«Nadie va al Padre sino por mí»
- 22 Abril 2016
- 22 Abril 2016
- 22 Abril 2016
Evangelio según San Juan 14,1-6.
Jesús dijo a sus discípulos: "No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes.
Ya conocen el camino del lugar adonde voy". Tomás le dijo: "Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?". Jesús le respondió: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí."
San Sotero
Sucesor en el pontificado del Papa Aniceto muerto el año 165. Había nacido en la Campiña italiana, en Fondi y su padre se llamaba Concordio. En su tiempo se extendió la herejía de Montano que propugnaba un exagerado rigorismo de costumbres. La penitencia más rigurosa y la vida más perfecta debían practicarla todos los cristianos para no caer en pecado, sobre todo si se trataba de pecados muy graves, ya que no se les podían perdonar porque la Iglesia carecía de poder para ello.
Él defendió la doctrina que se había predicado y defendido en la Iglesia desde Jesucristo: para el pecador arrepentido no hay pecado que no se le pueda conceder el perdón. Él era todo para todos y quería que se viviera de acuerdo con lo que los Hechos de los Apóstoles expresan de los primeros cristianos, que «todo era común entre ellos» y que «todos eran un solo corazón y una sola alma»...
El emperador Marco Aurelio (161-180), persiguió a la Iglesia y durante este tiempo hubo abundantes mártires, entre ellos el mismo Papa que parece murió mártir el 22 de Abril del 175. San Cayo vivió un siglo más tarde y a pesar de ello en la tradición cristiana han caminado siempre unidos ambos Santos aunque nada tengan en común a no ser el haber muerto por Cristo y el haber sido Obispos de Roma.
La última persecución más violenta fue la de Valeriano. Después casi todo el siglo II fue tiempo de paz y durante él la Iglesia quedó robustecida fuertemente. San Cayo se aprovechó de esta paz y patrocinó, sobre todo las dos escuelas célebres de Oriente: Alejandrina y Antioquena que tantos y tan ilustres hijos produjeron.
El año 283 empezó una nueva persecución contra los cristianos decretada por Caro que, aunque no tan sangrienta como otras anteriores, causó graves daños a la Iglesia, siendo muchos los hombres y mujeres que derramaron generosamente su sangre por confesar a Jesucristo. La Iglesia venera a San Sotero como mártir, pero no existe ningún relato de su martirio.
Oremos
Dios todopoderoso y eterno, que quisiste que San Sotero, Papa, presidiera a todo tu pueblo y lo iluminara con su ejemplo y sus palabras, por su intercesión protege a los pastores de la Iglesia y a sus rebaños y hazlos progresar por el camino de la salvación eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Calendario de Fiestas Marianas: Nuestra Señora de Betharram, Francia (1503).
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia Sermón 142
«Nadie va al Padre sino por mí»
«Yo soy el camino, la verdad y la vida.» Con estas palabras Cristo parece decirnos: «¿Por dónde quieres tú pasar? Yo soy el camino. ¿Dónde quieres llegar? Yo soy la verdad, ¿Dónde quieres residir? Yo soy la vida.» Caminemos, pues, con toda seguridad sobre el camino; fuera del camino, temamos las trampas, porque en el camino el enemigo no se atreve atacar –el camino, es Cristo- pero fuera del camino levanta sus trampas...
Nuestro camino es Cristo en su humildad; Cristo verdad y vida, es Cristo en su grandeza, en su divinidad. Si tú andas por el camino de humildad, llegarás al Altísimo; si en tu debilidad no menosprecias la humildad, tú residirás lleno de fuerza en el Altísimo. ¿Por qué Cristo ha escogido el camino de la humildad? Es a causa de tu debilidad que estaba allí como un obstáculo insuperable; es para liberarte a ti que un tan gran médico ha venido hacia ti. Tu no podías ir hacia él; es él quien ha venido hasta ti. Ha venido para enseñarte la humildad, este camino de retorno, porque es el orgullo el que nos privaba de llegar a la vida que nos había hecho perder...
