“Son ciegos que guían a otros ciegos”
- 05 Agosto 2014
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- 05 Agosto 2014
Ya es hora de despertarnos
La conciencia nos abre a una sintonía, a una relación profunda, con el universo que nos envuelve. Podría preguntarme, algo muy conveniente para mi vida, qué me pide Dios en cada acontecimiento y en cada situación de la vida. Etty Hillesum, una judía que estuvo en un campo de concentración nazi, veía la bondad en sus guardianes. Esto es contemplación, deseo de ver como Dios ve. Tal vez no sirva para cambiar las dificultades, el hastío, una situación perniciosa y malvada, pero sí puede cambiar la textura de nuestros corazones, la calidad de nuestras respuestas, la profundidad de nuestro entendimiento. Sin conciencia los enemigos seguirán siempre siendo enemigos y la vida será siempre insulsa, dolorosa…
Es preciso despertar y depositar fuego en nuestro interior, un fuego purificador. Decía Simeón, el Nuevo Teólogo:
“¿Introducirá alguno fuego en su seno, dice el Sabio, y no quemará sus vestiduras? (Prov 6,27) Yo, por mi parte digo: quien habiendo recibido en su corazón a descubierto el fuego celeste, no arderá y será iluminado y acrecentará también él, los rayos de la divinidad, en proporción a su purificación y participación en el fuego; la participación sigue a la purificación y la participación es seguida por la purificación. Acontecido esto, el hombre llega a ser todo entero Dios por la gracia”
Parece que este Padre de la Antigüedad, nos ofrece aquí todo un juego de palabras: fuego corazón, purificación, participación, para acabar con una afirmación fuerte y arriesgada: llegar a ser “todo entero Dios…”
Este fuego celeste que hace arder el corazón se resuelve en luz, como escribe el evangelista Juan: en la Palabra está la vida y la vida es la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la vencieron (Jn 1,1s)
Pero es preciso despertarnos. Hoy el hombre está despierto por fuera. Nunca fue el hombre tan consciente de su dignidad, está dignidad por otra parte tan ultrajada, tan pisoteada. Y así nos encontramos con la gran contradicción en la vida humana que lleva a decir a un famoso director de orquesta: hoy los gobiernos prefieren los cañones a la cultura. Lo cual estaría en la línea de un triste aforismo: si quieres la paz prepara la guerra. ¡Tremendo! Es toda una fina y diabólica sugerencia para la fabricación de armas. O también cuando contemplamos la destrucción en una tierra palestina, mientras en hospitales de Israel se está curando a enfermos o heridos palestinos. ¡Extraño!
¡Tremendo!, ¡extraño!, ¡desconcertante!, ¡desgarrador!...
Pero en el fondo todo este panorama viene a ser un punto de referencia muy claro de la situación en que se halla el corazón humano: descontrolado, entre unas fuerzas de gravedad que le arrastran hacia el exterior y la experiencia de un deseo interior con una fuerte nostalgia de vida, de paz… La humanidad quiere vivir.
Yo creo que la llave para escapar de esta descontrolada casa es la Palabra. O la palabra. Me es indiferente: con mayúscula o con minúscula; una palabra divina o una palabra humana. Pero en cualquier caso una “palabra” que emerja del silencio del corazón, como una fuerza viva, una fuerza de vida. De un corazón con un deseo de vida, como nos dice el salmista:
Dios, tú mi Dios, yo te busco,
mi ser tiene sed de ti,
por ti languidece mi cuerpo
como tierra reseca, agostada, sin agua (Sal 62,1)
Este deseo necesita escucharlo el corazón humano no solo como sed de tierra reseca, sino como una palabra de vida, como el rumor de una fuente a agua viva. Quizás también el corazón humano necesita poner otro ritmo en su existencia que le permita la escucha.
Alguien ha escrito: No tenemos una gran teoría o un sistema perfecto. Simplemente abrimos nuestros ojos cada día a la luz que proviene de Dios y confiamos en que dicha luz transforme nuestra manera de ver.
