“Amaos los unos a los otros, como yo os he amado.”

No perder la identidad

Jesús se está despidiendo de sus discípulos. Dentro de muy poco, ya no lo tendrán con ellos. Jesús les habla con ternura especial: «Hijitos míos, me queda poco de estar con vosotros». La comunidad es pequeña y frágil. Acaba de nacer. Los discípulos son como niños pequeños. ¿Qué será de ellos si se quedan sin el Maestro?

Jesús les hace un regalo: «Os doy un mandato nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado». Si se quieren mutuamente con el amor con que Jesús los ha querido, no dejarán de sentirlo vivo en medio de ellos. El amor que han recibido de Jesús seguirá difundiéndose entre los suyos.

Por eso, Jesús añade: «La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros». Lo que permitirá descubrir que una comunidad que se dice cristiana es realmente de Jesús, no será la confesión de una doctrina, ni la observancia de unos ritos, ni el cumplimiento de una disciplina, sino el amor vivido con el espíritu de Jesús. En ese amor está su identidad.

Vivimos en una sociedad donde se ha ido imponiendo la «cultura del intercambio». Las personas se intercambian objetos, servicios y prestaciones. Con frecuencia, se intercambian además sentimientos, cuerpos y hasta amistad. Eric Fromm llegó a decir que «el amor es un fenómeno marginal en la sociedad contemporánea». La gente capaz de amar es una excepción.

Probablemente sea un análisis excesivamente pesimista, pero lo cierto es que, para vivir hoy el amor cristiano, es necesario resistirse a la atmósfera que envuelve a la sociedad actual. No es posible vivir un amor inspirado por Jesús sin distanciarse del estilo de relaciones e intercambios interesados que predomina con frecuencia entre nosotros.

Si la Iglesia «se está diluyendo» en medio de la sociedad contemporánea no es solo por la crisis profunda de las instituciones religiosas. En el caso del cristianismo es, también, porque muchas veces no es fácil ver en nuestras comunidades discípulos y discípulas de Jesús que se distingan por su capacidad de amar como amaba él. Nos falta el distintivo cristiano.

Los cristianos hemos hablado mucho del amor. Sin embargo, no siempre hemos acertado o nos hemos atrevido a darle su verdadero contenido a partir del espíritu y de las actitudes concretas de Jesús. Nos falta aprender que él vivió el amor como un comportamiento activo y creador que lo llevaba a una actitud de servicio y de lucha contra todo lo que deshumaniza y hace sufrir el ser humano.

V DOMINGO DE PASCUA
(Act 14, 21b-27; Sal 144; Ap 21, 1-5ª; Jn 13, 31-33a. 34-35)
LA SEÑAL DE LOS CRISTIANOS

No somos tan ingenuos como para pensar que por ser cristianos tenemos un solo corazón y una sola alma, ni mitificamos la debilidad humana, como si no supiéramos que, a pesar del mandamiento nuevo, que nos dejó Jesús en la noche de Última Cena, el amor mutuo sigue siendo en muchos cristianos un proyecto, un deseo y un combate.

Sin embargo, a pesar de la debilidad personal, del egoísmo innato, de la percepción íntima de la conciencia, en la que aparecen la envidia, los celos, la rivalidad, las palabras de Jesús son para muchos motivo de entrega y horizonte de sentido.

El mandamiento del amor mutuo, que nos dio Jesús, sigue siendo nuevo: “La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros” (Jn 13, 35). Hay muchos cristianos que en medio de una cultura del descarte son signos luminosos. En medio de la corrupción, de la guerra, entre los deportados, y entre todos los marginados, quizá de manera silenciosa y anónima, como fermento en la masa, permanece el amor, que supera ideologías, razas y religiones…

Desde el conocimiento inmediato de la presencia cristiana en Oriente Medio que hemos tenido, podemos, sin duda, sentir lo mismo que los primeros discípulos compartieron al llegar a Jerusalén: “Reunieron a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe” (Act 14, 27).

Puede parecer un optimismo exagerado, como si no oyéramos las noticias, y viviéramos de espaldas a la realidad social, económica, política, que en tantos casos hace muy difícil la convivencia. Sin embargo, Jesucristo nos ha regalado la mediación de la Iglesia, donde podemos participar de la vida misma del Resucitado, y sentir su acompañamiento.