Entonces Jesús, siendo nuestro camino, nos grita: «¡Entrad por la puerta estrecha!» (Mt 7,13). El hombre se esfuerza para entrar, pero la hinchazón del orgullo se lo impide. Aceptemos el remedio de la humildad, bebamos esta medicina amarga pero saludable... El hombre, hinchado de orgullo pregunta: «¿Cómo podré entrar yo?» Cristo nos responde: «Yo soy el camino, entra por mí. Yo soy la puerta (Jn 10,7) ¡por qué buscas en otra parte?» Para que tú no te extravíes, él lo ha hecho todo por ti, y te dice: «Sé humilde, sé dulce» (Mt 11,29).
Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida
Juan 14, 1-6. Pascua. Vivamos con la sencillez de quien sabe que todo lo recibe de Aquél a quien ama.
Oración introductoria
Señor, sosteniéndome con tu gracia me das la vida y, porque me amas, quieres mostrarme el camino, la verdad y el estilo de vida que me puede llevar a la felicidad. Ilumina mi oración, aparta la distracción para que pueda experimentar tu presencia y tu cercanía.
Petición
Jesús, quiero ser dócil a tus inspiraciones, ¡ilumíname!
Meditación del Papa Francisco
Hoy me quiero centrar en la acción que el Espíritu Santo realiza en la guía de la Iglesia y de cada uno de nosotros a la Verdad. Jesús mismo dice a sus discípulos: el Espíritu Santo "les guiará en toda la verdad", siendo él mismo "el Espíritu de la Verdad".
Vivimos en una época en la que se es más bien escéptico con respecto a la verdad. Benedicto XVI ha hablado muchas veces de relativismo, es decir, la tendencia a creer que no hay nada definitivo, y a pensar que la verdad está dada por el consenso general o por lo que nosotros queremos. Surge la pregunta: ¿existe realmente "la" verdad? ¿Qué es "la" verdad? ¿Podemos conocerla? ¿Podemos encontrarla? Aquí me viene a la memoria la pregunta del procurador romano Poncio Pilato cuando Jesús le revela el sentido profundo de su misión: "¿Qué es la verdad?". Pilato no llega a entender que "la" Verdad está frente a él, no es capaz de ver en Jesús el rostro de la verdad, que es el rostro de Dios. Y sin embargo, Jesús es esto: la Verdad, la cual, en la plenitud de los tiempos, "se hizo carne", que vino entre nosotros para que la conociéramos. La verdad no se aferra como una cosa, la verdad se encuentra. No es una posesión, es un encuentro con una Persona. (S.S. Francisco, catequesis del 15 de mayo de 2013)
Comunicar el amor misericordioso del Señor. ¡Esta es nuestra misión! También a nosotros nos han dado la “lengua” del Evangelio y el “fuego” del Espíritu Santo, porque mientras anunciamos a Cristo resucitado, vivo y presente en medio de nosotros, calentamos el corazón de los pueblos acercándoles a Él, camino, verdad y vida.
(Homilía de S.S. Francisco, 24 de mayo de 2015).
Reflexión
Cuando alguien ama a una persona y la ve en problemas, lo primero que le viene a la mente es: "no te preocupes, yo te ayudaré" ¿Cuánta alegría siente el corazón, al escuchar estas palabras? Mucha paz da que el hombre sienta el apoyo de aquel que ama, además porque se nos presenta como una ayuda querida.
Esto es lo mismo que Cristo ha visto en sus discípulos. "No se turbe vuestro corazón", les ha dicho y continúa a decírnoslo cada día. Él es la Paz, la Bondad, la Felicidad. Él nos dará los consuelos necesarios en los momentos de mayores dificultades en nuestra vida.
