¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?

El papa Francisco celebró este viernes la santa misa delante de la basílica de San Pedro, con motivo del Jubileo de los Sacerdotes y de los seminaristas. La fecha coincide también con la festividad del Sagrado Corazón de Jesús, instituida hace 160 años por el beato Pío IX. A los más de seis mil sacerdotes que participaron del jubileo y que se encontraban reunidos en la explanada, como a los miles de fieles congregados en la plaza de San Pedro, el Papa les indicó el perfil del verdadero pastor de almas. O sea el de una persona que incluye y se alegra, que se da a su grey “con todo su ser”, no al 50 por ciento o al 60 por ciento, porque es un pastor y no un ‘inspector’, ni un ‘contador del espíritu’. Es un ministro de la comunión que celebra y vive, que no se espera ni saludos ni felicitaciones, pero quien ofrece primero la mano, rechazando las habladurías, juicios y venenos”. Pero también un padre que ‘con paciencia’ escucha los problemas de la gente, perdona ‘no reprende a quien abandona o pierde el rumbo’, y que por el contrario está ‘inquieto hasta que no encuentra a la oveja perdida, a la cual busca fuera de los horarios de trabajo ‘y sin asustarse por los riesgos’.

La orientación dada por el Santo Padre parte de la pregunta: “¿Hacia dónde está orientado mi corazón?”, inquietud que asegura, es “una interrogación fundamental de nuestra vida sacerdotal” que los sacerdotes “tenemos que plantearnos varias veces cada día, cada semana”.

Porque en medio de las tantas actividades y frentes, como la catequesis, liturgia, caridad, empeños pastorales y administrativos, se corre el riesgo de perder el norte y no entender qué tesoro debe buscar nuestro corazón. Entretanto, reconoce el Pontífice, este corazón va entrenado, para que “pueda arder de la caridad de Jesús el Buen Pastor”, con tres acciones: buscar, incluir, alegrarse.

Buscar a la oveja pedida, “fuera de los lugares del rebaño y de los horarios de trabajo, sin hacerse pagar los extras”. Y una vez que la encuentra la carga en la espalda y regresa contento. El corazón del sacerdote “no privatiza ni tiempos ni espacios” y advierte: “¡Hay de los pastores que privatizan!”. Por ello pide tenerlas puertas abiertas, pero aún más, salir afuera para buscar a quien no quiere entrar. Por ello, un pastor incluye. Como Cristo, ninguna de sus ovejas le es desconocida. Su rebaño es su familia y su vida.

“No es un jefe temido por las ovejas, pero el pastor que camina con ellas y las llama por nombre. Con mirada amorosa y corazón de padre recibe, incluye y cuando tiene que corregir lo hace para acercar, no desprecia a nadie, pero está dispuesto a ensuciarse las manos por todos”. Por lo tanto, asegura el Santo Padre, el buen sacerdote es un pastor que tiene la alegría que “nace del perdón, de la vida que retorna, del hijo que respira nuevamente el aire de casa”. Motivos que le llevan normalmente a no tener tristeza, o solo pasajera, y la dureza le es ajena porque es pastor de acuerdo con el Corazón de Dios”. Francisco concluyó su homilía dando un gracias, “por vuestro sí a donar la vida unidos a Jesús” y “por los tantos ‘sí’ escondidos de todos los días, que solamente el Señor conoce”.

Ciclo C – Textos: 1 Re 17, 17-24; Ga 1, 11-19; Lc 7, 11-17

Idea principal: Dos cortejos deambulan por nuestro mundo: el cortejo o comitiva de la muerte, representado por esos dos hijos muertos de la liturgia de este domingo (1ª lectura y evangelio), y el cortejo o comitiva de la vida, representado por Cristo, que es la vida y que tiene poder sobre la muerte. ¿A cuál caravana queremos juntarnos?