No tenemos un sistema perfecto. De acuerdo. Por eso no basta con abrir nuestros ojos a la luz de Dios, sino es preciso dejar que esta luz ilumine mis tinieblas. De aquí la necesidad de purificación, de participación… En una palabra que la acción de Dios, este mismo Dios ha querido que se vea complementada con la acción de la criatura humana. Hay que abrir los ojos a la luz divina. A la luz de la Palabra como nos enseña también el salmista:
Tu Palabra, Señor, es la luz para mis pasos… (Sal 118, 105)
Abrir los ojos a la luz de Dios y escuchar atónitos lo que cada día nos advierte la voz divina que clama: Si hoy escucháis su voz, no endurezcáis vuestros corazones… (Sal 94,8)
No hay fronteras entre lo sagrado y lo secular o profano. No hay más que una fuente de la vida. Todo ha nacido y sigue naciendo de la Palabra que se resuelve en vida y en luz. La vida, la auténtica vida, siempre es y será luz. No hay fronteras, el mismo Dios ha roto las fronteras entre lo humano y lo divino para regenerar una nueva humanidad.
Abrir los ojos y escuchar atónitos…Fascinados. Esta palabra “atónitos” viene a ser un término técnico consagrado en los contactos del hombre con la divinidad. Pero no se trata de una divinidad abstracta, sin nombre propio. La voz divina se individualiza: Cristo, la Palabra de Dios en persona, es quien invita a los hombres a abrir los corazones, escuchar el Espíritu y correr mientras los alumbra “la luz de la vida”.
Ya es hora de despertarnos, hay algo importante, esencial en la vida humana que todavía está dormitando. Igual que existen ciertos rayos de luz que los llega a percibir el ojo humano, también existe un ámbito profundo en la vida humana donde cada vez le es más difícil penetrar a la inteligencia y la voluntad humana. Los hombres tenemos necesidad de despertar a un nivel que puede hacerse con los días más profundo. Despertar para gozar del aroma de una flor de loto, del que nos habla esta bella parábola de los Upanishads:
En el cuerpo existe un pequeño santuario
En ese santuario hay una flor de loto.
En esa flor de loto existe un pequeño espacio.
¿Qué habita en ese pequeño espacio?
El universo entero se halla en ese pequeño espacio,
porque el Creador,
la fuente de todo,
se encuentra en el corazón de cada uno nosotros.
Ya es hora de despertarnos… o nuestros sueños se convertirán en pesadillas
Evangelio según San Mateo 15,1-2.10-14.
Entonces, unos fariseos y escribas de Jerusalén se acercaron a Jesús y le dijeron:
"¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de nuestros antepasados y no se lavan las manos antes de comer?". Jesús llamó a la multitud y le dijo: "Escuchen y comprendan.
Lo que mancha al hombre no es lo que entra por la boca, sino lo que sale de ella".
Entonces se acercaron los discípulos y le dijeron: "¿Sabes que los fariseos se escandalizaron al oírte hablar así?". El les respondió: "Toda planta que no haya plantado mi Padre celestial, será arrancada de raíz. Déjenlos: son ciegos que guían a otros ciegos. Pero si un ciego guía a otro, los dos caerán en un pozo".
Juan Scot Èrigéne (¿- c.870), monje benedictino, irlandés
Homilía sobre el prólogo del evangelio de Juan, 11
“Son ciegos que guían a otros ciegos”
Santo teólogo [san Juan], primero llamaste al Hijo de Dios "Verbo", la Palabra de Dios; luego lo llamas "vida" y "luz” (1,1.4). Con razón cambiaste su nombre, para darnos a entender significados diferentes. Lo llamaste "Verbo", porque por Él, el Padre lo dijo todo, cuando habló, enseguida todo fue hecho (Sal. 33,9). Lo llamaste "luz y vida" porque el Hijo es también la luz y la vida de todas las cosas que han sido hechas por él. ¿Qué ilumina? Nada más que a Él mismo y su Padre: Él mismo se ilumina, se da a conocer al mundo, se manifiesta a los que no lo conocen. Esta luz del conocimiento de Dios había abandonado el mundo, cuando el hombre abandonó a Dios.