Cristo quiere que le pidamos la gracia de la paz del alma, de la tranquilidad de la vida, de la sencillez con la que viven los niños, despreocupados de todo, metidos sólo en lo que están haciendo en ese momento. Las dificultades se presentarán, pero si tenemos a Cristo, que es la Paz, será más fácil sobrellevarlas.
Vivamos con la sencillez de quien sabe que todo lo recibe de Aquél a quien ama, y le cuida en todo momento.
Diálogo con Cristo
No soy católico por seguir unos mandamientos o creer en una doctrina, sino por seguir a una persona, que me ama. Jesús, quiero ocupar esa habitación que con tanto amor has preparado para mí. No permitas que sea indiferente a esta maravillosa verdad. Ayúdame a permanecer siempre cerca de Ti, por la frescura y la delicadeza de la vida de gracia, por los momentos de oración y por la fidelidad a las inspiraciones del Espíritu Santo.
Propósito
Ayunar de pesimismo para crecer en la esperanza de que, con Cristo, puedo ser santo.
La gente se muere de tristeza
Estoy desengañado de Dios. ... es que no lo conoces. Puedes estar de los demás, de la vida, pero no de Dios.
Hay una gran insatisfacción en la gente porque muchos desean ser alguien en la vida, desean hacer algo grande, desean ser felices y valer para algo, pero sienten que siguen siendo mediocres, que sueñan en lo grande, pero realizan lo vulgar, lo pequeño.
Piensan que la felicidad es muy raquítica y además pasajera, y poco profunda. Sienten que no sirven para nada, y así abunda el tipo insatisfecho, harto, hastiado. Yo quiero más, mucho más, no puedo seguir igual, si mi vida va a ser como hasta hoy, ya me harté, no la quiero.
Hay gente enferma del espíritu, enferma de gravedad, gente que se cree incurable. Hay enfermedades crónicas, habituales, por las constantes recaídas en el vicio, en el pecado, en la mediocridad.
Hay gente desengañada de si misma; han intentado tantas veces cambiar y no lo han logrado que piensan no tener remedio. Podríamos decir, "intenta otra vez, aun no lo has intentado con todas tus fuerzas".
Cuentan de Gengis kan, el gran conquistador de China, que después de una gran derrota, estaba en su tienda mirando con los ojos al horizonte, y por el hilo de la tienda, subía una hormiguita tratando de llegar a la cima; al no conseguirlo, caía una y otra vez al suelo, pero volvía a intentarlo y así la décima vez, logró por fin su objetivo, que era llegar a la cima de la tienda. Gengis kan, aprendió la lección de la hormiguita, volvió a intentarlo y se hizo el conquistador de China.
Estoy desengañado de Dios. Si piensas así, es que no lo conoces. Puedes estar desengañado de los demás, de la vida, pero no de Dios. ¿Sabías tú, que la vida sonríe, a quien sonríe a la vida?. Los años insatisfechos por la vaciedad de la vida, por esa mediocridad que les produce nauseas, son una insatisfacción muy aprovechable. Malo si estuvieras tranquilo. De una gran insatisfacción pueden surgir grandes cosas.
Los hay atormentados, por dudas, por remordimientos, por el egoísmo, por miedo a la vida. Los hay temerosos de enfrentarse a Dios y reconocer que han sido hipócritas, cuentistas, habladores. Tienen miedo de enfrentarse a si mismos, de ver su vida manchada, mediocre, vacía. Ellos que se tienen en un concepto tan alto, que son admirados, tienen que reconocer que son tan miserables y pequeños.
Puede el hombre sentirse enfermo, desengañado, insatisfecho, atormentado, temeroso, pero no importa, repito, no importa si quiere cambiar. El día que un hombre desea cambiar, desea con toda su alma un cambio radical en su vida, es un gran día, y ese gran día puede llegar en cualquier momento.
Vacío, rencor, tristeza, desesperanza, son los virus que están enfermando y matando, más que el cáncer y el sida, a los jóvenes y hombres de nuestro tiempo.
