«Digo esto en el mundo para que ellos mismos tengan mi alegría cumplida»
- 11 Mayo 2016
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Evangelio según San Juan 17,11b-19.
Jesús levantó los ojos al cielo, y oró diciendo: "Padre santo, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros. Mientras estaba con ellos, cuidaba en tu Nombre a los que me diste; yo los protegía y no se perdió ninguno de ellos, excepto el que debía perderse, para que se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy a ti, y digo esto estando en el mundo, para que mi gozo sea el de ellos y su gozo sea perfecto. Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad. Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo. Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad."
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia Sermones sobre san Juan, nº 107
«Digo esto en el mundo para que ellos mismos tengan mi alegría cumplida»
Habiendo dicho a su Padre: «Desde ahora ya no voy a estar en el mundo...; mientras yo voy a ti» (Jn 17,11), nuestro Señor recomienda a su Padre aquellos que van a estar privados de su presencia física: «Padre santo: guárdalos en tu nombre a los que me has dado». En cuanto hombre Jesús pide a Dios por los discípulos que de Dios mismo ha recibido. Pero, atención a lo que sigue: «Para que sean uno como nosotros». No dice: Para que sean uno con nosotros, o: Para que no seamos, ellos y nosotros, más que una sola cosa, como nosotros somos uno, sino: «Para que sean uno como nosotros». Que sean uno en su naturaleza, tal como nosotros somos uno en la nuestra. Estas palabras, para ser verdaderas, exigen que Jesús haya hablado primero de forma que se comprenda que él tiene la misma naturaleza divina que su Padre, tal como lo dice en otro lugar: «Yo y el Padre somos uno» (Jn 10,30). Según su naturaleza humana, él había dicho: «El Padre es más que yo» (Jn 14,28), pero como que en él Dios y el hombre no son más que una sola y la misma persona, comprendemos que es hombre porque ora, y comprendemos que es Dios porque es uno con aquel a quien ora...
"Y ahora voy a ti y digo esto en el mundo para que ellos mismos tengan mi alegría cumplida". Aún no había dejado el mundo, estaba todavía en él, pero puesto que muy pronto iba a dejarlo, es, por así decir, como si ya no estuviera en él. Pero ¿cuál es esta alegría que quiere que sus discípulos tengan cumplida? Lo ha explicado ya más arriba, cuando dice: "Para que sean uno como nosotros". Esta alegría que es la suya y que les ha dado, les predice su cumplimiento perfecto, y es por ello que habla de ella "en el mundo". Esta alegría, es la paz y la felicidad del mundo venidero; para
obtenerlas es preciso vivir en este mundo de acá en la moderación, la justicia y la piedad.
San Mamerto de Viena
En Vienne, en la Galia Lugdunense, san Mamerto, obispo, que, con motivo de una inminente desgracia, instituyó en esta ciudad unas solemnes letanías para el triduo preparatorio de la fiesta de la Ascensión del Señor (c. 475).
Fray Mamerto Esquiú
"Inspiradas y sazonadas con tal virtud sus palabras obraban verdaderas maravillas, y la fama de su nombre corría por todas partes "
Nació el 11 de mayo de 1826 en La Callecita (Piedra Blanca) al pie del Ambato nevado, a pocos kilómetros de la Capital, bajo un techo de paja. Era el día de San Mamerto y la iglesia celebraba la fiesta de la Ascensión. Fray Francisco Cortez misionero y amigo de la familia lo bautizó; y le dijo a la madre de Esquiú, antes de que este naciera, que sería obispo.
Sus padres fueron Santiago Esquiú, soldado catalán enviado por España al Río de la Plata que combatió en el alto Perú hasta ser hecho prisionero por los patriotas; su madre María de las Nieves Medina criolla catamarqueña.
Después de 7 años, en Córdoba, los peritos terminaron con la revisión histórica, pero tiene que ser aprobada aun por la Santa Sede. Terminaron en octubre de 2000 y entregaron 8 cajas de material que el padre Jorge Martínez - sacerdote franciscano y vice postulador de la causa de Beatificación de Fray M.Esquiú - entregó a la Santa Sede, en Roma para revisar nuevamente el material.
El proceso comienza en 1926 Esquiú en cierto modo, no tuvo mucha suerte en cuanto al proceso. Primero hubo una confusión se había iniciado en Córdoba, después se hizo aquí, en Catamarca, un proceso que no tuvo valor. Luego vino la segunda guerra mundial y eso también la detuvo. Cuando ésta terminó, la causa fue retomada pero de los tres teólogos que debían hacer juicio de los escritos de Esquiú, dos son favorables y uno es contrario. Esto hace que la causa se detenga y PÍO XII, el Papa que estaba en ese momento, archiva el proceso.
