Beberéis mi copa
- 25 Julio 2016
- 25 Julio 2016
- 25 Julio 2016
Evangelio según San Mateo 20,20-28.
La madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo.
"¿Qué quieres?", le preguntó Jesús. Ella le dijo: "Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda". "No saben lo que piden", respondió Jesús. "¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?". "Podemos", le respondieron. "Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre". Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud".
Fiesta de Santiago, apóstol
Solemnidad del apóstol Santiago, hijo del Zebedeo y hermano de san Juan Evangelista, que con Pedro y Juan fue testigo de la transfiguración y de la agonía del Señor. Decapitado poco antes de la fiesta de Pascua por Herodes Agripa, fue el primero de los apóstoles que recibió la corona del martirio.
Con Santiago «el mayor» no tenemos los problema de identidad que nos plantea el otro Santiago apóstol; aunque no abundan en el Nuevo Testamento datos sobre él (como sobre ninguno de sus personajes), hay, sin embargo, los suficientes como para hacernos una composición de su vida y su relación con Jesús.
Si comparamos las listas de Los Doce tal como aparecen en el NT (Mt, Mc, Lc, Hech), veremos que dividen al conjunto en tres grupos de cuatro apóstoles: dentro de cada conjunto la posición que ocupa cada apóstol varía, pero no así el subgrupo al que pertenece. Santiago «el mayor» pertenece al primer grupo, y ocupa el segundo (Mc) o tercer (Mt, Lc, Hech) puesto. Ese orden parece estar dado por su importancia, ya que forma el grupo de los tres apóstoles -junto con Pedro y Juan- que fueron testigos directos de la transfiguración y de Getsemaní. Fue también el primer apóstol en dar testimonio (martyrion, en griego) cruento de Jesús, y murió muy tempranamente, cuando la Iglesia recién se iniciaba, como veremos luego.
Su nombre era muy común entre los judíos, se llamaba Iaacov, es decir, Jacob, de donde sale más tarde, por fusión del título «sant'» con el nombre «Iacob» la forma castellana Santiago, que en otras lenguas es Iakobus, James, Jaques, etc, de donde en castellano da también Jaime y Jacobo, que no son sino variantes del mismo nombre. Nos indican Mateo, Marcos y Lucas que era hermano de Juan (al que algunas tradiciones del siglo II identifican con el autor del Cuarto Evangelio o del Apocalipsis, o de ambos), y a su vez los dos eran hijos de Zebedeo, pescadores galileos.
San Lucas afirma además -pero es un dato exclusivo de él- que trabajaban con Simón y Andrés (Lc 5,10), es decir, que se conocían con los otros dos miembros del grupo de antes de ser llamados por Jesús. Mateo y Marcos no dicen nada al respecto (ni lo afirman ni lo niegan), sino que presentan así la cuestión: «Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: "Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres." Al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes; y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él.» (Mc 1,16-20, y casi idéntico en Mateo)
Parecen ser pescadores de una cierta posición, ya que, con su padre, son dueños de su barco y faena, y no jornaleros. No hay por qué imaginar -como se ha hecho en cierta apologética- que eran «unos pobres pescadores ignorantes»; «en todo caso, -agregamos con Meier- ni la tradición marcana ni la lucana presentan a los hijos de Zebedeo como desesperadamente pobres. Conviene recordar que esa actividad pesquera en el mar de Galilea era intensa; también próspera, al menos para los que la dirigían como propietarios. La idea romántica de que Jesús llamaba al discipulado sólo a los pobres no se confirma en el caso de los hijos de Zebedeo; tampoco en el de Pedro, con su casa y su familia en Cafarnaún, ni en el de Leví, recaudador de impuestos en esa misma localidad.» (Un judío marginal, III, p. 232). Pescar era su oficio, pero no por ello dejarían de estar al tanto de las cuestiones, especialmente religiosas, que agitaban a los judíos de la época, tanto a los de Judá como a los, un poco despreciados por el establishment pero no menos inquietos, de Galilea.