Síntesis del mensaje: Las lecturas de hoy nos ponen frente a un tema trágico, el de la muerte. En la primera lectura, del libro de los Reyes, escuchamos cómo el profeta Elías resucitó, o mejor, hizo revivir, con el poder de Dios al hijo de la viuda de Sarepta. El evangelio nos presenta a otra viuda, nacida en Naím, cuyo hijo único era conducido al cementerio para ser enterrado. Cristo, lleno de compasión y ternura, se acerca a esa pobre mujer y le dice: “No llores”; después, detiene el cortejo y ordena con la fuerza de su amor y poder: “¡Joven, levántate!”. Comitiva de la muerte y comitiva de la vida frente a frente. ¿Quién ganará?

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, ahí está el cortejo y la caravana o comitiva de la muerte, representados en esos dos hijos muertos y en quienes los acompañan. Pero también en muchísimos que están en tantas esquinas, plazas, barrios, favelas, villas miserias. Basta abrir los ojos y dar unos pasos para ver esta comitiva de la muerte y tristeza: tantos parados en cuyos ojos se refleja la angustia y la desesperanza; tantos drogados, que buscaron paraísos psicodélicos y evasivos, y ahora se encuentran en un callejón sin salida por la ganancia de algunos; tantosanalfabetos y marginados, que están discriminados para tantas cosas bellas de la vida; tantos sin techo que no tienen hogar, porque las casas y apartamentos están por las nubes; tantos terroristas que siembran la muerte por doquier; tantosenfermos o ancianos arrumbados en casas o en hospitales, a quienes nadie visita, pues ya no son útiles para sociedad; tantas mujeres que gritan sobre el derecho de su cuerpo o que lo ofrecen a los que pasan por la cuneta de esas zonas rojas; tantosmatrimonios ya muertos, por falta de amor y ternura y diálogo y perdón; tantospobres que nada tienen para llevarse a la boca y están en el suelo dejándose lamer por los perros o comidos por los gusanos. ¡Qué inmensa y larga es la comitiva de la muerte! Y ahí van, lamentándose, llorando, maldiciendo y tal vez blasfemando. ¿Tendrán la gracia de encontrarse con la comitiva de la vida, encabezada por Cristo y sus auténticos seguidores?

En segundo lugar, ahí está también el cortejo y la caravana o comitiva de la vida. También esta comitiva la encontramos por todas partes, a Dios gracias. ¡Cuántos “Hogares de Cristo”, fundados en Chile por san Alberto Hurtado! ¡Cuántos Hogares de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, fundados por santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars! Y no digamos ya las Siervas de María, ministras de los enfermos, que cuidan a domicilio a tantos enfermos, y cuya congregación fue fundada por santa Soledad Torres Acosta. Y Cotolengos, Orfanatos, Oratorios, Vicentinos. Sacerdotes dedicados a la promoción humana y cristiana de tantos pobres, construyendo centros, casas, y hasta de lo que era un muladar, construir una ciudad entera, con la ayuda de los habitantes, como ocurre en Madagascar, con trabajo, techo y pan para todos. Pero también son comitiva de la vida esos monjes y monjas de clausura que se pasan el día entero orando, trabajando en sus huertas y tejiendo ornamentos sagrados para gloria de Dios. O esos laicos que dejan su patria y van con toda la familia a misionar a tierras extranjeras y necesitadas de evangelizadores a tiempo completo, como hacen los Neocatecumenales o el movimiento Regnum Christi. Comitiva de la vida en tantos colegios de los salesianos o escolapios, donde además de letras inyectan piedad y dignidad humana y cristiana, enseñándoles artes y oficios. Esta comitiva de la vida tuvo la gracia de encontrarse con Cristo que es la Vida, le abrieron su corazón y sus hogares, y en muchos casos hubo una auténtica resurrección de la fe, esperanza, amor, alegría, entusiasmo y sentido en la vida. ¡Bendita comitiva de la vida!

