Domingo de Resurrección

¿Por qué buscas entre los muertos al que está vivo? 
Lucas 24, 1-12. Sábado Santo. Entrar en el sepulcro nos exige no tener miedo de la realidad: no cerrarse en sí mismos, no huir ante lo que no entendemos.

Del santo Evangelio según san Lucas 24, 1-12

El primer día de la semana, muy de mañana, fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Pero encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro, y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. No sabían que pensar de esto, cuando se presentaron ante ellas dos hombres con vestidos resplandecientes. Como ellas temiesen e inclinasen el rostro a tierra, les dijeron: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recordad cómo os habló cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: "Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, y al tercer día resucite. "» Y ellas recordaron sus palabras. Regresando del sepulcro, anunciaron todas estas cosas a los Once y a todos los demás. Las que decían estas cosas a los apóstoles eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás que estaban con ellas. Pero todas estas palabras les parecían como desatinos y no les creían. Pedro se levantó y corrió al sepulcro. Se inclinó, pero sólo vio las vendas y se volvió a su casa, asombrado por lo sucedido. 

Oración introductoria
Señor Jesús, dame la gracia para que sepa guardar el silencio que me puede llevar a tener un momento de intimidad contigo en esta oración. Creo en ti, Señor, te amo y confío en que Tú también quieres estar conmigo.

Petición
Señor, que sepa prepararme adecuadamente a la celebración de la Vigilia Pascual.

Meditación del Papa Francisco
Esta fue una noche de vela para los discípulos y las discípulas de Jesús. Noche de dolor y de temor. Los hombres permanecieron cerrados en el Cenáculo. Las mujeres, sin embargo, al alba del día siguiente al sábado, fueron al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús. Sus corazones estaban llenos de emoción y se preguntaban: “¿Cómo haremos para entrar?, ¿quién nos removerá la piedra de la tumba?...”. Pero he aquí el primer signo del Acontecimiento: la gran piedra ya había sido removida, y la tumba estaba abierta.

“Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco”. Las mujeres fueron las primeras que vieron este gran signo: el sepulcro vacío; y fueron las primeras en entrar.

“Entraron en el sepulcro”. En esta noche de vigilia, nos viene bien detenernos a reflexionar sobre la experiencia de las discípulas de Jesús, que también nos interpela a nosotros. Efectivamente, para eso estamos aquí: para entrar, para entrar en el misterio que Dios ha realizado con su vigilia de amor.

No se puede vivir la Pascua sin entrar en el misterio. No es un hecho intelectual, no es sólo conocer, leer... Es más, es mucho más.

“Entrar en el misterio” significa capacidad de asombro, de contemplación; capacidad de escuchar el silencio y sentir el susurro de ese hilo de silencio sonoro en el que Dios nos habla.

Entrar en el misterio nos exige no tener miedo de la realidad: no cerrarse en sí mismos, no huir ante lo que no entendemos, no cerrar los ojos frente a los problemas, no negarlos, no eliminar los interrogantes. (Homilía de S.S. Francisco, 4 de abril de 2015).

Reflexión
Si morimos con Cristo, viviremos con Él. (Rom 6, 5). La cruz de Cristo es el árbol fecundo del que brota nueva vida. Quien sabe acompañarle hasta el Calvario, goza también de la gloria de su resurrección. De la cruz y del santo sepulcro, brota la luz de un nuevo amanecer. El fuego que Cristo vino a traer al mundo vuelve a arder con todo su calor.
"La paz esté con ustedes", "no tengan miedo".. En varias ocasiones el Evangelio nos refiere estas palabras en los labios de Cristo resucitado. Es un impulso a la confianza y a la seguridad. El ha vencido a la muerte y nos promete que estará con nosotros hasta el fin de los tiempos. Ya no hay espacio en nuestra vida para los temores. En palabras de San Pablo: "Si Él está con nosotros, ¿quién contra nosotros? "(Rom 8, 31) Y en labios de santa Teresa: "Quien a Dios tiene, nada le falta".
Los apóstoles vencieron el miedo que la sombra del Calvario proyectó sobre sus vidas. El misterio pascual debe llenarnos de estos mismos frutos de paz y confianza. Como las mujeres que recibieron el anuncio de la resurrección, vayamos a proclamar con la alegría de una vida cristiana auténtica, que Cristo no está muerto, ha resucitado y vive con nosotros.

Propósito
Hoy buscaré servir humildemente a una persona que provoque en mí, sentimientos negativos.

Diálogo con Cristo
Te alabo y te doy gracias, Señor, porque me permites tener este tiempo de oración personal. La tentación de la actividad es grande en estos días. Gran paradoja, porque no es con la actividad como podré conformar mi interior para poder celebrar la Vigilia Pascual. Pero tu gracia, y mi servicio a los demás, harán la diferencia. Sé que Tú sabrás ponerme los medios para que, aun en medio de la actividad, pueda tener momentos de recogimiento.

Cómo alcanzar la indulgencia plenaria en el Triduo Pascual.
El Santo Triduo Pascual y la Indulgencia Plenaria
Material Pastoral para Sábado Santo

Un valioso material para el Sábado Santo en el que encontrará, las celebraciones litúrgicas y material pastoral muy útil para vivir los dias santos en su comunidad parroquial, cristiana o en familia.

Siga rezando la Novena a la Divina Misericordia. cuya fiesta se celebra el domingo siguiente a la Resurrección.

Segundo Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia 

"En nuestros tiempos, muchos son los fieles cristianos de todo el mundo que desean exaltar esa misericordia divina en el culto sagrado y de manera especial en la celebración del misterio pascual, en el que resplandece de manera sublime la bondad de Dios para con todos los hombres.

Acogiendo pues tales deseos, el Sumo Pontífice Juan Pablo II se ha dignado disponer que en el Misal Romano, tras el título del Segundo Domingo de Pascua, se añada la denominación "o de la Divina Misericordia" ..... " (Fragmento del Decreto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, de 5 de mayo de 2000.

Indulgencias en el Segundo Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia

"Se concede la indulgencia plenaria, con las condiciones habituales (confesión sacramental, comunión eucarística y oración por las intenciones del Sumo Pontífice) al fiel que, en el domingo segundo de Pascua, llamado de la Misericordia divina, en cualquier iglesia u oratorio, con espíritu totalmente alejado del afecto a todo pecado, incluso venial, participe en actos de piedad realizados en honor de la Misericordia divina, o al menos rece, en presencia del santísimo sacramento de la Eucaristía, públicamente expuesto o conservado en el Sagrario, el Padrenuestro y el Credo, añadiendo una invocación piadosa al Señor Jesús misericordioso (por ejemplo, "Jesús misericordioso, confío en ti")".

Jesús yace en el sepulcro
Sábado santo. En la Vigilia Pascual celebramos la victoria de Cristo sobre la muerte, sobre el pecado.

