«Yo te lo ordeno, levántate»
- 05 Junio 2016
- 05 Junio 2016
- 05 Junio 2016
El sufrimiento ha de ser tomado en serio
Jesús llega a Naín cuando en la pequeña aldea se está viviendo un hecho muy triste. Jesús viene del camino, acompañado de sus discípulos y de un gran gentío. De la aldea sale un cortejo fúnebre camino del cementerio. Una madre viuda, acompañada por sus vecinos, lleva a enterrar a su único hijo.
En pocas palabras, Lucas nos ha descrito la trágica situación de la mujer. Es una viuda, sin esposo que la cuide y proteja en aquella sociedad controlada por los varones. Le quedaba solo un hijo, pero también este acaba de morir. La mujer no dice nada. Solo llora su dolor. ¿Qué será de ella?
El encuentro ha sido inesperado. Jesús venía a anunciar también en Naín la Buena Noticia de Dios. ¿Cuál será su reacción? Según el relato, «el Señor la miró, se conmovió y le dijo: No llores». Es difícil describir mejor al Profeta de la compasión de Dios. No conoce a la mujer, pero la mira detenidamente. Capta su dolor y soledad, y se conmueve hasta las entrañas. El abatimiento de aquella mujer le llega hasta dentro. Su reacción es inmediata: «No llores». Jesús no puede ver a nadie llorando. Necesita intervenir.
No lo piensa dos veces. Se acerca al féretro, detiene el entierro y dice al muerto: «Muchacho, a ti te lo digo, levántate». Cuando el joven se reincorpora y comienza a hablar, Jesús «lo entrega a su madre» para que deje de llorar. De nuevo están juntos. La madre ya no estará sola.
Todo parece sencillo. El relato no insiste en el aspecto prodigioso de lo que acaba de hacer Jesús. Invita a sus lectores a que vean en él la revelación de Dios como Misterio de compasión y Fuerza de vida, capaz de salvar incluso de la muerte. Es la compasión de Dios la que hace a Jesús tan sensible al sufrimiento de la gente.
En la Iglesia hemos de recuperar cuanto antes la compasión como el estilo de vida propio de los seguidores de Jesús. La hemos de rescatar de una concepción sentimental y moralizante que la ha desprestigiado. La compasión que exige justicia es el gran mandato de Jesús: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo».
Esta compasión es hoy más necesaria que nunca. Desde los centros de poder, todo se tiene en cuenta antes que el sufrimiento de las víctimas. Se funciona como si no hubiera dolientes ni perdedores. Desde las comunidades de Jesús se tiene que escuchar un grito de indignación absoluta: el sufrimiento de los inocentes ha de ser tomado en serio; no puede ser aceptado socialmente como algo normal pues es inaceptable para Dios. Él no quiere ver a nadie llorando.
José Antonio Pagola
10 Tiempo ordinario - C
(Lucas 7,11-17)
05 de junio 2016
DOMINGO X, DEL TIEMPO ORDINARIO
(1Re 17, 17-24; Sal 29; Gál 1, 11-19; Lc 7, 11-17)
EN LA EXTREMA DESOLACIÓN
Pocos cuadros más expresivos que los que nos muestran los dos textos de la Liturgia de hoy. En ellos coinciden las escenas de dos mujeres viudas a las que se les muere el hijo.
Sin duda que son textos que inspiran compasión, y al contemplar el final de los relatos, se siente alivio y gratitud, al ver que los dos hijos recobran la vida.
“-«Señor, Dios mío, ¿también a esta viuda que me hospeda la vas a castigar, haciendo morir a su hijo?»
Después se echó tres veces sobre el niño, invocando al Señor: -«Señor, Dios mío, que vuelva al niño la respiración.» El Señor escuchó la súplica de Elías: al niño le volvió la respiración y revivió.”
“Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: -«No llores.»
Se acercó al ataúd, lo toco (los que lo llevaban se pararon) y dijo: -«¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!»
El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.”