Finalmente, ¿a cuál comitiva queremos juntarnos: a la de la vida o a la de la muerte? ¿En cuál estamos en este momento? Si nos invade la tristeza y los remordimientos por tantos pecados no confesados, ¿a qué esperamos para pasarnos a la comitiva de la vida, donde Cristo está esperándonos para perdonarnos en la confesión? Si estamos carcomidos por el odio, la envidia, los resentimientos, las mentiras, los malos deseos…estamos en la comitiva de la muerte. Si, por el contrario, repartimos paz, perdón, magnanimidad, estamos en la comitiva de la vida. Si ayudamos a nuestros hermanos más pobres y necesitados, estamos resucitándolos en su dignidad y en su esperanza, repartiendo por doquier boletos para la comitiva de la vida. Si cerramos el bolsillo para garantizar nuestra vejez, sin compartir lo poco o lo mucho que tenemos, llevamos en la frente un título: “Comitiva de la muerte”. Y así, ¿quién se acercará a nosotros? Si, ante las desgracias que Dios permite en nuestra vida, gritamos a los profetas, como hizo la mujer de la primera lectura a Elías, ciertamente vamos siguiendo la comitiva de la muerte. Menos mal que Elías, confiado en Dios, le devolvió la vida a ese hijo muerto, y la alegría a esa pobre viuda que estaba de luto. Elías, hombre de Dios. Y todos en esa casa se pusieron en la comitiva de la vida.

Para reflexionar: ¿En que comitiva me encuentro hoy: en la de la vida o en la de la muerte? ¿A qué espero para pasarme a la comitiva de la vida? ¿Cambiaría por alguna cosa esta comitiva de la vida, donde está Cristo y los valores del evangelio? ¿Qué me atrae de la comitiva de la muerte?

Para rezar: Señor, quiero pedirte que te cruces todos los días por mi vida y que me digas lo mismo que a ese chico: “Joven, levántate”. Quiero escuchar de tus labios las mismas palabras que dijiste a esa pobre viuda: “No llores”. Que quienes están a mi lado, me vean feliz y radiante porque me encuentro en la comitiva de la vida y pueda invitarlos con mi testimonio y mi palabra a que se junten a Ti, que eres la Vida.

Evangelio según San Lucas 2,41-51. 


Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre, y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta. Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos. Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él. Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas. Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: "Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados". Jesús les respondió: "¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?". Ellos no entendieron lo que les decía. El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón.


Memoria del Inmaculado Corazón de María

MARIA NOS QUIERE CON CORAZÓN DE MADRE

Hoy celebra la Iglesia el amor que nos tiene la Madre de Dios y Madre nuestra representado en su Inmaculado Corazón. Quizá de nada estamos tan seguros como del amor que nos tiene nuestra propia madre. ¡Cuánto más seguros estaremos y cómo será de inmenso su amor, tratándose de María Santísima, la Madre que Jesús nos entregó desde la Cruz. Decimos en este día que María nos quiere con un corazón inmaculado, sin mancha. Nos ama con un corazón que jamás ha querido algo desordenadamente, porque, en todo momento, dirige sus afectos a través de Dios. Siendo María la llena de Gracia, hay en Ella una sintonía máxima con Dios. Por el singular privilegio de su concepción sin pecado, no padece las consecuencias del apartamiento de Dios y en todo momento goza de una visión clara de la verdad, con la que descubre inmediatamente el atractivo y el bien que suponen amar a Dios. María siempre ama.

Cada instante de su existencia es para nuestra Madre una clara ocasión de intimidad con su Creador, que va concretando al actualizar la conducta que más agrada a su Creador. De un modo o de otro, las suyas son de continuo actitudes maternales, actitudes, por tanto, de servicio, entregada a su Hijo Jesucristo y a todos los demás hombres –sus hijos adopción–, destinados por la Encarnación y la Redención a la Vida Eterna. El Corazón de María no tiene experiencia sino de amar. No hay en Ella relación con el diablo, padre de la mentira, por eso su corazón no está viciado de egoismo. María no es como nosotros, que con frecuencia, engañados, preferimos un interés particular, no lo que Dios espera, antes que amarle  La singular claridad de inteligencia de María le permitía reconocer a Dios junto a sí, que aguardaba a cada paso su amor. Nada aparecía como indiferente para la Llena de Gracia. Hasta lo que resultaba más insignificante para sus contemporáneos, era para Ella una valiosa ocasión de entregarse generosamente y agradecida a su Creador. No veía María con desagrado el esfuerzo de buscar una y otra vez lo más perfecto en el trabajo, lo más generoso en el servicio, lo más perseverante en la oración –todo es oración para María, que no pierde la presencia actual de Dios–; por el contrario, contempla a su Señor más cercano a cada instante, por eso, a cada instante es más feliz aunque le cueste. Confiando en este amor que ha puesto totalmente en Dios, y por El en la humanidad, nos acogemos a su maternal auxilio.