La luz eterna se revela al mundo de dos modos, por la Escritura y por la creación (Sal.18; Rm 1,20). El conocimiento de Dios se renueva en nosotros sólo por los textos de la Escritura y la vista de la creación. Cuando estudiáis la palabra de Dios y acogéis en el corazón lo que significa: aprendéis a conocer al Verbo. A través de vuestros sentidos corporales percibís las formas magníficas de las cosas accesibles a nuestros sentidos, y reconocéis en ellas a Dios, el Verbo. En todas estas cosas, la verdad no le revelará nada más que al Verbo mismo, el que lo hizo todo (Jn 1,3); fuera de él, no podéis contemplar nada, porque en Él están todas las cosas. Está en toda cosa que existe, cualquiera que sea.
Dedicación de la basílica de Santa María
Dedicación de la basílica de Santa María, en Roma, construida en el monte Esquilino y ofrecida por el papa Sixto III al pueblo de Dios como recuerdo del Concilio de Éfeso, en el que la Virgen María fue proclamada Madre de Dios.
En el dia de hoy se celebra la dedicación de la tercera de las basílicas patriarcales del interior de Roma. Originalmente se llamaba «Basílica Liberiana», porque había sido construida en la época del Papa Liberio, a mediados del siglo IV. Más tarde, el año 434, fue restaurada y recibió el nombre de Santa María la Mayor, por ser en dignidad y antigüedad la primera de las iglesias de la Ciudad Eterna consagradas a la Madre de Dios, en homenaje al recientemente celebrado Concilio de Éfeso (431).
También se conoce la basílica con el nombre de «Santa María ad praesepe», porque en ella se conserva la supuesta reliquia del pesebre de Belén en el que descansó el Señor al nacer; y más usual aun es el nombre de «Santa María de las Nieves», ya que, según una tradición popular, en época del papa Liberio (es decir, en la primera etapa de la basílica) la Madre de Dios manifestó que deseaba que se le erigiese una iglesia en ese sitio, mediante una nevada milagrosa en pleno verano. Sin embargo, la primera mención que conocemos de ese milagro data de un siglo después de los hechos, y el milagro no es mencionado en la inscripción de Sixto III en la restauración de la iglesia. Dicha inscrpción dice:
«¡Virgen María!, yo, Sixto te he dedicado este nuevo templo como ofrenda digna de las entrañas de las que nació nuestro Salvador. Tú, doncella que no conociste varón, llevaste en tu seno y diste a luz a nuestro Salvador. Y he aquí que ahora estos mártires, que con su vida dieron testimonio del Fruto de tu vientre, ciñen sobre tus sienes la corona de su victoria. Bajo sus pies están los instrumentos de sus sufrimientos: la espada, las llamas, las fieras, el agua, los crueles venenos. Los instrumentos son diversos, pero la corona es única.», y sobre el arco del ábside: «Sixto, obispo del pueblo de Dios».
Ver H. Grisar, Analecta Romana (1900), p. 70; Duchesne, Liber Pontificalis, vol I, p. 232, 235. Artículo del Butler con modificaciones. El sitio del Vaticano ofrece una visita virtual a la basílica. La imagen es de la coronación de la Virgen, en el mosaico del ábside, realizado por Jacobo Torriti en 1295, utilizando partes del mosaico original del siglo V.
