«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación»

Evangelio según San Marcos 16,15-20. 

Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación." El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. nY estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán". Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban. 

Fiesta de san Marcos, evangelista

Evangelista San Marcos  
El ilustre predicador Bossuet refiriéndose a lo bien que supo sintetizar la doctrina de Jesús predicada por San Pedro llamó a nuestro Santo «el más divino de los compendiadores». Lo que sabemos de Juan Marcos se resume a cuanto el libro de San Lucas nos dice de él y la rica tradición de los primeros historiadores que gozan de gran autoridad.-    

Su madre se llamaba María. La vez primera que hablan los Hechos de él es el Cáp. 12 (12-16) cuando relatan la salida milagrosa de San Pedro de la cárcel por obra del ángel que le abre las puertas y se dirige «a casa de María, madre de Juan, por sobrenombre Marcos, donde muchos hermanos se hallan congregados en oración».    Es fácil que la Casa de María fuera una de tantas, que -a partir de la famosa predicación de San Pedro en que se convirtieron más de tres mil a la fe de Jesucristo-, habría en Jerusalén y donde se reunirían los cristianos para hacer la oración, celebrar la Eucaristía y distribuir los bienes a los necesitados...    Por ello la casa de Juan Marcos era bien conocida por Pedro. Éste se lo llevará consigo cuando pase algún tiempo. Quizá era un niño o jovencillo cuando Jesús fue condenado a muerte. Dice su Evangelio que cuando Jesús fue apresado en el Huerto de los Olivos le seguía un joven envuelto en una sábana para curiosear a ver en qué paraba todo aquello. Era verosímil que este joven fuera el mismo Juan Marcos.    

Es fácil que también Jesús tuviera estrecha amistad con los padres de Juan Marcos y que éste escuchara en muchas ocasiones los discursos de Jesús. Uno de los primeros bautizados por San Pedro fue Juan Marcos. El que era un niño el año 30, por el 44 ya era todo un hombre y decidió marcharse con su primo José Bernabé hacia la ciudad de Orontes. Juan Marcos acompañó a Pablo y Bernabé en sus correrías apostólicas por Chipre y otras ciudades.    Quizá añoraba su patria chica, es posible que fuera una realidad lo que San Pablo dirá que ha padecido «peligros de los ladrones», «peligros de los caminos», «peligros de la soledad»... Lo cierto es que abandonó a sus amigos y volvió a Jerusalén. Aquí pasó diez o doce años al lado de Pedro ayudándole en sus correrías y haciendo de «intérprete y consejero». El Señor Jesús no escribió ni mandó a los Apóstoles que escribieran.    Parece ser que lo que interesaba era la predicación oral. Pero la memoria es flaca y alguien pensó en tener algunos apuntes de cuanto Pedro predicaba y le rogaron a Marcos que recogiera las predicaciones del Apóstol. Así lo hizo. Pedro amaba con cariño a Marcos. Le llama «mi hijo Marcos» (1 Pe 5, 13). El evangelista Marcos escribe con fluidez, sencillez, en estilo directo y sólido a la vez. Es el más breve de los Evangelios (16 capítulos) y se propone probar la Divinidad de Jesucristo. Marcos se halla en Roma el año 67 cuando mueren los dos Apóstoles San Pedro y San Pablo. Juan Marcos ha jugado un papel muy importante en la evangelización como lo demuestran estas palabras de San Pablo que el 62 dice a Timoteo: «Trae contigo a Marcos, pues lo necesito para el ministerio evangélico».   Después  extendió el Evangelio por diversos países: Egipto, Aquilea, Cirene... Quizá expiró el año 68.

San Ireneo de Lyon (c. 130-c. 208), obispo, teólogo y mártir Contra las herejías, III, 1

«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación»

El Señor de todas las cosas ha dado a sus apóstoles el poder de proclamar el Evangelio. Y es por ellos que nosotros hemos conocido la verdad, es decir, la enseñanza del Hijo de Dios. Es a ellos a quienes el Señor ha dicho: «El que a vosotros escucha, a mí me escucha; el que os rechaza a mí me rechaza y rechaza al que me ha enviado» (Lc 10,16). Porque nosotros no hemos conocido el plan de nuestra salvación por otros sino por aquellos que han hecho llegar el Evangelio hasta nosotros. 

Primeramente ellos predicaron este Evangelio. Después, por voluntad de Dios, nos lo transmitieron en las Escrituras para que llegue a ser «el pilar y el sostén» de nuestra fe (1Tm 3,15). No se puede decir, como lo pretenden algunos que se jactan de ser los correctores de los apóstoles, que éstos predicaron antes de alcanzar el conocimiento perfecto. En efecto, después que nuestro Señor hubo resucitado de entre los muertos y que los apóstoles fueron «revestidos con la fuerza de lo alto» (Lc 24,49) por la venida del Espíritu Santo, fueron llenos de una certeza total respecto de todo y poseyeron el conocimiento perfecto. Entonces se marcharon «hasta los confines de la tierra» (Sl 18,5; Rm 10,18) proclamando la Buena Noticia de los bienes  que nos vienen de Dios y anunciando a los hombres la paz del cielo. De manera que todos por igual y cada uno en particular poseían el Evangelio de Dios.


Francisco, con la Tierra

Francisco participa por sorpresa en la "Aldea por la Tierra"
El Papa anima a los jóvenes a pasar "del desierto a la selva"
Manifestación de los focolares sobre el cuidado del medio ambiente

Redacción, 25 de abril de 2016 a las 08:47

Esta es vida, porque la vida se la debe tomar de donde viene: como el portero de futbol que debe tomar el balón desde donde lo mandan. No tener miedo de la vida, no tener miedo de los conflictos

El Papa apareció ayer por sorpresa en el parque romano Villa Borghese donde tomó parte en la manifestación "Aldea por la Tierra" e improvisó un discurso con algunas reflexiones sobre el cuidado del ambiente.