No puede defraudarnos, ya que nos ama con el mismo corazón inmaculado con el que quiere a Dios como nadie más le puede querer. Su gran amor al Creador, de quien quiso ser esclava, y a quien se entregó deseosa de que se cumpliera en Ella su palabra, manifiesta –por la calidad de su entrega– la perfección y generosidad de su corazón lleno de Gracia. Animada de esas mismas disposiciones acogió la petición de su Hijo al pie de la Cruz, de ser Madre nuestra. Por eso, aunque la Sagrada Escritura narre pocos detalles de la entrega maternal de María a los discípulos de su Hijo, estamos seguros de su desvelo por los Apóstoles y de la eficacia de su intercesión en favor de la Iglesia naciente. Su amor por los hombres brota del mismo amor con que sirvió a Dios como corredentora en los días de su vida mortal. Ahora, como siempre, prodiga su protección sobre la Iglesia Universal. Se hace más patente, en todo caso, para quienes se acogen acogen de modo especial a su protección, y confiados acuden como niños buscando su auxilio, persuadidos de que será por los siglos apoyo infalible de los hombres, en el camino hasta la eterna bienaventuranza. Tampoco faltarán en la historia futura de la humanidad esas intervenciones extraordinarias de la Madre de Dios y Madre nuestra, de las que tenemos ya repetida experiencia. ¡Cuántos santuarios de la Virgen conmemoran por el mundo su maternal protección a lo largo de los siglos! El suyo es un corazón permanentemente a nuestro favor; que nos ama, aunque, demasiado pendientes de nuestras cosas, casi no nos acordemos de Ella. También entonces vigilará María.

Querrá salir al paso de las penas y dolores de sus hijos, y fácilmente notaremos su cariño a poco que fomentemos su devoción. Del mismo como que se adelantó, aliviando el problema que por un descuido iban a tener los jóvenes esposos de Caná de Galilea –según narra san Juan–, también sale al paso de los hombres de hoy. Hasta el final de los tiempos, además del amor que siente por la humanidad, siendo Llena de Gracia, María tiene asumido el encargo de su Hijo, que quiso que no nos faltara nunca en el mundo una protección maternal.

Acudir, en fin, a Santa María, es señal infalible de gloriosa predestinación. Con su corazón de Madre, nosólo nos quiere bienaventurados en el Cielo sino también –como lo fueron los santos– felices en la tierra.

San Juan Eudes (1601-1680), presbítero, predicador, fundador de institutos religiosos 
Corazón admirable libro 9, cap. 4


«Su madre lo guardaba todo en su corazón»

Entre las fiestas de la Virgen María, la de su corazón es como el corazón y la reina de otras, porque el corazón es la sede del amor y de la caridad. ¿Cuál es el sujeto de esta solemnidad? Es el corazón de la Hija única y bien amada del Padre eterno; es el corazón de la Madre de Dios; es el corazón de la Esposa del Santo Espíritu; es el corazón de la buenísima Madre de todos los fieles. Es un corazón totalmente abrasado por amor hacia Dios, totalmente inflamado de caridad hacia nosotros. 

        

Es todo amor a Dios, porque jamás amó nada más que a Dios, y lo que Dios quiso que amara en él y por él. Es todo amor, porque la bienaventurada Virgen siempre amó a Dios con todo su corazón, con toda el alma y con todas sus fuerzas (Mc 12,30). Es todo amor porque no sólo siempre quiso todo lo que Dios quería y jamás quiso nada de lo que no quería, sino que siempre puso toda su alegría en la voluntad de Dios. 

        

Es todo amor para con nosotros. Ella nos ama con el mismo amor con que ama a Dios, porque es a Dios a quien mira y ama en nosotros. Y nos ama con el mismo amor con el que ama al Hombre Dios, que es su hijo Jesús. Porque sabe que es nuestro maestro, nuestra cabeza, y que nosotros somos sus miembros (Col 2,19) y por consiguiente que somos sólo uno con él.