Según Marcos 3,17, Santiago, junto con su hermano Juan, son llamados por Jesús «Boanerges», lo que Marcos explica indicando que significa «Hijos del trueno». La etimología no es griega: la relación entre «boanerges» y «'uioi brontés» (hijos del trueno) es inexistente; pero tampoco es sencillo trazar la posible etimología aramea, y hay más o menos un par de hipótesis por especialista... Tan difícil como explicar qué quería decir para Jesús ese título (y si realmente usó esa palabra o algo parecido que pasó de boca a oreja deformándose de manera irreconocible), es tratar de entender a qué «trueno» se refiere.
La verdad es que no hay ninguna clase de acuerdo en esto. La explicación tradicional, psicológica, que relaciona el trueno con el carácter fogoso de los hermanos está lejos de conformar, pero aun sigue siendo válida si la relacionamos con pasajes como Mc 9,38, en el que Juan le avisa a Jesús que vio a uno intentando echar demonios en nombre de Jesús y trató de impedírselo, o Lc 9,54 en el que los dos hermanos le preguntan a Jesús si le parece que hagan descender fuiego del cielo para castigar a un pueblo que no quiso recibirle. Hay que reconocer que Jesús actuaba realmente como un «nuevo Elías», así que la propuesta de los hermanos, aunque Jesús la rechaza, no es nada descabellada, ni habrá sonado tan «atronadora» como nos parece a nosotros.
Formó, con su hermano Juan y con Pedro, una terna que tuvo una relación especial con Jesús en señalados momentos:
-son testigos de la resurrección de la hija de Jairo: « Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago.» (Mc 5,37).
-Son testigos privilegiadísimos de la transfiguración: «... toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos...» (Mc 9; también en Mt 17 y Lc 9, pero sólo Marcos destaca «a ellos solos»).
-En Marcos y Mateo, son testigos especiales de la agonía en Getsemaní, aunque también estaban los demás (Mc 14,33; Mt 26,37). También son ellos tres los mismos a los que Jesús cambió el nombre, lo que en la tradición profética podía significar una especial misión que debían cumplir (aunque ya hemos visto que la cuestión del nombre de los dos hermanos no aparece clara para nosotros hoy, no así la del cambio de nombre de Cefas). Esta terna «Pedro, Santiago, Juan» no debe confundirse con la terna de los mismos nombres que es llamada la de las «columnas de Jerusalén» en Ga 2,9, en relación al llamado «Concilio de Jerusalén» (Hechos 15), ya que el Santiago que allí menciona es el pariente del Señor y no ninguno de los dos apóstoles del mismo nombre, en especial no Santiago «el mayor», que ya había muerto.
Es el único de los Doce de los que tenemos una afirmación en el Nuevo Testamento que indica explícitamente que murió mártir: Hechos 12,1-2. Por supuesto, también otros murieron mártires, pero lo sabemos por tradición posterior, no por el NT, que no menciona como mártir -dentro de los Doce- más que a este Santiago. El hecho ocurrió muy tempranamente, hacia el 44, y quizás se vio en ello el cumplimiento de una profecía de Jesús que declaraba que Juan y Santiago beberían «el mismo cáliz» que bebió Jesús (Mc 10,29), aunque lamentablemente Hechos no nos cuenta nada de si se cumplió esa profecía en Juan, y las tradiciones posteriores en torno a él aportan más confusión que claridad.
Mención aparte merece la cuestión de «Santiago y España», cuestión espinosa porque, más que regirse por criterios históricos, parece que hay que usar para evaluarla criterios nacionales. Lo cierto e indubitable es que no hay ni una sola tradición anterior al siglo VII que relacione a Santiago con España; parece bastante imposible que alguien que murió en Jerusalén cuando apenas había pasado poco más que una década de la Pascua de Jesús, haya tenido tiempo de evangelizar España, e incluso Romanos 15 (21-24) habla explícitamente de España como tierras donde aun no se ha anunciado a Cristo... y es una carta escrita en torno al año 60. Pero en definitiva, sería inaceptable para cualquier cuestión histórica aceptar como histórico un hecho para el que la mención más cercana está separada seis siglos de ese hecho; como ya lo señalara en el propio siglo VII san Julián de Toledo, la evangelización de España por Santiago no pasa de ser una fábula.