En 1957, el embajador Manuel del Río pide permiso para reabrir la causa y Juan XXIII se lo otorga en 1958. Él revé todo y hace la defensa, pero al morir, al proceso lo ve Pablo VI, quien aprobó la defensa y así pudo retomar nuevamente la causa en 1964.
Luego en Catamarca, el padre Bernardo Martínez trabajo mucho en la causa, reactivó el proceso, logró el reconocimiento de los restos de Esquiú en la Catedral de Córdoba y pidió la opinión de los nuevos teólogos. Como había sido una causa detenida, en vez de volver atrás pusieron seis teólogos y los seis aprobaron y recomendaron su Beatificación en 1978.
En 1979 se logra la prueba que no hubo culto especial sobre Esquiú, porque el culto también detiene la causa de Beatificación. Entonces todo estuvo acorde para presentar lo que se llamó la disquisición histórica, es decir un estudio histórico. En ese momento lo tomaron tres licenciados de historia, ellos hicieron el trabajo, pero parece que no estaban informados de todo el proceso jurídico y lo terminaron muy tarde, recién en 1990.
Fue entonces cuando el Cardenal pide al padre Jorge Martínez que se ocupe del tema, quien ese momento se ocupaba como Rector de la Universidad de Mendoza. Viajo a Roma e inició una investigación más profunda y en 1993 verifica que desde 1978 la causa se había detenido bastante y que prácticamente estaba parada.
Oremos
Señor, tú que colocaste a San Mamerto en el número de los santos pastores y lo hiciste brillar por el ardor de la caridad y de aquella fe que vence al mundo, haz que también nosotros, por su intercesión, perseveremos firmes en la fe y arraigados en el amor y merezcamos así participar de su gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
El Papa en Sta. Marta invita a ‘quemar’ la vida por Jesús
El papa Francisco ha reflexionado este martes en la homilía de la misa de Santa Marta sobre la docilidad a la voz del Espíritu Santo, en esta semana que la Iglesia se prepara para la celebración de Pentecostés. Y así, ha recordado que esta docilidad es la que empuja a “quemar” la vida por el anuncio del Evangelio, también en los lugares más alejados. Esta es –ha precisado– la característica de fondo de cada hombre y mujer que elige servir a la Iglesia yendo a la misión.Una llamada que da “fuerza”, un impulso irresistible a tomar la propia vida y donarla a Cristo, incluso más: a “quemarla” por Él. Esto está en el corazón de cada apóstol. Era el fuego que quemaba el corazón de san Pablo, es el mismo fuego que arde en “tantos jóvenes, chicos y chicas, que han dejado la patria, la familia y han ido lejos, a otros continentes, a anunciar a Jesucristo”, ha asegurado el Santo Padre. La homilía del Pontífice se ha inspirado en el pasaje de Los Hechos de los Apóstolesque cuenta la despedida de Pablo de la comunidad de Mileto. Creo –ha observado el Papa– que este pasaje nos evoca la vida de nuestros misioneros de todas las épocas. Y lo ha explicado así: “Iban obligados por el Espíritu Santo: ¡una vocación! Y cuando, en esos lugares vamos a los cementerios, vemos sus lápidas: muchos han muerto jóvenes, con menos de 40 años. Porque no estaban preparados para las enfermedades del lugar. Han dado la vida jóvenes: han ‘quemado’ la vida. Yo creo que ellos, en ese último momento, lejos de su patria, de su familia, de sus seres queridos, habrán dicho: ‘Valía la pena lo que he hecho’”. En esta misma línea, el papa Francisco ha asegurado que “el misionero va sin saber qué le espera”. Y ha recordado la despedida de san Francisco Javier narrada por el poeta y escritor español José María Pemán.
“Sé solamente –había dicho el apóstol en sus palabras de despedida– que el Espíritu Santo, de ciudad en ciudad, me asegura que me aguardan cárceles y luchas”. El papa Francisco ha precisado que “el misionero sabe que la vida no será fácil, pero va adelante”.
De este modo, ha pensado en “nuestros misioneros”, que son “héroes de la evangelización de nuestro tiempo”. Europa –ha recordado Francisco– ha llenado de misioneros otros continentes… Y estos se iban sin volver… Creo que es justo, ha observado el Santo Padre, que nosotros demos gracias al Señor por su testimonio. Es justo que nos alegremos por tener estos misioneros, que son verdaderos testigos. El Santo Padre ha pensado en cómo pudo haber sido el último momento de estas personas: “¿Cómo puede haber sido su despedida?