Inmaculado Corazón de María

Sábado posterior al segundo domingo después de Pentecostés. 4 de junio 2016




La devoción al Inmaculado Corazón de María, junto con la del Sagrado Corazón de Jesús, fue promovida por San Juan Eudes en el siglo 17.


El Papa Pío VII y Pío IX sugirieron su celebración como Purísimo Corazón de María.


En 1944, el Papa Pío extendió esta devoción a toda la Iglesia fijando la celebración del Inmaculado Corazón de María el 22 de agosto, ocho días después de la Asunción.


Con la renovación litúrgica, se le restó importancia a esta fiesta para dársela a las principales fiestas marianas y, se cambió la fecha para un día después de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús.


San Juan Eudes, decía que el Corazón de María es la fuente y el principio de todas las grandezas y excelencias que la adornan y que la hacen estar por encima de todas las creaturas; por ser hija predilecta de Dios Padre, madre muy amada de Jesús y esposa fiel del Espíritu Santo.


Y que ese santísimo Corazón de María es fuente de todas las virtudes que practicó.


También San Antonio María Claret, fundador de los Misioneros del Inmaculado Corazón de María, profesó un inmenso amor a esta advocación.


Quiso que sus misioneros, salieran por todo el mundo extendiendo la devoción al Inmaculado Corazón de María. Fue un profeta de Fátima, porque en Fátima la Virgen personalmente nos manifestó que Dios quería salvar al mundo, por medio de su Inmaculado Corazón.


La fiesta del Inmaculado Corazón de María sigue a la del Sagrado Corazón de Jesús. El corazón expresa y es símbolo de la intimidad de la persona. La primera vez que se menciona en el Evangelio el Corazón de María es para expresar toda la riqueza de esa vida interior de la Virgen: “María conservaba estas cosas en su corazón”


El corazón de María conservaba como un tesoro el anuncio del Ángel sobre su Maternidad divina; guardó para siempre todas las cosas que tuvieron lugar en la noche de Belén, o la adoración de los pastores ante el pesebre, y la presencia, un poco más tarde, de los Magos con sus dones,... y la profecía del anciano Simeón, y las preocupaciones del viaje a Egipto.


Más tarde, el corazón de María sufrió por la pérdida de Jesús en Jerusalén a los doce años de edad, según lo relata San Lucas en el evangelio de hoy.


Pero María conservaba todas estas cosas en el corazón....


Jamás olvidaría los acontecimientos que rodearon a la muerte de su Hijo en la Cruz, ni las palabras que le oyó decir: “Mujer, he ahí a tu hijo”. Y al mirar a Juan ella nos vio a todos nosotros. Vio a todos los hombres. Desde aquel momento nos amó con su Corazón de madre, con el mismo Corazón que amó a Jesús.


Pero María ejerció su maternidad desde antes que se consumase la redención en el Calvario, pues Ella es madre nuestra desde que prestó su colaboración a la salvación de los hombres en la Anunciación.


En el relato de las bodas de Cana, San Juan nos revela un rasgo verdaderamente maternal del Corazón de María: su atenta disposición a las necesidades de los demás. Un corazón maternal es siempre un corazón atento, vigilante.


La devoción al Corazón de María no es una devoción más. Nos lleva a aprender a tratar a nuestra Madre con más confianza, con la sencillez de los niños pequeños que acuden a sus madres en todo momento: no sólo se dirigen a ellas cuando están en gravísimas necesidades, sino también en los pequeños apuros que le salen al paso. Las madres les ayudan a resolver los problemas más insignificantes. Y ellas – las madres – lo han aprendido de nuestra Madre del Cielo.


Hoy queremos encontrarnos con María, con nuestra madre. Si recurrimos confiados a ella, ella nos va a decir qué debemos hacer y sentiremos su amor por nosotros. Ese mismo amor que Jesús tiene por cada uno de nosotros. y ella nos dirá que nos quiere, que nos quiere con toda su alma.


