“Os guiará hasta la verdad plena”
- 04 Mayo 2016
- 04 Mayo 2016
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Evangelio según San Juan 16,12-15.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. El me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: 'Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes'."
San Antonio de Padua (1195-1231), franciscano, doctor de la Iglesia
Sermones para el domingo y las fiestas de los santos
“Os guiará hasta la verdad plena”
El Espíritu Santo, el Paráclito, el Defensor, es aquel que el Padre y el Hijo envían al alma de los justos como un aliento de vida. Por él que somos santificados y merecemos ser santos. El aliento humano es la vida del cuerpo; el aliento divino es la vida de los espíritus. El aliento humano nos hace sensibles; el aliento divino nos hace santos. Este Espíritu es Santo, porque sin él ningún espíritu, ni angélico ni humano, puede ser santo.
“El Padre, dice Jesús, os lo enviará en mi nombre” (Jn 14,26), es decir, en mi gloria, para manifestar mi gloria; y también, porque él tiene el mismo nombre que el Hijo: es Dios. “Me glorificará” porque os convertirá en espirituales, y os hará comprender que el Hijo es igual al Padre y no sólo hombre como vosotros lo veis, y porque os quitará vuestro temor y os hará anunciar mi gloria al mundo entero. Por eso, mi gloria, es la salvación de los hombres.
“Os enseñará todas las cosas”. “Hijos de Sión, dice el profeta Joel, alegraos, porque el Señor vuestro Dios os ha dado a aquel que enseña la justicia (2,23 Vulg), que os enseñará todo lo que se refiere a la salvación.
Beato Juan Martín Moyë – 4 de mayo
«En manos de la divina providencia vivió este beato su acción apostólica en Metz en medio de prostitutas, vagabundos, niños sumidos en la pobreza y faltos de instrucción, así como ancianos y enfermos. También evangelizó China»
Indudablemente, la vida apostólica no es para los que sueñan con un mullido sofá. El seguidor de Cristo tiene alas en los pies. Trazado sobre su frente, junto a la cruz, exhibe el sello característico de la perseverancia, de la tenacidad. Infatigable, audaz, lejos de discursos estériles ante una carencia, actúa, le da inmediata respuesta. La hermana Marie Agnès Kernel, biógrafa de Juan, afirmó: «El santo es el verdadero amo de la historia, pues es él quien cambia el corazón de quienes hacen la historia». Este beato modificó –al menos en uno de sus aspectos cruciales, el de la educación– una porción de la misma. Nació el 27 de enero de 1730 en Cutting, Francia. Fue el sexto de trece hermanos. Sus padres eran agricultores con ciertos recursos, personas sensibilizadas y comprometidas con la fe. Antes de nacer, su madre supo por un sueño que sería santo. La tendencia que mostró en su infancia así lo ratificaba. Era un niño en el que calaron hondamente las enseñanzas y el testimonio de su ejemplar familia. Junto a ella comenzó a experimentar una irresistible devoción por la Pasión, se enamoró de todo gesto caritativo, y se abrazó a la penitencia. Amaba la oración, rezaba piadosamente con los brazos en cruz, y tenía arte para conmover el corazón de otros chicos a los que narraba la vida de san Martín y les instruía explicando el catecismo encaramado en un peral. De su madre heredó la generosidad con los necesitados, y si veía a un pobre no dudaba en desprenderse de lo que tenía, incluidos sus zapatos. Fue alumno aventajado en la universidad de Pont-a-Mousson regida por los jesuitas. Estaba dotado para los idiomas, cualidad que le iba a servir, y mucho, en su labor misionera. Fue brillante en los estudios filosófico-teológicos, un gran especialista experto en la historia de la Iglesia.
Se ordenó en 1754 y dada su trayectoria académica pensaron que era idóneo para ocupar la cátedra de letras del seminario mayor. Pero él eligió la misión pastoral y fue designado coadjutor de la parroquia de san Víctor de Metz. Como era un hombre que amaba la virtud, se rodeó expresamente de buenas compañías, sacerdotes íntegros que sabía iban a ayudarle en el alto ideal que se había propuesto. Entre los santos, el de su mayor devoción fue san Francisco de Sales, a quien eligió como patrono. Siendo director espiritual del seminario mayor, halló entre los presbíteros un alma gemela, Luis Jobal, que moriría prematuramente, y del que fue su biógrafo. Ambos compartieron similares anhelos. Tuvieron como objetivo la infancia desamparada y falta de instrucción.
Para Juan fue prioritario remediar tantas carencias detectadas en sus constantes incursiones por las calles, en las que veía a prostitutas, jóvenes vagabundos, ancianos y enfermos. Se propuso no dejar desasistidos a los niños que podían morir sin recibir el bautismo. Observó la bondad de las manifestaciones populares de fe, como los desfiles procesionales, pero vio que no sirven para erradicar problemas a los que conduce la falta de cultura. En cambio, una adecuada formación va penetrando en el estrato social por influjo de la acción individualizada. El problema era que el acceso a ella estaba vedado para los pobres. Y en resolver este vacío puso sus miras. Luego verbalizó este sentimiento: «No hay nada más importante que la educación de la niñez y la juventud puesto que de ella depende toda la vida».
