La Cuaresma conduce al bautismo
- 29 Febrero 2016
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- 29 Febrero 2016
El Papa en el ángelus: ‘¡Nunca es demasiado tarde para convertirse!’
TEXTO COMPLETO. El Santo Padre recordó este domingo la invencible paciencia de Jesús y su irreducible preocupación por los pecadores
Ciudad del Vaticano) Como cada domingo, el papa Francisco rezó la oración del ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la plaza de San Pedro. Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo, que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el Pontífice les dijo:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Cada día, lamentablemente, las crónicas reportan malas noticias: homicidios, accidentes, catástrofes… en el pasaje evangélico de hoy, Jesús se refiere a dos hechos trágicos que en aquel tiempo habían suscitado mucha sensación: una represión cruel realizada por los soldados romanos dentro del templo; y el derrumbe de la torre de Siloé, en Jerusalén, que había causado dieciocho victimas (Cfr. Lc 13, 1-5). Jesús conoce la mentalidad supersticiosa de sus oyentes y sabe que ellos interpretan este tipo de acontecimientos de modo equivocado. De hecho, piensan que, si aquellos hombres han muerto así, cruelmente, es signo que Dios los ha castigado por alguna culpa grave que habían cometido; como diciendo: “se lo merecían”. Y en cambio, el hecho de ser salvados de la desgracia equivalía a sentirse “bien”. Ellos se lo merecían; yo estoy bien. Jesús rechaza claramente esta visión, porque Dios no permite las tragedias para castigar las culpas, y afirma que aquellas pobres víctimas no eran peores que los otros. Más bien, Él invita a sacar de estos hechos dolorosos una enseñanza que se refiere a todos, porque todos somos pecadores; de hecho, dice a aquellos que le habían interpelado: “Si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo” (v. 3).
También hoy, frente a ciertas desgracias y a eventos dolorosos, podemos tener la tentación de “descargar” la responsabilidad en las víctimas o incluso en Dios mismo. Pero el Evangelio nos invita a reflexionar: ¿Qué idea de Dios nos hemos hecho? ¿Estamos realmente convencidos de que Dios es así, o esto no es más que nuestra proyección, un dios hecho “a nuestra imagen y semejanza”? Jesús, al contrario, nos invita a cambiar el corazón, a hacer una radical inversión en el camino de nuestra vida, abandonando los compromisos con el mal –y esto lo hacemos todos, ¿eh?, los compromisos con el mal–, las hipocresías –pero, yo creo que casi todos tenemos un poco, de hipocresía–, para retomar decididamente el camino del Evangelio.
Pero está ahí, nuevamente, la tentación de justificarse: ¿De qué cosa debemos convertirnos? ¿No somos en fin de cuentas buenas personas –cuantas veces hemos pensado esto: pero, en fin de cuentas yo soy bueno, soy alguien bueno… y no es así, ‘eh?–, no somos creyentes, incluso bastante practicantes? Y nosotros creemos que así nos justificamos. Lamentablemente, cada uno de nosotros se asemeja mucho a un árbol que, durante años, ha dado múltiples pruebas de su esterilidad. Pero, afortunadamente para nosotros, Jesús se parece a un agricultor que, con una paciencia sin límites, obtiene todavía una prórroga para la higuera infecunda: “Déjala todavía este año –dice el dueño– […] Puede ser que así dé frutos en adelante” (v. 9). Un “año” de gracia: el tiempo del ministerio de Cristo, el tiempo de la Iglesia antes de su regreso glorioso, el tiempo de nuestra vida, marcado por un cierto número de Cuaresmas, que se nos ofrecen como ocasiones de arrepentimiento y de salvación. Un tiempo de un Año Jubilar de la Misericordia. La invencible paciencia de Jesús, ¿Habéis pensado en la paciencia de Dios? Habéis pensado también en su irreducible preocupación por los pecadores. ¡Cómo debería conducirnos a la impaciencia contra nosotros mismos! ¡Nunca es demasiado tarde para convertirse! ¡Jamás! Hasta el último momento, la paciencia de Dios nos espera. Recordáis aquella pequeña historia de santa Teresa del Niño Jesús, cuando rezaba por aquel hombre condenado a muerte, un criminal, que no quería recibir la consolación de la Iglesia, rechazaba al sacerdote, no quería, quería morir así. Y ella rezaba, en el convento, y cuando aquel hombre está ahí, en el momento de ser asesinado, se dirige al sacerdote, toma el Crucifijo y lo besa. ¡La paciencia de Dios! ¡Lo mismo hace con nosotros, con todos nosotros! Cuantas veces, nosotros no lo sabemos, lo sabremos en el Cielo; pero cuantas veces nosotros estamos ahí, ahí, y ahí el Señor nos salva. Nos salva porque tiene una gran paciencia con nosotros. Y esta es su misericordia. Jamás es tarde para convertirnos, pero ¡es urgente, es ahora! Comencemos hoy.