El vidente del Apocalipsis nos llega a presentar a la Iglesia como recinto de paz, de alegría, de banquete: “Esta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos y será su Dios” (Ap 21, 4). Es verdad que la visión tiene un carácter de profecía, de anticipo de lo que esperamos, pero ya aquí se puede vislumbrar, gracias al amor fraterno, desinteresado, que se mantiene hasta con riesgo de la propia vida, que muchos creyentes viven la belleza de la comunión, de la hospitalidad, de la entrega generosa.

Cada uno, en su pequeña parcela, puede convertirse en parábola de belleza, de amor, de verdad. La honestidad, la honradez, la sencillez de vida, el servicio a los más pobres, la opción de salir de uno mismo está entre nosotros en la vida de muchos cristianos, testigos de la Pascua del Señor, razón de entonar un himno de bendición y de agradecimiento a Dios por los testigos del amor más grande.

Homilía para el Quinto Domingo de Pascua - C
Hch 14, 21-27; Ap 21, 1-5; Jn 13, 31-33.34-35

NEXO ENTRE LAS LECTURAS
La Iglesia nace de la Pascua. En este domingo los textos litúrgicos pueden concentrarse en torno al tema de la Iglesia. Ante todo, en el Evangelio se nos ofrece la caridad como sustancia de la Iglesia: "En eso conocerán que sois mis discípulos". Esta Iglesia, amor y comunión, se realiza históricamente en las pequeñas comunidades de los orígenes cristianos, por ejemplo, en las comunidades fundadas por Pablo y Bernabé durante su primer viaje misionero (primera lectura). Esta Iglesia histórica es reflejo, a la vez que impulso, hacia la Iglesia eterna, morada definitiva y sin término de Dios entre los hombres (segunda lectura).

MENSAJE DOCTRINAL
1. La caridad, sustancia de la Iglesia. En esto conocerán que sois mis discípulos: "si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13,35). Al decir discípulos no se refiere a cada uno individualmente, sino en cuanto comunidad de los que siguen a Jesús y sus enseñanzas, es decir, en cuanto Iglesia. Jesús, en esta hora suprema en que nos deja Su Testamento antes de morir, no dice: "Conocerán que sois mis discípulos, si vivís pobres o si sois obedientes, si habéis aprendido bien todas mis enseñanzas o si sois capaces de predicar mi Evangelio". Son todas cosas necesarias, pero no coinciden con la sustancia, con la quintaesencia de la Iglesia. Ésta es solamente la caridad. Por eso, podría definirse a la Iglesia como "la comunidad de los que se aman, como Cristo los ha amado". Cristo nos ha amado hasta dar su vida para que nosotros tengamos vida. Cristo nos ha amado hasta hacernos partícipes del mismo amor que existe entre el Padre y el Hijo. Cristo nos ha amado hasta hacerse esclavo y lavar los pies a los suyos, para que conociésemos bien que el amor, la autoridad entre sus discípulos, es fundamentalmente servicio. Si por encima de la caridad, o peor todavía, al margen de ella, se ponen otros valores en la vida diaria de la Iglesia, habrá que concluir que no estamos tocando el corazón de la Iglesia.

2. Una Iglesia en la historia. Después de Pentecostés los discípulos comenzaron a fundar las primeras comunidades cristianas en Jerusalén, la Iglesia-Madre, en Samaria, en las ciudades de la costa mediterránea de Palestina, en Damasco, Antioquía...y con Pablo y Bernabé en la zona meridional de la provincia romana de Asia (actual Turquía). La Iglesia-Caridad comienza a encarnarse en pequeñas comunidades de hombres y mujeres, judíos y gentiles, de razas y costumbres diversas, pero unidos por la fe y el amor a Jesucristo. Esta encarnación histórica de la Iglesia-Caridad comporta ciertos requisitos, algunos de los cuales encontramos en la segunda lectura: la necesidad de la tribulación por el hecho mismo de vivir entre otros que no son cristianos; la necesidad de ser confortados y animados en la vivencia de la fe y de la vida cristiana; la designación de presbíteros para la buena marcha de la comunidad; la oración y el ayuno, como dos apoyos importantes de la caridad.