Como Javier: ‘He dejado todo, pero valía la pena’. “Anónimos, se han ido. Otros como mártires, ofreciendo la vida por el Evangelio. ¡Son nuestra gloria estos misioneros! ¡La gloria de nuestra Iglesia!” El Santo Padre ha aseverado además que una cualidad del misionero es “la docilidad”. Por eso ha pedido que ante la “insatisfacción” que captura a “nuestros jóvenes de hoy” la voz del Espíritu “les dé fuerza para ir más allá, a ‘quemar’ la vida por causas nobles”. Finalmente, el Pontífice ha concluido la homilía con un mensaje para los jóvenes que no se sienten bien con esta cultura del consumismo, del narcisismo. “¡Mirar el horizonte! ¡Mirar allí, mirar a estos misioneros!” Y así, ha exhortado a rezar al Espíritu Santo para que les dé fuerza para ir lejos, a ‘quemar’ la vida. Es una palabra un poco dura –ha advertido– pero la vida vale la pena vivirla. Pero para vivirla bien, ‘quemarla’ en el servicio, en el anuncio e ir adelante. Y esta es la alegría del anuncio del Evangelio.
Padre, cuida en tu nombre a los que me has dado
Juan 17, 11-19. Pascua. La santidad es un reto para todo bautizado a través de la oración.
Oración introductoria
Señor, gracias por este tiempo que puedo dedicar a la oración. Aunque no soy del mundo, las cosas pasajeras ejercen una fuerte atracción, pero creo y espero en Ti, porque eres fiel a tus promesas, por eso te pido la gracia de que me reveles la verdad sobre mi vida en esta oración.
Petición
Señor, concédeme no tener en la vida otra tarea, otra ocupación, otra ilusión que ser santificado en la verdad.
Meditación del Papa Francisco
Un aspecto esencial del testimonio del Señor Resucitado es la unidad entre nosotros, sus discípulos, como la que existe entre Él y el Padre. Y la oración de Jesús en la víspera de su pasión ha resonado hoy en el Evangelio: "Que sean una sola cosa como nosotros". De este eterno amor entre el Padre y el Hijo, que se extiende en nosotros por el Espíritu Santo, toma fuerza nuestra misión y nuestra comunión fraterna; de allí nace siempre nuevamente la alegría de seguir al Señor. (Homilía de S.S. Francisco, 17 de mayo de 2015).
Los mártires y la comunidad cristiana tuvieron que elegir entre seguir a Jesús o al mundo. Habían escuchado la advertencia del Señor de que el mundo los odiaría por su causa; sabían el precio de ser discípulos. Para muchos, esto significó persecución y, más tarde, la fuga a las montañas, donde formaron aldeas católicas. Estaban dispuestos a grandes sacrificios y a despojarse de todo lo que pudiera apartarles de Cristo –pertenencias y tierras, prestigio y honor–, porque sabían que sólo Cristo era su verdadero tesoro.
En nuestros días, muchas veces vemos cómo el mundo cuestiona nuestra fe, y de múltiples maneras se nos pide entrar en componendas con la fe, diluir las exigencias radicales del Evangelio y acomodarnos al espíritu de nuestro tiempo. Sin embargo, los mártires nos invitan a poner a Cristo por encima de todo y a ver todo lo demás en relación con él y con su Reino eterno. Nos hacen preguntarnos si hay algo por lo que estaríamos dispuestos a morir.
Además, el ejemplo de los mártires nos enseña también la importancia de la caridad en la vida de fe. La autenticidad de su testimonio de Cristo, expresada en la aceptación de la igual dignidad de todos los bautizados, fue lo que les llevó a una forma de vida fraterna que cuestionaba las rígidas estructuras sociales de su época. Fue su negativa a separar el doble mandamiento del amor a Dios y amor al prójimo lo que les llevó a una solicitud tan fuerte por las necesidades de los hermanos.
Su ejemplo tiene mucho que decirnos a nosotros, que vivimos en sociedades en las que, junto a inmensas riquezas, prospera silenciosamente la más denigrante pobreza; donde rara vez se escucha el grito de los pobres; y donde Cristo nos sigue llamando, pidiéndonos que le amemos y sirvamos tendiendo la mano a nuestros hermanos necesitados.
(Homilía de S.S. Francisco, 16 de agosto de 2014).