La Virgen María nos sostenga, para que podamos abrir el corazón a la gracia de Dios, a su misericordia; y nos ayude a no juzgar jamás a los demás, sino a dejarnos interpelar por las desgracias cotidianas para hacer un serio examen de conciencia y arrepentirnos.
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración mariana:
Angelus Domini nuntiavit Mariae…
Al concluir la plegaria, Francisco se refirió a la difícil situación de los refugiados que huyen de la guerra y pidió oraciones por Siria:
Queridos hermanos y hermanas, mi oración, y ciertamente también la vuestra, tiene siempre presente el drama de los refugiados que huyen de las guerras y de otras situaciones inhumanas. En particular, Grecia y otros países que están primera línea les están dando una ayuda generosa, que requiere la cooperación de todas las naciones. Una respuesta coral puede ser eficaz y distribuir equitativamente los pesos. Por eso, es necesario apuntar con decisión y sin reservas a las negociaciones. Al mismo tiempo, he recibido con esperanza la noticia sobre el cese de las hostilidades en Siria, y os invito a todos a rezar para que este resquicio pueda dar alivio a la población sufriente y abra el camino al diálogo y a la paz tan deseada. Asimismo, el Papa manifestó su cercanía a las víctimas del ciclón que ha azotado las Islas Fiyi: También deseo asegurar mi cercanía al pueblo de las Islas Fiyi, duramente azotado por un ciclón devastador. Rezo por las víctimas y por quienes están comprometidos con las operaciones de socorro. A continuación, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Pontífice: Dirijo un cordial saludo a todos los peregrinos de Roma, de Italia y de otros países. Saludo a los fieles de Gdansk, los indígenas de Biafra, los estudiantes de Zaragoza, Huelva, Córdoba y Zafra, los jóvenes de Formentera y los fieles Jaén. Saludo a los grupos de polacos residentes en Italia; a los fieles de Casia, Desenzano del Garda, Vicenza, de Castiglione d’Adda y Rocca di Neto; así como a los numerosos jóvenes del Campamento de San Gabriele dell’Addolorata, acompañados por los Padres Pasionistas; los chicos de los Oratorios de Rho, Cornaredo y Pero, y a los de Buccinasco; y a la Escuela de las Hijas de María Inmaculada de Padua. Saludo al grupo que ha venido con motivo del “Día de las Enfermedades Raras”, con una oración especial y mi aliento a vuestras asociaciones de ayuda mutua.
El Obispo de Roma terminó su intervención diciendo:
Os deseo a todos un buen domingo. No os olvidéis, por favor, de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
Evangelio según San Lucas 4,24-30.
Cuando Jesús llegó a Nazaret, dijo a la multitud en la sinagoga: "Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio". Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.
San Juan Casiano
En Marsella, ciudad de la Provenza, en la Galia, san Juan Casiano, presbítero, que fundó un monasterio para varones y otro para mujeres, y, como fruto de su larga experiencia en la vida monástica, escribió para los monjes dos obras: Instituciones Cenobíticas y Conferencias de los Padres (c. 435)
Nacido en el año 360 en la ciudad de Dobrudja, en la desembocadura del Danubio, según Genadio, De Viris illustribus, PL, 58, LXI, 1094, quien lo define de nacionalidad escita. De familia poderosa, terminó siendo aún muy joven sus estudios clásicos. Junto con su amigo Germán, al cual se sentía muy unido, se embarcó en un viaje hacia Oriente, interesándose sobre todo en el testimonio cristiano que daban los monjes que poblaban esos lugares.
No es imposible que haya luchado contra los godos en la batalla de Andrinópolis. Alrededor del año 380, partió con un amigo suyo llamado Germán, a visitar los Santos Lugares. Ambos se hicieron monjes en Belén. Pero en aquella época, el centro de la vida contemplativa era Egipto. Así pues, los dos amigos se trasladaron allá y visitaron uno a uno en la soledad a los famosos santos varones "que estaban llamados a desempeñar una alta misión en el mundo: no sólo la de orar por él, sino la de edificar e instruir a las generaciones futuras" (Ullathorne). Durante algún tiempo, Casiano y Germán llevaron vida eremítica bajo la dirección de Arquebio. Después, Casiano se trasladó al desierto de Esquela para hablar con los anacoretas que habitaban en cuevas excavadas en la ardiente roca y para vivir en los "cenobios" o monasterios de los monjes. No sabemos por qué razón, Casiano emigró a Constantinopla hacia el año 400. Ahí fue discípulo de San Juan Crisóstomo, quien le confirió el diaconado.