Había ejercido su ministerio en las parroquias de San Livier, de San Víctor y de Santa Cruz. Y cuando se hallaba en Dieuze se produjo una curación prodigiosa por su mediación en un niño moribundo que había sido víctima de un incendio. A la madre, que había acudido a él angustiada buscando su consuelo y a la que aseguró que el niño sanaría, le rogó que fuese prudente ante el hecho. Pero ella proclamó el milagro a los cuatro vientos, lo cual supuso para Juan un cúmulo de problemas e incomprensiones de gran alcance. Otro tanto sucedió cuando emprendió la tarea de instruir a las niñas indigentes de los pueblos a través de la Congregación de Hermanas de la Providencia, fundada por él.
La creación de «miniescuelas» en barrios apartados, proyecto que había acariciado y para el que contó con la generosidad de Marguerite Lecomte, fue considerada un golpe bajo por los altos estamentos de la sociedad y suscitó recelos dentro del clero. El obispo vetó la apertura de nuevos centros, y Juan pasó por un trance espiritual doloroso. Luis Jobal le ayudó y compartió con él la convicción de que la obra era fruto de la Providencia. El beato siguió confiando en Dios. Además, Marguerite ya había sembrado la semilla de la Congregación nacida bajo el sello de una fe inalterable en las previsiones divinas; no había vuelta atrás. Al tiempo, el prelado levantó la prohibición. En 1772 recaló en Macao, China. Nunca se había apagado su deseo de ser misionero. «No me prometí convertir primero muchas almas sino hacer y sufrir en China lo que Dios quisiera», dijo después. Durante diez años se integró de tal modo en el país que hasta adoptó la forma externa de vestir de los ciudadanos chinos. Con astucia evangélica, en un lugar que prohibía la presencia de misioneros, recorrió montañas y ríos, ocultándose en los frondosos campos de maíz. Fue descubierto en distintas ocasiones y castigado: «A veces tenía tanto miedo que no sentía el dolor». Jamás dejó de animar, consolar y difundir la fe. Compuso oraciones en chino, lengua que llegó a dominar, bautizó a millares de niños, muchos en trance de morir, ayudó a las mujeres y a los jóvenes, proporcionó formación a los sacerdotes, auxilió a los pobres… Fue un apóstol valeroso y perseverante; un gran confesor que vivió amparado siempre en la oración. Regresó a Francia en 1783 y se dedicó a fortalecer la fe de sus hijas, algunas vacilantes y tendentes a una cierta relajación. Cuidando a soldados enfermos en Tréveris, Alemania, contrajo el tifus. Murió el 4 de mayo de 1793. Pío XII lo beatificó el 21 de noviembre de 1954.
Volverán a encontrarse con el Padre
Juan 14, 6-14. Fiesta de Felipe y Santiago Apóstoles. Jesús es la vida que da la paz, la alegría y la fuerza que tanto deseamos.
Por: Francisco Sunderland | Fuente: Catholic.net
Oración introductoria
Ven, Espíritu Santo, inspira este momento de oración, para descubrir o confirmar el camino, la verdad y el estilo de vida que me propone Cristo Resucitado y pueda vivir así, en plenitud, la voluntad de Dios.
Petición
Concédeme, Padre Bueno, vivir ese amor unitivo con Cristo, que Tú concedes a quienes te lo piden.
Meditación del Papa Francisco
Miremos a Jesús que nos lava los pies, Él es el «camino, la verdad y la vida», que viene a sacarnos de la mentira de creer que nadie puede cambiar, la mentira de creer que nadie puede cambiar. Jesús que nos ayuda a caminar por senderos de vida y de plenitud. Que la fuerza de su amor y de su Resurrección sea siempre camino de vida nueva. (Homilía de S.S. Francisco, 27 de septiembre de 2015).
También les invito a encontrarse con el Señor leyendo frecuentemente la Sagrada Escritura. Si no están acostumbrados todavía, comiencen por los Evangelios. Lean cada día un pasaje. Dejen que la Palabra de Dios hable a sus corazones, que sea luz para sus pasos.
Descubran que se puede "ver" a Dios también en el rostro de los hermanos, especialmente de los más olvidados: los pobres, los hambrientos, los sedientos, los extranjeros, los encarcelados. ¿Han tenido alguna experiencia? Queridos jóvenes, para entrar en la lógica del Reino de Dios es necesario reconocerse pobre con los pobres. Un corazón puro es necesariamente también un corazón despojado, que sabe abajarse y compartir la vida con los más necesitados.
El encuentro con Dios en la oración, mediante la lectura de la Biblia y en la vida fraterna les ayudará a conocer mejor al Señor y a ustedes mismos. Como les sucedió a los discípulos de Emaús, la voz de Jesús hará arder su corazón y les abrirá los ojos para reconocer su presencia en la historia personal de cada uno de ustedes, descubriendo así el proyecto de amor que tiene para sus vidas.» (S.S. Francisco, Mensaje para la jornada de la juventud 2015).