Pidamos a Dios que preparó en el Corazón de María, una morada digna al Espíritu Santo, que haga que nosotros, por intercesión de la Santísima Virgen lleguemos a ser templos dignos de su gloria.



Consagración al Sagrado Corazón de María


Oh Corazón Inmaculado de María, por tu perfecta comunión de amor con el Corazón de Jesús, eres la escuela viviente de total consagración y dedicación a Su Corazón.


En tu Corazón, Oh Madre, queremos vivir para aprender a amar, sin divisiones, al Corazón de Jesús; a obedecerle con diligencia y exactitud; servirle con generosidad y a cooperar activa y responsablemente en los designios de Su Corazón.

Deseamos consagrarnos totalmente a tu Corazón Inmaculado y Doloroso que es el camino perfecto y seguro de llegar al Corazón de Jesús. Tu Corazón, es también refugio seguro de gracia y santidad, donde nos vamos liberando y sanando de todas nuestras oscuridades y miserias.

Deseamos pertenecer a tu Corazón, Oh Virgen Santísima, sin reservas y en total disponibilidad de amor a la voluntad de Dios, que se nos manifestará a través de tu mediación maternal.

En virtud de esta consagración, Oh Inmaculado Corazón, te pedimos que nos guardes y protejas de todo peligro espiritual y físico. Qué nuestros corazones ardan con el fuego del Espíritu como arde tu Corazón.

Qué unidos a ti, que eres la portadora por excelencia de Cristo para el mundo, y ungidos por el poder del Espíritu Santo, seamos instrumentos para dar a un mundo tan árido y frío, el amor, la alegría y la paz del Corazón de Jesús.


Consulta también al P. Jesus Martí Ballester en su artículo El Inmaculado Corazón de María yFiesta del Inmaculado Corazón de María

María conservaba todas las cosas en su corazón


Corazón Inmaculado de María. Que como María, nuestra vida sea un peregrinar en la fe cuando no entendamos los por qué de la vida. 



Oración introductoria


Señor, quiero ocuparme en tus cosas, quiero que seas Tú el centro de mi vida y, cumplir tu voluntad, el incentivo de todas mis acciones. ¡Ven Espíritu Santo! Ilumina mi mente y mi corazón en esta oración.



Petición


Espíritu Santo, dame la fortaleza para cumplir la voluntad de Dios.


Meditación del Papa Francisco

Jesús permaneció en esa periferia durante treinta años. El evangelista Lucas resume este período así: Jesús “estaba sujeto a ellos [es decir a María y a José]”. Y uno podría decir: ‘Pero este Dios que viene a salvarnos, ¿perdió treinta años allí, en esa periferia de mala fama?’. ¡Perdió treinta años! Él quiso esto. El camino de Jesús estaba en esa familia. “Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres”. No se habla de milagros o curaciones, de predicaciones —no hizo nada de ello en ese período—, de multitudes que acudían a Él. En Nazaret todo parece suceder ‘normalmente’, según las costumbres de una piadosa y trabajadora familia israelita: se trabajaba, la mamá cocinaba, hacía todas las cosas de la casa, planchaba las camisas... todas las cosas de mamá. El papá, carpintero, trabajaba, enseñaba al hijo a trabajar. Treinta años. “¡Pero qué desperdicio, padre!”. Los caminos de Dios son misteriosos. Lo que allí era importante era la familia. Y eso no era un desperdicio. Eran grandes santos: María, la mujer más santa, inmaculada, y José, el hombre más justo... La familia. (S.S. Francisco, Audiencia General del 17 de diciembre de 2014).