Cuando se depuso al gran santo, contra todas las leyes canónicas y contra toda justicia, Casiano fue uno de los legados enviados a Roma para defender la causa del arzobispo ante el Papa San Inocencio I. Tal vez en Roma recibió la ordenación sacerdotal, pero no volvemos a saber nada de él hasta que le encontramos en Marsella, varios años después.
Ahí fundó Casiano dos monasterios: uno para monjes, en el sitio en que había sido sepultado el mártir San Víctor, y otro para religiosas. Casiano y sus monasterios habían de irradiar en el sur de la Galia el espíritu y el ideal ascético de Egipto. Para guía e instrucción de sus discípulos, Casiano compuso sus "Conferencias" o "Colaciones" y las "Reglas de la vida monástica." Ambas obras estaban destinadas a ejercer una influencia inmensamente mayor de lo que su autor pudo sospechar. En efecto, San Benito las recomendó, junto con las "Vitae Patrum" y la Regla de San Basilio, como la mejor lectura que sus monjes podían hacer después de la Biblia. También es sensible la influencia de Casiano en la Regla de San Benito y en su espiritualidad, de suerte que puede decirse que Casiano influenció a la cristiandad entera a través de San Benito. En los cuatro primeros libros de las "Reglas de la vida monástica" describe la forma de vida que deben llevar los monjes; el resto de la obra está consagrado a las virtudes que deben tratar de adquirir y a los pecados mortales en los que más peligro tienen dé caer. Casiano dice en el prefacio de dicha obra: "No voy a describir milagros y prodigios ni a contar anécdotas. Porque, aunque mis mayores me contaron muchas cosas increíbles y aunque me ha sido dado presenciar algunas con mis propios ojos, el repetirlas produce simplemente asombro en el lector, pero no contribuye a instruirle en el camino de la perfección." Tal sobriedad es característica de Casiano.
En el 399 se dirigieron a Constantinopla, debiendo huir de Egipto a causa de su "origenismo." Casiano fue admirador y partidario de Orígenes, particularmente en lo que se refiere a su exégesis escriturística. Mantuvo, sin embargo, una posición equilibrada y evitó seguirlo en ciertos aspectos más dudosos y menos ortodoxos. En Constantinopla, Casiano fue ordenado diácono por Juan Crisóstomo, por el cual conservó siempre una profunda devoción. Luego que Juan Crisóstomo fuera expulsado, también los dos amigos se tuvieron que ir, y se dirigieron a Roma, al papa Inocencio I, para solicitar su ayuda en favor del obispo perseguido. Desde ese momento se pierde el rastro de Germán, a quien suponemos muerto en Roma.
Con toda probabilidad, Casiano fue ordenado presbítero en Roma. De allí se dirigió a Marsella, en el año 415, donde fundó el monasterio de san Víctor y un monasterio femenino, Murió alrededor del año 435.
Por medio de sus dos grandes obras, Instituciones cenobíticas y Colaciones espirituales, Casiano transmitió a Occidente un conocimiento bastante exacto a propósito de la institución monástica en Oriente y Occidente.
Es curioso que el Martirologio Romano no mencione a Casiano. Sin duda que Baronio no quiso incluirle en él, porque en su época se le consideraba como el iniciador y el principal exponente de las enseñanzas que ahora se conocen con el nombre de semipelagianismo. Casiano expuso su teoría en su tratado "Acerca de la Reprobación y de la Gracia", en el curso de una controversia acerca de San Agustín; basándose en dicho tratado, se puede tachar a Casiano de "anti-agustinista", pero no de semipelagiano. El santo pasó todo el resto de su vida en Marsella, donde murió hacia el año 433. Los bizantinos celebran su fiesta el 29 de febrero.
De las Instituciones y de las Colaciones de Casiano, existen varias traducciones en distintos idiomas. En cuanto a las Instituciones, se puede ver la edición italiana a cargo de P. M. Ernetti, Padva, 1957; la traducción francesa con el texto latino se encuentra en la colección Sources Chrétiennes 109. Las Conferencias, en la edición italiana a cargo de O. Lari, De. Paulinas, 1965; la traducción francesa con texto latino está en Sources Chrétiennes 42-54-64.