Reflexión
Toda la vida de Jesús gira en torno a su Padre. Se puede decir que está realmente enamorado de Él. Busca complacerlo en todo y hacer de su voluntad la primera prioridad de su vida. "Señor, enséñanos al Padre y eso nos bastará". ¿Por qué pide esto Felipe que es el mismo discípulo que dijo a Jesús "enséñanos a orar?" Tal vez sea porque ve a Jesús tan alegre en su quehacer cotidiano de frente al Padre, porque ve que el estar con el Padre le da tanta energía y entusiasmo. Tal vez sea porque él mismo quisiera experimentar esa felicidad que ve Jesús cuando está con el Padre.
Jesús responde que el secreto de su gozo, es decir, estar con el Padre, no es tan oculto como parece. La clave está en estar con Jesús que siempre está cercano a nosotros, dispuesto a venir cuando lo llamemos.
Propósito
Al final del Evangelio dice Jesús que aquello que pidamos en su nombre lo concederá. Que la primera petición sea justamente esa: Jesús, quiero estar contigo, permíteme conocerte más.
Diálogo con Cristo
Jesús, eres camino, camino al Padre. Jesús eres verdad, verdad de que podemos conocer a Dios y amarlo. Jesús eres vida, vida que da la paz, la alegría y la fuerza que tanto deseamos como Felipe.
Felipe es un hombre que se fía de Cristo
Es aprender a ver el amor y la presencia de Dios en las circunstancias de la vida, tanto favorables como adversas.
Felipe el Apóstol, distinto del diácono Felipe (Hc 2,18), nació en Betsaida (Jn 1,44). Sabemos que Cristo le llama a su seguimiento y él a su vez acerca a Cristo a Natanael o Bartolomé (Jn 1,45), asegurándole que han encontrado al que anunciaban los profetas y animándole a ir a su busca (Jn 1,46). Encontramos a Felipe como interlocutor de Cristo en la multiplicación de los panes (Jn 6,5-7), añadiendo el Evangelio que lo hacía para probarle. Se presenta como portavoz de unos griegos que deseaban ver a Jesús (Jn 12,20-22). A él se dirige Jesús invitándole a reconocer al Padre en el Hijo hecho hombre (Jn 14,8-11). Nos presentan a Felipe como evangelizador de Escitia y sitúan su tumba en Hierápolis de Frigia (Turquia). Sus reliquias fueron trasladadas, junto con las del Apóstol Santiago, a Roma, donde reposan en la basílica de los dos Doce Apóstoles Celebramos su fiesta el 4 de Mayo.
Vamos a contemplar en la figura de Felipe especialmente un aspecto que se repite a lo largo de su contacto con el Maestro varias veces: Felipe es un hombre que se fía de Cristo.
En los Evangelios la confianza en Dios se convierte desde el principio, tanto en una condición para seguir a Cristo como en una necesidad de cara a los milagros que Jesús hace. Con la fe se puede todo: se echan demonios, se devuelve la vista a los ciegos o la salud a los leprosos, se trasladan montes o árboles. Es impensable la relación con Cristo de los Apóstoles y de los Discípulos sin fe. Incluso podemos afirmar que la traición de Judas se empezó a gestar por culpa de su falta de fe en Jesús. El mismo Jesús enseña que sin fe no se puede agradar a Dios. Así en las diatribas a los fariseos les acusa de descuidar la fe (Mt 23,23). Pone la fe como condición para no perecer (Jn 3,16). La fe es también el camino seguro hacia la vida eterna (Jn 6,35-40). Y proclama dichosos a quienes sin ver crean (Jn 20, 24-29).
Para un cristiano la esencia de la confianza en Dios es contemplar en Jesucristo al Mesías, al Esperado de las Naciones, al Hijo de Dios que viene a salvarnos, que viene a guiarnos, que viene a enseñarnos, convirtiéndose así en "camino, verdad y vida". En esta confianza en Dios entra también la Iglesia, divina y humana, instrumento de salvación y certeza de los bienes futuros. Y entra también la Persona del Papa, Vicario de Cristo, Maestro de nuestra fe y Pastor de nuestros corazones. Fiarse de Dios es, pues, entregarse a Dios sin condiciones, sin exigencias, sin reticencias, en la certeza de que él es lo mejor que tenemos, El único que no nos puede fallar, la Verdad que nos puede guiar en la confusión de la vida. Fiarse de Dios es poner a su servicio nuestra inteligencia y nuestra libertad sin pedirle pruebas. Fiarse de Dios es creer de veras en el que tanto nos ama.
En la vida de Felipe hay varios momentos en los que tiene que vivir la confianza a tope, es decir, fiarse de Cristo. A todo Apóstol, llamado por Cristo, se le exige de una forma radical fiarse de su Maestro. Es verdad que Cristo realizó grandes signos ante sus Apóstoles, como echar demonios, resucitar muertos, devolver la vista a los ciegos o la salud a los leprosos, pero indudablemente la confianza en él estaba más allá de estas cosas, porque la confianza no es asombro, sino entrega incondicional. Se puede en la vida admirar, pero no amar. Se puede en la vida asombrarse ante un gesto de alguien, pero ello no significa decisión de seguirlo. Se pude en la vida quedarse anonadado ante un líder, pero ello no lleva a dar la vida por él sin más. Vamos a recorrer esos momentos en que Felipe se fía de Cristo.