Implica además la alegría de compartir con otras comunidades, en este caso, con la comunidad de Antioquía, las maravillas obradas por Dios a lo largo del viaje misionero de Pablo y Bernabé por el Sur de la provincia de Asia. Estos aspectos, entre otros, hablan de una Iglesia viva, presente y encarnada en las circunstancias históricas.

3. La Iglesia en su eterno destino. De esta Iglesia espléndida y luminosa, en plenitud de perfección divina y humana, nos habla la segunda lectura, tomada del Apocalipsis. El autor imagina a la Iglesia como una ciudad, la nueva Jerusalén, la morada de Dios con los hombres (21,3). Una Iglesia, por ello, visitada y habitada por la felicidad más plena, una Iglesia siempre joven y llena de vida. Una Iglesia franca, sin fronteras, con los brazos abiertos acogiendo a todos. Esta Iglesia, tan hermosa y magnífica en su destino, tiene un reflejo, aunque pálido, en la Iglesia histórica, en las iglesias fundadas por los primeros apóstoles, en las iglesias en que hoy se encarna el amor y la fe de los cristianos.

SUGERENCIAS PASTORALES
1. El verdadero rostro de la Iglesia. ¿Qué es lo que hace brillar ante los hombres el verdadero rostro de la Iglesia, un rostro bello y atractivo? Indudablemente la caridad. La Iglesia docente es necesaria, insustituible, e inseparable de la Ecclesia amans, pero a los ojos de los hombres, incluso de los mismos cristianos, no es el rostro más atractivo. La Iglesia que celebra los sacramentos es importantísima, y un modo aptísimo de expresar el amor de la Iglesia a sus hijos en diversas situaciones y circunstancias de la vida, pero tampoco es el rostro que más seduce a los cristianos, menos todavía a los que no lo son (Se sabe la desafección que ha habido y continúa habiendo hacia los sacramentos).

Tampoco el rostro más genuino de la Iglesia nos lo ofrecen sus instituciones, a veces tan criticadas -con frecuencia de modo injusto y desleal- por nuestros contemporáneos. El verdadero rostro de la Iglesia nos lo da la Iglesia-Caridad, comunión, la Iglesia que realmente ama y se dedica a comunicar amor mediante todos y cada uno de sus hijos. Todos conocemos el canto que dice: "Donde hay caridad y amor, ahí está Dios", frase que podría parafrasearse de otra manera: "Donde hay caridad y amor, ahí está la Iglesia". Esa caridad que en Dios tiene su manantial y en Dios termina su recorrido de amor por las vidas de los hombres. Dios, alfa y omega de la caridad, entre estos dos extremos del vocabulario griego, se hallan todas las demás consonantes y vocales con las cuales expresar de todo corazón nuestro amor al prójimo. No desliguemos jamás la caridad de la fe, del dogma, de la liturgia, de las instituciones, pero que el rostro más bello, genuino y verdadero, que cada uno de nosotros ofrezca a la Iglesia, sea el rostro de la caridad verdadera y del amor sincero. Recordemos lo que san Pablo dice en el himno a la caridad: "Si no tengo caridad, nada soy".

2. Mi parroquia es también la Iglesia. El fenómeno de la globalización puede ayudarnos a captar mejor la universalidad de la Iglesia y, por consiguiente, de la caridad cristiana. El campanilismo, es decir, ese encerrarse en la propia parroquia, en la propia diócesis, cortando a la mirada cualquier horizonte abierto hacia otras parroquias, otras diócesis, y toda la Iglesia en los diversos continentes, ha de ser rechazado por un corazón auténticamente cristiano. Ciertamente que he de amar y ejercitar la caridad sobre los miembros de mi familia, de mi barrio, de mi parroquia, etc. Pero, ¿no está siendo verdad que el mundo entero está comenzando a ser nuestra parroquia, y, por tanto, el lugar para la expresión de nuestra caridad? Un ejemplo concreto de la globalización del amor lo dieron muchas familias cristianas, y muchas parroquias, de toda Italia, pero especialmente de Roma, durante la Jornada mundial de la juventud, acogiendo a tantos jóvenes venidos de todas partes del mundo. ¿Qué puedo hacer para expresar, desde mi parroquia y en mi parroquia, el amor a toda la Iglesia

La novedad de este mandamiento
Juan 13, 31-35. Domingo V de Pascua C. El mandamiento que Cristo nos dejó es un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros, como yo os he amado.