Reflexión
Cristo continúa orando con su Padre, y así como pidió para que nosotros seamos uno, ahora pide al Padre que seamos santificados en la verdad. Y la verdad se encuentra en las palabras de vida que del Padre hemos recibido.
Es decir, todas aquellas virtudes que nos ha enseñado y que nos pide imitar. Caridad, fe, abnegación y también santidad, que es el culmen de todas las virtudes.
Los cristianos de este siglo debemos aceptar que la santidad ya no es algo tan lejano y reservado únicamente a unas cuantas almas místicas. Prueba de ello son las numerosas beatificaciones y santificaciones que el Papa realizó en el siglo pasado y en el nuevo milenio.
La santidad, por tanto, es un reto que atañe a todo bautizado.
Por el bautismo recibimos las ayudas para ser santos, sólo que a lo largo de nuestra vida esa blancura de nuestra alma se ha ido manchando y, por consiguiente, nos hemos alejado de la santidad. Hemos preferido adorarnos a nosotros mismo en lugar de Dios. Sin embargo, no por ello todo está perdido. Al contrario, la santidad es un reto que Cristo, a través de su Vicario en la tierra (el Papa) nos invita a conquistar. Un reto difícil y costoso porque nuestra naturaleza humana nos arrastra a las cosas de la tierra. Pero es un reto que cuando se ha tomado en serio, llena de profunda y verdadera felicidad. Porque se experimenta la dicha de vivir con la ilusión de agradar sólo a nuestro creador. De tenerlo en nuestro corazón y de rechazar todo lo que nos pueda alejar de Él. "Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación" (1 Ts 4, 3).
Propósito
Hacer un examen de conciencia para ver cómo puedo dar mayor gloria a Dios con los dones que me ha dado.
Diálogo con Cristo
Señor, dejo en tus manos mis preocupaciones. Ayúdame a confiar en tu providencia, para que la revisión de mis actitudes y comportamiento, me ayude a vivir lo que creo. Sé que Tú estás conmigo, pero frecuentemente se me dificulta compartir mi fe con los demás. Dame la fortaleza para hablar de Ti y de tu amor, especialmente a mi familia.
María y el Don del Espíritu
En la espera que reinaba en el Cenáculo después de la Ascensión, ¿cuál era la posición de María?
Por: San Juan Pablo II
Si meditamos este hermoso texto de la Catequesis de Juan Pablo II, titulada "María y el Don del Espíritu" en compañia de María podremos experimentar que "...En la comunidad de los creyentes en oración, María está presente, no sólo en los orígenes de la fe, sino en todo tiempo. (Juan Pablo II, Ángelus 13-11-83).
Queridísimos hermanos y hermanas:
1. Recorriendo el itinerario de la vida de la Virgen María, el Concilio Vaticano II recuerda su presencia en la comunidad que espera Pentecostés: «Dios no quiso manifestar solemnemente el misterio de la salvación humana antes de enviar el Espíritu prometido por Cristo. Por eso vemos a los Apóstoles, antes del día de Pentecostés, "perseverar en la oración unidos, junto con algunas mujeres, con María, la Madre de Jesús, y sus parientes" (Hch 1, 14). María pedía con sus oraciones el don del Espíritu, que en la Anunciación la había cubierto con su sombra» (Lumen gentium, 59).
La primera comunidad constituye el preludio del nacimiento de la Iglesia; la presencia de la Virgen contribuye a delinear su rostro definitivo, fruto del don de Pentecostés.
2. En la atmósfera de espera que reinaba en el Cenáculo después de la Ascensión, ¿cuál era la posición de María con respecto a la venida del Espíritu Santo?
El Concilio subraya expresamente su presencia, en oración, con vistas a la efusión del Paráclito. María implora «con sus oraciones el don del Espíritu». Esta afirmación resulta muy significativa, pues en la Anunciación el Espíritu Santo ya había venido sobre ella, cubriéndola con su sombra y dando origen a la encarnación del Verbo.
Al haber hecho ya una experiencia totalmente singular sobre la eficacia de ese don, la Virgen santísima estaba en condiciones de poderlo apreciar más que cualquier otra persona. En efecto, a la intervención misteriosa del Espíritu debía ella su maternidad, que la convirtió en puerta de ingreso del Salvador en el mundo.
A diferencia de los que se hallaban presentes en el Cenáculo en trepidante espera, Ella, plenamente consciente de la importancia de la promesa de su Hijo a los discípulos (cf. Jn 14, 16), ayudaba a la comunidad a prepararse adecuadamente a la venida del Paráclito.