San Ambrosio (c. 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia De los sacramentos, 1
La Cuaresma conduce al bautismo
Te has acercado, has visto la fuente bautismal, has visto también al obispo cerca de la fuente. Y sin duda que ha venido a tu alma el mismo pensamiento que se insinuó en el de Naaman, el Sirio. Porque, aunque se vio purificado, sin embargo le entró la duda... Me temo que alguno haya dicho: «¿Sólo esto?». Sí, verdaderamente esto es todo; aquí hay toda inocencia, toda piedad, toda gracia, toda santidad. Tú has visto sólo lo que puedes ver con los ojos de tu cuerpo...; lo que no ves es mucho más grande...; porque lo que no se ve es eterno... ¿Hay algo más sorprendente que la travesía del Mar Rojo por los Israelitas, para no hablar ahora más que del bautismo? Y, sin embargo, todos los que lo atravesaron murieron en el desierto. Por el contrario, el que atraviesa la fuente bautismal, es decir, el que pasa de los bienes terrestres a los del cielo..., no muere sino que resucita.
Naamán era un leproso... A su llegada el profeta le dijo: «Ves, baja al Jordán, báñate en él y te curarás». Se puso a pensar para sus adentros y se dijo: «¿Sólo esto? He venido desde Siria hasta Judea y me dice: Ves, baja al Jordán, báñate en él y te curarás. ¡Como si en mi país no hubiera ríos mucho mejores!» Sus servidores le dijeron: «Señor, ¿por qué no haces lo que te ha dicho el profeta? Es mejor que lo hagas y pruebes» Entonces se fue al Jordán, se bañó y salió curado.
¿Qué significa todo esto? Has visto agua, pero no toda agua sana; por el contrario, el agua que tiene la gracia de Cristo, cura. Hay una diferencia entre el elemento y la santificación, entre el acto y la eficacia. El acto se realiza con el agua, pero la eficacia viene del Espíritu Santo. El agua no sana si el Espíritu no hubiera descendido y consagrado esta agua. Has leído que cuando nuestro Señor Jesucristo instituyó el rito del bautismo, se llegó a Juan y éste le dijo: «Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?» (Mt 3,14)... Cristo bajó; Juan que bautizaba estaba a su lado; y he aquí que, en forma como de paloma, bajó el Espíritu Santo... ¿Por qué Cristo bajó el primero y después el Espíritu Santo? ¿Por qué razón? Porque no parezca que el Señor tiene necesidad del sacramento de la santificación: es él quien santifica, y es también el Espíritu el que santifica.
Ninguno es profeta en su tierra
Lucas 4, 24-30. Cuaresma. Ya se vislumbra el final del camino: la muerte en la cruz. Hagamos caso de las insistentes llamadas de Dios a la conversión.
Oración introductoria
Señor Jesús, al comenzar esta breve conversación contigo, quisiera actuar mi fe en tus palabras; mi esperanza, en tus promesas, y mi caridad, en tu inmenso amor por mí. Gracias, Señor, por ser quien eres. Gracias por cómo me tratas. Gracias por ser mi más grande bienhechor. Gracias, en fin, por todo; porque todo lo que soy y tengo, es gracia tuya.
Petición
Señor, te ruego que abras mi corazón a tus palabras, y que por medio de ellas, me decida por fin a ser generoso contigo. No quiero ser como esos hombres a los que visitaste en tu aldea y no te reconocieron. Quiero ser como aquellos otros, que, viéndote escondido detrás de un manto, supieron identificarte con corazón limpio.
Meditación del Papa Francisco
El Evangelio presenta la imagen de la viuda precisamente en el momento en el que Jesús comienza a sentir las resistencias de la clase dirigente de su pueblo: los saduceos, los fariseos, los escribas, los doctores de la ley. Y es como si Él dijera: Sucede todo esto, pero mirad allí, hacia esa viuda. La confrontación es fundamental para reconocer la verdadera realidad de la Iglesia que cuando es fiel a la esperanza y a su Esposo, se alegra de recibir la luz que viene de Él, de ser —en este sentido— viuda: esperando ese sol que vendrá.