Francisco en Santa Marta nos exhorta a anunciar la Resurrección de Jesús
El Santo Padre recuerda que Jesús intercede por cada uno de nosotros y debemos tener la esperanza de que Jesús volverá
(ZENIT – Ciudad del Vaticano) Anuncio, intercesión, esperanza. Estas son las tres palabras centrales que ha indicado el papa Francisco en su homilía de este viernes en la misa de la Casa Santa Marta.
Anuncio:
El Papa ha subrayado que el cristiano “espera que el Señor vuelva”. Y exhortó a tener el coraje de anunciar como los apóstoles que dieron testimonio de la Resurrección de Jesús, incluso con la propia vida. “Jesús está vivo es el anuncio de los apóstoles a los judíos y a los paganos de su tiempo y de este anuncio dieron testimonio con su vida y su sangre”. “Cuando Juan y Pedro –prosiguió el Papa– fueron llevados al Sinedrio, después de la curación del cojo, los sacerdotes les prohibieron hablar del nombre de Jesús, de la Resurrección. Ellos con mucho coraje y simplicidad decían: ‘Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y escuchado’, el anuncio. Y nosotros los cristianos tenemos el Espíritu Santo en nosotros, que nos hace ver y escuchar la verdad sobre Jesús, que murió por nuestros pecados y resucitó. Este es el anuncio de la vida cristiana: Cristo está vivo, Cristo ha resucitado, Cristo está entre nosotros en la comunidad, nos acompaña en el camino”.
Intercesión
Después Francisco entró en la segunda idea: la intercesión. Durante la cena del Jueves Santo, los apóstoles estaban tristes, y Jesús les dice: ‘No se turbe vuestro corazón, tengan fe. En la casa del Padre hay muchas moradas. Voy a prepararles un lugar’. Y el Papa indica que esto significa, que con su oración Jesús intercede por cada uno de nosotros.
Así como a Pedro le ha dicho una vez antes de la Pasión: ‘Pedro yo he rezado por ti’, ahora Jesús es el intercesor entre el Padre y nosotros, dijo el Papa. Y sobre cómo Jesús reza por nosotros Francisco dijo: “Creo que Jesús haga ver las llagas al Padre –porque las llagas las ha llevado consigo después de la Resurrección– las haga ver al Padre y nos nombre a cada uno de nosotros”. La tercera dimensión del cristiano que indicó el Santo Padre es la esperanza: “El cristiano es un hombre de esperanza, que espera que el Señor vuelva”. Toda la Iglesia “está en la espera de Jesús, Jesús volverá. Esta es la esperanza cristiana”.
El Pontífice invitó a interrogarnos: ¿Cómo es el anuncio en mi vida? ¿Cómo es mi relación con Jesús que intercede por mi? ¿Cómo es mi esperanza? ¿Creo realmente que el Señor ha resucitado? ¿Creo que reza por mi ante el Padre? ¿Y que cada vez que lo invoco Él está rezando por mi, e intercede? ¿Creo realmente que el Señor volverá, vendrá? Nos hará bien interrogarnos esto sobre nuestra fe: ¿Creo en el anuncio? ¿Creo e la intercesión? ¿Soy un hombre o una mujer de esperanza?
¿La Iglesia Católica fue fundada por Cristo?
Para demostrar el origen divino de la Iglesia se pueden seguir tres vías: la histórica, la de las notas o la de la trascendencia.
Pregunta:
Apreciados amigos: En varias oportunidades en que he discutido con algunos conocidos que no son católicos, me han preguntado cómo puedo saber o probar que la Iglesia católica fue fundada por Jesucristo. Sinceramente, yo no supe hacerlo. ¿Me pueden decir si hay alguna forma de demostrarlo?
