El signo del templo

Evangelio según San Lucas 21,5-11. 

Como algunos, hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo: "De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido". Ellos le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va a suceder?". Jesús respondió: "Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: 'Soy yo', y también: 'El tiempo está cerca'. No los sigan. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin". Después les dijo: "Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en el cielo." 

San Andrés Dung-Loc

Santos Andrés Dung Lac y 116 compañeros, mártires 

Ciento diecisiete mártires de las regiones asiáticas de Tonquín, Annam y de la Cochinchina, con distintas fechas de martirio, entre los años 1740 a 1883. Fueron canonizados por SS. Juan Pablo II el 19 de junio de 1988, en la Plaza de San Pedro. El 24 de noviembre está inscripta la memoria litúrgica, encabezada por san Andrés Dung Lac.

La iglesia del Vietnam fecundada con la sangre de los mártires tomado de la página del Vaticano del día de la canonización del grupo por SS Juan Pablo II (19 de junio de 1988, Plaza de San Pedro)

El trabajo de evangelización, llevado a cabo desde el inicio del siglo XVI y consolidado con los primeros Vicariatos apostólicos del Norte (Dáng-Ngoái) y del Sur (Dáng-Trong) en el 1659, ha tenido en el trascurso de los siglos un admirable desarrollo.

Actualmente [escrito de 1988], las Diócesis son 25 (10 en el Norte, 6 en el Centro y 9 en el Sur) y los católicos son, apróximadamente, 6 millones (casi el 10% de la población); la Jerarquía Católica Vietnamita ha sido constituida por el Papa Juan XXIII el 24 de noviembre de 1960.

Este resultado se debe al hecho que, desde los primeros años, la semilla de la Fe se ha mezclado, en el territorio vietnamita, con la abundante sangre de los Mártires, tanto del clero misionero como del clero local y del pueblo cristiano de Vietnam. Juntos han soportado las fatigas del trabajo apostólico, como si se hubiesen puesto de acuerdo, han afrontado incluso la muerte para dar testimonio de la verdad evangélica. La historia religiosa de la Iglesia vietnamita señala que han existido un total de 53 Edictos, firmados por los Señores TRINH y NGUYEN o por los Reyes que, durante más de dos siglos, en total 261 años (1625-1886), han decretado contra los cristianos persecuciones una más cruel que la otra. Son alrededor de unas 130.000 las víctimas caídas por todo el territorio nacional.
A lo largo de los siglos, estos mártires de la Fe ha sido enterrados en forma anónima, pero su recuerdo permanece vivo en el espíritu de la comunidad católica. Desde el inicio del siglo XX, 117 de este gran grupo de héroes, martirizados cruelmente, han sido elegidos y elevados al honor de los altares por la Santa Sede en 4 Beatificaciones:

-en el 1900, por el Papa León XIII, 64 personas
-en el 1906, por el Papa S. Pío X, 8 personas
-en el 1909, por el Papa S. Pío X, 20 personas
-en el 1951, por el Papa Pío XII, 25 personas (AAS 043 [1951], pp. 140ss.)

clasificadas así:
11 españoles: todos Dominicos: 6 Obispos, 5 Sacerdotes;
10 franceses: todos de las Misiones Extranjeras de París: 2 Obispos, 8 Sacerdotes;
96 vietnamitas: 37 Sacerdotes (11 de ellos dominicos) y 59 Cristianos (entre ellos: 1 seminarista, 16 catequistas, 10 terciarios dominicos y 1 mujer).

Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero (Apoc 7, 13-14), según el siguiente orden cronológico:

2 caídos bajo el reinado de TRINH-DOANH (1740-1767)
2 caídos bajo el reinado de TRINH-SAM (1767-1782)
2 caídos bajo el reinado de CANH-TRINH (1782-1802)
58 caídos bajo el reinado del Rey MINH-MANO (1820-1840)
3 caídos bajo el reinado del Rey THIEU-TRI (1840-1847)
50 caídos bajo el reinado del Rey TU-DUC (1847-1883)

Y en el lugar del suplicio el Edicto real, colocado junto a cada uno de los ajusticiados, precisa el tipo de sentencia:
75 condenados a la decapitación, 
22 condenados a ser estrangulados,
6 condenados al fuego, quemados vivos,
5 condenados al desgarro de los miembros del cuerpo, 
9 muertos en la cárcel debido a las torturas.