Por ello, su singular experiencia, a la vez que la impulsaba a desear ardientemente la venida del Espíritu, la comprometía también a preparar la mente y el corazón de los que estaban a su lado.
3. Durante esa oración en el Cenáculo, en actitud de profunda comunión con los Apóstoles, con algunas mujeres y con los hermanos de Jesús, la Madre del Señor invoca el don del Espíritu para sí misma y para la comunidad.
Era oportuno que la primera efusión del Espíritu sobre Ella, que tuvo lugar con miras a su maternidad divina, fuera renovada y reforzada. En efecto, al pie de la Cruz, María fue revestida con un nueva maternidad, con respecto a lo discípulos de Jesús. Precisamente esta misión exigía un renovado don del Espíritu. Por consiguiente, la Virgen lo deseaba con vistas a la fecundidad de su maternidad espiritual.
Mientras en el momento de la Encarnación el Espíritu Santo había descendido sobre Ella, como persona llamada a participar dignamente en el gran misterio, ahora todo se realiza en función de la Iglesia, de la que María está llamada a ser ejemplo, modelo y Madre.
En la Iglesia y para la Iglesia, Ella, recordando la promesa de Jesús, espera Pentecostés e implora para todos abundantes dones, según la personalidad y la misión de cada uno.
4. En la comunidad cristiana la oración de María reviste un significado peculiar: favorece la venida del Espíritu, solicitando su acción en el corazón de los discípulos y en el mundo.
De la misma manera que, en la Encarnación, el Espíritu había formado en su seno virginal el cuerpo físico de Cristo, así ahora en el cenáculo, el mismo Espíritu viene para animar su Cuerpo místico.
Por tanto, Pentecostés es fruto también de la incesante oración de la Virgen, que el Paráclito acoge con favor singular, porque es expresión del amor materno de ella hacia los discípulos del Señor.
Contemplando la poderosa intercesión de María que espera al Espíritu Santo, los cristianos de todos los tiempos, en su largo y arduo camino hacia la salvación, recurren a menudo a su intercesión para recibir con mayor abundancia los dones del Paráclito.
5. Respondiendo a las plegarias de la Virgen y de la comunidad reunida en el cenáculo el día de Pentecostés, el Espíritu Santo colma a María y a los presentes con la plenitud de sus dones, obrando en ellos una profunda transformación con vistas a la difusión de la buena nueva. A la Madre de Cristo y a los discípulos se les concede una nueva fuerza y un nuevo dinamismo apostólico para el crecimiento de la Iglesia. En particular, la efusión del Espíritu lleva a María a ejercer su maternidad espiritual de modo singular, mediante su presencia, su caridad y su testimonio de fe.
En la Iglesia que nace, Ella entrega a los discípulos, como tesoro inestimable, sus recuerdos sobre la Encarnación, sobre la infancia, sobre la vida oculta y sobre la misión de su Hijo divino, contribuyendo a darlo a conocer y a fortalecer la fe de los creyentes.
No tenemos ninguna información sobre la actividad de María en la Iglesia primitiva, pero cabe suponer que, incluso después de Pentecostés, Ella siguió llevando una vida oculta y discreta, vigilante y eficaz. Iluminada y guiada por el Espíritu, ejerció una profunda influencia en la comunidad de los discípulos del Señor.
Juan Pablo II Audiencia general del miércoles, 28 de mayo de 1997
El Espíritu Santo está de moda
Es moda en el sentido de que hemos renovado en la Iglesia algo que nunca se debiera haber arrinconado.
Empiezo con una pregunta que tiene que ver muy poco con Dios: ¿Qué es la moda? Extraña la pregunta en estos mensajes que nos quieren llevar a pensar solamente en Dios. Pero hoy nos hacemos esta pregunta, y la vamos a responder.
La moda es una costumbre pasajera que se mete en la sociedad, entusiasma de momento, pero pronto pasa, porque no tiene consistencia y carece de futuro. Es de hoy, y mañana ha desaparecido.
Según esto, ¿existen modas en la Iglesia? No. Propiamente hablando, ni pueden existir. Porque, lo que no se remonta a los Apóstoles y a Jesucristo, carece de autenticidad, no es genuinamente cristiano y no podemos en modo alguno aceptarlo, lo mismo en nuestra fe que en nuestra vida.
Dios dijo la última palabra por Jesucristo, y todo el que venga después diciendo y predicando algo en nombre de Dios, o repite lo que Dios dijo por Jesucristo o sus Apóstoles, o es un mentiroso y falsificador de la verdad de Dios.
