Necesario y urgente
- 17 Julio 2016
- 17 Julio 2016
- 17 Julio 2016
Mientras el grupo de discípulos sigue su camino, Jesús entra solo en una aldea y se dirige a una casa donde encuentra a dos hermanas a las que quiere mucho. La presencia de su amigo Jesús va a provocar en las mujeres dos reacciones muy diferentes.
María, seguramente la hermana más joven, lo deja todo y se queda «sentada a los pies del Señor». Su única preocupación es escucharle. El evangelista la describe con los rasgos que caracterizan al verdadero discípulo: a los pies del Maestro, atenta a su voz, acogiendo su Palabra y alimentándose de su enseñanza.
La reacción de Marta es diferente. Desde que ha llegado Jesús, no hace sino desvivirse por acogerlo y atenderlo debidamente. Lucas la describe agobiada por múltiples ocupaciones. Desbordada por la situación y dolida con su hermana, expone su queja a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano».
Jesús no pierde la paz. Responde a Marta con un cariño grande, repitiendo despacio su nombre; luego, le hace ver que también a él le preocupa su agobio, pero ha de saber que escucharle a él es tan esencial y necesario que a ningún discípulo se le ha de dejar sin su Palabra «Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; solo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor y no se la quitarán».
Jesús no critica el servicio de Marta. ¿Cómo lo va a hacer si él mismo está enseñando a todos con su ejemplo a vivir acogiendo, sirviendo y ayudando a los demás? Lo que critica es su modo de trabajar de manera nerviosa, bajo la presión de demasiadas ocupaciones.
Jesús no contrapone la vida activa y la contemplativa, ni la escucha fiel de su Palabra y el compromiso de vivir prácticamente su estilo de entrega a los demás. Alerta más bien del peligro de vivir absorbidos por un exceso de actividad, en agitación interior permanente, apagando en nosotros el Espíritu, contagiando nerviosismo y agobio más que paz y amor.
Apremiados por la disminución de fuerzas, nos estamos habituando a pedir a los cristianos más generosos toda clase de compromisos dentro y fuera de la Iglesia. Si, al mismo tiempo, no les ofrecemos espacios y momentos para conocer a Jesús, escuchar su Palabra y alimentarse de su Evangelio, corremos el riesgo de hacer crecer en la Iglesia la agitación y el nerviosismo, pero no su Espíritu y su paz. Nos podemos encontrar con unas comunidades animadas por funcionarios agobiados, pero no por testigos que irradian el aliento y vida de su Maestro.
José Antonio Pagola
16 Tiempo ordinario - C
(Lucas 10,38-42)
17 de julio 2016
XVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO LA HOSPITALIDAD
(Gén 18,1-10a; Sal 14; Col 1,24-28; Lc 10,38-42)
En el hemisferio norte, estamos llegando a la temporada alta de vacaciones, del 15 de julio al 15 de agosto, tiempo propicio para las relaciones humanas, el encuentro con amigos, las reuniones familiares, las relaciones sociales, que posibilitan los valores de la acogida, de la hospitalidad, las meriendas y cenas entre conocidos. En este posible contexto, la Palabra de Dios nos ofrece cuadros emblemáticos, para trascender nuestros diferentes gestos de acogida en clave evangélica. En el Año Santo de la Misericordia, el papa Francisco nos invita a reavivar la meditación de las obras de misericordia, tanto corporales, como espirituales. Los nombres de Mambré y de Betania, que aparecen en las lecturas, son referencias bíblicas que proponen las actitudes más generosas de hospitalidad.
San Mateo nos revela el secreto de la dignidad del prójimo cuando afirma que todo lo que le hagamos a éste, se lo hacemos al mismo Cristo. Hasta un vaso de agua, dado en el nombre del Señor a quien tiene sed, tendrá su recompensa.
El ejemplo de Abraham y el comportamiento de Marta y de María se convierten en motivo de emulación para estar atentos y no perder el momento en el que pasa a nuestro lado el huésped, el peregrino, el forastero, el prójimo… Vivimos una hora por un lado un tanto extrovertida, y por otro lado, con reacciones endogámicas, secesionistas, atrincheradas en ideologías excluyentes, en partidos monolíticos, en territorios nacionalistas. El patriarca nos enseña una conducta de apertura magnánima, generosa con quienes pasan a nuestro lado aunque no los conozcamos. Deberíamos tomar como regla de vida aquella actitud suya, descrita con tanto detalle, en la que no se reservó nada para obsequiar a los forasteros, en los que llegaba Dios mismo, y que le valió la mejor bendición, por la que se convirtió en padre.