Sígueme (Jn 1,43). Es una de las pocas veces que Cristo, en el momento de llamar a sus Apóstoles, se dirige a uno de ellos con esta palabra. Nada sabíamos hasta ese momento de Felipe: ¿Quién era? ¿Quién le había acercado a Cristo? ¿Qué sabía él de Cristo? El caso es que Felipe escucha aquella invitación y a continuación él mismo acerca a Natanael a Cristo anunciándole que él es el Mesías de quien había hablado Moisés. En el comportamiento de Felipe percibimos e intuimos que se fía plenamente de Cristo. No le pide explicaciones; no le pregunta qué significa aquello de seguirle, no le pide tiempo para pensárselo. Simplemente la personalidad de Cristo le cautiva de tal manera que él se entrega sin más. Allí comienza una vida de fidelidad, con sus altibajos, hasta ese momento culminante en que da la vida por el Maestro.
¿Dónde nos procuraremos panes para que coman éstos? (Jn 6,5-7). Nos encontramos ante una escena bellísima. Cristo se da cuenta de que le estaba siguiendo mucha gente y quiere ayudarles, no sólo espiritualmente, sino también materialmente. Se dirige a Felipe sin más y le hace la pregunta citada. El Evangelio dice intencionadamente que lo hace para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer. El bueno de Felipe le hace un cálculo humano correcto: Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco. Después viene el milagro. Detengámonos un momento realmente en lo que Cristo pretende con Felipe al hacerle aquella pregunta. Jesús quiere fortalecer la confianza absoluta de Felipe y por ello, a través de aquel milagro, le va a enseñar que él se debe fiar siempre de su Maestro, aunque las dificultades parezcan insalvables. Sin duda, tras el milagro, Felipe se dio cuenta de que en toda ocasión y circunstancia había que fiarse de Jesús. Así la fe de Felipe en Jesús maduró un poco más.
Señor, muéstranos al Padre y nos basta (Jn 14,8-9). Es como un arrebato de Felipe que escucha emocionado las tiernas palabras de Cristo sobre el Padre. Y Cristo le responde: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Otra vez una invitación a la confianza plena. Es como si le dijera: "Cree en todo lo que te digo y enseño". El misterio de Dios sólo puede entrar en la mente humana a través de la fe, y por eso Cristo le está pidiendo que crea en las verdades que enseña agarrándose de la fe. Ese va a ser el medio con el que Felipe va a contar para recorrer el difícil camino de la vida, especialmente cuando muy pronto vaya a vivir el drama de la pasión y su fe se achique ante la muerte del Maestro.
Para nosotros cristianos, seguidores de Cristo, que arrastramos ya una historia de la Iglesia en la que se ha visto tan claramente la mano de Dios, es imperdonable el no fiarnos de Dios. Es realmente maravilloso el constatar cómo las puertas del mal no han prevalecido contra la Iglesia de Cristo. Y es que al cristiano de hoy le siguen alentando aquellas palabras de Jesús: Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28,20). Ante esta realidad, vamos a reflexionar qué implica para nosotros, hombres, este fiarnos de Cristo y las dificultades que encontramos a veces para ello.
Fiarnos de Dios para nosotros es, ante todo, doblegar nuestra mente con la humildad ante el que nos supera plenamente. Los hombres de hoy le damos excesiva importancia a nuestra razón. Exigimos que la razón sea la norma de la verdad. No somos conscientes de cómo nuestra razón puede estar tocada por el subjetivismo o el relativismo. Al vivir en un mundo tremendamente pragmático y empírico queremos que todo pase por la razón, incluso Dios. No somos conscientes de que Dios nos supera absolutamente y que, por tanto, no puede caber su infinitud en nuestra finitud. Sería como querer meter el mar en una pequeña charca. Por eso, una de las realidades que en la vida cotidiana embellece más a la razón es reconocer su propia pequeñez y sus limitaciones.
Precisamente en la fe puede encontrar la razón las certezas, las seguridades, el conocimiento que por sí misma no puede alcanzar. La humildad de la razón se llama lucha contra el racionalismo, el orgullo y la vanidad; y se manifiesta en la sencillez, en la conciencia de sus propias limitaciones y en la paz del que se fía en alguien que es más grande que ella, porque la ha creado.
Fiarnos de Dios para nosotros es, también, aprender a ver su amor y su presencia en las circunstancias de la vida, tanto favorables como adversas; es poner más nuestra confianza en él que en nuestros esfuerzos; es esperarlo más todo de él que de los demás. Es confiar en su Providencia que no permite que se nos caiga un pelo de la cabeza sin su consentimiento. Muchas veces los cristianos damos la impresión de que, confiando en Él, tenemos miedo a que Dios se distraiga, no se entere, no nos eche una mano. Y tendríamos que hacer ver a los demás que la confianza en Dios está muy encima de nuestras seguridades personales. Da mucha paz al corazón del hombre que lucha todos los días por sacar un hogar adelante, por educar a los hijos, por mantenerse en el camino correcto la certeza de un Dios Padre que le acompaña, que siente con él, que le protege. Esta certeza es la confianza auténtica.