Reflexión


Quién mejor que una madre como María sabe lo que significa perder al Hijo de Dios, y a su propio hijo. Si en eso momentos Dios Padre le hubiese pedido cuentas a María de la educación de su hijo ¿qué hubiese respondido María? ¿Se me perdió y no lo encuentro o está cumpliendo tu voluntad? Por lo angustiada que estaba parecería que responderíase me perdió. Con esto no hay otra prueba más convincente de que María amaba a Jesús como tantas otras madres posiblemente amaban sus hijos. Era su hijo y como tal lo amaba y lo cuidaba. Sin embargo, el mismo amor de madre le llevó a callarse ante la respuesta de Jesús: tenía que ocuparme de las cosas de mi padre. ¿Que Jesús no sabía que María estaba dando su vida por Él? ¿No sabía que sin la ayuda de una madre no hubiese podido sobrevivir? ¿Y que si no moría de hambre moriría asesinado por los hombres de Herodes? Posiblemente lo sabía pero también tenía bien claro la misión que debía cumplir, y debía comenzar cuanta antes.
Pero detengamos por más tiempo nuestra mirada en María. Una madre que ha cuidado durante 12 años a su hijo y ahora su hijo le sale con esta respuesta tan desconcertante. Son los riesgos de una madre. A más amor por el hogar más sacrificios que debe afrontar.
Ojalá que en nuestra vida también se cumplan estas palabras que dijo Juan Pablo II de ella: toda su vida fue una peregrinación de fe. Porque caminó entre sombras y esperó en lo invisible, y conoció las mismas contradicciones de nuestra vida terrena.


Propósito


Que como María también nuestra vida sea un peregrinar en la fe cuando no entendamos los por qué de la vida y ofrecer un misterio del rosario por un miembro de mi familia que esté alejado de la Iglesia.


Diálogo con Cristo


Señor Jesús, la angustia que pasó la santísima Virgen al no encontrarte es la peor pesadilla de cualquier padre de familia. Qué difícil debe haber sido para ella el no entender tu aparente indiferencia a su sufrimiento. Permíteme crecer en tu gracia para que, al igual que María, sepa aceptar la angustia o el dolor, sin dejar mi oración, confiando siempre en tu Divina Providencia.



María... ahora y en la hora de nuestra muerte...

María, Madre de Misericordia está cerca de nosotros siempre con su amor y cariño. 


Madre... hoy necesito preguntarte acerca de las almas del purgatorio.


- Bien hija. ¿Qué es lo que quieres saber, exactamente?
-contestas a mi alma desde tu suave imagen de Luján.
En la parroquia de mi barrio sólo escucho un sereno silencio. Un momento más y comenzará la Santa Misa...

- Madre, es tan grande mi ignorancia que ni siquiera sé que preguntarte.

- Mira, antes de responderte quiero que te respondas a ti misma una pregunta. ¿Mueve tu corazón la curiosidad o el amor?

- Quiero que sea el amor, Señora mía ¡Ayúdame a que sea el amor!...

- Tus palabras alegran mi corazón. Me preguntas acerca de las almas del purgatorio. Te propongo que cierres los ojos y vengas conmigo.

- ¿Adónde Madre?

- A un lugar donde es grande la pena y larga la espera.
Mi imaginación dibuja, entonces, un sitio triste, solitario... en semipenumbras. Como un grande y profundo valle al que no puedo bajar. María permanece a mi lado. Desde una especie de acantilado diviso, en el fondo del valle, tantísimas almas suplicantes.
La Misa comienza en la Parroquia. Quiero oírla a tu lado, Madre. Pero necesito preguntar:
- Señora, nada soy y nada valgo. Ningún mérito tengo para pedirte ¡Oh Madre de Misericordia! ¿Puede mi nada hacer algo para aliviar el gran sufrimiento de estas almas?
Me miras con infinita ternura. Te acercas a mi corazón y tomas de él algo que parece una cadena.
- Pero ¿De dónde sacas esos eslabones, María?
- Esta cadena, hija mía, es la que has construido con tus oraciones de hoy.



Ella se acerca al borde del acantilado y arroja un extremo de la cadena pero... resulta demasiado corta para llegar, siquiera, al alma más cercana. Mis oraciones fueron tan apuradas, tan frías, tan débiles...


María camina ahora hacia una persona entre los bancos de la parroquia y toma la cadena que brota de su corazón.


¡Oh, sí! Ésta sí que alcanza. La pobre alma logra asirse de ella y María comienza a rescatarla. El alma a ascendido unos pasos cuando la cadena ¡Se rompe! ¡Ay, Madre, se ha cortado! ¿Qué se hace ahora María?