La muerte del hijo único varón coloca en máxima pobreza a la madre viuda, porque queda sin la cobertura legal del cabeza de familia, y se ve expuesta a la indigencia o a la vejación. El que tanto el profeta como Jesús hayan realizado este prodigio, son ejemplo de la cercanía y de la misericordia de Dios para con los más desvalidos.
Al comparar el texto del libro de los Reyes con el Evangelio, se puede observar la intención del evangelista de argumentar que el nuevo profeta es Jesús. Hace ver, además, que el poder de Jesús es mayor, pues el profeta devuelve la vida a un niño recién muerto, y Jesús interviene cuando ya iban a enterrar al hijo de viuda de Naím.
Si la concordancia de los textos tiene un significado catequético, podemos, sin embargo, sentirnos fuera del relato, por más que lo valoremos. Mas, si traemos la confesión de San Pablo que nos ofrece la Liturgia de la
Palabra, en la que se refiere a la entrañas maternas - “Pero, cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia se dignó revelar a su Hijo en mi, para que yo lo anunciara a los gentiles…”-, cada uno podemos sentir espiritualmente la invitación de Jesús: “Muchacho, a ti te lo digo, levántate”.
Levantarse es volver a la vida, convertirse, no pactar con la inercia, con la apatía, con el argumento de que se ha caído muchas veces. Hoy puedes sentir la misericordia del Señor.
Décimo domingo
Vitral Del Sagrado Corazón De Jesús (WIKIMEDIA COMMONS - The Photographer)
Ciclo C – Textos: 1 Re 17, 17-24; Ga 1, 11-19; Lc 7, 11-17
Idea principal: Dos cortejos deambulan por nuestro mundo: el cortejo o comitiva de la muerte, representado por esos dos hijos muertos de la liturgia de este domingo (1ª lectura y evangelio), y el cortejo o comitiva de la vida, representado por Cristo, que es la vida y que tiene poder sobre la muerte. ¿A cuál caravana queremos juntarnos?
Síntesis del mensaje: Las lecturas de hoy nos ponen frente a un tema trágico, el de la muerte. En la primera lectura, del libro de los Reyes, escuchamos cómo el profeta Elías resucitó, o mejor, hizo revivir, con el poder de Dios al hijo de la viuda de Sarepta. El evangelio nos presenta a otra viuda, nacida en Naím, cuyo hijo único era conducido al cementerio para ser enterrado. Cristo, lleno de compasión y ternura, se acerca a esa pobre mujer y le dice: “No llores”; después, detiene el cortejo y ordena con la fuerza de su amor y poder: “¡Joven, levántate!”. Comitiva de la muerte y comitiva de la vida frente a frente. ¿Quién ganará?
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, ahí está el cortejo y la caravana o comitiva de la muerte, representados en esos dos hijos muertos y en quienes los acompañan. Pero también en muchísimos que están en tantas esquinas, plazas, barrios, favelas, villas miserias. Basta abrir los ojos y dar unos pasos para ver esta comitiva de la muerte y tristeza: tantos parados en cuyos ojos se refleja la angustia y la desesperanza; tantos drogados, que buscaron paraísos psicodélicos y evasivos, y ahora se encuentran en un callejón sin salida por la ganancia de algunos; tantosanalfabetos y marginados, que están discriminados para tantas cosas bellas de la vida; tantos sin techo que no tienen hogar, porque las casas y apartamentos están por las nubes; tantos terroristas que siembran la muerte por doquier; tantosenfermos o ancianos arrumbados en casas o en hospitales, a quienes nadie visita, pues ya no son útiles para sociedad; tantas mujeres que gritan sobre el derecho de su cuerpo o que lo ofrecen a los que pasan por la cuneta de esas zonas rojas; tantosmatrimonios ya muertos, por falta de amor y ternura y diálogo y perdón; tantospobres que nada tienen para llevarse a la boca y están en el suelo dejándose lamer por los perros o comidos por los gusanos. ¡Qué inmensa y larga es la comitiva de la muerte! Y ahí van, lamentándose, llorando, maldiciendo y tal vez blasfemando. ¿Tendrán la gracia de encontrarse con la comitiva de la vida, encabezada por Cristo y sus auténticos seguidores?