Por lo demás, no por casualidad la primera confrontación fuerte que Jesús tuvo en Nazaret, después de la que tuvo con Satanás, fue por nombrar a una viuda y por nombrar a un leproso: dos marginados. Había muchas viudas en Israel, en ese tiempo, pero sólo Elías fue invitado por la viuda de Sarepta. Y ellos se enfadaron y querían matarlo.
Cuando la Iglesia es humilde y pobre, y también cuando confiesa sus miserias —que, además, todos las tenemos— la Iglesia es fiel. Es como si ella dijera: Yo soy oscura, pero la luz me viene de allí. Y esto nos hace mucho bien. Entonces recemos a esta viuda que está en el cielo, seguro, a fin de que nos enseñe a ser Iglesia de ese modo, renunciando a todo lo que tenemos y a no tener nada para nosotros sino todo para el Señor y para el prójimo. Siempre humildes y sin gloriarnos de tener luz propia, sino buscando siempre la luz que viene del Señor. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 24 de noviembre de 2014, en Santa Marta).
Reflexión
El Señor nos muestra en el Evangelio la necedad de los hombres al escuchar la palabra de Dios. Jesús habla, en primer lugar, de dos extranjeros que recibieron la gracia de Dios: un leproso y una viuda. En ellos, están representados todos los leprosos, es decir, los pecadores, los que están infectados con la lepra del egoísmo, y por otra parte, nos muestra a la viuda, la figura del necesitado. A ambos, Dios presta su socorro, a ambos, los abraza con su inmenso amor.
Ahora, podemos preguntarnos por qué dice esto el Señor. ¿Qué encontró Jesús en su pueblo natal? ¿Incredulidad? Tal vez. ¿Soberbia? Quizás. Todo esto lo podemos suponer, pero lo que no podemos suponer es lo que se nos narra: ellos quisieron despeñarlo, lo quisieron matar. Jesús les reprochó el que no estuvieran abiertos a la acción de Dios, al divino amor que les tenía. Les recordó cómo hasta los extraños no eran ajenos a la caridad de Divina. Sin embargo, los nazarenos no estuvieron abiertos ni dispuestos para escuchar esas bellas palabras de Dios: Os amo.
Propósito. Hoy haré un acto de generosidad con aquella persona que me parece más antipática.
Diálogo con Cristo
Muchos leprosos y muchas viudas había en Israel; muchos pecadores y necesitados hay hoy en día en nuestro mundo, pero sólo visitaste y obraste, Señor, con los que se abrieron a tu amor. Yo convivo a diario contigo, Jesús; presencio cada día infinidad de tus milagros. No obstante, no quiero acostumbrarme a tu presencia y a tus milagros, no quiero tenerte como a un cualquiera. Por eso, te pido que abras, Jesús Bendito, mi corazón, y te ameré como nadie lo ha hecho jamás.
¡No tengáis miedo! ¡Abrid las puertas a Cristo! (Beato Juan Pablo II, 22 de octubre 1978)
¿Soy culpable de mí mismo?
Necesito abrir los ojos ante mi situación actual y verla con realismo y con esperanza.
Cada decisión deja una huella: en mi vida, en la de los seres cercanos, en otros corazones que no conozco pero que, de modos misteriosos, quedan bajo la influencia de mis actos.
Con el pasar del tiempo, las decisiones configuran un mosaico. Como enseñaba san Gregorio de Nisa, en cierto sentido somos padres de nosotros mismos a través de nuestros actos.
¿Qué imagen he trazado en mi alma? ¿Hacia dónde está dirigida mi mirada? ¿Qué busco, qué sueño, qué temo, qué lloro, qué me causa alegría? ¿Hacia dónde oriento el cincel cada vez que plasmo la estatua de mi vida?
Si los defectos dominan mi corazón, siento pena. Surge entonces la pregunta: ¿soy culpable de mí mismo? ¿Son mis decisiones las que me llevaron a esta situación de apatía, de tibieza, de orgullo, de envidia, de rencores?
En ocasiones busco la culpa fuera de mí. Incluso tal vez tenga algo de razón: hay personas que me han herido profundamente, que un día llegaron a provocar esa angustia o ese odio que me carcome a todas horas. Pero en otras ocasiones tengo que reconocerlo: la culpa es completamente mía.
Necesito abrir los ojos ante mi situación actual y verla con realismo y con esperanza. Sobre todo, necesito aprender a leer mi vida desde un corazón que me conoce como nadie: el corazón de Dios.
A Él puedo preguntarle si soy culpable de mí mismo, si me he dañado tontamente, si he permitido que me ahoguen asuntos insustanciales, si me he encerrado en un pesimismo dañino.