Cuestión distinta es si las reliquias del santo llegaron o no a España; ésa es una cuestión independiente a la anterior, difícil de probar, pero no imposible de aceptar. Según una tradición cuya primera mención es el 830, las reliquias del santo fueron trasladadas primero a Iria Flavia (actualmente Padrón, en Galicia), y más tarde a Compostela, en torno a las cuales surgió el santuario que -junto con san Pedro y los Santos Lugares- iluminó la vida religiosa europea en el Medievo, y aun irradia.
No obstante, entre el traslado de la ubicación original a Compostela, las reliquias estuvieron un tiempo perdidas, por lo que es difícil asegurarse de la identidad material entre unas y otras. La cuestión parece que debe quedar abierta, y hay tantas opiniones -españolas- que afirman a rajatabla esa identidad, como opiniones -generalmente no españolas- que la niegan. Hay una bula de SS León XIII, del 1 de noviembre de 1884 (puede leerse en Actae Sanctae Sedis 17, pp 262-270) en la que el pontífice le asegura al Obispo de Compostela la identidad de las reliquias que hay allí con Santiago Apóstol «y sus discípulos Atanasio y Teodoro». Debería estar demás decir -aunque no lo está frente a tanto fundamentalismo magisteriológico, tan pernicioso como el escriturístico, que hay dando vueltas- que la cuestión de la identidad de unas reliquias con una persona es una cuestión estrictamente histórica y documental, no objeto de la clase de cuestiones que puede establecer el Papa con su poder magisterial, así que el contenido de la Bula no pasa de ser una opinión atendible emitida en un momento determinado del saber histórico sobre el tema.
Santiago resultó ser un eficaz símbolo y vínculo de unión de los diversos grupos hispánicos en su lucha contra los musulmanes, sobre todo en relación a la -considerada generalmente como una ficción histórica- «batalla del Clavijo», en la que Santiago el mayor, en su advocación de Santiago «Matamoros», combatió junto a las fuerzas cristianas de Ramiro I de Asturias. Esta advocación y el santuario de Compostela como polo de atracción fueron fuerzas espirituales poderosísimas que ayudaron decisivamente a la formación de España. La imagen de Santiago Matamoros es característica en muchas iglesias españolas, aunque su índole particularista y vindicativa es bastante cuestionable en relación al mensaje del evangelio, incluso habiendo servido en un momento concreto de la historia de un pueblo.
Sobre los Doce, un panorama esquemático pero bien expuesto se encuentra en Comentario Bíblico San Jerónimo, tomo V, pp 752 y ss. Más completo y actualizado, Meier, «Un judío marginal», tomo III, especialmente la sección dedicada a Santiago y Juan, Tomo III, pág 230-238, pero en el mismo tomo se desarrollan en general las cuestiones relativas a Los Doce como conjunto. Sobre la relación de Santiago con España he seguido de cerca la exposición del Butler-Guinea, Tomo III, día 25 de julio, donde hay bibliografía específica sobre las reliquias, si bien no muy actualizada, pero sí muy fundamental.
San Gregorio Magno (c. 540-604), papa y doctor de la Iglesia Homilías sobre los Evangelios, n° 35
Beberéis mi copa
Hermanos míos, ya que celebramos hoy la fiesta de un mártir, debemos sentirnos interpelados por la forma de paciencia que practicó. Porque si nos esforzamos, con la ayuda del Señor, a guardar esta virtud, no dejaremos de obtener la palma del martirio, aunque vivíamos en la paz de la Iglesia.El caso es que hay dos tipos de martirio: uno que consiste en una disposición del espíritu, el otro que junta esta disposición del espíritu con los actos exteriores. Por eso podemos ser mártires aunque no muramos ejecutados por la espada del verdugo. Morir de la mano de los perseguidores, es el martirio en acto, en su forma visible; soportar los insultos, amando al que nos odia, es el martirio en el espíritu, en su forma escondida.