Mi amadísima Madre no se rinde. Se dirige ahora a una señora mayor que sigue la misa con devoción. Esta simple mujer diariamente reza el Santo Rosario en la Parroquia. También se preocupa de estar en estado de gracia, confesando asiduamente, ora por el Santo Padre y no tiene afecto alguno al pecado. A este último punto ella lo consigue a fuerza de gran lucha diaria con sus naturales inclinaciones, pidiendo continuamente la asistencia del Señor, quien la fortalece en la diaria Eucaristía.


María toma, delicadamente, el Rosario que pende de su cuello y con él, como irrompible y eterna cadena ¡Rescata un alma!. ¡Santo Dios! ¡Jamás vi algo semejante!¡Qué gratitud infinita la del alma liberada!¡Que exquisita es ahora su belleza!


- Explícame, Madre, por caridad.

- Hija, lo que acabo de tomar del alma de esa buena mujer, sencilla, callada y muchas veces inadvertida es, sencillamente ¡Una indulgencia plenaria! ¡La indulgencia del Rosario!

- Entonces, ¡Oh Madre!¡Mira esa alma allí!¡Rescátala con ese Rosario!

- Ya no puedo hija, pues sólo se puede ganar una indulgencia plenaria por día...

- Que pena, María, habrá que esperar, entonces, hasta mañana. Cuando ella vuelva a rezar el Rosario y recibir la Eucaristía ¿Verdad?
- Si querida, pero no debería darte pena tener que esperar. Más bien debería darte pena que yo no tenga otro rosario, con las debidas condiciones, que me regalara una indulgencia plenaria.


Allí, con profundo dolor por mis olvidos, me doy cuenta de que no tiene, mi corazón, el Rosario que necesita María...

¿Cuánto tiempo me hubiese llevado el rezarlo con devoción?¿Media hora, tal vez? ¡Oh alma mía! Te vas tras tantas preocupaciones vanas y descuidas las cosas eternas.


- Mi querida, tan grande es la misericordia de Dios que no sólo con el rezo del Rosario un alma puede ganar indulgencias. Puedes ganarlas plenarias o parciales, es decir, puedes alcanzar la remisión total o parcial de las penas debidas por los pecados de un alma, la tuya o la de un difunto, mas no la de otra persona que aún camina en la tierra.

- Dime, Madrecita dulce, de qué otras maneras puedo regalarte cadenas largas y fuertes para que tú, entre tus piadosas manos, las tornes santas y eternas.

- Veamos ¿Recuerdas la enseñanza de Jesús? “El que busca encuentra”... Busca hija, tómate el trabajo de averiguar, habla con tu párroco. Hallarás lo que buscas si media de tu parte voluntad y esfuerzo.


Se acerca la hora de la consagración. El coro de la parroquia canta ¡Santo, Santo, Santo!. Miro a esas pobres almas angustiadas en el fondo del valle. Sus miradas me dicen ¡Canta, hermana, canta fuerte!¡Canta por nosotras!¡Canta por todas las veces que no supimos hacerlo!


Canto entre lágrimas... canto por ellas...


Voy a recibir la Eucaristía. Vuelvo mis ojos al fondo del valle. ¡Qué miradas! ¡Cómo quisieran ellas estar, por un segundo, en mi sitio... a escasos metros del Santísimo!


Pobres almas, tantas veces olvidadas por mi corazón.


Si tan sólo pudiera, ahora, hacer algo por aliviar sus penas...


- Puedes... puedes, hermana.. –Claman a mi corazón las benditas almas del Purgatorio- Al menos escribe de nuestra espera y nuestra angustia por no poder llegar aún a la presencia del Padre. Escribe acerca de cadenas que se cortan y de cadenas que liberan. Pide a María, Madre de Misericordia, que tus letras lleguen a las almas de los hermanos. Pide que ellos sientan compasión de nosotras y nos alivien con sus oraciones y limosnas en nuestro nombre. Quizás esas almas hagan por nosotras todo lo que querrían que hicieran por ellas cuando mueran.


Así lo hice. Ya está escrito. Entre tus manos queda, Madre. Ahora rezaré el Rosario. Pido a Dios que los eslabones que broten de mi alma no defrauden las esperanzas de mi Reina y Señora.



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