«Ahora estáis tristes, pero volveré..., y vuestra alegría, nadie os la quitará»
- 05 Mayo 2016
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Evangelio según San Juan 16,16-20.
Jesús dijo a sus discípulos: "Dentro de poco, ya no me verán, y poco después, me volverán a ver". Entonces algunos de sus discípulos comentaban entre sí: "¿Qué significa esto que nos dice: 'Dentro de poco ya no me verán, y poco después, me volverán a ver'?. ¿Y que significa: 'Yo me voy al Padre'?". Decían: "¿Qué es este poco de tiempo? No entendemos lo que quiere decir". Jesús se dio cuenta de que deseaban interrogarlo y les dijo: "Ustedes se preguntan entre sí qué significan mis palabras: 'Dentro de poco, ya no me verán, y poco después, me volverán a ver'.
Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar; el mundo, en cambio, se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo."
San Juan Crisóstomo (c. 345-407), presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
Homilía 1 sobre la 1ª carta a los Tesalonicenses
«Ahora estáis tristes, pero volveré..., y vuestra alegría, nadie os la quitará»
"Habéis llegado a ser imitadores del divino Maestro", dijo Pablo. ¿Cómo es esto? "Acogiendo la Palabra en las pruebas, con la alegría del Espíritu Santo" (1Tm 1,6). No solamente en las pruebas sino en medio de las pruebas entre incontables sufrimientos. Se puede ver en los Hechos de los Apóstoles. Vemos cómo surgió la persecución contra ellos, cómo sus enemigos los denunciaron a los magistrados y soliviantaron la ciudad. Estaban en la prueba, y no se puede decir que permanecieron fieles con tristeza, lamentándose; no, ellos estaban muy alegres. Los Apóstoles les habían dado el ejemplo: "Estaban contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Cristo" (Hch. 5,41 ).
¡Es realmente admirable! Ya es mucho, sufrir la prueba con paciencia; pero con alegría, es mostrarse superior a la naturaleza humana y no tener más, por así decirlo, que un cuerpo impasible. Pero, ¿cómo han sido imitadores de Cristo? En aquello que Él mismo sufrió sin quejarse, con alegría; porque voluntariamente aceptó las pruebas. Por nosotros se anonadó, escupido en la frente, agonizando en la Cruz, apeló a su gloria: "Padre, dijo, glorifícame" (Jn 17,5).
Séptimo domingo de Pascua Solemnidad de la Ascensión del Señor
Ciclo C Hech 1, 1-11; Heb 9, 24-28; 10, 19-23; Lc 24, 46-53
Idea principal: La Ascensión del Señor nos invita a “volar” al cielo con la mente y con el corazón. Síntesis del mensaje: Este misterio glorioso de la vida del Señor se resume así: Jesús, después de su vida en la tierra, de haber dejado instituida su Iglesia y habernos regalado su presencia resucitada y perpetua en los sacramentos, volvió al cielo, de donde había bajado para realizar la salvación de la humanidad, para sentarse a la diestra del Padre y ser nuestro intercesor. Y desde allá nos enviaría el Espíritu Santo que guiaría a la Iglesia y nos guiaría a cada uno a ese cielo prometido y anhelado por todo corazón humano.
Puntos de la idea principal: En primer lugar, en este día el hombre debería anhelar “volar” al cielo. Cuenta la mitología que el primer hombre que realizó el sueño inmortal de todos los mortales, volar, fue Ícaro, hijo de Dédalo, el ingeniero constructor del laberinto de Creta. Gracias a unas alas de pluma y mimbre, que le construyó su padre y se las pegó con cera a las espaldas, Ícaro despegó un día de la isla de Creta rumbo al Olimpo, que era el cielo de los dioses paganos.
Pero, al sobrevolar el mar Egeo, atravesó las nubes, le pegó el sol, le derritió la cera, le despegó las alas y, ¡todo su gozo en un pozo!, el pobre Ícaro cayó al mar entre las islas de Samos, patria chica del teorema de Pitágoras, y la de Patmos, destierro del evangelista san Juan. Pero con el fracaso de Ícaro no se les acabaron a los hombres las ganas de despegar de la tierra y subir al cielo. El 12 de abril de 1961, el cosmonauta ruso Juri A. Gagarin despegó de la base siberiana de Baikonur a las 9.07 a.m. y, a bordo de su cápsula espacial Wostok, en 89 minutos trazó una elipse de 175 y 327 kms de altura alrededor de la tierra. Y aunque este ruso se burló de Dios diciendo: “Estuve por el cielo y no he encontrado a Dios”, sin embargo, el hombre sigue anhelando el cielo. Y es una verdad de fe que el cielo existe. Y que allí está Dios. Y que Jesús, un día como hoy subió al cielo por la vertical del Olivete.