LISTA DE LOS 117 MÁRTIRES DE VIETNAM (se indica entre paréntesis el año de beatificación en caso de poseer el dato)

1 Andrés DUNG-LAC, Sacerdote 21-12-1839
2 Domingo HENARES, Obispo O.P. 25-06-1838
3 Clemente Ignacio DELGADO CEBRIAN, Obispo O.P. 12-07-1838
4 Pedro Rosa Ursula BORIE, Obispo M.E.P. 24-11-1838
5 José María DIAZ SANJURJO, Obispo O.P. 20-07-1857 (b. 1951)
6 Melchor GARCIA SAMPEDRO SUAREZ, Obispo O.P. 28-07-1858 (b. 1951)
7 Jerónimo HERMOSILLA, Obispo O.P. O1-11-1861
8 Valentín BERRIO OCHOA, Obispo O.P. 01-11-1861
9 Esteban Teodoro CUENOT, Obispo M.E.P. 14-11-1861
10 Francisco GIL DE FEDERICH, Sacerdote O.P. 22-O1-1745
11 Mateo ALONSO LECINIANA, Sacerdote O.P. 22-O1-1745
12 Jacinto CASTANEDA, Sacerdote O.P. 07-11-1773
13 Vicente LE OUANG LIEM, Sacerdote O.P. 07-11-1773
14 Emanuel NGUYEN VAN TRIEU, Sacerdote 17-09-1798
15 Juan DAT, Sacerdote 28-10-1798
16 Pedro LE TuY, Sacerdote 11-10-1833
17 Francisco Isidoro GAGELIN, Sacerdote M.E.P. 17-10-1833
18 José MARCHAND, Sacerdote M.E.P. 30-11-1835
19 Juan Carlos CORNAY, Sacerdote M.E.P. 20-09-1837
20 Vicente DO YEN, Sacerdote O.P. 30-06-1838
21 Pedro NGUYEN BA TUAN, Sacerdote 15-07-1838
22 José FERNANDEZ, Sacerdote O.P. 24-07-1838
23 Bernardo VU VAN DUE, Sacerdote 01-08-1838
24 Domingo NGUYEN VAN HANH (DIEU), Sacerdote O.P. 01-08-1838
25 Santiago Do MAI NAM, Sacerdote 12-08-1838
26 José DANG DINH (NIEN) VIEN, Sacerdote 21-08-1838
27 Pedro NGUYEN VAN TU, Sacerdote O.P. 05-09-1838
28 Francisco JACCARD, Sacerdote M.E.P. 21-09-1838
29 Vicente NGUYEN THE DIEM, Sacerdote 24-11-1838
30 Pedro VO BANG KHOA, Sacerdote 24-11-1838
31 Domingo TUOC, Sacerdote O.P. 02-04-1839
32 Tomás DINH VIET Du, Sacerdote O.P. 26-11-1839
33 Domingo NGUYEN VAN (DOAN) XUYEN, Sacerdote O.P. 26-11-1839
34 Pedro PHAM VAN TIZI, Sacerdote 21-12-1839
35 Pablo PHAN KHAc KHOAN, Sacerdote 28-04-1840
36 Josée DO QUANG HIEN, Sacerdote O.P. 09-05-1840
37 Lucas Vu BA LOAN, Sacerdote 05-06-1840
38 Domingo TRACH (DOAI), Sacerdote O.P. 18-09-1840
39 Pablo NGUYEN NGAN, Sacerdote 08-11-1840
40 José NGUYEN DINH NGHI, Sacerdote 08-11-1840
41 Martín TA Duc THINH, Sacerdote 08-11-1840
42 Pedro KHANH, Sacerdote 12-07-1842
43 Agustín SCHOEFFLER, Sacerdote M.E.P. 01-05-1851
44 Juan Luis BONNARD, Sacerdote M.E.P. 01-05-1852
45 Felipe PHAN VAN MINH, Sacerdote 03-07-1853
46 Lorenzo NGUYEN VAN HUONG, Sacerdote 27-04-1856
47 Pablo LE BAo TINH, Sacerdote 06-04-1857
48 Domingo MAU, Sacerdote O.P. 05-11-1858 (b. 1951)
49 Pablo LE VAN Loc, Sacerdote 13-02-1859
50 Domingo CAM, Sacerdote T.O.P. 11-03-1859 (b. 1951)
51 Pedro DOAN LONG QUY, Sacerdote 31-07-1859
52 Pedro Francisco NERON, Sacerdote M.E.P. 03-11-1860
53 Tomás KHUONG, Sacerdote T.O.P. 30-01-1861 (b. 1951)
54 Juan Teofano VENARD, Sacerdote M.E.P. 02-02-1861
55 Pedro NGUYEN VAN Luu, Sacerdote 07-04-1861
56 José TUAN, Sacerdote O.P. 30-04-1861 (b. 1951)
57 Juan DOAN TRINH HOAN, Sacerdote 26-05-1861
58 Pedro ALMATO RIBERA, Sacerdote O.P. 01-11-1861