En el Evangelio abundan las sentencias que elevan al prójimo a la mayor dignidad: “Venid, benditos de mi Padre, porque fui forastero y me acogisteis”. Sin embargo, el miedo, la sospecha, el encerramiento nos impiden el gesto generoso.
Desde el salmo interleccional, no solo tenemos la llamada a acoger, sino a hospedarnos en el santuario de la misericordia, y para ello, de nuevo se nos indica que el camino no es otro que el bien hacer al prójimo: “¿Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda? El que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua. El que no hace mal a su prójimo”
Alejo, Santo
Laico, 17 de julio
Mendigo
Martirologio Romano: En Roma, en la basílica situada en el monte Aventino, se celebra con el nombre de Alejo a un hombre de Dios que, como cuenta la tradición, dejó su opulenta casa para vivir como un pobre mendigo pidiendo limosna (s. IV).
Etimologicamente: Alejo = Aquel que es el defensor, es de origen griego.
Breve Semblanza
"El hombre de Dios" de Edesa, Siria.
A finales del siglo IV, vivía en Edesa, Siria, un mendigo a quien el pueblo veneraba como un santo. Después de su muerte, un anónimo escribió su biografía. Como ignoraba el nombre del mendigo, le llamó simplemente "el hombre de Dios". Según ese documento, el hombre de Dios vivió en la época del obispo Rábula, quien murió el año 436. El mendigo compartía con otros pobres la limosna que recogía a las puertas de las iglesias.
La leyenda
San Alejo es hijo de un senador romano. A la edad de veinte años comprendió que su vida rodeada de riquezas era un peligro para su alma. Para servir a Dios en la mayor humildad, se fue de Roma a Edesa disfrazado de mendigo. En Siria vivió por 17 años dedicado a la oración y a la penitencia. Mendigaba para vivir y para ayudar a otros. Cuando se descubrió que era hijo de una familia rica de Roma, Alejo temió que le rindieran honores y regresó a Roma, a casa de su padre donde vivió por años de incógnito, como un criado, durmiendo debajo de una escalera. Todo lo aceptaba con humildad y lo ofrecía por los pecadores. Ya moribundo, reveló a sus padres que era su hijo y que había escogido vivir aquella vida por penitencia. Los dos ancianos lo abrazaron llorando y lo ayudaron a bien morir. Cuando el obispo se enteró del caso, mandó exhumar el cadáver, pero no se encontraron más que los andrajos del hombre de Dios y ningún cadáver. La fama del suceso se extendió rápidamente.
Antes del siglo IX, se había dado en Grecia al hombre de Dios, el nombre de Alejo y San José el Hinmógrafo (833) dejó escrita en un "kanon" la leyenda, adornada naturalmente con numerosos detalles. Aunque se tributaba ya cierto culto al santo en España, la devoción a San Alejo se popularizó en occidente gracias a la actividad de un obispo de Damasco, Sergio, desterrado a Roma a fines del siglo X. Dicho obispo estableció en la iglesia de San Bonifacio del Aventino un monasterio de monjes griegos, y nombró a San Alejo co-patrono de la iglesia.
Se cuenta que en el siglo XII la leyenda de San Alejo ejerció profunda influencia sobre el hereje Pedro Waldo.
En el siglo XV, los Hermanos de San Alejo le eligieron por patrono y, en 1817, la congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y de María le nombró patrono secundario. También en el oriente le profesa el pueblo gran devoción y aun le llama "el hombre de Dios."
En 1217 se encontraron unas reliquias en la iglesia de San Bonifacio, Roma, pero ningún martirologio antiguo y ningún libro litúrgico romano menciona el nombre de San Alejo, el cual, según parece, era desconocido en la Ciudad Eterna hasta el año 972.
ORACIÓN
¡Oh gloria de la nobleza romana
y verdadero amador de la pobreza
e ignominia de Cristo!
¡Oh Alejo bendito!
que en la flor de tu juventud,
por obedecer a la inspiración del Señor,
dejaste a tu esposa y saliste como otro
Abraham de la casa de tus padres,
y habiendo repartido lo que llevabas
con los pobres,
viviste como pobre y mendigo tantos años
desconocido y menospreciado entre los hombres.
Tú fuiste muy regalado y favorecido de la Virgen María
nuestra Reina y señora,
y huyendo de las alabanzas de los hombres,
volviste por instinto de Dios
a la casa de tus padres
que por su voluntad habías dejado,
para darnos ejemplo de humildad,
de paciencia, de sufrimiento y constancia,
y para triunfar de tí
y del mundo con un género de victoria tan nuevo y tan glorioso.