Respuesta:
Estimado:
Efectivamente, hay manera de probarlo. Una parte de la teología estudia precisamente estas cuestiones, y es llamada “apologética” (más concretamente una parte de ella conocida como “tratado de la verdadera Iglesia” –De vera Ecclesia). Me limito a señalar los pasos claves del proceso que se sigue (su desarrollo implicaría la explanación de todo el tratado, por eso añadiré una nota bibliográfica accesible para quien guste conocer mejor el tema).
Para demostrar el origen divino de la Iglesia se pueden seguir tres vías: la histórica, la de las notas o la de la trascendencia.
La llamada “vía histórica” comienza probando primero la misión divina de Cristo, y luego muestra que Cristo ha confiado la continuación de su obra redentora a una sociedad religiosa que es la Iglesia católica. Toda esta argumentación supone probado ya el valor histórico de los escritos del Nuevo Testamento, en particular los Evangelios; esto se hace en dos estudios previos o paralelos a éste (son los “tratados” sobre la posibilidad y hecho de la revelación -“De Revelatione”- y sobre el valor histórico de los evangelios -“De Sacra Scriptura” o “Introducción a la Escritura”; téngase en cuenta que no se afirma aún que estos textos sean revelados o inspirados por Dios; simplemente se determina que se puede confiar en ellos como documentos históricos). El método seguido, pues, en esta “vía” obliga a remontarse al pasado y si bien es árido, es muy firme y seguro y procede a través de tres pasos:
- Primero demuestra que Jesucristo tuvo intención de fundar una Iglesia: se pone de manifiesto por la promesa de edificar la Iglesia (cf. Mt 16,18), la elección, instrucción y misión de los Doce Apóstoles (cf. Mc 3,13-19; Lc 6,12-17), la “nueva alianza” realizada en la Última Cena (cf. Mt 26,28 y paralelos), etc.
- Luego demuestra, usando los textos del Nuevo Testamento sólo como documentos históricos (no en cuanto inspirados por Dios), que Jesucristo fundó efectivamente una Iglesia y le dio una constitución y estructura determinada; la fundó sobre los apóstoles: enviándolos a predicar (Mc 3,14; Lc 9,2, etc.), con autoridad de regir en su nombre a todos los hombres y de administrar los sacramentos (Mc 16,16), particularmente el bautismo, la Eucaristía y el perdón de los pecados. Además prometió y efectivamente dio a un solo apóstol, Simón Pedro, la autoridad suprema para regir a la Iglesia Universal (cf. Mt 16; Jn 21).
- Finalmente muestra que Jesucristo instituyó esa Iglesia con voluntad de que perdurase hasta el fin del mundo y manteniendo la forma jerárquica con que la dotó en los tiempos apostólicos; esto se ve claramente en el hecho de ordenar a los apóstoles tener perpetuos sucesores en el triple oficio de enseñar, santificar y regir; lo cual, a su vez, se desprende de las promesas de Cristo sobre su Iglesia: las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (Mt 16), las parábolas del trigo y la cizaña (cf. Mt 13,39), el encargo a Pedro de confirmar a sus hermanos en el futuro (cf. Lc 22,31). Evidentemente Jesús está refiriéndose a tiempos en que sus apóstoles ya no estarían vivos; por tanto sólo pueden perdurar en sus sucesores. Esta sucesión se verifica en los obispos, sucesores de los apóstoles, y en el Papa, sucesor del Apóstol Pedro.
El segundo método es llamado “vía de las notas”, y consiste en analizar la voluntad de Cristo (nuevamente tal como aparece en los Evangelios en cuanto libros históricos) y ver qué características (o “notas” en el primer sentido que le da el Diccionario de la Real Academia Española: marca o señal que se pone en algo para reconocerlo o para darlo a conocer) quiso que tuviera la Iglesia por Él fundada. Estas notas son cuatro:
- la unidad de régimen, de fe y de comunión;
- la santidad de principios, de miembros y de medios de santificación;
- la catolicidad o universalidad de misión, su permanente y simultánea difusión en todo el orbe, su predicación a toda clase de personas y razas, etc.;
- finalmente, la apostolicidad, es decir, la continuidad de la misión apostólica (constantes sucesores de los apóstoles) hasta el fin del mundo.