Luego, desde el diagnóstico del Médico divino, podré abrirme a su gracia para curar mi voluntad, para orientar mis pensamientos a un mundo nuevo y bello, para dar pasos concretos que me permitan perdonar y pedir perdón. Será posible, entonces, que esa libertad con la que tantas veces he hecho daño, a otros y a mí mismo, empiece a ser usada para construir una vida nueva, desde la luz del Espíritu Santo y con la meta que embellece todo: amar a Dios y a los hermanos.
Corazón Contemplativo
El Magníficat es un ejemplo precioso del corazón contemplativo de María. María es la perfecta orante por la riqueza de su corazón y de sus palabras.
Uno de los paisajes interiores más bellos y profundos de María nos lo ofrece su corazón contemplativo. Esta dimensión orante de la Virgen es la que explica la riqueza de su corazón y de sus palabras. María es la perfecta orante. Un ejemplo precioso podemos descubrirlo en el Magníficat.
El Catecismo de la Iglesia Católica presenta así de modo sintético el Magníficat reconociendo en él no sólo la voz del corazón contemplativo de María, sino también el cántico que hace suyo la Iglesia, el nuevo Pueblo de Dios:
El cántico de María (cf Lc 1, 46-55) es a la vez el cántico de la Madre de Dios y el de la Iglesia, cántico de la Hija de Sión y del nuevo Pueblo de Dios, cántico de acción de gracias por la plenitud de gracias derramadas en la Economía de la salvación, cántico de los “pobres” cuya esperanza ha sido colmada con el cumplimiento de las promesas hechas a nuestros padres “en favor de Abrahán y su descendencia por siempre. (C.I.C. 2619)
En María se hace verdad el proverbio evangélico: “De la abundancia del corazón habla la boca”. Su corazón contemplativo era un fruto de la soledad que ella cultivaba y que Dios habitaba y fecundaba. En ese sagrario de su persona, donde ella se encontraba sola con Dios, sola ante Dios, sola para Dios, veía de modo más claro y certero la acción del Señor, a las personas que intervenían en su existencia, las situaciones que debía afrontar, las decisiones que tomaba. Y en el tesoro de su corazón comprende mejor por dónde la lleva Dios. Y de ese mismo tesoro ella extrae las diversas notas de este canto, síntesis de lo mejor de la religiosidad del pueblo judío.
El centro de su contemplación es Dios, el Dios del Antiguo Testamento. Todo lo mira e intenta comprenderlo a la luz del amor de Dios. Y lo que no comprende no la inquieta. Sabe, como nos enseña san Agustín, que lo que no entendemos de la Sagrada Escritura sencillamente encierra amor de Dios.
El corazón contemplativo de María apunta a la persona misma de Dios. Lo descubre en la vida de Israel como Señor y Salvador (Lc 1, 46-47), el Poderoso (v. 49). Y encuentra en estos nombres de Dios una clave segura para ir descubriendo el rostro misterioso e inagotable del Creador de cielos y tierra.
Apunta también a las palabras de Dios. Allí resuenan en su mente las distintas páginas del Antiguo Testamento y de modo particular algunas que aparecen en su cántico de alabanza: “ha puesto los ojos en la humildad de su esclava” (cf 1 S 2, 1), “su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen” (Sl 103, 17), “acogió a Israel su siervo” (cf Is 41, 8-9).
Y contempla asimismo las acciones de Dios. Cada página del Antiguo Testamento, escuchada en la sinagoga y meditada en su corazón, contiene un rico legado del Señor de la vida y de la historia. El Magníficat nos manifiesta que María conoce la elección del pueblo en Abrahán, las páginas sobresalientes de la historia de su pueblo protegido por el Señor, las profecías de Isaías y de Daniel, la riqueza espiritual encerrada en los Salmos y en otros libros sapienciales. De entre todo este arsenal espiritual María destaca en este cántico sobre todo dos acciones del Señor: Dios derriba a los soberbios y enaltece a los humildes (v. 52, cf Jb 12, 19), el Señor elige y favorece de modo especial a Israel desde su orden a Abrahán (vv. 54-55, cf Gn 12, 3).