SS Papa Francisco | Fuente: www.la-oracion.com 

Jesús yace en el sepulcro. Sus discípulos, las mujeres que le seguían y María, su madre, hoy se unen en oración. Recuerdan su muerte, experimentan el vacío de su ausencia y a la vez el consuelo de la esperanza. Un día de dolor y de esperanza.

En la Vigilia Pascual celebramos la victoria de Cristo sobre la muerte, sobre el pecado. Celebramos que Cristo vive y nos invita, como dice el Papa Francisco a volver a Galilea, al encuentro personal con Él.
La vigilia Pascual

“Después de la muerte del Maestro, los discípulos se habían dispersado; su fe se deshizo, todo parecía que había terminado, derrumbadas las certezas, muertas las esperanzas. Pero entonces, aquel anuncio de las mujeres, aunque increíble, se presentó como un rayo de luz en la oscuridad. La noticia se difundió: Jesús haresucitado, como había dicho… Y también el mandato de ir a Galilea; las mujeres lo habían oído por dos veces, primero del ángel, después de Jesús mismo: «Que vayan a Galilea; allí me verán». «No temáis» y «vayan a Galilea».

Galilea es el lugar de la primera llamada, donde todo empezó. Volver allí, volver al lugar de la primera llamada. Jesús pasó por la orilla del lago, mientras los pescadores estaban arreglando las redes. Los llamó, y ellos lo dejaron todo y lo siguieron (cf. Mt 4,18-22).
Volver a Galilea quiere decir releer todo a partir de la cruz y de la victoria; sin miedo, «no temáis». Releer todo: la predicación, los milagros, la nueva comunidad, los entusiasmos y las defecciones, hasta la traición; releer todo a partir del final, que es un nuevo comienzo, de este acto supremo de amor.

También para cada uno de nosotros hay una «Galilea» en el comienzo del camino con Jesús. «Ir a Galilea» tiene un significado bonito, significa para nosotros redescubrir nuestro bautismo como fuente viva, sacar energías nuevas de la raíz de nuestra fe y de nuestra experiencia cristiana. Volver a Galilea significa sobre todo volver allí, a ese punto incandescente en que la gracia de Dios me tocó al comienzo del camino. Con esta chispa puedo encender el fuego para el hoy, para cada día, y llevar calor y luz a mis hermanos y hermanas.

Con esta chispa se enciende una alegría humilde, una alegría que no ofende el dolor y la desesperación, una alegría buena y serena.
En la vida del cristiano, después del bautismo, hay también otra «Galilea», una «Galilea» más existencial: la experiencia del encuentro personal con Jesucristo, que me ha llamado a seguirlo y participar en su misión. En este sentido, volver a Galilea significa custodiar en el corazón la memoria viva de esta llamada, cuando Jesús pasó por mi camino, me miró con misericordia, me pidió seguirlo; volver a Galilea significa recuperar la memoria de aquel momento en el que sus ojos se cruzaron con los míos, el momento en que me hizo sentir que me amaba.

Hoy, en esta noche, cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿Cuál es mi Galilea? Se trata de hacer memoria, regresar con el recuerdo. ¿Dónde está mi Galilea? ¿La recuerdo? ¿La he olvidado? Búscala y la encontrarás. Allí te espera el Señor. He andado por caminos y senderos que me la han hecho olvidar. Señor, ayúdame: dime cuál es mi Galilea; sabes, yo quiero volver allí para encontrarte y dejarme abrazar por tu misericordia. No tengáis miedo, no temáis, volved a Galilea.”

VIGILIA PASCUAL, HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO, Sábado Santo, 19 de abril de 2014. Texto completo

CELEBRACIÓN DE LA VIGILIA PASCUAL
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Basílica Vaticana
Sábado Santo, 19 de abril de 2014
  

El Evangelio de la resurrección de Jesucristo comienza con el ir de las mujeres hacia el sepulcro, temprano en la mañana del día después del sábado. Se dirigen a la tumba, para honrar el cuerpo del Señor, pero la encuentran abierta y vacía. Un ángel poderoso les dice: «Vosotras no tengáis miedo» (Mt 28,5), y les manda llevar la noticia a los discípulos: «Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea» (v. 7). Las mujeres se marcharon a toda prisa y, durante el camino, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» (v. 10). «No tengáis miedo», «no temáis»: es una voz que anima a abrir el corazón para recibir este mensaje».

Después de la muerte del Maestro, los discípulos se habían dispersado; su fe se deshizo, todo parecía que había terminado, derrumbadas las certezas, muertas las esperanzas. Pero entonces, aquel anuncio de las mujeres, aunque increíble, se presentó como un rayo de luz en la oscuridad. La noticia se difundió: Jesús ha resucitado, como había dicho… Y también el mandato de ir aGalilea; las mujeres lo habían oído por dos veces, primero del ángel, después de Jesús mismo: «Que vayan a Galilea; allí me verán». «No temáis» y «vayan a Galilea».

Galilea es el lugar de la primera llamada, donde todo empezó. Volver allí, volver al lugar de la primera llamada. Jesús pasó por la orilla del lago, mientras los pescadores estaban arreglando las redes. Los llamó, y ellos lo dejaron todo y lo siguieron (cf. Mt 4,18-22).

Volver a Galilea quiere decir releer todo a partir de la cruz y de la victoria; sin miedo, «no temáis». Releer todo: la predicación, los milagros, la nueva comunidad, los entusiasmos y las defecciones, hasta la traición;  releer todo a partir del final, que es un nuevo comienzo, de este acto supremo de amor.

También para cada uno de nosotros hay una «Galilea» en el comienzo del camino con Jesús. «Ir a Galilea» tiene un significado bonito, significa para nosotros redescubrir nuestro bautismo como fuente viva, sacar energías nuevas de la raíz de nuestra fe y de nuestra experiencia cristiana. Volver a Galilea significa sobre todo volver allí, a ese punto incandescente en que la gracia de Dios me tocó al comienzo del camino. Con esta chispa puedo encender el fuego para el hoy, para cada día, y llevar calor y luz a mis hermanos y hermanas. Con esta chispa se enciende una alegría humilde, una alegría que no ofende el dolor y la desesperación, una alegría buena y serena.

En la vida del cristiano, después del bautismo, hay también otra «Galilea», una «Galilea» más existencial: la experiencia del encuentro personal con Jesucristo, que me ha llamado a seguirlo y participar en su misión. En este sentido, volver a Galilea significa custodiar en el corazón la memoria viva de esta llamada, cuando Jesús pasó por mi camino, me miró con misericordia, me pidió seguirlo; volver a Galilea significa recuperar la memoria de aquel momento en el que sus ojos se cruzaron con los míos, el momento en que me hizo sentir que me amaba. Hoy, en esta noche, cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿Cuál es mi Galilea? Se trata de hacer memoria, regresar con el recuerdo. ¿Dónde está mi Galilea? ¿La recuerdo? ¿La he olvidado? Búscala y la encontrarás. Allí te espera el Señor. He andado por caminos y senderos que me la han hecho olvidar. Señor, ayúdame: dime cuál es mi Galilea; sabes, yo quiero volver allí para encontrarte y dejarme abrazar por tu misericordia. No tengáis miedo, no temáis, volved a Galilea. El evangelio es claro: es necesario volver allí, para ver a Jesús resucitado, y convertirse en testigos de su resurrección. No es un volver atrás, no es una nostalgia. Es volver al primer amor, para recibir el fuego que Jesús ha encendido en el mundo, y llevarlo a todos, a todos los extremos de la tierra. Volver a Galilea sin miedo. «Galilea de los gentiles» (Mt 4,15; Is 8,23): horizonte del Resucitado, horizonte de la Iglesia; deseo intenso de encuentro… ¡Pongámonos en camino!