Que hubiera dos tipos de martirios, el uno escondido, el otro público, el que es la Verdad lo atestigua pidiendo a los hijos del Zebedeo: "¿Podéis beber el cáliz que voy a beber? ", replicaron: "podemos", el Señor responde en seguida: "Mi cáliz, lo beberéis en efecto". ¿Qué debemos entender por este cáliz, si no los sufrimientos de la Pasión, sobre los que dice en otro lugar: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz"? (Mt 26,39) Los hijos del Zebedeo, a saber a Santiago y Juan, no murieron los dos mártires, y sin embargo se les dijo a ellos que beberían el cáliz. En efecto, aunque Juan no murió mártir, sin embargo, los sufrimientos que no pasó en su cuerpo, los probó en su espíritu. Hay que concluir pues, de este ejemplo, que nosotros también podemos ser mártires sin pasar por la espada, si conservamos la paciencia en nuestra alma.
Uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu Reino
Fiesta de Santiago Apóstol. Consolidemos nuestra fe en el ruego sincero a Dios antes de afrontar nuestra pequeña gran cruz.
Oración preparatoria
Señor, te pido humildemente tu gracia, que es lo único que realmente importa y necesito. Soy todo tuyo, sin reserva alguna. Dame un corazón desinteresado que se consuma sólo por tu amor.
Petición
Señor, concédeme vivir en este día con la ilusión de entregarme y de servirte en los demás.
Meditación del Papa Francisco Existe el riesgo de no entender la verdadera misión del Señor: esto sucede cuando se aprovecha de Jesús, pensando en 'el poder'. Esta actitud se repite en los evangelios. Muchos siguen a Jesús por interés. Incluso entre sus apóstoles: los hijos de Zebedeo querían ser, uno, primer ministro y el otro, ministro de economía, querían el poder.
Esa gracia de llevar la buena noticia a los pobres, la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia, se vuelve oscura, se pierde y se convierte en querer algo del poder.
Siempre existió esa tentación del poder y de la hipocresía, de pasar del estupor religioso que Jesús nos da cuando nos encuentra, a querer sacar una ventaja personal.
Esta fue también la propuesta del diablo a Jesús en las tentaciones. Una la del pan, la otra la del espectáculo: Vamos a hacer un gran espectáculo, así todas las personas van a creer en ti. Y la tercera, la apostasía, es decir, la adoración de los ídolos. Y esta es una tentación diaria de los cristianos, nuestra, de todos los que son de la Iglesia: la tentación no del poder, de la potencia del Espíritu, sino la tentación del poder mundano.(Cf S.S. Francisco, 20 de abril de 2015, Santa Marta).
Reflexión
Ellos aún no comprendían el modo extraordinario con el que Cristo iniciaba la preparación del Reino de Dios. Quizás ellos también como los otros discípulos imaginaron que antes o después Cristo reivindicaría el poder sobre los hombres, para después administrarlo con aquella infinita sabiduría y compasión que demostró en las muchas regiones de Israel. Pero, una vez más, después de la rara intercesión de la madre de los hijos de Zebedeo, Jesús habla de una "copa que beber".
Si el que ha creado el universo ha asumido la naturaleza de sus mismas criaturas para quererlas, servirlas y salvarlas, humillándose hasta la muerte de cruz, del mismo modo quien elige seguir las huellas del Maestro tendrá que aprender a servir, a dejar que el poder del mundo lo humille y lo desprecie.
Quien quiere de verdad beber la copa de Cristo, acompañarlo a llevar la cruz del dolor a este mundo y aliviar los sufrimientos de sus hermanos, tiene que conocer lo que significa realmente sufrir y servir con generosidad. ¿Estamos listos también a hacer nuestra parte? Consolidemos nuestra fe en el ruego sincero a Dios antes de afrontar nuestra pequeña gran cruz.
Propósito
Servir con alegría y amor, especialmente a aquellos que más necesitan de mi atención.
Diálogo con Cristo
Señor, mi vocación de discípulo y misionero es una vocación al servicio. Ayúdame a rezar, a predicar, a sacrificarme para que Tú seas más amado. Dame tu gracia para poder caracterizarme por el servicio abnegado y eficaz del prójimo. Vivir con plenitud, con profundidad procurando que todas mis obras se caractericen por el servicio generoso.
¿Vivimos nuestra fe católica?
La fe no es una simple teoría. Es un compromiso que llega al corazón, a las acciones, los principios, las decisiones, al pensamiento y a la vida.