Fiarnos de Dios para nosotros es, finalmente, erradicar de cara al futuro esa ansiedad que nos lleva con frecuencia a olvidarnos de Dios y a poner nuestro corazón y nuestras fuerzas en objetivos que consideramos fundamentales para nuestra vida. A veces constatamos que el corazón es prisionero de la ansiedad, que vivimos desasosegados, que no tenemos tiempo para pensar en las verdades esenciales de la vida. No se trata de vivir el reto del futuro con inconciencia, sino más bien de encontrar respuestas para este futuro en el Corazón de Dios, no dejando de luchar al mismo tiempo por lo inmediato. El problema se agudiza cuando el futuro nos atormenta como si todo dependiera de uno mismo o de las circunstancias. Un cristiano no puede vivir en esa dinámica. Para algo nos fiamos de Dios, sabiendo al mismo tiempo que Dios nos apremia, nos exige, nos anima a luchar. Todo esto se podría aplicar al campo de la propia santidad, de la familia, de la vida profesional, de los retos personales. Impresiona en la vida de los Apóstoles como se lanzaron a un futuro incierto, solamente confiados en la Palabra de Aquél que los invitaba a seguirle. )¿e qué iban a vivir? ¿Y sus familias? ¿Y su futuro? ¿Y si fallaba el plan?
Ejemplares de Amoris laetitia
Francisco, discernidor (III): "El Papa opta por el cambio responsable"
Juan Masiá, sj.: "Del semáforo canónico a la brújula pastoral en Amoris laetitia"
"Desde posturas inmovilistas le han criticado, acusándole de desestabilizar la Iglesia"
Juan Masiá, sj., 04 de mayo de 2016 a las 12:30
- Juan Masiá, sj: "Francisco escoge la cuarta vía, la reforma mediante el consenso transformador y abierto"
- Francisco se escapa del pelotón (II)
Un camino recorrido por 1) la conciencia 2) en situación 3) responsable ante los valores e iluminada por ellos 4) acompañada y 5) creciendo gradualmente (AL 300-305)
(Juan Masiá, sj.).- Hoy pondré un ejemplo para ver cómo Francisco, en La alegría del amor, opta por el cambio responsable: un camino de discernimiento personal acompañado eclesialmente.
En los comentarios sobre Amoris laetitia hemos visto estos días en las redes sociales algunas reacciones como las siguientes:
Desde posturas inmovilistas (las que llamé en posts anteriores de "la primera vía") han criticado a Francisco, acusándole de desestabilizar la Iglesia ruptura de la tradición. Al día siguiente de la publicación ya se podían leer (en un portal neoconservador que no citaré por su nombre para no hacerle propaganda) comentarios que acusaban a Francisco de "encharcar de barro la enseñanza católica, prescindir de normas, reglas y leyes y poner en su lugar valores e ideales para justificar condescendencias". Son las voces de la "primera vía" que dicen: nada debe cambiar.
Lo irónico es que estas críticas demuestran darse cuenta de que con Francisco sí hay cambio. Precisamente uno de los cambios más decisivos es el de pasar de la moral de "recetas" (AL 304; 298, nota 333) y semáforo en rojo a la de discernimiento (AL cap. 8), y de la moral de normas sin excepciones a la de discernir situaciones a la luz de los valores, poniendo en su lugar a las normas con sus limitaciones (cf. AL 300-301, 305).
A) Desde posturas pro-cambio a ultranza y precipitadamente (las que llamé de "la segunda vía") han criticado a Francisco por quedarse corto. Tenían quizá la expectativa de que Francisco impusiese el cambio autoritariamente desde arriba. Pero habría ido en contra de su opción por la sinodalidad, la descentralización, el pluralismo y la inculturación: "No todas las discusiones doctrinales, morales o pastorales deben ser resueltas con intervenciones magisteriales" (AL 3).
B) Desde posturas disfrazadas de centro equilibrado (los que llamé de "la tercera vía" se han apresurado a interpretar el lenguaje de Amoris laetitia para decir que no ha cambiado nada. Critican, aun con alabanzas a su compasión pastoral, lo que les parece ambiguo en el lenguaje de Francisco, para el que piden la ayuda del Prefecto de Doctrina como corrector de pruebas.
Basta una lectura del prólogo de Amoris laetitia (nn. 1 al 7), junto con el discurso al final del Sínodo de 2015 para ver que Francisco rechaza las tres posturas siguientes: 1) nada puede ni debe cambiar, 2) hay que cambiar mucho, pronto y desde arriba, 3) se permiten cambios a medias, más o menos cosméticos, diciendo "sí, pero no" (con diplomacia vaticana), y que en realidad no cambie nada.