Jean Guitton comenta así el Magníficat y encuentra en él una ley interior de la historia universal que haremos bien en reconocer e interiorizar:
La Virgen (...) bosqueja en su Cántico una historia universal. Si la palabra no fuera demasiado grave, habría que decir que nos da, de un golpe, su filosofía de la historia. Es la historia de Dios en el mundo, pero es también su historia en Dios. Tiene el sentimiento de esa corriente que parte de Abrahán; que fluye, no se sabe de dónde, eterna. Conoce su ley secreta y simple, tal como pueden entenderla los más pequeños y comprobarla en cada época, y que está contenida en esta fórmula: Dios humilla a los poderosos y ensalza a los humildes. Esta ley interior de la historia universal es bien diferente de la ley exterior, la que describimos en nuestros libros, en los que se ve a las potencias crecer y no sucumbir sino para sucederse. Sin embargo, es la ley de verdad y el verdadero reverso, el envés del tejido de la historia. Es la ley que Jesús proclamará no en una fórmula, sino en las siete bienaventuranzas, desarrollando un pensamiento escondido en el seno de su madre y que le inspiró. (GUITTON J., La Virgen María, Madrid 1952, pp. 111 – 112).
Esta contemplación de Dios suscita unos afectos en el corazón de María. En primer lugar la admiración por las obras del Señor. Todo el cántico es una manifestación sentida de esta sincera admiración del corazón de María. Y es un afecto que lleva tan a pecho, que en esa ocasión sale al exterior en los distintos versículos de este cántico. Es la admiración de una criatura sencilla, humilde, que reconoce la grandeza del poder de Dios manifestado en la historia de Israel y en su acción divina.
También resalta otro afecto importante: la alabanza. Un corazón contemplativo alaba la sabiduría y la bondad del amor de Dios. El primer verbo del cántico es una formulación decidida de la voluntad de alabanza del corazón de María al constatar una vez más la sabiduría de las obras del Señor en los labios de su prima Isabel. En efecto, sin comentárselo antes María, ya sabe Isabel que se halla ante “la madre de su Señor” (Lc 1, 43). Y todo el cántico está permeado de acciones que, mencionadas en este contexto, son todas alabanzas de María al Dios que se ha dignado elegirla para la misión que acaba de proponerle.
El corazón contemplativo de María manifiesta otro aspecto de su alma al contacto con la palabra y la acción de Dios: la asimilación. María ha asimilado en su meditación de la Sagrada Escritura las actitudes espirituales, las preferencias y los métodos del Señor. Destaca, sobre todo, la fidelidad de Dios, su relación de Dios con el soberbio y con el humilde y la elección de Israel. Y en esta línea procura vivir y actuar según estos criterios divinos ella, la humilde esclava del Señor.
Un ulterior aspecto que resalta en el corazón contemplativo de María en este pasaje tiene que ver con una dimensión práctica de la contemplación: la difusión de este mensaje, la difusión de las obras de Dios en la historia sagrada de su pueblo. Se trata de una difusión convencida, serena, oportuna. Y de emplear las palabras, el testimonio y, cuando sea conveniente, también el apoyo y el consejo. Por ello, en una circunstancia como es este saludo entre las dos primas, María no tiene reparo en manifestar algo de la riqueza que ella vive como don especial del Señor a su alma. E Isabel reconocerá sin envidia y con alegría desde ahora más la hondura de alma de su prima, elegida para ser “la madre de su Señor” (Lc 1, 43).
Este corazón contemplativo es inimaginable en María sin una estima y un cultivo del silencio interior y exterior. Las pocas palabras que pronuncia en los evangelios y las actitudes que refleja en los distintos pasajes nos dan una idea del ambiente interior de profundidad espiritual en que se desarrollaba su existencia. Gracias a esto le es tan fácil escuchar a Dios, contemplar sus obras en la historia y en la vida de las personas, conservar en el corazón las acciones de Dios, obrar con sencillez y pureza de intención, y hablar de un modo tan centrado y tan rico cuando ve que es lo que corresponde.
María vivía a fondo las recomendaciones que, sobre el silencio, haría muchos siglos después la beata Madre Teresa cuando escribía:
Me gusta insistir en la recomendación del silencio.
El silencio de la lengua nos enseñará a hablar con Dios.
El silencio de los ojos nos enseñará a ver a Dios.
Nuestros ojos son como dos ventanas por las cuales puede entrar o Cristo o el mundo.
A veces necesitamos coraje para mantenerlos cerrados.
Mantengamos el silencio del corazón.
Como la Virgen, que todo lo conservaba en su corazón. (MANGLANO J.P. – DE CASTRO P., Orar con Teresa de Calcuta, Desclée de Brower, Bilbao 2004, 4ª, pp. 129-130).