La fe no es una simple teoría. Es un compromiso que llega al corazón y a las acciones, a los principios y a las decisiones, al pensamiento y a la vida.
Vivimos nuestra fe cuando dejamos a Dios el primer lugar en nuestras almas. Cuando el domingo es un día para la misa, para la oración, para el servicio, para la esperanza y el amor. Cuando entre semana buscamos momentos para rezar, para leer el Evangelio, para dejar que Dios ilumine nuestras ideas y decisiones.
Vivimos nuestra fe cuando no permitimos que el dinero sea el centro de gravedad del propio corazón. Cuando lo usamos como medio para las necesidades de la familia y de quienes sufren por la pobreza, el hambre, la injusticia. Cuando sabemos ayudar a la parroquia y a tantas iniciativas que sirven para enseñar la doctrina católica.
Vivimos nuestra fe cuando controlamos los apetitos de la carne, cuando no comemos más de lo necesario, cuando no nos preocupamos del vestido, cuando huimos de cualquier vanidad, cuando cultivamos la verdadera modestia, cuando huimos de todo exceso: “nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias” (Rm 13,13).
Vivimos nuestra fe cuando el prójimo ocupa el primer lugar en nuestros proyectos. Cuando visitamos a los ancianos y a los enfermos. Cuando nos preocupamos de los presos y de sus familias. Cuando atendemos a las víctimas de las mil injusticias que afligen nuestro mundo.
Vivimos nuestra fe cuando tenemos más tiempo para buenas lecturas que para pasatiempos vanos. Cuando leemos antes la Biblia que una novela de última hora. Cuando conocer cómo va el fútbol es mucho menos importante que saber qué enseñan el Papa y los obispos.
Vivimos nuestra fe cuando no despreciamos a ningún hermano débil, pecador, caído. Cuando tendemos la mano al que más lo necesita. Cuando defendemos la fama de quien es calumniado o difamado injustamente. Cuando cerramos la boca antes de decir una palabra vana o una crítica que parece ingeniosa pero puede hacer mucho daño. Cuando promovemos esa alabanza sana y contagiosa que nace de los corazones buenos.
Vivimos nuestra fe cuando los pensamientos más sencillos, los pensamientos más íntimos, los pensamientos más normales, están siempre iluminados por la luz del Espíritu Santo. Porque nos hemos dejado empapar de Evangelio, porque habitamos en el mundo de la gracia, porque queremos vivir a fondo cada enseñanza del Maestro.
Vivimos nuestra fe cuando sabemos levantarnos del pecado. Cuando pedimos perdón a Dios y a la Iglesia en el Sacramento de la confesión. Cuando pedimos perdón y perdonamos al hermano, aunque tengamos que hacerlo setenta veces siete.
Vivimos nuestra fe cuando estamos en comunión alegre y profunda con la Virgen María y con los santos. Cuando nos preocupa lo que ocurre en cada corazón cristiano. Cuando sabemos imitar mil ejemplos magníficos de hermanos que toman su fe en serio y brillan como luces en la marcha misteriosa de la historia humana.
Vivimos nuestra fe cuando nos dejamos, simplemente, alegremente, plenamente, amar por un Dios que nos ha hablado por el Hijo y desea que le llamemos con un nombre magnífico, sublime, fe
Silencio, por favor
Dios no habla en el tumulto de impresiones, ni en la disipación. Cuando el alma está en silencio interior y exterior, cuando el alma está recogida dentro de sí, entonces es cuando Dios habla
“¡Silencio!, por favor”.
Esta indicación que encontramos en hospitales, bibliotecas, centros de culto, debería estar escrito en el interior de cada persona.
El hombre necesita silencio. Lo recordaba Pablo VI en su conocida homilía en Nazaret el 5 de enero de 1964: “Cuánto deseamos aprender la gran lección del silencioque nos ofrece siempre la escuela de Nazaret; cómo deseamos también que se renueve y fortalezca en nosotros el amor al silencio, este admirable e indispensable hábito del espíritu, tan necesario para todos nosotros, que estamos aturdidos por tantos ruidos y tumultos, tantas voces de nuestra ruidosa y, en extremo, agitada vida moderna”.