59 Pablo TONG VIET BUONG, Laico 23-10-1833
60 Andrés TRAN VAN THONG, Laico 28-11-1835
61 Francisco Javier CAN, Catequista 20-11-1837
62 Francisco DO VAN (HIEN) CHIEU, Catequista 25-06-1838
63 José NGUYEN DINH UPEN, Catequista T.O.P. 03-07-1838
64 Pedro NGUYEN DicH, Laico 12-08-1838
65 Miguel NGUYEN HUY MY, Laico 12-08-1838
66 José HOANG LUONG CANH, Laico T.O.P. 05-09-1838
67 Tomás TRAN VAN THIEN, Seminarista 21-09-1838
68 Pedro TRUONG VAN DUONG, Catequista 18-12-1838
69 Pablo NGUYEN VAN MY, Catequista 18-12-1838
70 Pedro VU VAN TRUAT, Catequista 18-12-1838
71 Agustín PHAN VIET Huy, Laico 13-06-1839
72 Nicolás BUI DUC THE, Laico 13-06-1839
73 Domingo (Nicolás) DINH DAT, Laico 18-07-1839 
74 Tomás NGUYEN VAN DE, Laico T.O.P. 19-12-1839 
75 Francisco Javier HA THONG MAU, Catequista T.O.P. 19-12-1839 
76 Agustín NGUYEN VAN MOI, Laico T.O.P. 19-12-1839
77 Domingo Bui VAN UY, Catequista T.O.P. 19-12-1839
78 Esteban NGUYEN VAN VINTI, Laico T.O.P. 19-12-1839
79 Pedro NGUYEN VAN HIEU, Catequista 28-04-1840
80 Juan Bautista DINH VAN THANH, Catequista 28-04-1840
81 Antonio NGUYEN HUU (NAM) QUYNH, Laico 10-07-1840
82 Pietro NGUYEN KHAC Tu, Catequista 10-07-1840
83 Tomás TOAN, Catequista T.O.P. 21-07-1840
84 Juan Bautista CON, Laico 08-11-1840
85 Martín THO, Laico 08-11-1840
86 Simón PHAN DAc HOA, Laico 12-12-1840
87 Inés LE THi THANH (DE), Laica 12-07-1841
88 Mateo LE VAN GAM, Laico 11-05-1847 
89 José NGUYEN VAN Luu, Catequista 02-05-1854 
90 Andrés NGUYEN Kim THONG (NAM THUONG), Catequista 15-07-1855
91 Miguel Ho DINH HY, Laico 22-05-1857
92 Pedro DOAN VAN VAN, Catequista 25-05-1857
93 Francisco PHAN VAN TRUNG, Laico 06-10-1858
94 Domingo PHAM THONG (AN) KHAM, Laico T.O.P. 13-01-1859 (b. 1951)
95 Lucas PHAM THONG (CAI) THIN, Laico 13-01-1859 (b. 1951)
96 José PHAM THONG (CAI) TA, Laico 13-01-1859 (b. 1951)
97 Pablo HANH, Laico 28-05-1859
98 Emanuel LE VAN PHUNG, Laico 31-07-1859
99 José LE DANG THI, Laico 24-10-1860 
100 Mateo NGUYEN VAN (NGUYEN) PHUONG, Laico 26-05-1861
101 José NGUYEN DUY KHANG, Catequista T.O.P. 06-11-1861
102 José TUAN, Laico 07-01-1862 (b. 1951)
103 José TUC, Laico 01-06-1862 (b. 1951)
104 Domingo NINH, Laico 02-06-1862 (b. 1951)
105 Domingo TOAI, Laico 05-06-1862 (b. 1951)
106 Lorenzo NGON, Laico 22-05-1862 (b. 1951)
107 Paulo (DONG) DUONG, Laico 03-06-1862 (b. 1951)
108 Domingo HUYEN, Laico 05-06-1862 (b. 1951)
109 Pedro DUNG, Laico 06-06-1862 (b. 1951)
110 Vicente DUONG, Laico 06-06-1862 (b. 1951)
111 Pedro THUAN, Laico 06-06-1862 (b. 1951)
112 Domingo MAO, Laico 16-06-1862 (b. 1951)
113 Domingo NGUYEN, Laico 16-06-1862 (b. 1951)
114 Domingo NHI, Laico 16-06-1862 (b. 1951)
115 Andrés TUONG, Laico 16-06-1862 (b. 1951)
116 Vicente TUONG, Laico 16-06-1862 (b. 1951)
117 Pedro DA, Laico 17-06-1862 (b. 1951)
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O.P. : Orden de los Predicadores (Dominicos) 
T.O.P.: Terciario de la Orden de los Predicadores M.E.P.: Sociedad de las Misiones Extranjeras de París fuente: Vaticano