En segundo lugar, Jesús no es ni un Ícaro ni otro Gagarin. Pero esta gran noticia de la Ascensión del Señor es de un evento teológico de primera magnitud, que desvió el curso de la historia humana, trastornó los planes de los hombres y hoy nos tiene a nosotros de testigos. Enseña lo siguiente: han terminado las páginas de la historia en que algunos hombres y mujeres privilegiados vivieron la cercanía inmediata y sensible de Jesús resucitado, y ahora hay que pasar página. Ya nunca más ningún mortal volverá a verle, oírle, tocarle, sentirle…de carne y hueso. Pasemos página. Y ahora comienza la historia de la presencia resucitada, mística, pero real de Cristo que dijo: “Yo estaré con vosotros hasta la consumación del mundo” (Mt 28, 19-20). Comenzó la era de la Iglesia de Jesús, que dijo: “Seréis mis testigos…hasta los últimos confines de la tierra” (Hech 1, 8), y lo somos. Ésta es la era del Espíritu de Jesús, que dijo: “Seréis bautizados con el Espíritu Santo” (Hech 1, 5), y lo fuimos. Cuando Jesús les habló por última vez, no volvieron a verle más con los ojos del cuerpo, pero comenzaron a sentir su presencia con los ojos de la fe y pensaron: realmente subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre. Esto es la Ascensión.
Finalmente, y los hombres de hoy, ¿será que sienten esta presencia de Cristo y anhelan el cielo? Algunos tienen ojos que miman y ceban y no hartan. Y por eso, no miran al cielo. Otros entre tantas diversiones hacen pesado el corazón y no se elevan a las alturas celestiales. Viven el consejo del poeta Horacio: “Carpe diem”, disfruta el día, y lo estrujan como a un limón, hasta la última gota; y después experimentan la resaca, la soledad, el hastío y el asco. ¿Y el cielo? Nada. No obstante, hay cosas todavía que levantan el ánimo y nos invitan a mirar hacia arriba: la sonrisa limpia de un niño, un poco de belleza en un atardecer, un “te quiero” pero bien dicho, un adiós con sincera nostalgia, una llamada de un amigo, el espectáculo del mar sereno, un minuto de libertad, un rato de oración íntima en una capilla donde está prendida la vela del Santísimo. Todo esto nos invita a mirar y a “volar” al cielo, al menos por momentos. Y alegrar y dar sentido a nuestra existencia, a nuestros dolores y fatigas, a nuestros actos de generosidad y bondad. No, la vida no acaba acá. Después de nuestra pasión y muerte, vendrá la resurrección y la ascensión. Como con Jesús. Ascendemos para entrar en Dios, encontrarnos con Él y disfrutar de su presencia amorosa. Y Él nos está esperando. Y Cristo, ya nos preparó una morada. En este día se acaban las nostalgias y las penas, pues hemos llegado a nuestro cielo natal. Allí todo es alegría y júbilo y amor. Pero con Dios y los amigos de Dios.
Para reflexionar: ¿Cuántas veces pienso diariamente en el cielo? ¿Qué es lo que más me gusta del cielo? ¿Qué hago para poder llegar un día a ese cielo que Cristo nos abrió con su Ascensión? ¿La certeza del cielo me hacen llevaderos el sufrimiento y la cruz en mi vida? ¿Qué hago para llevar a todos mis seres queridos al cielo?
Para rezar: recemos con Fray Luis de León en su Oda en la Ascensión:
¿Y dejas, Pastor santo,
tu grey en este valle hondo, obscuro,
con soledad y llanto;
y tú, rompiendo el puro
aire, te vas al inmortal seguro?…
¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura,
que no les sea enojos?
Quien oyó tu dulzura,
¿qué no tendrá por sordo y desventura?…
Dulce Señor y amigo,
dulce padre y hermano, dulce esposo,
en pos de ti yo sigo:
o puesto en tenebroso
o puesto en lugar claro y glorioso.