Pues, ¡oh santo bienaventurado!
rico y pobre, noble y humilde,
casado y puro, llorado de tus padres,
denostado de tus criados,
desestimado de los hombres
y honrado de los ángeles,
abatido en el suelo
y sublimado en el cielo,
yo te suplico,
Alejo dulcísimo,
que por tus merecimientos y oraciones
yo alcance del Señor
la virtud de la perfecta castidad,
de obediencia, de menosprecio de todas las cosas transitorias,
y gracia para vivir como hombre peregrino de su patria,
y desconocido y muerto al mundo. Amén.
Religión Digital Vaticano
Papa, en la ventana
"Me siento cercano a todas las familias y a toda la Francia en luto"
"Abrazo fraterno y paterno a todos los habitantes de Niza y a toda la nación francesa"
José Manuel Vidal, 17 de julio de 2016 a las 11:49
Dios aleje todo proyecto de terror y de muerte, para que ningún hombre ose más derramar la sangre del hermano
(José M. Vidal).- Desde la cátedra de la ventana, el Papa imparte su catequesis del ángelus sobre la hospitalidad y la escucha. Y, en los saludos, comparte su dolor y su tristeza por la matanza de inocentes de Niza. Envía a las familias de Niza y a toda Francia en luto, su cercanía, su amor y su abrazo "fraterno y paterno" y pide a Dios que no permita que "ningún hombre pueda derramar la sangre de su hermano".
Algunas frases de la catequesis papal
"Jesús entra en una aldea y es acogido en casa de dos hermanas: Marta y María"
"Le ofrecen acogida al señor, pero de forma diversa"
"María, a los pies de Jesús, escucha su palabra"
"Marta se afana con las cosas de casa"
"Marta corre el riesgo de olvidar lo más importante: la presencia del huésped, de Jesús"
"Lo importante es escuchar al huésped"
"Que pueda sentirse realmente en familia"
"Si vamos a rezar, por ejemplo, y hablamos, hablamos y nos vamos...no escuchamos a Jesús"
"Escuchar es la palabra clave"
"Jesús es peregrino y huésped"
"Para acogerlo, sólo es necesario escucharlo"
"La hospitalidad es una de las obras de misericordia y una virtud que, en el mundo de hoy, corre el riesgo de ser olvidada"
"Se multiplican las casas de residencia, pero no siempre hay una realidad de hospitalidad"
"Escuchar las dolorosas historias de los extranjeros, emigrante so refugiados"
"HOy, entre tantos problemas y frenesí, nos falta la capacidad de escuchar"
"Me gustaría preguntarles a ustedes: Tú, marido, ¿tienes tiempo para escuchar a tu mujer?. ¿Y tú mujer? Vosotros, padres, ¿tenéis tiempo para escuchar a vuestros hijos o a vuestros abuelos?"
"Los abuelos necesitan ser escuchados"
"Les pido que aprendan a escuchar y que dediquen a eso más tiempo"
"Que la Virgen María nos enseña a ser acogedores"
Saludos del Papa después del ángelus
"En nuestro corazón está vivo el dolor por la matanza de Niza, que segó tantas vidas inocentes, incluso niños"
"Me siento cercano a todas las familias y a toda la Francia en luto"
"Dios, padre bueno, acoja a todas las víctimas en su paz, sostenga a los heridos y conforte a los familiares"
"Que se acabe todo proyecto de terror y de muerte, para que ningún hombre pueda derramar la sangre de su hermano"
"Abrazo fraterno y paterno a todos los habitantes de Niza y a toda la nación francesa"
"Ahora, todos juntos, recemos, pensando en esta matanza, en las víctimas y en los familiares. Primero, en silencio"
San Bruno de Segni – 18 de julio
«Obispo, maestro de la caridad, “báculo” de varios pontífices y defensor del magisterio de la Iglesia. Participó en varios concilios y encarnó con su vida el espíritu monástico que reinaba en la abadía de Montecassino»
17 JULIO 2016 ISABEL ORELLANA VILCHES ESPIRITUALIDAD Y ORACIÓN
San Bruno De Segni
Nació en Solero, Piamonte, Italia, hacia el año 1048. Algunas fuentes aseguran que su familia era acomodada y otras que fue de humilde cuna. Añaden también que se le conocía como Bruno Astensis. Su localidad natal, cercana a la ciudad de Alessandría, pertenecía a la diócesis de Asti. Se formó primeramente en el monasterio benedictino de San Perpetuo, y luego en la universidad de Bolonia. De allí salió preparado para recibir la ordenación sacerdotal, dispuesto para refutar las herejías del momento. Cuando tenía unos 25 años dedicó a Ingo, obispo de Asti, un texto sobre el Salterio gallicano. Le precedía su fama como buen orador y conocedor de la teología, lo que motivó que Gregorio VII, advirtiendo su fidelidad al magisterio de la Iglesia, lo seleccionara para participar en el sínodo que tuvo lugar en Roma a finales del año 1079. Y efectivamente mostró su insobornable unidad con la cátedra de Pedro doblegando a Berengario, prelado de Tours, que negaba la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Éste, ante la firme y rigurosa defensa de Bruno, que expuso brillantemente la doctrina eclesial sobre el Santísimo Sacramento, tuvo que retractarse de su herejía.