Oremos. Señor y Dios nuestro, que nos da constancia en la fe y fortaleza en la debilidad, concédenos, por el ejemplo y los méritos de los Santos Andrés y compañeros, participar en la muerte y resurrección de tu Hijo para que también gocemos contigo, en compañía de tus mártires, de la plena alegría de tu reino. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Orígenes (c. 185-253), presbítero y teólogo. Comentario al evangelio de  Jn 10,20-23. PG 14, 369-386

El signo del templo

“Destruid este templo, y en tres días yo lo levantaré de nuevo.” (Jn 2,19) Ciertamente que el Señor era capaz de realizar miles de otros signos, pero como prueba de la autoridad “para hacer esto” (Jn 2,18) tenía que realizar este signo concreto: con ello daba respuesta a lo que tiene que ver con el templo, lo que no podían hacer otros signos que no se referirían a él. De todos modos, me parece que tanto el templo como el cuerpo de Jesús se tienen que interpretar como la figura de la Iglesia, dado que está edificada con “piedras vivas” que van “construyendo un templo espiritual dedicado a un sacerdocio santo” (1P 2,5); está edificada “sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular” (Ef 2,20), el auténtico templo.

Si, pues, se ve destruido la ensambladura armoniosa de las piedras del templo, ya que “vosotros formáis el cuerpo de Cristo y cada uno por su parte es un miembro” (1 Cor 12,27) y, como está escrito en el salmo 21, todos los huesos de Cristo están descoyuntados (Sal 21,15) por la vehemencia de las pruebas y tribulaciones y por aquellos que por la persecución atentan contra la unidad de la Iglesia, sin embargo, este templo será reconstruido y el cuerpo resucitará el tercer día después del día de la iniquidad que lo arrasó y después del día en que se cumplirán las promesas (cf 2P 3,3-10). Porque este tercer día verá un cielo nuevo y una tierra nueva (2P 3,13), cuando los huesos se pondrán en pie (cf Ez 37,10) en el gran día del Señor, cuando la muerte será vencida, cuando la resurrección de Cristo de entre los muertos, después de su pasión y muerte, se revelará como el misterio de la resurrección del cuerpo entero de la Iglesia.

(Referencias bíblicas: Jn 2,18-19; 1P 2,5; Ep 2,20;1Co 12,27; Sl 21,15; 2P 3,3-10.13; Ez 37,11)

No se dejen engañar
Lucas 21, 5-11. Tiempo Ordinario. Como cristianos trabajemos firme y constante por edificar nuestra casa en roca firme.

Oración introductoria
Señor y Dios mío, buscarte equivale a encontrarte, porque siempre Tú estás dispuesto, esperándome en el Sagrario y en la oración. No quiero anteponer nada a tu amor que es lo único definitivo y seguro que tengo en la vida. ¡Ven Espíritu Santo! Ilumina y guía esta meditación.

Petición
Señor, concédeme la gracia de afianzar mi vida en Ti para poder ser testigo y misionero de tu amor.

Meditación del Papa Francisco
Jesús dijo: “Esto que ven, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida”. Naturalmente le preguntan: ¿cuándo sucederá esto?, ¿cuáles serán los signos? Pero Jesús dirige la atención de estos aspectos secundarios – ¿cuándo será?, ¿cómo será? – la dirige a las verdaderas cuestiones. Y son dos:

Primero: no dejarse engañar por falsos mesías y no dejarse paralizar por el miedo. Segundo: vivir el tiempo de la espera como tiempo del testimonio y de la perseverancia. Y nosotros estamos en este tiempo de la espera, de la espera de la venida del Señor.

Esta alocución de Jesús es siempre actual, también para nosotros que vivimos en el Siglo XXI. Él nos repite: “Miren, no se dejen engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre”.

Es una invitación al discernimiento. Esta virtud cristiana de comprender dónde está el Espíritu del Señor y dónde está el mal espíritu. También hoy, en efecto, hay falsos “salvadores”, que tratan de sustituir a Jesús: líderes de este mundo, santones, también brujos, personajes que quieren atraer a sí las mentes y los corazones, especialmente de los jóvenes. Jesús nos pone en guardia: “¡No los sigan!”. “¡No los sigan!”. (S.S. Francisco,  Ángelus del 17 de noviembre de 2013).