De este pasaje el corazón contemplativo de María sale más resuelto para aceptar su misión, esa parte de la acción de Dios en la historia que el Señor le ha propuesto y en la que ella debe intervenir como humilde esclava. Y este pasaje no la vuelve vanidosa, sino le sirve para revestirse de una humildad más profunda que se manifiesta en el servicio amoroso y prolongado a su prima. Y es que la humildad abre el corazón a Dios para que él penetre en el alma y la vida de las personas. Él llama, la humildad abre la puerta del corazón y Dios obra sus maravillas.
Una reflexión práctica final. Contemplando este rayo del corazón de María puede venirnos la fácil y equivocada idea de que María alcanzó un alto nivel de contemplación y unión con Dios por ser Madre de Jesús. Y podemos -inducidos por la comodidad y por una falsa humildad- aceptar tranquilamente ese error.
Para refutarlo nos ayuda el siguiente texto de san Juan de la Cruz. Su mensaje central es que Dios quiere elevar a muchas almas a los más altos grados de contemplación, pero pocas se prestan a la difícil tarea de purificación que se exige:
Y aquí nos conviene notar la causa por que hay tan pocos que lleguen a tan alto estado de perfección de unión con Dios... No es porque Dios quiera que haya pocos de estos espíritus levantados, que antes querría que todos fuesen perfectos, sino que halla pocos vasos que sufran tan alta y subida obra; que, como los prueba en lo menos y los halla flacos, de suerte que luego huyen de la labor, no queriendo sujetarse al menor desconsuelo y mortificación... y así no va ya adelante en purificarlos y levantarlos del polvo de la tierra por la labor de la mortificación, para la cual era menester mayor constancia y fortaleza que ellos muestran...( S. JUAN DE LA CRUZ, Llama de amor viva, 2, 27).
Francisco, con los sin techo
Después de las duchas, habitaciones y servicio de barbería
El Vaticano inaugura hoy un centro hospitalario para personas sin hogar junto a San Pedro
Atendido por médicos del FAS, Medicina Solidaria y la clínica Tor Vergata
Redacción, 29 de febrero de 2016 a las 10:15
- El Papa visita a doscientos "sintecho"
- Pobres, inmigrantes y sintecho, invitados de honor al concierto del Papa
Estamos agradecidos al papa Francisco por haber decidido, una vez más, dar señal concreta de misericordia en la plaza San Pedro a las personas sin casa o en dificultades
Este lunes es un día especial, y no sólo por tratarse de un 29 de febrero. Este lunes, debajo de las enormes columnatas de Bernini, frente a la plaza de San Pedro, se abre unnuevo servicio ambulatorio para personas sin hogar. La iniciativa, impulsada por el Papa, se une a las duchas, la barbería o los dormitorios instalados junto al Vaticano.
"Estamos agradecidos al papa Francisco por haber decidido, una vez más, dar señal concreta de misericordia en la plaza San Pedro a las personas sin casa o en dificultades", dijo Lucia Ercoli, directora de la asociación Medicina Solidaria. "Nuestros médicos juntos a los del FAS (Fondo de Asistencia Solidaria) y del Policlínico de Tor Vergata aceptaron con gran pasión este nuevo desafío para ayudar a las personas que no tienen techo. Este trabajo potencia lo realizado todo este tiempo en las periferias del Vaticano", añadió.
La clínica, gratuira, se sitúa junto a las habitaciones que el propio Francisco inauguró hace unos meses, y donde se han instalado duchas y barbería, atendida por profesionales voluntarios. "Estoy agradecido a Francisco quería tener, una vez más, para dar una señal concreta de la misericordia en la Plaza de San Pedro a las personas sin hogar o en dificultades - dijo en un comunicado Lucía Ercoli, director de la asociación - Nuestros médicos, con los del Policlinico Tor Vergata han aceptado este nuevo reto con gran entusiasmo que combina de manera ideal el trabajo realizado en los últimos años en los suburbios con el corazón del cristianismo".
Los médicos y enfermeras de la solidaridad organización no lucrativa Medicina garantizarán el cuidado, tratamiento y pruebas sobre el estado de salud p para las personas necesitadas. "Después de Tor Bella Monaca, Tor Marancia, Montagnola y Regina Coeli - añade Ercoli - aceptamos la invitación del Papa para involucrarse para asegurar un médico y el tratamiento adecuado para aquellos que ya no pueden permitirse el lujo allí.Aún queda mucho trabajo por hacer, especialmente en los suburbios de nuestra ciudad, pero creo que esta nueva clínica en San Pietro es un signo de gran esperanza".