En segundo lugar, ahí está también el cortejo y la caravana o comitiva de la vida. También esta comitiva la encontramos por todas partes, a Dios gracias. ¡Cuántos “Hogares de Cristo”, fundados en Chile por san Alberto Hurtado! ¡Cuántos Hogares de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, fundados por santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars! Y no digamos ya las Siervas de María, ministras de los enfermos, que cuidan a domicilio a tantos enfermos, y cuya congregación fue fundada por santa Soledad Torres Acosta. Y Cotolengos, Orfanatos, Oratorios, Vicentinos. Sacerdotes dedicados a la promoción humana y cristiana de tantos pobres, construyendo centros, casas, y hasta de lo que era un muladar, construir una ciudad entera, con la ayuda de los habitantes, como ocurre en Madagascar, con trabajo, techo y pan para todos. Pero también son comitiva de la vida esos monjes y monjas de clausura que se pasan el día entero orando, trabajando en sus huertas y tejiendo ornamentos sagrados para gloria de Dios. O esos laicos que dejan su patria y van con toda la familia a misionar a tierras extranjeras y necesitadas de evangelizadores a tiempo completo, como hacen los Neocatecumenales o el movimiento Regnum Christi. Comitiva de la vida en tantos colegios de los salesianos o escolapios, donde además de letras inyectan piedad y dignidad humana y cristiana, enseñándoles artes y oficios. Esta comitiva de la vida tuvo la gracia de encontrarse con Cristo que es la Vida, le abrieron su corazón y sus hogares, y en muchos casos hubo una auténtica resurrección de la fe, esperanza, amor, alegría, entusiasmo y sentido en la vida. ¡Bendita comitiva de la vida!
Finalmente, ¿a cuál comitiva queremos juntarnos: a la de la vida o a la de la muerte? ¿En cuál estamos en este momento? Si nos invade la tristeza y los remordimientos por tantos pecados no confesados, ¿a qué esperamos para pasarnos a la comitiva de la vida, donde Cristo está esperándonos para perdonarnos en la confesión? Si estamos carcomidos por el odio, la envidia, los resentimientos, las mentiras, los malos deseos…estamos en la comitiva de la muerte. Si, por el contrario, repartimos paz, perdón, magnanimidad, estamos en la comitiva de la vida. Si ayudamos a nuestros hermanos más pobres y necesitados, estamos resucitándolos en su dignidad y en su esperanza, repartiendo por doquier boletos para la comitiva de la vida. Si cerramos el bolsillo para garantizar nuestra vejez, sin compartir lo poco o lo mucho que tenemos, llevamos en la frente un título: “Comitiva de la muerte”.
Y así, ¿quién se acercará a nosotros? Si, ante las desgracias que Dios permite en nuestra vida, gritamos a los profetas, como hizo la mujer de la primera lectura a Elías, ciertamente vamos siguiendo la comitiva de la muerte. Menos mal que Elías, confiado en Dios, le devolvió la vida a ese hijo muerto, y la alegría a esa pobre viuda que estaba de luto. Elías, hombre de Dios. Y todos en esa casa se pusieron en la comitiva de la vida.
Para reflexionar: ¿En que comitiva me encuentro hoy: en la de la vida o en la de la muerte? ¿A qué espero para pasarme a la comitiva de la vida? ¿Cambiaría por alguna cosa esta comitiva de la vida, donde está Cristo y los valores del evangelio? ¿Qué me atrae de la comitiva de la muerte?
Para rezar: Señor, quiero pedirte que te cruces todos los días por mi vida y que me digas lo mismo que a ese chico: “Joven, levántate”. Quiero escuchar de tus labios las mismas palabras que dijiste a esa pobre viuda: “No llores”. Que quienes están a mi lado, me vean feliz y radiante porque me encuentro en la comitiva de la vida y pueda invitarlos con mi testimonio y mi palabra a que se junten a Ti, que eres la Vida.
«El milagro»
La historia que traigo para nuestra reflexión sucedió en la India y la narra un padre jesuita, Pierre Ceyrac, misionero durante sesenta años.