Hilario de Arlés, Santo
Obispo, 5 de mayo
Martirologio Romano: En Arlés, en la región de Provenza (Francia), san Hilarío, obispo, que, después de llevar vida eremítica en Lérins, fue promovido, muy a su pesar, al episcopado, en donde trabajando con sus propias manos, vistiendo una sola túnica tanto en verano como en invierno y viajando a pie, manifestó a todos su amor por la pobreza. Entregado a la oración, los ayunos y las vigilias, y perseverando en una predicación continua, mostró la misericordia de Dios a los pecadores, acogió a los huérfanos y no dudó en destinar para la redención de los cautivos todos los objetos de plata que se conservaban en la basílica de la ciudad. († 449)
Arzobispo, nacido por el año 401; fallecido el 5 de Mayo del 449.
El lugar preciso de su nacimiento es desconocido. Todo lo que se ha dicho es que perteneció a una notable familia de la parte Norte de Galia, de la cual probablemente descendió San Honorato, su predecesor de la Sede de Arles.
Culto y rico, Hilario había calculado todo para asegurar su éxito en el mundo, pero abandonó honores y riquezas ante las urgentes demandas de Honorato, acompañándolo a la ermita de Lerins, que este ultimo había fundado y dedicándose él mismo bajo la santa obediencia a practicar la austeridad y el estudio de la Sagrada Escritura.
Mientras tanto Honorato, quién había llegado a Arzobispo de Arles, estaba a punto de morir. Hilario corrió a su lado y lo asistió en sus últimos momentos. Estaba Hilario por partir de regreso a Lerins cuando fue retenido por la fuerza y proclamado arzobispo en lugar de Honorato.
Obligado a ceder a esta coacción, emprendió resueltamente las tareas de su pesado cargo, y asitió a varios concilios que tuvieron lugar en Riez, Orange, Vaison y Arles.
Seguidamente empezó entre él y el Papa San Leo la famosa riña que constituye una de las etapas más curiosas de la historia de la Iglesia de Gallicia. En una reunion de obispos que presidió en el año 444 y en la que estuvieron presentes San Euterio de Lyon y St German de Auxerre, destituyó por incapacidad a un tal Cheldonius.
Este ultimo se apresuró a ir a Roma, tuvo éxito en la intercesión de su causa ante el Papa y como resultado fue reinstalado en su sede. Hilario entonces solicitó al Papa San Leo que justificara su acción sobre el asunto, pero no fue bien recibido por el soberano pontífice y fue obligado a regresar precipitadamente a Galia.
Después de esto envió a algunos sacerdotes a Roma a explicar su conducta pero sin ningún buen resultado. Además algunas personas que estaban hostiles por dicho asunto llevaron varias acusaciones contra él a la Corte de Roma, por lo cual el Papa excomulgó a Hilario, transfiriendo las prerrogativas de su sede a Frejus y motivó la proclamación del Emperador Valentiniano III con el famoso decreto que liberaba a la Iglesia de Viena de toda dependencia de Arles.
Sin embargo hay razones para creer que una vez terminada la tormenta, fue restaurada la paz rápidamente entre Hilario y Leo. Estamos lejos de la época en que ocurrió esta memorable riña y los documentos que pueden arrojar una luz sobre ella son muy pocos para permitirnos emitir un juicio definitivo sobre esta causa y sus consecuencias.
Evidentemente existe el hecho que los respectivos derechos de la Corte de Roma y de la ciudad no estaban suficientemente clarificados en ese tiempo y que el derecho de apelación al papa, entre otros, no estaban explícitamente reconocidos. Existe un número de escritos que se atribuyen a San Hilario, pero están lejos de ser auténticos. Pere Quesnel los coleccionó todos en un apéndice al trabajo en el que ha publicado los escritos de San Leo.
Se transformará en alegría
Juan 16, 16-20. Pascua. Cuando la belleza y la verdad de Cristo conquistan nuestros corazones, experimentamos la alegría de ser sus discípulos.
Oración introductoria
Jesús mío, Tú, que eres tan grande, me conoces, conoces mi corazón, mis virtudes y mis debilidades.
Tú sabes que hay muchas cosas en mi corazón que me inquietan y me acongojan. Todo ello te lo ofrezco para encontrar en ti mi alegría.