Después de analizar las cuatro notas, se revisan los diversos “pretendientes” al título de “iglesia fundada por Jesucristo” (iglesia católica, diversas ramas de las iglesias ortodoxas, iglesias reformadas) y se ve cómo la única que realiza en plenitud sustancial las cuatro notas es la Iglesia Católica.
La tercera es la vía llamada por algunos “de la trascendencia” y por otros “vía empírica o analítica”. Parte del hecho de la Iglesia (católica), de su actividad y de su acción, tal cual se presenta directamente a todo hombre y el punto clave de este método es la demostración de que en la realidad histórica de la Iglesia se puede constatar la “intervención inmediata de Dios”. Este método se basa en último término en el milagro (el milagro presente en la vida actual de la Iglesia), de modo particular en:
- la admirable propagación de la Iglesia a pesar de las dificultades, persecuciones y obstáculos;
- la milagrosa unidad católica;
- la invicta estabilidad;
- la eximia santidad y fecundidad de los santos.
Evidentemente, la exposición detallada de cualquiera de estas vías supone un desarrollo que excede las dimensiones de este breve artículo. Por eso sugiero la lectura de alguno de los clásicos estudios de apologética católica que cito a continuación.
Autor:
Papa Francisco
«Se llenaron todos de Espíritu Santo» (Hch 2, 4).
Tomado de la homilía del Papa Francisco de Pentecostés 2014
El Espíritu Santo nos enseña: es el Maestro interior. Nos guía por el justo camino, a través de las situaciones de la vida. Él nos enseña el camino, el sendero. En los primeros tiempos de la Iglesia, al cristianismo se le llamaba «el camino» (cf. Hch 9, 2), y Jesús mismo es el camino. El Espíritu Santo nos enseña a seguirlo, a caminar siguiendo sus huellas. Más que un maestro de doctrina, el Espíritu Santo es un maestro de vida. Y de la vida forma parte ciertamente también el saber, el conocer, pero dentro del horizonte más amplio y armónico de la existencia cristiana.
El Espíritu Santo nos recuerda, nos recuerda todo lo que dijo Jesús. Es la memoria viviente de la Iglesia. Y mientras nos hace recordar, nos hace comprender las palabras del Señor.
Un cristiano sin memoria no es un verdadero cristiano: es un cristiano a mitad de camino, es un hombre o una mujer prisionero del momento, que no sabe tomar en consideración su historia, no sabe leerla y vivirla como historia de salvación. En cambio, con la ayuda del Espíritu Santo, podemos interpretar las inspiraciones interiores y los acontecimientos de la vida a la luz de las palabras de Jesús. Y así crece en nosotros la sabiduría de la memoria, la sabiduría del corazón, que es un don del Espíritu. Que el Espíritu Santo reavive en todos nosotros la memoria cristiana.
El Espíritu Santo nos enseña, nos recuerda, y —otro rasgo— nos hace hablar, con Dios y con los hombres. No hay cristianos mudos, mudos en el alma; no, no hay sitio para esto.
Pero hay algo más: el Espíritu Santo nos hace hablar también a los hombres en la profecía, es decir, haciéndonos «canales» humildes y dóciles de la Palabra de Dios. La profecía se realiza con franqueza, para mostrar abiertamente las contradicciones y las injusticias, pero siempre con mansedumbre e intención de construir. Llenos del Espíritu de amor, podemos ser signos e instrumentos de Dios que ama, sirve y dona la vida.
Recapitulando: el Espíritu Santo nos enseña el camino; nos recuerda y nos explica las palabras de Jesús; nos hace orar y decir Padre a Dios, nos hace hablar a los hombres en el diálogo fraterno y nos hace hablar en la profecía.