El cirio pascual y la vela del Papa

"¡Cristo ha resucitado! Abrámonos a la esperanza y pongámonos en camino"
El Papa en la Vigilia pascual: "El Señor está vivo y quiere que lo busquemos entre los vivos"

"Que el Señor nos libre de esta terrible trampa de ser cristianos sin esperanza"

José Manuel Vidal, 26 de marzo de 2016 a las 22:08

Olvidándonos de nosotros mismos, como siervos alegres de la esperanza, estamos llamados a anunciar al Resucitado con la vida y mediante el amor

(José M. Vidal).- Vigilia pascual presidida por el Papa en la Basílica de San Pedro. Con el paso de la oscuridad a la luz. Y tras la homilía de denuncia de ayer de los males dle mundo, Francisco hizo un canto a la alegría de la Resurrección y a la esperanza, al tiempo que invitaba a "ponernos en camino", para "anunciar al resucitado con la vida mediante el amor".

Primero el rito de la bendición del fuego y del cirio pascual: "Cristo, ayer y hoy, principio y fin, alfa y omega". Tras el rito, el Papa enciende el cirio pascual y, despues, su propia vela y entran en la Basílica. Son las dos únicas luces que brillan en el templo: la del cirio pascual y la del Papa. Poco a poco, se van encendiendo más velas. Y al tercer canto del "Lumen Christi", se enciende la luz eléctrica.

La ceremonia transcurre en silencio y sin música, hasta que el diácono canta el largo y profundo pregón pascual o "Exultet", que comienza así:
Alégrense por fin los coros de los ángeles,
Alégrense las jerarquías del cielo,
y por la victoria de rey tan poderoso
que las trompetas anuncien la salvación.

Goce también la tierra, inundada de tanta claridad,
y que, radiante con el fulgor del rey eterno,
se sienta libre de la tiniebla,
que cubría el orbe entero.

Alégrese también nuestra madre la Iglesia,
revestida de luz tan brillante;
resuene este templo
con las aclamaciones del pueblo.

termina así:
¡Qué noche tan dichosa
en que se une el cielo con la tierra,
lo humano con lo divino!

Te rogamos, Señor, que este cirio,
consagrado a tu nombre,
para destruir la oscuridad de esta noche,
arda sin apagarse
y, aceptado como perfume,
se asocie a las lumbreras del cielo.
Que el lucero matinal lo encuentre ardiendo,
ese lucero que no conoce ocaso
Jesucristo, tu Hijo,
que, volviendo del abismo,
brilla sereno para el linaje humano,
y vive y reina por los siglos de los siglos.
Amen.

Y tras el Exultet, diversas lecturas en diferentes lenguas. La lectura en inglés la hace una chica discapacitada. Y tras las lecturas, el gloria. Y suenan el organo, las campanillas y las campanas del Vaticano.

Una lectura más y el diácono entona por tres veces, cada vez más alto, el Aleluya.

Texto íntegro de la homilía del Papa
«Pedro fue corriendo al sepulcro» (Lc 24,12). ¿Qué pensamientos bullían en la mente y en el corazón de Pedro mientras corría? El Evangelio nos dice que los Once, y Pedro entre ellos, no creyeron el testimonio de las mujeres, su anuncio pascual. Es más, «lo tomaron por un delirio» (v.11). En el corazón de Pedro había por tanto duda, junto a muchos sentimientos negativos: la tristeza por la muerte del Maestro amado y la desilusión por haberlo negado tres veces durante la Pasión.

Hay en cambio un detalle que marca un cambio: Pedro, después de haber escuchado a las mujeres y de no haberlas creído, «sin embargo, se levantó» (v.12). No se quedó sentado a pensar, no se encerró en casa como los demás. No se dejó atrapar por la densa atmósfera de aquellos días, ni dominar por sus dudas; no se dejó hundir por los remordimientos, el miedo y las continuas habladurías que no llevan a nada. Buscó a Jesús, no a sí mismo. Prefirió la vía del encuentro y de la confianza y, tal como estaba, se levantó y corrió hacia el sepulcro, de dónde regresó «admirándose de lo sucedido» (v.12). Este fue el comienzo de la «resurrección» de Pedro, la resurrección de su corazón. Sin ceder a la tristeza o a la oscuridad, se abrió a la voz de la esperanza: dejó que la luz de Dios entrara en su corazón sin apagarla.

También las mujeres, que habían salido muy temprano por la mañana para realizar una obra de misericordia, para llevar los aromas a la tumba, tuvieron la misma experiencia. Estaban «despavoridas y mirando al suelo», pero se impresionaron cuando oyeron las palabras del ángel: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?» (v.5).

Al igual que Pedro y las mujeres, tampoco nosotros encontraremos la vida si permanecemos tristes y sin esperanza y encerrados en nosotros mismos. Abramos en cambio al Señor nuestros sepulcros sellados, para que Jesús entre y lo llene de vida; llevémosle las piedras del rencor y las losas del pasado, las rocas pesadas de las debilidades y de las caídas. Él desea venir y tomarnos de la mano, para sacarnos de la angustia. Pero la primera piedra que debemos remover esta noche es ésta: la falta de esperanza que nos encierra en nosotros mismos. Que el Señor nos libre de esta terrible trampa de ser cristianos sin esperanza, que viven como si el Señor no hubiera resucitado y nuestros problemas fueran el centro de la vida.

Continuamente vemos, y veremos, problemas cerca de nosotros y dentro de nosotros. Siempre los habrá, pero en esta noche hay que iluminar esos problemas con la luz del Resucitado, en cierto modo hay que «evangelizarlos». No permitamos que la oscuridad y los miedos atraigan la mirada del alma y se apoderen del corazón, sino escuchemos las palabras del Ángel: el Señor «no está aquí. Ha resucitado» (v.6); Él es nuestra mayor alegría, siempre está a nuestro lado y nunca nos defraudará.

Este es el fundamento de la esperanza, que no es simple optimismo, y ni siquiera una actitud psicológica o una hermosa invitación a tener ánimo. La esperanza cristiana es un don que Dios nos da si salimos de nosotros mismos y nos abrimos a él. Esta esperanza no defrauda porque el Espíritu Santo ha sido infundido en nuestros corazones (cf. Rm 5,5). El Paráclito no hace que todo parezca bonito, no elimina el mal con una varita mágica, sino que infunde la auténtica fuerza de la vida, que no consiste en la ausencia de problemas, sino en la seguridad de que Cristo, que por nosotros ha vencido el pecado, la muerte y el temor, siempre nos ama y nos perdona. Hoy es la fiesta de nuestra esperanza, la celebración de esta certeza: nada ni nadie nos podrá apartar nunca de su amor (cf. Rm 8,39).