La protagonista es una niña de ocho años que estaba convencida de que el amor puede hacer maravillas. Su hermano pequeño estaba muriéndose a causa de un tumor en la cabeza. Sus padres, muy pobres, habían hecho todo lo posible por salvarlo, pero no sabían ya qué hacer. Se habían gastado su pequeña fortuna en curarlo, pero no había sido posible. Una noche el padre dice a su esposa: "Querida, creo que hemos llegado al final.Sólo un milagro puede salvar a nuestro pequeño".
La hermanita del enfermo escuchaba desde un rincón lo que decía su padre. Se retira, va a su habitación, rompe la hucha que tenía y cogiendo el dinero marcha corriendo a la farmacia más próxima. Se pone de puntillas y pone todas las monedas encima del mostrador. La farmacéutica le pregunta:
-¿Qué es eso? ¿Qué quieres?
-Es para mi hermanito Andrés. Está muy malito y vengo a comprar un milagro.
-Pero, ¿qué dices?, le responde la farmacéutica.
-Mi hermano se llama Andrés y tiene un bulto en la cabeza, mi papá ha dicho que solo puede salvarle un milagro. Yo le quiero mucho y por eso vengo a comprar el milagro para que pueda curarse.
La farmacéutica le respondió con delicadeza, pero con mucha tristeza: Mira, aquí no vendemos milagros, no los tenemos.
- Perdone, si es que no tengo bastante dinero trataré de recoger un poco más. ¿Cuánto cuesta un milagro?
Escuchaba esta conversación entre la niña y la farmacéutica un señor mayor y bien vestido. Se acercó a la niña que estaba recogiendo, entre lágrimas, las monedas que había depositado en el mostrador de la farmacia y le dijo: ¿Por qué lloras? ¿Qué te pasa?
-Señor, la farmacéutica no quiere venderme un milagro y no quiere decirme cuánto cuesta... Es para mi hermano Andrés, que está muy enfermo. Mamá dice que haría falta operarle, pero es muy cara la operación y no tenemos dinero, por eso hace falta un milagro para salvarle. Yo he traído todo lo que tengo.
-¿Cuánto tienes?
- Un dólar y once céntimos..., pero, sabe usted, puedo conseguir algo más de dinero.
El señor sonrió y dijo: Bien. Creo que ese es exactamente el precio de un milagro. Tomó el dinero en su mano y con la otra cogió la mano de la niña y le pidió que le acompañase a su casa y él vería si podría encontrar el milagro que trataba de comprar esa niña.
El señor que entró en casa de la niña era nada más ni nada menos que el médico Dr. Carlton Armstrong, gran especialista en neurocirugía. Operó al chaval y semanas después volvía a su casa sano y salvo. La madre decía: "Esta operación ha sido un verdadero milagro y me pregunto cuánto ha podido costar". La niña sonreía sin decir nada. Ella sabía que había costado un dólar y once céntimos. Pero lo que realmente costó fue el amor y la fe de una niña.
Quizás vendría bien recordar ahora las bellas palabras de Jesús en el Evangelio: "Si no os hacéis como niños no entraréis en el reino de los cielos". Ojalá que el Señor nos conceda una gran fe y confianza en Él, Padre de todos, que quiere lo mejor para sus hijos.
El hijo de la viuda de Naím
Lucas 7, 11-17. Tiempo Ordinario. Dios sigue haciendo milagros para que nosotros podamos ser felices en Él.
Oración introductoria
Dios mío, Tan grande es tu amor que no dejas de compadecerte de mí, a pesar de mis debilidades, porque digo y no hago, ofrezco y no cumplo. ¡Ven a iluminar mi oración! Dame la gracia que me hará crecer en amor y en fidelidad.
Petición
Señor, quiero ser todo para Ti, concédeme olvidarme de mis preocupaciones para poder escucharte.
Meditación del Papa
«Así les habló a los discípulos, expresando con la metáfora del sueño el punto de vista de Dios sobre la muerte física: Dios la considera precisamente como un sueño, del que se puede despertar.