De estas posturas mencionadas dice Francisco que "van desde un deseo desenfrenado de cambiar todo sin suficiente reflexión o fundamentación, a la actitud de pretender resolver todo aplicando normativas generales o derivando conclusiones excesivas de algunas reflexiones teológicas".(AL 2).
Como ejemplo de la cuarta vía, la del discernimiento in via (¡se hace camino al andar y se "crece gradualmente" al cambiar!) se puede aducir la diferencia que va de Familiaris consortio n. 84 a Amoris laetitia cap. 8
Francisco cita la Familiaris consortio, en la que Juan Pablo usaba por `primera vez las dos palabras tabú para los inmovilistas de la "primera vía": el discernimiento y las situaciones. Decía que hay que "discernir las situaciones" y que no todos los casos de divorciados vueltos a casar son iguales, e incluso se atrevía a precisar que la normativa de no admitirles a los sacramentos no es doctrina, sino disciplina que la iglesia podría cambiar. Pero, dicho esto, concluía poniendo la condición de "convivir como hermanos", con lo cuál no cambiaba nada, La Familiaris consortio no iba más allá de la "tercera vía".
Francisco va más allá por la cuarta vía: el camino del discernimiento:
Hay que insistir en que el discernimiento es dinámico y en camino (AL 303). Un camino recorrido por 1) la conciencia 2) en situación 3) responsable ante los valores e iluminada por ellos 4) acompañada y 5) creciendo gradualmente (AL 300-305).
No es, como temerían las críticas contra el cambio, un recurso individualista, situacionista o relativista.
Tampoco es una conclusión normativa impuesta por un magisterio eclesiástico, como esperaban quienes tenían expectativas de una "receta progresista del papa argentino" que pusiera del revés la "receta conservadora del papa polaco"-
Ha hecho Francisco como hizo Pablo VI en la Octogesima adveniens (1981) al decir que no era su misión dar la respuesta última para la pluralidad de situaciones que debían ser discernidas en clima de oración y atendiendo a las circunstacias por parte de las comunidades locales en comunión con sus pastores.
(Continuará... Veremos más adelante la importancia que da Francisco al estilo de discernimiento de Pablo VI en Evangelii nuntiandi y Octogesima adveniens, bien distinto del miedo al cambio en la Humanae vitae).
“Dios no conoce la palabra 'descarte': irá a buscarnos hasta que pueda encontrarnos”
Francisco: “Ningún rebaño puede renunciar a un hermano; el pastor siempre irá a buscar a la oveja perdida”
El Papa advierte contra los “doctores de la Ley” que se creían “justos” y eran “orgullosos y soberbios”
Jesús Bastante, 04 de mayo de 2016 a las 10:25
"o podemos exigir al Señor que permanezca con nosotros, olvidándose del otro; nadie puede sujetarle, frenar su amor por todos. Si queremos "tenerle", debemos seguirlo"
La plaza llena, en al audiencia
(Jesús Bastante).- ¿Quiénes son las ovejas perdidas, quiénes los buenos pastores? El Papa Francisco evocó esta mañana, durante la audiencia general en la plaza de San Pedro, la parábola del "Buen Pastor", el que "abandona" a las 99 y se va en busca de la oveja perdida. Pese a las críticas de los "doctores de la ley", que no entendían, Bergoglio subraya, potente, que "ningún rebaño puede renunciar a un hermano", pues "el pastor siempre irá a buscar a la oveja perdida".
Mañana soleada en San Pedro. Decenas de miles de fieles acuden a escuchar al profeta de la misericordia. Francisco bendice y sonríe, ordena al conductor del jeep móvil, y al sempiterno jefe de seguridad, Domenico Gianni que se detenga a cada rato para saludar, abrazar, besar a cada niño. Recibe un corazón de papel de una de ellas, recoge cartas de sus compatriotas argentinos. Se le nota feliz al contacto con la gente, especialmente de los más pequeños. También se frena al pasar al lado de las personas con discapacidad.
A medida que se va aproximando al altar de la plaza de San Pedro, el auto se va deteniendo, como si Francisco prefiriera quedarse en medio del rebaño. Una vez sentado, el rostro mudado, serio y concentrado, antes de pronunciar una vibrante catequesis que en esta ocasión giró en torno al Evangelio de la oveja perdida -y reencontrada- y las otras noventa y nueve.
"Todos conocemos la imagen del buen pastor, que carga sobre sus espaldas la oveja perdida", arrancó el Papa, quien insistió en que esta imagen "representa la solicitud de Jesús con los pecadores y la misericordia de Dios que no se resigna a perder a ninguno". "Jesús no nos deja nunca solos", proclamó, señalando que "su cercanía a los pobres no debe escandalizar, al contrario: ha de provocar en todos una serie reflexión sobre cómo vivimos nuestra fe".
En la parábola, los pecadores se acercan a Jesús "para escucharlo"; al otro lado, "los doctores de la ley, que sospechan y se disgustan por este comportamiento, que se enfadan porque Jesús se acercaba a los pecadores. Eran orgullosos, soberbios, se creían justos", denuncia el Papa.