El Señor está vivo y quiere que lo busquemos entre los vivos. Después de haberlo encontrado, invita a cada uno a llevar el anuncio de Pascua, a suscitar y resucitar la esperanza en los corazones abrumados por la tristeza, en quienes no consiguen encontrar la luz de la vida. Hay tanta necesidad de ella hoy. Olvidándonos de nosotros mismos, como siervos alegres de la esperanza, estamos llamados a anunciar al Resucitado con la vida y mediante el amor; si no es así seremos un organismo internacional con un gran número de seguidores y buenas normas, pero incapaz de apagar la sed de esperanza que tiene el mundo.

¿Cómo podemos alimentar nuestra esperanza? La liturgia de esta noche nos propone un buen consejo. Nos enseña a hacer memoria de las obras de Dios. Las lecturas, en efecto, nos han narrado su fidelidad, la historia de su amor por nosotros. La Palabra viva de Dios es capaz de implicarnos en esta historia de amor, alimentando la esperanza y reavivando la alegría. Nos lo recuerda también el Evangelio que hemos escuchado: los ángeles, para infundir la esperanza en las mujeres, dicen: «Recordad cómo [Jesús] os habló» (v.6). No olvidemos su Palabra y sus acciones, de lo contrario perderemos la esperanza; hagamos en cambio memoria del Señor, de su bondad y de sus palabras de vida que nos han conmovido; recordémoslas y hagámoslas nuestras, para ser centinelas del alba que saben descubrir los signos del Resucitado.

Queridos hermanos y hermanas, ¡Cristo ha resucitado! Abrámonos a la esperanza y pongámonos en camino; que el recuerdo de sus obras y de sus palabras sea la luz resplandeciente que oriente nuestros pasos confiadamente hacia la Pascua que no conocerá ocaso.

NOCHE DE PASCUA
LEVÁNTATE

En los iconos, se representa a Jesucristo resucitado de pie, erguido, y en algunos casos extendiendo la mano derecha para dársela a Adán, y sacarlo del fondo del Seol. En otros casos, se le pinta con el gesto de alargar las dos manos, con la derecha levanta a Adán, y con la izquierda a Eva.

La imagen de Jesús de pie y con proporciones áureas, bien con la media del 7 o con la del 9, representa la verdad de Aquel que ha vencido a la muerte y ha salido triunfante del sepulcro.

La figura del hombre de pie simboliza dignidad, en cambio la que yace en el suelo expresa postración, muerte. Es muy distinto el simbolismo de una persona levantada, que el de alguien que permanece sentado, caído en el suelo, tumbado o echado al borde del sendero. En los evangelios, en varias ocasiones se puede apreciar la circunstancia adversa en la que se encuentra una persona según se describa su postura. El ciego de Jericó está sobre su manto al borde del camino, el paralitico de la piscina probática yace sobre su camilla, el tullido de la puerta del templo no se puede levantar…

En la noche de Pascua se nos invita a ponernos en pie, a caminar. La resonancia de la salida de Egipto, de la esclavitud, implica andar, dejar atrás la esclavitud, y todo lo que eso significa. Somos guiados por el cirio pascual, que como antorcha y columna de fuego, es signo de Cristo resucitado.

Esta noche resuena la palabra creadora, brilla la luz, y refresca el agua, que es vida. Y hay un poema que dice: “Lucharon vida y muerte en singular batalla, y, muerto el que es la Vida, triunfante se levanta.”

Nuestra fe tienen un referente, Cristo resucitado. Aquel que se levantó en la hora de la cena y se quitó el manto en señal de despojo, sale hoy victorioso del sepulcro. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre – sobre – todo ¬nombre (Flp 2, 9). Ante esta noticia caben diversas repuestas. La sorpresa, el miedo, la incredulidad. Pedro se levantó y fue corriendo al sepulcro (Lc 24, 12), a comprobar los hechos.

Es momento de abandonar el refugio, la postración, el entumecimiento, la introversión, el narcisismo negativo, la clausura del cenáculo, y levantarse, ponerse en pie, andar, caminar, reemprender el camino, correr si es preciso, como lo hicieron las mujeres, el apóstol Pedro, y el discípulo amado.

Es noche de levantarse, de responder a la invitación del Resucitado, como lo hicieron Zaqueo, el ciego de Jericó, el paralitico, María Magdalena. Levántate tú también. Levantarse tiene resonancias bíblicas de resurrección.

Levántate, el Resucitado te tiende la mano para sacarte de tu posible postración, de tu pecado, de tus inercias, apatías, desganas, acostumbramientos, mediocridad, desesperanza, acostumbramiento.

Levántate, Jesús puede más que tu debilidad, más que tu pecado, y más que tu parálisis interior posible. Da crédito a la Palabra del Señor, confía, no te eches atrás, no argumentes que llevas toda tu vida tropezando y cayendo. Anticipa el triunfo de la gracia, de la misericordia, del abrazo entrañable.

Levántate, no argumentes que ya lo has intentado otras veces. Déjate conducir, acompañar, si es preciso, como lo hicieron los dos de Emaús, para no caer en el tedio ni en la desesperanza. Levantarse es en parte resucitar, como les aconteció al ciego, a Mateo, al paralitico, al hijo pródigo.
Los que se levantaron tuvieron la experiencia de la luz, de la Pascua, del paso del Señor, como Saulo en el camino de Damasco, y como tantos a los que Jesús invitó.
No sería poco fruto de las celebraciones pascuales, si tomas la decisión, estés como estés, de levantarte.

«Ha resucitado el Señor, ¡aleluya!»

“Al caer la tarde del sábado, María Magdalena y María, madre de Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar el cuerpo muerto de Jesús. Muy de mañana, llegan al sepulcro, salido ya el sol (Mc 16,1-2) […] Y entrando, se quedan consternadas porque no hallan el cuerpo del Señor. Un muchacho, cubierto de vestiduras blancas, les dice: No temáis, sé que buscáis a Jesús Nazareno, no está aquí, porque ha resucitado, según predijo.” (Mt 28,5) Con estas sencillas, pero impresionantes palabras, anuncian los evangelios la Resurrección de Jesucristo.

Domingo pasado, en el inicio de la Semana Santa, os recordaba que la Resurrección del Señor es el fundamento de nuestra fe. Hoy lo reafirmo. La Resurrección de Jesucristo es la realidad central de la fe católica, y como tal fue predicada desde los primeros momentos. Fijaos si es decisivo este hecho que los discípulos, y de manera singular los apóstoles, se consideraban ante todo testigos de la Resurrección de Jesús (Hech 1, 22). Dicho de una manera sencilla, a la par que clara y rotunda: la predicación de los primeros cristianos no tuvo otro argumento que anunciar que “Cristo vive”.