Petición
Padre bueno, te pido me des fuerza para enfrentar todas las dificultades que encuentro en mi vida; aumentes mi fe, para que crea en tu palabra; aumentes mi esperanza para que me abandone en ti y confíe plenamente que nada me separará de tu amor
Meditación del Papa Francisco
Tampoco nosotros encontraremos la vida si permanecemos tristes y sin esperanza y encerrados en nosotros mismos. Abramos en cambio al Señor nuestros sepulcros sellados ―cada de nosotros los conoce―, para que Jesús entre y lo llene de vida; llevémosle las piedras del rencor y las losas del pasado, las rocas pesadas de las debilidades y de las caídas. Él desea venir y tomarnos de la mano, para sacarnos de la angustia. Pero la primera piedra que debemos remover esta noche es ésta: la falta de esperanza que nos encierra en nosotros mismos. Que el Señor nos libre de esta terrible trampa de ser cristianos sin esperanza, que viven como si el Señor no hubiera resucitado y nuestros problemas fueran el centro de la vida. (Homilía de S.S. Francisco, 26 de marzo de 2016).
Reflexión
El cristianismo es el camino de la alegría. Al igual que en la vida de Jesús, los cristianos encontramos muchas cruces en nuestro camino, por que es estrecha la puerta y angosto el camino que lleva a la Vida. Un camino arduo; pero, sobretodo, lleno de alegría, de la alegría profunda de poseer a Dios, de tener el triunfo y la bienaventuranza final asegurada.
Propósito
Me esforzaré por dejar de lado toda crítica y queja sobre las dificultades de mi día y le daré gracias a Dios por acompañarme este día.
Diálogo con Cristo
Jesús, hoy no te quiero pedir me quites mis cruces, es más te las quiero agradecer.
Te las agradezco por que sé que Tú me las has dado por que sabes que yo puedo con ellas, por que sabes que con ellas me puedo unir a ti, y ahí es donde me doy cuenta de que no pesan las cruces y sólo queda la alegría de saberme tu amado.
El camino de Dios es de renuncia, de mortificación, de entrega, pero no de tristeza o de apocamiento (San José María Escrivá, Amigos de Dios, 128)
Homilía para la Solemnidad de la Ascensión de Señor -
Hech 1, 1-11; Heb 9, 24-28 Lc 24, 46-53
Nexo entre las lecturas
En la solemnidad de la Ascensión el conjunto de la liturgia parece decirnos: Misión cumplida, pero no terminada. En el evangelio Lucas resalta el cumplimiento de la misión: misterio pascual y evangelización universal.
La narración del libro de los Hechos se fija principalmente en la tarea no terminada: seréis mis testigos...hasta los confines de la tierra; este Jesús...volverá...
Finalmente, la carta a los Hebreos sintetiza en el Cristo glorioso, sumo sacerdote del santuario celeste, la misión cumplida (entró en el santuario de una vez para siempre), pero no terminada (intercede ante el Padre en favor nuestro...vendrá por segunda vez...a los que le esperan para su salvación).
Mensaje doctrinal
1. Jesucristo puede irse tranquilo. La Ascensión no es ningún momento dramático ni para Jesús ni para los discípulos. La Ascensión es la despedida de un fundador, que deja a sus hijos la tarea de continuar su obra, pero no dejándolos abandonados a su suerte, sino siguiendo paso a paso las vicisitudes de su fundación en el mundo mediante su Espíritu.
Cristo puede irse tranquilo, porque se han cumplido las Escrituras sobre él, y los discípulos comienzan a comprenderlo. Cristo puede irse tranquilo, no porque sus hombres sean unos héroes, sino porque su Espíritu los acompañará siempre y por doquier en su tarea evangelizadora.
Puede irse tranquilo Jesucristo, porque los suyos, poseídos por el fuego del Espíritu, proclamarán el Evangelio de Dios, que es Jesucristo, a todos los pueblos, generación tras generación, hasta el confín de la tierra y hasta el fin de los tiempos.
Cristo puede irse tranquilo, porque ha cumplido su misión histórica, y ha pasado la estafeta a su Espíritu, que la interiorizará en cada uno de los creyentes.
Cristo puede irse tranquilo, porque los discípulos proclamarán el mismo Evangelio que él ha predicado, harán los mismos milagros que él ha realizado, testimoniarán la verdad del Evangelio igual que él la testimonió hasta la muerte en cruz.
Puedes irte tranquilo, Jesús, porque tu Iglesia, en medio de las contradicciones de este mundo, y a pesar de las debilidades y miserias de sus hijos, te será siempre fiel, hasta que vuelvas.
2. Irse de este mundo quedándose en él. Todo hombre siente en su interior, a la vista de la muerte, el deseo intenso de quedarse en el mundo, de dejar en él algo de sí mismo, de marcharse quedándose.
Dejar unos hijos que le prolonguen y le recuerden, dejar una casa construida por él, un árbol por él plantado, dejar una obra -no importa si grande o pequeña- de carácter científico, literario, artístico... Jesucristo, en su condición de hombre y Dios, es el único que puede satisfacer plenamente este ansia del corazón humano.