Jesús demostró un poder absoluto sobre esta muerte: se ve cuando devuelve la vida al joven hijo de la viuda de Naím y a la niña de doce años. Precisamente de ella dijo: "La niña no ha muerto; está dormida", provocando la burla de los presentes. Pero, en verdad, es precisamente así: la muerte del cuerpo es un sueño del que Dios nos puede despertar en cualquier momento.
Este señorío sobre la muerte no impidió a Jesús experimentar una sincera compasión por el dolor de la separación. Al ver llorar a Marta y María y a cuantos habían acudido a consolarlas, también Jesús "se conmovió profundamente, se turbó" y, por último, "lloró". El corazón de Cristo es divino-humano: en él Dios y hombre se encontraron perfectamente, sin separación y sin confusión. Él es la imagen, más aún, la encarnación de Dios, que es amor, misericordia, ternura paterna y materna, del Dios que es Vida.Benedicto XVI, 9 de marzo de 2008.
Reflexión
Hay una diferencia abismal entre las demás religiones y el Cristianismo. En las demás, el hombre va en busca de Dios. En el Cristianismo es Dios el que busca al hombre.
Y en la Iglesia Católica, fundada por Cristo, lo vemos todos los días. Este Evangelio es una prueba más del amor de Dios hacia nosotros, que es infinito. Tiene el arrojo y tesón del amor de padre y el candor y profundidad del amor de madre. Cristo al ver a la viuda que se le había muerto todo lo que tenía en el mundo, se compadece de ella. Del Corazón de Cristo brota esa necesidad de consolar a la viuda y le vuelve a entregar a su hijo. Y así como Cristo entregó alegría a esta viuda, hoy día Cristo entrega a muchos padres angustiados su joven hijo que se fue de casa días atrás, ablanda los corazones de los esposos a punto de separarse, inspira a los grandes empresarios a cambiar de actitud hacia sus colaboradores y, en vez de hundirles en deudas estratosféricas, hacen un trato para arreglar cuentas, etc.
Dios sigue obrando milagros para que nosotros podamos ser felices en Él. Es imposible que a Dios le guste vernos tristes, porque nos ama. Pero si lo estamos... ¿acaso será porque no le hemos permitido a Cristo entrar en nuestras vidas? Pidamos hoy esta gracia a Cristo Eucaristía.
Propósito
Hacer una visita al Santísimo Sacramento para escuchar lo que Dios me quiere decir hoy y dejarlo entrar en nuestra vida.
Diálogo con Cristo
Señor, sé, como decía san Agustín, que las aflicciones y tribulaciones que a veces sufrimos nos sirven de advertencia y corrección, y que si tuviera la fe debida, no temería a nada ni a nadie, porque todo pasa para nuestro bien, si sabemos poner todo en tus manos. Pero bien conoces mi debilidad, mi necesidad de sentir tu consuelo y tu presencia, ven a mi corazón, que quiere resucitar contigo, para poder experimentar el amor de Dios.
El Papa hoy declaró santos a una religiosa sueca y a un sacerdote polaco
En una misa solemne en la Plaza de San Pedro el Santo Padre canoniza a María Isabel Hasselblad y a Estanislao de Jesús María Papczynski
En una mañana soleada de primavera, el papa Francisco presidió este X domingo del tiempo ordinario, la santa misa con el rito de canonización, ante una plaza de San Pedro repleta de fieles y peregrinos.
El Pontífice vistiendo paramentos crema con bordes verdes y dorado, inició la eucaristía incensando el altar y la imagen de María presente en la ceremonia. Y tras el ‘Pax Vobis’ y el canto del Veni Creator Spíritus, el cardenal Angel Amato pidió a su Santidad que inscriba en el Libro de los Santos a María Isabel Hasselblad, religiosa sueca y fundadora de la Orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida; y a Estanislao de Jesús María Papczynski, sacerdote polaco fundador de los Clérigos Marianos de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María.