Esta verdad es la que, después de dos mil años, nosotros –el Papa, los obispos, los sacerdotes, los seglares– seguimos anunciando al mundo: “¡Cristo vive!” La prueba de la divinidad de Jesucristo pasa inexorablemente por la resurrección, y esto hasta tal punto que los seguidores de Jesús –los cristianos– de todos los tiempos, cuando dieron su vida por Él, lo hicieron testificando esta verdad. ¡Cristo vive! Con qué fuerza nos lo asegura la liturgia, sublime, espléndida, de la Vigilia Pascual. Anoche, uno de los himnos más antiguos, el “Exultet”, también llamado Pregón Pascual, nos invitaba al gozo y a la alegría porque “esta es la noche en la que, por toda la tierra, los que confiesan su fe en Cristo son arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, son restituidos a la gracia y son agregados a los santos”. Y continuaba: “Esta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo”. Y de la luz del cirio pascual, que simboliza a Cristo, los que estuvimos presentes en la Vigilia recibimos la luz, y el templo quedó iluminado con la luz del cirio y la de todos los fieles. Cristo es la luz que la Iglesia ofrece a todos los hombres sumidos en las tinieblas. ¡Cómo resuenan en nuestros oídos y en nuestro corazón las palabras pronunciadas por el Maestro en el gran sermón del monte: “Vosotros sois la luz del mundo, vosotros sois la sal de la tierra”! Palabras que son una llamada fuerte al apostolado. El Papa debe ser luz, los obispos y los sacerdotes hemos de ser luz, y vosotros –padres y madres de familia– debéis ser luz con vuestro buen ejemplo y con vuestra palabra. Somos luz y hemos de llevar la luz a otros, a los que nos rodean por motivos de trabajo, de amistad, de parentesco. Y para ser luz, estaremos muy unidos al que dijo de sí mismo “yo soy la luz del mundo”. Unidos por la gracia y por la oración.

Hoy es un día de gran alegría. Por la muerte y por la resurrección de Jesucristo hemos sido hechos hijos de Dios. Y nuestra filiación divina es el fundamento de nuestra alegría. La alegría, no nos equivoquemos, no es un mero sentimiento que depende del estado de ánimo, de las circunstancias, del destino o de la suerte. Un hijo de Dios está alegre porque es hijo de Dios, ¡siempre! En lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad, en la contrariedad y en el bienestar. La alegría es una verdadera virtud en la que hemos de crecer, y que con nuestro testimonio habremos de contagiar a los que nos rodean y así haremos su vida más agradable. “Estad siempre alegres –nos exhorta san Pablo–; os lo repito, estad siempre alegres en el Señor” (Flp 4,4).

Quiero terminar mirando con vosotros el rostro de la Virgen, ese rostro que con paz pero con gran sufrimiento no dejó de mirar a su Hijo desgarrado y colgado en el madero de la cruz. ¡En la resurrección, qué alegría después de tanto dolor! Nosotros, con sencillez, nos unimos a esa inmensa alegría de la Madre. Y rezamos y cantamos con toda la Iglesia: “Alégrate, Reina del cielo, ¡aleluya!, porque Aquel a quien mereciste llevar dentro de ti ha resucitado, ¡aleluya!”

¡Feliz Pascua de Resurrección!

+Juan José Omella Omella Arzobispo de Barcelona

Domingo de Resurrección 

La Resurrección es fuente de profunda alegría. A partir de ella, los cristianos no podemos vivir más con caras tristes. Contempla los lugares donde Cristo se apareció después de Su Resurrección 

Importancia de la fiesta
El Domingo de Resurrección o de Pascua es la fiesta más importante para todos los católicos, ya que con la Resurrección de Jesús es cuando adquiere sentido toda nuestra religión.

Cristo triunfó sobre la muerte y con esto nos abrió las puertas del Cielo. En la Misa dominical recordamos de una manera especial esta gran alegría. Se enciende el Cirio Pascual que representa la luz de Cristo resucitado y que permanecerá prendido hasta el día de la Ascensión, cuando Jesús sube al Cielo.

La Resurrección de Jesús es un hecho histórico, cuyas pruebas entre otras, son el sepulcro vacío y las numerosas apariciones de Jesucristo a sus apóstoles.
Cuando celebramos la Resurrección de Cristo, estamos celebrando también nuestra propia liberación. Celebramos la derrota del pecado y de la muerte.

En la resurrección encontramos la clave de la esperanza cristiana: si Jesús está vivo y está junto a nosotros, ¿qué podemos temer?, ¿qué nos puede preocupar?

Cualquier sufrimiento adquiere sentido con la Resurrección, pues podemos estar seguros de que, después de una corta vida en la tierra, si hemos sido fieles, llegaremos a una vida nueva y eterna, en la que gozaremos de Dios para siempre.

San Pablo nos dice: “Si Cristo no hubiera resucitado, vana seria nuestra fe” (I Corintios 15,14)

Si Jesús no hubiera resucitado, sus palabras hubieran quedado en el aire, sus promesas hubieran quedado sin cumplirse y dudaríamos que fuera realmente Dios.

Pero, como Jesús sí resucitó, entonces sabemos que venció a la muerte y al pecado; sabemos que Jesús es Dios, sabemos que nosotros resucitaremos también, sabemos que ganó para nosotros la vida eterna y de esta manera, toda nuestra vida adquiere sentido.

La Resurrección es fuente de profunda alegría. A partir de ella, los cristianos no podemos vivir más con caras tristes. Debemos tener cara de resucitados, demostrar al mundo nuestra alegría porque Jesús ha vencido a la muerte.

La Resurrección es una luz para los hombres y cada cristiano debe irradiar esa misma luz a todos los hombres haciéndolos partícipes de la alegría de la Resurrección por medio de sus palabras, su testimonio y su trabajo apostólico.

Debemos estar verdaderamente alegres por la Resurrección de Jesucristo, nuestro Señor. En este tiempo de Pascua que comienza, debemos aprovechar todas las gracias que Dios nos da para crecer en nuestra fe y ser mejores cristianos. Vivamos con profundidad este tiempo.

Con el Domingo de Resurrección comienza un Tiempo pascual, en el que recordamos el tiempo que Jesús permaneció con los apóstoles antes de subir a los cielos, durante la fiesta de la Ascensión.

¿Cómo se celebra el Domingo de Pascua? 
Se celebra con una Misa solemne en la cual se enciende el cirio pascual, que simboliza a Cristo resucitado, luz de todas las gentes.

En algunos lugares, muy de mañana, se lleva a cabo una procesión que se llama “del encuentro”. En ésta, un grupo de personas llevan la imagen de la Virgen y se encuentran con otro grupo de personas que llevan la imagen de Jesús resucitado, como símbolo de la alegría de ver vivo al Señor.