Nuestra Señora de las Nieves
Advocación Mariana, 5 de agosto
Nuestra Señora, Protectora de Roma o Auxilio del Pueblo Romano
En el siglo IV d.C. vivía en Roma una piadosa pareja. Él se llamaba Juan Patricio mientras que el nombre de su esposa se desconoce. Habían sido bendecidos con abundancia de bienes y también de fe. Sin embargo, su gran dolor era no tener hijos con los que pudieran compartir sus dones. Durante años habían rezado por un hijo y heredero. En esta situación pasaron muchos años sin ningún resultado. Por fin decidieron nombrar como heredera a la Santísima Virgen y le rezaron con devoción para que los guiara en la asignación de la herencia.
Nuestra Señora les agradeció sobremanera y la noche del 4 de agosto, se le apareció a Juan Patricio y a su esposa, diciéndoles que deseaba que construyeran una basílica en el Monte Esquilino (una de las siete colinas de Roma), en el punto preciso que ella señalaría con una nevada. También se le apareció al Papa Liberio con el mismo mensaje. En la mañana siguiente, el 5 de agosto, mientras brillaba el sol en pleno verano, la ciudad quedó sorprendida al ver un terreno nevado en el Monte Esquilino. La pareja, feliz, se apresuró al lugar y el Papa Liberio marchó hacia el mismo en solemne procesión. La nieve cubrió exactamente el espacio que debía ser utilizado para la basílica y desapareció una vez señalado el lugar. Pronto se construyó la Basílica de Santa María la Mayor.
Grandes devotos de la Santísima Virgen
El Papa Liberio buscaba una imagen de la Santísima Virgen que fuera digna de esta espléndida Basílica de Sta. María la Mayor. El mismo donó la famosísima Madonna, Nuestra Señora y el Niño, la cual, según una tradición había sido pintada por San Lucas sobre una gruesa tabla de cedro de casi cinco pies de alta y tres y un cuarto de ancha, y llevada a Roma por Santa Helena. Esta obra es venerada en el oratorio pontificio.
A lo largo de los años, el pueblo de Roma ha sido muy devoto de la Madonna. Cada vez que Roma se encontraba en peligro de calamidades o de pestilencia, corría en bandadas al santuario de Nuestra Señora para pedirle auxilio. La imagen era llevada en procesión solemne, con gran devoción. La Virgen Santísima les demostró ser una poderosa protectora con grandes milagros.
Durante el pontificado de San Gregorio el Grande, una peste terrible arrasó con la ciudad de Roma. El Pontífice ordenó que se hiciera una procesión penitencial desde Santa María la Magiore, en la cual el mismo llevaba una estatua de la Virgen. Durante la procesión 80 personas murieron, pero el pontífice continuaba sus oraciones. Cuando llegaron al puente que cruza el río Tiber, oyeron cantos de ángeles en el cielo. De pronto sobre el castillo (que hoy se llama "de San Angelo"), se apareció el arcángel San Miguel. En su mano derecha llevaba una espada que metió en su vaina. En ese mismo momento ceso la peste.
En la actualidad, esta advocación se le llama Nuestra Señora, Protectora de Roma o Auxilio del Pueblo Romano. El Señor también ha obrado milagros --por medio de la Stma. Virgen-- a través de numerosas réplicas, particularmente sobre una que pertenecía a los Padres Jesuitas.
Los Papas siempre han sentido una tierna devoción por esta imagen de la Virgen María. Algunos han pasado incluso noches enteras en oración ante él. Benedicto XIV hizo el compromiso de hacerse presente para el canto de las letanías de Sta. María la Mayor todos los sábados. El Papa Pablo V, la noche en que iba a morir, manifestó el deseo de que lo llevaran a la capilla de Nuestra Señora para así poder morir a sus pies.
Instauración de la fiesta de María, Reina
El 1º de noviembre, de 1954, al final del Año Mariano, el Santo Padre Pío XII colocó una corona enjoyada sobre la pintura de Nuestra Señora, Protectora de Roma. En ese momento, se levantó un fuerte llanto de entre la gran multitud congregada en Sta. María la Mayor: "¡Viva la Reina!". El Papa nombró a la Virgen Reina de cielos y tierra y decretó que se celebrara una fiesta especial para honrarla bajo ese título.