A continuación el Papa los declaró santos con la formula que inicia “Ad honorem Sanctae et Individuae Trinitatis, ad exaltationem fidei catholicae et vitae christianae incrementum…”. Y pidió sean inscritos en el libro de los santos, mientas sonaban trompetas, el Coro Pontificio de la Capilla Sixtina cantaba el Jubilate Deo, y las reliquias de los nuevos santos eran llevadas y puestas al lado del altar e incensadas por el diácono.
En su homilía el Santo Padre señaló que las lecturas y el Evangelio recuerdan la resurrección obrada por el profeta Elías y por Jesús cuando resucita al hijo único de la viuda de Nuim. Pero también la resurrección del apóstol Pablo, que de enemigo y feroz perseguidor de los cristianos se convierte en testigo y heraldo del Evangelio. Y así sucede con los pecadores, a todos y cada uno de nosotros.
Una experiencia dijo, que han tenido los dos beatos que hoy son proclamados santos: Estanislao de Jesús María y María Isabel Hesselblad, dos hijos suyos que son testigos ejemplares de este misterio de resurrección.
No es magia, indica el Papa, “es la ternura de Dios encarnada, en él obra la inmensa compasión del Padre”. Porque Jesús “toma consigo todos nuestros pecados, los borra y nos devuelve vivos a la misma Iglesia. Y esto sucede de modo especial durante este Año Santo de la Misericordia”.
Santa María Isabel Hesselblad, de origen protestante que se convierte a la fe católica, y san Estanislao de Jesús María, que Polonia, en un siglo marcado por guerras y pestes, estuvo siempre al lado de los pobres y enfermos.
El milagro de santa María Isabel se refiere a la curación de un niño con tumor cerebral y parálisis tras la operación de extirpación. Y el de san Estanislao es la curación inexplicable de una joven de 20 años a quien los médicos desconectaron los equipos que la mantenían en vida.
(Leer el texto completo de la homilía)
La misa prosiguió con el ofertorio, consagración y comunión, y concluyó con el Adorote Devoto y la bendición. Al concluir el Santo Padre rezó el ángelus y permaneció largo tiempo saludando a religiosos, enfermos y peregrinos.
El papa Francisco celebró este domingo en la Plaza de San Pedro, la santa misa, con el rito de canonización de los beatos Stanislao de Gesús María y María Elisabetta Hesselblad.
El Santo Padre señala que en la Pasión de Cristo está la respuesta de Dios al dolor y la muerte. Y que María no se escapó de la Cruz sino que permaneció allí contra toda esperanza. Una experiencia que han tenido los dos beatos que hoy son proclamados santos: Estanislao de Jesús María y de María Isabel Hesselblad, dos hijos suyos que son testigos ejemplares de este misterio de resurrección.
Las lecturas del día presentan una resurrección obrada por el profeta Elías, y Jesús cuando resucita al hijo de la viuda de Nuim. Pero está también la resurrección del apóstol Pablo, que de enemigo y feroz perseguidor de los cristianos se convierte en testigo y heraldo del Evangelio, y lo que sucede con los pecadores, a todos y cada uno. Porque Jesús no cesa de hacer brillar la victoria de la gracia que da vida.
No es magia, es la ternura de Dios encarnada, en él obra la inmensa compasión del Padre, porque Él toma consigo todos nuestros pecados, los borra y nos devuelve vivos a la misma Iglesia. Y esto sucede de modo especial durante este Año Santo de la Misericordia.
A continuación, el texto de la homilía
“La Palabra de Dios que hemos escuchado nos conduce al acontecimiento central de la fe: La victoria de Dios sobre el dolor y la muerte. Es el Evangelio de la esperanza que surge del Misterio Pascual de Cristo, que se irradia desde su rostro, revelador de Dios Padre y consolador de los afligidos. Es una palabra que nos llama a permanecer íntimamente unidos a la pasión de nuestro Señor Jesús, para que se manifieste en nosotros el poder de su resurrección.
En efecto, en la Pasión de Cristo está la respuesta de Dios al grito angustiado y a veces indignado que provoca en nosotros la experiencia del dolor y de la muerte. Se trata de no escapar de la cruz, sino de permanecer ahí, como hizo la Virgen Madre, que sufriendo junto a Jesús recibió la gracia de esperar contra toda esperanza (cf. Rm 4,18).