En algunos países, se acostumbra celebrar la alegría de la Resurrección escondiendo dulces en los jardines para que los niños pequeños los encuentren, con base en la leyenda del “conejo de pascua”. La costumbre más extendida alrededor del mundo, para celebrar la Pascua, es la regalar huevos de dulce o chocolate a los niños y a los amigos.

A veces, ambas tradiciones se combinan y así, el buscar los huevitos escondidos simboliza la búsqueda de todo cristiano de Cristo resucitado.

La tradición de los “huevos de Pascua”
El origen de esta costumbre viene de los antiguos egipcios, quienes acostumbraban regalarse en ocasiones especiales, huevos decorados por ellos mismos. Los decoraban con pinturas que sacaban de las plantas y el mejor regalo era el huevo que estuviera mejor pintado. Ellos los ponían como adornos en sus casas.

Cuando Jesús se fue al cielo después de resucitar, los primeros cristianos fijaron una época del año, la Cuaresma, cuarenta días antes de la fiesta de Pascua, en la que todos los cristianos debían hacer sacrificios para limpiar su alma. Uno de estos sacrificios era no comer huevo durante la Cuaresma. Entonces, el día de Pascua, salían de sus casas con canastas de huevos para regalar a los demás cristianos. Todos se ponían muy contentos, pues con los huevos recordaban que estaban festejando la Pascua, la Resurrección de Jesús.
Uno de estos primeros cristianos, se acordó un día de Pascua, de lo que hacían los egipcios y se le ocurrió pintar los huevos que iba a regalar. A los demás cristianos les encantó la idea y la imitaron. Desde entonces, se regalan huevos de colores en Pascua para recordar que Jesús resucitó. Poco a poco, otros cristianos tuvieron nuevas ideas, como hacer huevos de chocolate y de dulce para regalar en Pascua. Son esos los que regalamos hoy en día.

Leyenda del “conejo de Pascua”
Su origen se remonta a las fiestas anglosajonas pre-cristianas, cuando el conejo era el símbolo de la fertilidad asociado a la diosa Eastre, a quien se le dedicaba el mes de abril. Progresivamente, se fue incluyendo esta imagen a la Semana Santa y, a partir del siglo XIX, se empezaron a fabricar los muñecos de chocolate y azúcar en Alemania, esto dio orígen también a una curiosa leyenda que cuenta que, cuando metieron a Jesús al sepulcro que les había dado José de Arimatea, dentro de la cueva había un conejo escondido, que muy asustado veía cómo toda la gente entraba, lloraba y estaba triste porque Jesús había muerto.

El conejo se quedó ahí viendo el cuerpo de Jesús cuando pusieron la piedra que cerraba la entrada y lo veía y lo veía preguntándose quien sería ese Señor a quien querían tanto todas las personas.

Así pasó mucho rato, viéndolo; pasó todo un día y toda una noche, cuando de pronto, el conejo vio algo sorprendente: Jesús se levantó y dobló las sábanas con las que lo habían envuelto. Un ángel quitó la piedra que tapaba la entrada y Jesús salió de la cueva ¡más vivo que nunca!

El conejo comprendió que Jesús era el Hijo de Dios y decidió que tenía que avisar al mundo y a todas las personas que lloraban, que ya no tenían que estar tristes porque Jesús había resucitado. Como los conejos no pueden hablar, se le ocurrió que si les llevaba un huevo pintado, ellos entenderían el mensaje de vida y alegría y así lo hizo.

Desde entonces, cuenta la leyenda, el conejo sale cada Domingo de Pascua a dejar huevos de colores en todas las casas para recordarle al mundo que Jesús resucitó y hay que vivir alegres.

Sugerencias para vivir la fiesta

  • - Contemplar los lugares donde Cristo se apareció después de Su Resurrección
  • - Dibujar en una cartulina a Jesús resucitado
  • - Adornar y rellenar cascarones de huevo y regalarlos a los vecinos y amigos explicándoles el significado.

Pascua de la Misericordia para todos: aun sin saberlo, nada necesitamos más
La condición cristiana exige combatir el mal, denunciar las injusticias, revestirnos de auténticas entrañas de misericordia ante dramas de nuestra vida cotidiana

Un año el alba de la Pascua ha llegado circundada de situaciones personales y colectivas que reclaman sanación, misericordia, redención y, en suma, resurrección. Varios podrían ser los ejemplos que avalarán esta afirmación. Pondremos solo algunos ejemplos, de distinta naturaleza y valoración. Así y sin ir más lejos, en las vísperas mismas de la Semana Santa, la Unión Europea firmó un acuerdo ya definitivo –lo de definitivo es, al menos por ahora…- con Turquía –país donde prosiguen los atentados yihadistas- sobre los refugiados , que, aunque menos rechazable que el del 7 de marzo ,  no acaba de satisfacer las auténticas expectativas de la mejor humanidad de bien. El sábado 19 de marzo se estrelló un avión en territorio ruso, con el saldo de 62 víctimas mortales, entre ellas dos pilotos españoles. El domingo 20, otro trágico accidente, en este caso  de un autobús, sembró el dolor en España, con la muerte de trece universitarias  europeas en Tortosa. Y en Madrid, días antes, en medio de la indiferencia ciudadana y policial –salvo excepciones-, un grupo de hinchas del PSV Eindhoven se burló y se mofó impunemente de un grupo de indigentes rumanas.

Y ya más lejos de nuestras fronteras,  Brasil está siendo testigo de una, cuando menos, poco edificante historia, con la corrupción al fondo, a propósito del  nombramiento de su expresidente, Luiz Inácio Lula da Silva, como ministro, en una maniobra política de más que dudosa significación estética y ética. Sí, también eran tantos motivos para la alegría y la esperanza.

Las calles de toda nuestra España han vuelto en Semana Santa a llenarse de hermosísimas expresiones de piedad popular y nuestras celebraciones litúrgicas del Triduo Pascual han vuelto a derramar gracia de Dios por doquier, amén de otros muchos ejemplos anónimos de actitudes y de acciones solidarias dignas del ser humano y del ser cristiano. Sin embargo y lejos de planteamientos maniqueos o de botellas medio llenas o medio vacías, la cierto es que la humanidad entera sigue gimiendo  y necesitando auténticos valores, rearme moral, misericordia y redención. Sigue, incluso tantas veces sin saberlo, necesitando y demandando la Pascua. Y la Pascua está aquí en nosotros, ahora en su esplendor celebrativo, intensificada, si cabe aún más, en pleno Año Jubilar de la Misericordia. Y ni podemos ni debemos ser prófugos de ella, prófugos de una Pascua que vuelve y viene a nosotros como el más pleno y definitivo abrazo y pacto de Dios con su pueblo. Ante el eterno problema del mal  y su infinita e irresoluble cadena de interrogantes –mal, a veces, inevitable y otras muchas veces fruto de la acción inadecuada del hombre- la única respuesta definitiva no es otra que Jesucristo y este crucificado y resucitado por nosotros y para nosotros. El gemido, el llanto, la impotencia, la negligencia y el pecado de la entera humanidad de todos los tiempos han sido asumidos en la cruz salvadora y florecida del Señor del tiempo y de la historia. Nada necesitamos más que la Pascua. Nada necesitamos más que poner nuestras miradas, penas, gozos, alegrías y expectativas en Él. En su cruz, caben todas las cruces de todas las personas y situaciones.