Él se va, como todo ser histórico. Pero también se queda, y no sólo en el recuerdo, no sólo en una obra, sino realmente. Él vive glorioso en el cielo, y vive misterioso en la tierra.
Vive por la gracia en el interior de cada cristiano; vive en el sacrificio eucarístico, y en los sagrarios del mundo prolonga su presencia real y redentora.
Vive y se ha quedado con nosotros en su Palabra, esa Palabra que resuena en los labios de los predicadores y en el interior de las conciencias.
Se ha quedado y se hace presente en el papa, en los obispos, en los sacerdotes, que lo representan ante los hombres, que lo prolongan con sus labios y con sus manos.
Se ha quedado Jesús con nosotros, construyendo con su Espíritu, dentro de nosotros, el hombre interior, el hombre nuevo, imagen viviente suya en la historia.
La presencia y permanencia de Jesucristo en el mundo es muy real, pero también muy misteriosa, oculta, sólo visible para quienes tienen su mirada brillante como una esmeralda e iluminada por la fe.
Sugerencias pastorales
1. Cristo se ha quedado con nosotros. En la vida humana tenemos necesidad de una presencia amiga, incluso cuando estamos solos.
Una presencia real: la esposa, los hijos, un pariente, un compañero de trabajo, un vecino de casa...O al menos una presencia soñada, imaginaria: el recuerdo de la madre, la imagen del amigo del alma, el pensamiento del hijo que vive en otra ciudad o en otro país...
Esa presencia real o soñada nos conforta, nos consuela, nos da paz, nos motiva. Cristo se ha quedado con cada uno y con todos nosotros. La suya es una presencia real y eficaz, bien que no visible y palpable.
Una presencia de amigo que sabe escuchar nuestros secretos e intimidades con cariño, con paciencia, con bondad, con misericordia y con amor; que sabe igualmente escuchar nuestras pequeñas cosas de cada día, aunque sean las mismas, aunque sean cosas sin importancia; que sabe incluso escuchar nuestras rebeliones interiores, nuestros desahogos de ira, nuestras lágrimas de orgullo, nuestros desatinos en momentos de pasión...
Cristo se ha quedado contigo, a tu lado, para escucharte. La presencia de Cristo es también una presencia de Redentor, que busca por todos los medios nuestra salvación. Está a nuestro lado en la tentación, para darnos fuerza y ayudarnos a vencerla.
Es nuestro compañero de camino cuando todo marcha bien, cuando el triunfo corona nuestro esfuerzo, cuando la gracia va ganando terreno en nuestra alma. Está con nosotros en el momento de la caída, en la desgracia del pecado, para ayudarnos a recapacitar, para echarnos una mano al momento de alzarnos.
Cristo se ha quedado contigo para salvarte. ¿Piensas de vez en cuando en esa presencia estupenda de Cristo amigo y Redentor?
2. La liturgia de la vida diaria. Cristo, como sacerdote de la Nueva Alianza, ha ofrecido su vida día tras día sobre el altar de la cotidianidad, hasta consumar su ofrenda en la liturgia de la cruz.
Con la Ascensión, nuestro sumo sacerdote ha partido de este mundo. Nosotros, los cristianos, pueblo sacerdotal, asumimos su misma tarea de consagrar el mundo a Dios en el altar de la historia.
Para el cristiano cada acto es un acto litúrgico, cada día es una liturgia de alabanza y bendición de Dios. No hay ninguna actividad de la vida diaria de los hombres que no pueda convertirse en hostia santa y agradable a Dios.
Por tanto, nos dice la constitución dogmática sobre la Iglesia del Vaticano II, todos los discípulos de Cristo, en oración continua y en alabanza a Dios, han de ofrecerse a sí mismos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (cf Rom 12,1) (LG 10).
Por el bautismo, que nos introdujo en el pueblo sacerdotal, estamos llamados a confesar delante de los hombres la fe que recibimos de Dios por medio de la Iglesia. En cuanto miembro del pueblo sacerdotal confieso mi fe en casa, ante mis hijos o ante mis padres.
Con mi postura y con mi palabra confieso mi fe en una reunión de amigos o de trabajo. Como partícipe del sacerdocio bautismal, pongo mi fe por encima y por delante de todo, y hago de ella el metro único de mis decisiones y comportamientos. ¿Es ya mi vida una liturgia santa y agradable a Dios? ¿Es éste mi deseo más íntimo y mi más firme propósito?