Reflexión
No busquemos aterrarnos mutuamente ni vivir en el miedo pensando en que el tiempo está cerca y ya se acaba la figura de este mundo con la venida del Justo Juez, Cristo. Y no es así porque El mismo nos lo acaba de decir: Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: "Yo soy" y "el tiempo está cerca". ¿Quiere Cristo que vivamos atemorizados? No ¿Quiere que nos la pasemos analizando cada guerra y cada peste e interpretándolo todo bajo esta óptica terrorífica? No. Entonces, ¿qué quiere Cristo?

Quiere que nos dejemos de cuentos de terror y de una pasividad estéril y vivamos, sí, velando para cuando venga, pero velando como siervos fieles, esto es, cumpliendo como el soldado que tiene una misión en la vida. "Velar" por tanto no es estar en estado de terror e infundiendo terror en los demás, sino "trabajar" por hacer que cada día más este Rey sea más adorado y amado por los hombres; para que el imperio del amor triunfe sobre los mezquinos deseos humanos.

¿Por qué el Templo será derruido? Por la codicia de los hombres. ¿Por qué habrá guerras? Por el odio de unos contra otros. ¿Por qué pestes, hambre, desolación? Por culpa del pecado que no busca soluciones sino que trae daños estériles.

Pero en cambio si el cristiano trabaja firme y constante por edificar su propia casa en Roca firme; si se empeña por trabajar en la viña del Señor y sacar fruto abundante, el ciento por uno; si procura que en su casa jamás falte el aceite para su lámpara, no sea que venga el Esposo; si se esmera en realizar cuanto le ha sido confiado por el Dueño, como siervo trabajador; si, en fin, saca tiempo de debajo de las piedras y hace del amor su tesoro, y reproduce todos sus talentos, ¿le quedará tiempo para aterrarse por el fin del mundo?

Propósito
Trabajar por edificar mi casa, es decir mi vida de cada día sobre roca firme, sobre Dios. A través de la oración, de la confianza y esperanza en Él.

Diálogo con Cristo
Señor, sé que al final triunfará tu Reino, pero mi corazón a menudo no entiende y le cuesta aceptar acontecimientos que parecen no tener ningún sentido, como la muerte de un joven. Enséñame que el sentimiento puede ayudarme, pero no es lo esencial. Ayúdame a ser optimista, a edificar mi vida en la roca firme de tu voluntad y a tenerla como mi guía en todo mi obrar.

Padrenuestro: Hijos de Dios que es Padre

El Padrenuestro es el momento en que gozamos de ser hijos. Estás llamado a sentir en tu corazón la ternura de Dios que es Padre

Hijos de Dios que es Padre
Dios nos ha llamado en Cristo a ser sus hijos. “Yo seré para él padre y él será para mí hijo” (2 Sam 7, 14). El Padrenuestro es el momento en que gozamos de ser hijos. Estás llamado a sentir en tu corazón la ternura de Dios que es Padre y es Madre (Sal 27, 10). Es importante que te dejes conquistar por su amor que se derrama sin cesar. Recitar cada una de las frases del Padrenuestro con cariño de hijo, te puede ayudar a darte cuenta de la grandeza del amor de tu Dios. 

Padre nuestro
Ésta es la primera frase que decimos con amor. Para quien se sabe hijo, para quien ha experimentado el amor de Dios Padre, estas dos palabras son suficientes. Él es mi padre, de quien vengo y a quien voy (Gen 2, 7). Es un padre bueno que no pide nada de mí, solo quiere que me deje amar por Él. Dice el Evangelio que Jesús se llenaba de gozo en el Espíritu cuando se elevaba en oración al Padre (Lc 10, 21). Intenta llenarte de gozo en el Espíritu tú también y decir con fuerza: “Padre Nuestro”. En silencio puedes decir “Padre mío”. 

Que estás en el cielo
Cuando pensamos en Dios, levantamos la mirada a lo alto para encontrarlo. Nos da una sensación de estar elevando el alma hacia Él. “A ti, Yahveh, levanto mi alma.” (Sal 25, 1). Sin embargo, sabemos que el cielo no está arriba sino que es otra dimensión. Esa dimensión la podemos vivir ya en la tierra.

Es por eso que cuando decimos que Dios está en el cielo tenemos que mirar en nuestro corazón. Dios ha puesto su morada en nosotros. “La Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.” (Jn 1, 14).