En la parábola, se observan tres personajes: el pastor, la oveja perdida y el resto del rebaño. "El pastor es el único protagonista, y todo depende de él. ¿Qué debo hacer si tiene cien ovejas y pierdo una, no deja las 99 en el desierto y va en busca de la perdida hasta que la encuentra? Es una paradoja, que induce a dudar sobre el pastor", reconoció Bergoglio
"¿Es bueno abandonar a las 99 por una sola? ¿Dejarlas en el desierto? Según la tradición bíblica -explicó el Papa- el desierto es lugar de muerte.... ¿Por qué deja a las 99 indefensas? El pastor, recuperada a la oveja, se la carga a sus espaldas, llama a sus amigos y vecinos para que se alegren con él". Y es que, "lo que Jesús nos dice es que ninguna oveja puede andar perdida".
"El Señor no puede resignarse a que una sola persona pueda perderse. Es por eso que Jesús va en busca de los hijos perdidos, para buscar la vuelta de todos", señaló, porque "es un deseo irrefrenable de Dios. Algunos podrán pensar: tengo 99, sólo pierdo una, no es tanta pérdida. No. Hay que encontrarla, porque una es muy importante para él. La más abandonada, la más perdida, él va a encontrarla".
"La misericordia de Dios es absolutamente fiel. Nadie nunca, podrá destruir su voluntad de salvación", proclamó el Papa, quien insistió en que si queremos encontrar a Dios, "debemos buscarle allá donde está la oveja descarriada".
Y es que "Dios no conoce nuestra actual cultura del descarte, no le entra en la cabeza. Dios no descarta a nadie. Dios ama a todos, busca a todos, uno por uno. Él no conoce la palabra "descartar", porque es todo amor y misericordia", apuntó Francisco, quien recordó que Jesús "siempre está en camino: no puede eludir o aprisionar al Señor en nuestros esquemas o estrategias. El pastor siempre irá a buscar a la oveja perdida. El Señor irá a buscarnos donde pueda encontrarnos, no donde queramos".
Un camino que sigue "la vía de la misericordia del pastor". Mientras busca a la oveja perdida, "provoca a las otras 99 a que trabajen para estar todos juntos". Y, así, "todo el rebaño seguirá al pastor hasta su casa para celebrar con amigos y vecinos".
Y es que, muchas veces, "en la comunidad cristiana siempre hay quien critica esta opción", que piensa que "hay pérdidas inevitables, enfermedades sin remedio". "Este es el peligro que corremos, el de estar en un rebaño que no tiene claro el dolor de los otros". Por ello, proclamó, "los cristianos no debemos ser un rebaño cerrado. Nunca las puertas cerradas. Corremos el riesgo de encerrarnos en un redil de las ovejas, con los 'justos', en el que habrá el olor de las ovejas, ¡pero el olor a cerrado!". Ante esto, el Papa advirtió, en el saludo en portugués, contra "la tentación de prescindir de los otros".
"Esto sucede cuando falta el deseo misionero. En la visión de Jesús, no hay nadie definitivamente perdido. Ninguno está definitivamente perdido. Hasta el último momento, Dios se acerca. Pensad en el buen ladrón". Por ello, clamó por comunidades "abiertas, estimulantes, creativas", que emprendan "un camino de fraternidad", y que "nunca puede renunciar a un hermano".
Texto completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Conocemos todos la imagen del Buen Pastor que lleva sobre sus hombros a la oveja perdida. Desde siempre este icono representa la atención de Jesús hacia los pecadores y la misericordia de Dios que no se resigna a perder alguno. La parábola es narrada por Jesús para hacer entender que su cercanía con los pecadores no debe escandalizar, sino al contrario provocar en todos una seria reflexión sobre cómo vivimos nuestra fe. La narración presenta de una parte a los pecadores que se acercan a Jesús para escucharlo y de otra parte a los doctores de la ley, los escribas sospechosos que se alejan de Él por su comportamiento. Estos se alejan, porque Jesús se acerca a los pecadores. Estos eran orgullosos, eran soberbios, se creían justos.
Nuestra parábola se desarrolla en relación a tres personajes: el pastor, la oveja perdida y el resto del rebaño. Pero quien actúa es sólo el pastor, no las ovejas. El pastor es el único verdadero protagonista y todo depende de él. Una pregunta introduce la parábola: «Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla?» (v. 4). Se trata de una paradoja que induce a dudar del actuar del pastor: ¿Es sabio abandonar las noventa y nueve por una sola oveja? Y además, ¿no en la seguridad de un redil, sino en el desierto? Según la tradición bíblica el desierto es el lugar de muerte donde es difícil encontrar alimento y agua, sin protección y a merced de las fieras y de los ladrones. ¿Qué cosa pueden hacer noventa y nueve ovejas indefensas? La paradoja continua diciendo que el pastor, al encontrar a la oveja, «la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: Alégrense conmigo» (v. 6). Entonces, ¡parece que el pastor no regresa al desierto a buscar a todo el rebaño! Tendido hacia aquella única oveja parece olvidar las otras noventa y nueve. Pero en realidad no es así. La enseñanza que Jesús quiere darnos es mejor dicho que ninguna oveja puede perderse. El Señor no puede resignarse al hecho que una sola persona pueda perderse. El actuar de Dios es aquel de quien va en búsqueda de los hijos perdidos para después hacer fiesta y alegrarse con todos porque los ha encontrado. Se trata de un deseo irrefrenable: ni siquiera las noventa y nueve ovejas pueden detener al pastor y tenerlo cerrado en el redil. Él podría razonar: "Pero, hago un balance: tengo noventa y nueve, he perdido una, pero no es tanta la perdida, ¿no?". Él va a buscar aquella, porque cada una es muy importante para Él y aquella es la más necesitada, la más abandonada, la más descartada; y Él va ahí a buscarla. Somos todos avisados: la misericordia hacia los pecadores es el estilo con el cual actúa Dios y a esta misericordia Él es absolutamente fiel: nada ni nadie podrá alejarlo de su voluntad de salvación. Dios no conoce nuestra actual cultura del descarte, en Dios esto no cabe. Dios no descarta a ninguna persona; Dios ama a todos, busca a todos... ¡Todos! Uno por uno. Él no conoce esta palabra "descartar a la gente", porque es todo amor y toda misericordia.