Oración introductoria
Señor, soy privilegiado al poder tener este rato de oración contigo. Consciente de mis fallas, confío en tu misericordia y en tu amor. Te ofrezco mi mente abierta y dispuesta a escuchar lo que hoy me quieres decir, para que así se encienda en mí el fuego de tu amor divino y pueda amar a los demás como Tú me has amado.

Petición
Jesús, concédeme amarte con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas.

Meditación del Papa
Meditad la Palabra de Dios. Descubrid el interés y la actualidad del Evangelio. Orad. La oración, los sacramentos, son los medios seguros y eficaces para ser cristianos y vivir "arraigados y edificados en Cristo, afianzados en la fe". El Año de la fe será una ocasión para descubrir el tesoro de la fe recibida en el bautismo. Podéis profundizar en su contenido estudiando el Catecismo, para que vuestra fe sea viva y vivida. Entonces os haréis testigos del amor de Cristo para los demás. En él, todos los hombres son nuestros hermanos. La fraternidad universal inaugurada por él en la cruz reviste de una luz resplandeciente y exigente la revolución del amor. "Amaos unos a otros como yo os he amado". En esto reside el testamento de Jesús y el signo del cristiano. Aquí está la verdadera revolución del amor. Por tanto, Cristo os invita a hacer como Él, a acoger sin reservas al otro, aunque pertenezca a otra cultura, religión o país. Hacerle sitio, respetarlo, ser bueno con él, nos hace siempre más ricos en humanidad y fuertes en la paz del Señor. (Benedicto XVI, 15 de septiembre de 2012).

Sólo seremos de verdad bienaventurados, felices, cuando entremos en la lógica divina del don, del amor gratuito, si descubrimos que Dios nos ha amado infinitamente para hacernos capaces de amar como Él, sin medida. Como dice San Juan: «Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. (Homilía de S.S. Francisco, 28 de septiembre de 2015).

Reflexión
Muchas veces he escuchado decir que el mandamiento que Cristo nos dejó en la Última Cena es "nuevo" porque está todavía sin estrenar, y que si los cristianos y la gente de buena voluntad realmente lo viviéramos, el mundo sería mucho mejor, más humano y feliz.

Es verdad. Pero tampoco seamos tan pesimistas y digamos que "está todavía sin estrenar". Gracias a Dios, hay muchos buenos cristianos que viven el mandamiento de la caridad y, gracias a ellos, el mundo no es más cínico y cruel de lo que ya es. Gracias a los santos y al testimonio de tantos hombres y mujeres, todavía podemos vivir en este mundo con alegría y esperanza: ¡porque aún existe el amor!

Y tenemos tantísimos ejemplos de esta gran verdad. Lo que pasa es que la gente buena no hace noticia. Sólo los escándalos, las guerras, las injusticias y el mal encuentran eco en la prensa y en los medios masivos de comunicación, salvo muy raras excepciones. Nos gusta leer chismes y noticias "amarillistas". Pero no olvidemos que existen legiones enteras de cristianos que se dedican a sembrar el bien y a repartir amor por doquier sin esperar ninguna recompensa. ¡Gracias al cielo!

¿Qué sería del mundo sin las hijas de la caridad de la Madre Teresa de Calcuta? ¿O sin tantas almas buenas que se pasan la vida entera sirviendo a los pobres, a los enfermos, a los huérfanos, a los marginados y a los moribundos en todos los rincones del planeta: en los hospitales, en las cárceles, en los asilos, en las barricadas, en los campos de refugiados, en las escuelas y en las parroquias, lo mismo de las grandes metrópolis de Occidente que de las tierras de misión y los suburbios del tercer mundo?

Recordemos hoy el maravilloso testimonio de tantos sacerdotes, misioneros, religiosos, religiosas y laicos del pueblo de Dios que se desviven por ayudar a aquellos que no son nada a los ojos del mundo y de la sociedad opulenta, egoísta y utilitarista del siglo XXI.