En este sentido, no puede haber modas en la Iglesia. Todo es viejo, aunque todo es actual y muy del día.
Sin embargo, hoy vamos a pensar en una moda feliz dentro de la Iglesia, como es la devoción al Espíritu Santo. Pero, ya se ve, es una moda muy diferente de las que acostumbramos a tener en la sociedad. No es moda en el sentido de que la hayamos inventado nosotros, o de que haya de pasar pronto. Todo lo contrario. Es moda en el sentido de que hemos renovado en la Iglesia algo que nunca se debiera haber arrinconado.
Por inspiración del mismo Espíritu Santo, hemos tenido la magnífica ocurrencia de sacar del armario el vestido más lujoso que lucían los cristianos de los primeros siglos, pues el Espíritu Santo, junto con la Eucaristía, constituían el núcleo viviente de la piedad de la Iglesia. Meternos en la moda del Espíritu Santo, es renovarnos hoy en lo más genuino de la vida cristiana en sus orígenes.
Cuando los Apóstoles hablaban de la Gracia, se referían ante todo al don, a la merced, al regalo que Dios nos hizo mandando a su Iglesia y a cada uno de los fieles el Espíritu Santo. Así, Pedro le recrimina severamente a Simón Mago:
- Que tu dinero te valga sólo para tu perdición, pues has pensado que con él podías comprar el DON de Dios.
¡El Espíritu Santo!... ¡Qué nombre y qué calificativo tan bello el que lleva la Tercera Persona de la Santísima Trinidad! No lo hemos llamado así nosotros, sino que fue el mismo Jesús quien nos lo dictó.
Espíritu significa aire, viento, soplo...
Por eso, Jesús resucitado exhaló su aliento sobre los Apóstoles para comunicarles el Espíritu, y la irrupción del Espíritu en Pentecostés vino acompañada de un viento huracanado. Siguiendo, pues, la comparación del aire, empleada por el mismo Jesús, digamos nosotros lo que podemos expresar del Espíritu Santo.
El aire es uno de los dones más grandes de la Naturaleza. Invisible, no lo percibimos sino por sus efectos. El movimiento de las hojas, el polvo que se levanta o las nubes que cruzan el espacio, nos dicen que existe un aire al que no vemos, pero que lo llena todo. Sin el aire en nuestros pulmones, nos asfixiaríamos en pocos minutos. Sin el aire, la naturaleza se volvería pesada y la vida se extinguiría aceleradamente. Y así como el aire puro renueva continuamente nuestro organismo, la contaminación del aire es uno de los más serios problemas que hoy tienen planteado las grandes ciudades.
Si Jesús se fija en el aire para hablarnos del Espíritu Santo y darle su nombre propio, por algo lo haría... Jesús aplica maravillosamente al Espíritu Santo la naturaleza y la acción del aire.
El Espíritu Santo es la vida de nuestra vida divina. Sin Él, seríamos unos cadáveres, privados de la vida de Dios.
El Espíritu Santo es el motor de nuestro amor. Somos capaces de amar como Dios, porque el Espíritu Santo, que es el amor del mismo Dios, ha sido derramado en nuestros corazones.
El Espíritu Santo empuja nuestra oración, y nos hace capaces de elevarnos a Dios con la plegaria.
El Espíritu Santo inspira todos nuestros movimientos hacia Dios, hablándonos muy callandito, pero sin dejarnos parar un instante en nuestra aspiración hacia el Cielo.
El Espíritu Santo -seguimos con la misma comparación de Jesús- invade todo nuestro ser, como el aire puro nuestra casa bien ventilada, y nos impulsa a realizar toda la obra de Dios.
Jesús decía: -El aire sopla por donde quiere, oyes su ruido, pero no sabes ni de dónde viene ni a dónde va. Esto le pasa al que ha nacido del Espíritu Santo. Es decir, hay que abrirse a lo que el Espíritu quiere de nosotros.
Estar abierto al Espíritu Santo para orar, para cantar, para evangelizar, para sentir profundamente a Dios, no es una moda moderna, introducida por la providencial Renovación Carismática. Ella nos ha enseñado a volver a lo más puro de la piedad cristiana. A ponernos a disposición del Espíritu, que nos empuja sin parar a encontrarnos siempre con Jesús, el Señor.
Moda feliz, la del Espíritu Santo en la Iglesia. Y lo mejor que podemos hacer es lucir este vestido de gala que estaba un poquito arrinconado. ¡Bendita la devoción al Espíritu Santo, el Espíritu del Señor Jesús!....