Esta ha sido también la experiencia de Estanislao de Jesús María y de María Isabel Hesselblad, que hoy son proclamados santos: han permanecido íntimamente unidos a la pasión de Jesús y en ellos se ha manifestado el poder de su resurrección.
La primera Lectura y el Evangelio de este domingo nos presentan justamente, dos signos prodigiosos de resurrección, el primero obrado por el profeta Elías, el segundo por Jesús. En los dos casos, los muertos son hijos muy jóvenes de mujeres viudas que son devueltos vivos a sus madres.
La viuda de Sarepta –una mujer no judía, que sin embargo había acogido en su casa al profeta Elías– está indignada con el profeta y con Dios porque, precisamente cuando Elías era su huésped, su hijo se enfermó y después murió en sus brazos. Entonces Elías dice a esa mujer: «Dame a tu hijo», «Dame a tu hijo». (1 R 17,19).
Esta es una palabra clave: manifiesta la actitud de Dios ante nuestra muerte (en todas sus formas); no dice: «tenla contigo, arréglatelas», sino que dice: «Dámela». En efecto, el profeta toma al niño y lo lleva a la habitación de arriba, y allí, él solo, en la oración, «lucha con Dios», presentándole el sinsentido de esa muerte. Y el Señor escuchó la voz de Elías, porque en realidad era él, Dios, quien hablaba y el que obraba en el profeta. Era él que, por boca de Elías, había dicho a la mujer: «Dame a tu hijo». Y ahora era él quien lo restituía vivo a su madre.
La ternura de Dios se revela plenamente en Jesús. Hemos escuchado en el Evangelio (Lc 7,11-17), cómo él experimentó «mucha compasión» (v.13) por esa viuda de Naín, en Galilea, que estaba acompañando a la sepultura a su único hijo, aún adolescente. Pero Jesús se acerca, toca el ataúd, detiene el cortejo fúnebre, y seguramente habrá acariciado el rostro bañado de lágrimas de esa pobre madre. «No llores», le dice (Lc 7,13). Como si le pidiera: «Dame a tu hijo».
Jesús pide para sí nuestra muerte, para librarnos de ella y darnos la vida. Y en efecto, ese joven se despertó como de un sueño profundo y comenzó a hablar. Y Jesús «lo devuelve a su madre» (v. 15). No es un mago. Es la ternura de Dios encarnada, en él obra la inmensa compasión del Padre.
Una especie de resurrección es también la del apóstol Pablo, que de enemigo y feroz perseguidor de los cristianos se convierte en testigo y heraldo del Evangelio (cf. Ga 1,13-17). Este cambio radical no fue obra suya, sino don de la misericordia de Dios, que lo «eligió» y lo «llamó con su gracia», y quiso revelar «en él» a su Hijo para que lo anunciase en medio de los gentiles (vv. 15-16). Pablo dice que Dios Padre tuvo a bien manifestar a su Hijo no sólo a él, sino en él, es decir, como imprimiendo en su persona, carne y espíritu, la muerte y la resurrección de Cristo. De este modo, el apóstol no será sólo un mensajero, sino sobre todo un testigo.
Y también con nosotros los pecadores, a todos y cada uno, Jesús no cesa de hacer brillar la victoria de la gracia que da vida. Dice a la Madre Iglesia: «Dame a tus hijos», que somos todos nosotros. Él toma consigo todos nuestros pecados, los borra y nos devuelve vivos a la misma Iglesia. Y esto sucede de modo especial durante este Año Santo de la Misericordia.
La Iglesia nos muestra hoy a dos hijos suyos que son testigos ejemplares de este misterio de resurrección. Ambos pueden cantar por toda la eternidad con las palabras del salmista: «Cambiaste mi luto en danzas, / Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre» (Sal 30,12). Y todos juntos nos unimos diciendo: «Te ensalzaré, Señor, porque me has librado» (Respuesta al Salmo Responsorial).