El día de Pentecostés, cuando los discípulos «se llenaron de Espíritu Santo», fue el bautismo de la Iglesia, que nace «en salida», en «partida» para anunciar a todos la Buena Noticia. La Madre Iglesia, que sale para servir. Recordemos a la otra Madre, a nuestra Madre que salió con prontitud, para servir. La Madre Iglesia y la Madre María: las dos vírgenes, las dos madres, las dos mujeres. Jesús había sido perentorio con los Apóstoles: no tenían que alejarse de Jerusalén antes de recibir de lo alto la fuerza del Espíritu Santo (cf. Hch 1, 4.8). Sin Él no hay misión, no hay evangelización. Por ello, con toda la Iglesia, con nuestra Madre Iglesia católica invocamos: ¡Ven, Espíritu Santo!
El Espíritu Santo nos enseña, nos recuerda y nos hace hablar: el Papa en Pentecostés
(RV).- “Un cristiano sin memoria no es un verdadero cristiano: es un hombre o una mujer prisionero del momento, que no sabe atesorar su historia, no sabe leerla y vivirla como historia de salvación. En cambio, con la ayuda del Espíritu Santo, podemos interpretar las inspiraciones interiores y los acontecimientos de la vida a la luz de las palabras de Jesús”.
Son palabras de la homilía del Santo Padre Francisco, en la Santa Misa que presidió esta mañana, en la solemnidad de Pentecostés, en la Basílica Vaticana.
El Papa explicó el sentido profundo de aquella efusión extraordinaria, que significó el descendimiento del Espíritu Santo sobre los discípulos reunidos en el Cenáculo. Una efusión, que no permaneció única y limitada a aquel momento, sino que es un evento que se renueva y sigue repitiéndose. Cristo, glorificado, continúa realizando su promesa, enviando sobre la Iglesia el don del Padre en Espíritu Santo.
Francisco subrayó que el Espíritu Santo nos enseña el camino; nos recuerda y nos explica las palabras de Jesús; nos hace orar y decir Padre a Dios, nos hace hablar a los hombres en el diálogo fraterno y en la profecía.
(ER RV)
Texto completo de la homilía en italiano del Santo Padre Francisco
«Todos quedaron llenos del Espíritu Santo» (Hch 2, 4).
Hablando a los Apóstoles en la Última Cena, Jesús les dijo que, luego de su partida de este mundo, les enviaría el don del Padre, o sea el Espíritu Santo (cfr. Jn 15,26). Esta promesa se realiza con potencia en el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo desciende sobre los discípulos reunidos en el Cenáculo. Aquella efusión, si bien extraordinaria, no permaneció única y limitada a aquel momento, sino que es un evento que se ha renovado y se renueva todavía. Cristo glorificado a la derecha del Padre continúa realizando su promesa, enviando sobre la Iglesia el Espíritu vivificante, que nos enseña, nos recuerda, nos hace hablar.
El Espíritu Santo nos enseña: es el Maestro interior. Nos guía por el camino justo, a través de las situaciones de la vida. Él nos enseña el camino. En los primeros tiempos de la Iglesia, el Cristianismo era llamado “el Camino” (cfr.Hch 9,2), y el mismo Jesús es el Camino. El Espíritu Santo nos enseña a seguirlo, a caminar sobre sus huellas. Más que un maestro de doctrina, el Espíritu es un maestro de vida. Y ciertamente de la vida forma parte también el saber, el conocer, pero dentro del horizonte más amplio y armónico de la existencia cristiana.
El Espíritu Santo nos recuerda todo aquello que Jesús ha dicho. Es la memoria viviente de la Iglesia. Y mientras nos hace recordar, nos hace entender las palabras del Señor.