Y para ello, el Dios de Jesucristo nos confía a los cristianos ser testigos de la Pascua. Los cristianos, en efecto, estamos llamados y urgidos a afrontar la realidad con un plus añadido de humanidad, bien impregnados por nuestra fe, una fe a la que siguen a las obras, una fe que solo es avalada por la autenticidad de las obras. Y esta íntima unidad entre fe y obras se ha de traducir a la vida, a la vida concreta, a la personal y a la social. La condición cristiana exige combatir el mal, denunciar las injusticias, revestirnos de auténticas entrañas de misericordia ante dramas como el de los migrantes y los refugiados y asumir con responsabilidad –como demandó Francisco el Domingo de Ramos- su destino. Ser cristiano significa no permanecer indiferentes ante ningún dolor humano y rechazar y evitar toda forma de corrupción, tenga el “color” que tenga… Ser cristiano significa ejemplaridad, ecuanimidad, coherencia, valentía y testimonio cabal de la Pascua. Y todo ello en medio de un mundo que se olvida de la Pascua, pero que nada necesita más que la Pascua.

El Papa pide que se avive nuestra cercanía a las víctimas del terrorismo

Países como Siria, Ucrania, Irak, Yemen, Libia, Nigeria, Chad, Camerún, Costa de Marfil o Venezuela en el centro del mensaje de la bendición Urbi et Orbi en el Domingo de Pascua

Urbi Et Orbi - CTV

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- En el domingo de la Pascua de la Resurrección del Señor, el papa Francisco presidió, en el atrio de la Basílica Vaticana, la solemne celebración de la misa en la plaza de San Pedro. En la eucaristía, que comenzó con el rito del “Resurrexit”, participaron fieles romanos y peregrinos procedentes de todas las partes del mundo. Miles de flores de muchos colores decoraban el atrio de la Basílica, dando así color al día que la Iglesia católica celebra la Resurrección de Jesús. El Santo Padre no pronunció la homilía tras la lectura del Evangelio, porque al finalizar la misa hizo la bendición “Urbi et Orbi” con el Mensaje pascual.

Al concluir la eucaristía, el Papa subió al papamóvil y dio una vuelta por la plaza y por vía de la Conciliación, para saludar de cerca a los presentes. A continuación, entró en la Basílica para asomarse a la ventana de la loggia central desde donde leyó el mensaje. Francisco invitó a confiar totalmente en Dios y darle gracias porque  “ha descendido por nosotros hasta el fondo del abismo”. Ante las simas espirituales y morales de la humanidad, ante al vacío que se crea en el corazón y que provoca odio y muerte, “solamente una infinita misericordia puede darnos la salvación”, aseguró. También subrayó que Jesús nos concede su mirada de ternura y compasión “hacia los hambrientos y sedientos, los extranjeros y los encarcelados, los marginados y descartados, las víctimas del abuso y la violencia”. A propósito, el Papa observó que  el mundo está lleno de personas que sufren en el cuerpo y en el espíritu, mientras que las crónicas diarias están repletas de informes sobre delitos brutales, tanto en el ámbito doméstico, como conflictos armados a gran escala.

Y así, dedicó unas palabras para la “querida Siria”, a la que Cristo resucitado indica caminos de esperanza, “un país desgarrado por un largo conflicto, con su triste rastro de destrucción, muerte, desprecio por el derecho humanitario y la desintegración de la convivencia civil”. Por eso pidió encomendar al Señor resucitado “las conversaciones en curso”, para que, “se puedan recoger frutos de paz y emprender la construcción de una sociedad fraterna, respetuosa de la dignidad y los derechos de todos los ciudadanos”. Del mismo modo manifestó su deseo de que se promueva un intercambio fecundo entre pueblos y culturas en las zonas de la cuenca del Mediterráneo y de Medio Oriente, en particular en Irak, Yemen y Libia. Para israelíes y palestinos en Tierra Santa deseó que se “fomente la convivencia” así como “la disponibilidad paciente y el compromiso cotidiano de trabajar en la construcción de los cimientos de una paz justa y duradera a través de negociaciones directas y sinceras”. También se acordó de la guerra de Ucrania para que alcance “una solución definitiva”, inspirando y apoyando también las iniciativas de ayuda humanitaria, incluida la de liberar a las personas detenidas.

Recordando los recientes atentados de Bélgica, Turquía, Nigeria, Chad, Camerún y Costa de Marfil, el Santo Padre pidió que se “avive en esta fiesta de Pascua nuestra cercanía a las víctimas del terrorismo, esa forma ciega y brutal de violencia que no cesa de derramar sangre inocente en diferentes partes del mundo”.

El Pontífice manifestó su deseo de que se lleve a buen término el fermento de esperanza y las perspectivas de paz en África; en particular, en Burundi, Mozambique, la República Democrática del Congo y en el Sudán del Sur. Que el mensaje pascual –añadió el papa Francisco– se proyecte cada vez más sobre el pueblo venezolano, en las difíciles condiciones en las que vive, así como sobre los que tienen en sus manos el destino del país, para que se trabaje en pos del bien común, buscando formas de diálogo y colaboración entre todos. Unas palabras también para recordar a los emigrantes y refugiados, “hombres y mujeres en camino para buscar un futuro mejor”, “una muchedumbre cada vez más grande” que huye de la guerra, el hambre, la pobreza y la injusticia social. Al respecto el Papa expresó su deseo de que la cita de la próxima Cumbre Mundial Humanitaria no deje de poner “en el centro a la persona humana, con su dignidad”, y “desarrollar políticas capaces de asistir y proteger a las víctimas de conflictos y otras situaciones de emergencia”, especialmente “a los más vulnerables y los que son perseguidos por motivos étnicos y religiosos”.

Finalmente, dedicó unas palabras a “quienes en nuestras sociedades han perdido toda esperanza y el gusto de vivir”: Mira, hago nuevas todas las cosas… al que tenga sed yo le daré de la fuente del agua de la vida gratuitamente (Ap 21,5-6). Que este mensaje consolador de Jesús  –concluyó el Pontífice– nos ayude a todos nosotros a reanudar con mayor vigor la construcción de caminos de reconciliación con Dios y con los hermanos.

Texto completo de la bendición Urbi et Orbi del Papa Francisco en el Domingo de Pascua

El Santo Padre ha pedido que el mensaje consolador de Jesús nos ayude a reanudar la construcción de caminos de reconciliación con Dios y con los hermanos

27 MARZO 2016 

Domingo De Pascua - CT

Publicamos a continuación el texto completo del mensaje de Pascua del Santo Padre en la bendición Urbi et Orbi

«Dad gracias al Señor porque es bueno Porque es eterna su misericordia» (Sal 135,1)

Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz Pascua!
Jesucristo, encarnación de la misericordia de Dios, ha muerto en cruz por amor, y por amor ha resucitado. Por eso hoy proclamamos:

¡Jesús es el Señor!