Ambiente anti-silencio
En efecto, el ambiente actual de baraúnda y ajetreo es, sin duda, obstáculo para el cultivo del silencio. La vida del hombre parece haber roto definitivamente los marcos tradicionales de la soledad comunitaria y del recogimiento religioso. Pero si ahondamos un poco con sagacidad o tacto, notaremos enseguida el ingente vacío interior que lleva consigo este modo de vivir. Vemos a los hombres gozar tanto con sus pasatiempos, lujos y riquezas, y quedar con el alma vacía, sin paz.
En el huracán de la vida moderna no está Dios. Hoy todo se realiza de una maneraprecipitada, sin calma, sin serenidad, sin equilibrio, sin silencio. El hombre cree que ha penetrado en el fondo de las cosas porque ha visto, ha viajado, ha oído… pero en realidad no ha penetrado nada; últimamente no ha sabido vivir en un clima de silencio que hiciera fructificar las experiencias tenidas.
El hombre moderno está ganando el mundo pero está perdiendo el alma.
El hombre está enfermo, sufre el ruido de las calles, pero sobre todo padece por los ruidos que han penetrado dentro de sí mismo. Hoy, algunos consideran el silencio casi un lujo; a pesar de su inmenso valor, sin embargo, con mucha frecuencia, el ser humano no sabe hacer silencio, y cuando ya lo tiene, no sabe qué hacer con él: o se aburre, o huye de él, como de un estorbo inútil. Necesita el hombre espacios de encuentro consigo mismo, con los demás, con la naturaleza y, sobre todo, con Dios.
El amante del silencio
En cambio, el hombre en el silencio interior espera, está preparado, habituado a recibir las cosas con provecho; no es un tonel agujereado como el hombre deseoso de exterioridades. En este silencio fácilmente se haya Dios. Es lo que más necesitan los hombres de hoy: buscar a Dios con avidez, con avaricia, con el silencio de la propia interioridad.
El mundo actual presentaría otro rostro, si todas las personas supieran observar esta virtud y palpar sus efectos positivos en el enriquecimiento progresivo de la propia interioridad. Pero no todos practican el silencio; más bien son reducidos los grupos de almas amantes del silencio.
Y entre esos grupos debemos encontrarnos nosotros, los hombres y mujeres que buscamos a Dios. Estamos llamados a ser personas amantes del silencio.
Nuestra ruta
Seguiremos este esquema: en los primeros capítulos profundizaremos lo que nos dice la Sagrada Escritura sobre el silencio para definir en los capítulos siguientes en qué consiste esta virtud y cuáles son sus principales enemigos y obstáculos. La mayor parte del libro será dedicado a la pedagogía del silencio, es decir, a cómo alcanzar esta virtud en cada una de las facultades y potencias de la persona. Por último ofreceremos algunas anotaciones sobre los ámbitos del silencio: con los demás, consigo mismo hasta llegar al abandono o silencio con Dios.
Pablo VI, el 15 de noviembre de 1963, decía: “El mensaje divino no se comunica automáticamente, no llega por los caminos de la expresión sensible. Mis ojos no sirven, el mundo externo puede, sí, expresarme un lenguaje superficial, pero de suyo, en su interior, permanece mudo, no transmite la palabra divina. ¿Qué hacer? ¿Nos habla el Señor en el silencio o en el ruido? Respondemos todos: en el silencio. Entonces, ¿por qué no nos ponemos a la escucha en cuanto se percibe un leve susurro de la voz divina junto a nosotros?”
Dos motivos para vivir el silencio
De entre los diversos motivos que nos deben inducir a amar y vivir con plenitud la virtud del silencio, el párrafo leído nos presenta, quizá, los dos más importantes:
Vida interior
En primer lugar, el silencio es indispensable para la vida interior. En el ambiente de silencio, de atención serena, la sensibilidad se agudiza para la luz e inspiraciones del Espíritu Santo y es preparada para el influjo de la gracia. Guardar silencio es sumergirse en el vacío, es una acción y una plenitud. El silencio es el que prepara a los santos, el que los comienza, el que los continúa, el que los acaba y perfecciona.