La presencia de Dios ya no está en el arca de la alianza, ni en el templo. La presencia de Dios está en nosotros. Somos templos del Espíritu Santo. “¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?” (1Cor 3, 16). Si estás en vida de gracia puedes mirar hacia dentro de tu corazón y encontrarte con tu Dios que es Padre. El cielo está en tu corazón.

Santificado sea tu nombre
Santo, Santo, Santo (Is 6, 3). Dios es el tres veces Santo. Él es el único que podemos llamar santo, puro, perfecto. Todo lo demás participa de esta perfección. Es necesario que nos dirijamos a nuestro Padre con el respeto que se merece. A Él le agrada que lo reconozcamos como Dios y Señor de nuestras vidas, pues lo es. Dejar a Dios ser Dios es santificar su nombre en nuestra vida.

Venga a nosotros tu Reino
El Reino de Dios es el reino de la justicia y de la paz. Deseamos profundamente vivir en paz y en justicia. El Reino de Dios vino en Jesucristo pero los hombres no lo recibieron, prefirieron las tinieblas a la luz (Jn 1, 9-11). Es por eso que invocamos a Dios para suplicarle que venga su Reino (Mt 6, 10). Queremos la paz, queremos la concordia, la fraternidad, la justicia. Cristo Rey Nuestro, venga Tu Reino.

Nosotros podemos vivir el Reino de Dios si vivimos conforme a las bienaventuranzas. Cuando pensamos en las bienaventuranzas, podemos quedarnos solamente en las exigencias. Esas exigencias son la verdad de nuestra condición de criaturas. Todos vivimos la pobreza, ya sea material o moral. Todos lloramos. Todos tenemos hambre y sed de justicia. Todos tenemos necesidad de perdonar, de ser misericordiosos. Todos deseamos trabajar por la paz (Mt 5, 3-12). La diferencia entre las personas del Reino de la luz y las del Reino de las tinieblas radica en el modo de afrontar estas realidades propias de la condición de seres creados.

Las personas que hacen presente el Reino de la luz, el Reino de Dios, son aquellas que aceptan su realidad y viven felices en ella. Ellos son los dichosos, los bienaventurados. Aquellos que han sabido mirar y gozar del fruto de las bienaventuranzas en lugar de detenerse a querer cambiar su realidad. Los bienaventurados gozan ya, desde ahora, de ser hijos del Padre, de ver a Dios, de alcanzar misericordia, de recibir la herencia de Dios, de ser consolados (Mt 5, 3-12). Eso les hace dichosos. ¡Qué bienes mayores se pueden tener!

En cambio, las personas que deciden vivir en el Reino de las tinieblas (Jn 1, 5) son las que no aceptan que son criaturas y las consecuencias que ello conlleva. Son las que no están conformes con su realidad y no pueden ser felices hasta que la vida sea perfecta, su frustración y su tristeza durarán por siempre, ya que la felicidad no se encuentra en cambiar las cosas, sino en aceptarlas y saber que Dios, en su omnipotencia, puede sacar un bien de cualquier mal. “Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Rom 8, 28).

Es por eso que suplicamos a Dios que venga Su Reino y que nos reine Él, no nosotros mismos ni el enemigo, sino Él, que es juez justo y misericordioso(Is 33, 23).

Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo
La voluntad, el querer de Dios, es nuestro bien. “Enséñame a cumplir tu voluntad, porque tú eres mi Dios; tu espíritu que es bueno me guíe por una tierra llana.” (Sal. 143, 10.)

El cielo es la armonía, el orden, la vida sin sufrimiento porque se cumple la voluntad de Dios. Es por eso que suplicamos al Padre que también en la tierra se viva su voluntad como en el cielo. El designio que ha preparado para nosotros es de amor (Flp. 2, 13). Es conveniente vivir buscando su querer. A Él le agrada la actitud de búsqueda de sus hijos. Busquemos su voluntad y cumplámosla lo mejor posible. La vida, vivida así, en la voluntad de Dios, se ve sostenida por Él. No soy yo quien vivo mi vida sino que me abandono al Padre que dispone mejor las cosas que yo (Mt. 6, 25). En su eterna sabiduría tiene un plan para nosotros. Amemos y abracemos su plan, aunque exija cruz, ahí está nuestra seguridad en medio de las incertidumbres de la vida.

Danos hoy nuestro pan de cada día
Es precioso escuchar los pasajes en los que Jesús habla de la providencia del Padre. “Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?... Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe?” Mt 6, 26. 28-30 “¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si pide un huevo, le da un escorpión? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!” Lc. 11, 11-13. Estos versículos nos hablan por sí solos.