Francisco, en la audiencia de hoy
Francisco pide que "Brasil marche por caminos de armonía y de paz"
Papa: "Nadie puede quitarnos la dignidad de hijos, ni siquiera el diablo"
"Nunca dejaremos de ser hijos de Dios. De un Padre que me ama y espera mi regreso"
(José Manuel Vidal).- Catequesis del Papa sobre la parábola del Hijo pródigo en la audiencia del miércoles. Una parábola que le sirve a Francisco para reivindicar la "nueva lógica" de la misericordia. Como el Padre de la parábola. Porque "nadie, ni siquiera el diablo puede quitarnos la dignidad de ser hijos de Dios"
Lectura de la parábola del Hijo pródigo: "Cuando el hijo estaba lejos, el Padre lo vio y se le echó al cuello y lo cubrió de besos. Su hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo...Estaba perdido y lo hemos encontrado"
En el saludo en portugués, el Papa recordó especialmente a Brasil y pidió, para el país latinoamericano "en estos momentos de dificultad" que "camine por los senderos de la armonía y de la paz", con la ayuda del diálogo, de la oración y con la protección de la Virgen de Aparecida.
Durante el saludo en polaco, el Papa hace referencia a la Virgen de Fátima, "de la que era tan devoto Juan Pablo II", y pide, por sumediación, la paz para el mundo.
Algunas frases de la catequesis del Papa
"La audiencia en dos lugares, pero una sola audiencia. Los enfermo, por riesgo de lluvia, están en el aula Pablo VI"
"Reflexionamos hoy sobre la parábola del Padre misericordioso"
"Empecemos por el final: 'Hagamos fiesta'"
"Jesús no describe un padre ofendido y resentido. No dice aquello de 'me lo pagarás'"
"Lo único que le hace feliz es que su hijo está sano y salvo"
"¡Cuánta ternura!" "El Padre lo esperaba"
"La misericordia del Padre es incondicional y se manifiesta antes de que el hijo hable"
"A pesar de todo es hijo". "Nadie puede quitarnos la dingidad de hijos, ni siquiera el diablo"
"La parábola nos enseña a no desesperarnos nunca"
"Nunca dejaremos de ser hijos de Dios. De un Padre que me ama y espera mi regreso"
"Dios me espera, quiere abrazarme". "En la parábola, hay otro hijo, el mayor". "Sus palabras no tienen ternura"
"Sólo piensa en sí mismo, se vanagloria...y, sin embargo, nunca vivió con alegría"
"Los que se creen justos también necesitan misericordia". "Este hijo nos representa". "No se trata de regatear con Dios"
"La mayor alegría para un padre es ver que sus hijos se recononozcan hermanos"
"No sabemos qué decidió hace el hijo mayor" . "Todos necesitamos entrar en la casa del Padre y participar en su alegría, en su fiesta de la misericordia y de la fraternidad". "Abramos nuestro corazón, para ser misericordiosos como el Padre"
Texto completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos hermanas, ¡buenos días!
Hoy esta audiencia se desarrolla en dos lugares: porque había el peligro de la lluvia, los enfermos están en el Aula Pablo VI y nos siguen a través de las pantallas; dos lugares pero una sola audiencia. Saludamos a los enfermos que están en el Aula Pablo VI. Queremos reflexionar sobre la parábola del Padre misericordioso. Ella habla de un padre y de sus dos hijos, y nos hace conocer la misericordia infinita de Dios.
Iniciemos del final, es decir, de la alegría del corazón del Padre, que dice: «Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado» (vv. 23-24). Con estas palabras el padre interrumpió al hijo menor en el momento en el cual estaba confesando su culpa: «Ya no merezco ser llamado hijo tuyo...» (v. 19). Pero esta expresión es insoportable para el corazón del padre, que en cambio se apresura en restituir al hijo los signos de su dignidad: la mejor ropa, el anillo, las sandalias. Jesús no describe a un padre ofendido y resentido, un padre que, por ejemplo, dice al hijo: "me las pagaras, ¡eh!"; no, el padre lo abraza, lo espera con amor. Al contrario, la única cosa que el padre tiene en su corazón es que este hijo este ante él sano y salvo y esto lo hace feliz y hace fiesta. La acogida del hijo que regresa es descrito de modo conmovedor: «Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó» (v. 20). Cuanta ternura; lo ve desde lejos: ¿Qué cosa significa esto? Que el padre subía a la terraza continuamente para mirar el camino y ver si el hijo regresaba... Lo esperaba, aquel hijo que había hecho de todo, pero el padre lo esperaba. Que cosa bella la ternura del padre. La misericordia del padre es rebosante, incondicionada, y se manifiesta mucho antes que el hijo hable. Cierto, el hijo sabe que se ha equivocado y lo reconoce: «Padre, pequé... trátame como a uno de tus jornaleros» (v. 19). Pero estas palabras se disuelven ante el perdón del padre. El abrazo y el beso de su papá le hacen entender que ha sido siempre considerado hijo, no obstante todo. ¡Pero es hijo! Es importante esta enseñanza de Jesús: nuestra condición de hijos de Dios es fruto del amor del corazón del Padre; no depende de nuestros méritos o de nuestras acciones, y por ello nadie puede quitárnosla, nadie puede quitárnosla, ¡ni siquiera el diablo! Nadie puede quitarnos esta dignidad.