Este recordar en el Espíritu y gracias al Espíritu no se reduce a un hecho mnemónico, es un aspecto esencial de la presencia de Cristo en nosotros y en su Iglesia. El Espíritu de verdad y de caridad nos recuerda todo aquello que Cristo ha dicho, nos hace entrar cada vez más plenamente en el sentido de sus palabras. Todos nosotros tenemos esta experiencia. En un momento, en una situación, nos viene una idea y esto se une, se relaciona con una parte de la Escritura. Ese es el camino de la memoria viviente de la Iglesia. Esto requiere de nosotros una respuesta: mientras más generosa es nuestra respuesta, en nosotros se transforman más en vida las palabras de Jesús, volviéndose actitudes, elecciones, gestos, testimonio. En esencia, el Espíritu nos recuerda el mandamiento del amor, y nos llama a vivirlo.
Un cristiano sin memoria no es un verdadero cristiano: es un cristiano a mitad de camino es un hombre o una mujer prisionero del momento, que no sabe atesorar su historia, no sabe leerla y vivirla como una historia de salvación. En cambio, con la ayuda del Espíritu Santo, podemos interpretar las inspiraciones interiores y los acontecimientos de la vida a la luz de las palabras de Jesús. Y así crece en nosotros la sabiduría de la memoria, la sabiduría del corazón, que es un don del Espíritu. ¡Que el Espíritu Santo reviva en todos nosotros la memoria cristiana!
En aquel día con los Apóstoles, estaba la Mujer de la memoria. Que desde el inicio meditaba todas esas cosas en su corazón. Pidamos a su Madre que nos ayude en este camino de la memoria.
El Espíritu Santo nos enseña, nos recuerda y, otro aspecto, nos hace hablar, con Dios y con los hombres. ¡No hay cristianos mudos, eh! No hay lugar para ellos. Nos hace hablar con Dios en la oración. La oración es un don que recibimos gratuitamente; es diálogo con Él en el Espíritu Santo, que ora en nosotros y nos permite dirigirnos a Dios llamándolo Padre, Papá, Abba (cfr.Rm 8,15; Gal 4,4); y ésta no es solamente una “forma de decir”, sino que es la realidad, nosotros somos realmente hijos de Dios. «Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios» (Rm 8,14).
Nos hace hablar en el acto de fe. Nadie puede decir Jesús es el Señor – lo hemos escuchado hoy – sin el Espíritu Santo.
Y el Espíritu nos hace hablar con los hombres en el diálogo fraterno. Nos ayuda a hablar con los demás reconociendo en ellos a hermanos y hermanas; a hablar con amistad, con ternura, comprendiendo las angustias, las esperanzas, las tristezas y las alegrías de los demás.
Pero hay más: el Espíritu Santo nos hace también hablar a los hombres en la profecía, o sea haciéndonos “canales”, humildes y dóciles, de la Palabra de Dios. La profecía es hecha con franqueza para mostrar abiertamente las contradicciones y las injusticias, pero siempre con docilidad e intención constructiva. Penetrados por el Espíritu de amor, podemos ser signos e instrumentos de Dios que ama, que sirve, que dona la vida.
Resumiendo: el Espíritu Santo nos enseña el camino; nos recuerda y nos explica las palabras de Jesús; nos hace orar y decir Padre a Dios, nos hace hablar a los hombres en el diálogo fraterno y en la profecía.
El día de Pentecostés, cuando los discípulos «quedaron llenos del Espíritu Santo», fue el bautismo de la Iglesia, que nació “en salida”, en “partida” para anunciar a todos la Buena Noticia. Jesús fue perentorio con los Apóstoles: recordemos a nuestra Madre, que partió rápidamente. La Madre Iglesia y la Madre María. Las dos vírgenes, las dos Madres, las dos mujeres.
Jesús fue perentorio con los Apóstoles, no debían alejarse de Jerusalén antes de haber recibido desde lo alto la fuerza del Espíritu Santo (cfr. Hch 1,4.8). Sin Él no existe la misión, no existe la evangelización.
Por esto con toda la Iglesia, con nuestra Madre Iglesia, toda, invocamos: ¡Ven, Santo Espíritu!