Dios es el Padre que nos alimenta como lo hace con los pájaros del cielo. Dios es el Padre que nos viste como a los lirios del campo. Dios es el Padre que nos da pan, no una piedra. Dios es el Padre que no nos da una serpiente sino que nos da un pescado. Dios es el Padre que cuando le pedimos un huevo, no nos da un escorpión. Dios es el Padre bueno, el que está en el cielo que nos da su mismo Espíritu; su Espíritu Santo.

La providencia del Padre se muestra en las circunstancias de la vida. Sobre todos hace llover el Señor, sobre buenos y malos (Mt. 5, 45). La diferencia está en aquellos que viven con una mirada de fe, reconociendo en todo la mano de Dios. Ellos viven en la paz y serenidad de quien se sabe en la palma de la mano del Padre. “Guárdame como la pupila de los ojos, escóndeme a la sombra de tus alas”. Sal. 17, 8.

Los otros, que leen la historia de modo horizontal; es decir, que no saben descubrir la presencia de Dios en su historia y en el mundo, viven con la ansiedad que crea el pensar que todo depende de ellos.

Dios nos invita a vivir en la alegría de los hijos de Dios. Hijos de un Padre bueno y providente que sabe lo que necesitamos antes de que se lo pidamos. “Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso.” Mt. 6, 32.

Normalmente, Dios tiene tres posibles respuestas a lo que le pedimos. La primera es: “Sí” y nos concede lo que pedimos. La segunda es: “Sí, pero no ahora” y nos da lo que necesitamos en el tiempo justo. La tercera es: “Sí, pero no de esa manera” y nos ofrece un modo mejor de realizar aquello que le pedimos. Es por eso que requiere de nuestra confianza, para que tenga la libertad de darnos lo que es mejor para nosotros. Es necesario que creamos en Él ya que su bondad no tiene límites y nos abandonemos en nuestro Padre del cielo que quiere el bien para sus hijos.

Perdona nuestras ofensas
Es precioso saber que existe el perdón. Nuestro corazón, cuando está buscando amar con sinceridad, se duele de haber cometido un error o de haberse equivocado. Es por eso que nos brota espontáneo el deseo de pedir perdón y de reparar por nuestra falta. A veces nos es difícil pedir perdón pero mientras más lo hacemos con sencillez, nos habituamos a vivir así. Cuando nosotros nos acercamos y pedimos perdón, abrimos la puerta del corazón del otro. Son muy pocas las personas que, al ver que alguien se humilla y les pide perdón rechazan el perdón ofrecido.

Como nosotros perdonamos a los que nos ofenden        
Lo primero que podemos hacer es pedir el perdón a Dios. En la intimidad con él, si nos abrimos y reconocemos con verdad nuestra falta, recibimos el consuelo de su perdón (Sal. 130, 4). Sin embargo, hay veces que esto no es suficiente. Podemos recibir el perdón de Dios pero a veces tenemos que empezar por perdonarnos a nosotros mismos. Hay pecados que nos duelen tanto que no logramos tener compasión con nosotros mismos. Nos duele vernos pecadores y que somos causa de dolor. Es necesario dar ese paso y perdonarnos. Cuando nos perdonamos a nosotros mismos somos más comprensivos con los demás. Así podemos también perdonar a los que nos ofenden. 

No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal
Experimentamos todos los días nuestra tendencia al mal y las acechanzas del demonio. “Querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero.” Rom. 7, 18-19. Dios sabe a lo que estamos expuestos y conoce la debilidad de nuestro corazón. Es por eso que nos ofrece la fuerza para no caer en tentación y nos libra del mal. Él es un Padre protector que quiere que todos sus hijos se salven. Nos da continuamente sus gracias para que podamos superar el mal que domina al mundo.

El Padrenuestro no lo recitamos solos. Es en Cristo Hijo que podemos ser hijos. Unidos a Él y por la acción del Espíritu Santo (Rom. 8, 14) podemos decir con ternura esta oración. Una introducción al Padrenuestro dice: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. Digamos con fe y esperanza.” Con todo el amor que tengas en tu corazón puedes recitar y cantar a tu Padre del cielo.

¿Cómo orar cuando sientes miedo?
Cuando un hijo se dirige a su padre con humildad y absoluta confianza, lo obtiene todo de él.

Todos queremos seguridad y buscamos seguridades. Nos da miedo cuando no hay seguridad, cuando perdemos nuestras seguridades o cuando se ven amenazadas o reducidas.

Te da seguridad un buen empleo, la aceptación de los demás, las cosas que posees, los amigos que te respaldan, un entorno conocido, tus habilidades, tu formación profesional, tus títulos, el dinero, recibir reconocimientos y dignidades, ser consultado, recibir atenciones, tu hogar, una buena salud, etc.