¡Tenemos muchos santos en nuestra Iglesia Católica, de todas las épocas de la historia, que han sido verdaderos mártires de la caridad cristiana! Por citar sólo algunos nombres conocidos, allí están Francisco y Clara de Asís, Juan de Dios, Vicente Ferrer, Francisco de Sales, Juana de Chantal, Vicente de Paúl, Camilo de Lelis, Isabel de Hungría, Don Bosco, Maximiliano María Kolbe, el Padre Damián, Charles de Foucald y tantísimos otros hombres y mujeres cuya lista sería interminable... San Felipe Neri, fundador del Oratorio, se dedicaba a educar en la fe a niños y adolescentes pobres que recogía de la calle y los llevaba a su casa o a la parroquia para atenderlos en sus necesidades materiales. Pero tenía que hacer con frecuencia diversos recorridos por la ciudad para pedir limosna y poder proveer a sus muchachos del alimento necesario. En una ocasión, recibió una agria negativa de parte de un señor muy rico. Como el santo sabía que ese hombre poseía bastantes riquezas, insistió y volvió a tocar la puerta de la casa. El señor salió molesto y furioso, lo insultó y lo escupió en la cara. San Felipe, sin inmutarse, se limpió el rostro y le dijo: "Bien, eso ha sido para mí. Y qué me va a dar para mis muchachos?"

Aquí tenemos otro ejemplo de lo que es la auténtica caridad cristiana, que sabe servir, ayudar al necesitado, perdonar las ofensas y seguir amando, sin guardar odios ni resentimientos. Porque la caridad que Cristo nos enseñó es hacer el bien sin esperar recompensa. Así tendremos un gran premio en el cielo y seremos hijos de nuestro Padre celestial, que es bueno con todos, también con los malos y los ingratos.

Se cuenta una bella historia de san Hugo, obispo de Grenoble. Se retiraba de vez en cuando a la Cartuja Mayor para vivir, bajo la guía de san Bruno, como un religioso más. En cierta ocasión le tocó ser compañero de celda de un monje llamado Guillermo -es costumbre, como se sabe, que los cartujos vivan de dos en dos en cada habitación-. Pues fray Guillermo se quejó amargamente del obispo ante san Bruno. )Cuál fue su queja? Que, con gran pesar suyo, el santo obispo realizaba las faenas má s humildes y penosas, y se portaba no como compañero, sino como criado, prestándole los servicios más bajos. Por ello, rogó instantemente a san Bruno que moderara aquella humildad y solicitud del santo obispo y diera orden de que las labores humildes de la celda fuesen compartidas igualmente por los dos. San Hugo, a su vez, suplicaba también con insistencia a san Bruno que le permitiera satisfacer su devoción y entregarse con solicitud al servicio de su hermano. Tales son las contiendas de los santos.

Nuestro Señor nos dijo que la caridad sería la señal con la que nos distinguirían que somos realmente sus discípulos. ¿A cuántos de nosotros se nos distingue, efectivamente, por la práctica de esta virtud?

Y es que la caridad es como el resumen y la culminación de muchísimas otras virtudes. No en vano nuestro Señor la llamó "su mandamiento nuevo", la plenitud de la Ley, el primero y el más grande de todos los mandamientos, hasta el punto de equipararla con el amor a Dios, ya que, como nos recuerda san Juan: "Si uno dice amar a Dios, pero aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios, a quien no ve" (I Jn 4, 20). Y Jesús nos dijo que lo que hiciéramos a uno de éstos, sus humildes hermanos, lo habríamos hecho a Él en persona. (Mt 25, 40).

San Pablo, por su parte, nos recuerda que "la caridad es paciente, es benigna, no es envidiosa, no es jactanciosa, no se hincha; no es descortés, no busca lo suyo, no se irrita, no piensa mal; no se alegra de la injusticia, se complace en la verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera… Ahora permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza, la caridad; pero la más excelente de ellas es la caridad" (I Cor 13, 4-7.13).

La caridad es perdón, es comprensión, es bondad de corazón; es incapaz de negar nada y está siempre atenta para prestar un servicio a los demás. La caridad no piensa mal, no habla mal, no quiere mal a nadie, ni siquiera a nuestros enemigos o a los que nos ofenden y maltratan.