Después de las 16:00 horas local (15:00 GMT), Francisco llegó en automóvil acompañado por el "número tres" del Vaticano, el sustituto de la Secretaría de Estado, Angelo Becciu, y subió al palco donde estaba por iniciar una conferencia titulada "Nuestra ciudad, nuestra Tierra".

La presencia causó perplejidad entre los asistentes al acto organizado con motivo de la Jornada de la Tierra que se celebra a nivel internacional y que fue organizado, entre otros, por el movimiento católico de los Focolares, las organizaciones EarthDayItalia y Connect4Climate junto con el municipio de Roma.

"Escuchándolos a ustedes hablar me vinieron a la mente dos imágenes: el desierto y la selva. Pensé: esta gente, todos ustedes, toman el desierto para transformarlo en selva. Van donde está el desierto y no hay esperanza, hacen cosas que convierten en selva este desierto", dijo Jorge Mario Bergoglio.

Se refirió así a los testimonios brindados durante la conferencia, entre los cuales destacó el del sacerdote Maurizio Patriciello, párroco de Caivano (Nápoles), uno de los más comprometidos líderes sociales contra la contaminación en la llamada "tierra de los fuegos", donde de manera cotidiana se queman montones de basura tóxica.

Siguiendo su discurso, el Papa afirmó que la selva está llena de árboles y de verde, es "demasiado desordenada" pero constató que "así es la vida" y pasar del desierto a la selva "es un lindo trabajo".

Además se refirió a los "tantos desiertos" en las vidas de las personas que no tienen un futuro, porque siempre existen prejuicios y miedos. "Y esta gente debe vivir y morir en el desierto de la ciudad. Ustedes hacen el milagro, con su trabajo, del cambiar desiertos en selvas. Siguen adelante así. ¿Cuál es su plan de trabajo? No sé, nosotros nos acercamos y vemos qué podemos hacer", siguió. "Esta es vida, porque la vida se la debe tomar de donde viene: como el portero de futbol que debe tomar el balón desde donde lo mandan. No tener miedo de la vida, no tener miedo de los conflictos", apuntó.Al final el Papa se dio un baño de multitud con los asistentes, bajó del palco y comenzó a dar la mano, acariciar y abrazar a los presentes, con muchos de los cuales se hizo autofotos con sus celulares.

Inmortalidad

Seguimos meditando, contemplando y proclamando el gran misterio de la Eucaristía. Misterio, sacramento, que nos entrega la misma vida de Dios transformándonos en iconos vivientes del misterio de su amor y de su entrañable misericordia. La Eucaristía nos hace vivir en Dios, nos incorpora a su misma vida, nos transforma, nos espiritualiza, nos diviniza y nos da la semilla de la inmortalidad. ¡Qué gran misterio! El santo cura de Ars decía: “Si supiéramos lo que es la Misa (la Eucaristía)... moriríamos”.

El Evangelio de San Juan pone en boca de Jesús, nuestro Dios y Señor, estas palabras:“El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna” (Jn 6,54). Comulgar es recibir el cuerpo de Cristo Resucitado. Comulgar es recibir la prenda, el anticipo de la vida eterna. “A quien comulga, Dios le hace el don de su inmortalidad porque el verbo es inmortal.” (San Cirilo de Alejandría, In Joannem IV, 2,263) ¡Qué don y qué misterio! Somos, “por la entrañable misericordia de nuestro Dios” (Lc 1,78), inmortales, vencedores de la muerte: ¡somos eternos! La muerte ya no tiene dominio sobre nosotros. La muerte ya no es el final del camino sino que se convierte en un acontecimiento pascual, es paso, es Pascua. La muerte no es más que el umbral que nos introduce en la vida sin fin, en la Jerusalén celeste, en la presencia de nuestro Dios. “Este pan no es como el que comieron vuestros padres en el desierto, que lo comieron y murieron. Quien come de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,49-51).

Por la Eucaristía, Dios nos hace entrega de estos dones: la inmortalidad y la resurrección. San Ireneo amaba decir: “La Eucaristía es prenda de inmortalidad y de Resurrección”. Nuestra alma, unida a Cristo, es inmortal; nuestro cuerpo, alimentado por Cristo, resucitará. “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás” (Jn 11,25-26). De ahí que no quepa, en el corazón de quien comulga dignamente, la tristeza y la desesperanza. En medio de los fracasos, del dolor, del sufrimiento, de la enfermedad y del zarpazo de la muerte, el creyente, que se alimenta del amor de Dios, de su cuerpo y de su sangre, sabe y canta con ferviente fe a su Señor: “Que aunque morimos no somos carne de un ciego destino. Tú nos hiciste, tuyos somos, nuestro destino es vivir...”

Que este misterio en el que nos introduce la Eucaristía, misterio de la inmortalidad y de la vida sin fin, nos ayude a ser testigos de esperanza y de paz. “Cristo es el sol que ilumina la vida de los justos y, cuando mueren, esta luz no desaparece. Llevan siempre esta llama con ellos y les introduce en la misma vida eterna, la vida sin fin.” (Nicolas Cabasilas, La vie en Christ, p. 136)

Al igual que la lamparilla del sagrario, ardiendo humildemente, señala el gran misterio de la presencia de Dios, nuestras vidas, humildes pero siempre encendidas, están llamadas a ser reflejo de la presencia de Dios.

Que sepamos respetar y venerar esa presencia de Dios en toda persona humana, incluso en la más humilde, la que menos cuenta, la que está más marginada.

Que Dios os bendiga a todos.

+ Juan José Omella Omella Arzobispo de Barcelona

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