Esta palabra de Jesús nos anima a no desesperarnos jamás. Pienso en las mamas y en los padres preocupados cuando ven a sus hijos alejarse tomando caminos peligrosos. Pienso en los párrocos y catequistas que a veces se preguntan si su trabajo ha sido en vano. Pero pienso también a quien se encuentra en la cárcel, y le parece que su vida se ha terminado; a cuantos han realizado elecciones equivocadas y no logran mirar al futuro; a todos aquellos que tienen hambre de misericordia y de perdón y creen de no merecerlo... En cualquier situación de la vida, no debo olvidar que no dejaré jamás de ser hijo de Dios, ser hijo de un Padre que me ama y espera mi regreso. Incluso en las situaciones más feas de la vida, Dios me espera, Dios quiere abrazarme, Dios me espera.
En la parábola existe otro hijo, el mayor; también él tiene necesidad de descubrir la misericordia del padre. Él siempre ha estado en casa, ¡pero es tan diferente del padre! Sus palabras no tienen ternura: «Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes... ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto... !» (vv. 29-30), el desprecio. No dice jamás "padre", no dice jamás "hermano", piensa solamente en sí mismo, se jacta de haber permanecido siempre junto al padre y de haberlo servido; a pesar de ello, jamás ha vivido con alegría esta cercanía. Y ahora acusa al padre de no haberle dado jamás un cabrito para hacer fiesta. ¡Pobre Padre! ¡Un hijo se había ido, y el otro jamás le había estado cerca! El sufrimiento del padre es como el sufrimiento de Dios, el sufrimiento de Jesús cuando nosotros nos alejamos o porque vamos lejos o porque estamos cerca pero sin ser cercanos.
El hijo mayor, también él tiene necesidad de misericordia. Los justos, estos que se creen justos, tienen también necesidad de misericordia. Este hijo representa a nosotros cuando nos preguntamos si vale la pena trabajar tanto si luego no recibimos nada a cambio. Jesús nos recuerda que en la casa del Padre no se permanece para recibir una recompensa, sino porque se tiene la dignidad de hijos co-responsables. No se trata de "baratear" con Dios, sino de estar en el seguimiento de Jesús que se ha donado a sí mismo en la cruz - y esto - sin medidas.
«Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría» (v. 31). Así dice el Padre al hijo mayor. ¡Su lógica es aquella de la misericordia! El hijo menor pensaba de merecer un castigo a causa de sus propios pecados, el hijo mayor esperaba una recompensa por sus servicios. Los dos hermanos no hablan entre ellos, viven historias diferentes, pero ambos razonan según una lógica extraña a Jesús: si haces el bien recibes un premio, si haces el mal serás castigado; y esta no es la lógica de Jesús, no lo es. Esta lógica es invertida por las palabras del padre: «Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado» (v. 31). ¡El padre ha recuperado al hijo perdido, y ahora puede también restituirlo a su hermano! Sin el menor, también el hijo mayor deja de ser un "hermano". La alegría más grande para el padre es ver que sus hijos se reconozcan hermanos.
Los hijos pueden decidir si unirse a la alegría del padre o rechazarla. Deben interrogarse sobre sus propios deseos y sobre la visión que tienen de la vida. La parábola termina dejando el final en suspenso: no sabemos qué cosa ha decidido hacer el hijo mayor. Y esto es un estímulo para nosotros. Este Evangelio nos enseña que todos tenemos necesidad de entrar a la casa del Padre y participar de su alegría, en la fiesta de la misericordia y de la fraternidad. Hermanos y hermanas, ¡abramos nuestro corazón, para ser "misericordiosos como el Padre"! Gracias.