¡Qué hermosa virtud, pero cuánto heroísmo requiere en ocasiones, cuánta abnegación nos exige y cuánto olvido de nosotros mismos para ayudar a nuestros prójimos!

Propósito
Pidamos al Señor la gracia de asemejarnos cada día más a Él, amando a los demás como Él nos amó a nosotros hasta el punto de entregar su vida y derramar toda su sangre por nosotros. Si somos cristianos, procuremos vivir como Él vivió. En esto conocerán que somos discípulos suyos.


 

El Papa pidió la liberación de los "secuestrados" en Siria y en todo el mundo

"Volved a casa en pié, con la cabeza alta y vuestro carnet de indentidad cristiano en el corazón"

José Manuel Vidal, 24 de abril de 2016 a las 12:33

Son sus papa-boys, los chicos del Papa de la misericordia

(José M. Vidal).- Tras la solemne misa del Jubileo, el Papa entregó a un grupo de adolescentes, un crucifijo como señal de envío.Y les dijo: "Volved a casa, con la alegría de vuestra identidad cristiana. En pié, con la cabeza alta y vuestro carnet de indentidad cristino en vuestro corazón". Antes, recordó a los jóvenes beatificados ayer en Burgos, junto al sacerdote Valentín Palencia, asi como a los secuestrados "desde hace tanto tiempo en Siria", para los que pidió su rápida liberación.

Saludos antes del regina Coeli
"Mi pensamiento se dirige a vosotros, queridos muchachos y muchachas"
"Habéis venido para vivir momento de fe"
"Gracias por vuestra alegre testimonio"
"Seguid adelante con valentía"

"Ayer, en Burgos, España, se proclamaron beatos el sacerdote Valentín Palencia y cuatro jóvenes mártires, asesinados por su fe, durante la guerra civil española. Alabemos al Señor por estos testigos y supliquemos que, por su intercesión, libere al mundo de toda violencia"

"Preocupación por los secuestrados desde hace mucho tiempo en Siria. Que Dios toque el corazón de los secuestradores y liberen a nuestros hermanos. Os invito a todos a rezar por ellos, sin olvidar a las demás personas secuestradas en el mundo"

Y terminado el regina Coeli y la bendición, Francisco, después de hora y media de misa, se acercó a darse un baño de ternura con sus curas. Durante más de 20 minutos, abrazó, saludó, bromeó y se hizo selfies con los sacerdotes animadores de los chavales.

Después, se subió al papamóvil, para saludar de cerca a los chavales que llenan la Plaza de San Pedro. Son sus papa-boys, los chicos del Papa de la misericordia.



 Texto completo de las palabras del Papa antes del rezo del Regina Coeli:

Al final de esta celebración jubilar, mi pensamiento se dirige en particular a ustedes, queridos chicos y chicas. Han venido de Italia y de todo el mundo para vivir momentos de fe y de convivencia fraterna. Gracias por su alegre y bullicioso testimonio. ¡Vayan adelante con coraje!

Ayer, en Burgos (España), fueron proclamados beatos el sacerdote Valentín Palencia Marquina y sus cuatro compañeros mártires asesinados por su fe, durante la Guerra Civil española. Alabamos al Señor por estos testigos valientes suyos y por su intercesión le suplicamos que libere al mundo de toda violencia.

Siempre está viva en mí la preocupación por los hermanos obispos, sacerdotes y religiosos, católicos y ortodoxos, secuestrados desde hace mucho tiempo en Siria. Que Dios Misericordioso toque los corazones de los secuestradores, y conceda lo antes posible a nuestros hermanos y hermanas, que sean liberados y puedan regresar a sus comunidades. Por esto los invito a todos a rezar, sin olvidar a las otras personas secuestradas en el mundo.

Encomendamos todas nuestras aspiraciones y nuestras esperanzas a la intercesión de María, Madre de Misericordia.

“El amor es el único documento válido para ser discípulo de Jesús”, evitando falsos modelos, con amor concreto en su vida

El papa Francisco hizo su homilía en este domingo dedicado al Jubileo de los Adolescentes, ante una plaza llena de chicos y chicas de 13 a 16 años, invitándoles a seguir a Jesús, a entender la verdadera dimensión del amor y de la libertad, que no es egoísmo. Y a saber decir no a los falsos modelos que les proponen. Porque amar quiere decir dar, no sólo algo material, sino algo de uno mismo: el tiempo personal, la propia amistad, las propias capacidades. Y saber que el documento de identificación del cristiano es el amor mutuo y el estilo la práctica de las obras de misericordia.