No era éste un nuevo privilegio para la Madre de Dios. Ella siempre ha sido considerada nuestra Reina, como lo testifica el arte Mariano desde los primeros siglos y las oraciones, especialmente la Letanía de Loreto. Sin embargo, no había hasta entonces fiesta en particular que lo conmemorara. En la actualidad esta fiesta se celebra el 22 de agosto.
La fiesta de Nuestra Señora de las Nieves, 5 de agosto, se celebraba, en principio, solamente en la basílica, se extendió en el siglo XIV a toda Roma y, finalmente, San Pío V la declaró fiesta de la Iglesia universal en el siglo XVII.
El éxito, en dos pasos sencillos
Mientras avanzamos en la vida, lanzamos la mirada atrás y nos arrepentimos de muchas cosas que nos hubieran gustado hacer.
«El pecador ha de sentir siempre que tus palabras proceden exclusivamente de tu caridad. Las palabras caritativas han de preceder siempre a las recomendaciones punzantes. Si quieres ser útil a las almas de tus prójimos, recurre primero a Dios de todo corazón y pídele con sencillez que te conceda esa caridad, suma de todas las virtudes y la mejor garantía de éxito en tus actividades» (San Vicente Ferrer, Tratado sobre la vida espiritual).
Mientras más avanzamos en la vida, lanzamos la mirada atrás y empezamos a arrepentirnos de muchas cosas que nos hubieran gustado llevar a cabo. Y así, vamos creando esa lista de deseos que «algún día cumpliré». De todos los que pregunto, muchos suelen coincidir que una de las cosas que más les gustaría es aprender un idioma. Francés, inglés, italiano, alemán… se pasean por los ojos de todos y les invitan a recurrir a uno de los inventos más inútiles que he conocido: los manuales de «aprende un idioma sin esfuerzo y en poco tiempo». Y digo que es inútil porque nada se consigue sin esfuerzo y en poco tiempo. Por lo menos, la gente normal, como yo, así lo vive.
Y miren ustedes por dónde, me encuentro con este pequeño escrito del gran santo español Vicente Ferrer que desarma esta teoría. Porque ahí delinea dos pasos sencillos para el éxito en la vida. Dos recomendaciones que te ayudarán a ascender los escalones del triunfo: la caridad y la oración. ¡Claro!, hablamos de triunfo únicamente en el plano espiritual. Que, después de todo, es el único triunfo que cuenta. Ya lo decía Santa Teresa de Jesús: «Al final de la vida, el que se salva, sabe; el que no, no sabe nada».
Pero volvamos a los dos pasos de San Vicente. Y, sobre todo, veamos cómo los vivió él en su vida. Porque de nada sirve predicar bellamente si luego no se refleja eso que predicas en tu propia experiencia. Pues bien, el Papa Benedicto XVI nos contó en la audiencia general dedicada a este santo que «Tenía la capacidad de mantener la atención en el auditorio con el tono y modulaciones de su voz. Pero, sobre todo, con la pasión que ponía en lo que decía. Huyendo de lenguajes artificiosos y recargados, supo traslucir a Dios. ¿Cómo? Orando. Es la clave de todos los santos. Antes de predicar se retiraba durante varias horas. Y la gracia se derramaba a raudales». Muchos suelen preguntarme cómo ayudar a una persona, qué hacer para que vuelva a Dios. El santo de hoy responde con ese primer paso en la vida: la oración. Y luego Dios, si realmente confiamos, se encargará.
