues, guiar por Él, pero pedimos que venga su Reino sobre toda la Humanidad. Es lo que Jesús nos enseñó a orar.