El papa siempre iba a contar con el juicio del santo como hicieron otros pontífices a los que también asistió. Además de Gregorio VII, Víctor III, Urbano II y Pascual II no ocultaron su admiración por él y valoraron sus consejos. Bruno era canónigo de Segni cuando Gregorio VII, a la vista de sus virtudes y fidelidad, pensó otorgarle el cardenalato, pero aquél rehusó humildemente; prefería no asumir tan alta dignidad.
Sin embargo, un año más tarde en la «Campagna di Roma», el pontífice lo consagró obispo de Segni. En esta labor pastoral brilló por su celo apostólico; se desvivía por los demás. Durante tres meses del año 1082 fue prisionero de Ainulfo, conde de Segni, quien lo recluyó en el castillo de Vicoli. El aristócrata simpatizaba con Enrique IV, que había sido excomulgado por el pontífice, mientras que Bruno secundaba al Santo Padre en sus proyectos de reforma eclesiástica. Era un momento en el que había que luchar contra la simonía, el problema de las investiduras y otros vicios escandalosos que lamentablemente diezmaban la feligresía. El prelado de Segni fue un importante «báculo» para Gregorio VII; por ese motivo fue detenido. Al ser liberado, regresó a Roma y siguió al lado del pontífice.
En 1084 le acompañó a Salerno, ciudad en la que se refugió escapando del asedio de los normandos. Cuando el papa murió, asistió a su sucesor Urbano II. Le acompañó en sus viajes por Italia y Francia, estuvo junto a él en el sínodo de Melfi (1089) y en la consagración de la abadía de Cava dei Tirreni, en Salerno. En años sucesivos, permaneciendo siempre a su lado, participó en los concilios de Piacenza y de Clermont-Ferrand. En éste se proclamó la Primera Cruzada y se renovaron los decretos contra el concubinato del clero, la simonía y las investiduras por los laicos. En 1097 intervino en el concilio de Letrán, en 1098 en el de Bari y al año siguiente participó en el Laterano, último concilio presidido por Urbano II. Entretanto, Ainulfo proseguía con su particular persecución, y Bruno anhelando la paz, pese a no contar con el beneplácito del nuevo papa Pascual II, determinó vincularse a los monjes de la abadía de Montecassino. Sin embargo, este pontífice, al igual que hicieron sus predecesores, siguió confiando en él y le encomendó nuevas misiones.
Bruno tomó el hábito en 1103, aunque no dejó de regir episcopalmente la sede de Segni. Fue tan fiel en la vivencia de la regla, que en 1107, a la muerte del abad Otto, lo eligieron para que le sucediese. Al año siguiente, en una visita que efectuó a la abadía, Pascual II respaldó esta designación ante los monjes, ensalzando las cualidades del santo. Pero Bruno defendía la ortodoxia eclesial por encima de todo, y en el momento en que vio que Pascual II había claudicado ante el emperador electo Enrique V, otorgándole privilegios contra los que había combatido con celo junto a los pontífices anteriores, no dudó en recriminar al papa, aunque lo hizo con un texto lleno de ternura y delicadeza en el que reiteraba con emocionadas palabras sus sentimientos de amor y de unidad. Con todo, el Santo Padre lo sancionó instándole a renunciar al cargo de abad, a la par que disponía su regreso a Segni. Bruno acató humildemente su voluntad. En 1112 en el concilio de Letrán, Pascual II se vio obligado a reconocer su error, y el santo que estaba presente en el mismo, acogió y ratificó su decisión con sumo gozo. El resto de su vida lo dedicó a orar, estudiar y meditar.
Ha dejado numerosos escritos. Su obra se compone de tratados sobre las Escrituras y la liturgia, contra la simonía, sermones, vidas de santos, cartas y otros trabajos que ponen de manifiesto el celo apostólico y la intrepidez de este santo obispo. Murió el 18 de julio de 1123, poco después de exhortar y bendecir a su grey desde la ventana de su sede. Fue canonizado el 5 de septiembre de 1183 por Lucio III.