Ahora bien, después llega un segundo paso, que sería la colaboración alo que oro junto a la acción de Dios: la caridad. Y una caridad que se traduce, ante todo, en el ejemplo de una vida auténtica. Porque no hay mayor caridad que un buen testimonio. Y San Vicente vuelve a ser testigo de esto, como nos lo relata de nuevo el Papa Benedicto XVI en la audiencia antes citada: «Tenía autoridad moral porque su vida era sencilla y austera. Era íntegro, auténtico. [...] Tanta bondad resumida en su persona conmovía de tal modo a la gente que, enardecida por sus palabras, intentaban robarle trozos de su hábito a modo de reliquia».
Oración y caridad. He aquí dos pasos sencillos –aunque no vividos sin esfuerzo– que pueden llevarnos a un éxito rotundo en nuestra vida: éxito que se cumplirá, definitivamente, en la llegada a la Felicidad con mayúscula, al cielo que Dios nos tiene preparado, con amor, desde toda la eternidad.
Recuperar la oración
Nos pasa a todos. Hemos perdido el ritmo normal de orar. Las causas? ... Tantas! Pero llega un día, a veces sin ninguna razón aparente, que sentimos la necesidad de recuperar el ritmo de oración.
La primera tentación y dificultad es querer examinar a fondo qué nos ha pasado. Seguramente por excusarnos o también por tratarse con poca compasión personal. Un exceso de responsabilidad mal digerida es el fruto de un perfeccionismo esterilizante. Dejémonos de estas historias que rascando sobre nuestro consciente e inconsciente y pueden provocar tortura subjetiva.
Empiezas a sentir el vacío de Dios. Querrías recuperar el diálogo, la meditación, la oración vocal, el silencio relacional o la contemplación; bien, déjate de montajes analíticos ... y no esperes demasiado ... comienza.
Estaría mal que tu primer pensamiento fuera un propósito de rezar cada día, tal como habías hecho en otros tiempos. En el mejor de los casos quizás esto será al final, y aún! Un propósito tan estructurado intenta darte una buena imagen. Pero lo que importa en la recuperación de la oración no es la imagen sino la relación.
Empezamos el buen camino con un acto de fe. La fe no está en contradicción con las dudas. Precisamente la fe muchas veces va acompañada de dudas. La fe es un salto en el vacío, una donación de confianza, la aceptación misteriosa de una nueva oferta. Si siempre fuera tan clara ya no sería fe; ¿verdad? Un acto de fe sencillo, incluso condicional. En la fe inicial de la oración renovada va bien ponerle palabras. Nada de palabras altisonantes o de cajón, sino más bien cortos, directos, humildes ...
Lo primero que puedes recordar es lo que dijo Jesús: "Venid a Mí todos los que estáis agobiados y cansados ..." Pues, vamos. También dijo "Mira que estoy a la puerta y llamo ..." Abrimos la puerta. A partir de ahí dejamos que sea Dios el que inicia la comunicación. Lo puede hacer por su Palabra, por un hecho de vida, por una noticia, por un sentimiento ... Su capacidad e imaginación comunicativas escapan a nuestras consideraciones lógicas.
Recuperar la oración es algo que debemos hacer muchas veces. La dispersión es una característica de nuestra cultura. Cuando recuperamos la oración humildemente volvemos a concentrarnos en la profundidad. No nos desanimemos, pues Él tiene más interés que nosotros que nos relacionamos y tratamos con amistad del que vivimos, lo que sufrimos, lo que quisiéramos y de lo que somos llamados a hacer y a amar.
Espacios robados
Hay momentos de generosidad que llenan de ternura y de afecto la vida de las personas. Es en estos espacios, robados en la agenda, cuando nuestro corazón respira, se oxigena, recupera el aliento y descubre la riqueza del vivir humano.
Nosotros somos algo más que máquinas: somos hijos de Dios, llamados a amarnos y ayudarnos. SIGAN ORANDO PARA EL PAX HD QUE PUEDA SER UN INSTRUMENTO DE AYUDA Y SERVICIO AUTENTICO. MUCHAS GRACIAS POR TODO EL CARIÑO QUE EL CIELO NOS REGALA POR HERMOSOS CORAZONES.