Cuando se ponen en riesgo nuestras seguridades nos entra miedo. Se derrumban o disminuyen nuestras seguridades y corremos el riesgo de desmoronarnos. Cuando esto sucede nos encontramos en la posición del pobre, del que nunca ha tenido nada o del que lo ha perdido todo y depende totalmente de la gratuidad del amor de Dios.

Es humano tener miedo. No nos extraña que hasta los Papas sientan miedo cuando son elegidos. Tengo a la mano una oración del Cardenal Eduardo Pironio, argentino, en que se presenta ante Dios con mucho miedo. Tuve la gracia de tratar mucho con él y hablaba con frecuencia de la confianza, de la virtud de la esperanza; tal vez por el miedo que sentía. Extraigo partes de una de sus oraciones:
Señor,

Hoy necesito hablar contigo con sencillez de pobre, con corazón quebrantado pero enteramente fiel.

Sufro, Señor, porque tengo miedo,
mucho miedo, más que nunca.
Yo no sé por qué, o mejor, sí se por qué:
porque Tú, Señor, adorablemente lo quieres.
Y yo lo acepto.
Pero también escucho tu voz de amigo:
"No tengas miedo, no se turbe tu corazón.
Soy yo. Yo estaré contigo hasta el final."
Repítemelo siempre Señor,
y en los momentos más difíciles,
suscita a mi alrededor almas muy simples
que me lo digan en tu nombre.
Tengo miedo, Señor, mucho miedo.
Miedo de no comprender a mis hermanos
y decirles las palabras que necesitan.
Miedo de no saber dialogar,
de no saber elegir bien a mis colaboradores,
de no saber organizar la diócesis,
de no saber planear,
de dejarme presionar por un grupo o por el otro,
de no ser suficientemente firme
como corresponde a un Buen Pastor,
de no saber corregir a tiempo,
de no saber sufrir en silencio,
de preocuparme excesivamente por las cosas al modo humano,
y entonces, estoy seguro de que me irá mal.
Por eso, Señor, te pido que me ayudes.
Me hace bien sentirme pobre,
muy pobre, muy inútil y pecador.
Ahora siento profundamente mis pecados.
He pecado mucho en mi vida
y tú me sigues buscando y amando.
Pero te repito, sigo teniendo miedo, mucho miedo.
No lo tendría si fuera más humilde.
Yo creo que me asusta la posibilidad del fracaso.
Temo fracasar, sobre todo, después de que me esperaron tanto.
Pero no pienso que Tú también fracasaste,
que no todos aceptaron tu enseñanza.
Hubo muchos que te dejaron porque "les resultaba dura" y absurda tu doctrina.
Nunca te fue bien, Señor:
te criticaron siempre y quisieron despeñarte.
Si no te mataron antes fue por miedo al pueblo que te seguía.
Pero te rechazaron los sacerdotes; te traicionó Judas; te negó Pedro;
te abandonaron todos tus discípulos
¿y no sufrías entonces?
Y yo, ¿quiero ser más que el Maestro y tener más fortuna que mi Señor?
Jesús, enséñame a decir que sí y a no dejarme aplastar por el miedo.

El Cardenal Pironio sabía ver en el sufrimiento la mano providente de Dios Padre. En su testamento espiritual escribe: Que nadie se sienta culpable de haberme hecho sufrir, porque han sido instrumento providencial de un Padre que me amó mucho.

Lo que más aprendo de esta oración es la humildad y la confianza con que se dirige a Dios. Cuando un hijo se dirige a su padre con humildad y absoluta confianza, lo obtiene todo de él. El padre es protector y proveedor. Si el hijo expone a su padre su debilidad, su miseria, sus faltas, su condición vulnerable, y se dirige a él pidiendo ayuda con absoluta confianza, un buen padre siempre responde.

Cuando sentimos miedo al perder nuestras seguridades o al no tener seguridad alguna, podemos tener la certeza de que si lo aceptamos con humildad y acudimos con confianza a Dios Padre, el amor de Dios vendrá en nuestro auxilio. La confianza filial lo obtiene todo de Dios.

Cuando sentimos miedo también podemos orar con la ayuda del Salmo 23Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo. Tu vara y tu cayado me sosiegan y del Salmo 30 En ti, Señor, me cobijo, nunca quede defraudado. Sé mi roca de refugio, alcázar donde me salve; pues tú eres mi peña y mi alcázar.

Cuando sentimos miedo, la roca firme del amor misericordioso de Dios es nuestra seguridad.

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