Su resurrección cumple plenamente la profecía del Salmo: «La misericordia de Dios es eterna», su amor es para siempre, nunca muere. Podemos confiar totalmente en él, y le damos gracias porque ha descendido por nosotros hasta el fondo del abismo.

Ante las simas espirituales y morales de la humanidad, ante al vacío que se crea en el corazón y que provoca odio y muerte, solamente una infinita misericordia puede darnos la salvación. Sólo Dios puede llenar con su amor este vacío, estas fosas, y hacer que no nos hundamos, y que podamos seguir avanzando juntos hacia la tierra de la libertad y de la vida.

El anuncio gozoso de la Pascua: Jesús, el crucificado, «no está aquí, ¡ha resucitado!» (Mt 28,6), nos ofrece la certeza consoladora de que se ha salvado el abismo de la muerte y, con ello, ha quedado derrotado el luto, el llanto y la angustia (cf. Ap 21,4). El Señor, que sufrió el abandono de sus discípulos, el peso de una condena injusta y la vergüenza de una muerte infame, nos hace ahora partícipes de su vida inmortal, y nos concede su mirada de ternura y compasión hacia los hambrientos y sedientos, los extranjeros y los encarcelados, los marginados y descartados, las víctimas del abuso y la violencia. El mundo está lleno de personas que sufren en el cuerpo y en el espíritu, mientras que las crónicas diarias están repletas de informes sobre delitos brutales, que a menudo se cometen en el ámbito doméstico, y de conflictos armados a gran escala que someten a poblaciones enteras a pruebas indecibles.

Cristo resucitado indica caminos de esperanza a la querida Siria, un país desgarrado por un largo conflicto, con su triste rastro de destrucción, muerte, desprecio por el derecho humanitario y la desintegración de la convivencia civil. Encomendamos al poder del Señor resucitado las conversaciones en curso, para que, con la buena voluntad y la cooperación de todos, se puedan recoger frutos de paz y emprender la construcción una sociedad fraterna, respetuosa de la dignidad y los derechos de todos los ciudadanos. Que el mensaje de vida, proclamado por el ángel junto a la piedra removida del sepulcro, aleje la dureza de nuestro corazón y promueva un intercambio fecundo entre pueblos y culturas en las zonas de la cuenca del Mediterráneo y de Medio Oriente, en particular en Irak, Yemen y Libia. Que la imagen del hombre nuevo, que resplandece en el rostro de Cristo, fomente la convivencia entre israelíes y palestinos en Tierra Santa, así como la disponibilidad paciente y el compromiso cotidiano de trabajar en la construcción de los cimientos de una paz justa y duradera a través de negociaciones directas y sinceras. Que el Señor de la vida acompañe los esfuerzos para alcanzar una solución definitiva de la guerra en Ucrania, inspirando y apoyando también las iniciativas de ayuda humanitaria, incluida la de liberar a las personas detenidas.

Que el Señor Jesús, nuestra paz (cf. Ef 2,14), que con su resurrección ha vencido el mal y el pecado, avive en esta fiesta de Pascua nuestra cercanía a las víctimas del terrorismo, esa forma ciega y brutal de violencia que no cesa de derramar sangre inocente en diferentes partes del mundo, como ha ocurrido en los recientes atentados en Bélgica, Turquía, Nigeria, Chad, Camerún y Costa de Marfil; que lleve a buen término el fermento de esperanza y las perspectivas de paz en África; pienso, en particular, en Burundi, Mozambique, la República Democrática del Congo y en el Sudán del Sur, lacerados por tensiones políticas y sociales.

Dios ha vencido el egoísmo y la muerte con las armas del amor; su Hijo, Jesús, es la puerta de la misericordia, abierta de par en par para todos. Que su mensaje pascual se proyecte cada vez más sobre el pueblo venezolano, en las difíciles condiciones en las que vive, así como sobre los que tienen en sus manos el destino del país, para que se trabaje en pos del bien común, buscando formas de diálogo y colaboración entre todos. Y que se promueva en todo lugar la cultura del encuentro, la justicia y el respeto recíproco, lo único que puede asegurar el bienestar espiritual y material de los ciudadanos.

El Cristo resucitado, anuncio de vida para toda la humanidad que reverbera a través de los siglos, nos invita a no olvidar a los hombres y las mujeres en camino para buscar un futuro mejor. Son una muchedumbre cada vez más grande de emigrantes y refugiados —incluyendo muchos niños— que huyen de la guerra, el hambre, la pobreza y la injusticia social.

Estos hermanos y hermanas nuestros, encuentran demasiado a menudo en su recorrido la muerte o, en todo caso, el rechazo de quien podrían ofrecerlos hospitalidad y ayuda. Que la cita de la próxima Cumbre Mundial Humanitaria no deje de poner en el centro a la persona humana, con su dignidad, y desarrollar políticas capaces de asistir y proteger a las víctimas de conflictos y otras situaciones de emergencia, especialmente a los más vulnerables y los que son perseguidos por motivos étnicos y religiosos.

Que, en este día glorioso, «goce también la tierra, inundada de tanta claridad» (Pregón pascual), aunque sea tan maltratada y vilipendiada por una explotación ávida de ganancias, que altera el equilibrio de la naturaleza. Pienso en particular a las zonas afectadas por los efectos del cambio climático, que en ocasiones provoca sequía o inundaciones, con las consiguientes crisis alimentarias en diferentes partes del planeta.

Con nuestros hermanos y hermanas perseguidos por la fe y por su fidelidad al nombre de Cristo, y ante el mal que parece prevalecer en la vida de tantas personas, volvamos a escuchar las palabras consoladoras del Señor: «No tengáis miedo. ¡Yo he vencido al mundo!» (Jn 16,33). Hoy es el día brillante de esta victoria, porque Cristo ha derrotado a la muerte y su resurrección ha hecho resplandecer la vida y la inmortalidad (cf. 2 Tm 1,10). «Nos sacó de la esclavitud a la libertad, de la tristeza a la alegría, del luto a la celebración, de la oscuridad a la luz, de la servidumbre a la redención. Por eso decimos ante él: ¡Aleluya!» (Melitón de Sardes, Homilía Pascual).

A quienes en nuestras sociedades han perdido toda esperanza y el gusto de vivir, a los ancianos abrumados que en la soledad sienten perder vigor, a los jóvenes a quienes parece faltarles el futuro, a todos dirijo una vez más las palabras del Señor resucitado: «Mira, hago nuevas todas las cosas… al que tenga sed yo le daré de la fuente del agua de la vida gratuitamente» (Ap 21,5-6). Que este mensaje consolador de Jesús nos ayude a todos nosotros a reanudar con mayor vigor la construcción de caminos de reconciliación con Dios y con los hermanos. Lo necesitamos mucho

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