A continuación el texto completo: “Queridos muchachos: Qué gran responsabilidad nos confía hoy el Señor. Nos dice que la gente conocerá a los discípulos de Jesús por cómo se aman entre ellos. En otras palabras, el amor es el documento de identidad del cristiano, es el único “documento” válido para ser reconocidos como discípulos de Jesús. Es el único documento válido. Si este documento caduca y no se renueva continuamente, dejamos de ser testigos del Maestro. Entonces les pregunto: ¿Quieren acoger la invitación de Jesús para ser sus discípulos?

¿Quieren ser sus amigos fieles? El amigo verdadero de Jesús se distingue principalmente por el amor concreto, no el amor en las nubes. El amor siempre es concreto, lo que habla de amor y no es concreto es telenovela, un romance. ¿Quieren vivir este amor que él nos entrega? ¿Quieren o no quieren? Entonces, frecuentemos su escuela, que es una escuela de vida para aprender a amar. Esto es un  trabajo de todos los días, aprender a amar. Ante todo, amar es bello, es el camino para ser felices. Pero no es fácil, es desafiante, supone esfuerzo. Por ejemplo, pensemos cuando recibimos un regalo: esto nos hace felices, pero para preparar ese regalo las personas generosas han dedicado tiempo y dedicación y, de ese modo regalándonos algo, nos han dado también algo de ellas mismas, algo de lo que han sabido privarse. Pensemos también al regalo que vuestros padres y animadores les han hecho, al dejarles venir a Roma para este Jubileo dedicado a vosotros. Han programado, organizado, preparado todo para vosotros, y esto les daba alegría, aun cuando hayan renunciado a un viaje para ellos. Esto es lo concreto del amor. 

En efecto, amar quiere decir dar, no sólo algo material, sino algo de uno mismo: el tiempo personal, la propia amistad, las propias capacidades. Miremos al Señor, que es invencible en generosidad. Recibimos de él muchos dones, y cada día tendríamos que darle gracias. Quisiera preguntarles: ¿Dan gracias al Señor todos los días? Aun cuando nos olvidamos, él no se olvida de hacernos cada día un regalo especial. No es un regalo material para tener entre las manos y usar, sino un don más grande para la vida. Nos regala, ¿qué nos regala?, nos regala su amistad fiel, el Señor es siempre un amigo que no la retirará jamás. Aunque  lo decepciones y te alejes de Él, Jesús sigue amándote y estando contigo, creyendo en ti más de lo que tú crees en ti mismo. Y esto es muy importante. Porque la amenaza principal, que impide crecer bien, es cuando no le importas a nadie. Es triste esto. Cuando te sientes marginado. En cambio, el Señor está siempre junto a ti y está contento de estar contigo. Como hizo con sus discípulos jóvenes, te mira a los ojos y te llama para seguirlo, para «remar mar a dentro» y «echar las redes» confiando en su palabra; es decir, poner en juego tus talentos en la vida, junto a él, sin miedo. Jesús te espera pacientemente, espera una respuesta, aguarda tu ‘sí’.

Queridos chicos y chicas, a la edad vuestra surge de una manera nueva el deseo de afeccionarse y de recibir afecto. Si van a la escuela del Señor, les enseñará a hacer más hermosos también el afecto y la ternura. Les pondrá en el corazón una intención buena, esa de amar sin poseer: amar sin poseer, de amar a las personas sin desearlas como algo propio, sino dejándolas libres. Porque el amor es libre, no existe amor si no es libre. Esa libertad que el Señor nos deja cuando nos ama. Él está siempre cerca de nosotros. Existe siempre la tentación de contaminar el afecto con la pretensión instintiva de tomar, de poseer aquello que me gusta. Y esto es egoísmo. Y también la cultura consumista refuerza esta tendencia. Pero cualquier cosa, cuando se exprime demasiado, se desgasta, se estropea; después uno se queda  decepcionado y con el vacío adentro. Si escuchas la voz del Señor, te revelará el secreto de la ternura: interesarse por otra persona. Quiere decir respetarla, protegerla, esperarla. Y esto es lo concreto de la ternura y del amor. En estos años de juventud ustedes perciben también un gran deseo de libertad. Muchos les dirán que ser libres significa hacer lo que se quiera. Pero a esto es necesario saber decir no. Si tu no sabes decir no, no eres libre, libre es quien sabe decir sí y sabe decir no. La libertad no es poder hacer siempre lo que se quiere: esto nos vuelve cerrados, distantes y nos impide ser amigos abiertos y sinceros; no es verdad que cuando estoy bien todo vaya bien. No, no es verdad.