El rebaño del Señor esta siempre en camino: no posee al Señor, no podemos ilusionarnos de aprisionarlo en nuestros esquemas y en nuestras estrategias. El pastor se encontrará ahí donde está la oveja perdida. ¡El Señor pues, debe ser buscado ahí donde Él quiere encontrarnos, no donde nosotros pretendemos encontrarlo! De ningún otro modo se podrá conformar el rebaño si no siguiendo el camino trazado por la misericordia del pastor. Mientras busca a la oveja perdida, Él provoca a las noventa y nueve para que participen en la reunificación del rebaño. Entonces no solo la oveja llevada en sus hombros, sino todo el rebaño seguirá al pastor hasta su casa para hacer fiesta con los "amigos y vecinos".
Deberíamos reflexionar muchas veces sobre esta parábola, porque en la comunidad haya siempre alguien que falta y se ha ido dejando el lugar vacío. A veces esto desanima y nos lleva a creer que sea un perdida inevitable, una enfermedad sin remedio. ¡Y entonces corremos el peligro de encerrarnos dentro de un redil, donde no habrá el olor de las ovejas, sino el hedor de cerrado! Y los cristianos no debemos estar cerrados porque tendremos el hedor de las cosas cerradas. ¡Jamás! Debemos salir y este cerrarse en sí mismos, en las pequeñas comunidades, en la parroquia, ahí, ... pero nosotros "los justos" ... Esto sucede cuando falta el impulso misionero que nos lleva a encontrar a los demás. En la visión de Jesús no existen ovejas definitivamente perdidas - esto debemos entenderlo bien - para Dios ninguno está definitivamente perdido. ¡Jamás! Hasta el último momento, Dios nos busca. Piensen en el buen ladrón; pero solo en la visión de Jesús ninguno está definitivamente perdido, pero solo ovejas que son encontradas. La perspectiva por lo tanto es toda dinámica, abierta, estimulante y creativa. Nos impulsa a salir en búsqueda para iniciar un camino de fraternidad. Ninguna distancia puede tener alejado al pastor; y ningún rebaño puede renunciar al hermano. Encontrar a quien se ha perdido es la alegría del pastor y de Dios, pero es también la alegría de todo el rebaño! ¡Somos todos nosotros ovejas encontradas y reunidas por la misericordia del Señor, llamados a congregar junto a Él a toda la grey! Gracias.
Este fue el saludo del Papa en español
Queridos hermanos y hermanas:
Delante de los Fariseos que se escandalizaban de su relación con los pecadores, Jesús les propone esta paradoja: «¿Quién de vosotros, si se le pierde una oveja, sería capaz de dejar a las 99 en el desierto para ir a buscarla? Fíjense que no dice que las deja en el redil, en un lugar seguro, sino en el desierto, sin agua, sin comida, a merced de las fieras y ladrones. No parece sensato, y sin embargo así hace el buen Pastor. No se preocupa de poner a salvo primero al resto del rebaño, sino que va de inmediato en busca de la oveja perdida y la lleva a casa sobre sus hombros.
Muchas veces también nosotros nos escandalizarnos de esta actitud aparentemente inconsciente del Señor, pero hay una razón para este modo de actuar. No podemos exigir al Señor que permanezca con nosotros, olvidándose del otro; nadie puede sujetarle, frenar su amor por todos. Si queremos "tenerle", debemos seguirlo, seguirlo allí donde se encuentra la oveja descarriada, si nos movemos con él, también nosotros haremos fiesta al encontrarla y volver juntos a casa.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a la peregrinación interdiocesana de Mérida-Badajoz y Coria-Cáceres acompañados de sus Obispos Mons. Celso Morga y Francisco Cerro, así como a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Cada uno de nosotros es esa oveja que el Señor lleno de misericordia ha querido cargar sobre sus hombros para llevarla a casa y, al mismo tiempo, cada uno hemos sido llamados a recoger junto al Buen Pastor a toda la grey, para participar todos de su alegría. Que Dios los bendiga.