Nuevamente Pablo VI: “¿Habla Dios al alma agitada o al alma en calma? Sabemos muy bien que, para escucharlo, debemos tener un poco de calma, de tranquilidad… es preciso aislarse un poco de toda preocupación y excitación acuciantes, y estar nosotros mismos, nosotros solos dentro de nosotros. El punto de cita no está fuera, sino en nuestro interior. La vida espiritual exige una verdadera y propia interioridad”.
Lo sabemos muy bien: Dios no habla en el tumulto de impresiones, ni en la disipación. Cuando el alma está en silencio interior y exterior, cuando el alma está recogida dentro de sí, entonces es cuando Dios habla y cuando el alma puede escucharlo. Muchas veces el Espíritu Santo está clamando con gemidos inenarrables, pero el alma no los oye porque se encuentra fuera de sí, atenta a lo que sucede fuera.
El hombre necesita de la vida interior, y por lo tanto del silencio, para vivir en plenitud nuestra relación con Dios. Así mismo, como religiosos que vivimos en una comunidad o seglares en una familia, debemos también esforzarnos por respetar la vida interior de aquellas personas con las que convivimos; más aún, tenemos que facilitársela con nuestro ejemplo, evitando todos los estorbos que pueden menoscabarla.
Compromiso apostólico
Un segundo motivo para cultivar la virtud del silencio se encuentra en nuestro compromiso apostólico y pastoral. En el testimonio y transmisión de la Palabra de Dios debemos ser hombres y mujeres de ponderación en el hablar. Es difícil hablar bien. La ponderación es una cualidad estimada pero exige un esfuerzo y una reflexión constantes. Más que el resultado de un trabajo puramente humano, es el fruto de una interioridad silenciosa y reposada. Pues sólo el ponderado en su espíritu es capaz de pensar antes de hablar, de consultar antes de exponer las propias opiniones. Solo él sabe discernir las circunstancias.
Las palabras, las decisiones del hombre que sabe guardar silencio en toda la amplitud del término, no caen en vacío al ser respaldadas por la ponderación, por la mesura y por la exactitud. Sus palabras no las provoca la improvisación, ni el egoísmo. Las suscita la rectitud y la caridad.
Como hombres y como apóstoles, necesitamos hablar bien, y, para alcanzar esta meta, nos es imprescindible el silencio. Para hablar bien se requiere antes pensar bien, y solo podemos pensar bien en un clima interno de silencio.
En resumen, el silencio es una virtud oculta pero grandiosa, necesaria para la santidad auténtica.
Especial sobre el Silencio
El silencio de los sentidos: El desorden y el derroche externo reclaman y hablan a los sentidos, pero no se piensa, no se reflexiona, no se piensan las cosas, todo pasa.
El silencio de la imaginación: Silencio de la imaginación es dar pruebas de confianza plena en el Amado, es decir, de certeza de que su amor nunca nos faltará en el futuro, pase lo que pase, ocurra lo que ocurra.
El silencio de la memoria: Del silencio exterior al silencio interior
El silencio de la mente: Se debe aprender a callar para saber hablar a tiempo. El silencio que medita no es egoísmo intelectual. El silencio ha de ser preparación fecunda para hablar. El que calla y medita para aprender a hablar y para saber hablar a tiempo, tiene siempre el pensamiento despierto, activo, abierto a la creatividad.
El silencio de la voluntad: La voluntad debe seguir la propuesta de la razón pero no debe realizarla porque la razón se lo pide sino por amor. Eso significa silencio de la razón: no hacer las cosas por deber sino por amor.
El silencio de uno mismo: Quien a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta...Ese “nada” me falta implica que no me hace falta tener gustos personales. ¿Cómo es posible esto?, ¿no significa eso un despersonalizarme?
Los doce grados del silencio: Es el silencio el que prepara a los santos, el que los comienza, el que los continúa, el que los acaba.
La importancia del silencio para el encuentro con Jesús, según la Madre Teresa de Calcuta: No podemos entrar inmediatamente en la presencia de Dios sin una experiencia de un silencio interior y exterior
La oración en la vida Cristiana: La oración consiste en elevar el corazón a Dios. Cuando una persona ora, entra en una relación personal con Dios, en una relación de amistad con Dios.