En cambio, la libertad es el don de poder elegir el bien. Esto es libertad, es libre quien elige el bien, quien busca aquello que agrada a Dios, aun cuando sea fatigoso. No es fácil. Pero creo que ustedes no tienen miedo de las fatigas, son valientes, son valientes. Sólo con decisiones valientes y fuertes se realizan los sueños más grandes, esos por los que vale la pena dar la vida. Decisiones valientes y fuertes. No se acontenten con la mediocridad, con “ir tirando”, estando cómodos y sentados; no confíen en quien les distrae de la verdadera riqueza, que son ustedes, cuando les digan que la vida es bonita sólo si se tienen muchas cosas; desconfíen de quien quiera hacerles creer que son valiosos cuando los hacen pasar por fuertes, como los héroes de las películas, o cuando llevan vestidos a la última moda. Vuestra felicidad no tiene precio y no se negocia; no es un “app” que se descarga en el teléfono móvil: ni siquiera la versión más reciente podrá ayudaros a ser libres y grandes en el amor. La libertad es otra cosa. Porque el amor es el don libre de quien tiene el corazón abierto; el amor es una responsabilidad bella que dura toda la vida; es el compromiso cotidiano de quien sabe realizar grandes sueños. Pobres los jóvenes que no saben, no osan soñar. Si un joven a vuestra edad no sabe soñar ya está jubilado. No sirve. El amor se alimenta de confianza, de respeto y de perdón.

El amor no surge porque hablemos de él, sino cuando se vive; no es una poesía bonita para aprender de memoria, sino una opción de vida que se ha de poner en práctica. ¿Cómo podemos crecer en el amor? El secreto está en el Señor: Jesús se nos da a sí mismo en la Santa Misa, nos ofrece el perdón y la paz en la Confesión. Allí aprendemos a acoger su amor, hacerlo nuestro y a difundirlo en el mundo. Y cuando amar parece algo arduo, cuando es difícil decir no a lo que es falso, miren a la cruz del Señor, abrácenla y no se suelten de su mano, que les lleva hacia lo alto y levántense cuando se caen.

En la vida siempre se cae porque somos pecadores, somos débiles. Pero está la mano de Jesús que nos levanta cuando nos caemos. Jesús nos quiere de pié. Esa palabra hermosa que Jesús le decía a los paralíticos: ‘levántate’. Dios nos creó para estar de pié. Hay una llinda canción de los alpinos cuando escalan que dice: ‘En el arte de subir lo importante no es no caer, sino no permanecer caídos”. Debemos, tener el coraje de levantarnos, de dejarnos levantar por la mano de Jesús y esta mano viene muchas veces de la mano del amigo, de los papás, de quienes nos acompañan en la vida, el mismo Jesús también está allí. Levántense, Jesús los quiere de pie, siempre de pié. Sé que son capaces de grandes gestos de amistad y bondad. Están llamados a construir así el futuro: junto con los otros y por los otros, pero jamás contra alguien. No se construye contra, esto se llama destrucción. Harán cosas maravillosas si se preparan bien ya desde ahora, viviendo plenamente vuestra edad, tan rica de dones, y no temiendo al cansancio.

Hagan como los campeones del mundo del deporte, que logran llegar a las metas altas entrenándose todos los días con humildad y duramente. Que vuestro programa cotidiano sean las obras de misericordia. Entrénense con entusiasmo en ellas para ser campeones de vida, campeones de amor. Así serán conocidos como discípulos de Jesús. Así tendrán el documento de identificación de los cristianos y les aseguro que vuestra alegría será plena.

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